EL SIGNIFICADO DE LA COLABORACION:
MAS ALLÁ DE LAS DIFERENCIAS CULTURALES
Marilyn
Johnston
Este
trabajo analiza las distintas formas que puede adoptar la colaboración entre
estudiantes y la colaboración entre los docentes y el alumnado relacionándolas
con el desarrollo de la democracia en el aula. Una forma de colaboración que
representa un acercamiento más comprensivo y abierto. Para ello, la autora
describe estas dos aproximaciones de forma separada para posteriormente
compararlas poniéndolas en relación con algunos aspectos de la colaboración
escolar.
Uno de
los retos que supone el intercambio de ideas y estrategias educativas entre
culturas es que los significados están siempre ligados a contextos
particulares, es decir, lo que la “cooperación” ola “colaboración” significan
en una cultura puede no ser trasladable fácilmente a otro marco cultural.
Comenzaré por hacer algunas distinciones entre cooperación y colaboración en
Estados Unidos, para ayudar a determinar diferencias respecto de sus significados
en este país y en España, y también para ayudar a entender el estudio que se
desarrolla a continuación. En general, estas definiciones pueden aplicarse
tanto a la colaboración en las aulas como a la colaboración en la formación de
profesores. La tabla I identifica algunas diferencias entre cooperación y colaboración.
En la
cooperación tradicionalmente existe un objetivo a ser alcanzado. La tarea es
definida por el líder que puede ser el maestro o un representante de la
institución. Por ejemplo: los profesores universitarios podrían desarrollar un
proyecto de investigación y pedir a algunos maestros que “cooperen” con ellos.
En una tarea cooperativa existe división de responsabilidades. El líder asume
ciertas responsabilidades y otros voluntarios cumplen “otras”
responsabilidades que ayudan a completar la tarea. La división de
responsabilidades representa un uso estratégico de la diversidad de expertos
que hay en el grupo. Por ejemplo, cuando las universidades y la escuela
cooperan en la formación docente, las universidades enseñan la teoría (su
saber, aquello en lo que son especialistas) y los docentes aportan el campo de
la experiencia (su saber práctico). Los proyectos cooperativos normalmente
cuentan con acuerdos predifinidos que especifican quién hará las cosas, cómo,
y cuándo.
Como
contraste, la colaboración depende más de las relaciones y de la mutua
comprensión que de metas y acuerdos predefinidos. Tanto unas como otros son
negociados en un proceso de mutuo acuerdo. Más que un líder aportando al grupo
una tarea a realizar, el grupo decide por sí mismo, sobre la tarea y sobre cómo
trabajarán juntos para alcanzarla. La comprensión y el aprendizaje pueden ser
fruto de las tareas cooperativas, pero en el esfuerzo colaborativo, lo que
conduce el proceso son la com
prensión
y el aprendizaje. Mientras las metas se desarrollan, los miembros de un grupo
colaborativo trabajan conjuntamente para definir qué y cómo irán haciendo para
desarrollar la comprensión entre unos y otros durante el proceso.
En el
trabajo colaborativo, la autoridad para definir el proyecto es compartida, y
es necesario considerar las valoraciones y perspectivas de todos los
participantes como parte de la evolución del proceso. Se requiere reciprocidad
para trabajar colaborativamente, mientras que en un proyecto cooperativo el
proceso es al parecer frecuentemente más unidireccional.
El
aprendizaje cooperativo en clase normalmente es planificado por el profesor,
los objetivos de aprendizaje son especificados por él, y el rol de los alumnos
es asignado antes que comiencen los grupos a trabajar. En las estrategias de
aprendizaje colaborativo, el docente y el alumnado trabajan juntos tanto para
definir las metas y procedimientos como para alcanzar los objetivos de
aprendizaje, y resolver los problemas que aparezcan en el proceso.
De
cualquier manera, las distinciones entre cooperación y colaboración son más
fáciles de establecer en un “ensayo” que en la práctica. En realidad, muchos
proyectos se mueven entre la cooperación y la colaboración o bien comienzan
siendo cooperativos y lentamente se transforman en colaborativos. En las
aulas, aprender a trabajar cooperativamente es un paso anterior ala
colaboración, porque la colaboración es más compleja y un verdadero reto tanto
para los maestros como para los alumnos. Mientras que la cooperación es más
eficiente y puede aplicarse mejor a algunos tipos de situaciones y/o proyectos
de aprendizaje, la colaboración toma tiempo y necesita más rodeos, por lo que
es más aplicable a otros tipos de situaciones y objetivos.
