Educar para generar
comprensión
e independencia mental y económica
Jorge Ramírez Caro*
El
actual contexto globalista en el que nos encontramos ha puesto en evidencia que
las políticas educativas aplicadas a nuestros pueblos no han implementado en
los educandos las herramientas necesarias para enfrentar la avalancha de
información que desde el aula y los medios masivos se vierte acerca de la
realidad circundante. Cada día nos enfrentamos, no sólo con problemas de
aprendizaje, sino también con una incapacidad mental para leer, comprender,
analizar e interpretar el mundo en el que vivimos con los otros. Y esto no es
un problema que adolezcan sólo los estudiantes, sino que los mismos docentes
nos encontramos cada vez más enredados en las redes que el sistema imperante
teje sobre los productos culturales. Preocupado por esta problemática me voy a
permitir reflexionar, desde mi punto de vista de educador, sobre algo que ha
sido objeto de muchas páginas en la historia de las ideas latinoamericanas,
desde muchos siglos atrás hasta nuestros días: la independencia mental y
económica.
Creo
que los educadores, de ser los sembradores del inconformismo y la rebeldía, nos
hemos llegado a convertir en barreras contra los movimientos infantiles y
juveniles y en el ejército que reprime cualquier expresión no tipificada como
decente, disciplinada y cuerda. En lugar de motivar y mover para que los
estudiantes se conviertan en críticos y polémicos frente y contra lo
establecido, en lugar de dotarlos de las herramientas básicas para leer,
analizar e interpretar la realidad en la que se inscriben, nos hemos encargado
de saturarlos y bloquearlos con información no evaluada, no analizada ni
interpretada previamente por nosotros mismos, razón por la cual terminamos
formando estudiantes adormecidos, pasivos y dóciles frente a los dictámenes del
mundo que nos ha programado a todos. En lugar de esclarecer y esclarecernos con
ellos, terminamos enredados y enredándolos en y con un discurso que más que
activar e incitar-excitar sus y nuestras facultades imaginativas y creativas,
las aniquilamos y anulamos, y terminamos siendo dóciles consumidores de
refritos ideológicos.
Nunca
dejaré de lamentar el que hayamos caído en las redes del poder y nos hayamos puesto
al servicio de sus intereses. Sin duda que hemos llegado a ser un ejército, no
de valientes y cuestionadores del orden, sino de domesticadores que amansamos
al más inobediente, al más creativo e imaginativo y al más inquieto de los
estudiantes que cae en nuestras manos. Actuamos como purificadores y
limpiadores de conciencia: aquel que se comporta y piensa distinto lo vemos
como un sujeto extraño, le pasamos el antivirus y le formateamos toda la
información que lo hace anormal. Los primeros días de clases actuamos como
captadores, detectores y reclutadores de aquellos individuos a los que hay que
enderezar, encauzar y ajustar a las normas disciplinarias y a la ideología de
quienes están por encima de nosotros y son, en definitiva, quienes nos contratan
y nos pagan por lo que hacemos y dejamos de hacer. Digo que es de lamentarse
nuestra actitud, porque con tal de salvaguardar ese pago que recibimos, con tal
de mantener el trabajo que nos da de comer, sacrificamos nuestro punto de
vista, nuestras convicciones, nuestros valores, y terminamos asumiendo los del
patrón y los del sistema. Además de alienados nos convertimos en reproductores
de la ideología del amo. Quienes pasan por nuestras manos terminan castrados y
cortados por y con la misma tijera con que nosotros hemos recortado nuestra
manera de pensar, de actuar y de imaginar. El sistema de enseñanza lo
convertimos en una fábrica de estupidización, en lugar de un taller de asombro
y avivamiento del espíritu crítico y de las facultades que nos convierten en
seres humanos que interactuamos y convivimos con otros en un mundo que ocupamos
sea humano, justo, inclusivo, libre y democrático.
