PERSPECTIVAS
¿Debemos preocuparnos por
Norteamérica?
La política cultural y audiovisual de la Unión
Europea
philip Schlesinger
Declaraciones, advertencias, medidas sobre la amenaza de americanización de la cultura, la comunicación,
el audiovisual europeo. Un análisis del discurso y la política de la Unión
Europea muestran, sin embargo, flagrantes contradicciones y problemas. El
peligro de invasión podría servir
también de coartada.
La competencia en asuntos
culturales se ha convertido en parte reconocida del mandato de la Unión Europea
(UE) (1). De manera significativa, la Unión ha intervenido recientemente como
actor cultural único y soberano en el escenario mundial, en las negociaciones
del GATT. Sin duda, las líneas de demarcación, en este campo, entre la acción
comunitaria y la de los Estados miembros, seguirá siendo materia de discusión.
Parece razonable suponer, no obstante, que en la medida en que la UE comience a
comportarse como una entidad política federal, mayor será la necesidad de
definir una política cultural supranacional.
Obviamente,
la elaboración de una política cultural para la Unión Europea es tarea más
complicada. La Unión acaba de ampliarse con la incorporación de Austria,
Finlandia y Suecia, además, una serie de países favorecidos de Europa central
y oriental se preparan para un eventual ingreso. Dicha ampliación aumentará la
diversidad económica, política y cultural de la UE.
En mi
opinión, el crecimiento continuo de la Unión Europea plantea muy seriamente la
cuestión de alguna forma de integración cultural, si se quiere que el proyecto
tenga, a la larga, alguna coherencia política. Resulta difícil imaginar que
esto pueda lograrse sobre el modelo de una cultura nacional, dada la enorme
diversidad europea. Pero, planteada la cuestión en términos menos maximalistas,
no veo que sea fácil eludir el objetivo de crear los elementos de una cultura
política común (2). Inclusive aunque el impulso federalista llegase a fracasar
y fuese formalmente sustituido por una UE de varias velocidades, ese menor
nivel de integración institucional y de consenso permisivo exigiría igualmente
algunas normas y valores comunes, y una base de apoyo político activo más
amplia que la existente (3).
Un modo de
afrontar el actual déficit cultural es considerarlo desde esta perspectiva: un
espacio predominantemente económico, como el de la Unión Europea,, organiza
actividades productivas y comerciales, pero no suscita, por el momento, una
lealtad integral como expresión de identificación colectiva, ni ejerce una
legitimidad política capaz de imponerse sobre la identidad de los Estados miembros.
Sin embargo, a medida que la cuestión de la entidad política adquiere mayor
importancia para el proyecto de la Unión, lo mismo sucede con la entidad
cultural. No obstante, como ya he argumentado en otro lugar, podría suceder
que la búsqueda de una cultura común sólo consiga avivar las reacciones nacionalistas
(4).
Las
conversaciones del GATT y los acontecimientos posteriores nos dan pie para
referirnos a las concepciones actuales de los dirigentes políticos sobre el
tema de la europeización de la
cultura en un mercado mundial. En mi opinión, si la UE aspira, en definitiva, a
la formación de un Estado de tipo federal, uno de los objetivos de la política
audiovisual debe consistir en contribuir al logro de un pluralismo auténtico y
de un amplio compromiso democrático por parte de los pueblos de la Unión
Europea, ahora y en el futuro. Como demostraré a continuación, la tendencia
actual en política es contraria a esta opinión, o en el mejor de los casos la
margina, dado el predominio de consideraciones ligadas a la competencia
industrial a escala mundial. En apariencia rezamos ante el altar de la
cultura, pero en realidad adoramos al dios de la economía.
Se podría
pensar que, al fomentar la concentración de la propiedad en los sectores de la
comunicación y de telecomunicaciones, se da respuesta a nuestros problemas de
competencia con Estados Unidos; no obstante, al apostar, como dice el refrán,
por el caballo ganador, se podrían
ocasionar nuevas dificultades, en la medida en que afecta a la posibilidad de
construir una cultura política democrática en Europa. En otras palabras, hay
bienes contradictorios que se debe tratar de reconciliar.
Los
planteamientos en estos momentos oficiales contienen aspectos problemáticos,
especialmente si las cuestiones se plantean como se está haciendo en los
debates actuales, cada vez más complejos, entre teóricos y analistas
culturales, sobre el tema de la identidad colectiva. Se da una gran
desconexión entre la retórica y la práctica de la toma de decisiones políticas,
por una parte, y las observaciones del análisis cultural, por otra. Se podría decir que es algo muy natural, ya que el proceso político se propone la.
solución de problemas, mientras que el propósito de la reflexión teórica
consiste, por el contrario, en crearlos (5). No obstante, supongo que, si no
reflexionamos sobre las cuestiones en toda su complejidad, tenderemos a distorsionarlas.
Así pues, existen razones para plantear un diálogo más profundo entre los
analistas culturales y los responsables políticos, sobre el principio de que,
aunque pueda complicar las cosas, dicho diálogo puede contribuir de hecho a la
formulación de políticas más sólidas.
La Europa
oficial está preocupada en relación con América y con la americanización, pero es indudable que la Europa de los pueblos no
lo está, como lo testimonian nuestros gustos en cine, música popular, comida
rápida y ropa deportiva. Pero esto no significa que todos nos hayamos vuelto
idénticos, ni tampoco ‑pese a la mundialización
de la cultura‑ que exista una única cultura mundial.
Tal vez haya
que señalar que la inquietud oficial sobre la americanización de la cultura cumple una función ideológica;
permite presentar la europeización como
una especie de antídoto frente a una amenaza exterior. También hay inquietud
por la competencia de Japón: pero denunciar la japonización de la cultura es una consigna muy poco convincente.
De hecho,
parece que tanto Europa como Estados Unidos atraviesan en la actualidad por
sendas crisis de identidad, en muchos aspectos exacerbadas por el fin de las
certidumbres del sistema de bloques de la guerra fría.
Y la americanización, en un sentido bastante
distinto, es hoy un tema que preocupa también en Estados Unidos. Desde el
punto de vista del establishment liberal,
está en cuestión el centro hegemónico tradicional de la cultura, y el compromiso político integral de la
población está sometido a fuertes presiones. Son indicios de esta situación la
preocupación con respecto a la posición del inglés como lengua común, los
debates sobre lo políticamente correcto,
los planes de enseñanza y el multiculturalismo (6).
