IDEOLOGÍA Y EDUCACIÓN*
Signos . Teoria y práctica
de la educación , 15 Abril Junio de 1995 - Páginas 4-27 ISSN :1131-8600
Josep María Rotger
En
este artículo el autor, tras aclarar el concepto de ideología y su evolución histórica;
defiende la conveniencia de analizar el hecho educativo desde la perspectiva de
la ideología y de estudiar hasta qué punto los sistemas educativos modernos
responden a determinados planteamientos ideológicos. Más tarde, analiza de qué
manera la educación es un instrumento de transmisión de determinados
planteamientos ideológicos y cómo en consecuencia estos planteamientos se
difunden mediante los sistemas modernos de enseñanza. En este sentido, describe
de forma pormenorizada los diversos enfoques y autores que se han ocupado desde
la sociología de la educación de comprender las relaciones entre enseñanza e
ideología.
Ideología es un término
utilizado habitualmente hoy en dia en el lenguaje cotidiano: se habla de la
ideología de una persona, de un partido , de una secta, de conocimientos
ideológicos , contrapuestos a conocimientos científicos... Cualquier
diccionario ofrece acepciones distintas para esta palabra. En consecuencia
habrá que acotar en primer lugar el término y los usos que se vayan a hacer del
mismo.
El concepto de
ideología.
Desde que Destutt de
Tracy inventara el término ideología para aludir al análisis de las ideas
generales reducidas a las sensaciones de las que creía que procedían hasta hoy,
ha corrido mucha tinta. Más tarde , al calificar Napoleón de doctrinarias a
toda las filosofías de tendencia republicana que habían sostenido algunos
ideólogos , primero partidarios y luego detractores suyos, el emperador estaba
dando al termino ideología su sentido peyorativo.
Marx afirma que "la
conciencia no puede ser nunca otra cosa que el ser consciente ,y el ser de los
hombres es su proceso de vida real" (1968:26). Establecido este principio
materialista, llega también a la conclusión de que "las ideas dominantes
no son otra cosa que la expresión ideal de las relaciones materiales
dominantes, las mismas relaciones materiales dominantes concebidas como idea;
por tanto, las relaciones que hacen de una determinada clase la clase
dominante son también las que confieren el papel dominante a sus
ideas"(1968:50-51). A partir de estos supuestos para Marx, las
ideologías serán "enmascaramientos" de la realidad, ideas falsas que
su "comercio material" inspira a los actores sociales y
mediante las cuales la clase dominante "oculta" sus verdaderos
propósitos , siendo posible incluso que aquellos sean ignorados por ella misma.
El concepto de ideología , en este sentido, se opone al de saber real o
conocimiento positivo de la realidad. Más tarde , desviándose de la posición
originaria , pensadores ligados a la tradición marxista como Lenin definirán
las ideologías como sistemas de ideas o teorías que los protagonistas de
la lucha de clases utilizarán en su combate. En este sentido, las ideologías
podrán ser más o menos falsas pero sobre todo serán útiles y su utilidad no
dependerá necesariamente de su verdad, al margen de que todas las clases puedan
tener su propia ideología.
Yendo a otra perspectiva
de análisis, según Pareto, la ideología no es una descripción objetiva de la
realidad sino un conjunto de normas encaminadas hacia la acción. A pesar de su
eventual falsedad objetiva, las ideologías para este autor pueden jugar un
importante papel subjetivo con respecto a la cohesión social y ello,
sobre todo porque a su juicio el hombre no es sólo un animal racional de manera
que desde un punto de vista social la acción no lógica tiene una importancia
crucial:sentimientos, deseos o intereses tienen con frecuencia prioridad sobre
la contemplación racional y la ética que de ella se deriva.
Marx Scheler cree que el
conocimiento puede ser estudiado no sólo en su contenido, sino también en
su relación con una realidad social e histórica: en este último caso
estaremos ante las ideologías . Manheim, por su parte al tratar las ideologías
como reflejo de una situación social afirma que este concepto refleja
el descubrimiento que surgió como consecuencia del conflicto
político , esto es, el hecho de que los grupos dominantes puedan estar en su
pensamiento tan íntimamente ligados, en ciertas situaciones , a sus
intereses que no les sea posible ver ciertos hechos que cuestionarían su
sentido de dominación. El término de ideología llevaría
implícita la percepción de que en ciertas situaciones el
inconsciente colectivo de ciertos grupos oscurece la condición real de la
sociedad, tanto para ellos mismos como para los otros. La clase social es
un elemento determinante de la forma de entender el mundo y, si
esto es así, no queda más remedio que reconocer la imposibilidad de la objetividad
científica ya que no existe la posibilidad de distinguir entre ciencia e
ideología. Este dilema sólo se salva , según Manheim a través de la
existencia de una comunidad intelectual independiente , que se encuentra
en mejores condiciones de llegar a un verdadero dominio de la totalidad.
Raimond Boudon (1986)
interpreta la noción de ideología en el sentido de doctrina que reposa sobre
una argumentación científica y que está dotada de una credibilidad excesiva o
mal fundamentada . Aduce dos argumentaciones en favor de esta definición
de ideología entendida como falsa concepción de la realidad: 1)la palabra
ideología se impone a finales del siglo XIX porque describe una realidad nueva
a saber: la tentación cada vez más extendida de fundamentar el orden
social y la acción política sobre análisis de tipo científico. Simultáneamente
el carácter peyorativo de la palabra marca los límites de este
esfuerzo y los riesgos de deslizamiento a los que está expuesta , y 2) la mayor
parte de ideologías con las que se puede pensar , ya se trate de
ideologías mayores o de ideologías menores, de ideologías de
"izquierdas" o de "derecha" , se caracterizan por el hecho
de que se apoyan efectivamente sobre doctrinas que obedecen a procesos de tipo
científico.
Para Raimond Aron , las
ideologías políticas mezclan siempre cn más o menos fortuna , proposiciones de
hecho y juicios de valor: la ideología no apunta directamente , sino
indirectamente, a lo que es verdadero y a lo que es falso. Las ideologías
políticas, liberalismo, socialismo...)en nuestro país aun provocan disputas
pero cada vez es más difícil que estas diferencias se conviertan en doctrinas.
Así pues , los debates ideológicos, según Aron, se hallan en vías de
desaparición, cuando no se han vuelto ya obsoletos.
Posiciones como éstas ,
llevadas a sus últimas consecuencias , culminan en la doctrina del final de las
ideologías, tesis que pretenden transmitirnos el mensaje de que todos los
problemas políticos de las sociedades modernas tienen soluciones puramente
técnicas , es decir, científicas . Las viejas posiciones ideológicas no
aportarían ya soluciones a los problemas planteados. De hecho, los problemas
tendrían una dimensión meramente cuantitativa en vez de cualitativa en las
sociedades desarrolladas y las viejas disputas de carácter ideológico ya no
aportarían soluciones. Daniel Bell, corno representante de esta corriente,
arguye que la industrialización ha llevado a una disminución de la lucha de
clases y una mayor igualación de los salarios lía traído también formas de vida
más similares, situación que se ha acentuado por la difusión a gran escala de
los mensajes de los medios de comunicación social y por un crecimiento muy
rápido de las clases medias, al mismo tiempo que se producía un aburguesamiento
de los trabajadores asalariados... Estos y otros factores, característicos de
las sociedades modernas hacen que la ideología sea progresivamente sustituida,
según esta doctrina, por la ciencia y las soluciones técnicas. Herbert Marcuse
hará una crítica radical de este tipo de posiciones que no pretenden otra
cosa,, según él, más que sancionar y legitimar en nombre de la ciencia las
relaciones sociales dominantes en nuestras sociedades.
Recapitulando: los tres
grandes caminos por los que ha transcurrido el tratamiento del tema de la ideología,
en opinión de julio Rortiez Aramberri (1984), se mueven en torno los que ya
había planteado la tradición ilustrada: 1) el que insiste en diferenciar
ciencia de ideología, reduciendo el asunto a un proceso de carácter lógico que
puede resolverse mediante una metodología adecuada; por ejemplo, la que se basa
en una separación estricta entre juicios de hecho y juicios de valor, por muy
consciente que uno sea de que esta separación no es otra cosa que el resultado
de un proceso histórico; 2) el que, sin renunciar a la crítica distinción
ilustrada entre ciencia e ideología, se inclina más a pensar que la causa de la
ideología se halla en los condicionantes históricos que pesan sobre la
humanidad en cada una de sus etapas de desarrollo y en una división de clases
contrapuestas; ésta es la tesis de los autores marxistas, aunque en muchos de
ellos haya influido tanto la tradición positivista que, de hecho, es muy
difícil distinguirlos de aquélla; y 3) el representado por quienes, explícita o
implícitamente, tienden en este punto a la ruptura con la tradición ilustrada,
acusándola de etnocentrismo y de arrogancia moral, y así plantear que no
existen cánones reales de diferencia entre lo que se denomina saber científico
y error y que, en definitiva, cada cultura o matriz conceptual constatable ha
de ser estudiada en sí misma, conforme a las reglas inmanentes de validez. Es
obvio concluye Rodríguez Aramberri que la aceptación de este punto de partida
convierte la pretensión ilustrada en un contrasentido y abre el camino a la
imposibilidad de distinguir entre saber y no saber, así como conocer las causas
que enfrentan a cada uno de estos complejos intelectuales.
En este repaso histórico
hemos recogido acepciones distintas de la misma palabra, que responden a formas
de pensar también distintas y a tradiciones filosófica incluso contrapuestas.
El sociólogo, afirma Berger (1986), puede aportar una cosa muy sencilla: la
conciencia de que todas las cosmovisiones son construcciones sociales,
absolutamente todas. Al definir el tema que es objeto de nuestro estudio, este
amor dice que hablamos de ideología cuando una idea determinada está al
servicio de unos intereses creados. Muy frecuentemente las ideologías deforman
sistemáticamente la realidad social, a fin y efecto de poder intervenir donde
más les conviene, cumpliendo así una doble función: de una parte justifica la
actuación del grupo a cuyos intereses creados sirve; y de otra, interpreta la
realidad social de tal manera que la justificación anterior aparezca como plausible,
como susceptible de ser creída.
En realidad, lo que se
intentaba explicar mediante el concepto de ideología no es más ni menos tampoco
que el intento de encontrar la explicación a las motivaciones concretas que
suponen las creencias, el mundo de las ideas motrices que influyen sobre la
conducta de las personas, tanto de forma individual como colectiva. La
humanidad, a diferencia del resto de especies de animales superiores, actúa
impulsada por motivos no meramente psicológicos o psico- afectivos; actúa de
acuerdo con pulsiones de carácter "racional", incluyendo bajo este
concepto todo aquello que se puede pensar, "racionalizas", traducir
en lenguaje existen, por tanto, en el actuar humano, acciones mediatizadas por
signos diversos que podríamos denominar en su sentido más amplio lenguaje de
ideas o conjuntos de ideas que mueven a la acción tanto individual como
colectiva. Los psicólogos no acaban de ponerse de acuerdo sobre la forma
concreta de actuar del lenguaje y de las ideas sobre la conducta, y éste no es
naturalmente el lugar para iniciar una discusión que, hoy por hoy, aún acaba en
el terreno de los grandes principios filosóficos. Podemos decir, sin embargo,
que la ideología junto con todo lo que con ella se relaciona, pasa por lo que
en terminología de Vigotski se denominaría la mediación semiótica de la mente
El problema estriba en delimitar hasta qué punto y de qué forma estos procesos
de carácter simbólico actúan, tanto en el plano individual como en el colectivo
y nos permiten explicar el comportamiento social, es decir, el comportamiento
de los sujetos de la acción social. Y todo ello teniendo en cuenca que estos
mismos procesos simbólicos son también, a la vez, una creación social y que han
surgido, como toda conducta humana, en el seno de determinados contextos
históricos y que, por tanto, responden también a determinados parámetros
culturales.
M. W. Apple (1986:33 y
ss.), coincidiendo con casi todo el mundo en la dificultad de acotar el
significado del concepto de ideología, resume excelentemente este tema,
basándose en McClure y Fisher: "Casi todo el mundo parece aceptar que se
puede hablar de la ideología haciendo referencia a algún tipo de
"sistema" de ideas, creencias, compromisos fundamentales o valores
sobre la realidad social, pero aquí termina el acuerdo. Las interpretaciones
difieren con respecto al alcance o gama de los fenómenos que son
presumiblemente ideológicos y con respecto a la función: lo que las ideologías
hacen realmente por las personas que las `tienen'. Las interpretaciones sobre
el alcance de la ideología son muy variadas. Los fenómenos que se incluyen bajo
ella pueden agruparse al menos en tres categorías: 1) justificaciones o
racionalizaciones muy específicas de las actividades de unos grupos
ocupacionales particulares e identificables (por ejemplo, ideologías
profesionales); 2) programas políticos y sociales de mayor amplitud; y 3>
visiones globales del mundo, perspectivas, o lo que Berger y Luckmann y otros,
han llamado universos simbólicos.
