Enseñanza,
medios y nuevos canales de comunicación.
Variables
fundamentales para la educación en comunicación
J. Luis
González Yuste
Hablamos
de progreso, pero considerado desde cierto punto de vista, nos hallamos en un
período, si no de retroceso, al menos de mudanzas desagradables, y hemos de
recorrer mucho camino para alcanzar un período correspondiente en grandeza al
de las edades babilónicas. Los recuerdos más lejanos de la antigüedad nos
presentan la Caldea, aquel país donde en cada población sobresalía una ``Torre
de Estrellas". Sobre las habitaciones bajas se elevaba siempre el
observatorio; los hermosos jardines aéreos de la legendaria Semíramis
poetizaban con su frondosa vegetación y con el canto de sus pájaros la alta
torre superior desde la que los astrónomos interrogaban los espacios celestes.
No había ciudad completa si no poseía uno de esos templos de la ciencia
consagrados al estudio de la Tierra y del Cielo.
Una
leyenda harto conocida refiere que los hombres, unidos en un solo pueblo y
trabajando a la erección de uno de esos edificios del saber, la torre de Babel,
se encontraron repentinamente afectos de ignorancia mutua los unos por los
otros, y no comprendiéndose, partieron cada uno por su lado y quedaron
convertidos en extranjeros y enemigos. Actualmente hablamos de nuevo una lengua
común, la del estudio científico; nada nos impide unirnos aún más estrechamente
que nunca; ya hemos llegado al tiempo en que sin temor podemos renovar la construcción
comenzada. De esperar es que en un porvenir próximo cada población construirá
su nueva ``Torre de Estrellas" donde los ciudadanos acudan a observar
cómodamente los fenómenos del Cielo e instruirse en las maravillas de la
Tierra, el planeta natal.
Elíseo Reclus (1903)
Introducción: de ``Carta de una
desconocida" a ``¡Viva Zapata!", dos películas para iniciar un
análisis
El cine
es el protagonista de esta introducción, pero no como objeto de estudio, sino
para, a partir de dos magníficas películas, iniciar una reflexión sobre
comunicación y educación. Desde aquí, se va al cine porque es un lenguaje común
que ha sido capaz de ilusionar a generaciones creando y recreando situaciones,
razonamientos y por supuesto, también emociones. Y más concretamente por dos
razones: aprovechar su plasticidad para transmitir mensajes y comunicar –en el
sentido amplio-; y, también, para evidenciar que esta reflexión quiere empaparse
de los medios y pretende una aproximación a la realidad de la comunicación.
Una
carta que cambió una existencia
En Carta
de una desconocida, de Max Ophuls, una conmovedora historia, ambientada a
principios de siglo, sobre los sentimientos, las ausencias y el destino, el
personaje de Louis Jordan –Stefan Brand-, tras regresar a su casa de madrugada,
se prepara para salir de Viena. Quiere huir y evitar enfrentarse en un duelo
que llegará al amanecer y del que, probablemente, no saldrá vivo. En el momento
crucial, cuando se dispone a abandonar -no muy ``dignamente"- la ciudad,
recibe una carta. Es aquí, y a través de su lectura, cuando su vida adquiere un
nuevo significado.
La
misiva ha sido enviada por una mujer, Lisa Berndle -interpretada magistralmente
por Joan Fontaine-, una desconocida para él. Le cuenta cómo, desde que era una
adolescente -casi una niña- y él un joven pianista que vivía cerca de su casa,
le amó en secreto. Desde que recibe la carta, toda la película es un largo
flash back donde se narra la historia de cómo Lisa, obsesivamente, ha tratado
siempre de comunicarse con Stefan, haciéndose ver y reclamando su atención,
pero sin conseguirlo. En un momento –ya olvidado por él- sus vidas se cruzaron
y tuvieron una fugaz relación. Él, mientras, ha ido gastando su vida, sin rumbo
ni orientación, en una afanosa búsqueda de algo que aporte un sentido a su
existencia, sin lograrlo.
Stefan a
medida que lee va tomando conciencia de la magnitud de los sentimientos de ella
y va recordando, asimilando, entendiendo… su propia vida. Cuando finaliza el
mensaje ya conoce que Lisa y el hijo que tuvieron juntos han muerto. Borges
dice que ``sólo el que ha muerto es nuestro, sólo es nuestro lo que
perdimos". Desde este momento, acabada la carta y con ella el recorrido
por sus historias personales, todo es distinto. Stefan ya no es el mismo. Quizá
haya encontrado lo que había perseguido compulsivamente durante tanto tiempo.
Deja los preparativos para el viaje y, con una serenidad estremecedora, se
dirige hacia el lugar del duelo. Es el final.
Lisa ha
podido, por fin, -más allá del pasajero encuentro, que él ha sido incapaz de
recordar- llegar hasta Stefan. La carta ha sido el medio que ha logrado
acercarles realmente, superando la distancia que les separaba: toda una vida de
incomunicación. Y además, en el sentido que ella pretendía. Los signos que Lisa
enviaba -simulados encuentros casuales, fugitivos cruces de miradas…-, cuyos
códigos Stefan no comprendía o equivocaba – la toma por una mujer
``ligera"- adquieren una nueva dimensión a través del escrito. Lisa,
gracias a esa carta, ha podido transmitirle, como dice en la película, ``algo
que está más allá de nuestro entendimiento". Pero, la carta no ha sido
únicamente un vehículo o instrumento para ella. Su contenido ha logrado que
Stefan resitúe su vida – ante el difícil trance de enfrentarse a la muerte - y
manifieste una integridad largamente buscada. El efecto ha sido arrollador y ha
provocado una melancólica respuesta, más allá de lo esperado.
Por
encima de la azarosa vida de los protagonistas e independientemente de la
contagiosa emoción que se desprende de la película de Ophuls, el estudioso de
la comunicación y educación debería ``leer en la lectura de esa carta" y
pensar la trascendencia de la misiva. Por un lado, la carta -un medio- ha sido
capaz de desencadenar el proceso de comunicación deseado –tanto en la película
como en la novela original de Stefan Zweig-. Por otro, el mensaje incluido en
ese medio, cuyo contenido es nuevo para el receptor y llega de un emisor
desconocido, ha desencadenado una acción antes impensable. Ambos aspectos
muestran y refuerzan el significado de la tarea del educador en comunicación.
Es
fundamental subrayar la importancia del medio –los medios- en la realidad
social, por su papel y su influencia. Y sobre todo, lo es en la nueva era de la
comunicación, cuando los medios masivos se han desarrollado y acelerado de
forma vertiginosa.
Un
aprendizaje para ser más libre
¡Viva
Zapata!, de Elia Kazan, es la otra película que servirá de trampolín para
avanzar en la reflexión. La obra – con guión de Steinbeck - es un bello y
romántico alegato sobre la justicia y la libertad. En ella se hace un recorrido
por cuestiones candentes de la época en que está ambientada, pero que son
patrimonio de todos los tiempos. En ella aparecen la violencia, el paternalismo
y la mezquindad del poder, pero también la grandeza, la solidaridad y el
idealismo de los que luchan contra las miserias de la propiedad. No es
necesario referir aquí la trama de la obra, basada en las hazañas del
revolucionario mejicano; sin embargo, hay algunos elementos en la película sobre
los que llamar la atención. A lo largo de ella queda patente la importancia de
cuestiones relacionadas con la comunicación y las comunicaciones. Concretamente
en dos ocasiones: el momento en que el emisario de Madero pide que no rompan la
máquina de escribir, a la que se refiere como ``la espada de la mente"; o
en la que el mismo personaje indica a Zapata – un poderoso Marlon Brando - que
debe cortar el cable del telégrafo para retrasar la acción de sus
perseguidores.
Es en el
momento de mayor fuerza de la película cuando se destapa un elemento clave,
esta vez relacionado con la educación. Zapata ha triunfado, se ha hecho la
revolución y por fin ha logrado unirse a Jean Peters – en el papel de Josefa.
Cuando, en su primera noche juntos, ella despierta no encuentra a Emiliano a su
lado. Está mirando por el balcón. Le nota ausente, preocupado. Él trata de
evitar las preguntas de Josefa hasta que, por fin, exterioriza sus
pensamientos. ``Ahora, un caballo y un fusil no me servirán de nada ¡No sé
leer!", dice el revolucionario, que ahora se muestra frágil, vulnerable…
Pero, inmediatamente, resurge el luchador, el hombre que ha querido transformar
el mundo y ambiciona transformarse con él: ``¡Enséñame! ¡Enséñame ahora!",
casi le grita. Emiliano tiene la intuición de que la revolución no estará
completa hasta que él también se haya renovado con ella.
Zapata
se da cuenta de la importancia que tiene aquello que llama ``leer y
escribir". En realidad, significa iniciar uno de los caminos posibles
hacia el conocimiento que tanto desea. Pero, también, supone algo fundamental,
no quedar fuera de una parte de la existencia. Siendo consciente de la enorme
incidencia que la comunicación tiene en la realidad, esa misma realidad que
quiere cambiar, siente que necesita apropiarse de esos códigos. Para él, esto
representa: por un lado, comenzar a entender todo un mundo ante el que se
encontraba inerme; por otro, reforzar su capacidad para transformarlo.
Desde la película de Kazan, por tanto, llega otro argumento que debe abordarse
hoy, en el mundo de los medios y las nuevas tecnologías de la comunicación, con
detenimiento y sumo cuidado. Emiliano siente la necesidad de adquirir la
destreza de leer y escribir –la alfabetización de su tiempo-. No le asusta
aprender ya que es, justamente, en la formación y transformación personal donde
su lucha alcanza la mayor dimensión y su máxima expresión. Lo que le preocupa
es quedarse apartado, en el margen del camino, sin recursos para intervenir en
su mundo.
En la
actualidad, esta vía de superación es más necesaria que nunca, porque en la era
de las tecnologías de la información las exigencias son más amplias. Es una
necesidad conocerlas, entenderlas y manejarlas para no quedarse fuera de la
realidad. Para ello, los medios - que ya son una segunda naturaleza para muchos
ciudadanos - han de ser integrados en la educación, y así conocerlos
críticamente, aprovechar todos sus recursos y no quedar indefensos ante ellos.
Ésta es una labor de todos, especialmente de los que buscan una formación libre
e integral del individuo.
Educación
y comunicación
Retornemos
al inicio del siglo XXI, donde nos encontramos tecnologías del futuro. Castells
(1986) dice que ``un nuevo espectro recorre el mundo: las nuevas tecnologías. A
su conjuro ambivalente se concitan los temores y se alumbran las esperanzas de
nuestras sociedades en crisis. Se debate su contenido específico y se
desconocen en buena medida sus efectos precisos, pero apenas nadie pone en duda
su importancia histórica y el cambio cualitativo que introducen en nuestro modo
de producir, de gestionar, de consumir y de morir". Es ahora, por tanto,
el momento de exigir una formación que asegure el conocimiento adecuado de las
claves en comunicación y para los medios, los nuevos y los de siempre.
Cabero
(1996) responde no a la pregunta de si estamos preparados para
decodificar los mensajes generados por estas nuevas tecnologías. Dice que
``resulta llamativo que estamos empezando a plantear las necesidades que pueden
generar otros medios y aún todavía nuestra escuela no ha asumido consciente y
críticamente, la necesidad de alfabetizar a los alumnos para decodificar los
mensajes emitidos por los medios de comunicación de masas".
