La televisión en la guerra de Vietnam
Una experiencia única, 20
años después
Juan Manuel Fernández
A los 20 años de la caída
de Saigón, la televisión, que llevó la tragedia de la
guerra hasta el cuarto de estar, es hoy el medio que mejor colabora con los
estamentos del poder en la transmisión de una distante realidad virtual.
Qué recuerdo
nos queda, veinte años después, de la guerra de Vietnam? Una niña corre desnuda
por una carretera huyendo del napalm, el jefe de la
policía de Saigón descarga su revolver en la sien de
un guerrillero del Vietcong, decenas de miles de
universitarios protestan en Washington contra el conflicto... Son las imágenes‑símbolo de Vietnam, que la televisión llevó
a todos los hogares y marcaron el desarrollo de una generación dentro y fuera
de Estados Unidos.
¿Conservamos
en nuestra memoria, acaso, impresiones visuales tan vivas de algunos de los
otros muchos acontecimientos bélicos que se han registrado después en el mundo?
Es difícil recordar lo que no se ha visto.
La guerra de
Vietnam, especialmente desde 1968, es un espectáculo de televisión único. La
caída de Saigón ‑cuyo vigésimo aniversario se
cumple el 30 de abril‑ cierra una etapa en las
relaciones entre los medios informativos y los estamentos del poder. Tras aquella
guerra, en la que murieron más de 57.000 americanos y casi dos millones de
asiáticos, las Fuerzas Armadas de Estados Unidos extrajeron una lección que
desde entonces no han olvidado: la televisión, bajo control.
La invasión
de la isla de Granada (1983), la de Panamá (1989), la guerra del Golfo (1991) o
el desembarco en Haití (1994), como el conflicto de las Malvinas de 1982,
fueron aparentes maniobras en las que el Ejército cumplió con exactitud un
plan trazado en los cuarteles generales o hizo alardes de su pericia en el
manejo de las armas más sofisticadas. En ellas, se permitía a los reporteros
llegar en el momento justo, para que pusieran su voz e ilustrasen con su
presencia los vídeos que les proporcionaba la autoridad militar.
En Vietnam
la televisión y el resto de los medios ejercieron su libertad: correctamente en
muchos casos, de modo incorrecto en otros. Entonces, la información se impuso a
la censura, seguramente porque todavía el efecto de ese medio de masas
resultaba a todos imprevisible. Hoy, el recelo y la desconfianza presiden las
relaciones entre periodistas y militares.
Con el
respaldo de una buena parte de la sociedad, que en la época de Reagan se sacudió sus demonios
(Vietnam, Watergate, rehenes de Teherán...) culpando
a los medios de hacer una política informativa contraria a los intereses
nacionales, situaciones como las del sureste asiático en los años sesenta no se
volverán a repetir. La Administración hizo suya la conclusión del presidente
Richard Nixon: "No más Vietnams".
El resultado
de aquella experiencia permite afirmar que los medios salieron divididos entre
sí, aislados de la sociedad y enfrentados al adversario fortalecido de la
censura militar. "Vietnam fue el final de nuestra inocencia",
escribió un veterano corresponsal. Todo, entonces, parecía que se producía por
primera vez. Y lo cierto es que una de las pocas cosas inéditas era la
presencia de la televisión. Fue "la primera guerra televisada" y la
influencia de sus imágenes en aquella sociedad y en los estamentos del poder
todavía hoy es motivo de controversia.
Los primeros
corresponsales de las cadenas de televisión norteamericanas llegaron a Vietnam
en 1964. Antes, algunos reporteros, enviados desde Tokio o Bangkok, habían realizado
superficiales incursiones informativas. Ese año, la NBC abrió una oficina
permanente en Saigón, con Garrick
Utley al frente. En 1965 lo hicieron la CBS, que
desplazó a la capital survietnamita a Morley Safer, y la ABC, que
contrató a Malcom Browne,
un destacado reportero de la agencia Associated Press. (Browne había ganado el
premio Pulitzer en 1964, compartido con David Halberstam, corresponsal del New York Times).
