Síndrome
de savant: entre lo genial y lo ingenuo.
El
presente trabajo pretende ser una revisión de los hallazgos más significativos
del funcionamiento psicológico de los sujetos diagnosticados con el síndromde
de Savant, que combina un funcionamiento cognitivo bajo (normalmente retraso
mental entre moderado y grave), con una o varias habilidades excepcionales,
bien en áreas relativamente comunes, tales como un talento musical
sobresaliente, o una habilidad artística excepcional; o bien en áreas extraordinariamente
específicas y restringidas, tales como la capacidad de realizar complejísimos
cálculos de fechas en el calendario con un nivel de exactitud asombroso. El
trabajo describe el síndrome, y argumenta sobre el papel crucial que juega su
estudio en las teorías actuales sobre la inteligencia.
Palabras clave:
síndrome savant, autismo, inteligencia.
Autores:
Raúl Tárraga Mínguez.
Licenciado en psicopedagogía. Universidad de Valencia.
Maestro de Pedagogía Terapéutica.
Gabriela Acosta Escareño.
Licenciada en psicología. Universidad Autónoma de México.
Estudiante de Doctorado. Universidad de Valencia.
El síndrome de savant.
El síndrome de savant combina un
funcionamiento cognitivo bajo (normalmente retraso mental entre moderado y grave),
con una o varias habilidades excepcionales. Hasta el momento, la naturaleza de
talentos descritos en estos sujetos ha sido tremendamente variada. Las más
usuales son el talento musical, las habilidades de cálculo matemático, el
talento artístico, la poesía, la memoria excepcional, la hiperlexia, u otros
talentos. Sin embargo, en ocasiones estos talentos consisten en habilidades extraordinariamente
aisladas y específicas cuyo origen es tremendamente difíciles de explicar; por
ejemplo, se dan casos de sujetos incapaces de calcular el cambio de una compra
cotidiana, pero son capaces de responder, con extraordinaria rapidez y
exactitud a preguntas como: “¿qué día de la semana fue el 12 de marzo de
1.930?”, o “¿qué día será el 20 de junio de 2.059?”
La prevalencia de este síndrome es de
una de cada 2.000 personas con déficits cognitivos; mientras que su incidencia
aumenta hasta uno de cada 10 sujetos autistas, por lo que existe una asociación
más que notable entre atismo y síndrome de savant.
Antecedentes históricos.
La
primera descripción del síndrome de savant, o idiot savant, se remonta a 1789,
fecha en la que Benjamin Rush describe las
habilidades de un paciente psiquiátrico capaz de calcular la edad de una
persona en segundos.
Casi 100 años después, J. Langdom Down
utiliza en 1887 el término idiot-savant
para describir la coocurrencia en algunos individuos de un funcionamiento
cognitivo bajo en general con una habilidad específica superior a la media.
Finalmente,
en 1943, Leo Kanner, en el primer informe sobre autismo menciona: “el asombroso
vocabulario, la excelente memoria, y el preciso recuerdo de patrones y
secuencias complejas que indica buena inteligencia” en ciertos sujetos
autistas.
De
este modo, durante casi 200 años el estudio de este asombroso trastorno ha sido
abordado únicamente mediante estudios de casos aislados, y no ha sido hasta
1983 cuando se han acometido los primeros experimentos sistemáticos para
determinar posibles causas y prevalencia en autismo del fenómeno savant.
Así,
el análisis diacrónico de la atención que ha recibido este síndrome por parte
de la psicología y la medicina durante los últimos años nos fotografía un
síndrome de escasa prevalencia entre la población general, por lo que no ha
sido tradicionalmente objeto de los esfuerzos de los investigadores. Sin
embargo, recientemente, los nuevos enfoques en el estudio de la inteligencia
auspiciados por Howard Gardner, han hecho que la explicación a este síndrome se
convierta en un elemento casi imprescindible para explicar o definir la
inteligencia, por lo que, paradójicamente el estudio de esta reducida población
de savant se ha convertido en un verdadero quebradero de cabeza para los
teóricos de la inteligencia, que deben tratar de encajar en el puzzle del
funcionamiento cognitivo de la población general el patrón de un pequeño grupo
con una mente muy particular: capaz de realizar verdaderas proezas cognitivas
en matemáticas, música, poesía, etc, pero en ocasiones incapaces de recordar el
nombre de objetos familiares, o incapaces de desenvolverse autónomamente en la
vida cotidiana.
Explicaciones
de la relación entre autismo y síndrome savant.
La investigación encaminada a estudiar
el origen de la asociación entre estos dos síndromes ha planteado al menos dos
posibles hipótesis complementarias:
Autismo: ¿alta
inteligencia; bajo CI?
