SIGNOS TEORIA Y PRACTICA DE LA EDUCACIÓN AÑO 5
- NÚMERO 13- PAGINA 4-20 OCTUBRE DICIEMBRE 1994 ISSN 1131-8600
La desregulación del
currículum y la autonomía de los centros escolares
J. Gimeno Sacristán
Uno
de los rasgos que caracterizan el debate en el mundo educativo hoy en día
tiene que ver con los procesos de desregulación del sistema educativo
promovido por fuerzas y motivaciones muy diferentes que, conjuntadas,
producen iniciativas y experiencias difíciles de valorar por asirse a
justificaciones diversas y, en ocasiones, bastante contradictorias. La búsqueda
de una democracia más genuina en la que las pequeñas comunidades rigen el
destino de sus instituciones, la necesidad de romper los proyectos culturales
homogenenizadores, la posibilidad de que los profesores se potencien como
profesionales que deciden sobre sus prácticas mejorando su motivación, la
promesa de mejorar los resultados académicos y hasta la necesidad de estimular
la competencia entre centros escolares permitiendo que sean diferentes entre sí
y rivalizarán por la clientela son argumentaciones que apoyan la desregulación.
Antes de continuar
aclararemos que, referido al sistema escolar, el término desregulación
significa toda una compleja gama de fenómenos que tienen como consecuencia la
pérdida de legitimidad de un modelo de sistema escolar uniforme con un proyecto
cultural unitario y dirigido a lograr unas finalidades válidas para todos,
rígido por una ordenación administrativa y organizativa estructuradas, al menos
en apariencia, que asegure la racionalidad del conjunto al servicio de aquellas
finalidades. Esta condición, típicamente post-moderna, tiene múltiples
manifestaciones que podemos enunciar de forma resumida en cuatro grandes apartados:
a)Por
lo que se refiere al currículum nos encontramos con la revisión de un proyecto
cultural aceptado mayoritariamente, con la consiguiente indefinición de los
sistemas educativos, el relativismo en los fines o la pluralidad de opciones en
su interpretación, la exaltación de las diferencias culturales a las que la
educación debe responder, la puesta en tela de juicio del monoculturalismo
asfixiante de particularidades y relatos diversos que desestabiliza cualquier
propuesta de cultura común tachándola de uniformadora y la revisión de las
fronteras asentadas en la cultura escolar revitalizando el conocimiento local y
personal como base del aprendizaje subjetiva y socialmente relevante.
b)En
el plano organizativo encontramos la descentralización del sistema escolar en
subsistemas diferenciados, el destrabamiento de las mismas instituciones
escolares despojándolas de normas uniformes claramente establecidas a mantener
en su funcionamiento, dotándolas, corno contrapartida, de flexibilidad y
capacidad de adaptación para poder ofrecer respuesta ante contingencias
imprevisibles y a singularidades contextuales o demandas de sus potenciales
clientes, favoreciendo, de paso, la participación democrática y los procesos
creadores de los que trabajan, habitan y participan de las mismas. Es la
plasmación de la crisis del modelo taylorista regido por el orden burocrático
en las organizaciones que se asentaba en la separación y especialización de
funciones ordenadas de forma vertical y secuenciada.
c)En
el plano más genuino de la política educativa, el que hace relación a la
configuración de la oferta del servicio educativo, la desregulación significa
reclamación para que el Estado renuncie a monopolizar la educación, acentuando
la privatización, incluso financiada con fondos públicos, si es que ya es una
realidad la concurrencia de ofertas. Se modifica el mismo sistema público para
dar cabida a la libre elección de centro, dando satisfacción a las preferencias
del consumidor y estimulando mecanismos de competencia por la captación de los
usuarios. Todo ello legitimado con los argumentos de la necesidad democrática
de reconocer el pluralismo social y el renacimiento de una forma de liberalismo
económico, entendiendo la libertad y el derecho a la igualdad de oportunidades
como derecho a la acogida y expresión de las diferencias, en lugar de derecho a
la equiparación.
Detrás
de todo ello se esconde la pérdida progresiva de un proyecto moral del Estado
para con la sociedad, bien porque ese proyecto pierde coherencia o porque es
tomado como responsabilidad de la sociedad civil diversificada, de la que la
comunidad educativa en torno a los centros formaría parte, bien porque se
pierde como consecuencia del auge del liberalismo neoconservador que trata de
arrebatar al Estado capacidades para intervenir en la sociedad regulada por el
mercado.
d)
Finalmente, mencionemos la consolidación de una nueva perspectiva
epistemológica respecto de la interrelación teoría-práctica con determinantes
consecuencias para el concepto de profesionalidad docente y para la
legitimación de su práctica. Creemos que se produce una desregulación en la
forma de entender la práctica educativa cuando se reconoce la inevitabilidad de
tener que ejercer el oficio con incertidumbre porque carecemos de un fundamento
seguro, de una norma científico-técnica contrastada y universal, aunque sólo
existiese como aspiración. Esta condición postpositivista conduce, no a
revitalizar la fundamentación artesanal, aunque se reconozca el valor de la
experiencia críticamente acumulada, sino a pensar al docente como un
profesional ayudado por un conocimiento que, en el mejor de los casos, sólo
tiene capacidad de iluminar las incertidumbres a afrontar en el hacer
cotidiano, incluso aumentándolas, para de esa forma sentirse algo más sosegado
en la inseguridad personal y colectiva.
Las consecuencias
provocadas por las desregulaciones señaladas pueden transformar muy
sensiblemente el trabajo de los profesores y la legitimación del mismo,
pensados ahora como ``profesionales autónomos", ``reflexivos" y
``cooperadores" entre ellos, valorados por su capacidad de iniciativa,
competentes para justificar y hacer valer sus opciones y sus servicios en el
desarrollo de un currículum abierto de perfiles difuminados en el que se borran
o desdibujan las fronteras entre lo que era conocimiento legitimado como
sustantivo y lo que había sido ignorado por acientífico, localista y subjetivo
(ARONOWITZ y GIROUX, 1991). Ahora bien, la modificación más sustantiva para la
profesionalidad no procede de este discurso que puede ser poco incisivo en las
prácticas cotidianas, sino del cambio de condiciones laborales ante las que el
profesorado se defiende con la búsqueda de la profesionalización y de un rearme
de poderes frente a la administración-patrón y frente a los consumidores
(padres, alumnos) que reclaman participación. Estos movimientos de la
concepción laboral, adornados con nuevos lenguajes epistémicos, pueden entrar
en el camino de la defensa de una imagen de profesionales autónomos que, a
semejanza de otras profesiones liberales, deben ganarse su clientela
demostrando calidad -rendimientos-en su oficio en un sistema educativo
desregulado o más privatizado.
Al referirnos a nuestro
contexto concreto, expresiones de lo que acabamos de enunciar se aprecian en el
proceso de descentralización que se está experimentando y que va poniendo de
manifiesto por la vía de los hechos, ante la vista de profesores y ante el
pequeño sector de la opinión pública más informada, que la realización de la
educación puede plasmarse bajo proyectos diferenciados y adquirir matices,
alcanzar distintos niveles de calidad dentro de un mismo sistema. Ocurre con la
autonomía de cada universidad, de la que se dice que es responsable de su
funcionamiento, de la enseñanza que imparte y de su investigación. Rasgos del
mismo debate general se encuentran en los demás niveles del sistema escolar. Se
puede apreciar ya el desarrollo diferenciado que territorialmente muestran las
reformas educativas; en algunos aspectos casi se ofrece a los centros la
reforma ``a la carta"; se habla de centros con más autonomía financiera,
curricular y pedagógica, al tiempo que el descenso de la presión demográfica
hace tolerable la posibilidad de que los padres elijan centro público; se dice
estimular a profesores más autónomos que tienen que definir colectivamente lo
que antes les venía decidido desde arriba porque ahora el currículum se declara
``abierto" y ``flexible"; se recalca la importancia del
reconocimiento y fomento de las ``diferencias" dentro del sistema
educativo, la oferta de opciones, la importancia de adaptarse a las
particularidades culturales y de cada alumno, etc. Todavía no ha surgido, pero
puede hacerlo pronto, la des-regulación del servicio público educativo, y a la
legitimación de esta última posibilidad pueden estar contribuyendo sin quererlo
determinadas desregulaciones en el funcionamiento de los centros y en el
currículum (GIMENO, 1994a).