Con ellos
llegaba otra forma de informar. Eran muy jóvenes, desconocían las raíces del
antiguo conflicto vietnamita, se sorprendían ante cualquier muestra de la
cultura asiática... y tenían en sus manos un poderoso instrumento, la
televisión, que, como ellos, evolucionaba rápidamente y cuya influencia no podían
controlar.
"Teníamos
que hacer frente ‑recordaba años después Garrick
Utley‑ a problemas técnicos y logísticos de los
que no habíamos sido conscientes hasta entonces (...) Las imágenes de los
soldados resultaban incompletas si no se les oía hablar, gritar, quejarse o
hasta llorar de dolor'. Los equipos empezaron grabando en blanco y negro sus
películas de 16 mm. Hasta 1965 no se generalizó el
color, que Kodak
comercializó con banda sonora incorporada. Las informaciones cobraron entonces
una autenticidad que hizo aún más profundo su dramatismo.
Los
reporteros novatos compartieron sus primeros años en Vietnam con representantes
de la vieja guardia periodística, que ya había estado en Europa y en Corea. Peter Kalisher o Charles Colingwood, por ejemplo, no entendían que sus colegas más
jóvenes empezaran a poner en cuestión,los
informes del General Westmoreland o no resaltaran
machaconamente los valores tradicionales del soldado americano.
La ruptura
profesional, sin embargo, no se produjo hasta la ofensiva del Tet, en enero de 1968, que marca un antes y un después en
el tratamiento informativo de la guerra. Hasta entonces, la mayor parte de los
periodistas se sumaban a las versiones oficiales, que justificaban la
presencia de Estados Unidos en el conflicto y auguraban un rápido y favorable
desenlace.
CBS y NBC
llevaron a Vietnam su competencia en los informativos y esta rivalidad ‑alentada
por los editores de Nueva York contribuyó a que sus
reportajes presentaran siempre un carácter más expositivo que reflexivo.
Parecía como si la cámara empezara a hablar por sí sola. Michael Arlen, el crítico del New Yorker, escribió: "Las cámaras tienen
una lógica propia, diferente a la de las personas que las manejan".
El
incremento anual de la presencia en Vietnam de soldados norteamericanos
(200.000 en 1965) hizo que los telediarios, que desde 1963 doblaron su tiempo
de 15 a 30 minutos, incluyeran diariamente reportajes en torno a la guerra. Por
primera vez, los enviados especiales adquirían renombre en detrimento de los
presentadores. Algunos de éstos viajaban al lugar del conflicto Walter Cronkite, el más prestigioso de todos, lo hizo en 1965 y
1968), en donde se rodeaban de la tropa, entrevistaban
a los mandos y hacían comentarios sobre el peligro de la infiltración comunista
representada por el Vietcong.
Entre 1965 y
1975 se emitieron más de diez mil crónicas sobre la marcha de la guerra en los
telediarios de las tres cadenas nacionales (1). En
esos diez años, unos 200 profesionales de la televisión norteamericana
(reporteros, cámaras, productores...) se acreditaron en Saigón
(2). Otros muchos, de cualquier nacionalidad,
actuaban como free lancers,
bajo escaso control.
Sólo en
ocasiones muy relevantes, los productores contrataban un satélite para el
envío de las informaciones. Hacerlo era muy costoso:
5.000 dólares por un espacio de cinco minutos. Las películas, minutos. Las
películas, generalmente, salían por vía aérea hacia Nueva York
o Los Ángeles, donde se editaban y quedaban listas
para su emisión, aunque con un considerable retraso respecto al material
suministrado por la agencias y los diarios.
