LOS MÉTODOS DOCENTES Y LAS NUEVAS TECNOLOGÍAS:  HACIA UN MÉTODO MIXTO.

 

Dr. FRANCISCO JOSE BLANCO

PROFESOR DE ECONOMIA DE URJC.

blanc@correo.crc.ucm.es

 

 

Algunos libros especializados en pedagogía distinguen hasta veinte métodos diferentes, por lo que podemos establecer dos diferentes clasificaciones de los métodos docentes. La primera, destaca tres como los más significativos.

1. Método Dogmático: En este caso, es el profesor el que imparte los conocimientos y el alumno el que los recibe. El principal inconveniente de este método es la falta de comunicación  alumno-profesor que da lugar a la despersonalización del aprendizaje

2. Método Dialéctico: Basado en el dialogo profesor alumno, muy complicado de llevar a la práctica debido a la estructura de los centros docentes, con gran cantidad de alumnos por profesor.

3. Método Heurístico: Mediante este método el protagonista de su propia formación es el estudiante, que debe realizar la tarea de buscar, preparar y asimilar los conocimientos. La tarea del profesor se limita a guiarle en la consecución de su tarea.

La elección exclusiva de cualquiera de estos métodos y el desprecio de los alternativos seria en mi opinión un error. No cabe duda que el primer método (Dogmático) es fundamental en el actual marco de la universidad española, sin embargo, la elección de los otros dos métodos (dialéctico y Heurístico), no debe ser rechazada de forma radical, ya que hoy en día su realización es mucho más factible gracias a las nuevas tecnologías de la información.

Aunque la enseñaza de nuestra disciplina no es la mera transmisión de conocimientos, ya que se pretende que el alumno aprenda a pensar en términos económicos haciendo uso de un determinado lenguaje, la aparición de nuevas tecnologías de la información nos proporciona nuevos elementos docentes complementarios pero relevantes. En este sentido, el surgimiento de nuevos soportes tanto en la transmisión de información como en el aprendizaje suponen un importante reto para el cual el docente debe estar preparado.

Desde el punto de vista de la interacción profesor-alumno, la moderna pedagogía reduce a dos grandes grupos los métodos básicos de enseñanza, en cierto modo, relacionados: métodos colectivos y métodos individualizados, también denominados métodos activos y pasivos. Una enseñanza de carácter colectivo tiene, en gran parte, un elemento de pasividad por parte del alumno que se limita a ser un mero receptor de la información que le suministra el profesor a través de la conocida lección magistral. En contraposición, la enseñanza individualizada permite una participación activa del alumno, al que se le exige un esfuerzo personal y, a la vez, permite al docente cumplir su función pedagógica más allá de la pura transmisión de conocimientos.

Si como se ha comentado, la función del profesor universitario no puede limitarse a la transmisión de conocimientos sino que, además, debe estimular en los alumnos el propio deseo de adquirir conocimientos y despertar su espíritu crítico, parece evidente la necesidad de dirigir la atención hacia el alumno como elemento central del aprendizaje y, por tanto, optar por los métodos activos para obtener una buena calidad de la enseñanza.

Sin embargo, la realidad de la Universidad española nos demuestra que elegir la opción de los métodos pedagógicos exclusivamente de carácter individualizado y activo, es una actitud poco realista, al menos, mientras subsistan las actuales condiciones de masificación y escasez de profesorado. A partir de esa evidencia, no puede rechazarse el recurso de los métodos colectivos y la lección magistral a pesar de sus inconvenientes y limitaciones. Se trata, en definitiva, de buscar un método mixto en el cual estén presentes los elementos más válidos de la exposición magistral, junto a formas de participación activa de los alumnos, que ayuden a dinamizar la enseñanza y conviertan a ésta en una actividad en la que, tanto profesor como alumno, colaboren simultáneamente.

Es cierto que en la universidad tradicional, la lección magistral ha sido el método clásico de impartir conocimientos. Tal sistema venía justificado por su implantación en una época en la cuál el acceso libre era difícil; su finalidad era marcadamente expositiva y escasamente participativa para el alumno. Se comprenden las críticas a este sistema basadas fundamentalmente en su carácter escasamente participativo, junto con la inutilidad que en muchos casos pueda revestir el hecho de repetir, por parte del profesor, conceptos y desarrollos que pueden ser encontrados en textos de fácil acceso.