Si
seguimos cumpliendo nuestro papel de trasmisores de información y reproductores
de los valores del orden imperante, de seguro estaremos contribuyendo a que se
perpetúen la injusticia, la desigualdad, la exclusión, la dominación y el
sometimiento a un sistema que no deja de producir víctimas en todos los
rincones del planeta donde llega a depositar sus huevos. Si como educadores no
nos damos cuenta de que nuestra labor posee una dimensión política y ética,
estaremos actuando como simples cuida-niños o como simples policías que
anulamos las fuerzas cuestionadoras y contestatarias de quienes se ubican en la
orilla contraria a la nuestra. Mientras nuestra tarea sea la de ajustar,
acomodar, inmovilizar, controlar, calificar o descalificar a quienes ascienden
o descienden en la escala del sistema, y no la de despertar, sacudir, generar,
avivar, motivar y hacer producir y hacer para que la vida merezca ser vivida,
de seguro la educación tendrá que cambiar de nombre y llamarse forma de sujetar
y sumar a otros a la homogeneidad, a la univocidad y al individualismo
patrocinados por los señores del orden que se jactan en tener asegurado el
progreso de la patria con una educación gratuita y obligatoria (hablo del caso
de Costa Rica).
Nuestra
tarea no es la de sujetar, sino la de desatar y motivar las fuerzas
imaginativas y creativas de los estudiantes. Captar fuerzas para desactivarlas,
procurar adeptos para hacerlos adictos a una manera ciega, fanática y
deshumanizadora de ser y de pensar es pervertir la función humanística y
liberadora de la educación. Flaco se volvería el espíritu humano del futuro si
seguimos privando a los actuales estudiantes de explorar, fortalecer y ejercer
la búsqueda, la indagación, la duda y la práctica de todas aquellas luces que
harán retroceder la mezquina mentalidad de quienes lucran con el servilismo, el
borreguismo y la chatura mental de los pueblos.
En
lugar de muros donde se estrellan las aspiraciones de quienes sueñan ser
grandes, seamos puertas, puentes, caminos, vías que lleven, que dejen pasar e
ir y posibiliten el acceso a quienes desean llegar más allá. En lugar de atar a
los jóvenes a los hilos que mueve el titiritero, procuremos que ellos sean los
artífices de sus propias luchas, de sus propios movimientos y logren ser
autónomos e intelectualmente independientes. En lugar de promover la sumisión y
la chatura de pensamiento, la frialdad en las relaciones y el cálculo arribista
e hipócrita, propiciemos la agudeza de espíritu, el calor humano y las
relaciones desinteresadas entre quienes entran a las aulas creyendo que las
letras y los números los convertirán en personas de bien, esperanzados en resolver
lo que los mayores no hemos podido, empeñados en poner alegría donde los
adultos persistimos en sembrar odio, dispuestos a que volvamos a creer que se
puede vivir en un mundo sin violencia y sin exclusión por diferencia de
cualquier naturaleza.
Mientras
sigamos produciendo estudiantes pasivos, conformista y cómplices no hay duda de
que estaremos cumpliendo una función política inmovilizadora, domesticadora y
sujetadora de los estudiantes al carro de la dominación económica, política y
cultural vigente. Nadie desmentirá que esa función política se inscribe en una
lógica que, en lugar de seres humanos libres y autónomos mental y
materialmente, lo que procura son seres dóciles, serviles y alienados de sí
mismos, de los otros y del mundo en el que viven. De seguro esta función
castrante no conoce ni reconoce ningún carácter ético, ningún otro orden de
ideas y de valores que no sean los que ciegan y sumen al Otro dentro de la
lógica de la dominación. Mientras la educación siga por ese camino, seremos
presa fácil de cualquier jerarquía, de cualquier poder ajeno cuyo único
cometido sea ser obedecido y servido sin cuestionamiento ni vacilación algunos.
Si seguimos así, en lugar de seres humanos llegaremos a ser simples perros que
festejaremos con la cola cada vez que el amo nos haga un gesto.
