El arte de copiar o la miseria de re-producir

Angel San Martín Alonso

Dpto. Didáctica y Organización Escolar

Universitat de València

 

 

Y todo el coro infantil

va cantando la lección:

“mil veces ciento, cien mil;

mil veces mil, un millón”.

Antonio Machado

 

 

 

El poeta pone en verso lo que muchos hemos hecho, con menos gracia pero parecido ritmo, en las aulas escolares de recuerdo ya lejano. Es muy probable que en las aulas actuales esa cadencia reiterativa con la que fijar destrezas y memorizar conceptos, ya no exista. O, tal vez, el ruido de las máquinas no permita identificar nítidamente las prácticas de re-producción contemporáneas con las de entonces. Hace un par de semanas escuchaba esta frase: “La seño no nos deja inventar palabras, tenemos que hacer la frase con las dos palabras que ella nos dice” (3º de Educ. Infantil). Como no puede ser de otro modo, este modelo tan disciplinar de enseñanza, genera estrategias de resistencia, y una de ellas es el copiar cuando eso está prohibido, por ejemplo en los exámenes. ¿Quién no ha copiado alguna vez durante su estancia en las aulas? Luego la enseñanza misma encarna un doble rasero moral al establecer que hay un tipo de copia “legal” frente a otras prácticas que son claramente “ilegales”.

El graffitero más afamado de los años 80, aquel que firmaba con el pseudónimo de Muelle, nos brinda una historia bien interesante[1]. Este artista realizaba sus intervenciones pictóricas en Madrid, normalmente sobre muros y obras de otros artistas para que así sus creaciones no pasaran desapercibidas. Muchas de sus pintadas recreaban personajes y situaciones tomadas del universo del cómic, a las que le daba su toque personal. Tan famosa se hizo su pintura que hasta el mismo Ayuntamiento de Madrid, justo el que le sancionaba una y otra vez, acabó pirateando una de sus creaciones, además de hacer algo parecido dos agencias de publicidad. Así que el hostigado Muelle terminó registrando su firma y estampando el logo del copyright en todos sus graffitis, pretendía con ello evitar que sus “creaciones” se asociaran a marcas comerciales o instituciones.

Recordamos estas pequeñas historias porque en el último número de la revista Telos Nº 58 (editada por la Fundación Telefónica en soporte electrónico)[2], presenta la editorial bajo el significativo título de Copiar y pegar. El texto lo firma el prestigioso profesor F. Sáez Vacas, quien reconoce estar sometiendo a escrutinio un problema de máxima actualidad. Desde luego que sí, al menos es un asunto al que últimamente se le está dedicando abundante literatura. Ahora bien, ¿el copiar y pegar representa algo nuevo? Obviamente no, entonces ¿qué dimensiones se le han añadido para que se perciba como un problema realmente importante? ¿Qué está en discusión la autoría o su valor de cambio? ¿Cómo se posicionan ante esta disyuntiva los distintos agentes sociales y en defensa de qué intereses? En los apartados siguientes queremos exponer alguna idea que surge al cruzar las dos historias con el fondo de lo planteado en el referido texto editorial. 

I

La diseminación de las TI responde, fundamentalmente, a su condición de ser al tiempo productoras y reproductoras de mensajes, de creaciones.

Con permiso de Saussure y sin ánimo de torcer la lingüística, cabe mantener a modo de hipótesis que las TI se aproximan o tienen la pretensión de ser la lengua de las sociedades más avanzadas. Mientras que el habla se objetiva en los miles de mensajes (orales, escritos, ideográficos, numéricos, etc.) que a partir de aquel sistema intercambiamos a diario. Muchos de esos mensajes o actos de habla, se entrelazan constituyendo un discurso que cada vez nos resulta más difícil de comprender a cada uno de nosotros. Ahora bien, tanto la lengua como el habla son compartidos, en desigual proporción, por el hombre y la máquina. Cierto que el ser humano dispone de un repertorio infinitamente más amplio para interpretar los mensajes, pero también y aunque sea en menor medida, la máquina puede “interpretar” determinados mensajes. Por esta razón, la máquina está ya suplantando al hombre en la ejecución de un número cada vez mayor de procesos. De modo que, sobre la base del referido sistema, las TI son máquinas diseñadas para producir y reproducir indistintamente, cosa que por lo demás es muy loable desde el punto de vista democrático. En estas circunstancias cómo discernir entre la producción (original) y la re-producción (copia) y, más complicado todavía, ¿quién se arroga el derecho y con qué legitimidad para discriminar entre lo uno y lo otro? Por último, ¿acaso ese sistema técnico no se está desarrollando bajo el principio de la productividad en el que casi todo vale, incluida la deslocalización?