Da la sensación de que se
reblandece un sistema que era rígido, esclerotizador y uniformador, que se destaponan
las compuertas de la libertad para la expresión de la creatividad, que
desaparece el monstruo burocrático voraz y totalizador, que la cultura se abre
al pluralismo, que se propicia una más fluida permeabilidad entre las
instituciones escolares y el contexto en el que viven, que se quitan los
limites a la capacidad innovadora de los profesores sometidos a dictados
externos. Esta retórica, como no podía ser de otro modo, tiene que ver con el
cobijo que ofrece un paraguas ideológico más amplio en un contexto de
revitalización renovada de la fe en el poder autorregulador y creador del
mercado liberado de trabas.
Este lenguaje plantea
contradicciones importantes, dado que la práctica educativa no sigue
miméticamente dichas consignas, al recaer sobre ella otras presiones hacia la
homogeneización que comentaremos más adelante. No obstante, e! cambio en el
discurso es importante, al menos como legitimación de la aspiración a
alteraciones en esa dirección en algunas de las condiciones que regulan el
sistema educativo y la práctica en las aulas.
Si no enteramente
instaladas estas prácticas en nuestra realidad inmediata, sí que están
probándose en otros contextos. Estamos ante la divulgación de unas ideas que
reconocen la desregulación de la asentada, teórica o real, homogeneidad del
sistema educativo propiciada históricamente por la consolidación de rutinas,
por la ordenación administrativa del aparato escolar en todos sus componentes
bajo un sistema centralista y uniformador y por los sistemas de control sobre el
currículum, los centros y los profesores. En la configuración de los estados
modernos ha sido fundamental un sistema de control, de supervisión y de
vigilancia directa en el que ha colaborado el aparato escolar, o bien se ha
servido a ese fin con medidas indirectas a través del control de la información
(GIDDENS, 1993: 62). Ahora esos mecanismos resultan inadecuados y afloran
formas nuevas de legitimación, controles con otra apariencia. Por ejemplo, el
gobierno del aparato ciencia-tecnología-economía es más eficaz guardián del
currículum escolar que cualquier intervención burocrática sobre el mismo.
El simbolismo de la
desregulación frente a la práctica regulada: algunas contradicciones
El alcance de estas
reformas desreguladoras en lo educativo es en ocasiones poco claro y muy
desigual, dado que, cuando se habla de transformar los centros, se está
utilizando un lenguaje con desigual trascendencia referido a problemas de más
libertad de los padres para elegir centro, de autonomía en la gestión
financiera, de opción entre partes optativas del currículum, de respuestas a la
diversidad de alumnos, etc, que convendría delimitar. La desregulación puede ir
desde la concesión de más autonomía en la gestión económica de los fondos
asignados por la administración para gastos de funcionamiento hasta la
recomendación de que los centros obtengan fondos por sí mismos, como ya lo
hacen algunos, o la de condicionar el puesto de trabajo docente con la elección
por parte de los padres. Desde decir que los centros tienen autonomía
pedagógica para definir su actuación hasta dejar que el centro defina el
currículum total o parcialmente en colaboración con los padres, o el permitir
la diferenciación educativa global y que los padres seleccionen la que más les
interese. Estarnos ante una serie de dimensiones continuas que tienen escalones
con significados y consecuencias muy distintos.
En los últimos años están
cobrando presencia en nuestro contexto las ideas de que los centros han de ser
más autónomos en cuanto a gestión, organización y enseñanza, pudiendo
diferenciarse entre sí al establecer y desarrollar proyectos educativos o
curriculares, que para nosotros es lo mismo, de acuerdo con las peculiaridades
de sus con-textos, las de sus alumnos y la voluntad de sus profesores y/o la de
los representantes de la comunidad educativa. Esta propuesta forma parte del
lenguaje con el que se presentan las reformas escolares desde el gobierno
central y se ampara en la posibilidad que permite un currículum ahora regulado
de forma más flexible, según lo califica el mismo lenguaje técnico y oficial.
Estas sugerencias para encauzar la reforma, que sus responsables llegan a
calificarlas como centrales para que su propuesta de renovación fructifique,
son las ``mayores novedades", ``el espacio privilegiado .. para planificar
una respuesta educativa ajustada a la diversidad de las capacidades, intereses
y motivaciones del alumnado" (COLL y MARTIN, 1994: 9). No son fruto de la
reclamación del profesorado; ni siquiera son aspiraciones para muchos, no lo olvidemos.
Por eso resulta poco difícil prever' su destino a corto plazo. Digamos que son
``concesiones liberalizadoras" para ajustarse en este caso a un esquema
técnico de desarrollo del currículum. Tres ideas centrales están implicadas en
estas ofertas: a) la de la diferenciación interna dentro de cada centro, h) la
diferenciación inexorable entre los centros, puesto que la diversidad de
capacidades, intereses y motivaciones no son las mismas en todos los centros
aunque se diga que sólo es a efectos pedagógicos y c) la del estímulo a la
coordinación entre profesores.
No deja de ser curioso,
como señala SMYTH (1993: 2) refiriéndose a las reformas que en la década de los
ochenta se han centrado en la mayor responsabilización de los centros, que
estos lenguajes de ``devolverles" el poder a instituciones y profesores
-que nunca tuvieron en el sistema no universitario-aparezcan en momentos en los
que el sistema se recentraliza por otros medios, cuando ascienden los valores
conservadores y cuando se debilita el papel del Estado en la prestación de
servicios públicos, cuando decrece la inversión en educación, cuando se pide
más rigor y disciplina en las prácticas escolares para volver a los valores
básicos de referencia. Estas tendencias afloran, en fin, cuando innovar es más
difícil porque los consumidores reclaman desde fuera resultados tangibles para
competir en un mercado en el que la posesión de educación es hoy un capital
humano más visible para los alumnos y para sus familias.
No es, precisamente, una
crisis de crecimiento democrático para una mayor participación de profesores y
de los ciudadanos lo que está detrás de estas políticas, sino una forma de
entender la reforma de la estructura y del funcionamiento del sistema escolar
sin aportar nuevos medios al mismo, haciendo que las presiones externas
estimulen la reorganización interna y su acomodación a las demandas sociales de
los padres o, en el mejor de los casos, presuponiendo que la desregulación por
sí misma regenera la capacidad de iniciativa del sistema. Son reformas que,
amparadas en la constatación de la obviedad de que la calidad educativa depende
del funcionamiento de los centros, cifran en la liberación (le éstos y en la
concesión de autonomía la mejora de su funcionamiento y de sus resultados, a la
vez que aumentan las presiones de la evaluación externa; todo ello sin tomar
medidas activas de preparación de profesores, sin mejorar sus condiciones de
trabajo y sin aumentar la disposición de medios para instaurar esa nueva
cultura organizativa.
El debate y la propuesta
de que los centros tengan autonomía para definir el currículum diferenciándolo,
estimulando la vertebración horizontal de los profesores para trabajar en
``equipos de calidad", quizá no tengan demasiadas consecuencias por sí
mismas en la práctica, puesto que existen condiciones que no facilitan
precisamente la heterogeneidad y la libertad curricular, ni la posibilidad de
que los profesores configuren un tipo distinto de profesionalidad. No tendrían
más importancia estos conceptos, aparentemente justificados, con argumentos
técnico-pedagógicos, divulgados de arriba hacia abajo, si no fuese porque
traducen lenguajes correspondientes a reformas conservadoras de los sistemas
educativos, autoexculpadoras de la progresiva menor intervención del Estado en
la educación, bajo el argumento del mayor protagonismo de los centros, de los
profesores y de la comunidad educativa en la búsqueda de la calidad apoyada en
la diferenciación y en la competitividad de los centros. El lenguaje de la
diferenciación postmoderna se fundamenta ahora en enfoques pedagógicos y
culturales, encubiertos bajo el proceso de descentralización, con halagadoras
propuestas para los profesores.
Advertidos de que no es
el lenguaje pedagógico el que transforma inmediata y directamente la realidad,
convendría reflexionar un poco sobre las tradiciones y los contextos que se
esconden en posiciones que tienen un profundo calado político. Ahora lo que se
está discutiendo no es la libertad reconocida de poder elegir entre centros
públicos o privados con proyectos educativos diferenciados y una imagen de
calidad diferenciada a favor de unos o de otros, según los casos. Sería
conveniente refrescar la memoria sobre lo que en su día constituyó un debate
sancionado por la LODE, esperemos que por mucho tiempo, entre la aspiración de
un sector a ver financiado su modelo diferenciado de educación y la opción de
que existiera un sistema público pluralista gestionado democráticamente. Ahora,
con la des-regulación curricular, de lo que se trata es de diferenciar la
oferta pública.
