Javier Martínez Aldanondo
Gerente de Desarrollo de Proyectos en Chile de GEC
(Grupo UOC)
El pasado lunes 10/5/2004, El Diario Vasco, el
periódico de mi ciudad San Sebastián, publicaba la siguiente noticia en portada
(ampliada en las páginas 2 y 3): “El
Gobierno Vasco crea un 'portal' para que los padres ayuden a sus hijos a hacer
los deberes”.
http://servicios.diariovasco.com/pg040510/prensa/noticias/AlDia/200405/10/DVA-ALD-000.html
Aparentemente es una buena noticia que habrá
despertado la simpatía de aquellos a los que les preocupa el tema de la
educación. Sin embargo, creo que merece la pena detenerse a analizar algunos
aspectos contradictorios e incluso problemáticos que hace ya demasiado tiempo
pasan inadvertidos para la opinión pública y, lo que es peor, para la comunidad
educativa.
Indudablemente, entre los elementos positivos de la
noticia, hay que aplaudir los esfuerzos de las
instituciones públicas por apoyar el desarrollo de la educación y las
tecnologías, sobre todo teniendo en cuenta que hasta hace muy pocas fechas, la
educación apenas aparecía en los primeros lugares de las agendas políticas de
trabajo.
Hiru.com, que así se llama el portal, no es una
iniciativa aislada. Conozco experiencias similares de portales educativos
apoyados desde la administración en Cataluña, Argentina o Chile. En el artículo
se insiste en que nadie puede negar la relevancia del “aprendizaje a lo largo
de toda la vida” ni el papel decisivo que juegan las Tecnologías de la
Información y de la Comunicación (TICs) como soporte. Vivimos en un mundo en
continua transformación donde los “supervivientes” ya no son los más fuertes
sino los más capaces de adaptarse, es decir, los que aprenden a cambiar.
Coincidimos en que el conocimiento viene con fecha de caducidad. Y parece
evidente, nos agrade o no, que en ese mismo mundo, la tecnología hace ya tiempo
que juega un papel preponderante, inundándolo todo. No me refiero únicamente a
Internet. Dependemos de la tecnología para fabricar productos, para viajar,
para cuidar la salud, para comunicarnos, para el ocio, para la ciencia... Está
ahí aunque no la veamos y, en el futuro, la presencia y relevancia de las TICs
sólo va a aumentar. Se dice que el 80% de las tecnologías actuales estarán
obsoletas en los próximos 10 años o que a lo largo de nuestra vida laboral, nos
desempeñaremos hasta en 12 trabajos distintos (yo ya llevo 5 y, para mi
desgracia, me queda bastante vida laboral por delante). Por tanto, si el
aprendizaje es a lo largo de toda la vida, eso implica que el conocimiento es
efímero y hay que renovarlo constantemente. Si en el colegio los niños deberían
aprender cosas que les serán de utilidad en la vida adulta, entonces el
currículum del año 2004 no puede ser el mismo que el de hace 50 años. Debe ser
flexible para ir cambiándolo permanentemente. Esto no sucede ya que existe un
obstáculo fundamental, apenas advertido: ¿Estamos de acuerdo en lo que
entendemos por ciudadano educado para el Siglo XXI? Parece obvio que NO aunque actuemos dando por hecho
lo contrario. Apenas hemos hecho esfuerzo alguno por considerar como han cambiado
las cosas desde la época en que educación estaba reservada a una elite a la
época actual donde una licenciatura universitaria es moneda corriente. Nuestro
concepto de persona educada (que no es la antitesis de maleducada) permanece
igual que en el Siglo XIX. Basta con echar un vistazo a lo que tienen que
aprender nuestros hijos en el colegio: Literatura, poesía, filosofía, historia,
matemáticas, … Pero el mundo ha cambiado bastante desde entonces. Seguimos
considerando intelectuales a aquellos especialmente ilustrados en literatura,
historia y humanidades que mantienen la reputación de cultos y, por tanto,
mejor educados. Esto influye en la manera en que educamos a nuestros jóvenes.