A partir de este supuesto nos sorprende la apreciación editorial del profesor Sáez Vacas cuando dice: “…a muchos les parece -se refiere al copiar y pegar- que su modelo de actuación, así como las herramientas empleadas, son una respuesta natural a circunstancias acuciantes”. En efecto, claro que es una “respuesta natural” al menos para el “usuario”, entre otras razones porque no tiene demasiado donde elegir, y sorprende que no se reconozca así por lo siguiente:

a) El sistema técnico, orientado a ser eficaz en términos de  productividad, deja de ser una herramienta neutral para inducir actuaciones orientadas a ese propósito. Circunstancia de la cual el usuario difícilmente puede escapar. ¿Qué sentido tiene un grabador de DVD en un domicilio particular si no es para reproducir (y en ocasiones “piratear”) productos culturales? Al calificar de fraudulentas tales prácticas, se hace desde la defensa del mercado como mecanismo exclusivo de distribución de los productos culturales y generador de plusvalías con las que retroalimentar financieramente la estructura de I+D+i. Lo cual, cuanto menos, no deja de ser una visión muy parcial del fenómeno.

b) El sistema técnico está adquiriendo su máximo esplendor bajo la lógica hegemónica del neoliberalismo, en la medida que aquél potencia sus exigencias productivas y de competitividad. Tan es así que incluso para maximizar su eficiencia puede prescindir de la mano de obra humana o, en cualquier caso, someterla a dicha lógica diluyendo lo que se ha venido llamando relaciones laborales (es la mcdonalización de las organizaciones). En tan precarias circunstancias el ciudadano, desde el artista al administrativo o el estudiante, se ven impelidos a adoptar “soluciones técnicas” no tanto por debilidad coyuntural como por exigencia estructural. La progresiva semantización económica del ciberespacio afecta a casi todas las facetas de nuestra vida, entre ellas el tiempo, sometiéndolas a un mismo código.

II

Frente a la copia, la creación, la originalidad y, frente al pirateo, respeto a los derechos de autor.

Según mantiene D. Levis (2001)[3], entre los estudiantes el sistema de “copy-paste” no es una excepción, “sino que estas prácticas que se mueven entre la picardía y el fraude son mucho más habituales de lo que muchas veces imaginamos”. Sáez Vacas, por su parte, observa: “se presenta este modelo cada día más corriente de trabajo escolar como un desafío a la metodología educativa”. Y es que para este profesor universitario las aulas escolares son “el sancta sanctorum donde supuestamente los estudiantes aprenden a tomar contacto sistemático con el conocimiento, el rigor y la objetividad”. Por cierto, el que no haya copiado alguna vez ejercicios o exámenes que tire la primera piedra. Desde luego yo no seré, pues reconozco que el Latín de cuarto de bachillerato lo aprobé gracias a las chuletas, verdaderas obras de arte en miniatura, que mancomunadamente confeccionábamos y nos pasábamos con todo sigilo durante el examen.

Más allá de la anécdota (lamento no tener a mano los datos de un estudio realizado sobre el particular entre nuestros licenciados), lo decisivo a resaltar es que precisamente el fundamento de eso que se llama “metodología educativa” es la repetición, el calcar, repasar, memorizar, imitar o el copiar y reproducir modelos (escritura, gramática, matemáticas o expresión plástica). Cierto que muchos aprendizajes escolares, en la medida que son instrumentales, se adquieren a base de la repetición, del copiado de aquello que se califica como modélico. Incluso en los niveles superiores de enseñanza no se va mucho más allá de asimilar la “ciencia normal” que da cuerpo al paradigma dominante en el momento. El modelo de exámenes instaurado tampoco da para mucho más, sin que esto excluya las honrosas excepciones que las hay.

La enseñanza, pese a todo, no destaca por ser una práctica excesivamente creativa y, mucho menos, por fomentar la creatividad. Pero no dramaticemos, el problema no es de la escuela, es que “la verdadera creación literaria –lo mismo podría decirse de cualquier otro tipo de creación, añadimos nosotros- es fruto del talento creador, algo que se tiene o no se tiene, pero que en ningún caso es susceptible de ser adquirido ni patentado ni comercializado ni producido en serie”[4]. ¿Se podrá aplicar esto mismo a los productos culturales (películas, música, libros, etc.) susceptibles de ser “bajados” de la red?[5] ¿Acaso los libros de texto no “bajan” el conocimiento disponible, y con frecuencia sin citar las fuentes? Por cierto, a través de estos libros los escolares memorizan los grandes nombres de la Historia, desde Platón hasta García Márquez, leen fragmentos de su obra en fotocopia pero desconocen el nombre del autor del libro que les da acceso a ese conocimiento. Este libro, como mucho, será el “libro de mates” o el “libro de lengua”, nada más. ¿Se les puede exigir a estos escolares que respeten la autoría de un videojuego o de una composición musical si probablemente la historia nunca los va a incluir en sus relatos? 

