Tecnologías de comunicación,
territorio y segregación El caso de Buenos Aires
Susana
Finquelievich / Alicia Vida]
El desarrollo de la televisión por cable, los cajeros electrónicos y el teléfono en la región metropolitana de Buenos Aires permite avanzar el análisis sobre el impacto de las Nuevas Tecnologías de Información y Comunicación en la realidad social y sobre el territorio.
La Argentina atraviesa
actualmente una época de profundas mutaciones en sus estructuras económicas, en
parte debido a la influencia de la reestructuración de la economía mundial, de
las transformaciones producidas en la división internacional del trabajo y a
las consecuencias de la revolución tecnológica comenzada en la década de los
setenta. El presente artículo se propone profundizar el conocimiento de la
interfaz entre la incorporación y transferencia de tecnologías y sus impactos
sobre las estructuras urbanas y territoriales, así como sobre las prácticas
sociales, en la Región Metropolitana de Buenos Aires (*).
Nuestro trabajo se centra
sobre la incorporación de nuevas tecnologías de información y comunicación
(NTIC) en los servicios urbanos, tanto a nivel de las
actividades productivas como del consumo reproductivo. Este sector presenta, en
efecto, un interés particular, como lo expresa un estudio reciente del Sistema
Económico Latinoamericano (SÉLA, 1987): el impacto de las NTIC es profundo,
pues se entre cruza con las “viejas” tecnologías y condiciona el ritmo y la
cobertura de la difusión cultural masiva, modificando las estructuras de
producción, alterando los esquemas de trabajo y penetrando en todas las áreas
de la vida cotidiana.
Por lo demás, las NTIC
inciden en la realidad social a causa de la aparición de nuevos soportes y
redes de servicios, del incremento en la circulación de mensajes y por la
posibilidad de socialización de contenidos que pueden desplazar y modificar los
equilibrios existentes en los niveles de poder
político y económico. Esto se reflejo en el territorio acentuando a veces
tendencias detectadas en la actual estructura espacial: desequilibrios
territoriales, valorización de determinadas áreas, polarización socio‑espacial,
etcétera.
Consideramos
representativo trabajar a nivel de la Región
Metropolitana de Buenos Aires, que presenta características singulares: déficits crónicos en los servicios urbanos, un proceso de desindustrialización creciente, concentración de poder
político y económico, intensos fenómenos de segregación socio‑espacial y,
en fin, las complejidades presentadas por la conurbación de un alto número de
municipios diferentes.
Esta región detenta
también la particularidad de ser el “locus” de creación, recepción,
experimentación y difusión de innovaciones tecnológicas, que las otras ciudades
del país reciben posteriormente por efecto de cascada.
Algunas de las hipótesis
de trabajo, que utilizamos como instrumentos teóricos, son las siguientes:
‑ La
incorporación de tecnología en los servicios urbanos, particularmente en el
sector de información‑comunicaciones, se efectúa habitualmente
atendiendo más a las leyes de la oferta de innovaciones tecnológicas que a las
necesidades reales de todos los sectores de la población, sin responder a un
proyecto explícito de desarrollo urbano y tecnológico.
‑
Existe un eje de unión entre los mecanismos de producción, transferencia y
difusión de tecnología referida a los servicios urbanos y los procesos de
segregación socio‑espacial, tanto urbanos como regionales,
fundamentalmente en las áreas metropolitanas. La forma actual de incorporación
de NTIC, realizadas con poca regulación estatal y casi ningún control social,
actuarían como factor de aceleración de estos procesos.
‑ La
incorporación de NTIC tiene cierto grado de incidencia en el uso del espacio
urbano y territorial. No se trata, al menos por el momento, de una modificación
en la estructuración del espacio, sino de la aparición de distintos y nuevos
usos del mismo por parte de diferentes sectores sociales que tienen diversos
grados de accesibilidad y de apropiación de las NTIC.
Estudiamos aquí tres
tipos de tecnologías: televisión por cable, teléfonos y cajeros electrónicos.
2. LA TELEVISIÓN Y SUS
NUEVAS MODALIDADES
Desde su aparición, la
televisión se ha convertido en el medio principal de difusión de los modos de
vida y consumo. Junto con la radio, este medio transmisor de valores e
ideologías ha logrado gran penetración en el mercado urbano. Gracias a su
estrecha relación con las nuevas tecnologías, se ha convertido en algo más que
el medio de acceso a las redes de programas emitidos por el sistema convencional
de ondas hertzianas. Las nuevas modalidades de transmisión por cable o por
satélite, su combinación con los ordenadores domésticos, con fuentes de datos
ligadas al sistema telefónico y con magnetoscopios abren un nuevo campo de
estudio digno de análisis.
En América Latina, la televisión, cuyo desarrollo pleno se produjo en los años 50, ha seguido el modelo comercial de los sistemas norteamericanos de la década de los 20 (Sirvén, 1988). El rol de los sectores privados ha sido vital en la promoción de este medio, pero a ello debe sumársele la importancia que le han asignado a la televisión diversos gobiernos que lograron el monopolio de los medios audiovisuales.