LA GUERRA, EN LOS HOGARES
Ya antes de
la caída del presidente Ngo Dinh
Diem, en otoño de 1963 ‑víctima de un golpe
organizado por la
El equipo de
reporteros de la CBS se encontraba en la zona de Da
Nang con una compañía de marines. El teniente que la dirigía adelantó a Safer que preparaban un escarmiento a los habitantes de
una aldea de la que provenía fuego enemigo. Otras fuentes señalan que la causa
del castigo era que los aldeanos no pagaban sus impuestos al gobierno de la
provincia. Cuando a la mañana siguiente llegaron los soldados, sólo encontraron
mujeres y niños que, ante su presencia, huían atemorizados de sus cabañas.
Los
militares prendieron fuego a las chozas, acercando sus propios mecheros a los
tejados de paja. Safer, rodeado de soldados, se apostó ante una cabaña en llamas y narró que los
ancianos corrían abandonando sus pertenencias y sus sacos de arroz, que se
consumían en el incendio. Un operador survietnamita
recogió los hechos. Ha Thuc Can, colaborador de la
CBS, no había dejado de gritar a los habitantes de la aldea para que
abandonaran sus casas.
Dos días
después, Fred Friendly,
director de los Informativos, visionaba el reportaje, acompañado sólo por el
productor Ernie Leiser y
Walter Cronkite, el conductor del principal
informativo. "Desde ese momento, me sentía prisionero de esa película y
estaba obligado a darla a conocer", comentó más tarde. Una vez emitida, se
sucedieron las llamadas de espectadores, en su mayoría enfurecidos contra la
CBS. El presidente Johnson telefoneó al máximo
responsable de la cadena, Frank Stanton.
Este descolgó el teléfono y una voz con acento tejano le increpó: -"Frank, ¿es que quieres joderme?". El presidente se
mostraba colérico por el reportaje de Safer, al que
acusaba de antipatriota y comunista.
El
departamento de Defensa declaró al periodista persona non‑grata,
pidió su salida de Vietnam e indagó en sus supuestos antecedentes subversivos.
Las acusaciones no encontraron la más mínima justificación, por lo que meses
después, al ser preguntado por esta cuestión, Johnson
sólo pudo decir: "Bien, sabía que no era un americano", aludiendo a
que Morley Safer había
nacido en Canadá (3).
La cadena
mantuvo a su reportero en Saigón, pero el incidente
supuso la primera ruptura entre el departamento de Informativos y Stanton. (En febrero de 1966, Friendly
presentaría su dimisión, al no contar con el permiso para transmitir en
directo las audiencias del Senado sobre Vietnam).
La guerra,
poco a poco, fue entrando en los hogares de Estados Unidos. Años antes, Edward Murrow había transmitido
por radio los bombardeos sobre Londres y Charles Kuralt
había enviado sus imágenes desde Corea, así que ésta no iba a ser la primera
vez que los combates sobrecogieran a las familias americanas. Pero en esta
ocasión era diferente.
Los soldados
pasaban un año en la jungla, patrullando en círculos ante un enemigo oculto,
sin saber bien hacia dónde dirigirse y con pánico a las emboscadas del Vietcong. Muchos llevaron después a la literatura aquellas
sensaciones, dominadas por el desconcierto. Tim O'Brien, hoy novelista de éxito y marine en 1969, ha
escrito: "Era una marcha sin fin, de aldea en aldea, sin propósito, sin
nada que perder ni ganar" (4). Desde luego, no
era ese el tipo de guerra que habían visto en los documentales.
Los miembros
de la tropa formaban la primera generación televisiva. Tenían la misma edad
que aquel invento que parecía creado para contar historias de otros. Pero ahora
se sentían protagonistas de un serial cada vez más absurdo. En los primeros años,
cuando veían llegar las cámaras, adoptaban posturas
marciales ‑imitando a los valientes soldados de Hollywood‑,
pero, a finales de los sesenta, las solían recibir con gestos obscenos, hartos
de ser figurantes en una guerra que no iban a ganar.
El conflicto
se seguía en las casas todos los días a la hora del telediario. Arlen llamó a Vietnam "la guerra del cuarto de estar'
y la televisión ‑que había transmitido los funerales de Kennedy, los
disturbios raciales y ahora los combates del Sureste asiático y las protestas
de los pacifistas‑ "se veía
como un psicodrama nacional" (5). En ese estado
de creciente desconcierto se produjo la llamada ofensiva del Tet, coincidiendo con la entrada del nuevo año budista, el
31 de enero de 1968. Fue la acción más destacada del Frente de Liberación
Nacional (o Vietcong) en todos los años de la guerra.