A pesar
de todo y, justamente por ello, se debe comenzar. El retraso puede, intentando
hacer de la necesidad virtud – y si se juegan bien las cartas - tener un papel
beneficioso. Se ha de buscar – inexcusablemente - una vía que dé respuesta a
las cuestiones de ``educación para los medios" y ``educación desde las
nuevas tecnologías". Y para ello, ¿por qué no abordar el problema desde
una perspectiva de conjunto? Aprovechando el desfase que la escuela lleva en
educación en comunicación, puede plantearse una renovación del ámbito educativo
que tenga carácter integral.
Hasta
ahora, la realidad es que la educación en medios y la integración de las nuevas
tecnologías en el aula han avanzado, han retrocedido o se han estancado por
caminos paralelos, pero separados. Sin embargo, no debe olvidarse que ambas
forman parte de una misma necesidad: abrir la escuela a la realidad y
aprovechar las posibilidades que el entorno y el contexto ofrece para
desarrollar una educación significativa en la era de la comunicación. No puede
ni debe, por tanto, separarse una educación en medios y la integración de las
nuevas tecnologías cuando se habla de escuela. Ambas van unidas si se pretende
una educación para la contemporaneidad.
En este
texto, realizaremos una aproximación a la escuela atendiendo a esa doble
perspectiva: la necesidad de integrar la educación en medios como área de
aprendizaje – transversal y específica - por un lado; y, por otro, la
posibilidad de que la escuela se transforme, incorporando el reto de educar
desde las nuevas tecnologías, decodificándolas e interactuando con ellas. En ambos
casos, su incorporación ha de estar alejada de visiones instrumentalistas
o tecnicistas, planteando la renovación de acuerdo con las necesidades
de la educación en comunicación y no desde una simple introducción de
tecnología en los centros educativos. Todo ello, necesariamente, a partir de
una óptica de renovación didáctica y pedagógica – y también del modelo
educativo - que suponga una educación para la realidad cultural y
comunicacional.
El
objetivo es reivindicar un modelo de enseñanza crítica y reflexiva capaz de
formar para los medios y desde las nuevas tecnologías, respondiendo a los
actuales retos académicos y educativos, laborales y sociales, y - por supuesto
- el desafío cultural. Ferrer i Guàrdia, con un discurso muy propio de
principios de siglo, decía que ``la idea de la enseñanza no debería ir seguida
de ningún calificativo, responde únicamente a la necesidad y al deber que
siente la generación que vive en la plenitud de sus facultades de preparar a la
generación naciente, entregándole el patrimonio de la sabiduría". Es
decir, en el momento actual, se trata - desde la institución educativa, pero
con la sociedad - de abrir nuevos caminos para la formación del ciudadano del
tercer milenio.
Medios
y escuela: dos imanes y el mismo polo
Las
preguntas sobre los medios ``se han multiplicado, cambiado y matizado hasta la
saciedad. ¿Qué hacen con la gente?, se preguntaban los primeros funcionalistas
que estudiaban la comunicación de masas. ¿Qué hace la gente con los medios?, se
preguntaron después los investigadores de la corriente de usos y
gratificaciones. ¿Cómo modelan nuestra cultura?, se interrogan, más
recientemente, los analistas de la tradición de estudios culturales (…)"
(Pérez Tornero, 1996).
Muchas
son las preguntas y también las respuestas. Lo cierto es que los medios han
tenido y tienen un papel relevante en la cultura y en la educación. Constituyen
la cultura principal en la que los niños y jóvenes se desarrollan. Es un hecho
incontestable que han derribado los muros y se han introducido en la escuela
ejerciendo, muchas veces el papel de ``profesores salvajes", tal y como se
les define en el Libro blanco sobre la educación y la formación de la
Comisión Europea (1995).
En
realidad, las relaciones de los medios con la educación han sido siempre, para
bien y para mal, muy ``particulares". Ya en el origen, el desarrollo de
los media planteó la posibilidad – al menos teórica - de afrontar desde una
nueva óptica cuestiones tan fundamentales para la sociedad como los problemas
en la transmisión y la distribución del saber. El factor multiplicador de los
medios hizo pensar que se democratizaba el acceso a la información y, por
tanto, con la colaboración de la institución educativa, se lograba un giro
copernicano en los mecanismos de generación, difusión y apropiación del
conocimiento. Pero, en palabras de Schaeffer (1990) ``este `mejor de los
mundos', por muy utópico que sea, no era ni convenientemente aproximado, ni
verdaderamente buscado. Se producían dos huidas paralelas, igual que la de dos
galaxias que se dilatan, rechazándose una a la otra. No se podrá negar que en
casi todo el planeta, tanto la escuela como los media trataban de extenderse,
manteniendo cada una de las instituciones su apego a su estilo y a sus géneros,
a su público y a su personal, a su misión, a sus efectivos y a sus
créditos". Esta dinámica trae como consecuencia que, cuando medios y
escuela se encuentran en un mismo espacio, como dos imanes que se acercan por
el mismo polo, la presencia de uno acabe repeliendo al otro.
En los
primeros contactos, la escuela recibe a los medios como un cuerpo extraño,
sobre todo basándose en su aportación de información efímera, superficial o
sensacionalista. Podría afirmarse que la ``sociedad del saber" - de la que
la escuela se siente guardiana - niega hospitalidad a la ``sociedad de los
media" (Schaeffer, 1990). Así, persistentemente, desde la institución
educativa, se impugna a los medios y se rebate su ``dignidad cultural",
descuidándose de su existencia.
Pronto,
sin embargo, los medios ponen de manifiesto su poder de convocatoria. La
avalancha de imágenes y la abundancia de mensajes que proporcionan deja sin
recursos a la escuela. McLuhan llega a decir que, cuando el niño dejaba su
pantalla de televisión para ir a la escuela, no podía hacer otra cosa que
regresar a ella. Es en este momento cuando – desde la evidencia de su presencia
en todos los órdenes de la sociedad - la escuela toma conciencia de la fuerza
de los medios. La institución educativa se ve sin recursos y sin respuesta ante
su dinamismo y comienza a percibirlos como una poderosa competencia.
Además,
desde distintos sectores se da la alarma sobre los desequilibrios, dispersiones
y, fundamentalmente - en términos de Abraham Moles - la famosa ``cultura
mosaico" que se está generando a partir de los medios de comunicación de
masas. Se piensa que la escuela debería estar capacitada para enfrentarse a los
medios, ilustrando sus contenidos e interpretando sus formas, transformándolos
en un conjunto coherente. Sin embargo, esta necesaria aproximación, se hace
desde una concepción premoderna, mirando a los medios y los nuevos canales de
comunicación como algo exterior a la cultura y de carácter maligno, perverso y
deshumanizador. En este planteamiento se evidencia la falta de recursos para
entender los medios y dar respuesta a la nueva sociedad de la información.
Además, este enfoque de ``escuela antídoto" ante los medios es uno de los
factores que han incidido, mantenido y agrandado la brecha entre el sistema
educativo y los propios media.
Pero,
también, (Masterman, 1996) los medios han visto con hostilidad, recelo y
desconfianza a la institución educativa. Ven, en la actitud de la escuela, una
forma de proteccionismo en la que los profesores son los ``guardianes de la
moral" y tienen como obligación proteger a los niños de los excesos de
sexo y violencia en los medios. Otros reparos que manifiestan están
relacionados con la creencia de que una enseñanza sobre comunicación es una
actividad completamente negativa que está interesada en convertir a los media
en blanco de todas las iras. También, se desconfía y hay dudas por la
capacitación de los profesores ``expertos" a la hora de abordar las
cuestiones relacionadas con la práctica profesional de los medios. Estos - y
algunos más- son los ladrillos que sustentan el muro de la incomprensión entre
ambos mundos.
De todas
maneras, más allá de los bien-mal-entendidos que los han distanciado, el gran
obstáculo entre escuela y medios está en el modo diferente, que tiene cada uno
de los grupos de conceptuar los medios mismos. El ``espejo o ventana"
frente a la ``factoría o confección" son las concepciones que subyacen en
el fondo de los roces y polémicas entre los profesores y los profesionales de
los medios. La primera idea, según la cual los medios cumplen la función de
reflejar la realidad, o bien, ofrecer una visión transparente de ella, supone
una relación plana, tibia y sin conflictos entre medios y realidad. Este
planteamiento es combatido activamente desde la segunda posición, que defiende
que los medios tienen un papel muchos más activo y construyen una realidad
``mediatizada" o confeccionan una determinada representación de ella, con
unos valores implícitos.
Ambas
posiciones –la fabricación frente al reflejo, la confección frente a la
ventana- forman una barrera que separa el mundo de la comunicación y el de la
enseñanza. Para romperla, según Masterman (1993), ``los profesionales de los
medios podrían reconocer que están inevitablemente implicados en procesos de
`representación' debido a la naturaleza de sus propias prácticas mediadoras (…)
sin creer necesariamente que su integridad pueda verse comprometida".
Pero, además, la cuestión fundamental es que la escuela abandone el enfoque de
``enseñanza vacuna", que no recoge la vinculación entre comunicación y
educación que requiere la sociedad de la información. La educación, ante el
protagonismo de los medios y las nuevas tecnologías de la comunicación,
necesita de una renovación y una transformación más profunda, y ello de un modo
triple: en sus programas, en sus métodos y en sus objetivos. En palabras de
Martín Barbero (1996), es necesaria la emergencia de ``un proyecto pedagógico
que cuestione radicalmente el carácter monolítico y transmisible del
conocimiento, que revalorice las prácticas y las experiencias, que alumbre un
saber mosaico hecho de objetos móviles y fronteras difusas, de
intertextualidades y bricolaje. Y es en ese proyecto de saber donde comienza a
abrirse camino la posibilidad de dejar de pensar antagónicamente escuela y
medios audiovisuales".
2.
Educación en la sociedad de los medios y las tecnologías de la comunicación
La
explosión de nuevas tecnologías de la información ha añadido inquietudes a las
disputas tradicionales entre escuela y medios. Pero ¿qué son estas ``nuevas
tecnologías" o ``tecnologías avanzadas" sobre las que gira la
polémica? Se hace necesaria una aclaración inicial y un acuerdo. González Soto
y otros (1996) proponen definir nuevas tecnologías de la información y la
comunicación como las relativas a ``el conjunto de procesos y productos
derivados de las nuevas herramientas (hardware y software), soportes de la
información y canales de comunicación relacionados con el almacenamiento,
procesamiento y transmisión digitalizados de la información". En este
sentido, la digitalización es la clave que otorga sentido a los conceptos
``nuevo" y ``avanzado", hasta ahora tan versátilmente utilizados. Por
tanto, a medida que se incorporen a los sistemas digitales, también entrarán a
formar parte de este conjunto los ``viejos" medios.
La
cuestión fundamental, a destacar, respecto de las tecnologías en general, y las
de la comunicación en particular, es la innegable transmutación -prácticamente
impensable hace apenas un siglo- que han conseguido: se han tornado invisibles.
Su presencia en todos los actos de la vida -ya desde los primeros llantos-, las
ha integrado completamente en la cotidianidad y respiramos con ellas. Realmente
son tan habituales que se ha perdido la conciencia de su presencia y, sobre
todo, de su trascendencia para el funcionamiento de la sociedad. De tanto que
se ven, han llegado ha no verse. Sólo se percibe su importancia cuando fallan o
no las encontramos. Esta transparencia es una característica complicada y
problemática, que debe ser tenida muy en cuenta. Se ha de recordar que ningún
medio o tecnología, vieja o nueva, es neutra. Por tanto, es necesario ``verlas
y observarlas" ya que, más que nunca, están incidiendo en la manera como
se interactua con la realidad y, también, en la forma de entender el mundo.
