ENCARNA HERNÁNDEZ RODRÍGUEZ
Resumen:
Hablar de educación es hablar del futuro de Europa. Hablar de
una dimensión europea de la educación es hablar de la ciudadanía europea.
Cuando Jean Monnet, uno de los padres de Europa, afirmó que “si pudiera empezar
otra vez, empezaría por la educación” se estaba refiriendo a la educación como
un instrumento esencial para motivar e informar la participación ciudadana, así
como para conformar las identidades, los sentimientos de pertenencia, la
solidaridad entre personas, pueblos y naciones. Educar
ciudadanos, dentro y fuera de los muros de la escuela, es sinónimo de sembrar
afectos, de enriquecer conocimientos e instruir en capacidades cívicas,
políticas y sociales; es decir, la base sobre la que levantar el inmenso
edificio comunitario, y, en realidad, los cimientos sobre los que sustentar
cualquier democracia que se precie de su salubridad. Pero, a la hora de hablar
de una educación para la ciudadanía europea, es necesario en primer lugar
definir una serie de bases conceptuales y dar cuenta de las realidades
observables que explican el porqué la educación democrática se ha convertido en
una preocupación no sólo restringida al ámbito nacional o europeo, sino
verdaderamente planetaria.
Palabras
clave:
Educación para la ciudadanía, Dimensión Europea de la Educación, Ciudadanía
europea, Democracia, Integración europea.
Una ciudadanía virtuosa es
sinónimo de una democracia sana y estable
El fomento del ejercicio activo y responsable de
la ciudadanía se ha tornado en una de las tareas en las que las democracias
occidentales han puesto un mayor empeño en las últimas décadas. En este
renacido interés por la cuestión de la educación ciudadana se enmarcan las
reformas educativas llevadas a cabo desde finales de los noventa en países como
Estados Unidos, Canadá (Quebec), y en naciones de nuestro entorno como Gran
Bretaña, y sin ir más lejos, España.
¿Las razones? El crecimiento de actitudes de
apatía y desconfianza entre los ciudadanos hacia la política en general,
especialmente entre los jóvenes, en los que se atisba un “pasotismo” político
que se traduce en la vida pública en un marcado déficit en lo que respecta a su
compromiso cívico y a su participación política. Los jóvenes son también los
protagonistas del uso masivo de nuevas tecnologías en la sociedad de la
información, a lo que hay que sumar el preocupante incremento de la violencia
(el denominado “bullying”) y del racismo en las aulas.
Vivimos en una sociedad en la que las
transformaciones operadas por la globalización (económica, política, cultural,
tecnológica, etc.) han desfigurando los espacios tradicionales de la
interacción humana, muy especialmente los que se refieren a la participación
cívica y a la adhesión identitaria. Asistimos a un mundo repleto de
oportunidades para estrechar lazos en mundos virtuales, para desarrollar
identificaciones despojadas de tensiones contradictorias.
Asistimos, en esta época, al desarrollo de una
cultura y de un pensamiento postmoderno que reacciona frente a los valores de
la modernidad, para oponer el relativismo de los valores, la actitud de vivir
en el presente por encima de todo (socavando la capacidad de adquirir
compromisos de futuro y de responsabilizarnos de nuestras elecciones), y unos
principios individualistas que repercuten en la búsqueda del bien común de
nuestra sociedad. En este sentido, la ruptura del vínculo social es otra de las
características de nuestro tiempo, muy relacionada con ese individualismo
narcisista que caracteriza la postmodernidad y la sociedad postindustrial.
A estos retos imponentes se enfrenta la educación
en la actualidad. Retos a los que, como recordó Jacques Delors en un famoso
informe de la UNESCO sobre la educación para el siglo XXI, sólo podrá hacer
frente si se dota a cada persona de las habilidades y capacidades necesarias
para ejercer una participación activa durante toda la vida en un proyecto de
sociedad. Estamos, precisamente, ante el objetivo fundamental de toda educación
para la ciudadanía.
