EL MAESTRO COMO MENTOR DE CONVIVENCIA ESCOLAR
Autor
LUIS ALFREDO GONZÁLEZ MONROY
Magister en educación
Grupo Interindisciplinario de Evaluación Pedagógica GIEP
Grupo Región Caribe REGCARIBE
Universidad del Magdalena
RESUMEN
El presente artículo tiene como interés primordial llevar al lector a hacerse una auto- reflexión y en su defecto una meta-reflexión sobre sus prácticas de pedagogía social desarrolladas en la cotidianidad de la escuela, desde la perspectiva de vivencia y convivencia escolar.
La armonía en la escuela no se puede seguir admitiendo en términos de normas legales, sino más bien desde términos que impliquen formación humana integral, es decir, desde la acción y la actuación pedagógica. A manera de símil se diría que el maestro/a de la presente era está llamado a emular al fiel amigo de Ulises, Mentor, quien como excelente pedagogo sirvió de guía al hijo del héroe de Itaca, mientras éste combatía en Troya. Por lo tanto cada maestro/a con su sabiduría y experiencia, se empodera del contexto cultural y curricular donde se halla inmerso en su quehacer; para asumir con todo rigor el compromiso y la confianza que la familia y la sociedad le han depositado, en el afán de formar una nueva generación de seres humanos capaces de vivir y convivir en el placer de estar juntos.
PALABRAS CLAVES: Convivencia, currículo, familia, maestro.
El maestro de hoy está llamado a ser una persona autoreflexiva, autoregulada; una persona que es capaz de reconocerse en sus atributos esenciales y en todas las modificaciones que en si mismo experimenta. No puede olvidar de ninguna manera que hace parte de la naturaleza y de un ecosistema en permanente destrucción, dos lugares donde cada día sus maneras de vivir se hacen más imposibles. Es necesario entonces que promueva el respeto hacia las cosas y los seres con los cuales se interrelaciona en su cotidianidad: plantas, animales, minerales, cosas y personas; en un constante conversar.
Maturana (2007 a) plantea que un buen maestro es aquel que aprende de manera constante a ser responsable y consciente desde su ecología mediática en la conservación de su habitar como ser humano, entendido éste como un habitar que generamos continuamente con nuestro hacer. El no saber conversar con los objetos animados o inanimados que nos rodean convierte a éstos en nuestros opresores y carcelarios, pero a estas conversaciones que hemos venido referenciando no hay que desestimarlas, porque en los seres humanos por ejemplo están fortalecidas con las emociones.
Justo es decir que la familia es de por si el espacio natural donde los seres humanos potenciamos aspectos muy propios de la especie, como la autonomía y el desarrollo de una cultura endógena. En ella se desarrollan además unas maneras de vivencia y convivencia entre adultos y niños, en donde para estos últimos la familia se convierte en el primer firmamento para construir sociedad y humanidad. Al respecto Pérez (2001, p.74) nos afirma:
El niño nace inmerso en un modo de vida –una cultura- que han construido quienes le preceden, y debe aprender a convivir con ellos asumiendo como suyo el mundo que estos ya viven, en un proceso que dura toda la vida. Este proceso lleva a que el niño vaya interiorizando en la interacción con los demás la cultura del grupo en el que convive, socializándose, es decir, integrándose al mundo de los otros, de manera espontánea y natural.
El otro espacio de socialización e interacción del niño es la escuela, vista no como los maestros la hemos venido construyendo en el inconsciente colectivo de la comunidad educativa donde laboramos, bajo el concepto de ser un establecimiento establecido donde se reforma, se disciplina, se castiga la mala crianza o simplemente se enseñan algunos saberes para poder estar insertos dentro de unas normas sociales que la sociedad ha institucionalizado para las “personas normales”. Más bien desde el lenguaje que empleamos en el discurso del conocimiento especifico al momento de mediar con los alumnos en cada una de nuestras clases y cursos que nos convergen. Es decir, y a modo de ejemplo: si somos maestros de matemáticas, desde el lenguaje de la disciplina matemática desarrollar convivencia en el vivir matemático; igual aplicación se puede llevar en las otras disciplinas del currículo.