¿Qué sentido tiene
plantear la diferenciación de los centros, cuando se acentúan las tendencias
centralizadoras? ¿Es una política de profundización democrática reequilibradora
o de clara resistencia, practicada paradójicamente desde la administración,
cuando la política económica, cultural y científica escapa al control de los
gobiernos? ¿Es una simple fórmula para salvar imágenes sin consecuencias
reales? Dicho de otra forma: ¿es una propuesta política con valor simbólico edulcorante
para captar lealtades, independientemente de la política real, un tanto más
agria por la imposibilidad de ofrecer más medios? ¿Se esconde detrás una forma
de responsabilizar a centros y profesores de la calidad y de los resultados de
las reformas sin haber puesto antes los medios necesarios? ¿Se quiere deshacer
de una rigidez inoperante, del intervencionismo burocratizante, cuando en
realidad es una ``liberalización" sugerida-impuesta desde arriba? Éstas
son las preguntas para ahondar en este discurso, Si bien antes cabria hacer
otra: ¿es éste el problema básico o uno de los retos fundamentales de nuestro
sistema educativo para mejorar la calidad?
Podríamos olvidar el
debate presuponiendo que es una fase más de un relato que primero olvidó que
los centros eran las unidades de innovación, que los descubre ahora como
elementos básicos y al no poder cambiar cosas importantes hay que llamarlas de
otra manera. Como este lenguaje sigue difundiéndose con la aquiescencia de las
más diversas opciones ideológicas, porque sirve a intereses muy
contrapuestos, hay que polemizar sobre él, sobre todo porque ahora se está
entrando en la desregulación de la oferta pública. Las palabras sí crean
realidad en tanto configuran la forma de percibirla y las aspiraciones de cambiarla.
Señalaremos algunas
condiciones a las que se ven sometidas las instituciones escolares y la cultura
externa a las mismas que acaban incidiendo en lo que en ellas se imparte y que
no trabajan, precisamente, a favor de la autonomía curricular ni pedagógica en
el sistema educativo. En el panorama de la actualidad se aprecian tendencias
contradictorias, unas a favor de la regulación y otras a favor de la
des-regulación.
Factores reguladores
Factores
desreguladores
Ahondaremos en lo que
puede ser un falso problema y lo que significa desregular los centros y el
currículum cuando otras prácticas los recentralizan a través de mecanismos
en los que poco o nada puede o quiere incidir el discurso oficial, con una
preocupación que expresaremos con palabras ya lejanas de HARGREAVES (1982:
254), cuando se refería al énfasis que las reformas ponían en los centros en
los momentos en que se aplicaba una política francamente conservadora en el
Reino Unido, que ha llevado a un deterioro del sistema público:
``En un periodo de
contracción, con los problemas que esta situación representa para la gestión
interna de los centros, la necesidad de ser cauto acerca del posible avance que
representan soluciones internas simplistas para los problemas a larga escala
que afectan al sistema educativo como un todo es muy importante, porque el
colapso de esas propuestas no sólo podría hacer fracasar la mejora de la
motivación del personal sino que podría deprimirla todavía más".
¿Burocracia o anomia?
la flexibilización como falso problema
Desmitifiquemos, en
primer lugar, el poder de la burocracia en la producción de la homogeneidad
avasalladora de la innovación de la enseñanza. Ni en lo organizativo, ni en lo
cultural, ha sido nunca ésa una condición insalvable para los profesores, ya
que cada centro era y es, por el grupo de profesores que lo forma, por el
contexto y, sobre todo, por la población de la que se nutre, una subcultura
particular. Un hipotético currículum idéntico tendrá siempre significados
potenciales y consecuencias muy diferentes para los estudiantes que frecuentan
un centro u otro (BALL, 1989). Las burocracias perfectas laminadoras de las
diferencias no han existido en el sistema educativo, pues bajo el cascarón de
la rigidez normativa ordenancista se ha permitido un cierto laissez faire
notable, achacable tal vez más a la ineficacia del control que a la intención
de disimular, con márgenes para la creación individual de cada profesor y de
todos ellos como grupo si hubiesen estado organizados y preparados para ello.
Este era y es el problema.
``. las escuelas ocupan
un incómodo lugar intermedio entre las organizaciones laborales jerárquicas y
las organizaciones controladas por sus miembros (donde las escuelas difieren
unas de otras según los elementos a los que asignen mayor importancia) y por lo
tanto entre sistemas de elaboración de productos e instituciones de servicios
públicos. El miembro ordinario (el profesor) conserva al menos algún control
sobre la organización y la dirección de su labor en ella" (BALL, 1989:
26).
Cada centro respecto de
todo el sistema educativo, cada aula y cada profesor respecto de la globalidad
del centro, gozan de cierto nivel de autonomía; por eso decirnos que el
currículum siempre queda abierto y es flexible. El problema reside en la
funcionalidad de dicha flexibilidad, para qué se instrumenta intencionadamente.
Al sistema escolar se le
ha descrito con la metáfora burocrática e industrial taylorista de ser una
estructura vertebrada de forma vertical, jerárquicamente, desde la más alta
autoridad hasta cada anónimo profesor, sin autonomía en los eslabones de una
cadena plegada a las directrices superiores. En ese modelo ideal la
racionalidad se difundía de arriba hacia abajo, con tareas definidas, con unos
cometidos diseñados por agentes externos a sus realizadores, sin línea de
comunicación de doble sentido entre la base y quienes toman las decisiones, con
un sistema de innovación pensado fuera e impuesto verticalmente y un sistema de
control basado en la vigilancia externa. En los sistemas escolares esa imagen
de organización se ha plasmado en unos centros bastante burocratizados con un
currículum fuertemente regulado y hasta definido en objetivos de rendimientos
observables que los profesores están obligados a ejecutar. El modelo de
objetivos derivado del esquema de diseño curricular tyleriano ha sido el patrón
de racionalidad que ha acompasado a ese entendimiento de la organización
escolar (GIMENO, 1982).
Ese modelo no ha dejado
de ser una metáfora, que si bien ha tenido algunos efectos y ha producido
mutilaciones importantes, no ha dejado ver claramente la dispersa realidad. En
contra de la creencia de WEBER de que la organización penetraba todo, y de que
el sistema escolar actuaba como institución voraz cuyas normas acaparan todas
las lealtades de forma absoluta (LOPEZ NOVO, 1994: 46), parece que las
instituciones que lo forman lo hacen con una intensidad baja, de suerte que,
como señalaba DURKI IEIM, se producen áreas de autonomía y de espontaneidad que
hasta resultan más difíciles de obtener en grupos reducidos, en los que el
clima de opinión y los mecanismos de toma de decisiones dejan menos margen a
los individuos para salirse de las normas (GIDDENS, 1993: 131). Desde luego es
más fácil ``burlar" a la autoridad lejana de la Administración en el
sistema público, con sus inspectores, que al director de centro privado, más
autónomo, o al grupo de compañeros imponiendo por mayoría unos valores y un
determinado proyecto en un centro. 1 Hoy la burocracia en el aparato escolar
tiene más el significado popular y despectivo de estorbo y de pérdida de tiempo
en cumplir con determinados ritos que de poco sirven que el de ser un aparato
organizado con papeles definidos y unificados por un propósito que implica la
homogeneización de las unidades, donde una autoridad vertical integra los
esfuerzos de los distintos niveles.
En la realidad, más que
ser una organización perfecta, el sistema y cada centro puede ser visto a
través de otro modelo metafórico: el de un conglomerado amorfo de células
anémicas yuxtapuestas -centros o aulas-, aisladas unas de otras, ignorándose
entre sí, sin constituir un orden organizado con una dirección colectiva que
aparenta ser ilocalizable, un tanto errática, con dudosa capacidad para cumplir
las funciones asignadas.