Sus
comandos, formados por más de 80.000 guerrilleros, cayeron por sorpresa en el
corazón de las ciudades, incluyendo la capital survietnamita.
Hué, la antigua sede imperial, perteneció durante más
de 20 días a los asaltantes, que también tomaron posiciones en la base aérea
de Tam Son Nhut, cerca de Saigón. Incluso un grupo de 19 miembros del Vietcong resistió durante unas horas dentro de la Embajada
de Estados Unidos.
Por si no
bastaba, la imagen de un joven guerrillero maniatado, asesinado de un tiro en
la cabeza por el jefe de la policía de Saigón, llenó
el mundo de espanto y rechazo. Eddie Adams, un fotógrafo de AP, se llevó el Pulitzer
por captar ese símbolo del odio entre vietnamitas. También la NBC estaba
presente, por lo que la imagen ‑que grabó un compatriota de aquellos‑ se vio en todas las televisiones del mundo.
Al recibir
estas noticias, la conmoción fue total en la sociedad americana, que no se podía explicar los hechos. Los medios informativos
transmitieron la idea de un caos absoluto, a pesar de que los oficiales insistían
en que, pasados los primeros días, habían ido recuperando el control de las ciudades.
Nadie les creyó, dado su desprestigio, aunque esta vez sus opiniones eran
ciertas. La ofensiva había sido sofocada a finales del mes de febrero y causó
al enemigo más de 40.000 bajas.
Los medios
y, sobre todo, la televisión, recogieron con detalle los momentos del desastre,
pero no modificaron sus posturas iniciales cuando los acontecimientos
cambiaron de rumbo. Peter Braestrup,
un veterano corresponsal que estudió este fenómeno, se
enfrentó a la mayoría de sus compañeros cuando se atrevió a decir: "Pocas
veces el periodismo contemporáneo se ha distanciado tanto de la realidad".
A partir de
entonces, ya todo se vio en Vietnam a través de la pantalla, que no siempre
era el más fiel espejo de la realidad. Un prestigioso productor de la NBC, Frank Reuven, había adelantado
unos años antes que "la imagen es más que un hecho, es un símbolo".
El propio Cronkite, que había viajado a Saigón en los días del Tet,
volvió a su estudio de Nueva York para manifestar a
sus espectadores ‑su informativo era el más seguido en todo el país‑ que "la experiencia de Vietnam va a
terminar en un callejón sin salida", por lo que "habrá que negociar,
y no como vencedores, sino como un pueblo honorable que cumple sus promesas de
defender la democracia'' (6).
Unas semanas
más tarde, Johnson anunciaba en un discurso
televisado su intención de no presentarse a la reelección. Parecía que
contestaba al presentador de la CBS. Con gesto abatido, el presidente ordenaba
la suspensión temporal de los bombardeos sobre Vietnam del Norte y ofrecía a
Hanoi la apertura de un periodo negociador, que culminaría, en 1973, con los
acuerdos de paz de París.
Era un
hombre hundido, obsesionado por lo que dijeran cada noche los telediarios y
que, sin poder conciliar el sueño, telefoneaba a sus colaboradores durante la
madrugada. En su partido, tomaban la iniciativa las palomas Robert Kennedy y Eugene McCarthy, contrarios a la escalada militar, y su proyecto
de Great Society se había
quedado sin fondos por culpa de la guerra, en la que ya habían muerto 16.000
americanos.