Es importante advertir entonces, la verdadera importancia del currículo escolar en el desarrollo sostenible de armonía al interior de la escuela. El currículo como producto de una construcción social, es la única manera con que cuenta una comunidad para que sus hijos/as desarrollen sus posibilidades. El rol de la escuela postmoderna está encaminado a asumir e implementar los mecanismos necesarios para mediar y direccionar a la sociedad dentro de la dinámica de sus patrones culturales, entendidos éstos como el conjunto de ideas fundamentales que caracterizan el pensamiento de una sociedad, esto es lo que es ideología y del cual el currículo escolar sí que tiene bastantes matices; a esto último Casanova (1999, p.95) afirma al respecto: “El currículo escolar resulta altamente influido por la ideología imperante en una sociedad” y reproduce una cita de Kemmis. S. (1988, p.p.122-123):
El currículo escolar, como otros aspectos de la vida social, está formado ideológicamente. Así las formas dominantes del curriculum escolar reflejan las formas ideológicas dominantes en la sociedad. La vida y el trabajo de las escuelas pueden caracterizarse en los mismos términos que la vida y el trabajo de la sociedad en general…
Así en cada acción educativa de la escuela van implícitos unas ideas imperantes de la sociedad, no seguirlas es romper la armonía y desatar un conflicto de enormes proporciones. A lo anterior González (2008, p. 328) nos da un ejemplo de una respuesta con voz entrecortada dada por el rector de una escuela rural, al indagársele por el trato que recibió de sus padres cuando fue niño: “fue una educación…uhm recia… una educación recia…de la… de la tradicional que…que…donde nos inculcaban a pesar…a…a…a rejos digamos así los valores y el respeto hacia los demás.” El mismo autor al descodificar su ejemplo, revela que en la familia del maestro en referencia, la convivencia se llevaba desde un autoritarismo hegemónico-patriarcal y los golpes recibidos no tenían la connotación de violencia, sino que fueron un simple castigo al no cumplir una regla del orden moral, en una cosmogonía previamente convenida por la sociedad, de ahí que la víctima no exprese ningún vestigio de rencor hacia sus padres.
Al respecto Duarte, Jurado & Serna (s.f. p. 25) afirman que hasta hace poco, los hijos eran criados en el respeto a las tradiciones y en la creencia de los baluartes de lo político y religioso, creando en ellos la mentalidad de que la estructura social se sustentaba en las “obligaciones” de sus integrantes con la colectividad. Y citando a Calderón (2001.p.118) para argüir que no obstante, antiguamente los adultos ejercían una autoridad sobre los jóvenes de manera rígida y vertical, les creaban el sentido de una “deuda simbólica” con los principios fundantes de la comunidad para saber que no se vivía (se diría también convivía) para sí, sino el reconocer a la colectividad como deudora de un pasado y sabedora de que el mundo no termina con ella.
Por otro lado la crisis de nuestra sociedad surge desde el momento en que se desintegra la familia y su rol es asumido por la escuela, entendida esta última no como el espacio donde los niños solamente aprenden conocimientos básicos para la vida en la distinción ética del bien y del mal; sino como el espacio donde se ha fundado el cumplimiento de unas leyes concernidas en el orden jurídico en contraposición al fuero interno y al respeto que se merecen las personas humanas. Maturana y Dávila (s.f. [videoclip]) nos explican la diferencia entre la ética y la moral para una sociedad que pretende convivir en armonía:
Ética y moral son dos acciones radicalmente extremas; en la ética la preocupación está por la consecuencia de los actos propios; por ejemplo estoy consciente de que estoy atento en no hacer daño a otros… o sea soy consciente de que las consecuencias de mis actos no dañen a otros, la moral es radicalmente distinta; la palabra tiene que ver con las normas, con las costumbres, uno es moral cuando cumple las normas. En la moral a las personas las normas les importan, en la ética lo que importa son las personas, los otros con los cuales uno convive. Hay una sola ética pero hay muchas morales. Uno puede ser moral y no ético.”
Con lo anterior, en un ejercicio de autoreflexión como maestros, nos podemos dar cuenta que cuando actuamos en la escuela somos muy moralistas desde nuestros intereses y miedos, queremos aplicar con todo rigor el manual de convivencia escolar de manera unívoca, generalizada y homogeneizante. Para nosotros los estudiantes son iguales, son unos entes que no tienen problemas en su cotidianidad; no nos atrevemos a averiguar cosas tales como si ya desayunaron, a inquirirlos por sí sus padres durmieron juntos en la noche anterior, o sí lograron realizar sus tareas, en entre otras cosas. Aplicamos la norma porque hemos creído por siempre que nuestra condición nos inviste de una autoridad autoritaria y no democrática. A propósito de democracia, cuando se construye colectivamente y de manera consensuada esas normas que nos han de regir para el estar juntos, siempre imponemos en la redacción final lo que para nosotros debe ser y no lo que verdaderamente se ha acordado o pactado.