Otros, sin
embargo, ven esta amenaza como una promesa no cumplida, una búsqueda, por parte
de los excluidos, ya sea por motivos de raza, sexo u orientación sexual, para
redefinir el ámbito de acción de la cultura. La americanidad es, pues, objeto de batallas discursivas en programas
políticos contradictorios. Frente a los lamentos sobre el fracaso del asimilacionismo,
decididamente modernistas, se oyen otras voces que celebran la diferencia e
incluso la descomposición de la forma de Estado‑nación como punto de
referencia. Distintas visiones modernas y posmodernas, nacionales y
posnacionales, están tomando posiciones. Lo que está en cuestión es el modo de
constitución del espacio público nacional; en realidad, también se plantea la
cuestión de si es correcto considerar dicho espacio público como nacional (7).
Quisiera
señalar, simplemente, la dimensión histórica implícita en la preocupación por
definir y redefinir la americanidad en Estados Unidos, algo nada sorprendente
en un Estado que basa su existencia en sucesivas oleadas de inmigración (8). No
constituye, por tanto, ninguna novedad la preocupación de los actuales
círculos dirigentes con respecto a si el proceso de asimilación sigue
funcionando (lo cual, es interesante señalarlo, se plantea en términos de
crisis de identidad nacional).
De este
resumen se puede deducir que hay que reconsiderar los temores oficiales ante la
americanización de Europa con el
debido escepticismo. La diversidad americana es tal que cualquier cosa que
tomemos de ella es selectiva, y en todo caso se integra de forma dinámica en
nuestras culturas.
Quiero
indicar así que las expresiones oficiales de inquietud con respecto a América
no deben impedir un análisis crítico de lo que hoy se entiende como europeización de la cultura audiovisual
(9).
Los
intereses económicos en el sector audiovisual son considerables. En 1992,
Estados Unidos tenía un superávit de 3.400 millones de dólares con respecto a
la Unión Europea. En el futuro, según el Libro Blanco de la Comisión Europea
sobre crecimiento, competitividad y empleo, la demanda de productos
audiovisuales se duplicará probablemente a finales de siglo; en la actualidad,
el sector audiovisual de la Unión Europea da empleo aproximadamente a 1,8
millones de personas, con perspectivas de creación de otros dos millones de
puestos de trabajo en la próxima década (10).
Por tanto,
no es sorprendente que, en el otoño en que se llegó a la conclusión de la Ronda
Uruguay, el Comisario de Comercio de la UE fuese objeto de presiones de intereses
ligados a la producción. En septiembre de 1993, más de 4.000 artistas y
productores de los doce Estados miembros firmaron un llamamiento en favor de la
exclusión de las obras culturales en el GATT (11). El escenario para la defensa
de la exclusión cultural había sido
fijado anteriormente, en julio del mismo año, por una resolución del Parlamento
Europeo en la que se señalaba la especificidad
cultural de la producción cinematográfica y televisiva, y la necesidad de
darle un trato preferencial (12) .
La ofensiva
estuvo encabezada por Francia, país con la política pública más clara sobre la
cuestión de la defensa cultural en Europa, y donde mayor es, no por casualidad,
la resistencia frente al dominio estadounidense sobre la recaudación
cinematográfica nacional (13).
En las
negociaciones del GATT, los franceses se preocuparon por defender en particular
dos medidas: la cuota del 60 por ciento de contenido europeo sobre las
películas emitidas por televisión, y el impuesto del 13 por ciento sobre las
entradas vendidas, que se destinaría a subvencionar películas innovadoras,
salas de arte y ensayo, distribuidoras independientes, festivales y escuelas de
cine, etc., por valor de 150 millones de dólares anuales (14).
Quizá para
sorpresa general, el argumento sobre la exclusión cultural llegó a poner en
peligro la posibilidad de conseguir un acuerdo global en la fase final de la
Ronda Uruguay, con 103 Estados esperando un acuerdo a mediados de diciembre de
1993. El presidente de EE UU, Bill Clinton, adoptó la decisión política de no
tirar por la borda siete años de conversaciones por causa del comercio
audiovisual, porque Estados Unidos no pudiera alcanzar el acuerdo deseado. En
concreto, Estados Unidos presentó objeciones a la cuota de contenido europeo
impuesta por la directiva de la UE sobre televisión, de 1989, y a las
subvenciones destinadas a la producción cinematográfica europea (15).
Algunos
informes sugieren que la firme posición de Jack Valenti, el presidente de la
Motion Picture Association of America (MPAA) no fue compartida por los grandes
estudios de Hollywood. Según esto, Europa tiene un importante potencial de
crecimiento, del que la industria estadounidense sacaría provecho en cualquier
caso (16).
Por otra parte, aunque
esto no salió a relucir entonces, en determinados círculos de Hollywood se
reconocía que una industria cinematográfica fuerte era algo positivo para
Hollywood, pues podría actuar como cantera de talentos, aspecto nada
desdeñable; también, en privado, se aceptaba que, en cualquier caso, no se
trataba de un problema puramente americano, ya que, excepto tres, todas las
grandes empresas cinematográficas de Hollywood estaban en manos de capital
extranjero (17).
La Unión
Europea logró la exclusión de los servicios audiovisuales en el paquete de liberalización
del comercio acordado con Estados Unidos. De hecho, EE UU mantuvo una posición
muy arraigada, que se remonta a los orígenes del GATT en el periodo inmediatamente
posterior a la II Guerra Mundial: se negó a aceptar el deseo de la Comisión de
congelar las cuotas televisivas y los programas nacionales de apoyo a la
producción cinematográfica. Aunque Estados Unidos accedió a la exclusión del
sector audiovisual, es importante tener en cuenta que no fue una aceptación del
principio formal de la exclusión
cultural defendido especialmente por Francia. Estados Unidos insistió en que se
deberían celebrar negociaciones bilaterales entre la Unión Europea y EE UU en
el futuro.
A menudo se
ha señalado que, para Estados Unidos, el comercio audiovisual es sólo un
negocio, mientras que para los europeos es tanto un negocio como (cuando
conviene) una cuestión cultural. Esto se refleja en el lenguaje empleado en el
debate, donde el intercambio de opiniones entre Leon Brittan, el negociador de
la UE, y Mickey Kantor, representante de EE UU, puso de manifiesto algunas diferencias
implícitas muy profundas. Kantor dijo;
"El
mejor modo de proteger los intereses de nuestros artistas, intérpretes y
productores ‑así como el libre flujo de información en todo el mundo‑
es reservar todos nuestros derechos legales para responder a políticas
discriminatorias en esas áreas" (18).