Funcionalmente, la
ideología ha sido evaluada históricamente como una forma de falsa conciencia
que distorsiona la imagen que uno tiene de la realidad social y que sirve a los
intereses de las clases dominantes de una sociedad. Sin embargo, tal como dice
Geertz, también ha sido tratada como "sistemas de interactuación de
símbolos" que proporcionan el modo primordial de hacer que "sean
significativas unas situaciones sociales que de otro modo serían
incomprensibles" (1), es decir, como creaciones inevitables que son
esenciales y que funcionan como convenciones compartidas de significados
destinadas a hacer comprensible una compleja realidad social.
Evidentemente, estas
distinciones entre la función de la ideología no son más que tipos ideales,
polos entre los cuales entran la mayoría de las posiciones sobre lo que es la
ideología y lo que hace. Ambas posiciones típicas e ideales surgen de
tradiciones, sin embargo, y tienen sus impulsores modernos. La primera, que ha
recibido el nombre de "teoría del interés" de la ideología, enraizada
en la tradición marxista, considera que el papel primordial de la ideología es
la justificación de los intereses de grupos económicos y políticos
contendientes o de cualquier otro grupo. La segunda visión, en la tradición de
la "teoría de la tensión", y que tiene a Durkheim y Parsons como
impulsores más conocidos, suele considerar que la función más importante de la
ideología es su papel de proporcionar significado a las situaciones
problemáticas, proporcionando así una útil "definición de la situación"
y haciendo posible de este modo la actuación de los individuos y los grupos.
Incluso con estas
orientaciones tan divergentes, parece existir una acuerdo común entre aquellos
que se interesan por el problema de la ideología en torno a tres rasgos
distintivos: la legitimación, el conflicto de poderes y un estilo especial de
argumentación. McClure y Fischer (2) describen con gran claridad cada una de
estas características:
1.
Legitimación. Los sociólogos parecen aceptar que la ideología se ocupa de la
legitimación, es decir, de la justificación de la acción del grupo y su
aceptación social (...).
2.
Conflicto de poderes. Toda la literatura sociológica vincula la ideología a los
conflictos existentes entre las personas que buscan o tienen el poder (...).
3.
Estilo de la argumentación. Muchos autores observan que una retórica muy
especial caracteriza a la argumentación que tiene lugar en la esfera de la
ideología".
Es evidente, en fin, que
el concepto de ideología es suficientemente complejo como para no ser utilizado
de forma simplista, ni como mera arma arrojadiza para eliminar al contrario. Lo
que sí cabe es precisar el uso, sentido y acepción que se da al témino,
describiendo el alcance y la función que tiene en cada contexto.
Ideología y educación
Intentaremos ahora
estudiar las relaciones que se establecen entre ideología y educación.
Observaremos la utilidad de analizar las conexiones e implicaciones mutuas del
hecho educativo desde la perspectiva de la ideología y de comprobar hasta qué
punto los sistemas educativos modernos responden a determinados planteamientos
ideológicos, diferentes de otros que dominan en formaciones sociales anteriores
a la nuestra. Por último, intentaremos aclarar de qué manera la educación es el
instrumento de transmisión de determinados planteamientos ideológicos y cómo
estos planteamientos se difunden mediante los sistemas modernos de enseñanza.
Con este fin, describiremos las aportaciones que durante los últimos decenios
han hecho algunos de los principales sociólogos de la educación.
Cuando hablamos de
educación supongo que a estas alturas ya habrá quedado bastante claro no
hablamos de una simple palabra ni de un concepto abstracto. Hablamos de las
formas concretas en que esta se organiza en nuestras sociedades. Hablamos de
las formas de transmisión de conocimientos y de actitudes, de cultura y de
formas de comportamiento, de sistemas organizados con finalidades explícitas e
implícitas. Es preciso, por tanto, intentar ver el porqué de su existencia y a
qué finalidades y objetivos responde, a favor de quién actúa, cómo lo hace y
por qué.
En sociedades complejas
como las nuestras, donde hay una división del trabajo, técnica y social, hacen
falta mecanismos de transmisión de conocimientos y de legitimación que respondan
a la complicada organización sobre la que se apoyan. Los sistemas educativos
satisfacen en gran medida estas necesidades. Son elementos básicos para la
reproducción de la sociedad en la medida en que
nos transmiten unos
determinados saberes y creencias, unos conocimientos, unos conceptos, unas
ideas, unas formas de representar, de interpretar y de entender la realidad. Y
esto lo realizan de maneras determinadas, con formas de organización concretas
que implican al mismo tiempo la clasificación y ordenación de los individuos
que a ella se ven así sometidos. En definitiva, los sistemas educativos,
incluyendo la educación no formal, cumplen funciones específicas explícitas e
implícitas que contribuyen a la reproducción del sistema social del que forman
parte.
Los sistemas educativos
modernos nacen como el fruto de la organización social que exige la nueva
concepción que emerge con la revolución industrial y con el hundimiento del
sistema feudal. El Antiguo Régimen se caracterizaba por una organización social
basada en la cosmovisión religiosa judeocristiana y en una estructura social
rígida que provenía de una organización feudal de señores y vasallos
establecida con criterios de carácter jurídico y teológico. Frente a esta
concepción surge la idea de un individuo libre, igual ante la ley, amo y señor
de su propio destino y capaz de situarse por sus propios medios en el lugar que
logre alcanzar en una sociedad que no reconoce otro valor que el del mérito
individual y el de la riqueza.
Si la idea de la trascendencia
y la promesa de una vida mejor, eternamente beatífica, garantizada por una
divinidad que premia a los buenos y castiga a los malvados, sirven para
justificar, en último término, la rigidez de una estructura social en la que el
señor y el siervo poseían esta condición por designio divino, en una sociedad
donde los hombres y las mujeres ocupan también posiciones sociales desiguales,
pero en la que teóricamente son libres e iguales, donde la religión no es ya la
suprema justificación del orden social, ha de haber otras ideas y otras
justificaciones que expliquen y argumenten las desigualdades. Se da por
descontado que en el paso de una forma de organización social a otra hay
siempre residuos históricos de las anteriores formas dominantes de entender el
mundo, pero toda formación social, como entidad compleja que es, tiene una
forma específica un conjunto si se quiere dominante. A ello nos referimos
cuando hablamos de ideología dominante: a esa forma de entender la realidad, a
ese conjunto de ideas, creencias y actitudes que, aceptadas mayoritariamente,
constituyen la manera de pensar, de entender la realidad, de ver las cosas que
tienen los individuos, las personas, los grupos que integran una clase social,
la sociedad en general, y que, en definitiva, condicionan su actuación, su
conducta y sus formas de comportarse en un contexto social determinado.
Así pues, a diferencia de
lo que pasaba bajo el régimen feudal donde las personas tenían una ubicación
social determinada por el nacimiento el hijo del sierro sería sierro "por
naturaleza" y el hijo del noble tendría sangre azul por el mismo motivo o,
lo que es lo mismo, "por voluntad divina", en las sociedades
modernas, hijas de la pujanza de la burguesía, se tiene otra concepción de la
humanidad: a la vez que la libertad de comercio surge la idea de que las
personas son libres e iguales. Este igualitarismo teórico en unas sociedades
donde la desigualdad real es, por otra parte, manifiesta y configura una
estructura de clases con intereses diferentes e incluso contradictorios
requiere unas justificaciones ideológicas y una organización social que
contribuya a mantenerla y a reproducirla, ya que de otra forma no podría
sobrevivir. Los sistemas educativos modernos son parte de estas sociedades y,
como tales, herramientas esenciales en el mantenimiento de esta organización
social no igualitaria. Es necesario que, conjuntamente con los sociólogos que
han estudiado este tema, analicemos cómo aquellos contribuyen a la
supervivencia de nuestras sociedades y qué papel juega en este sentido la
ideología.
La sociología ha
intentado explicar, especialmente tras el desarrollo que han tenido
determinadas áreas como la Sociología del Conocimiento, las bases ideológicas
sobre las que descansa la actual organización de las sociedades modernas.
Naturalmente, estos análisis se han centrado también en el entorno educativo en
su calidad de hecho social. La educación universal, entendiendo como tal la
educación escolar dirigida a toda la población, era ya una aspiración de los ilustrados
e, incluso, de pensadores y políticos anteriores, pero no se JOOST SWART
convierte en realidad hasta el advenimiento de las sociedades más avanzadas,
prácticamente hasta el siglo XX. Es, en consecuencia, un hecho histórico
reciente que se relaciona con el nacimiento de nuevas formas de organización
social y de producción.
Desde un punto de vista
sociológico se pueden analizar las relaciones y los vínculos que los sistemas
educativos tienen con el resto de los sistemas sociales y observar las imbricaciones
y dependencias mutuas, así como las contradicciones que pueda haber entre
ellos... Cuando todo esto se intenta hacer en el ámbito de la educación, y en
relación con la ideología, conviene fijarse al menos en tres aspectos
esenciales:
1.
Cuáles son los planteamientos ideológicos que hay tras el nacimiento de los
sistemas educativos actuales, a qué formas de entender el mundo responde la
organización social que los vértebra y cómo se ha llegado a la constitución de
esta formación ideológica.
2.
Qué representan los sistemas educativos en el conjunto del sistema social, qué
papel cumplen como elementos de legitimación y justificación del propio
sistema, cómo lo hacen y por qué.
3.
Qué hacen los sistemas educativos en lo que se refiere a la producción, reproducción
y difusión de los planteamientos ideológicos y cómo lo hacen o, mejor dicho, de
qué manera intentar realizar estas operaciones.
Concepciones clásicas:
consenso versus conflicto
Si hacemos un breve
resumen de los diferentes análisis que se han realizado desde la sociología de
eso que hemos convenido en denominar educación, lo primero que constatamos es
que hay muchos puntos de controversia a la hora de entender su significación
que responden, sin duda, a perspecivas teóricas pero seguramente también
ideológicas a menudo diferentes e incluso contradictorias.
Introduciremos aquí una
cuestión delicada y, naturalmente, polémica que trasciende sin duda el
tratamiento del tema que estamos abordando: el saber hasta qué punto son
posibles las ciencias sociales o, si se quiere y más modestamente, el saber
hasta qué punto la ideología altera y contamina la cientificidad de la ciencia
social, por no entrar en la polémica sobre si el cientificismio constituye la
ideología de nuestro tiempo o, incluso, de acuerdo con determinadas posiciones
radicales, si lo es el mismo saber científico. Naturalmente, apenas podemos
aquí esbozar el tema ya que constituye una problemática que afecta a la misma
fundamentación epistemológica de todo el saber contemporáneo, objeto específico
por antonomasia de la Filosofía o de la Sociología del Conocimiento.
Aclararemos, no obstante, que a nuestro juicio el saber positivo tiene una
consideración completamente diferente al de la ideología y a la de cualquier
otra forma de conocimiento.
Durkheim (1975), después
de discutir diversas definiciones de pensadores anteriores, llega a la
siguiente formulación: "La educación es la acción ejercida por las
generaciones adultas sobre aquellas que aún no han adquirido el grado de
madurez necesario para la vida social. Tiene por objeto suscitar y desplegar en
el niño un cierto número de estados Físicos, intelectuales y morales que le
exigen tanto la sociedad política en su conjunto como el medio ambiente
específico al cual está específicamente destinado". Y añade a
continuación: "De la definición anterior resulta que la educación consiste
en una socialización metódica de la nueva generación". Es decir, a
Durkheim le interesa considerar el concepto en la dimensión más genérica para
llegar a la conclusión de la dimensión social, peculiar y exclusiva que, en su
opinión, permite crear en el hombre un ser nuevo. Este ser no es nada más que
aquello que las demandas sociales le exigen: cada cultura produce los hombres
que necesita y la educación será interpretada en función de estas necesidades.
Encontramos así, en esta
definición y en toda la obra del sociólogo francés, la idea de que la educación
es un instrumento imprescindible para la continuidad y supervivencia de
cualquier sociedad. La educación es entendida como un factor básico de
cohesión, idea central en el pensamiento durkheimiano, así como en el de los
maestros en los que ha bebido y en que se ha inspirado: Comte, SaintSimon,
Spencer... Según esta orientación, la educación sirve para transmitir e inculcar
a las generaciones más jóvenes los valores, las ideas morales y las
concepciones ideológicas que los progenitores y la sociedad que les acoge ya
poseen. La educación será así un instrumento fundamental para lograr la
cohesión y la continuidad que la sociedad necesita. Esta continuidad no se
consigue, sin embargo, sin la necesaria solidaridad interna mecánica en el caso
de las primitivas, orgánica en las actuales avanzadas de cada una de las
sociedades. Durkheim, a partir de la concepción orgánica del cuerpo social,
basada en el sentido positivista y evolutivo de la historia, no puede
prescindir de la idea de que el orden es imprescindible para la supervivencia
de cualquier sociedad y de que éste requiere la ausencia de conflictividad.
Esta idea central es la que destaca precisamente en su definición de la
educación al reforzar estos aspectos de estabilidad y continuismo.
