Estereotipos publicitarios: el modelo fitness como factor de influencia social
en la vigorexia masculina
Dr. D. Carlos Fanjul Peyró
Resumen
La excesiva preocupación por el aspecto y cuidado físico en los
adolescentes responde a una motivación principalmente estética que es inducida
y potenciada socialmente. La vigorexia (obsesión por el “culto al cuerpo”) es
una reciente psicopatología que provoca, en quienes la sufren, alteraciones en
su percepción somática con cuadros depresivos y obsesivos. Parece ser que la
visión de imágenes publicitarias estereotipadas masculinas, con cuerpos
musculados y definidos, afecta negativamente en la percepción y valoración que
los jóvenes tienen de su propio aspecto, considerando éste más negativamente y
manifestando una mayor preocupación por la necesidad de mejorar físicamente.
Palabras clave
Publicidad – Influencia social – Culto al cuerpo –
Estereotipo masculino – Vigorexia
Texto
Actualmente,
vivimos en un
mundo supeditado a la imagen y en el que existe una notable ausencia de valores
tradicionales, que han cedido terreno a otros que otorgan el protagonismo a la
superficialidad, al “parecer” más que al “ser”, al disfrute, al placer, a lo
efímero y material frente a lo eterno y espiritual. El hedonismo se
ha ido instalando progresivamente como actitud vital. A finales del siglo XX
queda consolidado el auge del prestigio, la juventud y la imagen como valores
en las sociedades occidentales; la belleza y el atractivo se convierten en su
estandarte. El aquí y ahora, el carpe diem, se impone como actitud social.
Vivir con plenitud el momento presente se ha convertido en el signo de la
felicidad, sin esperarla ni buscarla ya en un más allá atemporal o metafísico.
La felicidad es una de las aspiraciones, inconscientes o manifiestas, más
profundas del ser humano y que ha cobrado vida como valor social a perseguir y
alcanzar. Hay pues un deseo muy fuerte del placer y del presente, y un fuerte
deseo de vivirlo con el cuerpo, con lo tangible, con lo material. Ese retorno a
la tangibilidad y la libertad del cuerpo, después de tantos años de represión,
es algo que invade a la sociedad actual y que se refleja en manifestaciones
tales como la moda, la publicidad o el deporte. Es como si el individuo se
hubiera por fin reconciliado con la parte material de su ser (Ergo Advanced
Research, 1999).
Dentro de este contexto, uno de los muchos “valores” que actualmente están
calando en las sociedades más desarrolladas es el “culto al cuerpo” como canal
de manifestación y símbolo de belleza y éxito. Un culto que, en ocasiones,
deriva en cuadros obsesivos y en distorsiones de la realidad corporal
(anorexia, bulimia, vigorexia). El
cultivo del cuerpo ha sustituido al cultivo del espíritu, lo cual conduce al
relativismo, cuando importa más la imagen que aquello que la imagen representa.
Esta coyuntura favorece el desarrollo de una cultura somática, una cultura de atención al
cuerpo, que es objeto de inversión y esfuerzo, ya que su correcta
presentación ante los demás es un activo para quien lo posee. El cuerpo
es el componente material con el que relacionase con los otros. Hay que
cuidarlo porque los demás lo necesitan y lo desean; forma parte de la identidad
personal y social. Todas las vivencias, experiencias, sensaciones y percepciones son
recibidas a través de éste, y en una sociedad donde el disfrute, el placer y el
presente se han erigido como valores ideales, sólo se podrán alcanzar a través
de nuestra realidad corpórea (Featherstone, 1991).