Dada la
importancia de estos procesos se ha llegado a catalogar esta época como la
``cuarta revolución" de la comunicación. La digitalización y los medios
electrónicos le otorgarían ese estatus. Sin embargo, este planteamiento adolece
de un fuerte determinismo tecnológico. Como dice Adell (1997) ``con frecuencia
olvidamos que una tecnología no sólo tiene implicaciones sociales, sino que
también es producto de las condiciones sociales y, sobre todo, económicas de
una época y país. El contexto histórico es un factor fundamental para explicar
su éxito o su fracaso frente a tecnologías rivales y las condiciones de su
generalización". Las tecnologías no nacen ``en un tubo de ensayo"
aunque, si aceptamos la metáfora, pudiera parecerlo. Tienen su origen en la
sociedad que sostiene dicho tubo, la cual puede decidir utilizarlo, pero
también –si le interesa-, puede romperlo o guardarlo en un armario del
laboratorio social de la realidad. En cualquier caso, será la sociedad, y no la
tecnología propiamente dicha, quien tenga la primera y la última palabra.
Esta
revolución tecnológica, por tanto, sólo es posible dentro de un conjunto de
transformaciones más amplio que ha dado lugar a lo que se denomina como ``la
sociedad de la información". A ella se ha de acudir para entender los
cambios producidos ya que, como afirma Castells (1995), ``el cambio tecnológico
tan sólo puede ser comprendido en el contexto de la estructura social dentro
del cual ocurre". Esta sociedad informacional plantea cuestiones tan
importantes a nivel socio-cultural y educativo, como:
• la explosión en la cantidad de información –y el
consiguiente aumento de ruido-, lo que comporta que sea la selección de la
información importante o relevante, para evitar la saturación y sobrecarga, la
cuestión fundamental, por encima del simple acceso a la información, como
ocurría hasta el momento.
• la llamada cultura mosaico, que se establece a partir de
características como la falta de estructuración y profundidad en la
información, la superficialidad y estandarización de los mensajes, la
espectacularización de los contenidos, y, por tanto, una disminución y
dispersión en la atención.
• la expansión de una industria cultural, que difunde y
promociona determinados valores sociales en base a los parámetros marcados por
la sociedad de consumo.
• la modificación de las coordenadas de tiempo y espacio
respecto a la ampliación en nuestra capacidad para transmitir todo tipo de
información, con lo que se elimina la necesidad de coincidir en momentos
señalados o en determinados lugares.
la posibilidad de desarrollar un mayor nivel de
interactividad, cambiando el cometido del emisor y el receptor, con lo que se
plantean nuevas formas de interacción social.
Para afrontar
estos aspectos de la nueva sociedad de la información, se necesita -desde la
educación- una concepción de enseñanza-aprendizaje y de escuela distinta. El
estallido de la información, su deslocalización y las posibilidades de
interacción son un desafío al que la institución educativa debe dar
contestación clara, categórica y actualizada. Para desarrollar su labor, por
tanto, la escuela debe plantearse cuestiones como cuál es su papel en relación
a las conexiones existentes entre estos nuevos canales de comunicación y el
ámbito sociocultural y, también, cuál es la repercusión de los medios en los
procesos cognitivos, a corto, medio o largo plazo. Son realidades que debe
afrontar ya que, hasta ahora (Bartolomé, 1996) ``los centros educativos se
muestran razonablemente eficaces, a diferentes niveles, en los procesos de
socialización. También afrontan, aunque con dificultades importantes, los
procesos de educación afectiva y formación ética (…). Pero la escuela no está
preparada para afrontar el gran reto del final del milenio: el paso de la
sociedad industrial a la sociedad de la comunicación está suponiendo un nuevo
modo de conocer".
Para
ello, una de sus tareas fundamentales, es la de ``deshacer el entuerto" en
relación a los conceptos de información y conocimiento, en su relación con los
medios. Consecuencia de las amplias posibilidades –y también imposibilidades-
que ofrecen los apresurados cambios producidos, con demasiada frecuencia se
confunde ``información" –ofertada por la sociedad de los medios y las
nuevas tecnologías- con ``conocimiento". Como dice Sandi (1984) ``la
diferencia entre información y conocimiento es que este último esta dotado de
significación". Sin embargo, los medios, contrariamente a lo que se afirma
algunas veces, no pretenden ofrecer conocimiento, como tampoco tienen el fin de
formar ni informar. Su objetivo es conquistar audiencias que produzcan
beneficios económicos. Justamente por ello, la trivialidad, estereotipación,
falta de argumentación y de vertebración característica de los medios – también
de las nuevas tecnologías- los aleja bastante de la idea de conocimiento con la
que, a veces –interesadamente-, se confunde la simple información. Desde esta
perspectiva, dando significación a la información, la escuela puede encontrar
su espacio en la sociedad de los medios y jugar su baza de aproximación a la
realidad, para educar sobre y desde ella. Este desafío y esta responsabilidad
es una asignatura que la educación debe y puede aprobar. Por ello ha de
transformar sus principios y finalidades, incorporar nuevas tácticas,
convirtiéndose en un instrumento de la sociedad para intervenir en la realidad.
Ha de aparecer, por tanto, como una alternativa necesaria -que no única ni
excluyente- capacitada para dar réplica a los medios, los viejos y los nuevos,
los de ahora y los de siempre.
3.
Retos y responsabilidades de la escuela ante la nueva comunicación
Las
razones para afrontar una renovación de la institución educativa en relación a
la nueva era de la comunicación son múltiples. Inicialmente, conviene señalar
una circunstancia que, por evidente, no está suficientemente destacada y
explicitada: la realidad, contundente y palmaria, de que existe un profundo
cambio cultural. Se está desarrollando una transformación de tal envergadura que
es, afirmando con Martín Barbero(1996) , ``no un cambio de viejos contenidos en
nuevas formas o viceversa, sino un cambio en la naturaleza del proceso: la
aparición de una `comunidad mundial' en la que hombres de tradiciones
culturales muy diversas emigran en el tiempo, inmigrantes que llegan a una
nueva era: algunos como refugiados y otros como proscritos, pero todos
compartiendo las `mismas leyendas'". Este ``desorden cultural"
plantea retos de fondo a la sociedad y a la escuela, que no son reducibles a
una mera cuestión tecnológica pues son todas ``las prácticas culturales de
memoria, de saber, de imaginario y creación las que hoy conocen una seria
reestructuración" (Renaud, 1990). En esta cultura del caos -que no caos de
la cultura-, donde todos los planteamientos tradicionales se cuestionan,
aparecen razones objetivas/subjetivas que exigen en la escuela, educar para los
medios y desde las nuevas tecnologías.
Ante
todo es un reto cultural
La
distancia que separa a los profesores y, por ende, a la institución educativa
de los alumnos es cada vez mayor. Los medios han modificado las maneras en que
circula la información y el saber, pero además constituyen un indiscutible
espacio de identidad y socialización, recogiendo normas y modelos de conducta,
asentando prácticas y costumbres. Al estigmatizarse a los medios -desde un
discurso superficial y reduccionista- como los peores enemigos de la escuela y
con su expulsión de las aulas –y de las estrategias pedagógicas- se están
ensanchando las barreras culturales que separan a la escuela de la realidad
social. Los jóvenes, ante la imposibilidad de encontrar en la escuela una
respuesta crítica, lúdica y creativa a unos medios que potencian la
masificación, el conformismo y el consumismo, pueden tender a ``dejarse
absorber por los medios". La razón es, siguiendo a Martín Barbero (1996),
la ``abisal distancia entre la actividad, curiosidad, actualidad, apertura de
fronteras que dinamizan hoy el mundo de la comunicación, y la pasividad,
uniformidad, redundancia, anacronía, provincianismo que lastran desde dentro el
modelo y el proceso escolar".
Además,
es un desafío educativo
Mientras
se acusa a la televisión de embotellar la inteligencia, el rapto de la
iniciativa y la coronación de la superficialidad ¿no debería, la escuela, verse
la viga en el propio? ¿Es que la institución educativa es, como se pretende,
quien dinamiza la reflexión, estimula la creatividad y aporta profundidad al
conocimiento? La respuesta, como decía la vieja canción, ``está en el
viento". Lo cierto es que su alejamiento de la realidad social y cultural
la ha marginado ¡ya! al papel de aparcamiento institucional donde la población
juvenil queda recluida durante unas horas diarias -lectivas, por supuesto -. Un
uso pedagógico creativo y crítico de los medios y las nuevas tecnologías puede
aportar –sin ser ninguna receta mágica- la posibilidad de ``aprender de los
medios" en lugar de ``aprender por los medios". Esto permitiría
apropiarse críticamente de sus contenidos y descifrar los cambios que conducen.
De esta manera la escuela tiene un camino abierto para -explorando nuevas
temáticas, abriéndose a otros modos de conocimiento y adquiriendo nuevas
dinámicas de estimulación- ``encontrarse" con su sociedad.
Igualmente,
es una competencia académica
La posible
existencia de muchos medios –como es el caso- no garantiza una información
divergente, al contrario, puede reforzar el discurso hegemónico de los grandes
grupos mediáticos. La escuela ha de aportar una reflexión sobre estas
cuestiones, desde aspectos como la globalización hasta realidades como el
exceso de información. Iniciar este camino supone no sólo un cambio de los
contenidos de la educación para los medios, sino también un cambio
metodológico. Se trata de desarrollar un aprendizaje de y para el contexto, a
través de un conocimiento que parte de la realidad y que constantemente remite
a ella. Además, el objetivo de desarrollar una formación crítica -que permita
analizar, sintetizar y jerarquizar- requiere que se ofrezcan ``instrumentos a
los alumnos con el fin de no perderse ante la avalancha de información que les
ofrecen y desarrollar filtros ante la repetición de mensajes que terminan
naturalizando la noticia" (Aparici, 1996). La saturación dificulta la
distinción de causa y efecto, sustancial o circunstancial, determinante frente
a fortuito, etc. Por ello, la escuela debe abordar los temas de fondo y
remitirse a las causas profundas que evidencien la complejidad de la realidad,
garantizando la diversidad y planteando la comunicación como algo que
compromete a todos los ciudadanos.
Es
una exigencia laboral
En el
ámbito laboral se han producido cambios -y se están gestando más- en relación a
la incorporación de las tecnologías de la información y la comunicación a las
dinámicas de empresa. Se buscan trabajadores competentes en tecnología, con las
habilidades ya adquiridas, con facilidad para el reciclaje continuo y, por
tanto, con recursos para acceder rápidamente a la información, preparados para
analizar, evaluar y solucionar problemas, al tiempo que capacitados para tomar
decisiones. ¿Está la escuela y los centros educativos dando una respuesta a
esta demanda? La realidad es que las nuevas tecnologías han entrado como un
mueble más en los centros, sin un proyecto pedagógico que recoja los objetivos
de incorporación al mundo del trabajo, donde las nuevas tecnologías son la
prioridad fundamental en importantes ámbitos socio-laborales.
También
es una responsabilidad social
Los
niños y jóvenes -y también los adultos- están mucho tiempo en contacto con los
medios de masas. Concretamente, el sector en edad escolar pasa más tiempo con
los medios de comunicación que en los centros educativos. Aparici (1996) recoge
un informe de la Asociación para la Alfabetización Audiovisual (AML) de Toronto
donde se ``señala que poco antes de terminar la educación secundaria un
estudiante pasa aproximadamente unas 11.000 horas en un instituto, frente a
unas 15.000 horas ante el televisor y unas 10.500 horas oyendo música pop.