Esta misma concepción
será la que regirá el pensamiento y la interpretación que del hecho educativo
hará el funcionalismo. Talcott Parsons, principal representante de esta
corriente sociológica, destaca la misma idea cuando interpreta el sistema
educativo como un medio de integración y de producción de consenso social. La
educación, entendida en este caso como un proceso de socialización y de
selección, sirve a los intereses sociales y contribuye a situar a cada
individuo "en la posición que le corresponde" en la escala social en
función de su papel. Parsons teoriza, de acuerdo con lo que acabarnos de decir
que la educación adjudica a cada individuo deforman la posición social que le
corresponde según sistemática sus méritos. En este sentido, la educación
jugaría un papel positivo como refuerzo de la realidad social cohesión interna
de la sociedad. En consonancia con la ideología del sueño americano, la escuela
actuaría también como un elemento positivo al seleccionar a los individuos y al
situarlos de forma adecuada de acuerdo con sus "capacidades" en el
seno de la sociedad.
Parsons afirma que la
escuela elemental es la encarnación viva del valor americano de la igualdad de
oportunidades porque en ella se sitúan los valores de la igualdad de origen y
de la diferencia de llegada. Esta diferencia sería consecuencia del mérito
personal y de los valores fundamentales del individuo convertidos en
capacidades por la escuela. EL sistema escolar, pues, sería, de acuerdo con
esta concepción, el factor de la diferencia lograda gracias al mérito
individual y el medio por el cual la sociedad aseguraría un grado que la
óptimo de distribución de los individuos en la estructura social en virtud de
sus capacidades y de sus virtudes personales. Esto tendría como consecuencia la
igualdad de oportunidades, base del consenso en las sociedades democráticas y
expresión del viejo sueño liberal que constituye el paradigma ideológico de American
way of thinking.
Frente a este tipo de
explicaciones encontramos los análisis de Weber y de sus seguidores, que no
usan el concepto de sistema social y tienen como unidad de análisis, en cambio,
un grupo o una organización concreta considerados en relación con otros grupos
ti organizaciones con las que están en contacto. Así pues, centran la atención
no en el sistema sino en la lucha entre los individuos en el interior de las
organizaciones o de las propias organizaciones entre sí para la obtención de
intereses diversos de carácter material o ideal. No palien tampoco de la
existencia de valores comunes o de la interiorización que de ellos hacen los
individuos que asegurarían la integración social según los funcionalistas sino que,
por el contrario, la escuela weberiana entiende que la sociedad no es sino una
red cambiante de grupos y de organizaciones mantenidos por uno u otro de los
siguientes principios: coalición de intereses o dominio y sumisión. El primero
de estos principios es el que permite la cohesión en el interior de un grupo
pero, como hay también una integración social entre los grupos, se necesita el
segundo, el dominio de un conjunto de individuos sobre los otros y, en
concreto, la existencia de un aparato organizativo y cohercitivo y de un
principio de legitimidad. De esta manera, el cambio no se explica por las
tensiones derivadas de una integración incompleta de las partes del sistema, o
por las imperfecciones de los procesos de socialización, sino por las luchas de
los diversos grupos y organizaciones por la obtención de sus intereses, y
también a causa del carácter precario e inestable de los principios de
legitimidad y del potencial conflictivo que hay entre los líderes políticos y
miembros del aparato organizativo.
En el análisis de la
educación, según esta perspectiva weberiana, hace falta, pues, partir también
de los conflictos y de los enfrentamientos entre los diferentes grupos
sociales, teniendo en cuenta cuáles son los principios de organización de estos
grupos. Por descontado, en primer lugar están los de carácter económico, pero
tampoco se puede olvidar que, además, hay dos importantes principios de unión
de los individuos: uno político-organizativo y otro cultural. En esta línea de
argumentación encontramos a autores como Randall Collins, Boudon, Jencks y
muchos otros...
Bourdieur y Paseron:
La Reproducción
Debido a su importante
repercusión posterior, y como principales representantes de la teoría de la
reproducción, analizaremos el caso de Pierre Bourdieu y Jean Claude Passeron
quienes, en el libro titulado precisamente así, La reproduction (1970),
intentan hacer un análisis del sistema de enseñanza y de los vínculos que tiene
con la estructura de las relaciones entre las clases. En esta obra se intentará
un proyecto tan ambicioso como es el de dar cuenta del funcionamiento del
sistema de enseñanza francés y al mismo tiempo, el de elaborar de un marco
teórico general que pretende ir mucho más allá, dando una explicación de los
mecanismos de funcionamiento que sea válida para todos los sistemas escolares.
Los autores intentan analizar la actuación del sistema escolar como un elemento
de legitimación de los grupos sociales dominantes cuando en la práctica se le
presenta bajo la máscara de la neutralidad y de la imparcialidad. Con la
introducción de conceptos como los de arbitrariedad cultural y de violencia
simbólica, estudian las formas mediante las cuales las clases sociales
dominantes imponen su saber como el único saber obvio, cuando en realidad toda
la cultura académica es arbitraria. Con esta manera de proceder, aquéllas se
aseguran el objetivo primordial de todo grupo hegemónico, que no es otro que el
de ejercer su dominio.
Bourdieu y Passeron, en
un primer ensayo (1966), analizan la diferente relación que los estudiantes, de
acuerdo con su origen social, a establecen con la cultura académica y cómo esta
misma relación hace que alcancen aptitudes distintas al finalizar sus estudios.
Después, en La Reproduction (1970), muestran cómo el sistema de enseñanza,
mediante la violencia simbólica, impondrá una arbitrariedad cultural generadora
de un habitas, que hará que el éxito escolar sea para quienes están en
posesión, por nacimiento, de la "gran cultura". Por tanto, a
diferencia de otros sociólogos como Bocales y Gintis y como Baudelot y
Establet, de orientación marxista, Bourdieu y Yasseron intentan establecer la
independencia del sistema educativo, lo cual les permite demostrar su función
ideológica y legitimadora. La conclusión a que llegarán es que el sistema de
enseñanza es un elemento básico de reproducción socioeconómica, aunque no
realice esta función de la forma mecánica, ya que lo que la escuela reproduce,
según Bourdieu y Paseron, no es la división del trabajo sino la "cultura
legítima", definida anteriormente como arbitrariedad cultural impuesta por
quienes detentan el capital cultural, por las clases dominantes en definitiva.
La verdad es que, pese a su alto grado de abstracción, en esta obra hay muchos
elementos válidos para comprender los mecanismos de actuación de formas
determinadas de control ideológico que no afectan tan sólo al medio escolar.
Todo el libro, mediante
una forma de exposición que nos recuerda los modos escolásticos tradicionales a
base de proposiciones axiomáticas seguidas de observaciones explicativas y de
proposiciones demostrativas, construye el campo teórico del que, según el
título que los autores han escogido, intentan extraer los fundamentos de una
teoría de la violencia simbólica y, en definitiva, los elementos de elaboración
de una teoría del sistema de enseñanza.
El primer axioma, que
Bourdieu y Passeron consideran un principio de la teoría del conocimiento
sociológico, nos adentra plenamente en la problemática que se quiere aclarar
con el concepto de ideología, aunque no se haga ninguna mención explícita a
este término: "0. Todo poder de violencia simbólica, o sea, todo poder que
logra imponer significaciones e imponerlas como legítimas disimulando las
relaciones de fuerza en que se fundamenta su propia fuerza, añade su fuerza
propia, es decir, propiamente simbólica, a esas relaciones de poder"
(BOURDIEU y PASSERON, 1970: 44).
A partir de este axioma
cero continúa la exposición del funcionamiento del sistema de enseñanza y que
los autores dividen en cuatro grandes apartados en los que abordarán los temas
siguientes:
1.De
la doble arbitrariedad de la acción pedagógica
2.De
la autoridad pedagógica
3.
Del trabajo pedagógico
4.
Del sistema de enseñanza
1. Parten del principio de
que toda acción pedagógica es objetivamente una violencia simbólica en tanto
que imposición de una arbitrariedad cultural ejercida por un poder arbitrario.
En primer lugar, porque las relaciones de fuerza entre los grupos o clases que
constituyen una formación social son el fundamento del poder arbitrario, en
segundo lugar, porque el sistema de enseñanza impone y reproduce la selección
arbitraria de determinados significados, inculcados e impuestos de acuerdo con
la selección arbitraria que opera objetivamente un determinado grupo o clase
social. El cisterna de enseñanza, por tanto, lo que hace es imponer una
determinada arbitrariedad cultural.
Esta arbitrariedad
cultural. que la relación de clases o grupos de una formación social sitúan en
posición dominante, es siempre aquélla que expresa la manera más completa,
aunque casi siempre de arma mediata, los intereses objetivos de los grupos
clases sociales dominantes.
2. La acción pedagógica,
para su ejercicio, exige la autoridad pedagógica y la autonomía relativa de la
instancia encargada de ejercerla. En tanto que violencia simbólica que se
ejerce mediante un poder de comunicación, sólo puede producir su efecto propio
mientras que el poder arbitrario que hace posible la imposición está oculto y
la arbitrariedad del contenido inculcado tampoco aparece nunca en su completa
verdad.
Las sanciones materiales
simbólicas que refuerzan el efecto de una acción pedagógica tienen una fuerza
simbólica mayor cuando se aplican a las clases para las cuales estas sanciones
tienen más posibilidades de ser confirmadas por las sanciones del mercado en el
cual se constituye el valor económico y simbólico de los productos de las
diferentes acciones pedagógicas. De aquí la especial docilidad escolar de las
clases medias, y en especial de aquéllas cuyo ascenso social depende más
directamente de la escuela.
3. La acción pedagógica
implica el trabajo pedagógico, entendido como trabajo de inculcación realizado
con una duración suficiente para que produzca una formación duradera, a la que
denominaran Habitas. El habitas, por tanto, será el producto de la
interiorización de los principios de una arbitrariedad cultural capaz de
perpetuarse una vez acabada la acción pedagógica y con capacidad de perpetuar
los principios de la arbitrariedad interiorizada en las prácticas.
La productividad del
trabajo pedagógico se mide según los grados de transferibilidad del habitas que
produce: o sea, según la capacidad del habittes de generar diferentes prácticas
conforme a los principios de la arbitrariedad inculcada en el mayor número de
campos diferentes. El trabajo pedagógico, por tanto, contribuye a producir y
reproducir la integración intelectual y la integración moral del grupo o de la
clase en nombre de la cual se ejerce.
El trabajo pedagógico
primario es un proceso irreversible que produce, con el tiempo necesario para
la inculcación, una disposición irreversible. Así, pues, la educación primera
que se lleva a cabo en un trabajo pedagógico sin antecedentes crea u hábito
primario, característico de un grupo o de una clase, que se sitúa en el origen
de la constitución ulterior de cualquier habitas. El grado de productividad de
cualquier trabajo pedagógico estará, pues, en función del trabajo pedagógico
anterior y muy especialmente del trabajo pedagógico primario.
4.Todo sistema de
enseñanza institucionalizado debe las características específicas de su
estructura y de su funcionamiento al hecho de que le es necesario producir y
reproducir por los medios propios de la institución aquellas condiciones institucionales
cuya existencia y vivencias son necesarias:
1) para el ejercicio de
la propia función de inculcación ( auto- reproducción de la institución)
2) para la realización de
su función de reproducción de una arbitrariedad cultural de la cual no es el productor
(reproducción cultural),
3) y para contribuir a la
reproducción de las relaciones entre los grupos o las clases ( reproducción
socia.)
Una institución, para ser
capaz de producir las condiciones institucionales de producción de un habitas,
además de conseguir la ignorancia de estas condiciones su producción de forma
no explícita, necesita dar cuenta de las condiciones genéricas de una acción
pedagógica institucionalizada. De ahí que la constitución del trabajo
pedagógico como tal sea correlativa a la constitución del sistema de enseñanza.
También es necesario garantizar un cuerpo de agentes, reclutados y formados
para asegurar la inculcación y capaces de evitar e impedir el ejercicio de
trabajos escolares heterogéneos y heterodoxos. Otra necesidad será también la
de conseguir las mejores condiciones para excluir, sin prohibiciones
explícitas, toda práctica compatible con la función de reproducción . de la
integración intelectual y moral de los destinatarios legítimos.