En la Argentina el
verdadero desarrollo de este medio no tuvo lugar sino al final del segundo
gobierno peronista, siendo célebre la primera emisión del 17 de octubre de
1951 en conmemoración del Día de la Lealtad peronista (Sirvén,
1988). Esta vinculación entre el lanzamiento de una
nueva forma de comunicación y la realidad política quedaría impregnada como una
modalidad de aparición frecuente. Como ejemplo, basta recordar la implantación
de la televisión color en plena dictadura militar, en ocasión de la celebración
del Mundial de Fútbol de 1978.
Casi paralelamente al
nacimiento formal de la televisión en la Argentina se desarrollaron los
circuitos cerrados de televisión. En un principio se trataba de llegar a
localidades pequeñas y aisladas que no eran alcanzadas ;por
el servicio de televisión abierta. En una segunda etapa, que se inicia en los
años sesenta ‑época de gloria para el crecimiento y afirmación de la televisión
como objeto de consumo masivo‑, los sistemas cerrados se instalaron
gradualmente en localidades que ya contaban con servicio de televisión abierta.
La programación de la metrópoli se recibía en forma de “enlatados”; así, estas
nuevas estaciones se convirtieron virtualmente en repetidoras de los canales
de televisión abierta capitalinos.
En los primeros años de
la década de los ochenta el fenómeno de la televisión por cable asume un nuevo
rumbo, a partir de su instalación en la Región Metropolitana de Buenos Aires.
En un principio, el número de abonados que cada empresa podía captar rondaba
los 500 hogares por empresa (1), actualmente, esa cifra se aproxima a los
60.000. A fin de encarar el estudio de nuestra hipótesis general, que señala
la relación existente entre las nuevas tecnologías de comunicación y la
segregación socio‑espacial, analizamos aspectos tales como la oferta de
programación, la cobertura geográfica del servicio, el costo del abono y la
posible incorporación de nuevos servicios.
Básicamente la oferta de programación atiende a los siguientes
parámetros: películas relativamente nuevas,
frecuentemente en versión original, información periodística, deportes, documentales,
eventos culturales, debates, etc. Se trata fundamentalmente de programas de
“larga vida” (2) en contraposición a la televisión abierta, cuyas emisiones
están más ligadas a lo efímero de la actualidad periodística.
La lógica de la cobertura
geográfica parece tener en cuenta las siguientes variables: densidad de
población, poder adquisitivo y facilidades para el desarrollo de la tecnología
del cableado. En concordancia con los aspectos mencionados, las empresas
comenzaron por ofrecer sus servicios en un sector de la zona norte del Gran
Buenos Aires (Martínez), conformado por viviendas unifamiliares de clase media
y media alta, que ofrecía la ventaja adicional de no necesitar cableado
subterráneo. Después de un año y medio de experiencia se abocaron a penetrar
de lleno en el mercado capitalino, optando por instalarse en el barrio de
Belgrano, que conjugaba la posibilidad de encontrar potenciales usuarios de
alto poder adquisitivo con una gran densidad poblacional, debido a la primacía
de viviendas multifamiliares (edificios de departamentos).
La inversión que suponía el tableado subterráneo ‑ya que la legislación
municipal en el ámbito de la Capital Federal no permite cables aéreos como en
el caso del Gran Buenos Aires‑ rindió sus frutos al incrementarse
sideralmente el número de abonados. Mientras tanto, continuaron desarrollándose
en el sector norte del Gran Buenos Aires (Vicente López, Olivos) y penetrando
en otros barrios de la capital de sectores medios (Palermo, Villa Devoto, Villa
Urquiza, Villa del Parque, Almagro, Villa Crespo,
Núñez, Saavedra). Las potencialidades de un mercado
virgen y ávido de consumir nuevos productos culturales permite lograr acuerdos
tácitos entre las empresas para evitar la superposición del cableado. Por lo
general, se han tomado las grandes avenidas que atraviesan la ciudad como
divisoria de aguas entre el terreno “a conquistar” por una u otra empresa.
El valor (3) promedio del
abono es de U$S 20 dólares estadounidenses, una cifra
no muy accesible a presupuestos familiares en época de crisis aguda, donde el
ingreso promedio mensual de un empleado
administrativo con cierta antigüedad y con cierta preparación en el sistema
formal de educación ronda los U$S 400. Para algunos,
el crecimiento del número de abonados no es disonante con la crisis económica
reinante, sino que podría explicarse por la búsqueda de suplir otro tipo de
pasatiempos, como las salidas al cine o a otro tipo de espectáculos públicos,
por un refugio en torno al televisor hogareño. De este modo se evita otro tipo
de erogaciones extras como el transporte, restaurantes, bares, “baby‑sitter”, etc.
Indudablemente, el crecimiento de la televisión por cable, también debe ser
analizado en relación al auge reciente del vídeo
hogareño, que, a grandes rasgos, cuenta con un perfil de usuarios de similares
características al de los abonados a los sistemas cerrados de televisión. Si
bien se necesita una inversión de U$S 500 para
adquirir un aparato reproductor de vídeo nuevo, el costo de alquiler de cassettes es cada vez menor (aproximadamente U$S 1) y el mercado del usado está muy difundido. Por lo
demás, estas nuevas modalidades permiten evitar los riesgos de los
desplazamientos nocturnos, a la par que van reforzando la tendencia hacia los
procesos de individualización (Finquelievich, 1988,
b).