Creo
que para no dejarnos vaciar de ese resto de luz propia que nos queda, para no
dejarnos saquear de esos sueños de libertad y autonomía que aún tenemos, no
debemos olvidar, como señala García Monge, que no somos hijos de las piedras,
sino de próceres y héroes que no claudicaron en ningún momento y que no
depusieron su bandera por más entre la espada y la pared que estuvieran.
Gracias a esos seres de corazón y mente libres tenemos hoy una memoria
histórica que nos dice cuál es el camino de los seres humanos y de los pueblos
que desean ser hijos y dueños de sus propios pasos. No nos dejemos sustituir
esos sueños por ese barniz masmediático que con mitos, héroes y modas nos
quieren hacer creer que las fuerzas enemigas somos nosotros mismos y nunca el
gigante con botas de siete leguas que se esconde tras las hamburguesas, los
malls y los supuestos valores universales de la paz, la libertad y la
democracia. Que la misma realidad nos posibilite la comprensión de cuál debe
ser nuestro papel en el proceso enseñanza aprendizaje: no ser consumidores
pasivos y acríticos de todo lo que salga de la figura del docente, porque él
también puede ser nuestro enemigo, el carcelero de nuestro espíritu y el
desactivador de nuestra mente analítica y cuestionadora.
La educación, en lugar de convertirse en
un medio más a través del cual se difunde la ideología del imperio y toda su
maquinaria de vacunar contra la independencia mental, debería activar en los
estudiantes la memoria histórica que ha mantenido vivas en los pueblos las
fuerzas de la libertad, de la autonomía y de la libre determinación. En lugar
de borrarnos y sustituirnos nuestros sueños con nuevos mitos y nuevos héroes
que sólo existen en los medios masivos, debería ayudarnos a resucitar nuestros
héroes que desde la colonia han enfrentado cualquier manifestación opresiva que
nos quisiera reducir al vasallaje y al silencio cómplice. En lugar de promover
con grandes pompas y fastos las vedette que promocionan en las pasarelas del
imperio las inyecciones del conformismo y de la resignación, debería rescatar
los hitos de rebeldía encarnados en muchos educadores ilustres de Nuestra
América que tuvieron y tienen claro que una educación que no nos convierta en
seres humanos, libres y solidarios debería considerarse como una trampa para
los espíritus que se han orientado y que aún se orientan por y con ese ideario.
Creo
que sólo podremos llegar a tener identidad cuando dejemos de hablarnos y
decirnos por y con el discurso del Otro, cuando deje de ser el amo quien nos
programe y nos teja con sus redes simbólicas y culturales. Sólo llegaremos a
ver nuestro rostro en el espejo cuando nos percibamos y nos pensemos con
nuestro propio lenguaje y nos miremos con nuestra propia mirada. En ese
propósito la educación puede ayudar a dotarnos de una voz y de una mirada que
nos incluya como sujetos que nos entendemos como seres con otros en un mundo
que no puede quedar a la merced de quienes se autoproclaman dueños de los
recursos materiales del planeta y programadores de los sueños de los habitantes
del mundo. Si la educación hubiera cumplido con ese cometido, si no hubiera
sido instrumentalizada por los intereses políticos y económicos establecidos,
si a los educadores no les hubieran cortado las alas y fueran una clase más
consciente de sus principios, que no de sus preocupaciones económicas, los
actuales gobernantes del mundo se avergonzarían de hacer lo que hacen y entre
ellos mismos no se apadrinaran ni encubrieran las rapiñas y saqueos material y
espiritual que hacen al mundo. Estuviéramos cosechando esa puesta en vida de la
libertad, la democracia, la solidaridad y la justicia de que seguimos
sedientos.