La cultura escolar
tenderá también a ser una ``cultura de rutinas" : por ello, el sistema de
enseñanza tiende a dotar a los agentes encargados de la inculcación de una
formación homogénea (formación en las mismas instituciones y planes de
estudios) y de instrumentos homogeneizados, libros de texto, material escolar,
espacios, etc) y homogeneizantes, legislación, inspección, dirección...). Por
otra parte, los agentes del sistema de enseñanza están dotados de una
autoridad delegada, de una autoridad escolar, y esta `legitimidad de la institución'
les dispensa de conseguir y de confirmar la autoridad pedagógica. El
funcionamiento del cuerpo docente refuerza esta idea puesto que no es el
cliente quien retribuye directamente al docente, sino otra instancia: el Estado
En un artículo anterior al
libro que acabamos de resumir, Bourdieu (1967: 22) afirma que, al igual que la
religión en los pueblos primitivos, la cultura dota a los individuos de un
cuerpo común de categorías de pensamiento que hacen posible la comunicación
entre las personas y, más adelante, añade que "(...) los individuos
programados, o sea, dotados de un programa homogéneo de percepción, de
pensamiento y de acción, son el producto más específico de un sistema de
enseñanza. Los hombres formados en una cierta disciplina o en una determinada
escuela tienen en común un cierto estilo, literario o científico, están
moldeados según un mismo modelo (pattern); los espíritus así modelados
(patterned) están predispuestos a mantener con sus semejantes una relación de
complicidad y de comunicación inmediata (...). Si se admite que la cultura y,
en nuestro caso particular, la cultura avanzada es, en tanto que código común,
lo que permite a quienes detentan este código asociar el mismo sentido a las
mismas palabras, a los mismos comportamientos 'y a las mismas obras, y,
recíprocamente, expresar la misma intención significativa para las mismas
palabras, los mismos comportamientos y las mismas obras, se comprende que la
escuela, encargada de trasmitir esta cultura, constituya el factor fundamental
del consensos cultural como participación en una significación compartida que
es la condición de la comunicación".
Y por si no hubiese
quedado claro el papel que Bourdieu otorga a la escuela leemos más adelante:
"Pero en todo caso los esquemas que organizan el pensamiento de una época
sólo pueden ser comprendidos completamente en relación con el sistema escolar,
único capaz de consagrarlos y de constituirlos, mediante el ejercicio,
comohábitos de pensamiento comunes a toda una generación" (1967: 24).
El resultado de todo este
discurso es la ubicación de la escuela en el meollo de su teoría como principal
agente que determina el modelado de los individuos (pattern, en inglés, para
enfatizar elsentido fuerte del término). Bourdieu y Passeron, como ya hemos visto,
fundamentan la teoría de la división de la sociedad, su mantenimiento y su
legitimación en la violencia simbólica ejercida por unas clases sociales sobre
otras. El mantenimiento y la reproducción de esta estructura jerárquica se
obtiene, como también hemos visto, a través de la ocultación y de la
legitimación de esas relaciones de desigualdad y produciendo el espejismo de
presentarlas como relaciones obvias y naturales cuando en realidad no lo son ya
que son, como todo elemento cultural, un hecho arbitrario. En este hecho la
escuela tiene también un papel fundamental ya que en una sociedad de clases,
según estos autores, la educación es necesariamente un proceso de violencia
simbólica que implica la imposición de una "arbitrariedad cultural" que
realiza un "poder arbitrario". Y de acuerdo con esta imposición, la
cultura de la clase dominante queda definida como la cultura, del mismo modo
que la educación es algo que se transmite sólo a través del sistema escolar.
La escuela, según este
planteamiento, asume una autonomía y un protagonismo de una relevancia
extraordinaria con respecto a la reproducción social y, especialmente, en todo
lo que se refiere a la reproducción de la estructura de clases. Este hecho sólo
es explicable a partir de un planteamiento weberiano del tema,
independientemente de la naturaleza del lenguaje que usan estos autores y de
una cierta terminología de origen marxista, pese a que hayan sido duramente
criticados por otros autores que se reclaman más estrictamente de valores de
esta tendencia.
Bourdieu no ha dejado a
lo largo de estos años de escribir reiteradamente sobre la escuela y sobre su
papel en nuestras sociedades. No hace mucho, en el prólogo a su obra Noblesse
d' Etat (1989:13 y ss.), reflexionaba del modo siguiente:
"Así pues, la
sociología de la educación es un capítulo, y no de los menos importantes, de la
sociología del conocimiento y también de la sociología del poder sin hablar de
la sociología de las filosofías del poder. Lejos de ser un tipo de ciencia
aplicada, y por tanto inferior, buena solamente para los pedagogos, que tenían
la costumbre de frecuentarla, ésta se sitúa en los fundamentos de una
antropología general del poder y de la legitimidad puesto que conduce al origen
de los "mecanismos" responsables de la reproducción de las
estructuras mentales que, precisamente porque les están genética y
estructuralmente ligadas, favorecen el desconocimiento de la verdad de estas
estructuras objetivas y, a través de ello, al reconocimiento de su legitimidad.
Del hecho de que, como hemos establecido en otro sitio (hace referencia a La
distinción), la estructura del espacio social tal como se observa en las
sociedades diferenciadas es el producto de dos principios de diferenciación
fundamentales, el capital económico y el capital cultural, y de que la
institución escolar, que juega un papel determinante en la reproducción de la
distribución del capital cultural, y por tanto, en la reproducción de la
estructura del espacio social, se ha convertido en un objetivo central de las
luchas por el monopolio de las posiciones dominantes.
Había que resignarse a la
pérdida del mito de la "escuela liberadora", garante del triunfo del
"achievement" logro, en inglés en el original) sobre la ascription
(adscripción, en inglés en el original), de lo que se ha conquistado sobre lo
que se ha recibido, de las obras sobre el nacimiento, del mérito y del don
sobre lo heredado y sobre el nepotismo, para percibir la institución escolar en
la verdad de las prácticas sociales, es decir, como uno de los fundamentos de
la dominación y de la legitimación. Ruptura tanto más difícil de conseguir y de
imponer y de imponer ya que aquellos a quienes incumbe, es decir, a los
productores culturales, son las primeras víctimas – y también los primeros
beneficiados- de la ilusión legitimadora.
Basta ver la prisa
ansiosa con la que todos los que tiene interés por el inconsciente acogen las
empresas de restauración de la Cultura que no tienen otra virtud que adormecer
la herida infligida al narcisismo de los privilegiados del capital cultural a
través de la revelación de los fundamentos banalmente sociales de sus
dilecciones distintivas (...). Nada se parece más a las guerras de religión que
las "querellas escolares" (...)
Es contra este fanatismo,
enraizado en un odio fetichista que trabaja espontáneamente la ciencia social
mientras que, obedeciendo en esto como en otras cosas, a su vocación de
desnaturalización y de desfatalización, desvela los fundamentos históricos y
las determinaciones sociales de los principios de jerarquización y de
evaluación a que deben su eficacia simbólica, manifiesta sobre todo en el
efecto de destino ejercido por los veredictos escolares, al hecho de que ellos
se viven y se imponen como absolutos, universales y eternos"
Estemos o no de acuerdo
con su obra, lo que no podemos negar es que la de Bourdieu y Passeron ha sido
una de las teorías que, desde el punto de vista sociológico, ha tenido más
difusión y que más controversia han suscitado entre los analistas del sistema
escolar en las últimas décadas. Por todo ello, por su interés y originalidad,
su referencia es ineludible.
El principal problema que
plantea sin embargo una teoría tan acabada es el de cómo romper el círculo
vicioso e iluminar una realidad que se resiste a encerrarse en una concepción
tan acabada. Porque la realidad social, pese a todo, se mueve y su
característica principal es el dinamismo y el cambio, tal vez cabría hacer una
lectura que la exposición peculiar de estos autores dificulta a primera vista y
entender que su teoría no es tan cerrada ni global que no permita una
conversión del círculo en espiral prospectiva, o en zigzag entrecruzado por las
contradiciones, por mucho que la metáfora de los pelícanos del prólogo y el
propio término de reproducción comporten ecos deterministas.
La verdad es que, pese a
su abstracción, en esta otra hay muchos elementos válidos para comprender los
mecanismos ole actuación de formas determinadas de control ideológico y, sobre
todo, del papel ideológico que juega el propio sistema escolar.
La crítica del
industrialismo y del productivismo
Otro enfoque interesante,
surgido a finales de la década de los sesenta y que se refiere al vínculo entre
escuela e ideología, es el de los que preconizan la desescolarización. Entre los
autores más conocidos de esta tendencia están Iván Illich y Everett Reimer. Las
tesis de estos analistas son, pese a la agudeza de algunos de sus
planteamientos, enormemente reduccionistas y, desde el momento en que sitúan a
la escuela en el centro del análisis social, resultan también más radicales en
lo que se refiere a las soluciones que postulan: la destrucción del actual
sistema escolar. Como reformadores sociales que también desean ser, están
ligados a movimientos cristianos vinculados con la teología de la liberación y,
en el ámbito de la pedagogía, cercanos a los planteamientos del Freire de la
pedagogía del oprimido.
En su libro sobre la
muerte de la escuela, Everett Reimer (1970) hace, en primer lugar, una dura
crítica de la sociedad tecnológica caracterizándola como derrochadora, desigual
y socialmente injusta. En este contexto, presenta a la escuela como principal
transmisora de la ideología de esta sociedad. Opina que esta institución se ha
convertido en la iglesia universal de la sociedad tecnológica y que con la
transmisión de esta ideología moldea el espíritu de los hombres porque la
aceptan y con esta aceptación les concede proporcionalmente el estetas social.
Reimer distingue
claramente entre lo que son las escuelas y lo que hacen con el objetivo de
poner de relieve que las funciones sociales que realizan son funciones
necesarias. Su argumento, sin embargo, intenta demostrar que la escuela cumple
incorrectamente estas funciones y que, en consecuencia, han de encontrarse
alternativas. Define la escuela, no sin ironía, como una institución que exige
la asistencia a clase de grupos de edades específicas que son supervisados por
maestros y que cursan el estudio de currículos formales. No obstante, afirma
Reimer, como creadora de realidad social que es, no se limita a los niños,
también crea maestros. La asistencia obligatoria y las paredes del aula
aseguran las dimensiones de tiempo y espacio que implican que el conocimiento
puede ser el resultado de una fabricación y que los niños tienen asignados un
tiempo y un lugar. Durante la infancia residen en casa y cuando están en edad
de ir al jardín de infancia comienzan a vivir en la escuela durante algunas
horas del día. El número de horas aumenta con la edad hasta que el colegio se
convierte en el alma maten; madre sagrada y espiritual y útero social en el
cual el niño crece y del cual finalmente es expulsado hacia el mundo de los
adultos.
Cuando describe cómo
trabajan las escuelas, Reimer afirma que éstas ocultan un currículo mucho más
importante que el que dicen enseñar. El objetivo de este currículo oculto es
propagar los mitos sociales, aquellas creencias que distinguen una sociedad de
otra y que las mantienen unidas. Cuatro mitos, según este autor, juegan un
papel prominente en nuestras sociedad: la igualdad de oportunidades, la
libertad, el progreso y la eficacia.
1. Según los mitos de las
sociedades modernas, todos los hombres tienen las mismas posibilidades de
realizar sus ambiciones de acuerdo con sus capacidades. Este mito afirma que
todos los niveles y todos las ramas de la escolarización están abiertas a todos
en igualdad de condiciones y que la dedicación y la capacidad de cada
estudiante son las únicas limitaciones. Este mito proclama también que los
empleos y los diferentes estratos están abiertos a cualquiera que tenga el
suficiente empeño y realice la tarea que le corresponde. La escuela recibe cada
vez más reconocimiento como la principal vía que conduce a los empleos y a los
estetas sociales, y esto con una total correspondencia con el mito de la
igualdad de oportunidades, según el cual el progreso de cada individuo depende
única y exclusivamente de sus cualidades personales cuando en realidad todo
progreso se produce a costa de otro en una sociedad con una estructura
piramidal. Lo que induce a creer en la igualdad de oportunidades o a actuar
como si se creyese en ella, cuando de hecho no existe, es la progresión ritual
del escalonamiento: la escala escolar, la escala de la promoción en los
empleos, la escala de los ingresos, la escala en el estetas social... La
progresión ritual del ascenso es precisamente lo que induce a las personas a
creer en este mito de la modernidad que es la igualdad de oportunidades.
2. La ideología de la
libertad proclama que todos los hombres poseen ciertos derechos inalienables
pero la verdad es que la libertad disminuye en el mundo. ¿Qué es por tanto lo
que sustenta la existencia de esta creencia? Principalmente los rituales del
proceso democrático. Con pocas excepciones, los únicos capaces de ejercer la
libertad ofrecida por el procedimiento democrático son aquellos que conocen las
reglas del juego y lo saben jugar, y aquellos que aun discrepando ya se
encuentran en posiciones privilegiadas. El procedimiento democrático, tanto en
la escuela como en la sociedad, ayuda a las personas a aceptar la discrepancia
entre la supuesta libertad y el dominio y la sumisión reales.
3. De acuerdo con el mito
del progreso, nuestra situación mejora día a día y seguirá ~ mejorando sin que
se observe límites posibles referidos al alcancé al grado de mejoras que están
por venir. Los hechos, sin embargo, nos dicen que estamos al borde del límite.
Quienes no desean afrontar los hechos afirman que los problemas se resolverán
mediante nuevos descubrimientos e inversiones. No obstante, lo cierto es que
los límites existen: la tierra, la población Rumana y la naturaleza humana son
limitadas; el progreso, por el contrario, es ilimitado.