Sin embargo, aun aceptando la consistencia de esta crítica, en las actuales circunstancias, la lección magistral tiene un valor pedagógico importante. En concreto, en la enseñanza universitaria, la exposición de temas de contenidos desconocidos para el estudiante es necesaria para que el profesor centre el tema y evite al alumno pérdidas de tiempo. Es decir, la lección magistral puede ser utilizada como una técnica a través de la cuál el profesor expone los fundamentos de la materia, realiza una exposición crítica en los casos de teorías controvertidas y ayuda al alumno a orientarse en la búsqueda de la información adecuada para completar las explicaciones dadas en clase. En consecuencia, lo importante no es tanto suprimir la lección magistral como convertirla en un instrumento de participación y desarrollo del espíritu crítico por parte de los alumnos.

Este último aspecto, el desarrollo del espíritu crítico, resulta especialmente importante en nuestra disciplina. Es evidente que el profesor ha de transmitir su saber, fundado en un amplio conocimiento de su materia, pero en absoluto presentándolo como la única opción posible; una gran parte de lo que transmite son juicios de valor y ésto no solamente debe quedar claro ante los alumnos, sino que además se les debe permitir que mantengan opiniones fundadas distintas a las del propio profesor. Es muy frecuente en estas materias que una pregunta no tenga una única respuesta, el juicio que merece un sistema económico, el criterio para juzgar el funcionamiento de una institución, la bondad de una medida concreta para la solución de un desequilibrio económico, son cuestiones opinables, y el profesor debe, primero, ofrecer él mismo distintas alternativas, segundo, manifestar la que a su juicio es más correcta, y tercero, aceptar opiniones -si se fundamentan con rigor- que no sean coincidentes con la suya.

La postura contraria, esto es, el dogmatismo en la enseñanza, y la autocomplacencia intelectual, sólo conduce a anular la creatividad del alumno y su deseo por ampliar conocimientos, limitándose al estudio de los apuntes tomados en clase y transcribiéndolos al correspondiente examen según la opinión estricta del profesor.

En lo que respecta a la necesidad de conseguir la participación activa del alumno y su interés, es necesario recurrir a lo que se conoce como técnicas de motivación. En este sentido, es difícil establecer qué mecanismos pueden utilizarse, ya que este tema entra en el campo de la psicología aplicada y no todos los alumnos responden igual, ni con la misma intensidad, a idénticas motivaciones.

En general, se admite que las motivaciones deben ir dirigidas a hacer sentir al alumno que está realizando una labor interesante y de utilidad para su formación, de manera que vea en el desarrollo de la clase y en el estudio, un acicate para su posterior éxito profesional y nunca un obstáculo a salvar para la consecución de un título.

Esta labor de motivación puede ejercitarse incluso en el desarrollo de una clase. Un ejemplo de motivación de este carácter puede ser el tono y contenido que se da a la respuesta a una pregunta formulada en el curso de una exposición, de la cual el profesor debe procurar resaltar sus aspectos positivos y estimular al estudiante y al resto de sus compañeros a formular cuestiones, en la seguridad de que serán bien acogidas.

En cualquier caso, la utilización de técnicas de motivación sólo resulta verdaderamente eficaz cuando se trata de grupos reducidos de alumnos, que se suelen establecer en las tutorías. En este caso, el papel del profesor ya no es el de mero transmisor de información, sino que prima la labor de orientación y dirección de los trabajos o ejercicios. En todas estas actividades, que el profesor puede organizar de acuerdo al contenido de la asignatura y a los alumnos, la enseñanza se transforma en un verdadero aprendizaje en el cual colaboran activamente tanto profesor como alumno.

En definitiva, entiendo que la utilización de un método mixto, que emplee junto a la lección magistral debidamente estructurada, técnicas complementarias en las que el alumno participe activamente, (ya sea a través de los materiales didácticos tradicionales, o los proporcionados por las nuevas tecnologías), puede intentar superar las limitaciones impuestas por la masificación de nuestras facultades y llegar a cumplir los objetivos propuestos para la labor docente. A continuación podemos observar un cuadro resumen de todo lo expuesto anteriormente.

 

Cuadro 1. CONVERGENCIA DE LOS DISTINTOS METODOS DOCENTES.

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Fuente: Elaboración propia.