La materialidad somática ocupa un lugar central en el proceso de
mediación de la experiencia humana, convirtiéndose en un medio y un valor tan
fuerte que se ha transformado en sujeto de culto, en un bien de uso y consumo
sobre el que recaen expresiones simbólicas y figurativas de la perfección y la
felicidad. A esta sobreestimación corpórea, han contribuido decisivamente los
medios de comunicación y la publicidad; poderosos agentes de socialización al
convertirse en instrumentos de aprendizaje de conductas y de creación de
modelos. Las nuevas actitudes, valores y creencias son transferidas a través de
los modelos sociales mostrados y, al interiorizarlos, generan percepciones y
conductas reales por las que se rigen hombres y mujeres y que adoptan como
lógicas y naturales (León, 2001; Lipovetsky, 1986). La realidad corporal se ha
convertido en símbolo expresivo del posicionamiento del individuo dentro de la
sociedad. Por tanto, el valor social que adquiere el cuerpo implica el ser un
medio de realización y desarrollo personal con el objetivo de alcanzar un ideal
imaginario (Burkitt, 1999). El mantenimiento del cuerpo y su representación
superficial (la apariencia) se han convertido en necesidad y, a veces, en
obsesión de la actual cultura de consumo. Las imágenes del cuerpo bello,
abiertamente sexuales y asociadas al hedonismo, al ocio y a la exhibición,
enfatizan la importancia de la apariencia y el look. Deseamos gustar, ser aceptados, triunfar y ser felices
(Featherstone, 1982).
El hedonismo corporal no sólo se presenta como una actitud individual,
sino también como una imposición mediática y figurativa del cuerpo como símbolo
del deseo y el erotismo humano. Se hace uso del miedo individual al rechazo
social por culpa de no responder a los cánones de belleza establecidos. La
forma corporal adecuada y, por tanto, la aceptada, es impuesta socialmente.
Esta imagen idealizada se construye en base al concepto de “el buen cuerpo”; un
valor al que se puede y debe aspirar, que provocará sentirse mejor con uno
mismo, verse más sano, más atractivo y que abrirá las puertas del éxito y el
prestigio social (Burkitt, 1999).
La publicidad se alimenta de las construcciones metafóricas sobre el
cuerpo y la sexualidad que han sido consensuadas y estereotipadas socialmente.
Los anuncios y, sobre todo, los anuncios de productos de estética y belleza,
presentan ahora un cuerpo humano ahogado por una figuración metafórica y
comercial de la perfección y la felicidad; una perfección simbolizada a través
de esbeltas y delgadas modelos de pasarela, y hombres musculosos, depilados y
escultóricos (Falk, 1994).
En la comunicación publicitaria, el producto anunciado
tiene poco valor per se. Su verdadera
riqueza viene conferida por los elementos que le rodean, le arropan y le
confieren, casi en un proceso simbiótico, todo un conjunto de valores
connotativos, simbólicos y laudatorios, que imbricados armónica y
sistemáticamente, consolidan el genuino sentido publicitario, metamorfoseando
así el producto objetivo en un estandarte de gran valor referencial y social. El
aspecto y atractivo físico de los protagonistas de un anuncio es una variable
no verbal que forma parte del constructo significativo del mensaje
publicitario. Los mitos y estereotipos físicos difundidos por la
publicidad, tomados de la tradición y adaptados a los tiempos actuales,
permiten la fácil transmisión de ideas, valores, cultura, actitudes y
comportamientos. Son utilizados para que “la masa” se identifique con ellos o
los convierta en ideales deseables (Muñoz, 1989). El culto al cuerpo como valor cultural de la sociedad actual queda también
reflejado, evocado y potenciado con la utilización publicitaria de modelos
ideales que transmiten, connotativa y sígnicamente, una serie de valores
materialistas y hedonistas propios de la sociedad de consumo en la que nos
encontramos. El atractivo físico de los protagonistas de este tipo
de anuncios deja de ser “modelo” para convertirse casi en obligación, en deber,
en el nuevo canon de belleza a seguir.