La investigación se
encuentra tan relacionada con la escuela que, como consecuencia, afecta masa
los estudiantes que a la población en general: el conocimiento del día anterior
se vuelve automáticamente obsoleto. La verdadera educación, sin embargo, y la
verdadera investigación son procesos continuos vinculados al trabajo: integran
todo lo que es nuevo en el seno de lo que es viejo y eso sólo es posible
hacerlo en el proceso de trabajo mediante el descubrimiento y la aplicación de
lo que es nuevo.
4. El mito de la eficacia
sostiene que el hombre moderno ha solucionado los problemas de la producción
gracias a una organización eficaz. Hay, sin embargo, numerosos empleos y
actividades de dudoso valor, y también numerosas mercancías que también lo son.
La gente se opone a esta situación en grados diversos. No se trata de que el
trabajo invertido en producirlas o en distribuirlas sea malo ni que tenga en sí
mismo un valor dudoso. Se trata de que el valor del trapajo depende del
producto.
Hace mucho tiempo afirma
Reimer que las escuelas han aprendido que la manera de evitar que los niños
piensen es manteniéndolos ocupados. Ésta es también la manera de salir al paso
de los ataques contra la eficacia de la escuela. Y señala que el cttnzc2do
oculto de la escuela es peligroso porque apuntala la creencia en una sociedad
enferma una sociedad dedicada al consumo competitivo que asume que el hombre se
desvive por consumir y que para consumir incesantemente se ha de adaptar él
mismo al engranaje de la producción sin fin. Toda la teoría de la
escolarización según Reimer se basa en el supuesto de que aplicando los métodos
de la producción al aprendizaje lo que se obtiene es aprendizaje cuando en
realidad lo que se obtiene es aprender a producir y a consumir sin que nada
fundamental cambie. Como instrumentos para aprender a adaptarse a las
cambiantes circunstancias, los métodos de producción resultan ridículos. La
participación en cl rito escolar es la forma principal utilizada porque nuestra
atención no se preocupa por la necesidad de distinguir entre estos dos tipos de
aprendizaje.
Más adelante comenta
Reirmer que la escuela ha prestado un servicio fundamental a la consolidación
de los nuevos estados-nación que fueron surgiendo del naufragio de los
diferentes imperios. Las escuelas opina Reimer sirven también a las élites de
estas nuevas naciones, permitiendo el acceso a la política internacional, a la
economía y a la cultura. A pesar de todo, esto no explica la popularidad
internacional de que goza la educación masiva. Es posible rastrear
históricamente las verdaderas razones hasta llegar a las dos explosiones
escolares previas la que sucedió bajo Alejandro El Grande y la jesuítica.Ambas
tuvieron lugar en el momento en que los sistemas de valores tradicionales
corrían peligro. En la actualidad la situación es semejante pero en esta
ocasión los valores involucrados son mucho más básicos que los de la Hélade o
los de la Europa medieval. Actualmente lo que se cuestiona son los supuestos de
una sociedad basada en la jerarquía del privilegio. La tecnología que invalida
estos supuestos ha creado el antídoto para sus propios efectos: un sistema
escolar que promete el acceso universal a las mercancías pero que de hecho lo
niega.
Las instituciones
modernas continúa Reimer asumido la carga de mantener y justificar una continua
jerarquía del privilegio. Entre estas instituciones la escuela juega un papel
neurálgico. Inicia a cada generación en los mitos de la producción y el consumo
tecnológicos, en las ideas de que todo aquello que se ha consumido ha de ser
producido y en que se ha de consumir todo aquello que se produce. Se convierten
en mercancías no solamente los bienes sino también los servicios y el
conocimiento. La escuela celebra los rituales que reconcilian los mitos y las
realidades de una sociedad que sólo aparentemente pretende ser para todos y
prepara a las personas para desempeñar papeles especializados en instituciones
especializadas seleccionándolas y moldeándolas tanto en habilidades como en
valores. A causa de la propia estructura jerárquica, la escuela acostumbra a
aceptar una única jerarquía integral compuesta por el poder y el privilegio y
habilita a las personas para la participación en otras instituciones condenando
a aquellas que no satisfacen los requisitos escolares.
A medida que el
abastecimiento de las necesidades humanas se institucionaliza, según Reimer,
las instituciones definen el producto particular y controlan su acceso. Estas
instituciones, progresivamente, 1) definen el producto o servicio que satisface
la necesidad (por ejemplo, las escuelas definen la educación como
escolarización); 2) inducen a la aceptación de esta definición (por ejemplo, se
persuade a la gente para que identifique educación y escolarización); 3)
excluyen a parte de la población que necesita ese producto o servicio (por
ejemplo, en cierto nivel, las escuelas sólo están disponibles para algunas personas)
y 4) se apropian de los recursos disponibles para satisfacer las necesidades
(por ejemplo, las escuelas agotan los recursos existentes para la educación).
Estas generalizaciones son válidas tanto en el caso de la educación como en el
de la salud, el del transporte y el de otras necesidades humanas.
Reimer extiende su
crítica a toda la sociedad tecnológica consumista, dentro de la cual la escuela
ejerce el papel de iglesia universal al incorporar y transmitir su ideología.
Pero hay más todavía: las escuelas, según él, causan un daño político
fundamental que radica en el hecho de que ofrecen la oportunidad educativa
únicamente de acuerdo con el privilegio existente mientras que aparentan lo
contrario. En consecuencia, no es raro que su propuesta sea acabar con una
institución como la escuela, inservible ya para los objetivos para los que fue
creada y útil tan sólo para la generación de desigualdades sociales.
La Concepción Marxista
Otra corriente de
análisis es la que parte del marxismo. Dentro de esta perspectiva comenzaremos
por Gramsci de quien, a causa de la originalidad y potencia teórica de sus
planteamientos y de su actitud crítica, un gran número de autores se declaran
seguidores. El concepto clave para entender la cuestión ideológica según Gramsci
es el de hegemonía, entendida como creación de un nuevo sentido común mediante
el cual una clase social ejerce la capacidad de articular a otros grupos
sociales con los suyos propios a través de la lucha ideológica. En definitiva,
no es otra cosa que la adopción por consenso de los intereses de una clase
social que hacen otros grupos o clases sociales. La hegemonía se construye,
pues, a partir del consentimiento de los diferentes grupos y no por medio del
dominio. La política, de esta manera, versará no sólo sobre el dominio sino
también sobre la creación de una nueva cultura. La consecuencia es que la
realización y el mantenimiento de un nuevo estado, de una nueva relación de
poder entre las clases, contiene siempre como elemento importante una dimensión
educativa.
Según Gramsci, la causa
del fracaso de la clase obrera radica en la división entre el trabajo manual y
el trabajo intelectual. Esta reproducción de la división entee el ámbito manual
e intelectual comporta que la clase trabajadora asuma una falta de hábitos y
cualificaciones culturales necesarios para el estudio, lo cual conduce a muchos
trabajadores a aceptar y legitimar la ideología del fracaso porque han llegado
a aceptar la división entre los expertos y los ejecutores, considerando que es algo
natural y no un hecho arbitrario y socialmente impuesto. Frente a esta
situación, Gramsci propugna que la clase obrera ha de tomar las riendas de la
educación y que ésta debería realizarse en los mismos escenarios de la
producción de forma que una de las tareas fundamentales del Partido Comunista,
en su calidad de intelectual orgánico de la clase obrera, es la de impulsar
todo tipo de formas de producción cultural convirtiendo así la educación en una
preparación para el liderazgo y, por consiguiente, para el ejercicio de la
hegemonía del proletariado.
A partir de
planteamientos basados en el marxismo estructura] istra, Louis Althusser, a
finales de los sesenta, formula la teoría sobre los aparatos ideológicos del
Estado. Con este nuevo concepto, Althusser intenta completar la teoría marxista
del Estado y por ello establece la diferencia, dentro del Estado, entre el
Aparato (represivo) del Estado, que funciona de forma prioritaria mediante la
violencia, y los Aparatos Ideológicos del Estado, a los que define como
"un cierto número de realidades que se presentan al observador en forma de
instituciones diferenciadas y especializadas" (Althusser, 1974) que, a
diferencia del Aparato del Estado que está unificado y pertenece al dominio
público, conciernen fundamentalmente al dominio privado y funcionan mediante la
ideología.
La utilización de la
violencia y de la ideología no es exclusiva de uno o de los otros sino que el
Aparato del Estado utiliza la represión de forma dominante, aunque necesite la
ideología, y viceversa: los Aparatos Ideológicos del Estado necesitan para su
funcionamiento en la represión aunque sea en última instancia. Ello permitirá
una combinación sutil de ambos en la medida en que se complementen y requieran
mutuamente. No hay ninguna clase, afirma Althusser, que pueda detentar de forma
duradera el poder del Estado sin ejercer al mismo tiempo la hegemonía sobre los
Aparatos Ideológicos del Estado.
Entre estos últimos
Althusser cita el religioso, el familiar, el jurídico, el político, el sindical,
el de la información y el cultural. Lo que permite unificar su diversidad no es
otra cosa que lo que permite su funcionamiento, la ideología, ya que, a pesar
de la diversidad y de las contradicciones, ésta opera siempre unificada de
hecho por la ideología dominante que no es otra que la de la clase dominante.
Althusser deja muy claro que los Aparatos Ideológicos del Estado son el
escenario donde se produce la lucha de clases, porque la clase en el poder no
puede imponer en ellos de forma tan fácil su voluntad como en el Aparato
(represivo) del Estado y, por eso mismo, es allí donde esta dialéctica se da de
forma mucho más encarnizada.
De todos los Aparatos
Ideológicos del Estado, en el período precapitalista, la Iglesia, por las
funciones que ejercía y por la diversidad e importancia de sus tareas, era el
aparato ideológico del Estado dominante. No obstante, con el establecimiento de
la hegemonía burguesa, el Aparato Ideológico del Estado que, según Althusser,
se erigió en posición dominante en las formaciones capitalistas desarrolladas
como consecuencia de una violenta lucha de clases política e ideológica
es el aparato ideológico escolar. De hecho, afama, la pareja
familia/iglesia ha sido sustituida por la pareja familia/escuela. La función
dominante, aunque no se preste demasiada atención a su música por lo silen I
ciosa que es, le corresponde a la escuela:
"La escuela recoge a
lo niños de todas ~~ las clases sociales desde la Escuela Maternal y ya desde
entonces, tanto con métodos nuevos como con métodos arcaicos, les inculca
durante años, precisamente durante los años en los que el niño es
extremadamente vulnerable, acorralado entre el aparato del Estado familiar y el
aparato del Estado escolar, distintas habilidades inmersas en la ideología
dominante lengua, cálculo, historia natural, ciencia, literatura...) o bien,
simplemente, la ideología dominante en estado puro (moral, instrucción cívica,
filosofía...). Más o menos, en el sexto año, una enorme masa de muchachos van a
parar al mercado de trabajo: son los obreros o los campesinos pobres. Otra
parte de la juventud escolarizada continúa y sigue un poco más adelante para
quedarse a mitad del camino y ocupar el lugar de los empleados, de los pequeños
y medianos funcionarios, de los pequeño-burgueses de toda una última parte
llega a la cumbre, bien para caer en un semiparo intelectual, bien para
convertirse, además de en
del trabajo colectivo',
en agentes de la explotación (capitalistas, ejecutivos...), en agentes de la
represión (policías, políticos, burócratas ...) y en profesionales de la
ideología (sacerdotes de todo tipo, la mayoría de los cuales son `laicos' y
convictos" (Althusser, 1974).
Naturalmente, la escuela
no se encuentra sola en la ejecución de esta tarea. Cuenta con la ayuda de los
otros aparatos ideológicos para completarla e incluso con el Aparato del
Estado. Pero hay más: Althusser afirma que es mediante el aprendizaje de
algunas habilidades incluidas en la inculcación masiva de la clase dominante
como tienen lugar mayoritariamente las relaciones de producción de una
formación social capitalista, es decir, las relaciones de los explotados con
los explotadores y de los explotadores con los explotados. Los mecanismos que
producen este resultado vital para el régimen capitalista están, naturalmente,
encubiertos y disimulados por una ideología de la escuela universalmente
vigente, puesto que es una de las formas esenciales de la ideología burguesa
dominante: una ideología que representa a la escuela como un medio neutral, sin
ideología (ya que es laica), donde maestros respetuosos de la `consciencia' de
los niños que les son encomendados (confiadamente) les hacen aceptar la
libertad, la moralidad y la responsabilidad de adultos a través del propio
ejemplo, de los conocimientos, de la literatura y de sus virtudes
`salvadoras"' (Althusser, 1974).
Ante la acusación de
funcionalismo que se le hizo desde diversas posiciones, Althusser, en un
escrito posterior, puntualiza su tesis sobre los Aparatos Ideológicos del
Estado reivindicando como concepto central de su teoría la lucha de clases.