Con respecto a la
incorporación de nuevos servicios, entre 1987 y 1988 se produjo una innovación
importante, cuando las empresas de televisión por cable porteñas lograron el
derecho de emitir señales de televisión vía satélite a través de convenios
firmados con la Empresa Nacional de Telecomunicaciones ‑ENTEL‑.
Este acuerdo facilitó la compra de programación por parte de las compañías de
televisión por cable del interior del país, quienes de este modo acceden en
directo, y no vía “enlatados”, a las emisiones de la
televisión por cable porteña. Paralelamente, las empresas de televisión por
cable capitalinas comenzaron a remozar sus
programaciones a partir de la inclusión de emisiones de la televisión
extranjera (estadounidense, brasileña,
italiana y española) que son recibidas en sus antenas parabólicas y luego
procesadas a la norma local, que les permite difundirla entre sus abonados.
Poco
a poco los sistemas de televisión por cable fueron adquiriendo ciertas
características comunes a los sistemas de televisión abierta en la medida en
que comenzaron a producir sus propios programas ‑noticieros diarios, espacios
de opinión política, emisiones para público infantil, etc.‑, en que dan
mayor lugar a los espacios publicitarios. Sin embargo, la televisión por cable
excluye de su programación las emisiones de neto corte popular como las
telenovelas, los programas de juegos y concursos, los campeonatos de fútbol,
etc. En términos de publicidad, los sistemas de circuitos cerrados se
diferencian del sistema abierto en tanto sólo emiten la marca del patrocinador
al inicio y al cierre del programa, y eventualmente utilizan las
sobreimpresiones de una marca publicitaria durante la transmisión de un
programa. Por el contrario, la programación de la televisión abierta está
plagada de publicidad, la cual no sólo excede los 12 minutos fijados como
máximo permitido legalmente por cada hora de emisión, sino que además se
incrementa notablemente con la presencia de publicidad encubierta. Este hecho
es, particularmente, palpable en los programas de juegos y concursos, que
ocupan un lugar cada vez más considerable en la programación de la televisión
masiva, donde los patrocinadores tienen un nombre destacado y los premios son
profusamente anunciados con el nombre y la marca del producto.
Los seis años
transcurridos de democracia efectiva en la Argentina no han permitido deshacerse
de cierta legislación sancionada durante el período militar. La ley 22.285,
que rige el complejo campo de la radiodifusión, fue sancionada en 1980 por la
dictadura militar, y todo hace suponer que el país iniciará un nuevo periodo
democrático, a partir de las elecciones presidenciales de 1989, sin que se tome
una orientación definitiva en el sector de comunicaciones. De acuerdo a esta
legislación, los canales de televisión por cable quedan comprendidos dentro
del rubro de sistemas complementarios, junto a los servicios de música
funcional y a todo aquello que se transmite por cable. Este status jurídico les
resulta muy ventajoso en tanto permite la adjudicación directa a diferencia de
los sistemas tradicionales, que utilizan espacio de éter y se ven obligados a
intervenir en una licitación pública.
3. RED DE CAJEROS ELECTRÓNICOS
Los nuevos sistemas de
telecomunicaciones, particularmente las redes de cajeros automáticos, una de
sus formas más visibles, provocan transformaciones en la relación entre la
banca y los clientes, permitiendo realizar operaciones relativamente rápidas
durante las veinticuatro horas del día, desde puntos muy diversos de la ciudad
y en el país, y sin que exista necesariamente un contacto directo entre el
usuario y el empleado bancario (4).
En el sentido amplio, según
la definición de Tirado y Nieto (1988), “el sistema electrónico de medios
incluye todas aquellas funciones y elementos necesarios para efectuar una
transacción de dinero de forma automática por procedimientos electrónicos”.
Esto cubre el conjunto de aplicaciones de banca electrónica, que incluyen al
menos las siguientes funciones. disponibilidad de dinero en efectivo en
cajeros automáticos, compensación electrónica, operaciones a distancia con la
entidad bancaria y transferencia automática de fondos.
La forma de operar en
estos sistemas varía de unos a otros, admitiendo operaciones en tiempo real o
diferido, distintas formas de pago (crédito, débito, pre‑pago),
diversos procedimientos para efectuar las operaciones (autorización, cargo
directo en cuenta) o combinaciones de diferentes formas de operar en el mismo
sistema. Un rasgo común a todos, sin embargo, es la necesidad de la existencia
de un amplio soporte de telecomunicaciones para unir los distintos
dispositivos, el uso de terminales informáticas o telemáticas para acceder al
sistema (cajeros, computadoras personales, terminales, videotex, etc.) y un
elemento de identificación del usuario, la tarjeta de crédito, que permite el
acceso a las terminales.