Además de otras miles de horas dedicadas a otros medios de comunicación como el
cómic, el cine, los videojuegos". Que los medios de comunicación, por
tanto, inciden en el sistema de percepción de valores y actitudes es innegable.
Como tampoco admite duda que la escuela tiene la co-responsabilidad de que los
adolescentes tomen conciencia de lo que significa vivir en un mundo
audiovisual. La institución de enseñanza -en el marco de una educación en
valores- ha de conseguir que los jóvenes logren un mínimo dominio sobre el uso
que hacen de los medios de comunicación, es decir, que a través de criterios de
análisis y reflexión crítica, desarrollen autonomía para interpretar y
seleccionar los mensajes que les proponen los medios.
Broncano
(1996) dice que ``si la información creciese en los árboles y viviésemos en el
paraíso terrenal no necesitaríamos comunicadores y educadores, pero la
información es un producto costoso y difícil de obtener", con lo que se
hace imprescindible encontrar un espacio de convergencia para la educación y la
comunicación.
II. Educación
para los medios
4.
Atrincheramiento de la escuela: los desajustes y la resistencia al cambio
En esta
renovación necesaria para una educación sobre los medios y las nuevas
tecnologías de la comunicación una pregunta aparece persistentemente: ¿supone
este cambio el fin para la escuela? Desde luego, siguiendo a Brunner (1996), si
que es el ``fin de la escritura" como herramienta intransigente y también
significa el ``agotamiento de lo textual" en su faceta de dispositivo
totalitarista. Más que nunca antes se hará evidente que el orden escolar es
esencialmente una combinación de procedimientos, que se hará -dentro o fuera
del aula- mediante textos de muy diverso tipo recurriendo a medios múltiples y
combinados. Se modifica, por tanto, de forma trascendental, la dinámica
educativa, forzando nuevas estrategias didácticas y pedagógicas.
Además,
la transformaciones en las fórmulas desde las que se origina y accede a la
información exigen que los procedimientos para su adquisición y uso sean más
importantes que los contenidos propiamente dichos. Esto comporta que la línea
educativa en la sociedad de la información sea la de desarrollar mecanismos
para ``aprender a aprender", y más concretamente, aprender a aprender ``a
lo largo de toda la vida". Respondiendo, por tanto, a la pregunta
planteada, si bien esto no significa el fallecimiento de la escuela, sí supone
su evolución.
Esta
realidad, con la que se enfrenta la institución educativa, nos encara con una
cuestión capital: la resistencia al cambio. ¿Qué ocurre cuando la apatía y la
inercia en la que se conforma –inalterable y previsible- el entramado
institucional educativo se altera? Históricamente, la mínima modificación en
las apacibles y reposadas aguas de la escuela tradicional, ha destapado la caja
de los truenos. Y concretamente en relación a los medios de comunicación, con
los que, desde el principio, el sistema de enseñanza ha actuado a la defensiva,
tratando de protegerse de un entorno enormemente variable para el que no tiene
diagnóstico.
Esta
postura –esclerótica- marca un mayor desfase, sobre los ya existentes, respecto
de los procesos comunicativos que dinamizan la sociedad. En este sentido, la
escuela (Martín Barbero, 1996) marca desajustes tan importantes como:
• negarse a aceptar el descentramiento cultural que atraviesa
el libro -hasta ahora su eje pedagógico-, el cual, siendo importante, en una
sociedad multimedia supone un recurso más sin la categoría de ``oráculo"
que se le venía asignando.
• una obstinada ceguera a la pluralidad y heterogeneidad de
códigos presentes (hipertextuales, audiovisuales, musicales…), culpabilizando,
además, a las tecnologías de la crisis de la lectura y esquivando una profunda
reorganización de sus estructuras.
• ignorar que se cuenta con mecanismos de ordenación,
relación y divulgación más prácticos, asequibles e ilimitados que la escuela,
que ya no es el eje central en la transmisión del saber.
• alejarse del entorno de la cultura que rodea a los medios y
las tecnologías de la comunicación, a la que ve como un desequilibrio y una
dispersión en el modelo de conocimiento, atrincherándose en una cultura que se
distancia cada vez más del mundo en el que viven/sobreviven los jóvenes,
incapaz de ofrecer instrumentos que les permitan apropiarse crítica y
creadoramente de los nuevos canales de la comunicación.
En los
primeros factores de resistencia se recoge la eterna disputa que enfrenta a
imagen y texto. Tradicionalmente el modelo de comunicación que subyace a la
educación es el que instituyó el texto impreso. La escuela encarna y se encarga
de prolongar este ``régimen de saber" porque, además, coincide plenamente
con la forma sucesiva y lineal en la que ella misma se concibe. A este modelo
mecánico y unidireccional le corresponde la lectura pasiva que la escuela
tradicional ha fomentado y, además, tal y como lo ha explicado Martín Barbero
(1996), ha continuado ``prolongando la relación del fiel con la sagrada
escritura que la Iglesia instaurara. Al igual que los clérigos se atribuían el
poder de la única lectura auténtica de la Biblia, los maestros detentan el
saber de una lectura unívoca, esto es de aquella de la que la lectura del
alumno es puro eco". Para la institución educativa, frente a los textos
que son claros y unívocos, la imagen presenta una polisemia difícil de
controlar y esto la sitúa en un terreno complicado, al que la escuela siempre
ha sido reacia. Este debate, que fomenta una inútil rivalidad y un combate de
exclusión, cada vez tiene menor sentido. Es una polémica estéril que debe
desterrarse planteando un enfoque más cuidadoso, por el que se integre texto e
imagen desde una complementariedad constantemente revisada y corregida.
Las
últimas variables están ligadas a lo que muchos profesores entienden como la
decadencia del -ya muy desgastado- poder docente e incluso en la posible
supresión de su figura. Cabría decir, en este caso, y parafraseando a Isidro
Moreno cuando ironiza sobre este tema, que el profesor que pueda ser sustituido
por una máquina ``es que se lo merece". Lo que se esconde tras este temor
es más una falta de perspectiva que una remotísima posibilidad. Al contrario,
la tendencia indica que, incorporando las nuevas tecnologías y recogiendo la
realidad cultural en la escuela, la figura del docente se hace más necesaria e
imprescindible que antes. Y ello es porque la existencia de potentes medios
tecnológicos, que presentan y distribuyen el conocimiento de manera distinta,
necesitan de nuevos caminos pedagógicos que el docente puede y debe aportar.
Es evidente,
por tanto, que no hay razones que justifiquen las principales argumentaciones
de resistencia. Es más, la aparición de nuevos canales de comunicación y, con
ellos, una nueva cultura, significa ampliar las posibilidades, como la de dotar
a los jóvenes de recursos para un desarrollo autónomo, que les permita explorar
y analizar la nueva era de la comunicación. Perceval (1995) dice, para el
audiovisual, que ``el lenguaje de la televisión rompe con el aprendizaje
repetitivo de fórmulas, ceremonias y protocolos que estaban claramente marcados
por los textos escolares. El sistema ha roto con la dinámica unidireccional en
beneficio de la investigación y la asunción de responsabilidades de un alumno
que deja de ser pasivo". Esta realidad, en lugar de atemorizar al docente
o a la institución educativa, debe ser un aliciente y una motivación. Por ello,
algunos profesores, conscientes de esta realidad, miran nacer esta nueva
cultura –que podría desubicarlos- desde la valentía y la implicación. Es en
este sentido, abordando la educación y comunicación desde la posibilidad de
inaugurar escenarios distintos y enriquecedores dispositivos de diálogo como
pueden alejarse las dudas y la resistencia al cambio.
5.
Distintos enfoques, distintas estrategias, distintos objetivos para la
educación en medios
Si
exploramos el panorama histórico de las relaciones entre medios de comunicación
y escuela encontramos algo similar al argumento de un melodrama del cine
clásico. Una historia de amor y odio con dos protagonistas de personalidades y
objetivos en la vida muy diferentes que, tras múltiples encuentros y
desencuentros, equívocos y aciertos, se ven subsumidos en una compleja trama de
prejuicios, tópicos, confusiones e intereses cruzados, pero que –a ningún
espectador perspicaz se le escapa- están condenados a encontrarse y mantener
una relación que parece inevitable. Esta realidad se hace incontrovertible,
sobre todo, para la institución educativa, a no ser que –algo que aun está por
ver- esté dispuesta a quedarse fuera de la película de la realidad.
Pero
-así como en las historias de amor en las que el cine clásico nos sumergía- la
hora de la verdad llega cuando los protagonistas inician su vida en común. La
manera en que ha de plantearse el guión de esta convivencia, con personajes que
presentan tantas contradicciones y puntos de fuga, es la cuestión clave en el
futuro de la educación en medios y nuevas tecnologías.
Existen
diferentes modelos narrativos, con esquemas argumentales distintos, de cómo se
han de encauzar las relaciones de convivencia/conveniencia entre educación y
comunicación. Hasta el momento (Aparici, 1996) los modelos que han
caracterizado las relaciones entre nuestros protagonistas, la comunicación y la
educación, han sido el enfoque tecnicista, la perspectiva de los efectos y el
planteamiento crítico.
El
enfoque tecnicista
En él se
admite la utilización educativa de los medios como estrategia y recurso, pero
se echa en falta una reflexión sobre los mismos. En este enfoque se parte de la
premisa de que la tecnología es neutra y tiene una capacidad meramente
funcional. Así, sobre esta base se introduce en la escuela como instrumento o
como área. Sin embargo, este planteamiento no presenta la posibilidad ni la
necesidad de un análisis sobre los medios que ponga de relieve cuestiones tan
básicas como que, en su reproducción de la realidad, se muestran unas
perspectivas determinadas o se realizan recortes significativos. En definitiva,
se utilizan los medios, pero sin cuestionar el tipo de contenidos que vertebran
y sin analizar el mensaje o las formas de representación utilizadas.
La
perspectiva de los efectos
En ella
se atiende al beneficio que los medios aportan al proceso de
enseñanza-aprendizaje. Se supone que su presencia tiene, en el mejor de los
casos, un valor motivador que cataliza las expectativas del alumno hacia un
aprendizaje significativo. En el peor de los usos, se utiliza como un
instrumento de distracción/contención convirtiéndose en un pasatiempo
entretenido. Es una concepción animista por la que se atribuye a los medios un
poder místico que resuelve las carencias del sistema tradicional, olvidando que
la clave se encuentra más en tratamiento pedagógico y didáctico que en la
simple introducción del medio.
El
planteamiento crítico
Por
último, el planteamiento crítico, basado en un modelo participativo y
constructivista de la enseñanza-aprendizaje. Su objetivo es decodificar
mensajes y contenidos, analizando, jerarquizando y ordenado la información
difundida por los medios y las nuevas tecnologías de la información. Este
planteamiento no olvida la comprensión del proceso comunicativo y atiende al
análisis de las bases ideológicas del discurso construido por los medios.
También, busca la desmitificación de los medios y para ello los convierte en
``herramientas expresivas". En esta línea educativa se promociona una
estrategia pedagógica de motivación y autoexpresión. El fin último de la
perspectiva crítica sería la intervención social para, potenciando una
educación dinámica y autogestionaria, cooperativa y solidaria, y a partir de un
concepto social de la libertad, desarrollar la imprescindible formación en
valores y para la ciudadanía.
