Luis Guillermo Jaramillo Echeverry .
Manizales (Colombia)
Esta información llega a todos por igual, tanto a seres instruidos en conocimiento científico, como a seres educados en conocimiento popular; seres del común, de la vida; seres que hacen parte del conocimiento que muchas veces no es razonado, ni verificado, sino que da la posibilidad de cometer disparates.
Esa información que a la vez es conocimiento dado por la tradición y la experiencia; que no es sistemática, ni regulada, ni controlada sino cotidiana, es a la que me quiero referir, pues es la información producto de un conocimiento que hace parte de mi actuación frente a la vida y la vida de los otros. Conocimiento cotidiano que es intersubjetivo y que me permite vivir como ser social; conocimiento que en ocasiones no necesita del pensar, sino que aparece manifiesto en la palabra viva que expresa lo que se siente y lo que se vive.
Es el conocimiento del mundo de la vida, que es comunicado por medio del lenguaje en todas sus manifestaciones (verbal, corporal, escrito, artístico); conocimiento no institucionalizado que me permite representarme y representar a los demás. Conocimiento que es parte de mi ciclo y espacio vital y a la vez nuestro; conocimiento comunicado en la escuela de la vida, del barrio, donde mis maestros por así decirlo, fueron mis padres, tíos, abuelos, conocidos, vecinos o cualquier persona que estuvo cerca en mi crianza-educación y que compartió la urbe donde nací.
Este conocimiento de la vida cotidiana, es análisis del actual científico social que, inmerso en él, alcanza a comprender que allí se encuentra la esencia de la vida, el infiere que la vida misma del hombre y la mujer no se encuentran cuadriculadas, ni esquematizadas, ni rígidas; sino que es una vida compuesta por seres humanos complejos, que a su vez componen una sociedad compleja que se mueve unas veces en medio del orden, y otras veces en medio del desorden.
Es la vida que difiere de los informes científicos casuísticos; es la vida donde está inmersa la tienda, la panadería, la escuela, el ancianato, la iglesia, la zapatería, el parque y otros tantos espacios que hacen que el sujeto esté compuesto de algo más que simple materialidad corpórea y que toca la esencia de su espíritu construido por el otro.
En medio de este mundo vital, mi mamá decía: “hijo, estudie para que sea alguien en la vida”. Cuando me lo dijo la primera vez, supe equivocadamente que en ese momento no era nadie, y que tal vez, necesitaba de una preparación especial para poder serlo. No sé si se refería a que necesitaba conseguir dinero para ser importante, y por fin ser alguien en la vida. O tenía que saber en conocimiento formal más que otros para realmente ser alguien en la vida. En conclusión, no sé a que se refería; lo que sí me llamó la atención en esos momentos, es por que no me dijo: hijo, estudiemos para que seamos alguien en la vida. De pronto la oportunidad para ella ya había pasado, no sé quien se lo dijo o como se lo creyó.
Respecto a lo que sucedió después, es la iniciación y transcurso de mi vida escolar, la cual quiero relatar en forma corta, con el fin de poderles compartir que en la vida no hay que luchar para ser alguien, pues la esencia de la misma se encuentra en todas partes, y la escuela, es sólo una más de nuestras experiencias como seres sociales, donde no se encuentra todo el conocimiento, sólo una parte de este.
Pues bien, me entraron a la escuela, porque según mamá y personas cercanas del sector, esa era la posibilidad de ser alguien en la vida. Lógicamente adquirí conocimiento mas no dinero; me extrañó que en vez de recibir algo de capital, tenía más bien que dar para el aseo del plantel o las ventas de la semana.
En la escuela, supe las simplezas de la matemática, lo raro de esta materia es que siempre sumaba cosas que no veía, solo las imaginaba; aprendí el orden de las letras que unidas entre sí forman las palabras; el orden correcto de estas, mas no la forma como ellas hacen poesía.
Pero volviendo a las matemáticas abstractas de clase, les comento que realizaba grandes sumas y restas en las páginas de los cuadernos; esto fue en repetidas ocasiones, algo tedioso; lo que en realidad me gustaba, eran las cuentas de los mandados* que debía hacer en la tienda. Ahí no compraba $100 de tomate sino $80 y me quedaba con $20; con el resto, me compraba un paquete de figuras y dos chicles. Mi mamá por supuesto creía que había comprado los $100 de tomate, pero en realidad eran $80. En este sentido, sabía mas que mamá y por supuesto, conseguía dinero.
Ahora que lo pienso, creo que aprendí a sumar antes de que me enviaran a la escuela, no sólo porque me quedaba con algo de dinero en los mandados, sino porque las otras personas hacían tantas cuentas a mí alrededor, que era cotidiano sumar, restar y hasta leer, pues las calles comerciales se encontraban llenas de avisos que me fascinaban leerlos mientras caminaba.