Se titulan miles de licenciados en geografía e historia, filosofía, arte o
filología porque seguimos pensando que en eso consiste formar ciudadanos
cultos. Decidimos que en los colegios se aprenda álgebra y trigonometría en
lugar de nociones básicas de negocio/empresa, medicina/salud y nutrición o la
tan celebrada inteligencia emocional. Y esto sucede porque pensamos que la
trigonometría es más importante. Parece como si no nos diésemos cuenta de que
la misión de la educación es preparar y dar herramientas a nuestros jóvenes
para enfrentar con garantías la vida que tienen por delante. Cuando hacemos más
hincapié en aspectos intelectuales (latín, química, gramática) en lugar de
aspectos humanos como relaciones interpersonales (pareja, hijos, amigos,
compañeros), comunicación, gestión de si mismo, pensamiento crítico,
creatividad, innovación o imaginación es porque seguimos arrastrando la visión
de la educación de remotas épocas elitistas. ¿Qué otra explicación cabe sino?
Hace tiempo, una amiga me decía entre lágrimas una frase llena de sentido
después del funeral por el fallecimiento de su joven hermano: “En la escuela
nunca nos dijeron que estas cosas ocurren ni nunca nos enseñaron a manejar
estas situaciones”. En la escuela, la confianza o la autoestima son menos
importantes que aprender integrales o las leyes de newton. En la vida, sucede
todo lo contrario pero cuando nos damos cuenta, ya es demasiado tarde para
cambiar.
La primera conclusión es que tenemos un problema
grave en lo relativo a QUE pretendemos que aprendan los jóvenes. Enseñamos
muchas cosas que no sirven y dejamos de lado aquello que realmente es esencial
para vivir. De aquí se deriva un segundo problema que consiste en COMO tratamos
de que aprendan.
Hace ya mucho tiempo que decidimos confiar a las
instituciones educativas y académicas la misión de educar a nuestros niños. El
punto de partida pasaba por considerar el conocimiento para operar en el mundo
como algo explicito, como una cosa, como un objeto fácilmente transmisible
desde la personas que lo tienen (profesores) a las que lo necesitan (alumnos).
Se diseñó el correspondiente currículum (como si la vida estuviese compuesta
por asignaturas) e inventamos conceptos y ritos artificiales como las aulas,
los exámenes, las notas, repetir curso, los créditos, la selectividad, etc.
Cuanta frustración para tantos niños durante tantos años.
La realidad es bastante más compleja. La educación
no consiste en aprobar asignaturas ni ocurre dentro de los muros de una
escuela. El conocimiento necesario para sobrevivir en el mundo actual es tácito
y se obtiene mediante la experiencia y la práctica, en la vida diaria y por
regla general sin conciencia alguna de que se adquiere.
Si lo miramos desde la perspectiva de una entidad
académica, parece obvio pensar que el papel destinado a las universidades es
preparar a sus alumnos para desempeñar una carrera profesional. De hecho, casi
todos los títulos universitarios se corresponden, en teoría y según el nombre,
con perfiles profesionales. Por ejemplo, yo estudié derecho para ser abogado,
profesión casuística por excelencia. Y ahora me pregunto ¿Cuántos de mis
profesores eran abogados en ejercicio? No muchos. ¿En que se parece la carrera
de derecho con el trabajo que luego desempeña un abogado? Prácticamente en
nada. ¿Alguien iría a la universidad si no le diesen un título con el que poder
acceder al mercado laboral? Posiblemente no. Las carreras siempre se han
organizado por asignaturas que los profesores “explicaban a los alumnos”. Se
partía de la premisa de que el dominio de un cuerpo de asignaturas implica
habilidad para resolver problemas reales. Ya conocemos las consecuencias de
esta suposición: Existe una absoluta desconexión entre la formación recibida en
las aulas y su correspondiente desempeño en el puesto de trabajo.
¿Qué dicen las empresas y el mundo laboral en
general sobre los jóvenes que acceden a su primer empleo? Que las competencias
necesarias para desempeñarse en el puesto de trabajo por desgracia no se
adquieren en un aula sino en la práctica diaria y a lo largo de muchos años y
que necesitan invertir mucho tiempo y dinero en enseñarles habilidades básicas
ya que todo parecido entre la carrera que han estudiado y el trabajo de un
profesional es pura coincidencia. Algo no funciona, es evidente.