El aspecto
físico “ideal” transmitido socialmente por los medios y la publicidad, influye
en el establecimiento de las relaciones sociales y en los juicios sobre la
propia imagen corporal o la de los demás. La mayor o menor correspondencia de
nuestro cuerpo con los cánones de belleza establecidos puede llegar a influir
en nuestra autoestima y respeto por nuestro cuerpo (Furnham, Dias y McClelland,
1998; De Gracia, Marcó,
Fernández y Juan, 1999). En una monografía
de psicología social aplicada relativa al atractivo físico (Díaz, Pandolfi y
Perfetti, 1999), se concluye que éste responde a un constructo social
determinado culturalmente y que varía según patrones de estética raciales y
tendencias de la moda. Asimismo, parece demostrada su capacidad de influencia
sobre el establecimiento de relaciones sociales, la autoimagen y en las
conductas derivadas por este hecho. Por tanto, el aspecto corporal y el
atractivo físico están en la base de la autoestima de las personas y su
condicionamiento es tal que puede llegar a determinar la actitud ante la vida o
poner en peligro la calidad de ésta. (Mc Phail, 2002; Colón 2000).
En la percepción social de lo bello, la belleza está íntimamente
asociada a la sensualidad, sensualidad de los cuerpos y de los objetos, y
cuando la belleza se hace discurso, su finalidad manifiesta es precisamente la
seducción por la vía de la sensualidad. No se está hablando de la belleza
intelectual o espiritual, sino de la apariencia externa de las cosas, de lo que
entra directamente por la vista e impacta a la conciencia. Hace tiempo que la
exposición pública de la belleza dejó de ser una exclusiva femenina y el cuerpo
del hombre se exhibe en la publicidad televisiva, en las revistas y en las
pasarelas de moda. La belleza y el cuerpo se han convertido así en soporte del
lenguaje de la moda, de los perfumes, de los productos de higiene corporal, de
los coches y de cualquier otro producto (Sennett, 1980; Ferrés, 1994).
El concepto de masculinidad es una construcción social, cuyo
estereotipo se forjó a finales del siglo XVIII debido a la emergente sociedad
burguesa acaecida por las circunstancias del contexto histórico mundial.
Paulatinamente, el cuerpo masculino fue adquiriendo mayor importancia como
símbolo de la verdadera masculinidad, confiriéndose mayor atención a su
desarrollo y a la construcción de un modelo estándar de la belleza masculina
(Badinter, 1993).
El ideal de belleza para el hombre se inspiró en Grecia y su arte,
principalmente, en la escultura. Winckelmann ensalzó como el paradigma de esta
belleza las figuras de atletas jóvenes, con cuerpos ligeros, armoniosos y
proporcionados. Para obtener estas características somáticas, se promulgaba el
ejercicio y la gimnasia como principales vías de acceso (Mosse, 2001). La forja
de un cuerpo masculino vigoroso y agradable comienza a poseer connotaciones y
significaciones más allá de la salud y de la higiene; se transforma en símbolo
y estereotipo de valores como carácter, armonía, éxito y poder.
La utilización de la figura masculina como valor de uso y consumo
tardó en ser considerada por el mensaje publicitario; los cambios sociales
acaecidos en las últimas décadas del siglo XX en las sociedades desarrolladas y
la proliferación de nuevas unidades familiares (solteros, separados,
divorciados), provocaron cambios en el rol social del hombre a los que la
publicidad no fue ajena. Sin embargo, en vez de liberar a la mujer de los
estereotipos en los que estaba enmarcada y desarrollar los roles del hombre en
la publicidad, ésta lo que ha hecho es estereotipar también al hombre y acercar
ambos modelos para dar sensación de un tratamiento de igualdad y no
discriminatorio. La publicidad recurrirá de nuevo a formas estereotipadas de la
figura masculina para imbuir sus objetivos y mensajes en ellas (Pérez Gauli, 2000;
Rey, 1994).
“La publicidad usa la imagen del hombre de hoy con la
misma lógica de estereotipación que le aplicaba ayer, y le sigue aplicando hoy,
a la mujer. (…) …el hombre aparece en situaciones estereotipadas que en el
pasado eran patrimonio exclusivo de la mujer e irrumpe en escenarios que eran
coto cerrado femenino.” (Rey, 1994:10-11)
A partir de este tipo de modelos estereotipados, las agencias
despliegan todo su poder de persuasión con la única finalidad de vender sus
productos. La importancia de la utilización y explotación de estos estereotipos
sociales que difunde la publicidad, radica en su potencial económico y en la
influencia decisiva que ejerce sobre los usos, costumbres, hábitos y creencias.