En un tono
muy distinto, Leon Brittan se refirió al derecho legítimo de la Unión Europea
a proteger su cultura (en singular, adviértase). En términos más punzantes,
François Mitterrand consideró que lo que había estado en juego era "el
derecho de cada país a crear sus propias imágenes. Una sociedad que renuncia a
los medios [de que dispone] para mostrarse a sí misma pronto sería una sociedad
esclavizada" (19).
Así pues,
mientras que en Estados Unidos la retórica es la correspondiente al mercado, el
negocio y la libertad de comunicación, en Europa, al menos en los ámbitos de la
producción y de la política, se tiende claramente a hablar en metáforas de
guerra cultural, a representar a Europa como si tuviese una cultura y una
identidad de carácter nacional. De hecho, la idea de la exclusión cultural ‑o
por expresarlo en términos menos incondicionales, el empleo de argumentos
culturales para la exclusión de determinados bienes y servicios‑ no tiene
nada de nuevo. Cuando se comenzó a negociar el GATT, en 1947‑48, el
propósito de EE UU, al igual que ahora, era 'conseguir que los países se
pusieran de acuerdo para levantar todas las restricciones sobre la libre
circulación' (20). Pero los británicos, por ejemplo, estaban resueltos a aferrarse
a sus cuotas cinematográficas existentes para proteger su industria. En
aquella ocasión ‑lo mismo que en ésta, realmente‑ al final no hubo
acuerdo sobre el principió de exención (2 l).
Detrás de
los argumentos sobre el GATT se esconden algunas diferencias muy profundas en
las concepciones sobre las industrias culturales y sobre la relación de la
cultura con la cohesión social y política, o por decirlo en un lenguaje
diferente, sobre cómo se entiende, en los medios oficiales, la función de la
cultura en relación con la construcción de identidades colectivas.
Todo ello
está profundamente arraigado en dos factores. Primero, que Estados Unidos carece
de política cultural en cuanto tal, en lo que respecta a la industria
audiovisual, que es su segundo sector comercial de mayor éxito. La perspectiva
estadounidense consiste en que las industrias culturales se ocupan básicamente
de la prestación de servicios de entretenimiento. Existe, a este respecto, un
compromiso con el libre comercio, en el cual se considera que el comercio de
bienes culturales no es diferente de ninguna otra forma de comercio. Esta
línea tiene profundas raíces históricas, que se pueden remontar a antes de la
I Guerra Mundial (22). Los argumentos actuales de la MPAA tienen también sus
precedentes históricos. Por ejemplo, el énfasis en la libertad de información ‑que
es, por supuesto, útil desde el punto de vista pragmático, pero que está ligado
también, en sus raíces, a las nociones implícitas en la Primera Enmienda‑
fue nuevamente objeto de debate en la época de la Organización Internacional de
Comercio y de las conversaciones del GATT de 1946‑47. También entonces se
llegó a la conclusión de que era preciso criticar todas las formas de
restricción sobre el comercio.
En segundo
lugar, y muy en relación con lo anterior, aunque el grado de intervencionismo
es bastante variable en Europa, se puede afirmar que, en general, la
concepción existente sobre la relación entre cultura y Estado es totalmente
distinta de la vigente en Estados Unidos. Pese a ser defendida por un Comisario
Europeo de nacionalidad británica, la perspectiva europea sobre el comercio audiovisual planteada durante las últimas
negociaciones del GATT es, quizá, de inspiración esencialmente francesa. Lleva
la impronta de la inveterada preocupación por el papel de la intervención
estatal en la configuración de la cultura nacional. Pero, por supuesto, tiene
características contemporáneas específicas, que se remontan a la política
audiovisual francesa desde principios de los años 80. La política
cinematográfica y televisiva de Jack Lang se orientaba conscientemente hacia la
defensa de una industria francesa que estaba perdiendo su cuota de
participación nacional en el mercado, en favor de Estados Unidos (23).
Permítanme
forzar mi argumento un poco más, para indicar que, al menos en parte, la
posición estadounidense sobre el GATT tiene sus raíces en una premisa esencial
no declarada: a saber, que, dado que el concepto oficial de la americanidad es una imagen jurídico‑política
de la colectividad, más que una imagen cultural nacional, los círculos
oficiales no son muy propensos a considerar la cultura transmitida como un
objeto de política orientada al logro de la identidad nacional (24). Es como
si la argumentación con respecto al GATT expresase dos modelos extremadamente
simplificados de lo que es importante en la constitución de las identidades
nacionales: la concepción europea de la colectividad, centrada de forma
explícita en la cultura nacional, en contraposición a la concepción constitucionalista
sobre la organización política, vigente en Estados Unidos, aunque no declarada
(25).
Naturalmente,
el logro de la exclusión cultural ha sido sólo una operación de contención.
Para lograr una
competencia efectiva en el mercado mundial, el siguiente paso tiene que ver con
el grado y el tipo de intervención que serían necesarios. Esto es lo que está
actualmente en juego y a lo que deben referirse los argumentos. Quiero señalar
que, si se quiere que el principio de subsidiariedad sea realmente un aspecto
importante en la futura evolución de la Unión Europea, corre serio peligro de
ser ignorado en la política audiovisual que se está gestando.
A este
respecto, la UE propone un argumento económico con un rostro cultural. Con
esto no pretendo sugerir que el hecho de invocar el aspecto cultural sea
simplemente una cínica maniobra. Creo que expresa algo muy profundo ‑un
sentimiento de en dónde deberían
establecerse las fronteras de la identidad colectiva, si se quiere llegar a
formar una entidad política europea‑, pero al mismo tiempo responde a la
necesidad de proteger y fomentar la producción industrial y 1a circulación de
la imagen en movimiento a este lado del Atlántico. Se trata, en efecto, de un
argumento sobre cultura nacional llevado
al ámbito de la Unión. Pero, a pesar de las reclamaciones retóricas, la UE carece de una cultura trascendente
común, así como de una identidad análoga a las culturas e identidades
nacionales de sus Estados integrantes (26).
En 1994
fuimos testigos de un cierto replanteamiento de la naturaleza de la
intervención europea en el proceso de producción y distribución audiovisual.
Se ha dado un cambio significativo, en el empleo de un nuevo lenguaje, más
pronunciadamente tecnicista y economista, en el que la anterior referencia a un
"espacio audiovisual europeo" está siendo reemplazada por la
apelación a un "área de información europea" (27).