Scheuffgen et al. (2000), plantean la
posibilidad de que todo el síndrome del autismo (no únicamente el síndrome
savant), presente muestras reales de alta inteligencia, aunque sin embargo, su
bajo rendimiento en las pruebas que tratan de medir este constructo les
enmascare como sujetos poco inteligentes o con bajo cociente intelectual (CI).
Estos autores argumentan que la investigación muestra un patrón de baja
puntuación general con resultados desiguales en los diferentes subtests (por
ejemplo pobres resultados en aspectos relacionados con el lenguaje y la
comprensión del mundo, pero resultados brillantes en áreas aisladas, por
ejemplo, en algunos casos los cubos del WISC). Para Scheuffgen y colaboradores,
una de las posibles causas de las bajas puntuaciones generales pueden deberse a
la dificultad para comprender qué es lo que espera el evaluador que realice el
sujeto; es decir, la baja puntuación podría deberse a que los individuos
autistas no comprenden las instrucciones que se les dan, y sólo en algunos
casos en que el lenguaje tiene una influencia mínima (como los cubos del WISC,
en que se puede mostrar ejemplos muy gráficos al alumno de la ejecución
correcta).
Por tanto, la hipótesis planteada propone
que aunque la medida de la inteligencia en individuos con autismo pueda caer en
el rango del retraso mental, esto no es necesariamente debido a su lentitud en
el procesamiento de la información, sino que podría deberse a déficits en la
comunicación social (que interferirían en la relación con el evaluador y por
tanto en el resultado de las pruebas de CI).
Para comprobar su hipótesis, los
experimentadores propusieron un diseño experimental en el que se planteó a los
sujetos una tarea de tiempo de inspección. En esta tarea se presentan dos
estímulos a través de un ordenador (ej: 2 líneas con diferente grosor) y se
realiza una pregunta sobre el estímulo (ej: señala la línea más gruesa). El
tiempo de exposición del estímulo viene predeterminado por el ordenador, pero
se dispone de tiempo ilimitado para responder a la pregunta. Con ello pretende
aislarse la influencia del tiempo de reacción, y medir tan solo el
procesamiento de la información.
El resultado corroboró que los individuos
con autismo mostraban unos tiempos de reacción similares a los sujetos
controles (con alto CI), e incluso inferiores a los de un grupo con
dificultades del aprendizaje moderadas. Esto sugiere un déficit general en el
procesamiento de la información del grupo con dificultades del aprendizaje, y
un déficit específico en el grupo autista, independiente de la velocidad básica
de procesamiento. Por tanto, la conclusión del estudio fue que el grupo de
autistas sí mostró habilidades que pueden considerarse propias de la
inteligencia, pese a ello su CI era bajo.
Cálculo
calendárico e inteligencia.
Como
se comentaba anteriormente, las habilidades excepcionales relacionadas con
cálculos del calendario son una de las habilidades más comunes en la literatura
científica del síndrome de savant. En uno de los estudios encaminados a
investigar el origen de esta habilidad, O’Connor, Cowan y Samella, (2000) se
plantearon como pregunta de investigación si ¿existe relación entre la
habilidad savant de cálculo calendárico con la inteligencia tal y como se
concibe y mide habitualmente?
Para
responder esta pregunta realizaron un estudio correlacional entre las diferentes variables planteadas, y
hallaron una relación significativa entre CI y precisión en el cálculo de
fechas, aunque no hallaron relación entre el tiempo de latencia empleado para el cálculo y el CI.
Este resultado sugería que en efecto, al menos parcialmente, existía una cierta
relación entre CI y cálculo calendárico, que permitiría afirmar que esta
habilidad constituye una demostración de algún tipo de inteligencia.
Estos
investigadores se plantearon además otra pregunta: ¿la habilidad de cálculo
calendárico está directamente relacionada con una envidiable habilidad
aritmética?
Los
autores estaban convencidos de que, en efecto, los sujetos con esta habilidad
empleaban el cálculo (y no ningún otro posible elemento como la memoria, u otra
habilidad) para la adivinación de fechas. Sin embargo, para resolver esta
cuestión volvieron a adoptar un enfoque correlacional, pero encontraron que las
puntuaciones el subtest de aritmética del WAIS eran tremendamente dispares.
Además, investigaciones previas indican consistentemente deficiencias en aritmética
en los sujetos savants. La explicación que encontraron O’Connor et al. para este hecho fue que el subtest de aritmética del WAIS no
era una buena medida para estos sujetos, ya que utilizaba enunciados
lingüísticos en los que el sujeto debe interpretar información lingüística, y
no exclusivamente aritmética. Esta explicación se corroboró cuando utilizaron
otra medida netamente de aritmética (un
test de cálculo mental de adiciones y substracciones que iban de muy fácil a
muy difícil), en la que los sujetos savants puntuaron excepcionalmente.