En ambos sexos se dará una valoración elevada del aspecto
físico global asociada a la percepción del cuerpo (un cuerpo menos graso,
delgado, esbelto y bello). Aunque esta correlación es más acusada en las
mujeres, existe actualmente una tendencia creciente en los hombres por cuidar
su apariencia física más allá de la modelación muscular del cuerpo. Depilación,
manicura, cosmética, perfumería, moda, tratamientos de belleza y cirugía
estética (campos anteriormente casi exclusivos de la mujer) comienzan a formar
parte y a adquirir importancia en el mundo masculino (Goetzinger, Gurung, Otto,
Stowe y Williamson, 2002; Rey, 1994).
A finales del siglo XX, la juventud
comienza a consolidarse como uno de los más importantes reclamos publicitarios
y se rebajará considerablemente la edad de los modelos. El patrón arquetípico
masculino utilizado hasta entonces por la publicidad (con connotaciones
machistas de superioridad, fuerza, destreza y seguridad) va dando paso a nuevos
modelos con una carga más emotiva y sentimental, modelos que comienza a poseer
valores y rasgos que anteriormente sólo se vinculaban con la mujer (Pérez
Gauli, 2000; Rey, 1994, 2002). Comienza así la creación de nuevos modelos
masculinos en publicidad que se caracterizan, principalmente, por la
“femenización” en sus actitudes estéticas y/o formas y por la prioridad del
culto al cuerpo (tanto físico como estético). “El hombre publicitario se ha
feminizado en tanto en cuanto la publicidad lo utiliza asimismo como agente de
mediación de los valores consumistas y en tanto en cuanto el abuso de su imagen
ha dado lugar a que se hable también de hombre objeto.” (Rey, 1994:16)
En un tiempo récord se ha consolidado el estereotipo del
“hombre-objeto”, utilizado como reclamo sexual para promocionar cualquier tipo
de producto. Los deportistas surgen como los nuevos héroes y la figura del
atleta griego se impone de nuevo en la sociedad. Los metrosexuales (hombres de
apariencia afeminada pero heterosexuales, que se preocupan por su imagen,
cuidado y aseo personal) y, actualmente, los ubersexuales (más varoniles,
limpios, elegantes y atractivos), copan las imágenes publicitarias y se
convierten en modelos sociales imitados y deseados (Rey, 1994; Pérez Gauli,
2000; Boon y Lomore, 2001).
En el siglo XXI, el aspecto físico del hombre ha adquirido unas
proporciones como jamás tuvo en la historia occidental. El cuerpo perfecto y
atlético ha superado con creces al cuerpo mental. Los medios de comunicación y
la publicidad ofrecen al consumidor modelos momentáneos de identificación y
proyección, es decir, continuamente le está proponiendo un sistema de modelos
simbólicos a través del cual pueda satisfacer, tanto el deseo de inscribirse en
un conjunto social, como la tentación de la metamorfosis (el cambio para el
triunfo). Esta idea de que el éxito a todos los niveles se consigue a través de
un cuerpo perfecto, plantea un problema cuando se produce el choque entre el
sueño y la realidad; cuando se produce una insatisfacción constante al no poder
alcanzar el ideal sugerido y aparecer entonces sentimientos de culpa y frustración
(Boon y Lomore, 2001; Pérez Gauli, 2000).
La vigorexia es una psicopatología relativamente nueva. Se
cree que se origina a partir del boom
de los gimnasios en la década de los 80 y que a lo largo de los últimos años ha
ido en aumento, debido a los cánones estéticos dictaminados por los nuevos
tiempos y potenciados a través de los medios de comunicación de masas y la
publicidad, que nos muestran hombres con cuerpos prácticamente inalcanzables. La
vigorexia se manifiesta, principalmente, en la potenciación y el desarrollo
muscular; por ello, los afectados son en su mayoría hombres. Así como la búsqueda de la extrema delgadez,
propia de la anorexia, se ha desarrollado más en las mujeres, la consecución de
un cuerpo musculoso y magro se ha potenciado más en los hombres.