ESCENARIOS INTERIORES
A partir de
esta nueva fase, sectores cada vez más amplios de la población americana ya no
se conforman con seguir los acontecimientos a través de los televisores y
salen a la calle para manifestar públicamente su protesta. Las voces pidiendo
el fin del conflicto llegan de todas partes. Primero, desde las Universidades,
donde los estudiantes, a partir de 1965, queman en grupo las citaciones que
reciben del Ejército, y después desde cualquier otro ámbito. Una parte de la
sociedad exige la vuelta a casa de los soldados y la otra mira atónita sin
entender lo que pasa. Ningún suceso hasta entonces había quebrado con tanta
fuerza la vertebración social americana.
En 1967,
200.000 personas participan en una marcha sobre el Pentágono. Un año después,
este movimiento pacifista provoca la ruptura en el seno del Partido Demócrata,
que tiene a Humphrey entre los partidarios de
mantenerse en Vietnam. En 1969, un cuarto de millón de personas forman la Marcha contra la Muerte, la mayor
concentración política en la historia de Washington.
Para evitar
el reclutamiento ‑entonces obligatorio‑,
miles de jóvenes, al cumplir los 18 años, huyen a Canadá o a países del norte
de Europa. La cifra de desertores se estima en unos 20.000, que no pudieron
regresar al país hasta la amnistía del presidente Carter.
"La
televisión ‑ha escrito Kim McQuaid‑
permitió a los grupos radicales disponer de grandes audiencias rápidamente.
La Nueva Izquierda y el movimiento
contrario a la guerra contaron así con la mejor herramienta para la
movilización de sus nuevos seguidores" (7).
En los
informativos interesan ya menos las acciones de guerra. Durante un tiempo, el
escenario se traslada al interior del país. En 1969, la cadena ABC da orden a
sus corresponsales de que subrayen el deterioro de la sociedad survietnamita y avancen la idea de que el Ejército de Saigón debe aprender a defenderse sin la presencia de los
mandos americanos, aunque manteniendo la ayuda militar y económica. Nixon ha entrado en la Casa Blanca con la promesa de ir
repatriando a los soldados, que han llegado a superar el medio millón.
A finales de
1972, Kissinger anuncia que "la paz está al
alcance de la mano". Los ,B‑52 bombardean
Vietnam del Norte y traspasan las fronteras de Laos y Camboya. Miles de
soldados regresan a sus ciudades y casi nadie sale a recibirlos. La depresión
nacional no admite festejos, sobre todo cuando ya se ha destapado la gran olla
del Watergate, que será el tema principal en los
medios hasta la renuncia del presidente en el verano de 1974.
Sin embargo,
los acuerdos de París no han terminado con la guerra de Vietnam y el Congreso
desatiende las demandas de ayuda económica para el gobierno de Saigón, que formula la débil Administración Ford. Las televisiones ya no se acuerdan del conflicto,
salvo para hablar de la corrupción que rodea al régimen del presidente Thieu. Nadie quiere, por otra parte, seguir escuchando las
historias trágicas de años atrás.
El Ejército
de Vietnam del Norte avanza y en un mes se ha adueñado de las provincias del
Sur. En febrero de 1975 comenzó el año del
gato, que sería el último de la presencia americana en Vietnam.
Los planes de
evacuación se iniciaron en marzo y los americanos y sus más estrechos
colaboradores survietnamitas habían ido saliendo del
país desde la base aérea de Ton Son Nhut. Los hechos
se precipitaron y Chuck Neil,
un civil que trabajaba en la emisora del Ejército, recibió la orden de emitir
la cinta en la que, días antes, él mismo había grabado la contraseña que
alertaría a sus oyentes: "La temperatura en Saigón
es de 105 grados, y subiendo". Ese era el mensaje y a continuación se
escuchó una versión de Navidades Blancas ‑no
la más famosa de Bing Crosby,
que Neil no encontró, sino otra muy similar de Ernie Ford‑, una curiosa
forma de anunciar que la evacuación definitiva había comenzado (8).
La radio
cumplía una vez más con su función de transmisora de mensajes en clave, como
ya había hecho la
Ciento
veintisiete periodistas ‑entre ellos un equipo de TVE‑
fueron testigos de la entrada de los tanques T‑54 en las calles de Saigón, la mañana del 30 de abril. Hasta unas horas antes,
miles de personas se agolpaban en las verjas de la Embajada americana,
suplicando un visado.