En el
contexto posterior a la aprobación del GATT, una serie de factores influyen en
la redefinición del enfoque de la política sobre los medios de comunicación. La
nueva concepción de la cultura refleja la creciente convergencia tecnológica
entre la radiotelevisión y las telecomunicaciones, junto con un reconocimiento
de que el inminente desarrollo de la compresión digital tendrá profundas
implicaciones sobre la capacidad de radiodifusión, con el acceso potencial de
los espectadores a 500 canales. En este entorno, no tiene mucho sentido hablar
de control de contenidos mediante cuotas. Esto ha dado pie a la idea,
condicionada por la tecnología, sobre la creación de un espacio comunicativo
común en la Unión Europea. Por otra parte, se acepta que la conclusión del GATT
supone sólo un respiro temporal, y que hace falta una nueva estrategia
industrial que desarrolle una base de programación suficientemente amplia en
Europa, para volver a ganar posiciones en el mercado (28).
Como lo
muestran recientes documentos de la UE, dicho enfoque tiene profundas implicaciones,
en primer lugar en lo que se refiere a la visión sobre la cultura y de la
identidad, y en segundo lugar con respecto a los conceptos de pluralismo y
ciudadanía y su relación con los medios audiovisuales.
En el
terreno de las políticas, con posterioridad a la aprobación del GATT, el
debate se ha centrado, en Europa, en el Libro Verde de la Comisión Europea,
publicado en abril de 1994 (29). Junto a él hay que destacar el informe de un
grupo de expertos, presentado en marzo de 1994 (30). Ambos documentos fueron
realizados por la DG X de la Comisión Europea, presidida por Joao de Deus
Pinheiro.
De ambos, el
Informe es con mucho el más interesante y presenta una estrategia coherente de
intervención en el mercado europeo, mientras que el Libro Verde se ciñe a su
dimensión normativa ‑por buenas razones políticas‑ y plantea un
gran número de cuestiones para su posterior debate. En la Conferencia
Audiovisual Europea, convocada para discutir el futuro de la política en este
campo, en junio/julio de 1994, el Comisario Pinheiro recalcó, no una, sino dos
veces, que el "atrevido" Informe del grupo de expertos no representaba
la política oficial, y que una "clara línea" lo separaba del Libro
Verde (31). Evidentemente, en lo que el grupo de expertos se había equivocado
era en argumentar un caso puramente económico, que tuvo que ser escamoteado por
motivos políticos.
Comentaré
aquí ambos documentos, pero me centraré más en el Informe, que ha sido, si no
oficialmente desautorizado, al menos marginado, aunque buena parte de las
ideas que contiene influyeron sobre el Libro Verde.
Ambos
informes plantean la cuestión de la europeización de una industria audiovisual
fragmentada por países, y en ambos se observa un abandono de los métodos
microeconómicos hasta entonces empleados en el programa MEDIA, con un enfoque
más macroeconómico. Aparte de la retórica de la convergencia y de la
invocación a la superautopista de la
información, se concede una gran importancia a las consideraciones esbozadas en
el reciente Libro Blanco de la Comisión sobre
Crecimiento, competitividad y empleo.
El
diagnóstico de los males de la industria audiovisual en la Unión Europea es, en
resumen, el siguiente;
En los
últimos diez años se ha observado una pérdida del 50 por ciento del mercado
cinematográfico europeo y de dos terceras partes de su audiencia; las películas
europeas quedan relegadas en gran parte a sus mercados nacionales, de modo que
el Mercado único favorece las producciones estadounidenses, que cuentan con
el respaldo de unos mecanismos de distribución eficaces; el star system europeo se ha derrumbado y las producciones europeas no constituyen
una inversión atractiva dentro de la UE; los cambios liberalizadores en la
televisión y el crecimiento de la distribución videográfica han reforzado la
posición de Estados Unidos. Frente a esto, la intervención de la UE (en forma
de subvenciones y por medio de la directiva Televisión
sin fronteras), ha resultado,
hasta ahora, ineficaz. Europa está aprisionada en sus sistemas nacionales, con
un bajo índice de distribución de programas entre unos y otros países, débiles
estructuras de producción y escasez de producción comercial (32).
La
europeización puede ser un proyecto
curativo frente a los males de la fragmentación en mercados nacionales: es
preciso superar este nivel, si la Unión Europea quiere competir en una economía
en proceso de transnacionalización. En apariencia, el Informe del grupo de
expertos se sitúa en el campo de batalla de la cultura. Sin embargo, pese a
utilizar el lenguaje de la lucha política, en él se da prioridad a lo
económico sobre lo sociocultural. La sugerencia más crucial se refiere al
fomento de la producción cinematográfica y televisiva europea mediante
impuestos sobre las entradas de cine, ingresos de las cadenas de televisión y
alquileres de vídeo. Esto supone un paso atrás con respecto al empleo de cuotas
en previsión de la llegada de los multimedia.
Esta visión
de las cosas está presente también, en aspectos esenciales, en los criterios
de política industrial de la Comisión Europea, recientemente expresados en el
informe del denominado Grupo de alto nivel
dependiente del Comisario de Industria, Martin Bangemann, informe publicado en
mayo de 1994 (33). La creación de mecanismos de mercado que rompan las
situaciones monopolísticas y anticompetitivas existentes son considerados como
el camino hacia la sociedad de la información,
uno de cuyos aspectos esenciales es la liberalización del sector de las
telecomunicaciones. Paralelamente, se plantea la necesidad de una nueva
regulación global a escala europea, en el campo específico de la participación
cruzada en la propiedad de distintos medios de comunicación, respeto de la intimidad,
codificación y derechos de propiedad intelectual. También aquí se plantea como
una tecnoutopía la superación de la
diversidad cultural europea exclusivamente mediante las fuerzas de mercado:
"una vez que el acceso a los productos resulte más fácil para los consumidores,
habrá más oportunidades de expresar la multiplicidad de culturas y lenguajes
existentes en Europa' (34). Hasta ahora, esta propuesta no se había planteado
por temor ante las posibles reacciones de los Estados miembros, pero justamente
esta visión de las cosas es la que hay que abordar y cuestionar (35).
Hay que
tratar de adaptar esta lógica económica a la lógica política, es decir, hay que
aceptar o evitar las resistencias que puedan surgir al amparo de la soberanía
nacional o de reclamaciones de identidad regional, lo que en otros términos se
conoce como principio de subsidiariedad.
En las
reflexiones sobre las cuestiones europeas, la cultura suele incluirse como
categoría residual, pese a toda la aparente retórica a su favor.