Los sujetos vigoréxicos buscan alcanzar el “cuerpo perfecto” a
cualquier precio; no dudan en pasar horas y horas entrenando en el gimnasio,
sacrifican su alimentación en pos de una comida monótona, sosa, pero eso sí, baja
en grasa y rica en proteínas, y para ellos el consumo de sustancias sintéticas
(anabolizantes y esteroides) con el fin de obtener más músculo no supone ningún
problema. La creciente preocupación por el aspecto físico entre los hombres,
unida a las creencias sobre los beneficios sociales de tener un “cuerpo
perfecto”, provoca nuevas necesidades dirigidas a la consecución de ideales
estéticos socialmente establecidos que responden más a criterios mercantilistas
que de salud y bienestar (Baile, 2005).
Los vigoréxicos suelen ser hombres entre 18 y 35 años, de
baja autoestima, poco maduros, muy exigentes consigo mismo y que piensan que
tienen escaso atractivo o un atractivo mejorable. Los más jóvenes (entre los 16 y 21
años), con los problemas de identidad, autoestima y aceptación propios de la
adolescencia, son el principal grupo de riesgo para caer en los cuadros
obsesivos y patológicos más comunes de la vigorexia. Cuando la
patología ya es manifiesta, los vigoréxicos presentan un cuerpo con un
exagerado desarrollo muscular, pero su distorsión de la imagen corporal hace
que ellos se sigan viendo pequeños, delgados y débiles.
Resulta prácticamente imposible explicar el origen de la vigorexia a
través de una causa única que determine el desarrollo de la patología. Este
tipo de enfermedades y trastornos tienen su explicación en la relación
existente entre diversos factores patógenos, las características del sujeto y
el entorno donde se establecen las relaciones. Actualmente, la tendencia es a
considerar este tipo de trastornos como fenómenos heterogéneos y
multidimensionales, surgidos de la interacción de diferentes factores
psicológicos, familiares, socioculturales y biológicos (Carrillo, 2002, 2004;
Baile, 2005). Para facilitar su estudio, se distinguen normalmente entre tres
grupos de de factores: factores predisponentes (genéticos, psicológicos,
sociales y culturales), desencadenantes (de diversa naturaleza) y mantenedores
(sociales y culturales).
Se pueden
distinguir dos perfiles psicológicos dentro de esta patología: aquellos sujetos
que sólo buscan alcanzar una figura ideal por una cuestión meramente estética,
influenciados por los modelos actuales que propone la sociedad a los cuales se
les vinculan valores de éxito sexual, social y profesional; y deportistas amateurs o profesionales exigentes cuya
preocupación por el aspecto físico va más allá de una cuestión estética y que
buscan mejorar y destacar en sus disciplinas a cualquier precio (culturistas,
ciclistas, futbolistas, etc.).
La vigorexia
puede tener importantes consecuencias (tanto físicas, como psicológicas y
sociales) para quienes la padecen. Los principales problemas provienen del
consumo de esteroides y anabolizantes debido a los importantes trastornos
metabólicos que originan. A pesar de los efectos secundarios de
las drogas, los afectados de vigorexia suelen aceptarlos como un mal menor, un
precio que hay que pagar y que deben asumir con tal de conseguir su objetivo (Morgan,
2000; Baile, 2005).
El ser humano que aparece representado en muchas de las imágenes
artísticas y publicitarias actuales es muy parecido en rasgos generales. En el
caso de los hombres, el modelo “ideal” que transmite la publicidad es aquel que
representa a los países más ricos (modelos anglosajón y germánico) y cuyas
características genéricas comunes serían: ser occidental, blanco (los
estereotipos culturales consideran la raza blanca como la más bella de todas),
joven, mesomorfo y con tonalidades claras en ojos y pelo. Además, aparece en
muchas ocasiones desnudo, semidesnudo o vestido con ropa que define su
constitución física (Pérez Gauli, 2000).