No quicio negar u olvidar
las aberraciones históricas de intervencionismo y de control ideológico sobre
la cultura, sobre los contenidos de la enseñanza, sobre los centros y sobre los
profesores que existieron en nuestro sistema, cuyos vicios y consecuencias aún
perduran. Nuestro problema en ocasiones -el de administradores y administrados-
reside en que no podemos todavía disociar del todo el significado de
regulaciones en una sociedad pluralista y democrática, interviniendo
legítimamente con un proyecto en el sistema educativo, de los referentes que
nos trae el pasado no muy lejano, frente al que toda desregulación aparece como
buena y progresista. Hay que situar la discusión, más bien, en unas coordenadas
de normalización democrática. Si la homogeneidad y la parálisis esclerótica
existe hoy en los centros educativos se debe a otras razones que ya operaban en
el pasado, sólo que encubiertas y fomentadas por esa costra del autoritarismo
burocráticamente ejercido. La burocracia paralizante tuvo más efectos allí
donde el profesorado estaba más desarmado intelectual mente.
La necesidad de otra
cultura profesional
Si los profesores no se
aúnan y no ejercen su creatividad profesional hoy, no es debido sólo al peso de
las determinaciones burocráticas. La sociología profesional de los docentes ha
insistido siempre en el rasgo del individualismo como nota definitoria de su
comportamiento profesional. Pero habría que distinguir dentro de esa conducta
matices y motivaciones. Existe el individualismo forzado, el estratégico
y el elegido por el propio profesor (HARGREAVES, 1994: 172). El primero
se produce por las barreras administrativas, por las estructuras escolares
vigentes, por la organización interna de los centros, por la valoración del
puesto de trabajo o por otras razones obstaculizadoras. Resolver esas barreras
no sólo es un problema de establecer nuevas normativas. El individualismo
estratégico es una especie de retirada personal para salvaguardia de la propia
iniciativa ante las condiciones enemas negativas. Esa estrategia puede salvar
un fermento innovador o un poso recalcitrante; lo cierto es que cuando los
profesores acceden al puesto de trabajo por procedimientos no ligados a un
proyecto el encuentro de perspectivas educativas diferenciadas y hasta
conflictivas es inevitable. Este problema sólo lo salvaría la descentralización
casi total del sistema, de suerte que cada centro pudiera elegir a sus
profesores, y no seremos nosotros quienes recomendemos tal medida. El
individualismo elegido es una opción que obedece a una forma de ser y de
opinar.
Las tres situaciones se
amalgaman en el sistema educativo, constituyendo toda una cultura profesional,
seguramente crecida al amparo de la mentalidad verticalista jerarquizante, a la
vez que anómica, que hace que la vertebración horizontal sea innecesaria, es
decir, la constitución de los profesores como unidad ``productiva" —educativa-
en cada centro escolar. El individualismo forzado dificulta esa cultura,
teniendo como resultado a largo plazo el de tipo natural, como una forma de ser
que parece elegida. Pero sirve también para disimular otras causas.
Hoy la imagen del ``buen
funcionamiento" de empresas y de organizaciones no la proporciona la
eficiente cadena de producción fordista, como tampoco lo hace en el sistema
escolar. Otra imagen de empresa viene a relevar a la anterior justificando la
bondad de los centros escolares como entidades menos reguladas, más flexibles,
sin una tan estricta definición de papeles expresada en la enorme cantidad de
disposiciones que los poderes han vertido sobre el sistema educativo. Se trata
del modelo definido por la empresa japonesa con una mayor competitividad,
explicada por el mayor compromiso de los trabajadores en su funcionamiento,
incluso colaborando en la definición de los procesos de producción.
Este modelo apuesta por
la búsqueda de la productividad apoyada en la hipótesis de que ésta depende de
la existencia de un personal altamente cualificado, en el uso flexible de los
recursos humanos, en la importancia de los grupos en la organización del
trabajo y en la asignación de responsabilidades, en la participación colectiva
en la toma de decisiones, en la elevada moral y en la dedicación del personal.
Su lógica se basa en la maximización del compromiso de sus miembros. No tiene
que recurrir a mecanismos de control externos potencialmente alienantes y
conflictivos. No hay escisión entre la fase de planificación y la de ejecución,
propia del mecanismo organizativo en cadena, porque los trabajadores ahora
vertebrados horizontalmente analizan los procesos y proponen las medidas para
mejorar la producción, por lo que no es precisa la instancia planificadora
minuciosa y externa. El efecto vertebrador de la cadena lo logra ahora la
automatización.
La disminución de la
especialización que había sido impuesta por la cadena de producción se compensa
ahora con la eficiencia dinámica aportada al proceso global (LOPEZ NOVO, 1994).
Este modelo, más
coherente con el actual desarrollo tecnológico, reclama un nuevo tipo de
trabajador más capacitado, un nuevo tipo de profesor. Como afirma SOTELO (1994:
70):
``La primera
industrialización acabó con el esclavo, que no servía para colocarlo al
servicio de la máquina, la destruía. La actual revolución tecnológica elimina
al obrero atado a la cadena de producción, dependiente y disciplinado, que
sustituye la automatización, a la vez que requiere un nuevo tipo de trabajador,
mucho mejor informado y sobre todo capaz de tomar iniciativas y de ejercer la
responsabilidad, no sólo para adaptarse a un proceso continuo de renovación en
la tecnología y en la organización, sino para impulsar ambos procesos desde el
puesto de trabajo. Acoplarse a las nuevas condiciones de la competencia
internacional exige una nueva clase trabajadora más independiente y
responsable, es decir, mejor cualificada y, desde luego, mejor pagada y con más
derechos en los procesos empresariales de decisión".
La calidad y el buen
funcionamiento de la empresa (léase los centros como unidades productivas)
requieren condiciones organizativas tales como la posibilidad de adaptación a
las condiciones rápidamente cambiantes del increado (flexibilidad de las instituciones
para realizar su oferta), para adaptarse a las demandas cambiantes (atención al
medio imnediato) y la coordinación horizontal del los trabajadores (equipo
colegiado de profesores). Este modelo reclama otro tipo de trabajador que,
antes que ser el fiel servidor o el eficaz burócrata cumplidor, es el
(profesor) competente con una capacitación que le permita adaptaciones
constantes y con una formación permanente que revierta sobre el puesto de
trabajo, con una mayor implicación en la mejora de los procesos (participación
en la definición del proyecto educativo o curricular) y en la definición de los
productos que es preciso lograr (concreción del currículum). En la eficacia de
los logros están sus incentivos profesionales. Es decir, se necesitan profesionales
especializados discutiendo los procesos que desarrollan y los productos que
consiguen, más allá del papel de trabajadores no especializados ocupando los
últimos eslabones de la cadena de producción o el de técnicos (funcionarios o
trabajadores) fieles ejecutores de las operaciones diseñadas fuera de su ámbito
laboral. La sociedad del conocimiento en permanente innovación trastoca
definitivamente las categorías laborales, demanda flexibilidad y capacidad de
adaptación .. de inteligencia creadora.
¿Qué significa este
paralelismo?: un marco para entender la racionalidad del trabajo en
instituciones y organizaciones, sean empresas industriales o de servicios Desde
luego una forma de entender la mejor consecución de los fines de una
institución, la incorporación de los intereses de los trabajadores a los de la
empresa, el reconocimiento del valor del conocimiento de los
``ejecutantes" en la definición de los procesos, la importancia de la
circulación del conocimiento, el afianzamiento de una autoridad apoyada en la
eficacia.
La idea de que los
profesores se vertebren en organizaciones horizontales, en equipos de trabajo
en los centros guarda alguna relación, al menos conceptual, con
esta forma postindustrial de entender las organizaciones productivas que
altera profundamente las exigencias en el desarrollo del puesto de trabajo.
Veamos.
Cualquier ocupación se
compone de unidades de trabajo más o menos numerosas y homogéneas. Un puesto
laboral globalmente pueden definirse, en lo que tiene de objetivable, como la
función resultante de la combinación de tres factores: contenido de la
actividad, espacio y tiempo de realización (INBAR, 1990). Si aplicamos esa
función al estilo de realización individualista y al estilo cooperativo o
colegiado de los profesores podremos comprobar que se provocan alteraciones
sustanciales, corno se resume en el cuadro 1 que presentamos más adelante.
La nueva cultura
profesional choca con importantes déficits que hay que superar. Las condiciones
de formación, las formas de selección y de adscripción al puesto de trabajo, la
desconsideración del trabajo de calidad sometido al criterio todopoderoso de la
antigüedad, el intervencionismo burocrático en el currículum por parte de la
administración, la despreocupación por el debate sobre la calidad, la ausencia
de un control democrático, la carencia de tiempos para pensar y decidir
colegiadamente sobre lo que hacen los profesores, la ausencia de liderazgo
pedagógico, son explicaciones posibles de la anomia existente, tan ineficaz en
el sistema de organización vertical (fordista o taylorista) como en el
horizontal (toyotista). La delegación de autonomía a los centros no resuelve
por sí misma la distancia entre estas dos culturas profesionales, ni lo puede
hacer a corto plazo, y hasta podría empeorar la situación.