Es
cierto que la escuela debe acercarse a los medios y ha de integrar tanto las
nuevas modalidades que el entorno comunicativo posibilita, como sus discursos y
relatos. Pero, siempre, superando la concepción instrumentalista de los medios
y las tecnologías de la comunicación que presentan los primeros enfoques. Desde
ellos, la aportación de los medios queda fuera del proceso pedagógico y su
papel es únicamente ``modernizador", ``ilustrador" o
``amenizador". Sin duda –en palabras de Masterman (1993)- ``el profesor
que pueda pasar con facilidad de un extracto de televisión al libro de texto, o
de un LP a un artículo periodístico y que use los medios de manera creativa
como fuente alternativa de información, ofrecerá a sus alumnos un entorno más
interesante y animado en el aula. Pero si estas fuentes de información no se
someten al análisis crítico que defienden los profesores de medios, entonces se
habrá pasado clandestinamente a una concepción completamente falseadora de los
medios y de los conocimientos, bajo el disfraz del progresismo y de la
relevancia educativa". De ser así, en el fondo y en la práctica podría
aplicarse la formulación ``lampedusiana" de que ``todo cambia para que
todo siga igual".
Para
superar la simple comprensión intuitiva de los medios, la educación en materia
de comunicación y medios necesita de la perspectiva crítica. La cual no debe
confundirse tampoco -como dice Pérez Tornero (1997) hablando del caso de la
televisión- con ``lo que Bianculli llama telealfabetización: es justamente el
conocimiento impuesto y difundido por la misma televisión. Un conjunto de
tópicos, temas, personajes e historias que han calado acríticamente en la
conciencia pública y que forman una especie de `sentido común' general de la
audiencia". La educación en medios o alfabetización mediática comprende la
capacidad de analizar críticamente los medios y de expresarse y producir mensajes
con ellos. Es decir, se ha de incidir en la educación ``sobre" y
``en" los medios, planteando una interacción que implique: por un lado, su
análisis y la consiguiente reflexión; por otro, un uso creativo, que los
transforme en instrumentos expresivos. Se busca formar y desarrollar criterios
comprensivos y no uniformizados de la realidad mediática que arrinconen los
estereotipos y destierren la pasividad. Es aquí donde se manifiesta en toda su
dimensión la educación en comunicación y para los medios: en el impulso a la
implicación -comprometida y consciente- en la transformación social.
6. La
materia de educación para los medios en la escuela
La
introducción y asentamiento definitivo de la materia de educación en
comunicación y medios en las aulas significa abrir la escuela al entorno.
Supone iniciar el camino hacia el ``aula sin muros" ofreciendo al alumnado
una perspectiva desde la que situarse ante su contexto y su realidad. Su
incorporación a la escuela, por tanto, no sólo es conveniente sino que, además,
ha de ser muy fértil porque el entorno del aula es el más adecuado para
estimular, desde el grupo, la atención y la práctica sobre los nuevos medios y
tecnologías de la comunicación. Su incorporación al currículo puede
desarrollarse desde dos modalidades: como materia transversal a todas las
áreas; y como área de conocimiento específica.
En su
faceta de área concreta –optativa en la mayoría de casos- se asegura el
tratamiento de la materia, sobre todo en la vertiente creativa. Sin embargo,
como dice Masterman (1993), la educación audiovisual es demasiado importante
para quedar encasillada en un compartimento aislado de los programas escolares,
aunque por supuesto sea vital establecer ese lugar y defenderlo. Es cierto que
hay que considerarla como una materia especializada por propio derecho, pero
también como un elemento que deberá conformar la enseñanza de todas las
asignaturas. Lo que se está planteando, en realidad, es la necesidad de que la
educación en medios de comunicación no quede circunscrita –y por tanto,
limitada y ``estancada", en tanto en cuanto está en un ``territorio
estanco"- al ámbito de los profesores de medios. Y ello porque (Aguaded
1997), esta materia, contiene en sí todos los rasgos definitorios de los temas
transversales, permitiendo acercar la escuela a realidades sociales altamente
significativas, favoreciendo la adquisición de valores, normas y estrategias de
actuación personal y social que trasciende, al tiempo que las engloba y
superpone, a las clásicas disciplinas, abarcando todos los niveles del sistema
escolar.
Pero,
como es lógico, la introducción de los medios en el marco del aula ha de estar
perfectamente planificado. No se ha de no cometer el error de incrementar el
desmedido consumo existente. Es necesario, además -para abandonar la
superficialidad y el instrumentalismo-, desarrollar el conocimiento de los
lenguajes de los medios, trabajar en el desarrollo de aptitudes para su
interpretación crítica y potenciar los resortes para utilizarlos creativamente.
Es decir, se trata ``no de descubrir las facetas tecnológicas del medio (…)
sino más bien de revelar los aspectos del medio que repercuten en una mejora de
la competencia, en su doble dimensión de lectura crítica y escritura
creativa" (Aguaded 1997). El objetivo de ambas estrategias es el de
desmitificar y distanciar los medios para manejándolos comprenderlos, para
entendiéndolos utilizarlos.
Lectura
crítica
Una
adecuada educación en comunicación, para desarrollar el análisis sobre medios y
nuevas tecnologías de la comunicación, contrariamente a los que han visto en
ellos una solución –didáctica en las escuelas y de entretenimiento en las
familias-, ha de :
- problematizar el contenido de los medios, para alejar la
concepción ``naturalizada" que presentan de si mismos.
- desideologizar sus mensajes, que tienden a legitimar y
reforzar ``determinadas" actitudes, conductas e ideas sobre el mundo
- evidenciar la articulación de los medios con el entramado
comercial, empresarial, financiero y político para alumbrar sobre su pretendida
``independencia y neutralidad"
El
objetivo es enseñar a pensar la cultura mediática y a reflexionar sobre la
realidad. Como dice Masterman (1993), ``es importante que dicho material [el
audiovisual producido por las multinacionales] no se consuma inocentemente,
sino que sea leído de un modo crítico. Parece obvio que los profesores de todas
las asignaturas deben favorecer la técnica básica de la alfabetización
audiovisual consistente en relacionar los mensajes de los medios con los
intereses políticos, sociales y económicos de quienes los producen".
Instrumento
creativo
Complementariamente,
la educación para los medios y las nuevas tecnologías de la comunicación
encuentra su máxima expresión cuando el estudiante tiene la oportunidad de
``crear y desarrollar" -a través de los medios- sus propios mensajes.
Schaeffer (1990) dice que ``para `leer' las imágenes, al igual que los textos
escritos, no se ha de olvidar que es necesario aprender simultáneamente a
`escribir'. La expresión a través de los media, como estrategia motivadora a la
par que desmitificadora, requiere, por tanto, no sólo descifrar el lenguaje de
la comunicación, sino servirse de él". Incorporando esta experiencia el
alumno puede percibir significativamente la construcción de la realidad que
todo contenido mediático comporta. Esta faceta ``expresiva" es fundamental
para conseguir el objetivo de una educación para los medios, distanciándolos
hacerlos más próximos.
Pérez
Tornero (1994) dice que ``todos estos principios de actuación –en el sentido
chomskiano y habermasiano- se reducen en uno: potenciar una nueva competencia
comunicativa". Ya Freinet, en los años veinte, cuando buscaba introducir
estos conceptos en su escuela, le parecía que llevaba un retraso de un siglo.
Decía que educando en comunicación y medios: ``la escuela estará penetrada por
una vida nueva a imagen del medio, tendrá que adaptar, en consecuencia, no
solamente sus locales, sus programas y sus horarios, sino también sus útiles de
trabajo y sus técnicas, a las conquistas esenciales del progreso en nuestra
época. No sigamos adaptados por más tiempo a una escuela que lleva un retraso
de cien años por su verbalismo, sus manuales, sus manuscritos, el balbuceo de
sus lecciones, la recitación memorizada, sus modelos de caligrafía…". Pero
ahora que encaramos el reto de educar para los medios, surgen importantes
interrogantes: ¿va la escuela a adaptar sus estrategias a los nuevos medios y
las nuevas tecnologías de la comunicación? ¿Están la escuela y el sistema
educativo preparados para afrontar estos cambios? ¿En qué sentido ha de
contemplarse la renovación de la institución educativa ante la realidad de la
sociedad de la información y la comunicación? Estas cuestiones –y muchas otras-
deben encontrar respuesta, ya que no hay que olvidar que no sólo educamos para
utilizar y convivir con los medios del presente, sino también con los del
futuro.
III.
Educación desde las nuevas tecnologías
7. Un
nuevo sistema educativo para una realidad nueva
Para
abordar la situación del sistema educativo y las transformaciones que necesita,
se ha de partir de la realidad y sus condicionantes, buscando las vías
adecuadas para superar la coagulación que le impide conectar con los nuevos
tiempos. Se ha de tomar conciencia de los cambios producidos tanto en la
realidad social como en el alumnado. Así, se ha de constatar una ``realidad
social" nueva, con un tipo de alumno distinto y que se manifiesta de
manera diferente, lo que implica, a su vez, la necesidad de un nuevo tipo de
escuela, transformada y transformadora. Siguiendo a Bernabeu (1997), se ha de
tener en cuenta:
• el desarrollo de un nuevo tipo de sociedad, qué funciona
desde el vértigo del cambio acelerado y depredador de lo continuamente nuevo
sobre lo permanentemente obsoleto. Un modelo de sociedad que incorpora
tecnologías y medios que sacan a la luz viejos problemas éticos y nuevas
preocupaciones sociales. Ya no hay procesos informativos únicos y aislados –si
los hubo alguna vez-, lo que existe son continuos flujos de información con
mensajes entremezclados y cambiantes en una situación de estructura
comunicativa global. La constante es un cosmos en continua transformación
sociomediática (Lorite, 1998) que precisa de nuevos conocimientos, capacidades,
habilidades para interpretar la función y el significado de los medios en un
mundo repleto de contrastes.
• la aparición de un nuevo tipo de alumno, que presenta la
característica fundamental de necesitar grandes dosis de motivación para
aprender y a quién aburre una explicación teórica tradicional –siempre ha sido
tedioso, pero ahora es un sinsentido-. Es un alumno que se ha socializado en un
mundo de imágenes y que se ha ``instruido" desde y con la mecánica
discursiva del audiovisual. Este alumnado, generación presente y futura de la
sociedad mediática, exige un replanteamiento en las estrategias pedagógicas y
didácticas.
• la necesidad de un nuevo modelo de escuela, que desarrolle
su tarea desde un principio educativo anticipatorio, capaz de reconocer los
cambios y darles una réplica efectiva. La incorporación del uso de los nuevos
medios y tecnologías en las escuelas, en base a nuevos métodos de
enseñanza-aprendizaje, nuevos recursos y materiales educativos, a la par que
desarrollando las áreas de educación en comunicación y medios, resituan a una
escuela que ha de vertebrar las necesidades de comunicación y educación.
La
escuela se encuentra necesitada, por tanto, de hallar un ``lugar bajo el
sol" en esta sociedad de las nuevas tecnologías. Pero no será, como ya se
ha dicho, con la simple introducción de medios y tecnología como el sistema
educativo solucionará el problema. Esto puede ser más una trampa que una
solución, enmascarando tras una cortina de ``modernización" los serios
problemas que se arrastran. La clave está (Martín Barbero, 1996) en ``cómo
insertar la escuela en un ecosistema comunicativo, que es a la vez experiencia
cultural, entorno informacional y espacio educacional difuso y descentrado. Y
cómo seguir siendo en ese nuevo escenario el lugar donde el proceso de aprender
guarde su encanto: a la vez rito de iniciación en los secretos del saber y
desarrollo del rigor de pensar, del análisis y la crítica, sin que lo segundo
implique renunciar al goce de crear". No olvidemos que, entendiendo el
sistema educativo en su perspectiva de actos comunicativos básicos, se puede
decir (Broncano, 1996) que aunque ``tenemos complejos sistemas de búsqueda y
obtención de información, redes de distribución y control, sistemas de
transmisión, al final siempre está el propio hecho de la comunicación en el
aula: es este hecho y sólo este hecho lo que hace de un sistema educativo un
Sistema Educativo".