Paradójicamente, la diversidad y la identidad culturales se consideran
obstáculos para la racionalización económica, y, al mismo tiempo, como recursos que podrían permitir el logro
de un tipo particular de crecimiento del mercado bajo el impulso de la técnica
(36).
Pero ¿qué es
la europeización? En un aspecto,
Europa tiene el carácter de un mercado, de un espacio comercial. En otro
aspecto, está llena de contenido cultural: es lingüística y étnicamente
diversa, lo cual, desde un punto de vista económico, es una fuente de problemas,
un obstáculo para un crecimiento uniforme del mercado, y una causa de aumento
de los costes de las operaciones comerciales (37).
Desde esta
perspectiva economicista, la cultura puede tener un valor positivo sólo cuando
está determinada por una lógica puramente económica.
El argumento
principal es el siguiente. Europa necesita adaptarse al sistema de información
emergente, digitalizado y convergente, basado en el empleo de múltiples
canales y medios. A estos efectos, se podría justificar un cierto nivel de
protección y de apoyo financiero, desde la perspectiva de la lógica del
mercado, siempre que dicha intervención fomente un funcionamiento positivo de
la producción y la distribución. Pero esto requiere voluntad política, es
decir, una disposición favorable a intervenir de forma decisiva en el plano europeo, pasando de la defensa cultural
a un "enfoque orientado hacia el éxito y hacia el mercado", sobre la
base de una perspectiva internacional atenta a los cambios tecnológicos (38).
Por lo
tanto, es preciso transformar el legado audiovisual europeo en un programa‑catálogo,
y garantizar los derechos de propiedad intelectual: es así considerado,
principalmente, como un activo económico esencial, que es preciso aprovechar
(39).
Las
tendencias tecnológicas, al menos en potencia, favorecen esa orientación. Se ha
llegado a sugerir que la fragmentación de los mercados audiovisuales,
resultante de la proliferación de sistemas de distribución que trascienden
los límites fronterizos, así como el relativo declive de los sistemas públicos
nacionales de radiodifusión, pueden desembocar en la creación de nichos
internacionales que supongan una reestructuración de los patrones de consumo
europeos (40). Se dice: "La comunicación de masas... es ya cosa del
pasado. La tendencia actual consiste en una oferta televisiva personalizada,
con paquetes de productos muy individualizados" (41).
Este
argumento se fundamenta en una concepción posnacional ‑esencialmente
posmoderna‑ de la audiencia televisiva; y de hecho presupone la
abundancia de la información y un acceso generalizado a dicha abundancia. No
conocemos con claridad la eventual relación entre el consumo personalizado y
las bases tradicionales de acción e identificación colectiva, como la nación,
la región, la clase, la raza, el idioma. Aún está por demostrar que un eficaz
doblaje y subtitulado de programas, difundidos mediante compresión digital a
una audiencia fragmentaria, vaya a convertir al pasajero europeo en el equivalente del americano audiovisual. Se
están depositando, quizá, excesivas esperanzas en esa hipótesis.
Los
comentarios recientes en esta materia nos ofrecen una visión asombrosamente clara
sobre cómo la propia diversidad cultural, considerada como un obstáculo para la
europeización del mercado ‑un factor
negativo‑, podría transformarse ahora en un activo o en un recurso: "la explotación de la diversidad
cultural puede convertirse en una oportunidad que habrá que aprovechar"
(42). La nueva fórmula mágica parece ser: compresión digital + heterogeneidad
europea = rentabilidad.
De hecho,
¿tiene algún sentido, para nuestro continente, esta visión (definida en
función de consideraciones tecnológicas e industriales)? Al aceptar de un modo
tan poco crítico la fragmentación del mercado, eludo por completo la cuestión
de qué factores comunes son necesarios para que pueda establecerse, en su
momento, una comunidad política en Europa. Por otra parte, la heterogeneidad
cultural, de hecho, no es reducible a la demanda comercial: más allá del acto
de consumo, la diferencia cultural tiene consecuencias políticas y sociales
más amplias.
Un segundo
punto concierne a la validez de la proyección posmoderna del consumo cultural.
Sería conveniente para la europeización que la nación desapareciera, pero no
parece, en absoluto, que tal cosa vaya a suceder, pese a la abundancia cada
vez mayor de canales. En Europa, se estima que los patrones de consumo
nacional, en cuya definición juegan un papel decisivo las diferencias
lingüísticas, ocupan actualmente un 94 por ciento de la audiencia total; parece
probable que este panorama se mantendrá en un futuro previsible (43).
En una
aceptación parcial de este hecho, el principio de subsidiariedad es invocado de
forma explícita para salvaguardar los intereses culturales de los Estados. En
realidad, en el impulso de la europeización, la protección cultural como tal se
reduce básicamente al nivel del Estado‑nación (44). Según la hipótesis
en la que se basa el Informe del
grupo de expertos, aunque se considere conveniente apoyar la cultura nacional o
regional, esto no debe interferir seriamente en una estrategia europea de mayor
alcance. No es sorprendente comprobar que el Libro Verde pasa por alto esta cuestión y aparentemente se muestra
de acuerdo con la diversidad cultural.
Únicamente
he resaltado los elementos principales de esta argumentación. El Informe del grupo de expertos es
particularmente interesante por su franqueza al plantearse las consecuencias
de una lógica económica consecuente, y por expresarse con total claridad sobre
la concepción reductora de la cultura europea, consecuencia de dicho
planteamiento; puntos eludidos en el Libro
Verde, pero recogidos claramente y sin tapujos en el informe del Grupo
Bangemann.
En este
informe se dejan de lado al menos dos cuestiones importantes:
1.
Se tiende a ignorar la complejidad actual de las relaciones entre la europeidad, la identidad nacional y la
cultura audiovisual. Quizá merece la pena volver a señalar que la diversidad
cultural es algo más que un conjunto de prácticas de consumo susceptibles de
racionalización mediante un proceso regulador o mediante el mercado. Es la
expresión de diferencias de origen histórico, que en Europa se concentran
básicamente en el Estado nacional. En la medida en que la cultura audiovisual
se considere un simple vehículo de consumo posmoderno, y sea sometida a una
pura comercialización, se favorecerá necesariamente la diferencia existente, en
lugar de proporcionar una base para la construcción de un sentimiento de
comunidad. En otras palabras, hay razones para reconsiderar la posición de los
servicios públicos de radiodifusión, no sólo como respuesta a la
comercialización de los mercados nacionales, sino también por su relación con
el proyecto europeo en sentido más amplio, lo que obviamente requiere una cultura
política en la que apoyarse.