En las microinstituciones
-centros escolares- operan algunos de los principios de explicación de los
cambios sociales a gran escala, resaltándose el papel de una cierta cultura
previa como condición para que el cambio de estructuras se asiente. Las nuevas
reglas se institucionalizan no por el hecho de legalizarlas, sino cuando han
sido interiorizadas por la sociedad civil, por los participantes. Como afirma
PÉREZ DIAZ (1993: 45):
``Es desde este ámbito de
la sociedad civil desde donde emergen las meta-reglas del juego político,los
supuestos básicos, las predisposiciones socialesy los criterios conforme a los
cuales se define lo que es `normal' y se espera que funcionen las cosas".
Una consecuencia
importante nos sugiere este alternativo modelo de organización del trabajo. La
nueva cultura profesional de compromiso colegiado en pos de la calidad, aparte
de reglas nuevas de funcionamiento, competencia de los profesores y rodaje en
la cultura de la colaboración, exige el compromiso personal con el objetivo
colectivo. En el caso de los trabajadores en la industria ese compromiso
consiste en entender que la productividad condiciona sus mejoras y su
supervivencia como tales. En el caso de los profesores han de ser razones
morales y políticas las que lleven a la convergencia de intereses en torno a un
proyecto de calidad, lo que implica otro tipo de ``competencia
profesional", cuya importancia no se percibe tan claramente porque no es
acuciante. Hablo de razones morales porque se trata de coincidir con un
proyecto educativo defendible por su bondad en cuanto a la educación que
proporciona, es decir, definido desde reglas morales y no de eficiencia en
abstracto. Y menciono las razones políticas porque es la eficacia del sistema
público lo que está en juego detrás de unas formas de entender la
profesionalidad. Si estuviese en peligro la pervivencia de este sistema ante la
competencia con los servicios privados, como están proponiendo los
privatizadores en diversos lugares, este riesgo se entendería muy claramente.
Como muestra, obsérvense
estas apreciaciones de los mentores de nuevas formas de gobernar en los EEUU
(OSBORNE y GAEBLER, 1994: 148 y 163)
``. únicamente la
competencia puede motivar a todas las escuelas a que mejoren. Pues únicamente
la competencia por usuarios crea las consecuencias reales y las presiones
reales a favor del cambio cuando las escuelas fracasan".
``la competencia existe,
independientemente de lo que hagan nuestros gobiernos En el mercado tan
rápidamente cambiante de hoy en día, el sector privado está desplazando
aceleradamente del mercado a las organizaciones públicas. Las escuelas públicas
están perdiendo terreno a favor de las escuelas privadas. El servicio oficial
de correos está perdiendo terreno frente a Federal Express y a UPS. Las fuerzas
policiales públicas están perdiendo terreno frente a las empresas privadas de
seguridad...
Nuestro sector público
puede aprender a competir, o bien puede estancarse y encogerse hasta que sus
únicos clientes sean los que no pueden permitirse otra cosa".
Merece la pena trabajar
por la cultura de la colaboración democráticamente entendida en los centros,
porque es la forma de salir de la anomia indeseable desde el punto de vista
profesional para los docentes y por las repercusiones negativas que tienen en
la descoordinación de la educación que reciben los alumnos, además de por la
imagen externa de calidad que se provoca. Para eso hay que poner en juego las
medidas precisas de acción a medio y largo plazo. Pero no hay que hacerlo porque
existiera una burocracia avasalladora con un proyecto monolítico que ahora
quedaría desregulado. La anomia, como la colaboración que la supere, en tanto
son expresión de una cultura arraigada, son independientes de que se diga que
existe un ``segundo nivel de concreción del currículum" que corresponde
precisar a los centros. Este mandato de colegialidad forzada ni es motivado por
un análisis de la cultura contraría a su consecución ni su establecimiento
formal generará los comportamientos necesarios en la ``sociedad civil
pedagógica" para que arraigue. Lo que se precisa es analizar las
condiciones para una nueva cultura profesional apoyada en valores morales y
políticos. Ése es un debate urgente en tiempos en que los servicios públicos se
ven ampliamente discutidos como ineficaces.
Ahora bien, la
colegialidad como nueva forma de trabajo, más en las condiciones de adscripción
al puesto de trabajo en la enseñanza pública, ha de guardar la tolerancia hacia
el pluralismo. En la educación la unanimidad de percepciones, de intereses y de
proyectos es imposible. Aprender a colaborar y a respetar la discrepancia en un
ejercicio difícil que no tienen el privilegio de explorar más que los
profesores de los centros públicos; en los centros privados la adhesión a la empresa
es condición para el trabajo.
En la medida en que la
confección de un proyecto educativo puede quedarse en otra exigencia
burocrática, sin entrar en la modificación de las claves que provocan la
cultura profesional dominante, esta forma de desregulación curricular en los
centros no generará otra cultura; sí potenciará a quienes ya la tengan, aunque
estén en sus inicios. Para que ese proyecto sea dinamizador de la vida de los
centros necesita de cambios profesionales y organizativos. La deformación burocratizadora
no debe confundir la instalación de un proyecto con el hecho de su formulación.
Muchos grupos humanos actúan coordinadamente para conseguir determinados
objetivos sin escribir lo que cada uno tienen que hacer. Es un cambio en las
condiciones de formación, de trabajo y de cultura profesional lo que está en
juego.
Es decir, el argumento de
que la autonomía delegada y el proyecto curricular devuelven el protagonismo a
los profesores mejorando la profesionalidad y la coordinación colegiada será, en
el mejor de los casos, una posibilidad, sólo posible realidad a medio plazo,
puesto que de un cambio cultural se trata, si se toman las medidas para
modificar las causas profundas de la cultura profesional que hay que sustituir
En todo caso es una promesa cuyo éxito ha quedado en otros casos sin demostrar
(HARGREAVES, 1982: 263), pero con un seguro impacto negativo directo: el
aumento del tiempo dedicado a la planificación coordinada que, o bien se añade
a las tareas actualmente desempeñadas por los profesores, intensificando así su
trabajo y repercutiendo en la vida privada, o bien son obligaciones que detraen
tiempo y energías de otras funciones docentes cuya calidad puede verse
resentida. Y en muchos casos ni siquiera es un tiempo de planificación, sino,
como hemos podido observar, de discusión del significado de las normas a que se
ve sometido ese proyecto llamado curricular. La intensificación la hemos podido
comprobar en diversas evaluaciones de las reformas, tanto en EGB como en
Secundaria (GIMENO, 1993a; PEREZ y GIMENO, 1994).
En los centros siempre
se producen diferencias entre alumnos
Nos detendremos ahora en
otra serie de argumentos que sirven a la desregulación. Las iniciativas
desreguladoras en el currículum suelen utilizar el argumento de la existencia
de diferencias culturales e individuales entre los estudiantes. Parece ser una
condición democrática, además de un respeto ``científico" a la realidad
psicológica, la necesidad de que la cultura escolar se diferencie en relación
con las categorías culturales de procedencia de los alumnos o la de que se
flexibilice el currículum para que las diferencias puedan ser acogidas. Sólo
recordaremos aquí algunos de los principios que vertebran este debate.
Ante estas proposiciones
hay que recordar otra. La de que los centros se diferencian entre sí y dentro
de sí por diversas razones, aunque se parta de un currículum homogéneo. Sabemos
desde hace tiempo que la cultura seleccionada en los curricula no es neutra y
que no tiene la misma relevancia para todos ni da lugar a que todos alcancen
los mismos resultados, dada la desigualdad social existente, transportada por
cada alumno al sistema escolar bajo las categorías de clase social, género,
grupo de edad, raza, procedencia rural o urbana, etc. Los alumnos reciben y
reaccionan ante la enseñanza desde esas categorías sociales, por lo que, de
hecho, reciben educación diferenciada aunque la propuesta de currículum sea
igual para todos. El contexto cultural de origen, el contexto educativo del
centro y las peculiaridades subjetivas median entre las propuestas y los
posibles resultados. La misma separación de especialidades culturales -ciencias
y humanidades, formación cultural teórica frente a formación profesional o
práctica- ha servido para diferenciar la cultura que se proporciona a grupos de
alumnos diferenciados.