III

A la institución escolar no se le puede exigir una moral estricta en sus prácticas cuando en la sociedad que le rodea se consiente tanta actuación moralmente reprobable.

Se observa en este punto una paradoja, quizá flagrante contradicción, pues justo cuando más críticas y más descarnadas se le hacen a la escuela, cuando menos gasto se dedica a este servicio público fundamental es justo el momento que más se le exige. No hay asunto social con cierto grado de preocupación (desde la siniestralidad en las carreteras hasta el consumo responsable, pasando por la salud o la violencia de género), que no se piense en la educación escolar como parte de la solución. Y como no podía ser de otro modo, ahora también se propone que frente al pirateo, nada mejor que una buena dosis de educación moral para que los estudiantes sean respetuosos con los derechos de autor[6]. Es como si de repente se le asignara a la institución escolar el papel de “reserva espiritual” y fundamento de las prácticas éticas en las distintas facetas sociales. Con otras palabras, ¿no se le está pidiendo a la escuela, una vez más, que tome partido por los más poderosos, por quienes defienden intereses particulares en el negocio de las tecnologías y de la industria cultural subsidiaria?

En el artículo citado, Sáez Vacas plantea que “la secuencia de cotidianeidad, naturalidad, tolerancia y refuerzo es un fenómeno artificial, no natural, aunque pueda casi llegar a parecerlo, y con el tiempo lo parecerá todavía más si no se hace algo por romper esta secuencia desde las aulas”. Y poco más abajo afirma: “al copiar de forma tan fácil y automática, los alumnos no aprenden y además practican artes fraudulentas”. ¿Podría aplicarse esto mismo a los libros de texto que, en su “veneración” a la autoría, repiten hasta los errores de las fuentes indirectas?

Esta atribución como las referidas más arriba, suponen descargar sobre la institución educativa, en todos sus tramos de escolaridad, la muy noble tarea de cultivar el respeto absoluto a los derechos de autor y, al tiempo, inocular en la ciudadanía el virus anticopia. La idea tiene su atractivo, pero en razón de lo expuesto en el epígrafe precedente, tal iniciativa es como, con perdón, encargarle al zorro la custodia del gallinero. Los estudiantes, además de ser tales, son ciudadanos que con mayor o menor precisión se enteran de cuanto sucede a su alrededor, además de interiorizar los modelos de comportamiento que se les proponen a través de personajes cuya máxima es no reparar en los medios con tal de alcanzar su propósito. En suma, los estudiantes son parte de una sociedad sacudida una y otra vez por los escándalos más inmorales que puedan imaginarse, ejecutados por gentes pertenecientes a estratos sociales muy distintos, desde la clase política, las profesiones liberales hasta los socialmente excluidos. En estas condiciones, ¿por qué deben ser los alumnos los primeros en evitar prácticas “fraudulentas” con los derechos de autor y la re-producción de la cultura electrónica?[7]

 

En definitiva, ¿no representa acaso un mayor compromiso moral de la escuela con la sociedad el practicar la reproducción que el subyugar a los escolares a una opción estratégica del cibercapital? Con la actual configuración del sistema técnico esto último es una batalla perdida y, además, moralina por moralina, es preferible la primera, puesto que resulta más liberadora tanto pragmática como intelectualmente.



[1] Referencia tomada de la revista Muface, Nº 194. 2004.

[2] En: www.campusred.net/telos/editorial.asp

[3] En: www.quadernsdigitals.net. Boletín del 31 de enero de 2002.

[4] Goytisolo, L.: Contar buenas historias. El País, 6-3-2004.

[5] Contestamos a este interrogante con el extracto de un chat entre dos alumnos de 3º de la ESO:

- tu copias en los exámenes

- si x?

- x q lo hace?

- xq ay materia k no se me keda en la cabeza y es pregunta de examen me la pongo en una oja para copiar.

- yo, tb. Hay diferencia entre copiar en un examen y copiar un cd.

- si, xp en el examen estas pendiente del profesor y del ambiente y copiar un cd no te preocupas de nada.

- xro cundo se copia un cd transgredes la ley

- si xro mientras k no te pillen no tienen pruebas de k lo as copio.

[6] En la misma dirección apuntan textos como la Declaración de Principios. Construir la sociedad de la información: un desafío mundial para el nuevo milenio, aprobado en la Cumbre Mundial sobre la Sociedad de la Información. Otro tanto se pide en la Declaración de Granada (España), promovido por el Centro UNESCO de Andalucía.

[7] Según resalta A. Mattelart “Si hay un tema controvertido es el del régimen de la propiedad intelectual. Incluso puede llegar a ser el origen de una nueva división Norte / Sur”. En: “Sentar las bases de una información ética”. Le Monde Diplomatique, Nº 98. Diciembre 2003.