Más que
poner al tanto o poner en contacto al estudiante con informaciones de y sobre
otras realidades, más que saturarlos de conocimiento ajeno y
descontextualizado, precisa dotarlos de estrategias de lectura, análisis e
interpretación de los mismos para que lleguen a pronunciar su propia palabra y
a construir-producir su propio conocimiento. Con esto alcanzarían su
independencia de cualquier tutor, de cualquier autoridad que parasita de las
flaqueza ajenas para justificar su jerarquía y su necesariedad. La educación
debe procurar que los estudiantes caminen con sus propias fuerzas sus propios
pasos. Un estudiante que requiera de muletas sería como un edificio que ocupa
de andamios externos para poder sostenerse toda la vida. Cada estudiante debe
sostenerse con su propio andamiaje y crecer impulsado por sus propios sueños y
sus propios proyectos. Si un estudiante reclamara la presencia permanente de un
tutor, esto sería signo inequívoco de que no posee independencia mental ni
tampoco seguridad de estar haciendo las cosas bien, al mismo tiempo que pondría
en evidencia que tiene un tutor que no educa para la libertad, sino para la
dependencia, que no genera fertilidad, sino que castra.
Si
generar conciencia y producir independencia mental hubiera sido algo inocente
de seguro los poderosos del mundo hubieran invertido sus cuantiosas ganancias
en procurarlas entre la gente pobre, oprimida y explotada del planeta. Si
generar conciencia y autonomía mental no acarrearan problemas para quienes
gobiernan el mundo, de seguro que estas cualidades se promocionaran como la
Coca Cola, la Pizza Hut, la Berger King, la McDonald o los Malls y demás
emporios trasnacionales de la globalización económica imperial. Si generar esas
herramientas no apuntara hacia el cuestionamiento de los poderes políticos y
económicos vigentes, entonces estuvieran de moda y se pudieran conseguir materiales
en todas las tiendas del mercado global para que nadie siga siendo inocente ni
tampoco cultural ni materialmente dependiente. Por todas estas razones la
educación debe proclamar su propia independencia de los poderes establecidos
para poder cumplir con su tarea de generar conciencia crítica y transformadora
de todo aquello que veje y anule las facultades mentales, morales, espirituales
y éticas del ser humano.
No
puede enseñar o hablar sobre libertad, democracia y justicia alguien que no es
libre, que no es democrático ni practica la justicia. ¿Cómo va a ser libre
alguien que ni siquiera se da cuenta de estar sirviendo a los intereses de la
alineación, la sujeción y la colonización mental de los estudiantes? ¿Cómo va a
ser democrático alguien que no se da cuenta de que se autoconstituye como el
depositario y detentor del conocimiento? ¿Cómo va a ser justo alguien que no
advierte que está inscrito en un sistema injusto que vacía y saquea a muchos
para saturar y satisfacer a unos pocos? Creer que eso sea factible es llegar a
creer que Estados Unidos nos pueda dar lección de cómo ser un país libre,
democrático, pacífico y justo, cuando la historia nos recuerda que ha
practicado y practica sistemáticamente todo lo contrario donde quiera que ha
invadido, apadrinado dictaduras, secundado el crimen, impulsado el terrorismo,
bloqueado y estrangulado economías, saqueado y masacrado pueblos, puesto y
quitado gobernantes, patrocinado y motivado la violencia, armado y adiestrado a
los defensores de los sublimes valores de la civilización occidental. Creer que
se puede dar lo que no se tiene es creer que podemos llegar al desarrollo y a
la independencia después de tanto pillaje y de tener como custodios los
actuales guardianes del orden cuyo principio básico es eliminar al inconforme,
destruir al rebelde, masacrar al contrario.