El currículum realizado
en la práctica es más heterogéneo de lo que la imagen ordenancista del
currículum prescrito u oficial nos haya podido hacer creer y de lo que lo es el
currículum presentado a profesores y alumnos a través de los libros de texto
(GIMENO, 1994c). Esta heterogeneidad real a que da lugar la homogeneidad
establecida en las prescripciones curriculares y en los textos no es resultado
de la intencionalidad decidida de diferenciarlo entre los alumnos del sistema
escolar ni reside fundamentalmente tampoco en las prácticas pedagógicas de los
profesores, sino que tiene lugar porque los alumnos son desiguales a los
contenidos y obtienen del currículum diferentes significados y posibilidades
sin que la educación haga mucho por cambiar esa realidad. Las tasas desiguales
de fracaso escolar según grupos sociales es una muestra de ello; los resultados
de cada centro, las distintas evaluaciones de profesores de un mismo nivel y de
la misma asignatura, la acomodación de las expectativas de rendimiento
previsible que los profesores hacen de chicos y chicas en diversas áreas de
conocimiento, o según el grupo social de pertenencia, guiados por multitud de
indicios, son otros ejemplos de diferencias o, simplemente, de desigualdades.
Un currículum más
desregulado, más ``flexible", definido según el contexto y las
características del alumno, puede ser instrumento para ajustarse a las diferencias
provocadas por el origen de los estudiantes, para estimular las variaciones,
tanto las creativas como las arbitrariedades, entre centros y entre profesores.
Para paliar las ``deficiencias" no es precisa la desregulación curriculas
sino un claro proyecto cultural y una política y una práctica de
compensaciones. Cuando se argumente que la autonomía del proyecto cunicular ha
de servir ``para planificar una respuesta educativa ajustada a la diversidad de
las capacidades, intereses y motivaciones del alumnado" hay que discutir
qué significa ese viejo principio de
la pedagogía moderna, tan
fácil de asumir como peligroso en algunas de sus posibles consecuencias.
Obviamente, habrá que seguir recordando -hay ideas que necesitan refrescarse
porque no son tan obvias como a veces podamos creer- que las capacidades,
intereses y motivaciones tienen orígenes culturales también. El lenguaje de la
diferenciación ha de plantear que las chicas pueden tener distintos intereses
que los chicos, que determinados centros cuentan con alumnos de menores
capacidades que otros, que los gitanos quizá no tengan ganas de estudiar muy
intensamente... El profesorado bajo una pedagogía de mensajes acríticos podría
entender las desigualdades culturales como diferencias a respetar o desniveles
ante los que resignarse, ejerciendo una pedagogía reproductora en vez de
niveladora; lo que no significa ahogar las manifestaciones individuales
(GIMENO, 1993b).
El lenguaje actual de la
liberalización es más dado a proclamar mucho menos la igualdad y más el
reconocimiento de la diferencia. Obviamente no se trata de inculcar Linos
contenidos idénticos donde no quepan singularidades, sino que en determinado
momento haya que diversificar el currículum. Lo que en estos momentos ocurre es
que el lenguaje dic la diferenciación sirve a una renuncia a la búsqueda de la
igualdad! social como ideal ilustrado, que pierde terreno ante la opción de
expresar las diferencias para conquistar la libertad, ante el temor de que el
igualitarismo pudiese amenazar la posibilidad de manifestar esas diferencias
(BALLESTEROS, 1989). Hágase el cómputo de las veces que últimamente se utilizan
términos como ``diferencias", ``flexibilidad" y ``autonomía",
por un lado, y los de ``igualdad" y ``fracaso" por otro.
Se suele repetir esta
vieja consigna en favor de una enseñanza que ligue con los significados de los
sujetos, engarzada con la de aprovechar la cultura ambiental de la que
naturalmente se nutren los significados de los estudiantes, para evitar el
efecto alienador de una cultura vacía de significados, que sirve como refuerzo
al autoritarismo que la impone. Las consecuencias de practicar este principio a
ultranza, que ahora se califica de constructivista, podría anular de hecho
muchos contenidos. Tan vieja como esa idea es la de que la enseñanza puede y
debe crear intereses, motivaciones y bases de referencia hacia
contenidos relevantes necesarios para entender y manejarse en el mundo. La
experiencia nos dice que eso puede hacerse con métodos y profesores adecuados
sin que conectaran previamente con los intereses de los alumnos en un
currículum desregulado.
Por otro lado, la idea de
conectar con la cultura cercana nos lleva a pensar que la cultura folk o
popular del medio ambiente inmediato es hoy algo muy distinto de la referencia
romántica que tenían los innovadores de principio de siglo ante los desgarros
culturales que provocaban las emigraciones incitadas por la industrialización,
siendo la escuela misma un elemento de supresión de las diferencias en estas
culturas de procedencia (GRIGNON, 1994). Es verdad, como dice este autor, que
la escuela contribuye espontáneamente al monoculturalismo, debilitando la
diversificación de las culturas, al depender de forma dominante de los
mecanismos de comunicación basados en la escritura. Pero si desde el punto de
vista antropológico la pérdida de la diversidad se evalúa como negativa, lo
cierto es que la riqueza de la diversidad no es accesible más que para aquellos
que están fuera de las culturas particulares. Hoy, menos que nunca, las
culturas populares tienen independencia de la cultura dominante, de la
científico-técnica, formal o elaborada, corno la queramos llamar.
``Experimentar esta
diversidad, tener conciencia y disfrutar de ella sólo puede hacerlo aquel que
tiene los medios de relativizar cada una de las culturas de las que dicha
diversidad se compone, por ejemplo, el indígena que es capaz de distanciarse de
la cultura de origen, como sucede con el aprendiz, el becario, el observador
exterior, el explorador social o el amante de lo pintoresco que va de curioso o
de simpatizante de las clases dominadas. Para aquellos que forman parte de las
culturas dominadas, o que provienen dic ellas, la diversidad es con frecuencia
un handicap, una deficiencia; su experiencia, sus saberes, su `cultura' tienen
una amplitud limitada, un valor local... Sabernos que la diversidad constituye
un obstáculo permanente para la solidaridad popular y para la unidad del
movimiento obrero; ha sido, y sigue siendo una fuente inagotable de
oposiciones, de conflictos y de luchas internas: oficios contra oficios,
pueblos contra pueblos, barrios contra barrios" (GRIGNON, 1994: 131).
Las culturas locales no
sirven como categorías aisladas para responder a los dilemas de la selección
del currículum. El dilema curricular está en poder responder a la dialéctica
cultural que se produce en un mundo en rápida transformación entre las culturas
locales y la universalizadora. En palabras de FUENTES (1992):
``... este mundo
proliferante, local, portador de terribles cargas irresueltas, a menudo)
anacrónicas, pero muchas veces, también, aurorales, se inserta en, o enfrenta
a, un sistema mundial de integración económica, a un vasto movimiento) de
ideas, información y tecnología. Es el llamado mundo de la `aldea global'. Existe
en contradicción con el mundo de la `aldea local'. Pero las dos aldeas no
existen en situación de aislamiento respectivo), sino) en proceso de
enfrentamiento creciente, no sólo por la contradicción entre una globalización
que apunta enérgicamente al futuro y una localización que se aferra
violentamente al pasado), sino, sobre todo, por la veloz irrupción, por la vía
de la inmigración, de la aldea local en la aldea global".
El debate sustantivo) no
está tanto en enfatizar la desregulación para que el sistema escolar y el
currículum y la realidad se acoplen como en aclarar qué cultura debe ser la
relevante para hacerla después comprensible en el nivel de complejidad que la
evolución del alumno hace tolerable; qué necesitan conocer hoy los ciudadanos y
ciudadanas -sobre qué pensar, sin esperar respuestas idénticas- de un mundo
complejo para facilitarle su entendimiento. Sin denigrar ni anular los
referentes culturales de origen. La crítica a la práctica vigente tiene que
centrarse en las razones por las qué la cultura relevante presentada como tal
no interesa al alumnado ni les sirve para descodificar el mundo. Quizá no sea
relevante, quizá esté mal presentada, quizá esté mal organizada, quizá sea mal
comunicada. Sin cambiar las razones por las que eso ocurre cualquier otra
cultura en el currículum correría por los mismos derroteros.