Cálculo
calendárico y memoria.
Otros
autores como Heavey, Pring y Hemerling, (1999), se propusieron investigar la
relación de la habilidad del cálculo calendárico con la memoria. Para ello se
propusieron revisar diferentes explicaciones del fenómeno de los cálculos
calendáricos relacionados con la memoria.
Una
primera hipótesis proponía que los sujetos utilizan la memoria visual para
recordar calendarios perpetuos que previamente han visualizado. Sin embargo
esta posibilidad se rechazó como explicación universal, ya que en un estudio
realizado en 1965, se describía el caso de un sujeto con ceguera congénita y
sin acceso a calendarios en Braille.
Una segunda hipótesis propone que estos
sujetos utilizan fórmulas y algoritmos disponibles en enciclopedias y
publicaciones científicas. Aunque esta hipótesis fue rechazada ya que la
complejidad de dichas fórmulas requiere un nivel de comprensión lectora,
memoria y habilidad numérica lejos del alcance de los individuos savant.
Una tercera
hipótesis proponía que estos sujetos utilizan la estrategia de memorizar fechas
especiales, que después utilizan como anclas a partir de las cuales calculan
las fechas solicitadas con más facilidad. Sin embargo, otros autores rechazan
esta hipótesis y afirman que no se trata de utilizar fechas de referencia, sino
que emplean un proceso de memorización por rutina.
Los
investigadores realizaron tres experimentos para aclarar qué papel juega la
memoria en el cálculo calendárico, y concluir cuál de las tres hipótesis era
más cercana a la explicación del fenómeno de los cálculos calendáricos.
En el
primer experimento, compararon la memoria a corto plazo (MCP) de un grupo de 8
sujetos con síndrome de savant con un grupo de sujetos control igualado en edad
y CI (una puntuación de 64.9 en la prueba de Peabody). La prueba en la que
fueron comparados, fue el subtest de dígitos del WAIS, y una prueba similar
utilizando palabras monosílabas de alta frecuencia. El resultado de la
comparación indicó que no había diferencias en MCP entre ambos grupos, de lo
que se concluye que los sujetos savant no emplean la MCP para realizar sus
cálculos.
En el
segundo experimento, se comparó a ambos grupos en una tarea de evaluación de
memoria a largo plazo (MLP), y al igual que en el experimento anterior se
emplearon elementos tanto numéricos (años), como verbales (palabras). Tal y
como sucedió anteriormente, ambos grupos recordaron un número de palabras
similar. Sin embargo, en el recuerdo de años, el grupo savant fue claramente muy
superior. Este resultado descarta que los sujetos savant posean una MLP
globalmente superior al resto de sujetos, aunque mantiene abierta la
posibilidad de que tengan una mayor facilidad para el recuerdo de números que
el resto de sujetos.
Finalmente,
en el tercer experimento Heavey et al., se propusieron analizar el papel del efecto de generación en el cálculo de
fechas calendáricas. Según la teoría del efecto de generación, es más probable
retener una palabra que previamente se ha generado, que una palabra que se ha
provisto externamente (una palabra que hemos leído, escuchado,….) Este proceso
de generación de la palabra implica la existencia de múltiples rutas de acceso
para recuperar dicha palabra, lo que implicaría que una palabra no generada propiamente,
sino provista externamente (por ejemplo leyendo) dispondrá de menos rutas de
acceso para su recuperación.
Para
analizar el papel del efecto de generación, los investigadores propusieron dos
condiciones experimentales: condición de estudio, y condición de cálculo. La
primera consistía en leer detenidamente una lista de fechas que incluían su día
de la semana, y tras una pausa de 5 minutos, se le presentaba una segunda lista
en la que se le advertía que hay algunos de los días que estudiado en la lista
original, pero no todos. En la segunda condición, la condición de cálculo: se
daba al individuo una lista con fechas para que calculara el día de la semana,
se realizaba otra pausa de 5 minutos, y se le daba una lista en la que se le
avisaba que estaban algunas de las fechas calculadas. En ambas condiciones se
pedía a los sujetos que identificaran las fechas encontradas en ambas fechas.
El resultado del experimento indicó que se cumplía el efecto de generación, ya
que los savant recordaban significativamente más fechas generadas por ellos que
fechas provistas externamente.