"La ideología dominante nunca es un hecho consumado de la lucha de clases
que escape a la lucha de clases" (Althusser, 1978), precisa argumentando
que los Aparatos Ideológicos del Estado son simultáneamente el resultado de una
dura y muy larga lucha de clases, fruto, en primer lugar, de una lucha externa
contra la antigua aristocracia agraria y contra la clase obrera y, en segundo
lugar, también y al mismo tiempo consecuencia de una lucha interna destinada a
superar las contradicciones de las fracciones de la propia clase burguesa para
conseguir su unificación como clase dominante. Éste último será siempre un
proceso inacabado porque la clase dominante no llega nunca a resolver
totalmente las propias contradicciones, fruto de la misma lucha de la clases.
"Por todo esto afirma Althusser se puede extraer de esta primera tesis
acerca de la primacía de la lucha de clases sobre la ideología dominante y
sobre los Aparatos Ideológicos del Estado una segunda tesis que es consecuencia
directa de la anterior: los Aparatos Ideológicos del Estado son necesariamente
el lugar y el marco de una lucha de clases general que domina la formación
social en su conjunto. Si los Aparatos Ideológicos del Estado tienen como
función inculcar la ideología dominante, eso quiere decir que hay resistencia;
si hay resistencia, es que hay lucha y esta lucha es, en definitiva, un eco
directo o indirecto, cercano o lejano, de la lucha de clases" (Althusser,
1978).
Como puede verse, la
preocupación central de Althusser en este segundo escrito es la de clarificar
su posición situando el análisis dentro de la perspectiva dialéctica y
colocando en el centro de la descripción de la realidad social el concepto de
lucha de clases. El problema que se le plantea, sin embargo, es el de hasta qué
punto este concepto es compatible, como formulación dinámica, con un concepto
estructural, descriptivo de funciones, instrumental, como es el de Aparato
Ideológico del Estado, sin caer en el mundo de las hipóstasis, tan alejado de
la dialéctica.
Si las clases son las
protagonistas del quehacer social, no se entiende muy bien que una estructura
social, como serían los Aparatos Ideológicos, pueda explicar la dinámica
dialéctica de la sociedad: o bien son los protagonistas los sujetos sociales,
grupos, y clases, o bien lo son las estructuras. Ahora bien, las estructuras en
sí mismas no son nada al margen de los sujetos que las integran. No está claro,
pues, de qué forma un Aparato Ideológico del Estado puede ser al mismo tiempo instrumento
de dominio ideológico y escenario de la lucha de clases. O bien es instrumento
de la clase dominante, o bien es una estructura social donde las clases
sociales antagónicas desarrollan el juego dialéctico del enfrentamiento. Se ha
acusado a Althusser, por éste y por otros motivos, de querer combinar teorías
sociales que no acaban de encajar, de formalismo, de teoncismo e incluso de
funcionalismo más o menos encubierto. Lo que sí es seguro es que con él tenemos
una muestra, seguramente la más representativa, del marxismo estructuralista
cuyo auge se produjo durante la década de los sesenta.
Ch. Baudelot y R.
Establet, en su obra La escuela capitalista en Francia (1976), aceptan como
punto de partida la tesis althusseriana sobre los Aparatos Ideológicos del
Estado y propugnan la necesidad de acabar con las ideologías de la escuela lo
que, según ellos, supone dejar de someterse a la representación unilateral que
nos imponen estas ideologías porque no representan la función ni el
funcionamiento reales de la escuela sino que las ocultan:
"Acabar con la
ideología de la escuela supone que no se considera su realidad contradictoria
como imperfección, supervivencia o reacción, sino como conjunto de
contradicciones necesarias que, por ellas mismas, tienen una significación y
una función históricas determinadas y que se explican por las condiciones
materiales de existencia en el seno de un modo de producción determinado"
(Baudelot y Establet, 1976: 19).
Intentan demostrar a lo largo
del libro que la escuela, en el plano ideológico, quiere exhibir la apariencia
de ser única y unificada cuando en realidad está dividida: "La escuela no
es continua ni unificada más que para aquellos que permanecen en ella hasta el
final, es decir, para una fracción determinada de la población, principalmente
procedente de la burguesía y de las capas intelectuales de la pequeña
burguesía. Para los que `abandonan' después de la educación primaria (o tras
una formación profesional de corta duración), no existe una única escuela:
existen escuelas distintas, sin ningún tipo de relación entre ellas. No existen
`grados' (y por tanto una continuidad), sino discontinuidades radicales. No
existen ni siquiera escuelas sino redes de escolarización distintas y prácticamente
sin comunicación mutua (...).
Es en el seno de la
escuela donde se producen necesariamente las divisiones. La escuela primaria es
todo lo contrario de una institución "unificadora", tiene una función
esencial de división. Está encargada de dividir cotidianamente a la masa
escolarizada en dos partes distintas y opuestas. En su realidad, la escuela
primaria no es la misma para todo el mundo, como uno puede darse cuenta sobre
todo cuando estudia la forma en la que el contenido de la enseñanza primaria
produce, y tiene como función producir la discriminación " (Baudelon y
Establet, 1976:20-21-23).
Aparte de esta primera
tesis que intenta demostrar a lo largo del estudio citado, hay otra relacionada
también con el tema de la ideología, a la cual se refieren extensamente. Las
escuelas son heterogéneas en cuanto a los contenidos ideológicos y a las
formas de inculcación mediante las cuales estos contenidos ideológicos se
transmiten: " Mostraremos que estas dos redes materialmente separadas consagran
la existencia de dos prácticas escolares ("pedagogía",
"disciplinas", "contenidos ideológicos") heterogéneas.
Estos dos tipos de prácticas heterogéneas constituyen dos formas
incompatibles ( y no simplemente desiguales) de inculcación de la
ideología burguesa "( Baudelot y Establet 1976: 41).
Esta segunda cuestión,
analizada con una cierta profundidad y extensión , es una de las funciones
primordiales de la escuela capitalista según Baudelot y Establet y también una
de las condiciones necesarias de su existencia y funcionamiento: "La forma
bajo la cual el aparato escolar distribuye a los individuos está dominada por
la inculcación ideológica burguesa bajo una máscara pequeñoburguesa"
(Baudelt y Establet, 1976:241) .
Así pues, la ideología
burguesa es inculcada a todos bajo dos formas opuestas y características. De la
misma manera que hay dos redes de escolarización, hay dos formas ideológicas
propias de cada red: una sería la "cultura" propia de la
Educación secundaria Superior (el culto del arte, de la ciencia pura, de la
"profundidad" filosófica, de la sutilidad de los análisis
psicológicos, de la complejidad de la destreza retórica) no tienen otra
verdad ni otra razón de ser que el moralismo y el utilitarismo sin
matices de la red de la Educación Primaria Profesional, directamente necesarios
para que en todos los niveles de la división social del trabajo cada cual actúe
según las necesidades del trabajo, del Derecho y de la política burguesa"
(Baudelot y Establet, 1976:241).
Estos contenidos sin
embargo, no se inculcan por si solos sino mediante lo que Althusser había
definido como prácticas . Este procso de inculcación se hace mediante las
prácticas escolares y sus rituales, deberes, disciplinas, castigos y
recompensas: "detrás de la aparente función educativa técnica ,
aseguran la función esencial , pero oculta de realizar en la escuela la
ideología burguesa de someter a tal ideología a todos los individuos y en este
sentido de representar a su manera la producción, el Derecho , el Estado burgués"
(Baudelot y Establet, 1976:243).
Este proceso de
inculcación , al mismo tiempo , no se produce de forma armónica de manera que
el aparato escolar es, también, él mismo un lugar de contradicciones.
Esto hace que el recurso a las prácticas represivas sea ineludible. Para
lograr este proceso de inculcación de su ideología la clase burguesa habrá de
luchar contra las resistencias que un enemigo inferior desde su punto de vista,
le opondrá. Así pue, este proceso de inculcación habrá de rechazar avasallar o
bien disfrazar la ideología de su oponente: el proletariado. Esto lo hará
incluso, según Baudelot y Establet anulando su existencia como protagonista de
la lucha de clases y suplantándolo por abstracciones o por personajes
simbólicos que adquieren así el protagonismo de la historia enseñada en la
escuela:"División material de los individuos e inculcación a todos
de la ideología burguesa bajo formas opuestas a través de las prácticas
escolares: tales son los dos aspectos principales y simultáneos , del funcionamiento
del aparato escolar"( Baudelot y Establet, 1976:244-245).
En lo que se refiere a la
transmisión en la escuela de elementos del conocimiento objetivo , Baudelot
y Establet pasan de puntillas sobre este asunto , aunque señalan que el
origen del problema de si un contenido es o no es ideológico , se debe a una
postura metafísica a la hora de afrontarlo. Pese a todo, señalan tres aspectos
importantes:
1. Es evidente que el
aparato escolar contribuye a la reproducción de la calidad de la fuerza del
trabajo: si esta última no recibió una verdadera cualificación , sí debe
adiestrarse realmente, ya sea en las escuelas de aprendizaje de las empresas o
bien en el trabajo. Esta contribución a la reproducción de la calidad de la
fuerza de trabajo consiste en la transmisión de conocimientos y de destrezas
(en particular lo fundamental, como leer, escribir, contar y luego esas otras
cosas para los que ingresaran en las calidades " profesionales " de
trabajador o de técnico). Todos estos conocimientos y destrezas cuentan con
núcleos de objetividad y con un sentido productivo, aun cuando los
contenidos sean incompletos y contradictorios.
Esta claro también que el
aparato escolar dispensa contenidos propiamente científicos a los alumnos de la
red de formación profesional. Si fuera de otro modo, el proceso de
escolarización no podría contribuir, a su manera, a la reproducción pues la
producción social es en sí una transformación material de la naturaleza.
2. Sin embargo, esta
necesidad no impide, sino al contrario, que todas las prácticas escolares ,
sean prácticas de inculcación ideológica , y que sea este aspecto
dominante que lleve las riendas del aparato escolar tal como lo entendemos. En
efecto, toda la práctica de inculcación ideológica, por simple que sea,
supone una ``habilidad" en las ``técnicas" apropiadas y su
aprendizaje. Sin embargo, lo propio de la práctica escolar es justamente
neutralizar toda diferencia entre los ``contenidos" que tienen un valor de
conocimiento o una finalidad productiva y los que tienen una función ideológica
porque todos los contenidos de escolarización son enseñados siempre de la misma
manera, como habilidades escolares.
La causa de este estado
reside, evidentemente, en la separación escolar, en la separación institucional
y material de las prácticas escolares y de las prácticas productivas separación
sin la cual no habría ni prácticas escolares ni escuela en el sentido en el que
la conocemos. Por eso es preciso construir la historia de la separación escolar
y analizar su papel en el conjunto de las relaciones sociales de la sociedad
actual. En este caso tendremos que tratar aquí las consecuencias de la
separación sobre el funcionamiento de la escuela. Bajo este punto de vista,
sería igualmente ruinoso negar que la escuela debe sostener sus prácticas de
inculcación ideológica sobre conocimientos y saberes en parte reales y negar
que la inculcación ideológica sea dominante en todos los aspectos.
3. Esta separación
material de las prácticas escolares y de las prácticas productivas es uno de
los efectos de la división del trabajo en manual e intelectual. Esta división
imprime su marca a las formas en las cuales se presenta el saber mismo en las
sociedades burguesas: la división entre la teoría y la práctica. (Baudelot y
Establet, 1976: 245247).
Entre los sociólogos de
la educación de orientación marxista ha habido últimamente una cierta tendencia
a cuestionar críticamente el concepto de reproducción porque se considera una
teoría demasiado cerrada, sin salidas, y se ha intentado situar el análisis en
una perspectiva más dialéctica, poniendo el acento en el discurso sobre un
concepto como el de resistencia que, aunque ya había surgido en los trabajos de
algunos teóricos anteriores, no había cobrado la relevancia que sociólogos como
Apple, Willis y otros le han otorgado.
Ideología y currículum
Apele, en su primera
obra, sigue muy de cerca las teorías de Bowles y Gintis y defiende que hay una
correspondencia funcional muy estrecha entre lo que la escuela enseña y las
necesidades de una sociedad desigual. En el terreno ideológico afirma que la
escuela no es un espejo pasivo sino una fuerza activa que sirve para legitimar
las ideologías y las formas económicas y sociales, por otra parte tan
íntimamente relacionadas con ellas:
"Como han comentado
recientemente varios economistas, la "función latente" económicamente
más importante de la vida escolar parece ser la de la selección y generación de
los atributos de la personalidad y de los significados normativos que permiten
tener una supuesta posibilidad de recompensa económica. Como vimos, esto
también está estrechamente relacionado con el papel cultural de la escuela de
cara a la maximización de la producción del conocimiento técnico. Como la
escuela es la única institución importante existente entre la familia y el
mercado de trabajo, no es de extrañar que, tanto históricamente como en la
actualidad, determinados significados sociales que otorgan beneficios
diferenciales se distribuyan en las escuelas" (Apele, 1979: 71).