Es prudente advertir además que la convivencia escolar no solo debe ser pensada en términos legales sino fundamentalmente en términos pedagógicos, Ortiz, Osorio, Mumucue & Moncada (2006, p. 22) nos sugieren mirarla desde lo pedagógico donde tal vez esté su talón de Aquiles, pero también estos autores nos llevan a pensar y a preguntarnos sobre las falencias de los manuales o de los pactos de convivencia, en el afán de que encontremos respuestas a las tensiones y acuerdos que nos surgen a diario en la escuela; no podemos seguir repitiendo los parámetros disciplinarios implementados en el siglo XVIII, por el contrario es necesario apostarle a convivir bajo regulaciones que favorezcan la participación creativa y proponente, no solo para obedecerlas bajo la amenaza de la sanción, sino vivirla como un reto ante la indiferencia, la tolerancia y el consenso.
Lo anterior nos lleva a recapacitar sobre la cuantía del daño que producimos con nuestras actuaciones diarias. No permitimos que los estudiantes nos cuenten sus intimidades por miedo a descubrir en ellas nuestras debilidades humanas o sencillamente porque no somos capaces de dar respuestas alentadoras a sus anhelos y desesperanzas. Por lo tanto vivimos nuestra vida de manera egocéntrica a sabiendas que no estamos solos en el mundo, hacemos humanidad cuando compartimos un espacio de trabajo con otros, nos comunicamos mediante balbuceos pero no conversamos. Nuestro discurso en las reuniones de maestros siempre están relacionadas con la efectividad o el fracaso de las normas que aplicamos y cuando estamos frente a nuestros estudiantes nuestro discurso gira alrededor del conocimiento que impartimos y de las reglas para su evaluación. En definitiva somos muy buenos moralistas pero poco éticos en la escuela y no es atrevido pensar que igual sucede en nuestra vida personal, familiar y social.
Otro aspecto relevante para asumir un estado superior de convivencia en la escuela es la apropiación del sentido de confianza hacia los otros, como hacía sí mismo; es saber a ciencia cierta que se tiene una esperanza firme y solida hacia los otros y creer en uno mismo de forma asertiva. Con el desarrollo de la confianza entre maestros y alumnos, no cabe duda que comienzan a surgir sentimientos de agrado, afecto, aceptación y cariño como claras manifestaciones de amor hacia los otros. Emociones que atraen a las personas en procura de reciprocidad, en el deseo de estar juntos para compartir alegrías y tristezas; en el lenguajear como energía para el vivir y el convivir en compañía, en ultimas en coadyuvar en la construcción de amor hacía el prójimo y hacía sí mismo.
Una de las dificultades que tenemos los maestros en la construcción de convivencia en las escuelas es que tenemos internalizado en nuestras mentes que los alumnos son adultos con cuerpos pequeños, desconocemos sus procesos de crecimiento y maduración física, sexual y psicológica. La interrelación que llevamos con ellos es igual a la que desarrollamos con cualquier otro adulto y caemos en el cultivo de la preferencia hacía aquellos que de alguna manera se nos asemejan o son afines a nuestra personalidad y carácter.
Lo dicho en el párrafo anterior, lo podemos ilustrar con una situación común y corriente de la vida escolar: con frecuencia la escuela organiza actividades de “convivencia” como sinónimo de paseos, visitas guiadas a sitios turísticos, celebraciones institucionales y cualquier cantidad de actividades que podamos imaginar. El resultado casi siempre no es muy halagador, niños peleados, rasguñados, con pérdidas de pertenencias y descontentos con la comida. Esto sucede porque los maestros hacemos nuestro circulo conformado por sólo maestros; llamamos a un niño solo para que nos haga los mandados o nos alcance las cosas. Entre tanto los alumnos forman sus propios círculos y crean espacios de territorialidad que defienden a como dé lugar.
Igual sucede en el aula de clases, nos situamos en una posición jerárquica, de un lado estamos los que sabemos y del otro los que no saben; disfrutamos con nuestra vanidad sin darnos cuenta que somos el mayor obstáculo para vivir y convivir en el espacio de la cátedra que dictamos. Cátedra que en palabras de Maturana (2007,b) debería ser: “el instrumento de convivencia a través del cual ese educando se va a transformar en un adulto socialmente integrado con confianza en sí mismo, con capacidad de colaborar y aprender cualquier cosa sin perder su conciencia social, y por lo tanto ética”.