AMNESIA Y CONTROL
Los últimos
helicópteros despegaban de los tejados de la sede diplomática, sin poder cerrar
sus puertas, de las que se colgaban los survietnamitas
que huían desesperadamente para no ser detenidos por el Ejército del Norte. Ed Bradley, un periodista de la
CBS, recordaba años después: "Aún hoy no puedo olvidar el terror en las
caras de los chicos a los que empujábamos para que cayeran al vacío y el
helicóptero pudiera por fin elevarse" (9).
Los equipos
americanos hacían uso de sus flamantes ENG (cámaras ligeras de vídeo), que
revolucionarán el mundo de los informativos. Su principal característica es la
rapidez y con ellas nace, realmente, el periodismo propio de la televisión. La
salida de los reporteros ‑NBC fue la última en abandonar su oficina de Saigón, de la que era responsable Jim
Laurie‑ cerraba el capítulo de Vietnam para la
política oficial americana y una singular amnesia
informativa se adueñó de las televisiones.
Hasta los primeros ochenta, no fueron
apareciendo nuevos programas de análisis sobre el significado de la guerra.
Uno de ellos fue Vietnam.‑ A Television History, distribuido
por la pública PBS; y otro, The Uncounted Enemy A Vietnam Deception, en el que la CBS acusaba al general Westmoreland de haber ocultado la potencia real del
enemigo.
Estos nuevos
planteamientos no pasaron por alto la polémica sobre si la política informativa
mostrada por los medios, y muy especialmente en la televisión, había sido
decisiva en la primera derrota militar de la historia americana. Los antiguos
mandos responden que así fue; los periodistas más significados defienden la
honestidad de sus crónicas, si bien otros compañeros les acusan de haberse dejado
impresionar por las sensaciones.
El debate no
se ha cerrado, porque la estela psicológica de Vietnam tampoco ha llegado a
desaparecer del todo. En la guerra del Golfo, el presidente Bush
animaba a sus conciudadanos con el grito de "¡dejemos atrás Vietnam!".
En 1991, después del rápido triunfo militar americano, el portavoz de Defensa, Pete Williams, declaraba
orgulloso que la prensa, controlada esta vez por su departamento, "había
ofrecido al pueblo americano la mejor información que nunca se había dado de
una guerra" (10) .
NOTAS
(1)
LICHTY, Lawrence en Vietnarn Reconsidered, pág.
86.
(2) A lo largo de la guerra, CBS dispuso de 37
corresponsales; NBC, sumó 29 y ABC, 19. BLISS, E.: Now the News, pág.
503.
(3)
HALBERSTAM, D.: Me Powers That Be, pág. 490.
(4) OBRIEN,
T.: Las cosas que llevaban los hombres
que lucharon, pág. 24
(5)
HODGSON, G.: Ameríca In Our Time, pág.
149
(6) 27 de
febrero 1968.
(7)
McQUAID, K.: Me
Anx¡ous Years, pág. 142,
(8)
ENGELMANN, L.: Tears Before The Rain, pág, 200.
(9)
Idem, pág. 175.
(10) The New
York Times, 2 de
mayo 1991.
NOTAS
BIBLIOGRÁFICAS
ARLEN, M.: The Living Room War, Viking Press, Nueva York, 1969.
BARNOUW, E.: The Image of Empire, Oxford Univ. Press.
Nueva York, 1970.
BLISS, E.: Now The News, Columbia Univ. Press, Nueva York, 1991.
EPSTEIN, E.: News from Nowhere, Random House, Nueva York, 1973.
HALBERSTAM, D.: Me Powerts That
Be, A. Knopf, Nueva York, 1979.
HALLIN, D.: The "Uncensored War" The Media and
Vietnam, Oxford Univ. Press, Nueva York, 1989.
SALISBURY, H.: Vietnam Reconsidered, Harper and Row, Nueva York, 1984.