El planteamiento
fundamental de esta obra, pues, girará en torno a esta correspondencia: la
escuela es un instrumento que ha de servir para nutrir las necesidades
socioeconómicas del mundo que la rodea:
"Como decía Gramsci,
el control del conocimiento que conservan y producen sectores de la sociedad es
un factor decisivo para mejorar la dominación ideológica de un grupo de
personas o una clase sobre los grupos de personas o clases menos poderosos. A
este respecto, tiene mucha importancia el papel que juega la escuela en la
selección, la conservación y la transmisión de las concepciones de
competencias, normas ideológicas y valores (y a menudo el
"conocimiento" de sólo ciertos grupos sociales), todo lo cual está
incluido en los currículos explícitos y ocultos de las escuelas.
Al menos dos aspectos de
la vida escolar sirven a las funciones distributivas, sociales y económicas.
Como muestran los abundantes textos sobre currículos ocultos (. . .), las
formas de interacción en la vida escolar pueden servir de mecanismos para
comunicar a los estudiantes los significados normativos y disposicionales. Sin
embargo, el propio conocimiento escolar lo que se incluye y se excluye, lo que
es importante y lo que no lo es sirve también a menudo a un propósito
ideológico.
(...) Gran parte del
contenido formal del conocimiento curricular está dominado por una ideología de
consenso. El conflicto, ya sea intelectual o normativo, se ve como un atributo
negativo de la vida social. Así, hay un tipo peculiar de redundancia en el cono
i cimiento escolar. Tanto la experiencia cotidiana como el propio
conocimiento curricular muestran mensajes de conocimiento normativo y
cognitivo. La estructura profunda de la vida escolar, el marco de referencia
lógico y organizativo de las reglas comunes que se negocian, interiorizan y, en
última instancia, parecen dar significado a nuestra experiencia en las
instituciones educativas parece estar estrechamente relacionado con las
estructuras normativas y comunicativas de la vida industriar" (Apele,
1979: 8081)
Hay, por tanto una clara
correspondencia, según Apple entre la cultura escolar y la cultura social que
la envuelve. Esto nos permite ver cómo la sociedad se reproduce y como se
perpetúan sus condiciones de existencia mediante la selección y transformación
de ciertos tipos de capital cultural de los que depende una sociedad industrial
compleja y desigual como la nuestra. Y como simultáneamente se mantiene la
cohesión entre sus clases e individuos mediante la difusión de ideologías que,
en última instancia, sancionan los acuerdos institucionales existentes y
conducen también a esta innecesaria estratificación y desigualdad.
La perspectiva que adopta
posteriormente en su obra Educación y Poder, en cambio, parte de la
conflictividad como elemento básico de explicación: "Afirmaré que la
reproducción social es por naturaleza un proceso contradictorio, no algo que se
produce mecánicamente sin lucha". Libro escrito "a la sombra de la
crisis", en él arguye que es demasiado sencillo pensar solamente que la
escuela reproduce las relaciones sociales de producción. Aunque la reproducción
se dé, este concepto no hace justicia a la complejidad de la vida escolar e
ignora las luchas contradicciones que existen en la escuela y también en los
lugares de trabajo y en el mismo Estado.Las escuelas no pueden ser entendidas
como instituciones en las que lo que se enseña convierte a los estudiantes
"Lo que la escuela reproduce, según Bourdieu y Passeron, no es la división
del trabajo sino la cultura legitima definida como arbitrariedad cultural impuesta
por quienes detectan el capital cultural, por las clases dominantes en
definitiva" en seres pasivos perfectamente integrados en una
sociedad desigual. Defiende también que el currículum oculto no se absorbe
directamente, sino que, en medio, se interpone la cultura de clase
originaria de los alumnos, de manera que les permite incluso desafiar a los
sistemas de control establecidos en sus escuelas.
Tanto el currículo
formal como el oculto, según Apele, encontrarán en las escuelas serias
resistencias provenientes del alumnado de la clase trabajadora, o como mínimo,
una aceptación parcial. Estas escuelas serán así, lugares de conflicto, de
lucha, aunque las fuerzas en presencia sean desiguales y aunque, pese a que
haya resistencia, eso no quiera decir que tenga que se gane.
Con esta aproximación,
Apele pretende dar otra imagen de la escuela, y así romper el círculo en que su
primera interpretación la había encerrado. Abandona la idea de que la economía
determina la educación y propugna, en cambio, la autonomía de la cultura y de
la escuela:
"En términos
analíticos, las instituciones de nuestra sociedad se caracterizan tanto por la
contradicción como por la simple reproducción" (Apele, 1987). Cualquier
reproducción que se produce, afirma, se consigue no sólo a través de la
aceptación de las ideologías hegemónicas sino a través de la oposición y de la
lucha. Aunque estas resistencias se den en el terreno establecido por el
capital y no necesariamente por parte de la gente que trabaja en las oficinas,
almacenes e industrias. Y aunque estos procesos de contestación puedan actuar
de formas contradictorias y finalmente pueda acabar por tender a ser
reproductoras.
Aceptando las
conclusiones aportadas por las investigaciones de Willis, afirma que "más
que lugares en donde la cultura y las ideologías son impuestas a los
estudiantes, las escuelas son lugares en los que estas cosas se producen. Y son
producidas en formas que están saturadas de contradicción por un proceso que en
sí mismo se basa en la contradicción y en la lucha" (Apele, 1985). Así,
por ejemplo, afirma que, dada la escasa semejanza que tienen el currículo
oculto y el saber oficial con el mundo real del trabajo y de la vida de la
calle, muchos estudiantes rechazan, por esta misma razón, el mundo de la escuela,
aunque con este mismo hecho no hacen más que subrayar la distinción entre
trabajo manual e intelectual, lo cual hace que caigan en una verdadera
contradicción estructural, al reforzar uno de los principios más importantes de
las relaciones sociales de producción capitalista.
A pesar de todo, sin
embargo, lo que hay, de relevante en este tipo de actuaciones es la
demostración de las contradicciones que existen en el sistema de enseñanza y la
manifestación de las resistencias que se llevan a cabo en su seno, aportación
hecha por la etnografía marxista y que habría puesto de relieve una
aproximación más sofisticada a la educación que concebiría la ideología no como
una forma de falsa conciencia "impuesta" por la economía sino como
parte de una cultura vivida que es el resultado de las condiciones materiales
de las prácticas cotidianas. Representan, en definitiva, un conjunto de
significados y de prácticas que, ciertamente, tienen elementos tanto positivos
como reproductores en su interior, y por ello mismo, constitutivos de una
posibilidad real de compromiso en una actividad centrada en la educación
política que permita desafiar los pilares ideológicos de las relaciones de
dominación y de explotación en la sociedad en general.
La posición de Apple y Willis
y de toda la corriente moderna de la etnografía marxista representa un esfuerzo
notable desde una perspectiva muy ligada a planteamientos marxistas, para
romper el círculo cerrado de la reproducción, como núcleo teórico más potente
de explicación de los fenómenos sociales y, de fom7a muy particularaunque no
exclusivamente, de los sistemas de enseñanza.
Mariano Fernández Enguita
(1986) puntualiza algunas cuestiones que nos parecen relevantes. Expone, en
primer lugar, que hay una doble interpretación del tema de la ideología, que
tiene sus raíces en lecturas diferentes de Marx: la primera sugeriría la
hipótesis según la cual la ideología es algo introducido e impuesto desde
fuera; la segunda, en cambio, sugiere que la ideología se produce en el interior
de las relaciones sociales o, dicho de otra manera, que las relaciones sociales
tienen una eficacia ideológica propia. Aunque la primera es la más comúnmente
aceptada, Fernández Enguita dice que sólo la segunda puede reclamar el título
de teoría o crítica marxista de la ideología, entre otras cosas, porque la
versión instrumentalista subvierte los postulados del propio Marx, para quien
es la existencia, y por tanto las relaciones sociales, quien determina la
conciencia y no lo contrario.
El enfoque instrumentalista
argumenta que los hombres aceptan su existencia porque se les ha imbuido de una
conciencia que les lleva a hacerlo y, a pesar de que es innegable que las
clases dominantes poseen y dominan, además de los medios de producción
material, los medios de producción espiritual (iglesia, medios de comunicación,
escuela, cultura y el mismo lenguaje), eso no basta para explicar el carácter
dominante de su ideología y su aceptación por el conjunto de la población:'Para
que esta dominación sea estable, es preciso que la producción material las
relaciones sociales- empuje a la conciencia en el mismo sentido que los
productos espirituales'. (Fernández Enguita, 1986: 67).
Después de repasar
algunos rasgos básicos de nuestra cultura, analiza las relaciones sociales de
la educación, viendo su dependencia respecto de las relaciones sociales de
producción. Constata, en primer lugar, la existencia de la división del trabajo
y de la competencia en la escuela como cuestiones simplemente obvias, y sobre
la cuestión de la división entre trabajo intelectual y manual puntualiza que, a
pesar de todo, en el capitalismo el su aspecto más importante no es esta
dualidad de tareas las que exigen esfuerzo físico y aquéllas más simples que
exigen cualidades intelectuales sino la separación entre concepción y
ejecución, aspectos diferenciados dentro del capitalismo donde la función de la
concepción es monopolio del capital o de las oficinas de dirección y la de la
ejecución es tarea primordial del trabajador. El trabajo escolar es fundamentalmente
trabajo de ejecución, según Fernández Anguita, aunque sea una ejecución
"intelectual".
Un repaso detallado de
las relaciones sociales de la educación y su desarrollo concreto en la escuela
le lleva a la conclusión de que éstas son isomorfas con las relaciones de
producción capitalistas (...); es lógico afirma que unas organizaciones de
fines tan imprecisos y con un rendimiento tan poco claro como las escuelas
tiendan, en la búsqueda de legitimidad, a adaptarse miméticamente a las formas
de las organizaciones más exitosas, principalmente las empresas
capitalistas" (Fernández Enguita, 1986).
Haciendo un breve resumen
de lo que los diferentes autores han aportado a la teoría sociológica de la
educación y al estudio de la ideología, resalta muy claramente que ya los
clásicos habían señalado la importancia de las relaciones sociales de la
educación, desde Locke hasta Kant y las órdenes religiosas católicas dedicadas
a la enseñanza, las cuales recuerdafueron siempre muy conscientes de que el
fundamento de la enseñanza no era el saber sino la disciplina. Y concluye
adoptando cierta distancia con respecto a la teoría de la reproducción, aunque
afirma que sus críticas "(...) no deben hacernos olvidar lo que ha sido su
mejor aportación: el haber restablecido la eficacia ideológica propia de las
condiciones y las relaciones materiales, dando así el primer paso hacia la
recuperación de la teoría materialista y marxista de la ideología para el
análisis de la escuela, lo que quiere decir para su transformación. Sería
triste terminar tirando el niño con el agua sucia del baño" (Fernández
Enguita: 1986:78).
Las aportaciones de
Lerena
Carlos Lerena, a lo largo
de su obra, ha intentado analizar cuáles son los elementos fundamentales que
conforman la ideología dominante del sistema escolar en nuestra sociedad: éstos
estarían basados en lo que el autor denomina la plataforma integrada por el
esencialismo-idealismopsicologismoempirismo, de los que, para llegar Basta su
raíz, lince un análisis genealógico detallado.
Con respecto al
idealismo, parte de la consideración de que la educación arranca de dos
sujetos: maestro y alumno. A partir de esta afirmación pasa a ocuparse del
particular sistema de relaciones que se establece entre ambos a lo largo del
proceso educativo. Este proceso será entendido corno una operación de
extracción y liberación en virtud de la cual el maestro trataría de desvelar,
de descubrir, de ayudar a que se manifieste algo ya latente dentro del alumno.
Esto último sería precisamente aquello que de más personal e intransferible
habría en él: las cualidades o facultades intelectuales, morales o estéticas,
sus disposiciones, su vocación, su destino. Preexistente en el alumno, el
conocimiento sería una reminiscencia, lo cual haría del aprendizaje, por tanto,
un simple reconocer o recordar.
La lave de la educación,
de acuerdo con la concepción idealista, no estaría en aquello que se nos impone
desde fuera sino en aquello que, en contacto con el exterior, buscamos,
reconocemos y desarrollamos desde dentro. De esta manera, este proceso tendría
como fin y objeto el despertar y desarrollar las disposiciones naturales del
alumno. Esta concepción idealista encuentra sus más claros antecedentes, según
Lerena, en la figura de Sócrates y en el mito de la educación no directiva, y,
más próximo a nosotros, en Rousseau y en el mito de la educación natural. La
figura del maestro queda convenida así no en un representante de la realidad
que se trata de ir introduciendo dentro del alumno sino en un simple mediador
entre la realidad de un lado y el alumno del otro. El maestro, de esta manera,
no impondría respuestas o contenciosos precisos a los discípulos sino que se
limitaría a proporcionarles la oportunidad de hacer su propia investigación, de
descubrir sus propias respuestas y de encontrar sus propios contenidos. A
partir de aquí la educación se convierte exclusivamente en un problema de
método: la educación "auténtica" estribaría en la búsqueda y en el
descubrimiento de la "naturaleza humana". Porque otro supuesto de la
reflexión idealista es la existencia de una dualidad fundamental: en la persona
habría una paste esencial, natural, aquello que le sería realmente propio, su
destino y vocación personal, su verdadera disposición y aptitud, y otra parte
artificial, no esencial y falsa. El proceso educativo, en este caso, tendría
como función primordial el descubrimiento de la "auténtica"
personalidad de cada uno, el desvelamiento o revelación de la verdadera esencia
del alumno. Con este planteamiento la tarea fundamental del sistema de
enseñanza será el descubrimiento de las aptitudes.