Es decir, el niño no se convierte por arte de magia en adulto, su adultez se va formando en correlación con los años de escuela y en la actualidad con su inserción a la sociedad y comunidad educativa después de su egreso, porque su condición biológica está determinada por su filogenia de ser humano. Por lo tanto la cátedra que impartimos en el aula es por naturaleza un espacio para compartir incertidumbres no solo de los conocimientos que se llevan a ella, sino en el departir y en el reflexionar sobre las cosas que nos conmueven en nuestra vida diaria. La tarea del maestro debería estar centrada en formar personas seguras de sí mismas, personas reciprocas, solidarias, que no son capaces de hacerle daño a sus semejantes y sí en dado caso lo hacen tengan la capacidad de pedir perdón y estar dispuestos a resarcir los daños cometidos.
Otro impedimento en la consecución de convivencia en la escuela y en el aula es la connotación que asumimos para el concepto respeto, creemos que los estudiantes nos respetan cuando hacen lo que nosotros queremos, cuando son obedientes o cuando no nos llevan la contraria; eso es temor, nuestros estudiantes nos temen, no nos respetan y todas sus actuaciones están sometidas a ese espectro. Las normas institucionalizadas en la escuela son temidas pero no respetadas, lo que conlleva al placer de transgredirlas. En cambio para el estudiante el respeto significa una especie de veneración hacia sus maestros como personas mayores, que han recorrido una vida; un reconocimiento a la mujer como ser afectivo, sensible y gestor de la vida; una consideración hacía unas personas adultas que se han formado en la academia y la vida; es pues en definitiva la más sublime virtud que un ser humano posee y que es capaz de compartir con sus antecesores. Lo dicho anteriormente se extiende al ámbito de la cotidianidad del niño sin importar si ejerce o no el rol de estudiante de una escuela cualquiera.
Aún estamos insertos en el paradigma que predica que los niños son el futuro del mundo, ha llegado la hora de sustituirlo por aquel que dice: los adultos son el futuro de los niños. Sí nosotros como personas adultas, que estamos aprovechando irracionalmente lo que la naturaleza nos ofrece y no hacemos un alto para reflexionar, re-direccionar y solucionar en el mediano y largo plazo el problema anteriormente expuesto, entonces estaremos condenando a estas generaciones en ciernes a un futuro de conflictos y de contradicciones que generarían angustia y temor de disfrutar la vida en compañía de otros. Vencer el temor de cambiar de paradigma es un acto de gallardía para vivir y convivir en correspondencia y sosiego con otros en virtud de disfrutar el paso por la vida que el destino nos deparó.
En términos de cómo se está viendo el mundo actual es condición sine qua non que los maestros y padres de familia de las escuelas asuman una posición benévola para aprender a vivir y a convivir en sociedad, ya que los niños de hoy están interactuando con sus pares por medio de la tecnología de punta, es decir hoy por hoy han nacido espacios de convivencia virtual y no podemos quedarnos como simples espectadores ante estos nuevos retos. Ahora para estar junto a otros no es necesario sentir y percibir su aliento o el calor de su cuerpo, la tecnología ha hecho el milagro de acercarnos para compartir alegrías, tristezas, intimidades, emociones, afectos, desafectos y sobre todo amor, con solo oprimir una tecla.
Es necesario pues como maestros y padres a la vez, dejar de lado la inhibición ante esas otras maneras de conversar, de interrelación, de vivencia y convivencia que sostienen nuestros alumnos e hijos. No podemos pensar que la realidad y la virtualidad, son dos mundos diferentes, es uno solo, la diferencia reside en descubrirlos desde nuestras propias miradas para integrarnos a ellos sin causar daño a nadie.
Por lo tanto, la escuela y el aula donde ejercemos nuestro ejercicio educativo no son solamente espacios donde se medían unos saberes, muchas veces efímeros, sino espacios donde el maestro pueda lograr que sus alumnos creen y se recreen en la reflexión de cómo abordan sus vidas en el afán de ser personas humanas, antes que personas eruditas.
Finalmente diremos que los maestros desde una mirada de espejo y en una actitud abierta para ser capaces de despojarnos de la prepotencia y la soberbia que tanto nos caracterizan, debemos buscar un nuevo modelo para aceptar y respetar a los estudiantes en sus distintas verdades y en sus diferentes dominios de su realidad. Es redescubrirnos desde nuestra condición biológica y cultural como personas humanas en espacios de reflexión y de acción para relacionarnos recíprocamente con todo lo externo a nuestra corporalidad en la intención no solo de sentir el placer de estar juntos sino en la satisfacción de haber cumplido a cabalidad con la misión que nuestra vocación no exigió. En últimas es ser capaces de estar dispuestos a ser moldeables y adaptables a un mundo de egoísmos y competencias sin ninguna clase de artificios para vivir y convivir bajo la consigna de juntos pero no revueltos.
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