En
Estados Unidos existe una tendencia a valorar mejor la colaboración que la
cooperación, probablemente porque la colaboración es un “modelo más
democrático” (en el sentido americano de democracia). Desde mi perspectiva,
situar este tipo de prioridad es problemático. Yo argumentaría que lo más
importante es ser claro sobre el modo en que se está trabajando y con qué
propósitos. Ambas formas de trabajar tienen sus ventajas y desventajas, y cada
una es apropiada para diferentes propósitos. El punto importante es saber
cuando se está trabajando de una u otra manera.
La colaboración en el aula
La
colaboración en el aula se ha desarrollado en Estados Unidos de muy diversas
maneras. Estos intentos de incrementar la colaboración tienen su origen en el
desarrollo histórico de ideas particulares del contexto de este país. Una
cuestión interesante sería plantearse hasta qué punto y de qué modo ideas
generadas en un determinado contexto cultural pueden ser útiles en otros
entornos. Este trabajo está escrito desde mi entorno cultural pero con la
esperanza de ser útil a los educadores españoles y así promover el desarrollo
de nuevas ideas provechosas al contexto educativo español.
Las
aproximaciones a la colaboración en el aula en Estados Unidos pueden
encontrarse en dos áreas diferentes: como colaboración entre el alumnado y como
colaboración entre docentes y estudiantes. Las teorías que sustentan estas dos
diferentes áreas de desarrollo guardan cierta relación pero cada una cuenta
con historias diferentes.
Las dos
aproximaciones mencionadas constituyen los dos extremos de un continuo en el
que podemos representar la colaboración en el aula. La primera, la colaboración
entre estudiantes, cuenta con un conjunto de estrategias que se mueven desde
enfoques muy dirigidos y estructurados hasta perspectivas realmente abiertos,
considerados más estrictamente como aprendizaje cooperativo. La segunda, la
colaboración entre docentes y alumnos, también puede tomar muchas formas. En
este trabajo discutiré la colaboración relacionada con el aula democrática. Una
forma de colaboración que representa un acercamiento más comprensivo y
realmente abierto. En primer lugar, describiré estas dos aproximaciones de
forma separada y luego las compararé poniéndolas en relación con algunos
aspectos de la colaboración escolar.
La colaboración entre alumnos
El
aprendizaje colaborativo entre alumnos tradicionalmente llamado “aprendizaje
cooperativo” se ha vuelto muy popular en Estados Unidos en las dos últimas
décadas y ha sido bastante investigado durante los últimos 10 o 15 años. El
aprendizaje cooperativo se centra en el trabajo grupa¡ de contenidos
académicos, aunque también pone el énfasis en aspectos sociales del aprendizaje
y el desarrollo de habilidades para la resolución de problemas. Para fomentar
el aprendizaje cooperativo en clase podemos encontrar organizaciones muy
diferentes. En una de estas aproximaciones (Slavin, 1985, 1986, 1989), se le
da al alumnado, reunido en pequeños grupos, un material de aprendizaje, y se
hace responsable a cada miembro del grupo del aprendizaje de todos y cada uno
de sus integrantes. A partir del aprendizaje del material se organiza un
“torneo” entre los pequeños grupos en el que el alumnado tiene que usar lo que
ha aprendido, compitiendo entre grupos por puntos. Aquí vemos que existe
cooperación dentro de cada grupo pero competición entre grupos.
En otra
aproximación bien conocida (Johnson y Johnson, 1984, 1986, 1987), los pequeños
grupos comparten tareas, por ejemplo, la resolución de un problema de
matemáticas, y deben trabajar juntos acordando entre todos cómo resolver el
problema. Aquí el foco está en el compartir significados y ayudarse unos a
otros a aprender.