Este sistema presupone
una serie de ventajas para los usuarios, ya que éstos no sólo pueden operar
contra la cuenta bancaria de manera continua y desde distintos puntos
geográficos, como mencionamos más arriba, sino que también se evitan el
peligro de llevar consigo
grandes sumas de dinero, pueden efectuar el pago automático de facturas y
tarjetas de crédito y se ahorran parte del trámite burocrático en las entidades
bancarias. Todas estas ventajas han provocado, desde mediados de la década de
los ochenta, un fuerte desarrollo de los sistemas de “bancos electrónicos”.
A pesar de que no
contamos aún en la Argentina con ningún estudio que nos permita afirmarlo con
exactitud, puede percibirse que en general se ha producido una gran aceptación
de los nuevos sistemas de pago, aunque persisten una serie de problemas, como
falta de conocimiento, reticencia al uso de medios informáticos, información
inadecuada sobre las transacciones realizadas, problemas de seguridad y de
intimidad de las operaciones, derivados del vacío jurídico que existe al
respecto y de la dificultad de combatir los delitos informáticos.
La utilización de los
cajeros electrónicos, el uso de la tarjeta de crédito, la desaparición de la
moneda y otras transformaciones que alteran las actividades de intercambio urbano
afectan, aunque aún se ignora en qué medida, al comportamiento de los
individuos en sus prácticas sociales cotidianas, sus relaciones con la comunidad
y en la utilización del espacio urbano. Puede aventurarse la hipótesis de que
las necesidades de los desplazamientos se vean limitados o sean diferentes,
ya que la telemática permite la descentralización de las terminales de cajeros
automáticos en núcleos comerciales o de servicios, calles y lugares de trabajo.
Todo ello puede hacer que los habitantes metropolitanos se planteen en forma
distinta sus desplazamientos, su utilización del tiempo y el uso de los
transportes privados o públicos.
En lo que se refiere a la
densidad de equipamiento de cajeros electrónicos con respecto a áreas de la
ciudad habitadas por diversos estratos socioprofesionales,
hemos procedido a verificar la distribución de cajeros Banelco
en la Capital Federal, agrupando los terminales en tres zonas de diferente
composición socioeconómica (5) (ver figura 1).
El cuadro 1 muestra una
gran concentración del número de cajeros (61 por ciento) en la zona A,
correspondiente al 35 por ciento de la población, con predominio relativo del
sector directivo y profesionales liberales. Esta zona, correspondiente al norte
de la ciudad de Buenos Aires, comprende los barrios de Retiro, Recoleta,
Palermo, Belgrano, Núñez, parte de Saavedra, área norte de Coghlan,
áreas norte de Colegiales, Villa Crespo, Almagro, Balvanera
y San Nicolás. El mayor número de cajeros se registra en el área de San Nicolás
(25), coincidente con el microcentro financiero, y
los barrios de Recoleta (15) y Palermo (12), que no sólo concentran habitantes
de categorías socioprofesionales y poder adquisitivo
elevado, sino que también contienen importantes centros comerciales.
Distribución de cajeros Banelco
en Capital Federal
Zona
|
Grupo ocupacional (predominio relativo) |
Nº de cajeros |
% |
Población |
% |
A B C |
Sector Directivo Trabajadores no
manuales- Cuadros intermedios Trabajadores manuales |
78 39 11 |
61 31 8 |
1.025.017 1.214.609 683.203 |
35 42 23 |
|
TOTAL |
128 |
100 |
2.922.829 |
100 |
La zona B,
correspondiente a predominio relativo de trabajadores no manuales y cuadros
intermedios, concentra el 31 por ciento de los cajeros automáticos, que sirven
al 42 por ciento de la población. Comprende los barrios de San Cristóbal, Boedo, Balvanera, Almagro, Villa
Crespo, Colegiales (excluidas, en estos casos, las zonas norte). Parque Chacabuco, Caballito,
Flores, Villa General Mitre, Paternal, Villa Ortúzar, Parque Chas, Villa Urquiza, Villa Pueyrredón, Villa del Parque, Villa Devoto, Villa Real, Versailles, parte de Villa Luro,
parte de Vélez Sarsfield, Floresta, Villa Santa Rita.
Se detecta mayor concentración de cajeros en Caballito (7), Almagro, Balvanera y Villa Devoto (3 cada uno); una vez más, se
trata de áreas que concentran habitantes de mayor categoría ocupacional a la
vez que de áreas comerciales o centros zonales.
La zona C, habitada
mayoritariamente por trabajadores manuales, detenta el 8 por ciento de cajeros
automáticos para servir al 23 por ciento de la población de la capital. Sin
embargo, sólo los barrios de Mataderos, Nueva Pompeya,
Barracas, Boca, zonas sur de Parque Patricios y de Villa Luro
están provistos de un cajero cada uno; los barrios de Constitución y
Montserrat, debido a la existencia de una estación terminal ferroviaria en el
primer caso, y a la cercanía al centro financiero en el segundo, poseen dos
cajeros cada uno. Los restantes barrios de esta zona (Villa Riachuelo, Villa
Lugano, Villa Soldati) están, al menos en el momento
en que fue realizado el recuento (septiembre 1988), desprovistos de este
equipamiento.