Pero los horizontes de la educación son también,
esencialmente, desafíos para la propia supervivencia de unas democracias
occidentales que arrastran una preocupante crisis de legitimidad. Lo suscriben
importantes teóricos de la ciudadanía como Kymlicka y Marshall: la salud y
estabilidad de nuestro sistema democrático depende en gran medida del grado de
civilidad y de las cualidades y actitudes de sus ciudadanos.
Aprender y vivir la democracia dentro y fuera de la escuela
Como materia independiente o como contenido
integrado en varias materias; como asignatura obligatoria u optativa; como tema
central que recorre todo el currículo escolar o como principio que inspira el
funcionamiento del centro educativo, incluso todo el sistema escolar. Sea cual
sea el formato que adopte, la educación para la ciudadanía democrática está conformada
por unos vectores esenciales que implican enseñar, comprender, interiorizar y
experimentar una serie de conocimientos, valores, actitudes y capacidades en
una dimensión cognitiva, afectiva y pragmática.
Se trata de un proceso de “aprendizaje permanente”
que abarca, más allá del ámbito escolar, todas las etapas y esferas de la vida.
El objetivo de esta enseñanza es lograr una participación activa y responsable
en la vida social y política de las comunidades, lo que exige un buen
conocimiento de nuestros derechos y deberes como ciudadanos, así como la
sensibilización con una serie de valores en los que se inspira nuestra
convivencia en sociedad: la democracia, la ley, la justicia social, los
derechos humanos, la igualdad, la libertad, la solidaridad, la tolerancia y el
respeto por la diversidad.
Se trata, en definitiva, de impulsar una
participación activa en la vida pública alejada de la pasividad de una noción
de ciudadanía entendida como mero estatus legal; un ejercicio de la ciudadanía
inspirado por unos valores que nos alumbran como sociedad democrática, y que
conlleva, a su vez, el desarrollo de vínculos de pertenencia que nos hacen
sentirnos identificados con la unidad política y social en la que nos movemos.
Nadie puede dudar del papel de la escuela para
desarrollar competencias sociales y ciudadanas. No olvidemos los lazos
históricos entre educación y ciudadanía, que impulsaron la creación del sistema
de escuela pública y la educación obligatoria. La institucionalización de la
escuela contribuyó en buena medida al nacimiento de la ciudadanía moderna y a
la consolidación del Estado-nación. El vínculo entre educación y ciudadanía ha
sido una de las principales utopías de la modernidad, y lo sigue siendo en la
postmodernidad.
Si en su día la educación ayudó de forma
inestimable a la construcción de la identidad nacional, ¿por qué no apostar
ahora por la educación para crear una identidad que supere las barreras de la
nación y nos haga sentirnos partícipes y responsables en tanto que ciudadanos
europeos y “ciudadanos del mundo”?
Pero la enseñanza de la democracia no empieza ni
acaba en la escuela, y mucho menos puede limitarse a impartir unos contenidos
dentro de un aula. Esto implica, en primer lugar, a la propia organización,
estructura y funcionamiento interno de los centros educativos, en el sentido de
que debe existir coherencia entre los principios democráticos que se transmiten
a través del currículo y los cauces reales de participación que ofrece la
estructura formal del centro a todos los actores implicados: docentes, alumnos,
padres, comunidad local, etc. Los alumnos tienen que poder experimentar la
democracia de forma significativa en su propio microcosmos escolar; si no se
les ofrece esta posibilidad, cualquier lección cívica resultará frívola y
superficial.
La democracia no sólo se enseña a través de una
lección magistral en el aula, sino que se potencia y se vive también en las
actividades extraescolares, en la vida en familia, con nuestras amistades, en
nuestro barrio, en la comunidad local, y en las organizaciones de la sociedad
civil. En cada ámbito de nuestra vida tenemos nuestra pequeña escala de
valores, nuestra propia Constitución, nuestros derechos y responsabilidades que
compartimos con los demás.