Todavía
hay otra aproximación al aprendizaje cooperativo, llamada “grupo de
investigación” (Sharan & Sharan, 1976, 1980, 1988, 1989), en la que el
alumnado identifica un tema de estudio, define sus interrogantes y objetivos,
organiza la búsqueda de información que necesita y desarrolla el proyecto
compartiéndolo con la clase. En los primeros dos enfoques, el profesorado
decide el área de estudio y organiza el aprendizaje así como las estrategias
sociales de aprendizaje; en la tercera conceptualización, es el alumnado el que
toma todas las decisiones sobre qué y cómo va a aprender, el papel del
docente es apoyar y asistir al proceso del grupo.
La
investigación sobre el aprendizaje cooperativo se ha concentrado tanto en la
evaluación de los resultados de aprendizaje alcanzado como en el valor del
aprendizaje cooperativo para mejorar la compresión entre culturas, en
particular para los estudiantes de escuelas urbanas con poblaciones
multiculturales. En general, los hallazgos de la investigación indican que el
alumnado que aprende en grupos de aprendizaje cooperativo tiene también buenas,
incluso mejores, puntuaciones de aprendizaje. La investigación también indica
que los estudiantes que trabajan en grupos culturales mixtos, por un período
considerable de tiempo, aumentan su tolerancia respecto a las diferencias
culturales.
Una de
las argumentaciones teóricas a favor del aprendizaje cooperativo es la
expansión que provoca en el currículum, al incluir no sólo contenidos
académicos (que permanecen en un lugar central) sino también el aprender a
trabajar en grupo de manera productiva. Recientemente, esto se considera como
una forma de preparar al alumnado para futuros empleos, ya que el entorno
laboral va cambiando hacia una forma más cooperativa que competitiva de
trabajo. Otros argumentos a favor del aprendizaje cooperativo ven en él una
manera de desarrollar habilidades para relacionarse socialmente y para reducir
la intolerancia y la violencia.
Uno de
los mayores retos para los docentes que intentan desarrollar este tipo de
aprendizaje en clase, es la necesidad de enseñar tanto habilidades sociales
(de relación) como académicas. El alumnado está acostumbrado a clases
tradicionales donde sólo desarrolla tareas individuales y es a menudo incapaz
de trabajar productivamente en situaciones grupales. Aquellos docentes que
nunca han enseñado el desarrollo de habilidades sociales tienen que expandir
sus objetivos y aprender nuevas estrategias de enseñanza para lograr ciertos
resultados en este área. En la clase, es importante explicitar cuidadosamente
las expectativas, enseñar de forma directa habilidades sociales (de relación)
y de liderazgo, y evaluar el trabajo en grupo en cada sesión de aprendizaje
cooperativo con los estudiantes. También es importante comenzar de forma
gradual y estructurar los grupos de aprendizaje cooperativo con mucho cuidado
al principio. Al comienzo muchos docentes asignan roles a cada grupo para que
cada estudiante tenga una responsabilidad específica. Estos roles pueden
incluir un moderador (guía la discusión), un secretario (toma notas de las
decisiones del grupo), y un relator (relata el progreso del grupo al final).
Estos roles pueden cambiar o mantenerse estables en diversas actividades. El
desempeño de cada rol implica el aprendizaje de habilidades. Luego de cada
actividad de aprendizaje cooperativo, el docente y el alumnado evalúan cómo
ha ido el trabajo en grupo. Esto puede hacerse con todo el grupo o de manera
individual y por escrito. Las cuestiones básicas incluyen: ¿Qué ha
posibilitado que tu grupo trabajara bien? ¿Qué problemas han aparecido? ¿Qué
podríamos hacer la próxima vez para trabajar mejor? ¿Qué has aprendido? ¿Cómo
te han ayudado a aprender los diferentes individuos o el grupo? ¿Qué es lo que
más me ha ayudado a aprender?
El
aprendizaje cooperativo puede utilizarse de manera productiva para desarrollar
habilidades académicas y sociales, pero esto lleva tiempo y necesita de un buen
plan para desarrollar las habilidades sociales necesarias al trabajo
cooperativo grupal. También se requiere que los docentes piensen de una manera
diferente sobre el currículum y vean las habilidades sociales como un área
legítima de aprendizaje para su alumnado. Las expectativas deben ser
explicitadas y dadas a conocer por el enseñante o establecidas por la clase en
su conjunto. Es importante evaluar tanto el proceso como el resultado del
aprendizaje. El aprendizaje cooperativo a menudo estimula la motivación y el
aprendizaje del alumnado, y cuando se lleva a cabo de forma adecuada aumenta el
saber y las habilidades del alumnado para trabajar con otros de forma
productiva. Los grupos de aprendizaje cooperativo se llevan a cabo ocasional o
frecuentemente dependiendo de los objetivos del docente y de la disposición del
alumnado. La mayoría del profesorado encuentra que es mejor comenzar poco a
poco e ir incrementando de forma gradual las actividades de aprendizaje
cooperativo.