La densidad de cajeros
automáticos parece seguir una doble lógica: por una parte, el equipamiento
guarda una proporción directa con el nivel socio‑profesional de los
habitantes de la zona, lo que se explica por la mayor capacidad de ahorro de
las categorías medias y altas, y probablemente también por razones culturales,
dado que estarían más dispuestos a utilizar una nueva tecnología. Por otra
parte, un análisis más detallado de la localización de los cajeros electrónicos
muestra una mayor densidad a lo largo de calles y avenidas de fuerte vocación
comercial, en la cercanía de terminales de trenes y omnibus,
zonas de concentración de actividades financieras, así como “shopping centers”.
Sin embargo, relacionar
demasiado directamente la instalación de cajeros Banelco
con áreas donde habitan determinadas categorías socio‑profesionales
podría llevar a conclusiones engañosas. En efecto, del mismo modo que muchos
usuarios no utilizan las sucursales bancarias cercanas a sus domicilios, sino
aquéllas cercanas a sus lugares de trabajo, puede observarse una conducta
similar con respecto a los cajeros automáticos. Para llegar a conclusiones más
exactas sobre el uso de este equipamiento según los distintos estratos
sociales, sería necesario efectuar un análisis de los desplazamientos de los
usuarios en las áreas urbanas y periurbanas.
4.
TELEFONÍA
Si bien la telefonía no
puede ser calificada exactamente como “nueva” tecnología, su existencia es
indispensable para el acceso a redes de computación, bancos de datos,
utilización de dinero electrónico, uso del fax, etc.
Como lo señalan Castells y otros (1986), no sólo las telecomunicaciones son
desde hace casi un siglo un elemento importante en el desarrollo económico y
social de un país, sino que la microelectrónica les ha dado una nueva
dimensión: “La posibilidad de descomponer todo tipo de señales (voz, música,
datos, etc.) en señales digitales codificadas permite que cualquier tipo de
información sea tratada por un ordenador. La consecuencia
de esto es que las centrales telefónicas cada vez se parecen más a una sala de
ordenadores”. Por lo tanto, aparecen nuevos servicios y posibilidades que
compiten con los servicios tradicionales o los complementan. Se generan nuevas
demandas y expectativas por parte de los usuarios. Al mismo tiempo, las nuevas
tecnologías permiten la inserción de empresas privadas en el campo de las
telecomunicaciones, rompiendo el monopolio estatal y el de las grandes empresas
trasnacionales. La telefonía se ha transformado actualmente en una pieza
importante en los juegos de poder político y económico.
La dictadura militar
imperante en la Argentina entre 1976 y 1983 se propuso “modernizar” las
comunicaciones en el país, incrementando la .incorporación
de equipos al procesamiento de la información y ampliando los sistemas telefónicos.
Una de las razones que impulsaron esta decisión fue la realización del
Campeonato Mundial de Fútbol de 1978, que requería reforzar las conexiones y
equipos de transmisión de comunicaciones telefónicas, radiales y de vídeo,
tanto entre diversas ciudades del país como con el exterior. A esto se añadía
la necesidad militar de controlar las fronteras, ante los conflictos de
límites con Chile, y de ejercer una vigilancia importante sobre la población
del país en el marco de la “guerra sucia”. En este contexto, se adoptaron
equipos electrónicos, destinados al control represivo, como el Digicom, utilizado por los patrulleros para verificar la
identidad de los transeúntes.
Entre 1978 y 1982, la
instalación de líneas telefónicas se elevó de 1.728.000 a 2.385.000, lo que
significó para la Compañía Telefónica del Estado (ENTEL) que su deuda externa
pasara de 50 millones de dólares en 1976 a 800 millones en 1983, debido
fundamentalmente al vaciamiento a que fueron sometidas las empresas estatales
(Argumedo, 1987). El proceso
de modernización de ENTEL se basó en la incorporación de nuevas tecnologías
provenientes de los países centrales, sin efectuar una transferencia real de
“know‑how”, sino bajo la fórmula de la “caja negra”; es decir, se
importaron procesos tecnológicos acabados, descuidando la preparación del
personal, el mantenimiento de los equipos, etcétera. Según un estudio de Muraro (1987), no existe correlación entre las inversiones
efectuadas por ENTEL y los resultados obtenidos, debido precisamente al
“carácter no planificado e imitativo de estas erogaciones”. Según este experto,
“hacia 1983, a despecho del elevado número de pedidos de conexiones de
abonados potenciales, el número de líneas instaladas no habilitadas por ENTEL
alcanzaba a 260.000, debido a la carencia de infraestructura adecuada para
efectuar las conexiones”.
El gobierno democrático
que asumió en diciembre de 1983 trató de mejorar la situación de las
comunicaciones. En 1985, ENTEL creó el Plan Megatel,
dirigido a la instalación de un millón de líneas telefónicas, como parte de un
plan quinquenal de inversiones en el sector. Los fondos para su desarrollo
provienen de un plan de 30 cuotas a pagar por los usuarios potenciales. Sin
embargo, este plan encontró serias limitaciones, debido tanto a problemas técnicos
como a la desidia existente en la administración pública; un número elevado de
usuarios asociados al Plan, habiendo completado sus pagos, no se ven
retribuidos con las líneas telefónicas correspondientes: su instalación se posterga a veces indefinidamente. En 1987, según un
trabajo de Donikian (1988), aún quedaban por instalar
444.215 líneas.