Para lograr ese objetivo
hace falta una pedagogía diferenciada en cualidad y en cantidad, lo que es muy
distinto) a acomodar los contenidos a los alumnos. La diferenciación cunicular
rehuye esas preguntas resolviendo los conflictos por la vía de la
diferenciación de carácter adaptativo. Hacen falta profesores que participen
del debate cultural y puedan sopesar el valor de un contenido cultural,
disponiendo además de metodologías y de condiciones de trabajo apropiadas.
Aunque de métodos, de calidad de profesorado y de condiciones ahora no se suele
hablar mucho. No hace falta argumentar la des-regulación -flexibilidad- del
currículum para que los profesores con su técnica hagan una enseñanza adecuada,
pues muchos de ellos lo han hecho) desde hace tiempo). El problema es si los
profesores pueden o saben hacerlo. Si la importancia de realizar el proyecto
curricular del centro puede dar lugar a estimular el tratamiento de estos
dilemas, bienvenido sea, pero no es así como nos lo presentan.
La heterogeneidad
cultural y la desregulación curricular
``Las diferencias nacidas
de la diversidad de lenguas, de mitos, de culturas etnocéntricas, han ocultado,
a tinos y otros, la común identidad bioantropológica" (MORIN. 1993: 68).
Dado) que la
desregulación del currículum se justifica, entre otras razones, como la
posibilidad de encajar distintas opciones culturales o posibilitar su
expresión, la discusión sobre la diferenciación a que da lugar tiene muy
diversos significados, en función de la homogeneidad cultural en la que se
inserta el sistema educativo. No es lo mismo plantear estos problemas en
sociedades multiculturales que hacerlo en otras relativamente homogéneas, si
bien esta última condición siempre lo será en un sentido relativo. Partimos de
la consideración de que la cultura de la que nosotros participamos es bastante
homogénea sin acentuadas brechas culturales. Por decirlo gráficamente, un
ciudadano puede desenvolverse, trabajar, divertirse, educarse, cultivarse, sin
problemas de incomprensión desde Sevilla hasta Barcelona porque la pluralidad
cultural misma que es consustancial a distintos ámbitos territoriales le
permiten adaptaciones y entronques selectivos. Esta cierta base común hace que
las diferencias no sean insalvables en una convivencia escolar común y en un
currículum básicamente igual, salvo el caso de algunas minorías marginadas,
descontado) el problema de las lenguas y lo que consigo implican, no muy
difícil de resolver, como se está viendo en nuestro sistema escolar.
Ya sé que ésta es una
opinión discutible porque la pluriculturalidad, además de ser una realidad
constatable en ciertas sociedades, es también en ciertos casos una aspiración a
la diferencia en trance de desaparición o a la cultura míticamente recordada
como base de la identidad en proceso de diluirse, una especie de rechazo
indirecto a las tendencias homogeneizadoras del sistema productivo, del
consumo, de los medios de comunicación y de la mundialización en general a que
lleva la propia dinámica generada por la modernidad (GIDDENS, 1993; MORIN,
1993).
En nuestro caso el
multiculturalismo en más un problema en el horizonte, una vacuna para
prevenirse ante posibles flujos migratorios y ante la política que crea fronteras
entre los pueblos.
Otro problema es si ha de
contemplarse en el currículum dirigido) incluso a sociedades homogéneas una
perspectiva pluricultural necesaria, así como los relatos ocultados para
situarse y abrirse a un mundo plural y que los jóvenes conozcan realmente su
mundo, que cada día es un poco más el mundo de todos. A fin de cuentas, como
afirma GEERTZ (1992: 57):
``Si deseamos descubrir
lo) fue es el hombre, sólo podremos encontrarlo en lo que son los hombres: y
los hombres son ante todo, muy variados".
En las sociedades
avanzadas, sometidas a procesos de racionalización tecnológica, social y
organizativa, el conocimiento válido para su funcionamiento se universaliza, se
inserta profundamente en la cultura y la posesión del mismo pasa a ser base de
la nueva diferenciación social (CASTELLS, 1994). Así, determinaciones para el
currículum provenientes de la mundialización de la economía, de la ciencia y de
cierta cultura aireadas por los medios de comunicación son muy evidentes al
proponer e imponer moldes educativos uniformadores ante los que las
regulaciones particulares de cada Estado o de cada sistema educativo resultan
inoperantes o innecesarias. En las diversas actividades productivas y de
servicios se imponen a escala global patrones de racionalidad, de planificación
y de previsión que homogeneizan las culturas (BELL, 1976: 399). Es la posesión
o no de esos lenguajes comunes lo que ahora jerarquiza en sociedades que, al
mismo tiempo, son mestizas. Otros elementos culturales autóctonos mediatizan la
forma en que se vive esa jerarquización. Como consecuencia de esa
mundialización a la que ahora el desarrollo de la modernidad, las culturas, por
los efectos de la comunicación osmótica, se vuelven más heterogéneas
internamente pero se parecen cada vez más en su heterogeneidad. Los
fundamentalismos excluyentes evitan la comunicación porque se debilitarían con
ella.
Como consecuencia, los
curricula se recentralizan abarcando) con sus efectos esferas más amplias que
las de un sólo sistema educativo) nacional, incorporando progresivamente más
elementos comunes, al menos en una serie de componentes básicos, al tiempo que
para comprender las propias e inmediatas realidades, incrustadas cada vez más
de elementos de las ajenas, esos curricula han de hacerse más plurales
internamente. No es que el currículum se haya de diferenciar para poder
contemplar el medio específico, sino que tiene que ser más variado para
comprender la interculturalidad propia y la ajena en un mundo cada vez más
interconectado, sin negar ni la una ni la otra. Ésta es la forma de no caer en
la trampa de, por un lado, una uniformidad curricular y cultural impuesta por
la economía dominante y por todo el aparato de conocimiento que la sustenta,
compensada, por otro lado, con el particularismo de las lenguas autóctonas, las
ciencias sociales, las humanidades o las creencias religiosas y morales sin
contacto con las demás.
El lenguaje pedagógico
renovador de comienzos de siglo postulador de que la escuela se adaptara al
medio, principio al que hoy se quiere servir con la desregulación curricular,
debe tener hoy otra lectura, porque el medio de uno es cada vez más el de los
demás. Al encender el televisor se ve antes Nueva York que el propio pueblo. La
universalización de las culturas, de unas más que de otras, requiere una
variedad de contenidos en los curricula, pero para todos, no con el sentido de
que unos centros se diferencien en una dirección y otros en otra, sino) que
todos sean más diversos internamente por lo que enseñan. La desregulación
curricular habría de entenderse como la ruptura del monolitismo cultural, la
apertura a la variedad de la cultura en general para todos, no cómo una forma
de que cada público se eduque en su propio nicho ambiental. Flexibilidad sí,
para abrirse a la variedad, no para que los partícularismos encuentren su
justificación.
El poder
recentralizador de los textos
Es un hecho admitido y
bien documentado que los materiales en los que se apoya la actividad de
enseñanza de los profesores y el aprendizaje de los alumnos son los elementos
decisivos del control de los contenidos, exista o no un currículum oficialmente
regulado para el sistema escolar (APPLE, 1989, GIMENO, 1994c). La
``flexibilidad" declarada en esa regulación oficial no tiene oportunidad
de pasar a la realidad si no es a través de la flexibilidad en esos mediadores.
Quienes, de verdad, quieran hacer el currículum más dúctil, que los centros
tengan proyectos diferenciados, que la cultura escolar considere las
diferencias culturales de los contextos, al margen de la oportunidad de estas
consignas, deberían meditar sobre el poder uniformador que tienen los medios a
través de los que la enseñanza y el aprendizaje se hace realidad en las aulas y
las tendencias que afectan a su producción, consumo y uso.
Como) la mediación entre
la cultura y los alumnos se realiza a través de los instrumentos en los que se
encuentra narrada y a través de los profesores, mediadores, a su vez, entre
esos medios y los estudiantes, la variabilidad y apertura potencialmente
posible de fuentes de información es el factor que condiciona el acceso) a la
cultura. La disponibilidad de fuentes con las que trabajar queda definida por
los recursos existentes en lo)s centros, por aquellos de los que pueden
disponer los alumnos y por los recursos de bibliotecas públicas posibles de
utilizar; a no ser que se piense que la diversificación corre a cuenta de la
creatividad de los profesores y que éstos, en las condiciones presentes, pueden
trabajar sin medios didácticos de apoyo.