La colaboración entre docentes y
estudiantes
En
Estados Unidos existen históricamente dos escuelas de pensamiento contrapuestas
sobre la relación entre docentes y estudiantes. La primera deriva de las
teorías psicológicas conductistas y se fundamenta en la metáfora de la
eficiencia y la productividad. Desde este punto de vista, las escuelas son
como fábricas donde el producto está predefinido, cada individuo aprende cosas
similares y es alentado a lograr ciertos estándares predefinidos. En esta
concepción, el alumnado es clasificado por edad y habilidades, los docentes
tienen un currículum prediseñado y secuenciado y unos planes para motivar y
enseñar a su alumnado, a éste se le capacita para seguir directrices y se le
examina y recompensa según sus logros individuales valorados de acuerdo a parámetros
preestablecidos. A esta visión se le denomina “enseñanza directo” y se puede
decir que caracteriza gran parte de la instrucción que tiene lugar en las
escuelas de Estados Unidos (y probablemente de España).
La
segunda escuela de pensamiento deriva del pragmatismo filosófico y la metáfora
es orgánica e interactiva. En este modelo, el docente interactúa más con el
alumnado y construye el aprendizaje. Se considera la naturaleza social del
aprendizaje y su dependencia de la orientación pedagógica, pero no el completo
control por parte del docente. Alumnado y profesorado trabajan de manera
colaborativa para promover el aprendizaje de una manera más integrada y bajo
la consideración de un currículum holístico que sólo está parcialmente predeterminado.
Los docentes deben negociar los objetivos predefinidos con los intereses y habilidades
del alumnado. Tanto unos como otros colaboran para definir las normas de la
clase y para resolver los problemas sociales y de aprendizaje que pueden
surgir.
Uno de
los argumentos a favor de este enfoque más colaborativo es que permite preparar
mejor al alumnado para participar en una sociedad democrática. Aquí existen
probablemente diferencias de significado culturales que necesitan
considerarse. La democracia en España tiene antecedentes y una historia
diferente a la de Estados Unidos. Las formas en que las aulas democráticas
sustentan la democracia en Estados Unidos puede diferir significativamente de
la racionalidad y las formas de proceder más útiles para el sostenimiento de
los objetivos democráticos en la sociedad española. En el contexto de Estados
Unidos, el alumnado en colaboración, o en los que se han llamado “oulos
democráticas” aprende a participar en grupos de toma de decisiones y de
resolución de problemas experimentando tanto la responsabilidad como la
libertad legadas por el sistema democrático. Otro argumento en apoyo de este
punto de vista, es que cuando el alumnado se encuentra involucrado en las
decisiones sobre qué y cómo aprenderá, está intrínsecamente más motivado y el
aprendizaje resulta más significativo.
En el
primer modelo, “enseñanza directa”, los docentes presentan información
esperando que el alumnado la aprenda; en el segundo modelo, el alumnado
colabora con los docentes en la toma de decisiones sobre qué va a aprender y
cómo se organizará la clase. En el primero, los estudiantes son evaluados
según pruebas estandarizadas que los comparan con individuos de la misma edad.
En el segundo, en cambio, las pruebas estandarizadas fijan sólo parte del
currículum, porque tanto las habilidades sociales como las de resolución de
problemas y el desarrollo del pensamiento superior tienen la misma
importancia.