De acuerdo con esta
concepción el sistema de enseñanza aparece como una instancia neutra, única y
progresiva, el lugar donde se prueban las capacidades individuales. La
jerarquización de posiciones, resultado de la clasificación escolar, aparece en
el idealismo, como el fruto natural de un único criterio: la capacidad, la
aptitud y la vocación de los sujetos. Constitutivamente, dice Lorena, el
sistema de enseñanza es la instancia que más ha luchado por imponer la idea del
"homo hierarchicus", la idea del individuo que todo lo debe a sus
propios méritos y esfuerzos.
Para la representación
espontánea, concepción dominante en nuestra sociedad, cl sistema de enseñanza
constituye la clave del desarrollo y perfeccionamiento de las sociedades. En el
plano político, sería la condición del funcionamiento de la democracia y del
establecimiento de una sociedad de iguales. Y en el plano social, la clave de
la justicia distributiva, de la movilidad social y el principal instrumento de
civilización, progreso y cambio. La función ideológica del sistema educativo
consiste, según Lerena, en justificar la división social del trabajo en función
de lo que serían desigualdades innatas entre los individuos.
A partir de este
supuesto, la concepción idealista conduce a un segundo supuesto: el de la
desigualdad natural entre los individuos. Este último, reforzado por las
concepciones biologistas actuales y, de forma muy especial, por la corriente
sociobiologista, la cual, aunque se define a sí misma como el estudio
sistemático de las bases biológicas de todo comportamiento social, en sus
versiones más extremas concibe el comportamiento humano como fruto de la
herencia biológica y sometido casi exclusivamente a las pulsiones genéticas.
Coadyuva eficazmente también a la consolidación de este rito el uso por parte
de ciertas ramas de la psicología de determinadas técnicas, como son los tesis
de inteligencia, de aptitudes, etc..., porque con su uso y sobre todo abuso se
ha abonado la idea de la existencia de una personalidad humana única y al
margen de los contextos concretos en que las ha generado. Como si sólo
existiera un cierto tipo de inteligencia medible de acuerdo con los criterios,
abstractos o concretos, que pueden medir aquellos instrumentos de prueba.
Ante estas concepciones,
Lerena, de acuerdo con las conclusiones de etnólogos, historiadores,
antropólogos y sociólogos, afirma que no existe un núcleo de cualidades que
puedan ser consideradas como propiamente humanas y que tengan validez
universal. Cada sociedad y cada grupo social definen de manera particular lo
que es válido y lo que no lo es, entre lo normal y lo patológico... El hombre
concreto como ser humane, en definitiva, no es más que la síntesis de sus
relaciones con los otros hombres y de todos ellos con la naturaleza en un
espacio y momento determinados; y aquello que los humanos tienen de humano, los
sistemas de valores, las reglas de comportamiento, el lenguaje y las formas
inteligentes, las pautas culturales en definitiva, es incorporado por los
individuos de forma osmótica y también, en cierta medida, coercitiva.
La razón por la cual la
reflexión espontánea está condenada a racionalizar y sistematizar las
apariencias, dice Lerena, es porque los fundamentos reales en los que descansan
las relaciones sociales han de permanecer escondidos. Sin este ocultamiento el
ejercicio del poder no es ni siquiera pensable: la condición de su ejercicio es
la de ocultar su nombre, su propia ocultación. Las relaciones de poder son
siempre relaciones de fuerza, pero el ejercicio del poder requiere que aquélla
normalmente no se manifieste y esté escondida. Así pues, en el campo de la
educación estas relaciones se han de autonomizar y psicologizar, se ha de crear
la ilusión de que no son autoritarias ni coercitivas, han de descansar en el
principio básico según el cual sólo existe una cultura y un saber auténtico y
natural. De esta manera se consigue el consentimiento, la colaboración y la
participación de los dominados, que es la condición necesaria para el
desarrollo normal y estable de una situación de dominación como ocurre con la
que se establece en el sistema educativo.
La representación de las
relaciones educativas como relaciones de comunicación y no de imposición, así
como la búsqueda de una "educación natural" y "auténtica",
en definitiva, tienen como objetivo ocultar las relaciones de poder que en el
campo de la cultura se establecen entre los distintos grupos y clases sociales,
existiendo una convergencia básica entre la perspectiva idealista y la
empirista.
Lerena acaba resumiendo
las reglas del juego de encubrimiento ideológico en los siguientes principios
básicos:
el principio de
voluntad libre y de acción consciente, en virtud del cual se supone que los
individuos son quienes eligen. Esto permite poner en funcionamiento cualquier
tipo de mecanismo represivo ya que, como dice Nietsche, sólo suponiendo que
somos libres y conscientes se nos puede responsabilizar y culpabilizar.
el principio de
naturaleza humana y de cultura universal, condición para que la cultura
particular del grupo, pueblo o clase dominantes pueda imponerla como la única
verdadera y auténtica.
el principio de que
la sociedad es una suma de individuos, con lo cual las relaciones sociales se
convierten en relaciones interpersonales y, de esta manera, se anulan del
pensamiento las distintas plataformas de intereses y las posiciones objetivas
entre posiciones sociales, de manera que el poder y las relaciones de
dominación queden reducidas a un simple problema de buena Voluntad, tanto en el
campo económico (empresarios/trabajadores) y en el campo político
(dirigentes/dirigidos), como en el campo ideológico (cultura domiante/culturas
dominadas.
el principio
tradicional por el cual los individuos tienen asignados destinos diferentes en
versión más moderna, entre los individuos se dan diferentes cualidades,
aptitudes, vocaciones y méritos, en virtud de los cuales consagran las
desigualdades básicas entre las diferentes posiciones sociales, en una
desigualdad individual y no estructural.
Sea cual sea el campo en
el que el poder ejercido, éste debe descansar en las ficciones enunciadas o, de
otra manera, los pueblos o las clases no tendrían razones legitimadoras para
someter o expoliar a otras clases pueblos y la fuerza no podría transformarse
derecho, ni sus argumentos podrían erigirse sin ley, en razón, en orden... En
definitiva, la división en clases tampoco se podría mantener tampoco, de no ser
bajo el disfraz de la diferenciación `natural' entre los individuos.
Para poder romper con
este circulo vicioso en el que nos hace caer la ideología dominante, disfrazada
de sentido común, opina Lerena, y que deriva de la conjunción del planteamiento
esencialistaidealista, en primer lugar hay que romper con las reglas del juego
del análisis empirista y, mediante la teoría del conocimiento sociológico,
analizar el verdadero sentido de las instituciones sociales y, en particular,
del sistema educativo. Esta ruptura epistemológica implica enfrentarse a la
educación no como a un hecho abstracto, sino como a una práctica social
concreta, una práctica educativa.
Para Carlos Lerena, la
educación es la palabra, la voz con la que se legitima una nueva forma de
estrategia política, es decir, un nuevo ámbito del ejercicio del poder y de la
dominación. Un ámbito de especial importancia, por otra parte, porque atañe a
los procedimientos sistematizados y racionalizados de la producción de los
individuos. Sólo en la ocultación de la operación de dominación que les es
consustancial encuentran los sistemas de enseñanza su posibilidad de
funcionamiento, y en este cometido es donde la ideología dominante juega su
papel fundamental, utilizando los procedimientos y medios que acabamos de
describir.
Conclusión
A lo largo de este
artículo hemos intentado analizar, en primer lugar, el concepto de ideología,
viendo las diversas acepciones del mismo para, a continuación, describir las
diversas posiciones ideológicas en tomo a la educación y algunos de los
principales planteamientos ideológicos subyacen en el sistema educativo. Hemos
subrayado a continuación algunos de los mecanismos que la escuela y los
sistemas educativos mudemos utilizan para reproducir y transmitir determinados
contenidas ideológicos y, por último, hemos analizado el papel que juega en nuestra
sociedad el sistema de enseñanza como elemento de dominación y, a su vez, como
pantalla ideológica que justifica con su actuación la división social.
Al hilo de este
propósito, hemos aludido a algunas de las principales teorías críticas de la
sociología sobre la educación. No están todas las que son, aunque sí algunas de
las principales: faltan autores como Bernstein, Giroux, algunos
etnometodólogos, los análisis derivados del Habermas de la Teoría de la Acción
Comunicativa..., por citar algunas de las que más suenan últimamente. Un repaso
' actualizado del tema de
la ideología y la educación exige desarrollarse de forma mucho más compleja y,
por supuesto, extensa, que la realizada en los ámbitos limitados aunque
generosos de este artículo en SIGNOS.
Algunas de las posiciones
aquí expuestas sonarán, en épocas postmodernas como las actuales y en tiempo de
reformas educativas, a hipercríticas, cerradas, sin salida... Lo cierto es, sin
embargo, que hoy expertos del sistema como Coleman y Husen (1989), sin
suscribir por supuesto posiciones tan radicales como las expuestas, ahora ya se
oponen a demandas tan generalizadas como la prolongación
de la escolaridad o al
sistema único de enseñanza. Estamos tocando fondo, y entramos en el final de una
época en la que los grandes mitos que han caracterizado y siguen haciéndolo a
la visión dominante del sistema de enseñanza se nos vienen abajo. ¿O se nos
quiere hacer tragar el viejo sapo lampedusiano de que algo cambie para que todo
siga igual?
Ciertamente, en la
sociedad de la información en la que estamos entrando a paso ligero, el
conocimiento y el saber juegan un papel importante. Otra cosa es la forma de
transmitir este conocimiento y este saber, y si el sistema de enseñanza
continúa siendo válido en esta nueva etapa para el propio modo de producción
capitalista en el que se ha desarrollado tan universalmente. ¿Son los
conocimientos, habilidades y actitudes que propicia la escuela hoy los que
necesita esta nueva sociedad llamada de la información? ¿Responden estas
críticas al sistema escolar a que éste se está quedando progresivamente
obsoleto?
Se afirma que nada hay
mas desigualitario e injusto que tratar realidades diferentes de forma igual.
En teoría la enseñanza comprensiva y la reforma educativa se han planteado de
alguna manera responder a este reto, intentando que la enseñanza partiera en su
desarrollo curricular de la realidad social concreta de cada centro escolar
garantizando unos niveles de concreción básicos para todo el país. Todo ello parece
ir en la dirección de conseguir una escuela más pluralista, progresista y
democrática que no la del sistema de escuela única y unificada, heredera de las
concepciones centralistas. de carácter jacobino. ¿Hasta qué punto puede
significar esto el ejercicio de una discriminación positiva para las clases no
privilegiadas o, bien al contrario, la acentuación de las desigualdades y la
consolidación del ghetto?
La sociología de la
educación, tal y como hemos visto que nos decía Bourdieu, tiene la obligación de
analizar los mecanismos responsables de la reproducción de las estructuras
mentales y, entre ellas, analizar la realidad escolar. En una sociedad como la
nuestra, la escuela contribuye a la división cultural y social del trabajo y
tiene un papel ideológico clave en el mantenimiento y en la justificación de
esta situación de desigualdad. Y esta realidad no se cambia matando al
mensajero, por duro que sea el mensaje. Un mensaje que, naturalmente, no impide
que sea posible ejercer una labor de resistencia ni de transformación: tanto la
vida como la historia son realidades que evolucionan, que cambian y el sistema
de enseñanza no tiene por qué ser una excepción.
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Este artículo es una
revisión y actualización de un texto anterior aparecido en catalán en el
contexto del libro Sociología de la educación coordinado por Josep M. Rotger y
editado en 1990 por la Universitat de Barcelona, la Universitat Autónoma de
Barcelona y EUMO Editorial. La traducción y adaptación al castellano para
SIGNOS es obra de Jaime Gómez Vilasó y de Carlos Lomas.
Josep M. Rotger es profesor de Sociología de la
Educación en la Escuela Universitaria de Formación del Profesorado de la
Universitat de Barcelona. En la actualidad, está adscrito al Instituto de
Ciencias de la Educación de la citada universidad (teléfono de contacto:
93183261, ext. 249).
social que es, no se
limita a los niños, también crea maestros"
Notas
(1) Véase, por ejemplo,
Clifford Geertz, "Ideology
as a Cultural System", en Ideology and disconterat,
David Apter (ed.), New York, Free Press, 1964, pp.
4776.
( 2) Véase McClure y Fisher (1969): Ideológy and
opirzion Malring: GeneralYroblerns ofAnalysis. New
York. Colombia University Bureau of Applied Social
Rechearch (cidostilado).
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