La preferencia actual sobre el cuerpo masculino publicitario es el
modelo denominado como fitness:
mesomorfo, atlético y sin grasa (Bruchon y Schweitzer, 1992). Algunos rasgos
comunes del cuerpo fitness son la
forma en “V” del torso, es decir hombros y pecho desarrollados y más anchos
que la cintura, abdominales sin grasa y
marcados (la denominada popularmente “tableta de chocolate”), brazos fuertes
con bíceps y tríceps bien definidos y piernas bien formadas, fuertes y
atléticas. Los hombres que tienen esta apariencia son considerados bellos,
atractivos y con éxito a todos los niveles (económico, personal y social).
.
Los cuerpos magros y musculados de los modelos masculinos que imperan
en determinados tipos de anuncios, transmiten un paradigma estético de belleza
al que van ligados, de forma connotada, valores socialmente deseables tales
como el éxito, el poder, el estatus o el sexo. La difusión de este
modelo masculino fuerte y atlético como prototipo de salud y éxito, puede
potenciar una obsesión por el culto al cuerpo y una frustración en hombres y
adolescentes, cuya complexión no se adapte a estos cánones. Este aspecto
físico masculino promulgado masivamente por la publicidad y los medios, es
interiorizado, elevado y buscado por los hombres, ya sea de forma consciente o
inconsciente. Cuanto más alejado está este ideal de su realidad corporal, más
insatisfechos se sienten y piensan que, aproximándose a él, conseguirán
restablecer la seguridad en sí mismos, obteniendo así éxitos a todos los
niveles.
Para analizar la
posible influencia del visionado de modelos publicitarios fitness con la acentuación de la insatisfacción corporal (principal
aspecto sintomático que influye en el desarrollo de la vigorexia), se elaboró
un estudio experimental con alumnos de primero de bachillerato (15-17 años), ya
que es en la adolescencia cuando se sufren más cambios físicos y psíquicos y
cuando la “presión” por ser socialmente aceptados es más acentuada. Estas
circunstancias provocan que los jóvenes sean la parte de la población de las
sociedades actuales más vulnerable a caer en una cultura somática y, por tanto,
en desarrollar la psicopatología vigoréxica.
En la investigación se confeccionaron dos bloques de anuncios publicitarios:
uno donde primaba la publicidad con imágenes de modelos masculinos definidos y
musculados (Bloque C), y otro, donde se mostraban imágenes publicitarias neutras
no asociadas a este cuerpo masculino (Bloque N). El planteamiento de la prueba
consistió en dividir al grupo de adolescentes en dos subgrupos: uno
experimental (49 alumnos, a los que se les proyectaron las imágenes del “Bloque
C”) y otro de control (42 alumnos, que observaron la publicidad del “Bloque
N”). Tras el visionado se les entregó a ambos grupos una misma encuesta que
buscaba valorar, entre otras cuestiones, tanto la influencia de los modelos
publicitarios definidos en la autopercepción y valoración corporal, como la
vinculación a éstos de connotaciones y valores laudatorios y de éxito a todos
los niveles (Fanjul, 2007). Algunos de los resultados más significativos fueron
los siguientes:
Satisfacción con su propio cuerpo/aspecto (chicos que visionaron
el Bloque C)
|
Frecuencia |
Porcentaje |
Porcentaje válido |
Porcentaje
acumulado |
|
Válidos |
Poco/Nada |
10 |
20,4 |
20,4 |
20,4 |
|
Normal |
29 |
59,2 |
59,2 |
79,6 |
|
Mucho/Bastante |
10 |
20,4 |
20,4 |
100,0 |
|
Total |
49 |
100,0 |
100,0 |
|
Satisfacción con el propio cuerpo/aspecto (chicos que visionaron
el Bloque N)
|
Frecuencia |
Porcentaje |
Porcentaje válido |
Porcentaje
acumulado |
|
Válidos |
Poco/Nada |
2 |
4,8 |
4,8 |
4,8 |
|
Normal |
15 |
35,7 |
35,7 |
40,5 |
|
Mucho/Bastante |
25 |
59,5 |
59,5 |
100,0 |
|
Total |
42 |
100,0 |
100,0 |
|
Cuando se analiza la variable de
satisfacción con el propio cuerpo y atractivo físico, se comprueba cómo los
adolescentes que visionaron la publicidad cargada de modelos masculinos
musculados y definidos, valoraron su propio aspecto, mayoritariamente, como
“normal” (59,2%), mientras que el otro grupo valoraba la misma cuestión como
“mucho/bastante” satisfecho (59,5%). Hay que destacar el significativo hecho de
que, en el primer grupo, se refleja un porcentaje relevante de chicos “poco o
nada” satisfechos con su cuerpo y apariencia (20,4%) frente al 4,8% que se
percibieron igual dentro del grupo de chicos que vieron publicidad neutra.