Por
tanto, para fortalecer el tejido social -uno de cuyos fundamentos es la
comunicación-, el sistema educativo y las instituciones de enseñanza han de
realizar un esfuerzo para impulsar la comprensión y aplicación de tecnologías y
medios. Por esta razón, y con lo que esta sociedad que depende crecientemente
de la información, tanto o más que de la energía, necesita de un sistema
educativo nuevo, transparente, sólido y significativo.
Esta
nueva estructura educativa –y, por tanto, la escuela- no ha de tratar de ser
``una fotocopiadora de la realidad", sino que debe suministrar las
herramientas para una interpretación crítica y autónoma de la información y de
la realidad misma. Para ello, a partir de la incorporación de la educación
``para" los medios y ``desde" las nuevas tecnologías de la
comunicación, el sistema educativo (Broncano 1996) debe apoyarse en una serie
de elementos de regulación y de rigor:
Una
renovación seria para ser creíble
El
sistema educativo ha de responder a la exigencia de credibilidad, a través de
la actualización tanto de sus metodologías como de sus criterios evaluativos.
La credibilidad es un valor que se le ``otorga" desde el receptor del acto
educativo y por lo tanto es susceptible de retirada si se manifiesta frágil y
quebradiza. Por ello, el sistema educativo, utilizando la célebre expresión, ha
de ser como la mujer del Cesar: ``no sólo debe ser honrado sino, además,
parecerlo". En el caso de la educación en comunicación es particularmente
importante por las continuas polémicas que suscita el tratamiento crítico de
determinados mensajes y contenidos.
Clarificar
objetivos para ser transparente
Es
fundamental en la comunicación de todo acto educativo. La clarificación de los
propósitos propicia el entendimiento y evita las confusiones o malos
entendidos. Es decir, la transparencia no es únicamente un valor que protege la
honestidad del proceso educativo, además, es una categoría que propicia la
eficacia del proceso y la adecuación de los resultados a los objetivos
propuestos. En la educación en comunicación, el mostrar las ``propias
intenciones", clarificar los objetivos y las estrategias permite caminar
con paso firme sobre las ambigüedades y superar la imprecisión, vaguedad y
confusión característica de la sociedad mediática.
Aportar
contenidos relevantes
Es
esencial para diseñar, orientar y organizar un aprendizaje significativo.
Encontrar contenidos representativos para el contexto y el entorno del joven
favorece no sólo la eficacia del proceso de enseñanza, sino que, además -al
incorporar las experiencias de la realidad social externas a la institución
educativa- contribuye a la necesaria formación integral. Para la educación en
comunicación es una característica básica y cardinal ya que aporta sentido y
razón de ser a la propia existencia del área.
Al
sistema educativo, además, se le supone -como el valor al soldado- la veracidad
en sus contenidos y sus mensajes. Sin embargo, aún en el momento en que los
códigos escritos y textuales eran la única referencia y verdad absoluta, la
institución educativa ha manifestado siempre algunos lados oscuros, ha
funcionado con renglones torcidos, y ha permitido lecturas e interpretaciones
interesadas. Por ello, en la actualidad, cuando se actúa en el
``inestable" mundo de las imágenes y se funciona desde el cambiante
hipermedia, es necesario afianzar y reforzar los ejes de referencia haciéndolos
más sólidos y por ende, más creíbles, transparentes, relevante, veraces y
fiables. Estas características han de ser la piedra angular y el eje de
rotación sobre las que gire un nuevo modelo educativo capaz de conectar
comunicación y escuela, respondiendo a la necesidad de afrontar una auténtica
cultura de la realidad.
8.
Escuela: nuevas orientaciones y diferentes roles
Sobre
las consecuencias que las nuevas tecnologías traen a la educación hay todo tipo
de planteamientos. Desde algunos lugares se cree que la escuela va a seguir
igual -sin modificaciones esenciales- porque, sencillamente, cumple bien su
papel de socialización, la función principal que se le ha asignado. Es un
discurso que destaca la poca o nula preocupación de las instituciones
educativas por la enseñanza, centradas más en cimentar una escuela de
contención social que una estructura que ``eduque". Desde otras posiciones
se habla del ``fin del aula" y se afirma que ``invertir en el sistema
educativo actual es como si a principios de siglo hubiéramos pretendido mejorar
las razas equinas para competir con los vehículos a motor" (Perelman,
1992). Este es, en realidad, un discurso reduccionista que asimila información
y conocimiento, y se basa más en consideraciones económicas que educativas, más
en argumentos de coste que de calidad del resultado.
Pero,
desde cualquiera de estos enfoques, se desprende una certeza: la necesidad de
cambio que tiene la escuela, si no quiere quedar arrinconada o desbordada. La
institución educativa debe adaptar sus capacidades para encontrar su lugar y su
función. Uno de los caminos para mejorar, formando ``en" y ``para" la
realidad, es el de la creación de un entorno que propicie el uso de las nuevas
tecnologías y los medios educativos. Por ello, la escuela ha de buscar nuevas
orientaciones que garanticen su cometido en el desarrollo de las habilidades y
destrezas necesarios en la sociedad de la información. En realidad, la
institución educativa tiene más posibilidades y de mayor profundidad de lo que
afirman algunos tremendistas, que encuentran en su fin una posibilidad de
negocio nueva:
Orientación
por el caos informacional
En la
nueva sociedad de los medios se recibe mucha más información de la que se puede
procesar, y gran parte de ella no interesa para nada. Campuzano (1992) dice que
``dentro de muchos años se percibirá que la recolección masiva de datos y el
acceso a los mismos a la velocidad de la luz ha sido de gran valor para las
grandes organizaciones, pero ha resuelto cosas de muy poca importancia para la
mayoría de la gente, creándoles, como mínimo, tantos problemas como los que les
ha solucionado." Lo cierto es que los viejos mecanismos para
``navegar" por la información no son válidos porque la actualidad de la
comunicación requiere manejar un enorme volumen de información, a la que se
accede de manera instantánea, que es muy variable y circula sin controles
rigurosos. Es el campo educativo quien puede ofrecer las claves necesarias para
la selección y tratamiento adecuado de esta información. Es en su papel de guía
y formador que prepara para rastrear entre la maleza de la desinformación,
donde puede encontrar su oportunidad de responder a la ``prueba" a la que
le enfrentan los nuevos modos de acceso a la información.
Formación
para el auto-aprendizaje permanente
También
se han modificado el ritmo y los tiempos en el aprendizaje. Vives, en 1531,
hablaba de la actitud que debía tener el humanista tras haber ``acabado la
carrera y recorrido el anchuroso estudio de las letras humanas" y decía
que:
``será
afanoso de saber y jamás le pasará por las mientes haber llegado a la cumbre y
al cabo de la erudición. Rebosa muy aguda verdad aquella sentencia de Séneca, a
saber: que muchos pudieran buenamente llegar a la sabiduría, si no se hubieran
persuadido de haber llegado ya. Y el mismo Séneca dice: debes ir aprendiendo
mientras durare tu ignorancia: y si creemos al proverbio, mientras durare tu
ignorancia, mientras durare tu vida. En realidad, no hay en la Naturaleza
conocimiento tan asequible y fácil que no pueda entretener todo el espacio de
la vida mortal"
Lo que
Vives pedía al humanista, hoy se pide a la sociedad entera, y no por el valor
de enriquecimiento personal característico del Renacimiento, sino por el
utilitarismo y pragmatismo más implacable: tener la posibilidad de acceder a un
puesto –o sucesivos puestos- de trabajo. La capacitación profesional requerida
por el mundo laboral exige un enfoque de formación continuada y esto, a su vez,
es una nueva perspectiva para el mundo educativo. Algunos sectores en la
educación –selectivos- ya están desarrollando, de manera complementaria,
sistemas de formación ``permanente". Sin embargo, el tren del cambio va
tan acelerado que la escuela tradicional –la de todos- se ha quedado varias
``estaciones" más atrás. Así, aparece la posibilidad –realidad- de que
sólo tengan una preparación adecuada aquellos que ``puedan pagarla". Se
establecen así, nuevas formas de discriminación-desigualdad-injusticia, todo a
la vez y no sólo por separado, en base a la división entre ``info-ricos" e
``info-pobres". El sistema educativo ha de prepararse para ocupar el
espacio que le corresponde como vehículo igualitario. Para ello ha de dar
respuesta a la necesidad de ``educación a lo largo de la vida",
estimulando -desde el potencial que aportan las nuevas tecnologías- fórmulas
educativas que capaciten para un auto-aprendizaje permanente, necesario en los
nuevos tiempos de la comunicación.
Estrategias
de capacitación grupal
Frente a
las teoría del darwinismo social emergentes en el XIX, Kropotkin (1906)
argumentó ``el apoyo mutuo" como el mecanismo real que impulsa y fortalece
al individuo y a la sociedad. Lo plantea como alternativa al modelo de sociedad
competitiva y depredadora que se estaba desarrollando y que se asemejaba más al
Leviathan de Hobbes (1651), donde el ``hombre es un lobo para el hombre".
Ahora, cuando la jungla de asfalto es, más que nunca, ``una guerra de todos
contra todos", son los nuevos canales de comunicación y, en particular las
redes telemáticas, quienes aportan posibilidades de cooperación y solidaridad.
Aquí es donde la escuela tiene una gran oportunidad y un enorme reto. Es el
momento para que, realmente, modifique su estrategia hacia una pedagogía
comunicacional, donde se promuevan grupos de aprendizaje en los que, como dice
Kaplún (1997) ``cada grupo participante recibe el aliento de una nueva energía,
ensancha su visión, amplía sus conocimientos, crece en su capacidad de
expresión, cuando el ámbito de sus interlocutores se agranda en número y
distancia". Así, proveyendo de canales para que los grupos se comuniquen,
no sólo se promueve la intercomunicación sino que se genera una dimensión
colectiva que potencia una escuela práctica que aporta respuestas a las
necesidades de capacitación para las acciones colectivas y cooperativas
demandadas en la era de la comunicación.
Estas
reorientaciones y todo el nuevo engranaje de un sistema educativo para la
sociedad de las nuevas tecnologías de la información está planteando, a su vez,
una redefinición en los roles de sus principales protagonistas: educador y
educado. En un desarrollo tradicional asociaríamos ``educador" a profesor
y el ``educado" sería el alumno. Sin embargo, estos dos polos del proceso
de enseñanza-aprendizaje clásico se están viendo visiblemente variados. No sólo
porque los alumnos sean más ``competentes" en algunas destrezas que sus
profesores, sino porque –en relación a medios y nuevas tecnologías- los
propósitos pedagógicos y didácticos están modificando el papel de cada uno y la
relación entre ambos.
El
educado que se ``educa"
A partir
de la presencia de los medios -tanto en la sociedad como en la escuela-, el
papel del alumno, ya sea por su formación ``para" o ``desde" ellos,
queda trastocado. Y no sólo se modifica su relación con el profesor o la
escuela, sino con el saber mismo. En la medida que aparecen una amplia gama de
fuentes -desde los medios de masas a los nuevos canales- y se consigue un fácil
acceso a la información, se desplaza (Castro, 1995) ``la noción de saber a la
de saberes, la noción de verdad a la de verdades". Todo ello implica un
planteamiento menos lineal y más intuitivo, distanciándose la concepción del
``saber monolítico" o el ``saber constituido", y surgiendo una visión
más cercana al ``conocimiento como construcción".