Parte de mi egoísmo lo aprendí en la escuela, ninguno debía ser mejor que yo, creo que todos mis compañeros pensaban lo mismo; aquellos con menos suerte iban quedando en el camino y eran presa fácil del profesor en comparaciones y discriminación. Estos que no asimilaban bien lo enseñado, eran criticados en Matemáticas porque no sabían sumar, pero si sabían quedarse con el dinero en los mandados; en Español porque las letras les quedaban torcidas, no sé cual era el problema, de todas formas se entendía la palabra; en Religión porque no iban a misa y no se sabían el evangelio de ese fin de semana; en Educación Física por que estaban gordos, les ponían apodos y cuando jugábamos fútbol, su ubicación era debajo del arco, para que hicieran de porteros, porque eran muy lentos en el correr. Las peores discriminaciones y estigmas las adquirimos al interior de la escuela y no en la familia y el barrio, sin querer decir que en estos últimos sitios no suceda.
Pasé de la escuela al colegio, observé que muchos de mis compañeros se fueron quedando en el camino, pues prefirieron seguir haciendo sus cuentas en la vida cotidiana y no abstractamente en el colegio; me cuestionaba mucho cuando aquellos rezagados en la batalla del conocimiento me decían: cual es el fin del álgebra, si en estos momentos no me sirve para nada? Para qué aprender los grandes relatos clásicos de la novela moderna, si el mensaje se encuentra en las canciones de actualidad? Para qué hacer ejercicio físico si en la discoteca sudamos más y la pasamos mejor que en la clase de Educación Física?
Es así como cada uno de ellos fue desertando para involucrarse de lleno en el mundo de la vida, de lo laboral, del amor; espacio donde no dicen como es el sexo, ni se hace a escondidas, solo se hace; donde se aprende a ser padre siéndolo; espacio donde se observa como nacen los niños, y que pasa cada vez que le crece el vientre a una mujer. Esto, no se ve en la foto, se experimenta en la realidad. En el colegio jamás le vi el vientre a una mujer en gestación, me hubiera gustado verlo y preguntarle que estaba sintiendo.
Si en la escuela los profesores me parecían lentos para comprenderme, en el colegio estaba seguro de ello. Ninguno de ellos, ni a mi, ni a mis compañeros nos acompañaron a una fiesta, ni nos hablaron de lo hermoso que es la sensualidad en las mujeres; creo que a las chicas tampoco les dijeron lo varoniles y sensuales que éramos nosotros. Tampoco nos dijeron que se siente en un orgasmo. Ni que se debe hacer cuando se pelea con los padres; como hay que reaccionar cuando nuestros hermanos menores o mayores se nos colocan la ropa sin nuestra aprobación; que se siente cuando nuestro primer amor nos dejó, que se siente cuando nuestro padre nos dijo que no servíamos para nada o que éramos unos holgazanes.
Estos discursos no se hablaban ni en la escuela, ni en el colegio; no había tiempo para hablar de eso, las clases duraban escasamente cuarenta y cinco minutos y no se podía perder tiempo. Si alguno de nosotros tenía un problema de este tipo, para eso estaba la psico-orientadora del plantel; me imagino que eran demasiados casos para ella, pues eran problemas no patológicos sino que hacían y hacen parte del mundo de la vida.
La competitividad por el saber seguía, y eran cada vez más los que desertaban. Me extrañó que en el colegio iniciaran el grado 6° siete grupos cada uno con 30 estudiantes y terminaran el grado 11° dos grupos cada uno con 25 estudiantes. Qué pasó con los otros cinco grupos? Lo lógico es que inicien el mismo número que terminaron, o un número menos reducido. Qué pasó con los otros? Lograron superar la prueba del conocimiento?. En el mundo de la vida se tienen tantos altibajos, que muy pocos de ellos son abordados en la escuela y en el colegio.
Volviendo con el deseo de mamá por ser alguien en la vida y haciendo un análisis hasta el bachillerato, puedo decirles que lo que he adquirido es un conocimiento fragmentado en ocho materias cada año, durante once años, y todavía mamá sigue diciendo que estudie para que sea alguien en la vida; pensé que ya había terminado. Pero no, me dijo que me faltaba la educación superior, que debía saber una disciplina específica, la que más me gustara para ser alguien reconocido y por supuesto con dinero.