Para la valoración de la imagen
masculina a la que asocian mayores valores vinculados con el
éxito, se les mostraba una escala de imágenes con modelos publicitarios cuya
complexión corporal iba en progresión decreciente entre el culturista, el fitness y el andrógino.
Tiene más éxito (chicos C)
|
Frecuencia |
Porcentaje |
Porcentaje válido |
Porcentaje
acumulado |
|
Válidos |
No contesta |
1 |
2,0 |
2,0 |
2,0 |
|
Modelo Fitness (4-5-6) |
34 |
69,4 |
69,4 |
71,4 |
|
Modelo Culturista (1-2-3) |
14 |
28,6 |
28,6 |
100,0 |
|
Total |
49 |
100,0 |
100,0 |
|
Tiene más éxito (chicos N)
|
Frecuencia |
Porcentaje |
Porcentaje válido |
Porcentaje
acumulado |
|
Válidos |
No contesta |
1 |
2,4 |
2,4 |
2,4 |
|
Modelo Fitness (4-5-6) |
37 |
88,1 |
88,1 |
90,5 |
|
Modelo Culturista (1-2-3) |
4 |
9,5 |
9,5 |
100,0 |
|
Total |
42 |
100,0 |
100,0 |
|
El
modelo fitness es el que destaca en
ambos grupos como el aspecto somático al que se le vinculan más valores
connotados de éxito. Si se acudiera a los resultados sin reagrupar sobre esta
cuestión, se podría comprobar como, tanto los chicos “C” como los chicos “N”,
se han decantado por el mismo modelo (número 4) como reflejo del éxito (en un
40,8% y 47,6% respectivamente).
Sobre la misma escala, se les
cuestionaba acerca del tipo de modelo al que les gustaría parecerse y que tomarían
como referente de ideal somático a alcanzar.
A cuál les gustaría parecerse (chicos C)
|
Frecuencia |
Porcentaje |
Porcentaje válido |
Porcentaje
acumulado |
|
Válidos |
No contesta |
3 |
6,1 |
6,1 |
6,1 |
|
Modelo Fitness (4-5-6) |
38 |
77,6 |
77,6 |
83,7 |
|
Modelo Culturista (1-2-3) |
8 |
16,3 |
16,3 |
100,0 |
|
Total |
49 |
100,0 |
100,0 |
|
A cuál les gustaría llegar a parecerse (chicos N)
|
Frecuencia |
Porcentaje |
Porcentaje válido |
Porcentaje
acumulado |
|
Válidos |
No contesta |
3 |
7,1 |
7,1 |
7,1 |
|
Modelo Andrógino (7-8) |
1 |
2,4 |
2,4 |
9,5 |
|
Modelo Fitness (4-5-6) |
32 |
76,2 |
76,2 |
85,7 |
|
Modelo Culturista (1-2-3) |
6 |
14,3 |
14,3 |
100,0 |
|
Total |
42 |
100,0 |
100,0 |
|
Destaca otra vez el modelo fitness como ideal a alcanzar en ambas muestras
(77,6% en el de chicos “C” y 76,2% en el de chicos “N”). Si se acudiese de nuevo a los resultados sin reagrupar sobre esta
cuestión, se podría comprobar como, por
parte de los chicos que visionaron la muestra “C”, dentro del estereotipo fitness mostraron una clara preferencia
como ideal a alcanzar hacia el modelo número 4, con una definición muscular más
definida, mientras que los chicos que observaron la publicidad del bloque “N” se
decantaron más por el número 6, con una definición muscular menor (40,5%).