Educar ciudadanos europeos: conocer Europa, sentir Europa,
participar en Europa
El impulso de una cooperación europea para
desarrollar una Dimensión Europea de la Educación es un objetivo que ha estado
desde sus inicios conectado con la visión de construir un sentimiento identidad
europea y de dar sentido al ejercicio de una ciudadanía europea activa. Esta
conexión queda definida ya desde la Resolución de 1988 del Consejo de Ministros
de Educación sobre la DEE, que habla de la necesidad de “fortalecer en los
jóvenes el sentido de identidad europea”, a través de actividades y contenidos
que les aclaren los valores en los que se asienta la historia y el futuro de
Europa.
Esta visión de la DEE sostenida en la formación
en valores, el desarrollo de actitudes y la adquisición de competencias ligados
a la ciudadanía europea, se refuerza tras la contribución del Libro Verde de la
Comisión sobre la DEE, de 1993. En realidad, el Tratado de Maastricht no
explicitaba tal conexión, y se ha tenido que esperar hasta la última reforma de
los Tratados, la operada en Lisboa en 2007, y que aún no ha entrado en vigor,
para asistir a una modificación del artículo 149 del TCE en la dirección de
incluir entre los objetivos de la actividad comunitaria en educación el fomento
de “la participación de los jóvenes en la vida democrática de Europa” (art.
165.2 TFUE).
Volviendo al documento de 1993, en éste se
especifica que el “valor” añadido de la acción comunitaria en el ámbito de la
educación descansa en la contribución a una ciudadanía europea basada en unos
valores comunes de interdependencia, democracia, igualdad de oportunidades y
respeto mutuo hacia las distintas identidades étnicas y culturales, y por ende,
apoyada en una educación sostenida en estos parámetros. La dimensión europea de
la educación para una ciudadanía activa está implicada, como no puede ser de
otra forma, en las mismas dimensiones cognitiva, afectiva y pragmática que
cualquier educación para la ciudadanía.
En otras palabras, no puede limitarse a enseñar
nuestros derechos y responsabilidades en tanto que ciudadanos de la Unión, ni a
enseñar la geografía, la historia europea, la historia de la integración, y el
funcionamiento de las instituciones comunitarias. Necesitamos, en igual medida,
reinteriorizar una serie de principios y valores para formar una actitud que
sintonice con una comunidad plural y diversa, y facilitar la adquisición de las
aptitudes que se precisan para participar en la comunidad transnacional. En
resumidas cuentas: conocer Europa, sentir Europa y participar en Europa.
A la vista de los acontecimientos que vienen
rodeando al proceso de la integración europea, tales como “noes” en referendos
de ratificación de los Tratados y altos índices de abstención en las elecciones
europeas, ha llegado el momento de apostar de una forma consensuada y sin
fisuras por una dimensión europea de la educación dirigida a ofrecer soluciones
a los profundos déficits de información, de conocimiento y de afectos que
encontramos en gran parte de la ciudadanía europea. Para una unión de mercado
no son necesarios esos elementos, bastaba con un acuerdo entre la elite
política, pero la unión política y federal precisa de bases mas sólidas.
Europa no se construirá con o sin los ciudadanos.
Europa sólo se construirá con los ciudadanos. Así que, recomencemos, esta vez
desde la educación.
Referencias:
Comisión
Europea (1993). Green Paper on the
European Dimension of Education. Brussels, 29.09.1993 [COM(93) 457 final].
Consejo
& Ministros de Educación, reunidos en Consejo. (1988). Resolution of 24 May 1988 on the
European Dimension in Education (OJ C 177, 06.07.1988).
Kymlicka,
W. (1996). Ciudadanía multicultural: Una
teoría liberal de los derechos de las minorías (C. Castells Auleda, Trad.).
Barcelona: Paidós. (Trabajo original publicado en 1995).
Kymlicka,
W. (2003). La política vernácula.
Nacionalismo, multiculturalismo y ciudadanía (Fernández, T. & Eguibar,
B., Trads.). Barcelona: Paidós. (Trabajo original publicado en 2001).
Kymlicka,
W., & Norman, W (1994). Return of the Citizen: A Survey of
Recent Work on Citizenship Theory. Ethics, 104 (2),
352-381.
Marshall,
T. H. (1998). Ciudadanía y clase social
(P. Linares, Trad.). Madrid: Alianza. (Trabajo original publicado en 1950).