Las
posibilidad de profundizar en la interactividad, otra característica de los
nuevos medios, adquiere un sentido pleno en el terreno educativo. Permite al
alumno (Cabero, 1996) elaborar mensajes, introduciéndose en el medio mismo y,
al tiempo, alfabetizándose en él. Pero también, y lo más importante, posibilita
decidir la secuencia de información a seguir, establecer el ritmo, cantidad y
profundización de la información que desea, y elegir el tipo de código con el
que quiere establecer relaciones con la información. Ya sea por éstos factores
-distintivos de los medios y los nuevos canales-, ya sea por cualquiera otros
-incluidos los que aportará la nueva cultura escolar-, el acercamiento del
alumno al proceso educativo va a ser manifiestamente diferente, sobre todo en su
relación con responsable tradicional de la docencia, el profesor.
El
educador ``educado"
Un uso
creativamente pedagógico y crítico de los medios sólo es posible en una escuela
que transforme su modelo transmisivo centrado en una secuencia lineal y
unidireccional -profesor hacia alumno-, en otro que recoja la posibilidad de
una multiplicidad de recorridos. Ese modelo ``instructivo", que no acaba
de desaparecer del sistema educativo, es el responsable de buena parte de la
resistencia de los profesores a nuevos modelos de enseñanza-aprendizaje.
Algunos quieren mantener estás prácticas porque creen defender su
``puesto" de exclusivo y preeminente transmisor del saber y el
conocimiento, como si desde modelos distintos fueran a quedar expulsados del
proceso educativo. Este es un debate estéril y sin fundamento. No hay rivalidad
entre medios y educadores, como no la hay entre lenguaje textual y audiovisual
o multimedia. Sin embargo, si es cierto que se opera en un mundo radicalmente
distinto al de unos años y es necesario que muchos profesores se conciencien de
que su función como fuente única, directa y primaria de información ha
desaparecido.
``Compartir
frente a competir" sería la consigna. El docente debe jugar un papel
distinto –lejos de planteamientos transmisivos- en la nueva sociedad de los
medios, para que su figura continúe siendo fundamental. Para ello se ha de
potenciar la figura de un educador que de ``mero retransmisor de saberes se
convierte en formulador de problemas, provocador de interrogantes, coordinador
de equipos de trabajo, sistematizador de experiencias, memoria viva de la
institución que hace relevo y posibilita el diálogo entre generaciones"
(Martín Barbero, 1996). El nuevo educador, por tanto, debe tener un
alineamiento y un alto grado de implicación tanto en la educación formal como
en las actividades de educación no formal potenciando las interrelaciones
escuela-sociedad que dan sentido a una educación para la realidad.
La
alteración de los papeles de profesor y alumno, educador y educando, docente y
discente… o cualquier otra polarización, pone en entredicho la raíz misma del
sistema educativo. Ya no hay lugar, en palabras de Kaplún (1997), ``a esa
enseñanza memorística, mecánica, represiva, divorciada de la vida, que deja a
los niños en una actitud pasiva y amorfa que sólo engendra fracasos". El
cambio (Cabero, 1996) en los roles tradicionalmente desempeñados por las
personas que intervienen en el acto de enseñanza-aprendizaje, llevan: por un
lado, a que el profesor alcance una dimensión más importante como tutor del
proceso didáctico y diseñador de situaciones educativas para el alumno; por
otro, a que el alumno pueda romper con el modelo tradicional de comunicación y
pueda interaccionar de manera diferente con compañeros y profesores, de dentro
o de fuera del marco del aula. Así, la institución educativa debe redefinirse
para alejarse del atributo de ``escuela cuartel" o ``escuela
guardería" que se le ha asignado -por el interés de iniciativas
``reformadoras" o de reformas con iniciativas ``interesadas"-, si
realmente se pretende una enseñanza de calidad para todos. En este sentido, el
sistema educativo, debe iniciar nuevos caminos, transformándose y superando sus
limitaciones, constituyéndose en un factor de igualdad social y de desarrollo integral
del individuo.
9.
Nuevas tecnologías en la escuela
A través
de su incorporación al currículo, como áreas en las que se desarrollen nuevos
conocimientos, habilidades y destrezas, los medios y las nuevas tecnologías
modifican algunos de los contenidos en la enseñanza. Además, con la necesaria
incorporación de las nuevas tecnologías a la educación y los nuevos sentidos
pedagógicos, se modifica, a su vez, la enseñanza misma.
Por ello
hay que estar alerta y tener precaución frente al anzuelo ``mercantil" que
nos muestran los nuevos medios y canales de comunicación. Ante el deseo de
mejorar el proceso educativo y con la mejor de las intenciones, en palabras de
Aparici (1997), ``los educadores que nos suponemos críticos y progresistas, nos
convertimos de la noche a la mañana en agentes de venta". Utilizar una
nueva tecnología, por el hecho de serlo y sin reflexionar sobre el significado
de su uso, puede significar entrar en una dinámica pedagógica contraria a la
que se pretendía inicialmente. Es decir, tras la fascinación inicial y la
presunción de mejora en la calidad de la enseñanza se puede estar colaborando,
ingenuamente, en las campañas de comercialización y venta de tecnología de
cualquier empresa avispada.
Es
cierto que si ``quieren propiciarse cambios educativos en las metas, los
contenidos y la metodología de la enseñanza, además de muchos ámbitos (…)[el
cambio] no debiera abordarse, en ningún caso, al margen de un serio esfuerzo
para impulsar la integración de las nuevas tecnologías de la información y de
la comunicación" (Escudero, 1992). Sin embargo, no debe olvidarse que la
incorporación de tales tecnologías sólo generan procesos reales de cambio y
mejora de la educación a condición de que concurran en dicho empeño un buen
número de otros factores y condiciones de diversa naturaleza. Por tanto,
previamente, debe estudiarse cuál es su contribución potencial a la mejora del
sistema educativo. Así, más allá del diseño y la producción de nuevos medios
-en relación a programas educativos y recursos didácticos- es interesante
centrarse en el ``uso pedagógico de las nuevas tecnologías" como la
cuestión clave para propiciar un auténtico progreso en la calidad de la
enseñanza, al tiempo que contribuir a la inserción del sistema educativo en la
nueva sociedad de la información y la comunicación. Para lograrlo hay factores
esenciales (Escudero, 1992) que deben abordarse:
La
renovación pedagógica
El
contexto adecuado para la incorporación de las nuevas tecnologías ha de ser,
necesariamente, el de una renovación pedagógica dispuesta para acoger
propuestas educativas innovadoras que incorporen el uso de las nuevas
tecnologías en los centros educativos y en la enseñanza en general. Este clima
de renovación ha de venir marcado, en definitiva, por un proyecto sociocultural
para la acción educativa en el que se recoge un determinado compromiso con el
cambio y transformación de la realidad, siempre desde las aportaciones que
comporten mejoras para el proceso de enseñanza y aprendizaje. Por tanto, y dada
la envergadura del giro que se pretende no es posible pensar en un programa
educativo como una mera infraestructura tecnológica que se ha de incorporar a
las aulas. Es decir, no puede hablarse de programas de nuevas tecnologías para
la educación, sino, de programas educativos que incorporan nuevas tecnologías o
de programas educativos ``con" nuevas tecnologías (Escudero, 1992). Actuar
desde esta perspectiva es fundamental para no repetir errores antiguos y no
persistir en los actuales: la utilización de una tecnología de la comunicación
no representa, por sí misma, una acción educativa, es necesario insertar e
integrar su uso en el seno de programas educativos bien fundamentados.
La
significación del profesorado
Desde
este planteamiento, al hablar del uso pedagógico de los nuevos medios, ha de
considerarse la advertencia de que cualquier programa debe tomar en
consideración a los usuarios que lo van a desarrollar, los profesores en este
caso. Los profesionales de la educación –muchas veces ``obreros de la
enseñanza", cuando se dedican con competencia y firmeza a su función
social- son individuos activos y experimentados con sus propias maneras de
entender su práctica y llevarla adelante. Por ello no se pueden diseñar
programas educativos sin contar con el ``librillo" de cada maestro. Se han
de considerar, por tanto, como una variable fundamental a la hora de promover
cualquier innovación y se ha de buscar su implicación. Para lograrlo, se ha de
contar con medios eficaces y diversos de formación, desde la que desarrollar
iniciativas, consolidar proyectos, abrir puertas y reajustar las dinámicas
usuales a las nuevas ideas.
La
resituación de los centros escolares
Para
esta renovación es necesario identificar las condiciones y los condicionantes
existentes en las escuelas, en tanto que contexto e institución donde se
desarrolla el proceso educacional. Esta cuestión es clave para entender –y
controlar- las circunstancias que favorecen o dificultan el uso de las
propuestas más innovadoras. Concretamente ``en este ámbito se sitúan aspectos
tales como el tipo de metas y valores sostenidos en la escuela, la cultura
escolar y profesional en uso, el carácter social de la escuela y los poderes
fácticos dominantes en la misma, las consecuencias derivadas de su débil
articulación y la existencia o no de contextos y actividades para el
procesamiento social de los programas" (Escudero, 1992). Es decir, hay que
intentar sortear los obstáculos de la inercia o esclerosis que puede haber en
algunos centros educativos, desmantelando las nocivas prácticas de la
``antigüedad" y la ``tradición", defendidas por algunos
``profesionales" asentados en -el que creen que es- su ``trono"
–escuela- particular. Los centros educativos debieran escapar de estas rutinas
y tornarse en entornos estimulantes para toda propuesta educativa seria y
rigurosa. Por tanto, en relación a la integración de las nuevas tecnologías,
conviene hablar no sólo de su incorporación al currículo sino de una
integración real en el centro escolar, del que dependen su desarrollo
pedagógico, el calado que tendrá y su sostenimiento en el tiempo.
Pero
siendo necesarias estas perspectivas, no son suficientes. Además, en la
incorporación de cualquier innovación, y más claramente en las relacionadas con
nuevas tecnologías, se ha de tener en cuenta cuestiones que están en la raíz de
todo proyecto educativo de base social, como:
- Cuál
es su contribución -o no- para ampliar el conocimiento sobre el contexto, el
entorno y la realidad.
- Cuál es su papel en el mantenimiento -o no- de relaciones
de poder y desigualdad.
- Cuál es su beneficio –o no- a la práctica educativa,
entendida desde su función de responder a necesidades sociales y a la mejora de
la calidad de vida de los ciudadanos.
Son
preguntas e interrogantes fundamentales sobre los que debe centrarse el debate,
ya que ni las nuevas tecnologías ni su incorporación a la educación responden a
procesos asépticos. Es necesario, por tanto, plantearse estos argumentos porque
-siguiendo a Escudero (1992)- ``si adoptamos decisiones de integración curricular
sólo por la presión social o económica que hoy ejercen las nuevas tecnologías,
estaríamos renunciando a una perspectiva realmente educativa sobre las
mismas". Ante este panorama, y desde la barricada de la transformación,
sólo resta tomar impulso para vencer las resistencias que limitan una enseñanza
integral y atrevida para el ``nuevo ciudadano" de la ``siempre nueva"
sociedad.