Una evaluación del estado
de las bibliotecas escolares y de las dificultades para su uso, cuando las hay,
y una mirada a la variedad de textos que tienen los alumnos de un mismo aula
nos da una idea precisa de la fuerte regulación uniformadora y centralizadora
del currículum a través del control y de los mecanismos de producción, consumo
y uso de los materiales didácticos. la mediación no es absoluta, pues los
``lectores" siempre aportan su mundo a la ``lectura" de los textos,
pero el punto de partida es cada vez más uniformador . Dicha homogeneización
está propiciada, en primer lugar, por la concentración de la producción de los
materiales didácticos (especialmente los libros de texto)) en unas pocas
empresas, lo que obliga a pensar en las posibilidades del pluralismo cultural
en las democracias. Aproximadamente la mitad de la producción de textos en
España está en manos del 3% de los editores; el 80% de la edición lo está en
las de la cuarta parte de las empresas. Una tendencia hacia la concentración de
éstas es general en todo el mundo y, precisamente, es en el sector del libro de
texto donde más claramente se configura un oligopolio cuasi monopolista
(Ministerio de Cultura, 1993: 193; GIMENO, 1994d).
Es la Administración
educativa la que ordena que todo material curricular debe de ser aprobado por
ella, sometiéndose a un determinado formato, que no puede ser sino uníformador,
como puede apreciarse en la legislación vigente; ella es la que ordena que los
textos elegidos por los centros para un determinado curso o ciclo han de permanecer
durante varios años, aunque los alumnos progresen de curso. Queda así claro que
lo que se protege es la estabilidad de un mercado (HUSEN, 1991:3676) y que las
llamadas a la diferenciación cunicular son pura retórica en el lenguaje
oficial.
Después, las pautas de
consumo propiciadas por los profesores aportan su parte a la homogeneidad. Los
recursos económicos invertidos en cada centro), normalmente financiados por los
alumnos, se ocupan en una escasa variedad de libros que se obliga a comprar a todos
los alumnos. Todos los alumnos de un aula o los de un curso tendrán las mismas
fuentes repetidas de información. La centralización del currículum está ya bien
encauzada. Sólo faltan unos profesores que tengan a esos poco variados textos
como guías de su actividad y como fuente básica de información y apoyo del
trabajo de los alumnos para que la cultura escolar resulte bastante
uniformizada en cada centro y entre centros.
Las apelaciones a que los
profesores hagan sus propios materiales son encomiables pero poco plausibles;
en el mejor de los casos sólo válidas para una minoría del profesorado. El
discurso de ¡abajo el texto!, ¡vivan los textos!" ha desaparecido) del
mapa de las proclamas pedagógicas recientes.
Una vez que en cada
centro está cortada la variabilidad de fuentes culturales los profesores
``innovadores" pueden servir la utilización de enciclopedias y
libros familiares o el uso de bibliotecas pública ero fuera del horario
escolar. Claro que tampoco en este caso cabe esperar mucha ayuda a España
dispone de una dotación de ( libros por habitante en la red de bibliotecas de
las más bajas de Europa (UNESCO) )94: 123).
El lenguaje desregulador
del currículum frente a esta realidad se convierte en pura ingenuidad, en el mejo)r
de los casos, si no se camina hacia una pedagogía apoyada en la utilización de
variados medios de información a través de alteraciones en la cadena que hemos
esquematizado. La propuesta progresista en estos momentos reside en lograr la
heterogeneizadón de la cultura interna de cada centro más que la diferenciación
entre centros al realizar cada uno de ellos un proyecto diferenciado. En esta
óptica la autonomía cultural y pedagógica del profesorado significa
reconocimiento auténtico de su capacidad cultural y pedagógica para progresar
en la diversificación cultural.
¿A qué puede dar lugar la
desregulación proclamada de la flexibilidad cuando el currículum queda bastante
bloqueado) y claramente recentralizado? La respuesta es que a la pura
inoperancia, a la confusión del profesorado y a la legitimación de otras
desregulaciones: la aceptación progresiva de un modelo educativo que no sea
igual para todos, que los centros diferencien la cultura o que la cultura
diferente encuentre el derecho a verse acogida por centros desiguales.
¿Desregular la
intención controlando los resultados?
Dos mecanismos
recentralizadores de origen externo, con desigual poder y vías de actuación, se
están proyectando sobre los curricula, tanto en los sistemas nacionales de
educación de cada país como en el plano internacional. Nos referirnos a la
importancia del mercado laboral y a los controles externos de resultados
escolares.
a) El mercado laboral
No vamos a insistir mucho
en una obviedad sobradamente argumentada. La dependencia progresiva de los
sistemas educativos respecto) del mercado laboral y de las profesiones más
cotizadas en el mismo hacen de eficaces reguladores culturales y pedagógicos en
los curricula y en las prácticas educativas, al menos en una serie de sectores más
ligados a ese mercado, permitiendo más ``libertad" de opciones en aquellos
territorios del saber que no tienen tan directa dependencia. El
``vocacionalismo" de vía estrecha es la ideología y teoría curricular más
pujante en nuestro tiempo, una nueva versión del eficientismo social aupado por
la crisis de financiación de los sistemas de enseñanza. Una ideología que
incluso olvida la versatilidad del mercado laboral, con la consiguiente
caducidad de los conocimientos y destrezas que fundamentan unas profesiones
cambiantes, lo que impide un currículum ajustado a necesidades previamente
determinadas, siendo esta una condición que se compagina mejor con una cultura
básica abierta de competencias generales donde la diversificación es posible.
En una lógica de ajuste
currículum-actividad productiva la filosofía educativa se reconvierte: se
recargan las responsabilidades de los sistemas educativos para formar mano de
obra especializada, siendo además muy costosa esta formación, restando
prioridad a otros objetivos formativos generales e igualadores. De esta suerte
desaparecen del discurso político referencias a la desigualdad de oportunidades
al fracaso) escolar, a la obsolescencia de las prácticas educativas, al
analfabetismo funcional propiciado) ya desde la propia institución escolar,
etc. Seguramente hay que replantear qué responsabilidades competen al sistema
de enseñanza y qué parte de responsabilidades ha de tener el mundo productivo
en la financiación, organización y desarrollo de la formación de trabajadores
especializados.
Sólo quiero resaltar en
este apartado la contradicción de la simultaneidad del discurso flexibilizador
del currículum y del vocacionalismo que reclama ajustes, perdiendo toda
referencia al significado de una cultura general amplia, base de la educación
de ciudadanos cultos que, por otro lado), se adaptará mejor a la sociedad
cambiante.
b) Las practicas de
evaluación
Para servir a un mayor
control sobre la eficacia en el desarrollo del currículum en el plano nacional
o local se han generando prácticas de evaluación externa en otros países -ya
han comenzado también aquí- que, en la medida que comprueban rendimientos
básicos, tienden a establecer estándares de productividad pedagógica
homogéneos. La evaluación puede hacerse con muy diversos propósitos y centrarse
en el diagnóstico de infinidad de problemas, pero establecida como método de
control curricular sólo sirve para difundir una idea pobre y poco matizada del
rendimiento escolar. La ``auditoria externa" a gran escala puede servir para
ayudar en la detección de necesidades y de problemas al sistema escolar en
general, pero no) pueden ofrecer formación relevante para cada centro, pues
para esto son precisos métodos de evaluación que hay que realizar en
profundidad y no en extensión, lo que queda del alcance de las agendas
estatales o autonómicas de evaluación.
Es conveniente defender
la importancia de que los centros hagan una evaluación de su propio
funcionamiento y de que han de realizarla con la finalidad de mejorar el
servicio que prestan. En el sistema público esta necesidad debería contemplarse
como una prioridad para revalorar la calidad de ese servicio) y la imagen
pública del mismo, precisamente como defensa de la pervivencia de la enseñanza
pública frente a una imagen distorsionada de la calidad de la privada.
No es ahora el momento de
desarrollar este problema sino el de advertir de los de los efectos
recentralizadores del currículum que producen practicas de evaluación que van a
comenzar en nuestro sistema educativo . Son prácticas que incluso vienen
reclamadas por la participación en el contraste de políticas educativas en el
plano internacional , participando en evaluaciones transversales entre países.
La OCDE y la IEA o la UNESCO propician este tipo de estudios , que rara vez tienen
consecuencias profundas en el debate interno de cada país , a la hora de
emprender reformas educativas o al querer justificar ante la propia opinión
pública las iniciativas políticas de cada uno
José Gimeno Sacristán catedrático de la Universidad de
Valencia.
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