2.
Una nueva política de comunicación europea deberá ofrecer algún tipo de articulación
coherente de los argumentos sobre la cuestión audiovisual y aquellos otros
referidos a la participación cruzada en la propiedad de distintos medios de
comunicación (45). El motivo es que la existencia de serias lagunas en una
política audiovisual que se rige por consideraciones de política industrial o
laboral, y en absoluto ‑o apenas, por lo que sabemos‑ por
preocupaciones políticas o ligadas a la construcción de la democracia (46).
El pluralismo no será exclusivamente
el fruto de la suma del mercado y la innovación tecnológica, y, por otra
parte, todavía no existen garantías institucionales claras sobre cómo
alcanzar ese objetivo, más allá de las medidas políticas de los Estados
Miembros en apoyo de la identidad nacional o de otro tipo, y en su regulación
de la propiedad sobre los medios de comunicación. En Europa, apostar por el
caballo ganador significa alentar el crecimiento de grupos multimedia transnacionales
de base europea. Que no se trata necesariamente de un bien sin impurezas, lo
demuestran casos como la Fininvest de Silvio Berlusconi, por poner sólo el
ejemplo contemporáneo más obvio de cómo el poder sobre los medios de comunicación
puede transformarse en poder político.
Es el momento de
comprometerse en un debate global que abarque no sólo la política audiovisual e
informativa, sino también la cuestión del pluralismo de los medios, objeto de
un anterior Libro Verde de la Comisión Europea, publicado en diciembre de 1992
(47). Un informe del Parlamento Europeo argumenta que, bajo el tratado de la
Unión Europea, "la protección de la diversidad y del pluralismo
culturales entra en el epígrafe de los aspectos culturales" (48). Pero lo
que está en cuestión es, justamente, los medios de los que se dispone para
garantizar dicho objetivo.
Aunque la competitividad
económica en el mercado mundial es una cuestión de la mayor importancia, no
puede equipararse a la necesidad de atender a todas las necesidades de los
ciudadanos, en cuanto a su participación en la determinación de los asuntos
políticos y culturales. Como parte del replanteamiento de las estructuras y de
los sistemas normativos en relación con los medios de comunicación, también es
preciso considerar su relación con respecto a la diversidad cultural y a la
democracia, sin subordinar totalmente estas consideraciones a la lógica del
mercado.
Es posible que la
preocupación sobre América se haya convertido en una coartada para no pensar
con la suficiente creatividad sobre Europa.
AGRADECIMIENTOS
Este
artículo fue escrito como una colaboración para la conferencia internacional
sobre El GATT las artes y el Intercambio
cultural entre Estados Unidos y Europa, celebrada en la Universidad de
Tilburg (Holanda). Quiero expresar mi agradecimiento a sus organizadores ‑la
Boekmanstichting de Amsterdam y la Universidad de Tilburg‑ por invitarme
a hablar sobre este importante tema de debate. Doy las gracias en particular a
mi colega Nancy Morris, por las provechosas conversaciones mantenidas.
Traducción:
Antonio Fernández Lera
NOTAS
(1) Ver la discusión sobre este tema en A. LOMAN, Culture and comrnunity law before and after
Maastricht (Deventer: Kluwer Law and Taxation Publishers, 1992). págs. 190‑212,
(2) Ver KARLHEINZ Reif, "Cultural convergence
and cultural diversity as factors in European identity", págs. 131‑153,
en Soledad GARCIA (ed.) European Identity
and Me Search for Legitimacy (Londres, Pinter Publishers, 1993).
(3) Con respecto a los distintos puntos de vista
sobre el federalismo, ver John PINDER, "Federalism versus Nationalism: The
Europen Cmmunity and the New Europe" en New Europe Law Review 1993, vol.
1, págs.239-256 y Oyvind OSTERUD, The
Structural limits to integration: Centralisation, sovereignty and
democracy in the EU, informe no publicado, 1994.
(4) Philip SCHLESINGER, "Europeanness ‑ A
new cultural battlefield? , Innovation 5
(2) 1992, págs. 11‑23. Ver también Josep LLOBERA, The role of the State
and the Nation in Europe , en GARCÍA (ed,) op. cit., págs. 75‑76.
(5) Ver Denis McQUAIL, Media performance Mass communication (ande the Public Interest (Londres,
SAGE Publications, 1992), capítulo 22.
(6) Arthur M, SCHLESINGER Jr., The disuniting of America: reflections on a multicultural society Whittle
Direct Books, 1991
(7) Ver, por ejemplo, Benedict ANDERSON,
Exodus", Critical Inquiry, 20,
1994, págs. 314‑327; Arjun APPADURAI, "Patriotism and its futures",
Public Culture, 5, 1994, págs, 441‑429.
(8) Ver Orvar LOFGREN, Materialising the nation in
Sweden and America", Ethnos, 58
(3‑4), págs, 173‑174. A finales del siglo XIX, cuando los nuevos
movimientos migratorios procedentes del sur y del este de Europa adquirieron
un mayor relieve, la americanización de los recién llegados se convirtió en una
cuestión política de gran importancia. El concepto de "actividades
antiamericanas" data de este periodo, al igual que la extensión de
ceremonias nacionales como el juramento de la bandera y la enseñanza de
educación cívica [civics]. La construcción consciente de una nueva identidad
histórica y la búsqueda de una cultura popular se produjo en el periodo
anterior a la I Guerra Mundial. La americanización se concibió en aquella época
como una especie de proceso de conversión antropológica totalizadora,
(9) Nuestra capacidad de subversión de las políticas
mediante actos de consumo y procesos de interpretación puede desbaratar los
criterios racionalistas que en las que se basa la gestión cultural en el ámbito
del Estado nacional. En términos generales esos criterios son los siguientes:
a. que los medios y los fines de
la política cultural pueden identificarse sin ambigüedades, y que, por lo
tanto, se puede actuar sobre ellos;
b. que un sector de actividad
cultural puede ser transformado mediante la aplicación de una determinada
política;
c. que el espacio donde se lleva
a cabo una determinada acción política es limitado y relativamente predecible;
d. que se puede lograr un
equilibrio viable entre la intervención estatal y el funcionamiento del
mercado. Es bastante difícil lograr resultados predecibles en el ámbito del
Estado nacional, Una gestión cultural a gran escala es aún más complicada en
el contexto de una Europa supranacional, con unas fronteras político‑culturales
en continua mutación.