En la noticia se menciona repetidamente “resolución
de problemas”, “ciudadanía activa y participativa” o “autonomía personal y un
mayor sentido crítico” pero curiosamente en el colegio ni hay cursos sobre
estos temas ni se enseñan de ninguna manera. También se habla de “búsqueda de
información, análisis y síntesis” como si esto fuese a suceder de manera
automática por el mero hecho de acceder a Internet cuando la realidad es que el
colegio sostiene que existen las respuestas correctas, que los exámenes miden
el conocimiento y que son un buen método para predecir el éxito en la vida. Las
cosas no son tan simples ni triviales. Se insiste en que Hiru.com será una
herramienta para ayudar a los padres con los deberes de sus hijos. ¿Nadie se ha
parado a pensar que tal vez si los padres tienen problemas para ayudar a sus
hijos con los deberes (se mencionan las ecuaciones de BUP) es porque durante su
vida no han necesitado gran parte de lo que aprendieron en la escuela y por
tanto no debe hacer tanta falta?
Tenemos que reconocer que la educación ha
evolucionado muy poco a lo largo del tiempo. Sobre todo si lo comparamos con la
ciencia, con el comercio, con las comunicaciones, en realidad con cualquier
disciplina. Los pupitres de la famosa aula de Fray Luis de León no son muy
diferentes de los que yo utilicé y de los que siguen vigentes hoy en día. La
tónica habitual sigue siendo pizarra y borrador y esto significa que el
profesor hace el 95% de trabajo. Habla, lee, explica, escribe, dicta, pregunta,
etc. Pero lo curioso es que quien debería hacer el 95% del trabajo sería el
alumno que es quien debe aprender. Quien debiese hacerse preguntas es él.
¿Alguien se imagina a un padre enseñando a montar en bici a su hijo y empleando
el 95% del tiempo pedaleando sentado sobre la bici mientras su hijo mira y le
escucha? ¿O aprender a cocinar viendo a Arguiñano en la televisión y luego
haciendo un examen escrito? Si fuera así de sencillo, ni habría fracaso escolar
ni la formación sería un negocio atractivo. ¿Qué diferencia existe entre una
clase y un libro? Únicamente las posibles preguntas de los alumnos, algo poco
frecuente por otra parte. El modelo educativo consiste en esta fórmula: YO sé,
TÚ no sabes, YO te cuento y dentro de un tiempo te pregunto (examen) si
recuerdas lo que te conté. Sin embargo esto es una falacia. No aprendemos
escuchando. Aristóteles lo dijo ya hace mucho tiempo: Lo que
tenemos que aprender, lo aprendemos haciendo. Lo que se memoriza
se olvida y sobre todo, si lo que se aprende no proviene de la experiencia
propia, no se aprende y se olvida rápidamente. La máxima de la escuela debiese
ser otra radicalmente diferente: TU práctica y cuando te equivoques NOSOTROS te
ayudaremos. Primero la práctica, luego la teoría, algo que suele resultar
difícil de aceptar.
Llegados a este punto me atrevo a hacer una
afirmación apabullante: Poquísimos profesionales seríamos capaces de aprobar a
día de hoy ni uno solo de los exámenes que hicimos durante la carrera. Lo
curioso es que no parece que este hecho haya tenido una influencia decisiva en
nuestra carrera profesional. ¿Por qué ocurre esto? Lo malo no es que hayamos
olvidado lo que estudiamos en la facultad, lo malo es que ni siquiera lo
llegamos a aprender aunque muchos no lo querrán reconocer. El cerebro tiene una
enorme facilidad para eliminar lo inútil, todo aquello que no volvemos a
utilizar en nuestra vida. La memoria y el aprendizaje van íntimamente ligados a
las emociones. Y no parece muy emocionante ni impactante saber que durante
alrededor de 20 años tu papel es el de sentarte en un aula a escuchar y coger
apuntes.
Necesitamos un cambio. Un cambio en lo QUË
enseñamos y en el CÖMO lo enseñamos. Este cambio va a redefinir el papel del
docente, del alumno y de los contenidos. ¿Qué le deberíamos pedir a un
profesor? Que instale en los jóvenes el amor por aprender y no que les llene la
cabeza de datos, de certezas y respuestas sino de preguntas. Einstein (un
ejemplo de mal estudiante) decía que lo importante es seguir haciéndose
preguntas. Aprender significa ser curioso, preguntarse por que. Eso no ocurre
en el colegio donde lo que sirve es memorizar y donde nos miden y nos valoran
por las respuestas. Se trata de pasar del habitual individualismo (“mira a tu
hoja”, “no hables con el de al lado” “habéis entendido todos, ¿verdad?”) al
intercambio, al trabajo colaborativo y las comunidades de aprendizaje. Al fin y
al cabo, en la vida, en el trabajo se funciona por equipos y los problemas no
tienen una sola solución correcta.