Si la
educación no nos ayuda a hacer una lectura de nuestra realidad desde nuestra
propia realidad, si no nos ayuda a ubicarnos en nuestra propia voz y con
nuestro propio lenguaje, entonces no nos queda otra vía que implementar nuestra
propia carrera hacia la adquisición de una conciencia crítica y una mentalidad
autónoma. Si somos estudiantes no nos queda otro camino que hacer lo propio
para construir nuestro propio derrotero intelectual, armarnos con nuestras
propias herramientas para leer, analizar e interpretar la realidad y discrepar
con fundamentos frente a los repetidores de la cultura liviana y consumista del
mercado capitalista. Si somos educadores no alineados ni alienados, no podemos
desaprovechar la oportunidad de tener a nuestro alcance a tantas mentes ávidas,
imaginativas y creativas en las que se puede sembrar el espíritu investigativo,
el alma cuestionadora y las fuerzas generadoras y productoras de una voz
distinta a la que cacarean los intelectuales politiqueros y sin ética que
gobiernan desde las oficinas burocráticas y se anuncian con grandes despliegues
publicitarios en las vitrinas del mercado, representadas por los medios de
difusión masiva.
Si
llegamos a esparcir ese espíritu crítico, analítico y creativo espantaríamos el
miedo que nos embarga por no saber en manos de quiénes llegarán a estar las
riendas de nuestros pueblos. Si seguimos reproduciendo y siendo cómplices de
los poderes político y económico establecidos sin duda que tendremos como
gobernantes a saqueadores, criminales y deshumanizados banqueros, negociantes e
intelectuales cotorras que repiten lo que se genera en otras geografías, en
otras mentes y en otros horizontes de expectativas. ¿Qué ética nos quedaría si
llegáramos hacer yunta con quienes no tienen otro cometido en la vida que
agrandar sus fronteras, adueñarse de los recursos de los pueblos y suplantar la
cultura de la armonía, la paz, la solidaridad y la hermandad por una cultura
del terror, de la violencia, de la indiferencia y de la muerte? Alinearnos en
la fila del más poderoso es signo inequívoco de nuestra indefinición y de
nuestro cálculo por obtener un beneficio a corto o largo plazo en las plazas
que el poder reserva para sus fieles y serviles. Buscar el reconocimiento al
interior del sistema es temer quedarse al margen, es creer que los respetables
y honorables son los que lucen las insignias y reconocimientos que el poder
otorga. Es preferible llevar en la frente la cruz de ceniza de los revoltosos
que el galardón con que el tirano reconoce a sus lacayos.
En
lugar de prevenir al pueblo contra la independencia, en lugar de vacunarlo
contra el inconformismo y en lugar de siquiatrizarlo de sus sueños y utopías,
la educación debería ser la esparcidora de estas semillas y la generadora de
todas estas fuerzas a lo largo y ancho del mundo, para que tanto los de aquí
como los de allá, los del sur como los del norte, los del este como los del
oeste estén al tanto de las realidades de cada pueblo y haya más hermandad y
solidaridad entre quienes han alimentado su espíritu con las mismas fuerzas. La
independencia mental a la que aspiramos se convertiría en independencia
material por esos vínculos humanos de la solidaridad que se generaría entre los
pueblos. La carrera globalista por imponer una economía en la que los grandes
emporios comerciales serían los que tengan el monopolio y las ganancias se
convertiría en una carrera por globalizar el bienestar, por eliminar la
pobreza, por allanar los caminos para el entendimiento y el diálogo entre los
pueblos y la eliminación de toda forma de discriminación y exclusión. Las
fortunas que hasta el momento se han amasado, producto de las industrias
armamentistas, se podrían utilizar para erradicar la desnutrición y curar
antiguas enfermedades. Las armas por fin se convertirían en arado y los campos
de batalla en campos de siembra. Volvería la bonanza y todos los pueblos
compartirían e intercambiarían aquellos frutos que sólo pueden darse en las
geografías que cada uno comparte. Si la educación volviera a promover e
inculcar esta utopía, creo que nos convertiríamos en sus más dignos operarios.
* Escritor, tallerista literario y educador. Profesor en la Universidad Nacional y en la Universidad de Costa Rica. Autor de obras como: La máquina de los recuerdos (1993), Los rituales del poder (1997), Sombras de antes (1998), Guía de razonamiento verbal (2000), Las cenizas del sentido (2001), Los juegos del duente (2003), Pensamiento hábil & creativo (2003) (coautor). y artículos en revistas especializados.