Un problema específico con respecto a un proyecto
supranacional es que los Estados existentes dentro de la Unión Europea suelen
ser poderosos focos de identificación cultural para sus poblaciones. En
consecuencia, la elaboración de políticas concretas por parte de la UE, como
agente cultural, es problemática en sí misma.
(10) Citado en Antonio‑Pedro VASCONCELOS,
presidente, Report by the Think Tank al
Comisario europeo responsable de la DG X, marzo de 1994, p. 16.
(11) John CARVEL, Euroluvvies cast Brittan as
Hollywood stooge", Guardian, 29
de septiembre de 1993, pág. 8.
(12) Julian NUNDY, "Franco defends its heritage
from Rocky III, Independent, 22 de noviembre de 1993.
(13) Mientras que las películas americanas
acapararon un 93 por ciento de la recaudación de las taquillas británicas en
1992, en Francia la cifra fue del 58 por ciento En los otros dos de los cuatro
grandes Estados de la UE, Hollywood ocupó más del 80 por ciento del mercado
alemán y el 68 por ciento del italiano. Film
and Televisión Handbook 1994 (Londres: BFI Publishing), pág. 44. Cuadro 16.
(14) Michel CIMENT, Wide angle ora Europe's cinema
crisis", Observen 12 de
diciembre de 1993, pág, 5; David ROBINSON, "A case of Hollywood ‑ or
bust?", Times. 16 de diciembre
de 1993, pag 31.
(15) Frances WILLIAMS, "Europe baulks at
Hollywood's onslaught", Finamcial
Times, 10.11,93, pág, 7; David DODWELL, US opts to bide time ora audio‑visual
battlé", Fiiancial Times, 15.12.93,
pág. 6.
(16) Christian MOERK y Michael WILLIAMS "Nat
GATT‑flies, Recession and Eurocrats can't nix global ties", Variety, 20.12.93, 1 y 62.
(17) Jeffrey GOODELL. "The French
revolution". Premiere, mayo 1994,
26, En la actualidad serían todos menos cuatro estudios. en caso de tener éxito
la iniciativa más reciente. Ver Mark TRAN, "Hollywood's new moguls unite
to shoot down film's big severa". Guardian.
13 de octubre de 1994, pág. 1, y Treading the footsteps of Chaplin and Mary
Pickford , Guardian, 14 de octubre de
1994, pág. 17; Alice RAWSTHORNE, Silver screen glows gold" Financial Times 15‑16 de octubre
de 1994, pág, 9.
(18) Citado en New
Media Markets, 16 de diciembre de 1993. pág, 5.
(19) Citado en Jeffrey GOODELL, "The French
revolution", Premiere, mayo
1994, 26.
(20) Ian JARVIE, Hollywood's
Overseas Campaign THe North Atlantic Movie Trade, 1920‑1950 (Nueva
York: Cambridge University Press, 1992), p. 251,
(21) "Por criterios tácticos, el Reino Unido no
quería pedir que las películas fuesen tratadas como un bien comercial excepcional,
ante el temor de que otros países presentaran otros bienes como candidatos para un trato excepcional similar, se temía que la aplicación de una exención general a
las cuotas cinematográficas impulsase a otros países a poner en vigor cuotas
que pudieran constituir una barrera para las películas británicas; por tanto,
el Reino Unido dudaba en pedir la exención de la legislación actual, dado que
eso les ataría las manos en caso de imponerse cuotas más elevadas. Se consideró
que la mejor opción era dejar las películas totalmente fuera del GATT".
JARVIE, op. cit., págs. 251‑1. Los americanos estuvieron en desacuerdo y
finalmente se llegó a un compromiso.
(22) Como señala JARVIE, [op, cit., p 17], una parte
de la política general ha consistido en "utilizar el poder y la influencia
económica de Estados Unidos para forzar a otros países a aceptar las políticas
del desarrollismo liberal: acceso igual y abierto al comercio y a las
inversiones, y énfasis en la propiedad privada frente a la pública"
(23) Ver Susan HAYWARD, "State, culture aNd the
cinema: Jack Lang's strategíes for the French film industry 1981‑93",
Screen 34 (4). 1993, págs, 380‑391.
(24) Pero, después de todo, este punto de vista no
es compartido por todo el mundo en América del Norte. Para una analogía
pertinente de la respuesta europea, debemos fijarnos en Canadá, en sus
recientes negociaciones comerciales con Estados Unidos. La exención cultural a
que aspiraba la Unión Europea había estado, al parecer, intuida por consejos
basados en la experiencia canadiense, en el anterior acuerdo de libre comercio
Canadá‑Estados Unidos y en las negociaciones del acuerdo norteamericano
de libre comercio con Estados Unidos. Las industrias culturales canadienses
quedaron al margen del NAFTA, con un argumento cultural absolutamente explícito.
a saber, con el propósito de impedir la estandarización cultural de los
contenidos y el completo control extranjero de la distribución, Ver Colin
HOSKINS, Adam FINN y Stuart McFADYEN, Television and film in freer
international trade environment: Why the US dominates and what Canada should do
about it", documento presentado ante la Conferencia Internacional Media, culture and free trade. NAFTA's
Impact on cultural industries in Canada, Mexico and the United States, 3‑5
de marzo de 1994. Austin, Texas. Esto está en consonancia con la función
explícita de garantizar el pluralismo cultural, asignada a los medios de
radiodifusión canadienses, así como el deseo de resaltar su diferencia cultural
con respecto a Estados Unidos. Pese a la mayor complejidad y a la mayor escala
de la Unión Europea, es inconfundible la similitud del principio implícito a
este lado del Atlántico, Ver Marjorie FERGUSON, Invisible divides: communication and identity in Canada and the US", journal of Communication, 43
(2), 1993, págs. 42‑57.
(25) Quisiera referirme aquí a un argumento
planteado por el filósofo político estadounidense Sheldon WOLIN, quien sugiere
que, históricamente, el federalismo de EE UU ha creado una nueva cultura
política, al apartar a los ciudadanos de sus fidelidades locales y reconstituir
sus fidelidades fundamentales en el ámbito nacional, por supuesto no sin
conflictos (incluida la guerra civil). Pese a los profundos cambios ocurridos,
la reinterpretación de la Constitución, "mediante palabras o por la
fuerza'', ha sido un elemento constitutivo esencial de la americanidad,
definiendo una sucesión de relaciones entre el pueblo y el poder político. Ver The presente of the past. Essays en Me State
and the Constitution (Baltimore & Londres, The Johns Hopkins University
Press, 1988).