Así que ingresé a la universidad, o educación superior como otros la llaman. En ella no existía el timbre de cambio de clase, que maravilla!, pero sí los parciales, muy parecidos estos, por no decir los mismos, a los logros de la escuela y el colegio; la diferencia es que los parciales tienen puntuación numérica. La competitividad era más exigente; ya no rayaba los pupitres, pero si escribía en los baños el futuro de mi país, o de mi carrera. Aparentemente nada había cambiado, pues aún seguía sin dinero y el conocimiento que cada vez era más inalcanzable.
Los profesores me enseñaron el ser y el hacer de mi disciplina, pero no hacer contextual dicho conocimiento. Parecía que también se encontraban lejos de la cotidianidad, del conocimiento común. En la universidad a diferencia de la escuela y del colegio, es mas marcado el aprendizaje de lo científico y lo técnico de cada palabra, de cada frase, la exactitud; no hay espacios para las equivocaciones, si pierdes repites, si repites por un determinado número de veces, te vas. Qué pasa con lo que sucede a mi alrededor?
Fuera de la institución escolar, tanto profesores como estudiantes, nos encontramos rodeados de ese conocimiento fantástico que nos invade, nos devora, que permite las equivocaciones, los errores de sintaxis, los distintos usos y los abusos, la informalidad. Cuando pisamos el primer escalón o baldosa de un centro educativo, se nos olvida que somos comunes y corrientes seres humanos, inundados de una subjetividad que nos respira permanentemente por los poros, que no podemos callar así nuestro aseo, vestido y lenguaje formal traten de ocultarlo.
Después de haber vivido entre la dicotomía de lo institucional y la vida de los débiles, de los que lloran, pero también de los que ríen; comprendí que ser alguien en la vida no es lo que el sistema formal nos ha enseñado; tener en conocimiento y en materialidad; lo triste del caso, es que la escuela en general le ha jugado a esta creencia.
También comprendí que yo soy en la vida desde que hacía cuentas de chico, desde que me dormía en clase, desde que escribí mi nombre por primera vez, desde que lloré porque mamá estaba enferma, desde que llegaba sucio a casa por haber jugado tanto, desde que dije la primera palabra, desde que empecé a existir en el vientre de mamá y no sólo desde que ingresé a la escuela.
La escuela, (desde el preescolar hasta la universidad, incluyendo el doctorado), no puede seguir enajenada de la vida social; no puede funcionar a expensas de un mundo globalizado que sólo busca conocimiento. La escuela es también parte del mundo de la vida; en ella se cuecen muchas de nuestras alegrías, tristezas, esperanzas, decepciones, orgullos y frustraciones; ella también es la vida no reglada, no ordenada, no razonada.
Es cierto que el conocimiento debe estar presente en la escuela, pero también en igual proporción, la subjetividad de toda la comunidad educativa; somos débiles, tanto estudiantes como profesores, al igual que nuestros padres; estamos supuestamente en un mundo de información rápida, de exclusión y de desarraigo cultural; pues bien, que en la escuela se pueda volver lo rápido lento para poder pensarlo, no todo se puede consumir; volver la exclusión en inclusión, somos libres y debemos tomar decisiones en pro del colectivo, no la supremacía dominante del más fuerte; cambiar el desarraigo de creer que lo nuestro no es válido, por el arraigo de creer en nuestra vitalidad. “Los pensadores del mundo no se encuentran en tierras lejanas como antes, viven en medio de nosotros*”; pero en ocasiones nuestro olfato sólo busca el olor de la razón en los otros que no son nuestros.
Somos alguien porque estamos aquí, sintiendo al otro; según los pensadores de actualidad y extranjeros de lo nuestro, excluidos y desiguales; pero nuestras raíces nos gritan de mil formas al oído que somos una cultura joven, con seres vigorosos, fuertes; que manifiestan deseos de soñar, de pensar por cuenta propia; seres utopistas* en búsqueda de no ser nuevamente conquistados intelectualmente. Permitir ese reencuentro con el saber que busca la razón, pero también la no razón; un saber que nos hace auténticos. Aunque somos universales globalmente, también somos hijos del pequeño entorno que nos vio nacer y crecer.
*Cuando menciono la palabra mandados o mandado; me refiero a la acción de mandar a alguien a comprar algo en una tienda o almacén.
* Héroe en las novelas de la radio y las tiras cómicas en revistas de las décadas 70 y 80.
*Botero Uribe Dario. América Latina: Cuatro Veces Enagenada nn la Función de Pensar. En: Memorias del II Congrso Nacional de Educación Superior a Distancia. Educación en la Globalización. Medellín Julio del 2000.
* Término que utiliza Darío Botero Uribe para designar que buscamos el sueño que se puede realizar. En: El Derecho a la Utopía. Universidad Nacional de Colombia. Tercera Edición 1999.