A
modo de corolario: ``contra el miedo"
Bacon
escribió: ``la imprenta, la pólvora y la brújula han cambiado la faz del
mundo". Con ellas había llegado un orbe distinto, un universo que
``renacía" y se llenaba del ``Nuevo Mundo" que había encontrado.
Aquellos inventos y descubrimientos, hijos de la cultura en la que germinan,
eran algo más que artefactos excepcionales y asombrosos. Con la brújula se dio
norte a nuevos caminos, la pólvora inauguró nuevas estrategias de paz y de
guerra, y la imprenta expandió el horizonte del conocimiento. Encarnan, en el
más amplio sentido, el vivo reflejo de un espacio que se abre, que se ensancha
hasta que hace estallar lo antiguo en mil pedazos.
Pero, en
el período en que están conviviendo las antiguas y nuevas formas, los viejos y
nacientes contenidos, las eternas contradicciones ante el cambio y la
transformación –de nuevo- se destapan. Por un lado -como de las oscuras
cavernas-, aparece la enfermiza paranoia de los que se aterrorizan ante
cualquier innovación; por otro, surge la obsesión de los iluminados por echarse
en brazos de la mínima banalidad catalogada como ``novedad", para estar
continuamente en primera fila, las más de las veces ``vanguardia de la
nada". Unos y otros, en incesante dialéctica, tensan la cuerda de la
realidad provocando reacciones airadas en sus ``oponentes" y generando nuevos
resentimientos, pero sin aportar nada. Estos posicionamientos están ahí
permanentemente, atentos a difundir un discurso apocalíptico, respecto del ayer
o sobre el mañana, pero siempre desde posiciones simplistas, lejanas de todo
pensamiento crítico.
Podemos
encontrar en nuestra ``contemporaneidad" un proceso similar –en el que se
manifiestan los distintos miedos- al simbolizado por ``la imprenta, la pólvora
y la brújula". Otros tres inventos/descubrimientos surgidos en esta última
mitad del siglo XX, han vivificado ese sentimiento de crisis característico de
un mundo, siempre en continua transformación, que sufre/disfruta de cambios
acelerados. Además, curiosamente, las áreas en las que han actuado más
directamente las novedades tecnológicas de la actualidad son coincidentes con
las de la ``Era de los Descubrimientos". Como la pólvora, el potencial
bélico del átomo y la energía nuclear han marcado un orden mundial nuevo. Al
igual que la brújula abrió nuevos caminos en la Tierra, los viajes espaciales
han roto las últimas fronteras del universo conocido. Y, como no, la
significación de la imprenta encuentra su paralelismo en la explosión de los
medios y las tecnologías avanzadas de la información y la comunicación.
Las
profundas transformaciones sociales encarnadas en estos procesos, también, han
generando niveles importantes de ansiedad y angustia en las generaciones que
son y han sido actores/espectadores de su nacimiento y evolución. Superados
-aparentemente, al menos- los temores a la posible destrucción total del
planeta a partir de la violencia nuclear, y abandonada –a modo de objetivo
prioritario- la carrera espacial, queda la vertiginosa implantación de las
nuevas tecnologías como factor de crisis en plena vigencia. Otra vez,
irreductiblemente, el miedo al cambio y la transformación. En estos momentos es
aquí, en el área mediática, donde –como un nuevo milenarismo- se concitan todas
las dudas y expectativas de fin de siglo. Sobre todo en el cruce de
comunicación y educación es donde se agitan muchos de los fantasmas
tradicionales. Concretamente son las cuestiones como la desinformación o la
deshumanización, consecuencias del desarrollo de los nuevos medios, las que
despiertan una atención máxima, fundamentalmente en relación al papel que debe
jugar la escuela.
Sobre el
primer aspecto de preocupación, la desinformación, dice Postman (1991), que es
un término que ``no significa información falsa, sino engañosa, equivocada,
irrelevante, fragmentada o superficial; información que crea la ilusión de que
sabemos algo, pero que de hecho nos aparta del conocimiento". Sin embargo,
esta información-desinformación que llega a raudales y se pretende siempre
``inmaculada", sin origen ni causa, descontextualizada, puede ser
resignificada. Para hacerlo no basta -como se dice- con diversificar las
fuentes. Las novedades y la cantidad, por sí mismas, no son nada. Como dice
Fontcuberta (1992), no está más informado el individuo que lee cinco
periódicos, observa varias cadenas de televisión y oye diferentes emisoras de
radio, sino aquel que es capaz de determinar: los elementos básicos para
interpretar la información; darse cuenta de las omisiones clave; descubrir las
tácticas y estrategias de persuasión empleadas en la emisión de los mensajes,
lo cual implica conocer los mecanismos de producción de la información; y ser
capaz, en consecuencia de aceptar o rechazar el mensaje, global o parcialmente,
pero siempre de la manera crítica. Esta es una de las misiones responsabilidad
de la escuela: con un modelo educativo adecuado dar una réplica a la realidad
de una información que puede desinformar para, así, evitar la reducción a una
realidad ``sin historia" y, por tanto, sin conflicto.
El otro
aspecto de inquietud clave, la deshumanización provocada por las nuevas
tecnologías, nos lleva, respecto de la escuela, a una curiosa paradoja. Sancho
(1994) dice que hay ``docentes que afirman que el uso del ordenador deshumaniza
la enseñanza, sin darse cuenta que los artefactos que utilizan (desde el libro
a la pizarra), las tecnologías simbólicas que median su comunicación con el
alumnado (lenguaje, representaciones icónicas, el propio contenido del
currículum) y las tecnologías organizativas (gestión y control del aprendizaje,
disciplina,…) están configurando su propia visión y relación con el mundo y sus
estudiantes. La pregunta que pocas veces se plantea es si la tecnología más
adecuada para responder a los problemas actuales de la enseñanza es la
escuela". O al menos esta escuela -se podría añadir-. Resulta
``simpático" –por no utilizar otro término- observar algunos modelos
educativos o instrumentos pedagógicos en vigencia que parecen enseñar desde
entelequias y para la irrealidad, pero que, atrevidamente, son presentados como
más ``humanos" que las nuevas tecnologías. Una escuela que cumpla con los
preceptos de innovación y actualización acordes al contexto en el que se sitúa,
y forme a ciudadanos críticos y libres puede y debe, por encima de las
tecnologías en uso, colaborar en ``humanizar" la sociedad y con ello hacer
más sensato el uso de las tecnologías, tanto en la educación como para la
colectividad.
Estas
posibilidades sitúan, nuevamente, a la institución educativa en el ojo del
huracán, ya que, no siendo panacea de nada, sí juega un papel importante en la
estabilización/desestabilización social. Por ello, históricamente es objeto de
tanta atención/desatención y se ha intentado controlar desde amplios y diversos
sectores. Ignacio de Loyola (1525), por ejemplo, a raíz de la escisión que se
había abierto en la Iglesia y en su batalla a la Reforma, marcó a la enseñanza
como objetivo de control prioritario:
Todos
los profesores públicos, si en las cosas tocantes a la religión tienen mala
fama, deben, a nuestro entender, ser desposeídos de su cargo. Lo mismo sentimos
de los rectores, directores y lectores de los colegios privados, para evitar
que inficionen a los jóvenes, aquellos precisamente que debieran imbuirlos en
la piedad; por tanto, de ninguna manera parece que deban sufrirse allí aquellos
de quienes hay sospecha de que perviertan a la juventud: mucho menos los que
abiertamente son herejes; y hasta en los escolares en quienes se vea que no
podrá fácilmente haber enmienda, parece que, siendo tales, deberían ser
despedidos. Todos los maestros de escuela y alumnos deberían tener entendido y
probar de hecho con la experiencia, que no habrá para ellos cabida en los
dominios del Rey, si no fuesen católicos y dieren públicamente pruebas de
serlo.
En
realidad es el conocimiento -y los cauces por los que se llega a él- lo que se
ha considerado tradicionalmente, por todos los poderes, peligroso y sospechoso.
Por eso, más que nunca, la escuela debe escapar a las presiones. Un mensaje
crítico y transformador originado-provocado-expandido en y por la escuela
-desde las nuevas tecnologías de la comunicación y sobre la realidad de los
medios- puede desactivar muchos de los miedos existentes. Y educando contra el
miedo se evita, a su vez, resignarse a las imposiciones del inmovilismo o
quedar subordinados a los artificios tecnológicos. El objetivo es desterrar
tanto las actitudes de una irresponsable resistencia al cambio como de un
superficial entreguismo a la novedad. Ambos planteamientos se presentan como
adalides de los ``valores eternos" cuando, en realidad, por mera
superchería o por impostura, se ponen al servicio de la más ruinosa involución.
Es aquí
cuando la enseñanza se ve empujada hacia lo que Pérez Tornero –hablando de los
discursos sociales en la escuela- llama una senda ``caliente". La
educación –y por extensión, la escuela-, a cada paso va a encontrar ocasiones
de duda, de polémica e inseguridad, lo cual no es otra cosa que la primera
consecuencia de haber entrado en un terreno donde la relatividad de los valores
es notable y la confusión la nota dominante. Por tanto hay que estar muy atentos
para que no se produzca la regresión característica de ``cuando el efecto de
inestabilidad se quiere compensar con formas dogmáticas y puritanas, en un
sentido amplio de la palabra. Surgen entonces enseñanzas militantes en lo
ideológico, y hasta místicas en lo pragmático, que son reductoras de lo real y
tienen tendencia a escayolar el proceso de comunicación. Sustituyen así la
autenticidad de la duda y de la interrogación por eslóganes de catecismo y
algunas formas del maniqueísmo más burdo" (Pérez Tornero,1988). Es decir,
la escuela en su contienda educativa, indudablemente, pasará por fases de
escepticismo, incertidumbre y malestar, pero ello no debe llevarla a caer en
manos de los mismos miedos que combate, paralizando su proceso de modernización
y adecuación.
Es bueno
remitirse a los clásicos para ver cómo estos conflictos -los actuales- se
parecen mucho los viejos problemas -los de siempre-, aun por resolver. Ricardo
Mella (1926), a principios de siglo –el XX- decía que ``la escuela no puede ni
debe ser más que el gimnasio adecuado al total desarrollo, al completo
desenvolvimiento de las personas. No hay, pues, que dar a la juventud ideas
hechas, cualesquiera que sean, porque ello implica castración y atrofia de
aquellas mismas facultades que se pretenden excitar. La escuela que queremos,
sin denominación, es aquella en que mejor y más se suscite en los jóvenes el
deseo de saber por sí mismos, de formar sus propias ideas". Este
planteamiento, hoy, ya no es un deseo o un principio ideológico. En la época
que nos corresponde únicamente es posible una escuela que desarrolle el
concepto de ``aprender a aprender", superando la noción simple de escuela
socializadora -traducida en la práctica, las más de las veces, como
``domesticadora"-. Se ha incorporar, para ello, desde el objetivo de una
educación integral y liberadora, una nueva alfabetización -en sentido amplio-,
que desarrolle una adecuada formación en valores –crítica y reflexiva- y
potencie estrategias de acceso a la información –individual y grupal-
desarrollando un sentido autónomo de la educación.
Y
siempre desactivando los miedos -al futuro o al pasado- que niegan y limitan
una auténtica transformación social, alejada de apriorismos y centrada en la
reflexión crítica. Ya en el umbral del siglo XXI se ha de avanzar en el
entendimiento de que el mundo, la vida y la realidad están en crisis y cambio
permanente. Esta es la manera de perder el temor al cambio, entendiendo al
individuo y a la sociedad –siempre diferenciados, nunca por separado- como un
todo dinámico y en constante movimiento.
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