(26) Estos son temas que he abordado ampliamente en
los últimos años. Ver, entre otros, mis ensayos en Media, State and Nation: Political violence and collective identities (Londres:
SADE, 1991) Al hablar en estos términos, por cierto, permítanme dejar
totalmente claro que soy consciente de que ni la cultura ni la identidad
nacionales son términos libres de toda sospecha, y que ambos son contestados y
contestables con arreglo, por ejemplo, a diferencias de raza, religión, sexo o
clase. Por otra parte, las naciones sin Estado de Europa constituyen una base
adicional de diferencia con respecto a la cultura de los Estados nacionales.
En aras del argumento general, no obstante, dejemos a un lado estas
complejidades.
(27) Ver Comisión Europea, Strategy options to strengthen the European Programme Industry in the context of the audiovisual policy of the
European Union, abril de 1994, p. 17 y p 35. donde se hace referencia a
este aspecto como objetivo infraestructural, Ignoro si este cambio de
terminología, que supone un replanteamiento de la visión de las cosas, ha sido
señalado y comentado anteriormente de forma explícita por otros.
(28) Con posterioridad a la exención cultural de facto del año pasado, en círculos del
Ministerio de Cultura francés se reconocía que lo único que se había ganado era
tiempo y que era necesario pasar de las concepciones defensivas, materializadas
en cuotas y subvenciones, a una política industrial de carácter más global, un
aspecto que parece tener una mayor resonancia en el debate posterior. Ver
Michael WILLIAMS y Adam DAWTREE, "GATT spat wake‑up ora Yank market
muscle , Varléty, 27 de diciembre de
1993, págs, 46 y 49.
(29) Strategy
options, op. cit, Segun algunos informes, los intereses industriales de EE
UU han considerado que la sugerencia del grupo de expertos del Comisario
Bangemann, consistente en emplear medidas fiscales, en lugar de la cuota, como
medida de apoyo para fomentar la producción audiovisual. Sin embargo, no ha
suscitado un entusiasmo incondicional en Europa, en cuyos Estados nacionales
no se acepta que haya una "industria europea" que apoyar, sino más
bien una serie de industrias nacionales, No obstante, la lógica implícita en
esta sugerencia de cambio es que las cuotas serán eludidas mediante los medios
multimedia, que pueden dar pie a situaciones de abuso (hay, ciertamente,
indicios de que su cumplimiento no es ni mucho menos completo) y que
representan una defensa incompleta o, si lo prefieren, un agujero en el dique.
(30) Report by
the Think Tank (Informe del Grupo de expertos, presidente, Antonio‑Pedro
VASCONCELOS), Bruselas, marzo de 1994.
(31) Discurso inaugural del profesor Joao de DEUS
PINHEIRO, Conferencia europea sobre política audiovisual, Parlamento Europeo,
Bruselas, 30 de junio de 1994, pág. 3.
(32) Ver Report, capítulo 2, y Strategy
options, capítulo 2.
(33) Europe
and the global information society: Recommendations to Me European Council, Bruselas,
26 de mayo de 1994.
(34) Op,
cit, pág. 11, Ver también "Europe lays down infobahn foundation", Media Policy julio de 1994, pag 9.
(35) Emma TUCKER, Brussels setback for media
owners", Financial Times, 22 de
septiembre de 1994, pág. 2.
(36) Después de escribir este articulo, me intrigó
encontrarme con el siguiente comentario de Bruno de Witte: "la diversidad
lingüística es percibida no como un valor en sí mismo, sino más bien como un
posible obstáculo para la integración económica transnacional, que debe ser
cuidadosamente examinado por la Comisión Europea y el Tribunal„, La distinción
original... entre la esfera económica y la cultural está desapareciendo como
resultado del desbordamiento de la integración europea„, pero la Comunidad
Europea sigue sin ofrecer recursos constitucionales para lograr un equilibrio
meditado entre las necesidades de ambas esferas de actividad". Cultural
legitimation: Back to the language question", en GARCÍA (ed.), op. cit.,
pág. 164.
(37) Report, pág.
24: En nombre del derecho de las minorías culturales y lingüísticas a expresar
su identidad, Europa, hacia finales de los años 60, aceleró la tendencia
centrífuga de una industria cuyos fundamentos económicos exigían la concentración
[empresarial]„, Los dirigentes rara vez fueron capaces de vencer.„ la
contradicción entre... la dimensión local del tema y la necesaria
transnacionalidad de las audiencias".
(38) Tomado de Reporl,
pág. 57; el resto del párrafo es mi interpretación del significado general
de su argumentación.
(39) Es
preciso estudiar con mayor detenimiento las radicales implicaciones de la
decisión de dar igual tratamiento al legado audiovisual que a otras partes más
consagradas del patrimonio cultural europeo,
como la escultura y la pintura. La misma línea de argumentación es adoptada por
el grupo Bangemann, op. cit, p. 10‑11. Ver también John E. PUTNAM II, "Common
markets and cultural identity: Cultural property
export restrictions in the European Economic Community"", The
University of 'Chicago Legal
Forum, 1992 457‑476.
(40) Ver Report,
pág. 64, Ver también Strategy
options, p. 10.
(41) Ver Report, pág. 64.
(42) Strategy
options, pág. 12.
(43) Ver Cathy STEWART. Julian LAIRD, Me European Media Industry‑
fragmentation and convergence in broadcasting and publishing (Londres:
Fínancial Times Business Information, 1994), pág, 5.
(44) Ibid. pág, 57.
(45) Como ha sido reconocido de pasada en el Report, pág. 63, y Strategy options, pág. 53.
(46) Para el grupo de expertos, la expansión de
servicios "en áreas como la educación, la formación y la información
pública" tiene que ver, principalmente, con la rentabilidad y con el
suministro de programas informáticos explotables en un "entorno plenamente
multimedia e interactivo" (Report, pág
62).
(47) Ver Comisión de las Comunidades Europeas, Pluralism and media concentration in the intemal market An assessment of the need
for Community action, COM (92) 0480 Final, Bruselas 23 de diciembre de
1992.
(48) Report of
the Committee on Culture, Youth, Education and the media on the Commission
Green Paper Pluralism and media concentration in the internal market, COM (92) 0480 ‑ C3‑0035/93), Ponentes:
Ben Fayot y Dieter Schinzel, A3‑0435, 5 de enero de 1994, pág, 8. El
Parlamento Europeo se ha declarado a favor de una directiva contra la
concentración de medios y en favor de medidas europeas para garantizar la
libertad de información, la ética profesional y la independencia de los
periodistas.