¿QUIÉN ES EL AUTOR DE ESTE ARTICULO? COLABORACION Y CONOCIMIENTO
PÚBLICO DE LA PRÁCTICA ESCOLAR
Fernando Hernández *,
Mercé de Febrer **
Maite Sbert **,
Maite Mases ***
La escritura colectiva de
las múltiples vivencias y sensaciones de la práctica pedagógica resulta
interesante y gratificador para los distintos participantes.
En 1993 asistí al
Congreso de la AERA (I) en Atlanta. Uno de sus temas estrellas (por el número
de comunicaciones presentadas) fue la colaboración entre la universidad y el
profesorado de los centros de enseñanza. La idea de colaboración venía de la
necesidad de encontrar formas de relación que no fueran colonizadores (los
docentes hacen lo que los profesores universitarios plantean) y de tomar en
consideración las voces críticas que señalaban que el profesorado tenía unos
conocimientos (unas concepciones) que habían de tenerse en cuenta, si se quería
explicar el porqué muchas de las aportaciones de los universitarios no
acababan de funcionar en la práctica. La colaboración se planteaba, por tanto,
en términos políticos, académicos y de aprendizaje.
Pensé entonces que lo que
yo había estado haciendo desde que en 1981 comencé a trabajar en un equipo
psicopedagógico municipal y después como asesor podía situarse en este marco de
colaboración. Sólo que no la había dado ese nombre. Pensé que una de las
virtudes de los colegas de EEUU es ponerle nombre a experiencias y formas de
intervención que otros están haciendo desde hace años pero sin ponerle un
nombre de marca que se venda en la comunidad académica como novedad.
Parafraseando a alguien de quien no recuerdo su nombre, poner nombre es una
forma de tener poder. Si el nombre se pone en inglés, tiene además una
audiencia más amplia, un efecto multiplicador, que lo hace parecer nuevo.
En este Congreso me
sorprendí asistiendo a un simposium en el que se
discutía sobre qué nombre tenía que ir primero en los artículos o libros que
derivaran de esta colaboración entre universitarios y maestros. La discusión
no era banal, porque tenía como implícito el sistema de promoción y
reconocimiento de los universitarios en EEUU. Quien va primero tiene mayor
derecho de autoría y, por tanto, de reconocimiento. No le di demasiada
importancia a esta cuestión, aunque ya en 1985 había escrito una monografía
sobre rincones con dos maestras colocando nuestros nombres por orden
alfabético.
El año pasado tuve la
oportunidad de escribir dos artículos sobre proyectos de trabajo con dos
maestras. El proceso de escritura reflejaba una serie de peculiaridades que
definen, desde mi punto de vista, algunas de las características de la
investigación o la actuación colaborativa:
a) Se partía de la
experiencia de las maestras. La historia que se explicaba era suya, la que
tenían en su clase. Tratar de ordenarla y reflexionarla para hacerla
comunicable era el objetivo primero del encuentro;
b) Ellas contaban lo que
sucedía; yo preguntaba, señalaba aspectos que creía necesario aclarar o
destacar y, en ocasiones, sugería una posible interpretación de lo que decían;
c) Iba tomando nota de ese diálogo, bajo el paraguas de una mezcla de géneros
narrativos: entrevista, historia de vida, construcción de una historia;
d) La construcción de la
historia era dialogada: el filtro de la reflexión la transformaba en texto;
e) Después de la primera
versión sobre papel, contrastábamos lo escrito matizando y ampliando la
interpretación hacia la teoría que se generaba de la práctica observada;
f) Al final no perdíamos
de vista que era un texto para ser publicado, lo que hacía que tuviera una
singular importancia resaltar su carácter comunicativo.
Con la idea de participar
en este dossier sobre la colaboración educativa, hice dos entrevistas
telefónicas y tuve una conversación con otra maestra con quien estamos
escribiendo ahora la historia de otra experiencia. Les pregunté cómo valoraban
esta forma de intercambio, en qué lo diferenciaban con otras formas de
escritura y qué habían aprendido ellas con este proceso de trabajo. Sus
comentarios quedan reflejados en el cuadro I.
Y tomo como excusa la
frase que reclama que el que escribe también hable para apuntar qué supone para
mí este proceso de trabajo, a la espera de poder desarrollarlo en mayor
extensión. En primer lugar supone la oportunidad de poder reflexionar desde la
práctica pero en la práctica de la propia colaboración. Hay una experiencia que
se brinda para ser explorada desde una actitud abierta, de disposición a
aprender juntos. Esto es un privilegio, pues el otro me permite construir mi
propio conocimiento, en este caso, como colaborador, pero también como
copartícipe de la experiencia. La participación es una forma de dar sentido. Un
nuevo sentido a la práctica que surge del cruce de miradas desde “lugares”
diferentes. Ellas ganan en interpretación, yo, en experiencia.
Este intercambio
repercute en mi práctica docente y en mi trabajo como asesor. Me enseña a
escuchar desde el otro y no desde el debe ser. Me sitúa en las circunstancias
pero no me limita a ellas, pues el diálogo, permite reconstruir la
experiencia. Al final queda algo más que un texto: una forma de trabajo en el
que no diluye la identidad de cada uno, en el que se representa un saber sobre
la educación que no sería posible sin esta forma de colaboración. Se abre una
puerta para seguir explorando.
Notas
(I) American
Educational Research Association (Asociación Americana de Investigación
Educativa).