La
conclusión global de los tres experimentos, descartó que los sujetos savant
desarrollaran su habilidad con el calendario gracias a una MCP o MLP
innatamente superior, pero admitía dos posibles explicaciones de los cálculos
calendáricos.
La primera de ellas propone que los savant
calculan las fechas haciendo uso de un desarrollado conocimiento base del calendario, y que el efecto de generación no
se extendiera a otras áreas que no requieren ese conocimiento base. Mientras
que la segunda explicación proponía que el mayor recuerdo de fechas elaboradas
no responde al efecto de generación, sino a que el esfuerzo que supone el
cálculo deja una huella en la memoria.
Hacia una
explicación global del síndrome savant.
Las
hipótesis planteadas en el estudio de Heavey et al (1999), pueden servir como
referencia para proponer una explicación global del fenómeno savant; no
únicamente en el cálculo calendárico, sino también en las otras áreas en las
que los sujetos savant destacan, como las matemáticas, la música o la pintura.
Esta explicación estaría basada en tres elementos: el hecho de que todas las
áreas en las que los sujetos savant destacan compartan la característica de ser
sistemas cerrados, el hecho de que los sujetos autistas manifiesten cierta
tendencia a comportamientos obsesivos y repetitivos, y el déficit en la
organización jerárquica de la información.
Para algunos autores, todas estas
disciplinas (calendario, música, matemáticas,…) comparten la carácterística de
ser sistemas cerrados y regidos por un número limitado de reglas, ya que aunque
los tres sean sistemas en los que juega un gran papel la creatividad, también
pueden ser reducidos a algoritmos matemáticos que conforman un sistema de
códigos cerrados. Incluso podría afirmarse que la forma en que los sujetos
savant destacan en estas áreas es una forma rígida, mecánica, y son capaces de
interpretar piezas musicales con una habilidad magistral, pero de un modo
sistemático, matemático, careciendo de carácter emotivo o sentimental.
Además, es sobradamente conocida la
tendencia de los sujetos autistas (recordemos que la gran mayoría de individuos
con síndrome de savant son a su vez autistas) a presentar comportamientos
repetitivos y a obsesionarse con ciertos temas. Ello posibilitaría que estas
personas dedicaran al estudio del calendario, a la música, o a las matemáticas
una cantidad de tiempo suficiente como para aprender de modo autónomo a
realizar tareas que para otras personas puedan resultar asombrosas, pero que
para estos sujetos resulten tremendamente sencillas, ya que lo consideran una
tarea cotidiana.
Finalmente, también es conocido el déficit
en jerarquizar la información de los sujetos autistas. Estos sujetos son capaces
de identificar los elementos que componen un todo de modo aislado, pero en
ocasiones son incapaces de reconstruirlos conjuntamente para conformar ese
todo. Este déficit responde a una carencia en jerarquizar la información, que
podría explicar algunas habilidades savant, como la habilidad para reproducir
con extrema exactitud las notas musicales de una partitura, aunque ello vaya en
menoscabo de la coherencia del conjunto de la pieza.
Repercusiones
del fenómeno savant en las teorías de la inteligencia.
Una de
las causas que ha propiciado la gran cantidad de estudios sobre este síndrome,
es el importante papel que juega la explicación de este síndrome en las teorías
generales de la inteligencia. Sin ir más lejos, la teoría de las inteligencias
múltiples de Howard Gardner, no trata de explicar el fenómeno de la
inteligencia únicamente basándose en el estudio de la población general; al
contrario, su teoría trata de explicar el amplio abanico de variabilidad al que
está expuesto el constructo de inteligencia: funcionamiento cognitivo normal,
resultados psicométricos, sujetos con retraso mental, sujetos superdotados, y
sujetos con habilidades savant.
El
resultado final de esta teoría es una formulación en la que no existe una única
inteligencia, sino que existe un amplio abanico de áreas en las que se puede
demostrar la inteligencia, lo que implicaría que las habilidades savant son
muestras de inteligencia en el marco de esta teoría, lo que cotrariaría las
teorías más tradicionales que remiten una y otra vez a un único factor general
de inteligencia (el factor G de Spearman).
Bibliografía.
Heavey, L.; Pring, L.; Hermelin, B. (1999): A date to
rememeber: the nature of memory in savant calendrical calculators. Psychological
Medicine, 29, 145-160.
O’Connor, N; Cowan, R; Samella, K. (2000): Calendrical
calculation and intelligence. Intelligence 28 (1), 31-48.
Scheuffgen, K.; Happé, F.; Anderson, M.; Frith, U
(2000): High Intelligence, low IQ? Speed of processing and measured IQ in
children with autism. Development and
psychopathology, 12, 83-90