Euskadi, Cataluña o Chile (por nombrar los que me
son más cercanos) como otras comunidades y países pequeños, tienen una
oportunidad histórica para aprovechar el nacimiento de una nueva “era”, la
sociedad del conocimiento” y, con la excusa de la revolución provocada por
Internet, repensar un modelo educativo que lleva demasiado tiempo
instalado entre nosotros y haciendo aguas.
Hiru.com es una buena iniciativa pero al mismo tiempo es
un claro ejemplo de cómo emplear una nueva tecnología con
una mentalidad antigua.
Todos sabemos que la educación tiene demasiados
misterios sin resolver:
¿Cuál es la razón por la que el colegio dura 12
años y la universidad dura 5 años? ¿Qué sentido tiene enseñar, por ejemplo, el
catecismo a niños para los que la fe o el matrimonio son conceptos totalmente
incomprensibles (en realidad son incomprensibles también para muchos adultos)?
¿Por qué al terminar el colegio no somos bilingües (me refiero al inglés como
bien comprendieron los nórdicos, con todo el respeto al resto de idiomas
locales), tenemos el carné de conducir (como en EEUU), sabemos mecanografía o
nos manejamos perfectamente con un ordenador (TICs)? ¿Por qué invertir 5 años
en hacer una carrera para luego tener que hacer un Master y no finalizar los 5
años universitarios con la formación suficiente para trabajar en aquello para
lo que se ha estado preparando? ¿Por qué tantas personas acaban trabajando en
profesiones que tienen poco que ver con lo que estudiaron en la universidad?
¿Tiene sentido que todos estudiemos lo mismo, que exista un solo currículum o
varios? ¿Juan Mari Arzak, Olazábal o el
propio lehendakari Ibarretxe, por nombrar 3 vascos exitosos y conocidos
universalmente, aprobarían un examen de matemáticas de COU o la propia
selectividad? ¿Por qué esa obsesión con las notas? Obviamente es mucho más
sencillo tratar de evaluar mediante un examen (cuanto has memorizado) que
mediante una demostración de desempeño (cuanto me demuestras que sabes hacer).
Damos demasiada relevancia a las Palabras cuando lo que cuenta en la vida son
los Hechos. A una universidad le debería preocupar evaluar como salen los
alumnos de sus aulas y no como entran. En la vida, nos evalúan cada día los
clientes, los jefes, los competidores, los colegas, la familia, etc. Por tanto,
¿Quién necesita exámenes?.
El libro blanco del aprendizaje a lo largo de la
vida declara aspectos interesantes, proclama a Euskadi país de aprendizaje pero
ya se sabe que el papel lo aguanta todo y del dicho al hecho hay un gran
trecho.
Si
vivimos instalados en el cambio, si los profesionales tienen que aprender
continuamente porque lo que aprendieron ya no les sirve y lo que saben hoy no
les servirá mañana, ¿Cómo es posible que el currículum escolar siga sin
tocarse? Aprender a aprender se convierte en la habilidad clave. Sabemos lo que
necesitarán los niños cuando sean adultos, sabemos lo que no necesitarán ni les
hará falta y sabemos que una parte no la podemos predecir por culpa del propio
cambio. Por tanto, lo primero es consensuar el currículum y adaptarlo, lo
segundo es hacerlo flexible y revisarlo continuamente, y lo tercero es cambiar
la forma en que tratamos de que los niños aprendan.
¿Tendría sentido pedirle a las instituciones
educativas que diseñasen el nuevo currículum para la sociedad del conocimiento?
Mi opinión es que no, al menos no para llevar la iniciativa de su diseño aunque
lógicamente si el de su impartición. ¿Y pedírselo a la clase política? Tampoco.
Esta es una tarea compleja donde tienen que implicarse todos los agentes
sociales y donde la tecnología debe jugar un papel fundamental, aunque llenar las escuelas de
ordenadores no va a solucionar el problema. Lo malo
es que apenas existe conciencia de que necesitemos cambiar algo. Por eso
noticias como la que he comentado pasan sin pena ni gloria y en todo caso
despiertan la simpatía de los padres que piensan inocentemente que van a
encontrar una solución a los problemas académicos de sus hijos.