La cantidad de conexiones
efectuadas es significativa (6), pero también lo es la calidad de los
servicios que se obtienen: en 1988, sólo en unas 760 localidades en todo el
país existían centrales con acceso directo al telediscado
interurbano nacional. En cuanto al Discado Directo Internacional (DDI), las
únicas centrales de Buenos Aires que lo poseían inicialmente son las de la “city” financiera, sectores de intensa actividad comercial,
como el barrio de Once, y algunos barrios localizados en las áreas central y
norte de la ciudad; habitados por la población de nivel socio‑profesional
más elevado. A partir de marzo de 1989, más de 600.000 usuarios de todo el país
disponen de DDI para comunicarse con 160 países (7).
Es en estas áreas donde se concentra la mayor cantidad de innovaciones
tecnológicas, así como el grado relativamente más alto de eficiencia. Al
respecto, resulta interesante recordar el Plan Finantel,
destinado a regularizar las múltiples instalaciones clandestinas del microcentro porteño ‑la zona de actividades
financieras por excelencia‑ donde líneas clandestinas instaladas fuera
de las normas de ENTEL vinculaban bancos, casas de
cambio, compañías financieras, etc. Los trabajos del Plan Finantel
regularizaron con rapidez sin precedentes 32.000 líneas “punto a punto”, y habrían
terminando su tarea 13 meses antes de la fecha prevista (Donikián
y otros, 1988).
La misma zona, al igual
que el Barrio Catalinas Norte, que concentra actividades financieras y es
sede de grandes empresas nacionales y extranjeras, se beneficia con la
instalación de la red ARPAC, de
transmisión de datos por conmutación de paquetes. Su objetivo es el de
comunicar computadoras y terminales ubicados en todo el ámbito nacional, con
salida internacional (ENTEL, 1982). En forma
genérica, la red puede utilizarse para aplicaciones conversacionales (reserva
de pasajes, consulta de bancos de datos, procesamiento en tiempo compartido,
gestión de transacciones), teleprocesamiento de datos
en tiempo real o en lotes, interconexión de computadoras para transferencia de
archivos o compartición de recursos y correo electrónico (transmisión de
mensajes, facsímil, teletexto, etc. ).
Al lado de estas
innovaciones ‑que no alcanzan al grado de eficiencia y sofisticación de
los países desarrollados‑ se encuentran en la Región Metropolitana de
Buenos Aires vastas áreas que viven en la época pre‑telefónica.
Lamentablemente, no disponemos en esta etapa del trabajo de elementos que nos
permitan mapear las densidades de aprovisionamiento
de líneas por zonas relacionadas con estratos socioprofesionales.
La observación directa, sin embargo, permite percibir que la densidad más baja
coincide con las zonas más alejadas del centro urbano y con los estratos socio‑profesionales
más bajos.
Ante la
escasez de líneas telefónicas, la población apela a medios informales,
frecuentemente ilegales: el robo de líneas, la transferencia ilícita de
conexiones se han vuelto moneda corriente en la Región Metropolitana de Buenos
Aires. Por lo demás, es interesante observar que la existencia de líneas
telefónicas tiene una marcada incidencia en el precio de los bienes inmuebles:
un departamento provisto de teléfono cuesta actualmente de U$S
2.000 a 3.000 dólares más que otro que carece de él en iguales condiciones.
5. CONCLUSIONES: LAS NTIC
COMO FACTOR ACELERADOR DE PROCESOS
SOCIALES PREEXISTENTES
Las últimas décadas se
han caracterizado, en las áreas desarrolladas de la Argentina, y particularmente
en la Región Metropolitana de Buenos Aires, por la incorporación de NTIC en
forma arbitraria, no planificada de acuerdo a una política integral de
elevación de la calidad de vida de la mayoría de la población y basada
fundamentalmente más en la oferta de las compañías multinacionales que en el
estudio de las necesidades reales de los habitantes.
No puede hablarse aquí de
transferencias de tecnologías ‑lo que implicaría también transferencia
de conocimientos, capacitación de personal técnico y producción local de al
menos una proporción importante de los soportes tecnológicos‑, sino, en
general, de compra de productos acabados, lo cual acentúa la dependencia
tecnológica del país con respecto a las empresas transnacionales e inhibe la
investigación y desarrollo local de innovaciones tecnológicas. A nuestro
conocimiento, no existe en este momento, ni en la Región Metropolitana de
Buenos Aires ni en el país, un proyecto explícito de políticas de
investigación y desarrollo tecnológico destinado a las áreas urbanas.
En cuanto al eje de unión
existente entre los mecanismos de producción, transferencia y difusión de las
NTIC y los procesos de segregación socio‑espacial, Castells (1986),
refiriéndose a España, afirma que “el proceso actual de cambio tecnológico,
con referencia a la vida cotidiana, se caracteriza por su rapidez, por su intersticialidad y por su efecto acelerador sobre el
conjunto de las tendencias de la sociedad”.