Ante estos resultados, parece
confirmarse que la visión de modelos publicitarios masculinos, musculados y
definidos, sí que repercute significativamente en la percepción y evaluación
del propio cuerpo y aspecto por parte de los chicos adolescentes, valorándolos
de forma más negativa. También se corrobora en este estudio cómo
el cuerpo fitness es el modelo
publicitario al que más se le vinculan connotaciones de éxito y es el más
deseado como referente de ideal estético a alcanzar.
El embelesamiento por la imagen, el placer
y el estímulo de los sentidos se han convertido en los valores dominantes de la
sociedad actual. La publicidad hace uso de elementos tales como la
belleza, el aspecto (cuerpo) y atractivo físico (valores consolidados en las
sociedades occidentales) para configurar, connotativamente, mensajes plagados
de principios hedonistas, narcisistas y materialistas que influyen, en mayor o
menor medida, en las actitudes y comportamientos de los consumidores. La figura
masculina en la publicidad actual, presenta formas estereotipadas que son
utilizadas por ésta para elaborar y construir sus mensajes. El nuevo hombre
predominante en la publicidad se inspira en los cánones de belleza establecidos
en la antigua cultura griega y responde al denominado modelo fitness.
La presión socio-cultural sobre el cuerpo masculino, trasmitido y
potenciado por los medios de comunicación y la publicidad, están educando a la
población en los beneficios de la imagen y el cuerpo perfecto. La distorsión de
la realidad corporal con el ideal divulgado afecta e influye en la autoestima
del hombre sembrando en él, consciente o inconscientemente, una necesidad por
mejorar su aspecto físico; mejora que se ve focalizada genéricamente en el
desarrollo y tonificación muscular. Este hecho refuerza la consideración de la
divulgación mediática del estereotipo masculino, como un factor predisponente y
mantenedor de la patología vigoréxica (aunque
no como causa única ni suficiente).
La preocupación por el aspecto y cuidado físico responde a una
motivación estética que afecta, principalmente, a los adolescentes, ya que es
la población más vulnerable, influenciable y que presenta una inquietud mayor
por conseguir resultados en su cuerpo y de la forma más rápida posible. En la adolescencia, belleza y felicidad
parecen ser una misma cosa. El joven y su mundo se reducen a su apariencia
física y, por tanto, de ella depende su éxito social y personal. Los medios de
comunicación y la publicidad ofrecen imágenes corporales elevadas que favorecen
conductas que pueden desencadenar trastornos alimentarios o distorsiones
somáticas en estas poblaciones vulnerables, ya que los estilos corporales
deseados e idealizados van de la mano de la publicidad y la moda.
El estudio realizado con una muestra de adolescentes, parece confirmar
la influencia de la visión de publicidad con imágenes estereotipadas
masculinas, de cuerpos musculados y definidos, sobre la percepción y valoración
que los jóvenes tienen de su propio aspecto, considerando éste más
negativamente que sus homólogos (los cuales habían visionado imágenes
publicitarias neutras).
En última instancia, este artículo también pretende ser una reflexión sobre
la importancia que todas estas cuestiones deberían tener en el ámbito de la
enseñanza. Ya que son los jóvenes el principal público de riesgo en este tipo
de patología, sería interesante reflexionar sobre la utilidad de
esbozar y elaborar campañas sociales que aborden cuestiones tales como:
información sobre el modelo estético masculino actual, críticas sobre el modelo
excesivamente musculado como ideal, conocimiento fisiológico sobre el
desarrollo corporal masculino (sus posibilidades y restricciones), análisis y
crítica de los productos y dietas que supuestamente conducen a un desarrollo
muscular, así como del consumo de esteroides anabolizantes y sus consecuencias.
Todas ellas, cuestiones vinculadas con la nueva psico-patología del siglo XXI:
la vigorexia.
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