Si bien la velocidad de
cambio en las tecnologías de la información y comunicación y de sus
aplicaciones es muy reducida en la Argentina, comparada con los países
desarrollados, el proceso de adopción de las NTIC es rápido teniendo en cuenta
el actual contexto de crisis económica. Esto se ve particularmente ilustrado
por los casos del vídeo y la televisión por cable, un sector al menos de la
sociedad argentina, particularmente en la Capital Federal, está entrando
velozmente en el consumo de nuevas tecnologías de información y comunicación,
proceso que se potencia por el ritmo rápido de innovación en el mundo
desarrollado. Por una parte, esta rapidez supera la capacidad de asimilación
cultural, institucional y jurídica del proceso en curso por parte de la
sociedad en general; por otra, desborda la aptitud y/o la voluntad del Estado
de orientar apropiadamente estas transformaciones.
Por intersticialidad
se entiende la capacidad que poseen las NTIC de abarcar prácticamente todos los
ámbitos, laborales y extralaborales, de las prácticas
sociales, incluyendo recreación, educación, salud, vida hogareña, control del
Estado sobre la vida privada, etc.
Junto a estas dos
características, Castells señala el efecto de aceleración que producen en los
procesos sociales ya existentes, que en muchos casos se traduce por una
amplificación y profundización de tendencias sociales debidas a causas
estructurales no tecnológicas. En el caso de la Región Metropolitana de Buenos
Aires, hemos comprobado la tendencia generalizada a proveer de nuevas
tecnologías de comunicación a las áreas habitadas por grupos de mayor poder
económico y capital cultural, áreas que ya disfrutaban de mejores
infraestructuras y equipamientos comparadas con otras zonas de la Región
Metropolitana de Buenos Aires, ahondando así aún más la brecha existente entre
distintos niveles de calidad de vida. Esta acentuación potencial de
desigualdades sociales y culturales se produciría, según Castells, “no por la
tecnología en sí, sino por la aplicación de un instrumento tan poderoso en una
estructura social configurada en torno a pautas de desigualdad y
discriminación”.
En el caso
de la segregación socio‑espacial urbana podría afirmarse que ejercen un
efecto multiplicador: la microelectrónica, la televisión por cable, el vídeo,
la comunicación por satélite, los cajeros electrónicos no definen por sí
mismos la distribución espacial de los diversos grupos sociales, pero para
utilizarlos hay que disponer de cierto “capital cultural” (en el sentido
empleado por Pierre Bourdieu, 1971), que, en América Latina en general, es sinónimo de
pertenencia a categorías socio‑profesionales medias y altas. El efecto
multiplicador se ejercería en parte, en cuanto estas
tecnologías potencian aún más el capital cultural de quienes ya lo tienen,
ahondando la brecha que los aleja de los “analfabetos tecnológicos”. Aun si la
Argentina logra superar la actual crisis económica, en el caso de que no se
produzcan innovaciones sociales estructurales, la división social que existe
actualmente se agudizará: una élite disfrutará de las
NTIC, mientras que la sociedad en general no se beneficiará de ellas. Existe
el riesgo de que la mayor parte de la sociedad urbana pase a ser un consumidor
pasivo con respecto a estas tecnologías o, peor aún, un mero espectador que
contempla, del lado de afuera de la vidriera, el funcionamiento incomprensible
de máquinas milagrosas (Finquelievich, 1988, a).
En lo que se refiere a la incidencia de las NTIC en el uso del espacio urbano y territorial, por el momento y hasta que nuestra investigación no esté más avanzada, sólo podemos efectuar conjeturas. La automatización de las oficinas posibilitaría un proceso de lo que Castells llama “concentración descentralizada”: por un lado, concentración en ciertas unidades de alto nivel; por otro, descentralización de los servicios periféricos, con una serie de relaciones entre las unidades de transmisión de la información. Se produciría así la concentración de sedes de empresas alejadas de las unidades de producción y conectadas con ellas a través del teléfono, del télex, del telefax, etc.
Los distintos grados de
acceso a servicios administrativos mediante la telemática, las compras
electrónicas, etc., podrían también influir en los desplazamientos urbanos. Ya
la popularización del vídeo está determinando en Capital Federal y Gran Buenos
Aires el cierre de salas de cine y cierto cambio de costumbres en los
desplazamientos de recreación.
Sin embargo, el impacto
más directo de la revolución tecnológica sobre el territorio parecería ser la
de las tecnópolis o parques científicos; promociones
inmobiliarias asociadas con la Universidad o con otra institución superior de
enseñanza con el objetivo principal de facilitar la transferencia de
tecnología entre el mundo académico y las empresas. En la segunda mitad de
1988 había aparecido el proyecto de construir una tecnópolis
en los terrenos de la Ciudad Universitaria de Buenos Aires, aunque posteriormente
no se hizo más mención de este tema. En el caso de concretarse su realización,
sería interesante estudiar este proceso desde sus inicios, analizando el rol de
las NTIC, su influencia sobre el territorio circundante y el uso del suelo,
las posibles transformaciones que pueda causar en las prácticas sociales del
personal que trabaje en ella o en conexión con ella.
Para terminar,
efectuaremos algunas sugerencias para futuros trabajos, que consideramos
relevantes dentro del campo de la investigación urbana en los próximos cinco
años;
‑
Resultaría importante comprobar si existe una correlación entre la existencia
de soportes urbanos para NTIC y renta del suelo. En la actualidad, en los
barrios de la ciudad de Buenos Aires, la existencia de una línea telefónica
incide considerablemente en el precio de una vivienda. ¿Cómo podrán incidir la
provisión de otras NTIC, tanto en los inmuebles de vivienda como en los del
sector terciario?
‑ Las
NTIC suponen una revolución, entre otras razones, por el hecho de que tienden
a la aterritorialidad. Mientras las “viejas”
tecnologías urbanas implican la existencia de redes de infraestructuras y servicios
(energía, agua, evacuación de desechos, gas, etc.) dependientes de un gobierno
central o, la mayor parte de las veces, de una gobernación o municipalidad en
la que la frontera y los espacios físicos de poder están bien delimitados,
algunas NTIC ignoran esos límites. Los satélites internacionalizan la
comunicación y la cultura; los mensajes masivos no pueden ya ser controlados
por los gobiernos locales. Resulta interesante plantear futuras investigaciones
que estudien los impactos de esta fluidez de comunicación sobre los modos de
vida urbanos.
‑ Las
NTIC, una vez aceptadas por los individuos o por las familias, ejercen cierto
impacto en la organización de los hogares y en la acción espacial externa de
sus miembros. Un tema imposible de reflexión son los efectos de estas
tecnologías sobre la localización residencial, la demanda de viviendas, el
transporte, las prácticas sociales de los usuarios, incluidas la transmisión
de principios ideológicos o religiosos (Finquelievich
‑ Laurelli, 1988).
Por último, queremos
subrayar la necesidad, en lo que concierne a la investigación de medios de
comunicación en áreas urbanas, de una forma de operar inscripta en un manejo
empírico (estudios de caso, experiencias sobre el terreno).
Esto ayudaría a evitar los frecuentes desfases entre, por un lado, la realidad
estudiada y los preconceptos y conclusiones del investigador, y por otro, las
respuestas esbozadas por los estudios prospectivos, particularmente relevantes
en el tema de la innovación tecnológica.
REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
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Ciencias Sociales, Buenos Aires, vol 18, Julio-septiembre 1978, n. 70.
(*) Este articulo es una
versión posterior de la ponencia “Nuevas Tecnologias
de Información y Comunicación impactos sociales y espaciales en la Región
Metropolitana de Buenos Aires presentada en el Primer Seminario
Pluridisciplinario de Investigación sobre la Región Metropolitana de Buenos
Aires. Mar del Plata 17 al 21 de abril de 1989 (Argentina)
(1) Básicamente nos
referiremos a las dos empresas (Video Cable
Comunicación ‑VCC‑ y Cablevisión) que lideran el mercado de TV
cable en la Capital Federal y la zona norte del Gran Buenos Al res Desde 1986
se suma Oeste Cable Color ‑OCC‑que opera en el sector oeste del
Gran Buenos Aires (Morón, Haedo, Ramos Mejía Castelar,
Hurlingham, Ciudad Jardín Caseros) con un número bastante
unas reducido de abonados, quc ronda los 7000 Si bien
OCC tiene programacion autonoma,
gran parte de sus emisiones corresponden a programas comprados a Cablevisión
(2) Nos referimos a
programas que no se rigen tanto por la novedad, la primicia, la inmediatez
entre el acontecimiento y su transmisión, sino que son más atemporales, lo
cual facilita su emisión en diferido
(3) Los valores que se
expresan en este articulo están basados en una paridad dólar estadounidense ‑moneda
argentina (australes) de 1 a 17 correspondiente al mes de enero de 1989,
(4) Hemos torrado como
caso de estudio la red Banelco por ser la de mayor
difusión Lamentablemente, no hemos podido conseguir toda la información
necesaria, por lo que hemos limitado
nuestras reflexiones al ámbito de la Capital Federal
(5) El agrupamiento por
zonas se tomó de un trabajo de la Municipalidad de Buenos Aires (Fafián y otros, 1988), que diferencia tres sectores socio‑económicos
en la Capital Federal de acuerdo a la distribución espacial de la categoría
censal grupo de ocupación” en 1980.
(6) Una nota publicada el
14 de marzo de 1989 en el matutino “Página 12” aporta los siguientes datos:
“Hasta el 28 de febrero pasado ENTEL instaló 200.762 líneas telefónicas en el
marco del programa Megatel de 30 cuotas, lo que significa,
según se comunicó desde la empresa estatal, un cumplimiento del 78,1 por ciento
de lo ambicionado en ese plan. En los 40 meses del programa Megatel el total de líneas instaladas se acerca a las
cuatrocientas mil y si se suman además los cambios de domicilio y los
convenidos de colaboración financiera, el balance global indica 530.823
conexiones nuevas”.
(7) El matutino Página
12” del 8 de marzo de 1989 informa que existen 60 características en Capital
Federal y Gran Buenos Aires que cuentan con DDI habilitado para el total de los
abonados.