Personalmente
he participado como docente durante 8 años en el programa alternativo de una
escuela elemental donde tratábamos de desarrollar un número de innovaciones
entre las que se encontraba la “clase democrática”. Nuestro principal objetivo
era ayudar al alumnado a desarrollar habilidades de aprendizaje y una
motivación intrínseca en un medio cooperativo y democrático. Nuestras aulas
tenían diferentes grados (normalmente 2 o 3 niveles juntos) con la idea de que
los alumnos se ayudaran mutuamente (los mayores a los más pequeños) y pudieran
trabajar en su nivel de aprendizaje sin importar su edad. La clase estaba
estructurada de manera que permitiera la toma de decisiones tanto individuales
como grupales en muchas áreas. Las familias participaban en la clase durante
tres horas cada semana con el objeto de incrementar la cooperación entre
docentes, familias y alumnado. Dos veces al día nos sentábamos formando un círculo
(“rnomento de círculo' y hablábamos de las actividades que haríamos ese día y
sobre nuestras expectativas al respecto. Cuando había problemas o cuestiones
las discutíamos en grupo; y cuando docentes, familias o estudiantes tenían
sugerencias para llevar a cabo alguna mejora, hablábamos de ello y a menudo
votábamos sobre las propuestas que se presentaban.
Aunque la
colaboración entre profesorado y alumnado en este programa tenía lugar de
diferentes maneras, el “momento de círculo” ocupó un lugar central en el
desarrollo de la clase democrática. En ese preciso momento era cuando se
trabajaba para el desarrollo de una comunidad democrática, se valoraban las
distintas opciones y sugerencias y se tomaban las decisiones en grupo. Durante
el “momento de círculo” conversábamos de muchas cosas vinculadas a la construcción
de una comunidad de aprendizaje. Tratábamos de desarrollar normas que hicieran
que cada persona se sintiese parte importante de la comunidad y, por tanto,
responsable del mantenimiento de esas normas y responsabilidades comunitarias.
Al igual que en una democracia, se hablaba tanto de “derechos” como de “responsabilidades”;
y que tener “derechos” comporta también tener “responsabilidades”. Nuestro
principal propósito en este desarrollo era que el alumnado aprendiera cómo
participar en un proceso democrático y cómo ser miembro responsable de una
comunidad democrática.
Las
reglas y los procedimientos del “momento de círculo” se desarrollaban en grupo
de acuerdo a un conjunto de expectativas que solíamos tomar como principios
orientativos. Por ejemplo, ¿cómo podemos dialogar juntos de tal forma que nos
permita valorar la opinión de cada uno? ¿cómo vamos a tomar decisiones que
resulten justas y equitativas para todos? ¿qué haremos cuando alguien considere
que una norma o expectativa es injusta? ¿cuál es la mejor manera de presentar
al grupo los problemas para su resolución?
Generalmente
nos sentábamos en círculo dos veces al día, al comienzo y al final. Uno de los
estudiantes se constituía en moderador de la discusión y era el responsable de
convocar a los otros y de presentar las sugerencias para votar una de las
soluciones propuestas. Los “círculos” duraban desde 15 minutos hasta una hora
dependiendo de los intereses de los estudiantes y de cuántos temas tuviera la
agenda. La agenda era fijada a menudo por el alumnado anotando en la pizarra
con anterioridad los puntos que querían discutir. Durante el “rnomento de
círculo”; los docentes también explicaban las actividades de aprendizaje de ese
día y discutían las expectativas con su alumnado.
Son
muchos los desafíos a considerar a la hora de desarrollar aulas democráticas.
En primer lugar, los docentes deben delegar en sus alumnos parte de la toma de
decisiones
que
tradicionalmente les compete a ellos. Desde este punto de vista, si queremos
enseñar al alumnado a tomar decisiones acertadas, tendremos que permitirle
tomar decisiones poco adecuadas hasta que vaya mejorando en este proceso, y
permitirle que sus ideas influyan tanto en el entorno de la clase como en las
directrices de aprendizaje. Por supuesto, los docentes todavía tienen un alto
grado de autoridad, pero el alumnado necesita un área de toma de decisiones
auténtica y significativa apropiada a su edad, desarrollo y habilidades
sociales. Para el profesorado acostumbrado a tomar todas las decisiones,
perder algo de esta autoridad puede resultar amenazador. Se necesita tiempo
para que tanto profesores como alumnos desarrollen habilidades que
posibiliten la realización de un trabajo democrático en el aula. También lleva
tiempo aprender a trabajar mediante formas más democráticas a partir de un
currículum tradicional.
Una de
las más significativas ventajas de la clase democrática, desde mi punto de
vista, era propiciar el desarrollo de una responsabilidad compartida entre
alumnos y docentes. Se trabajaba conjuntamente para hacer de la clase una
comunidad justa y democrática. Se abordaban los problemas en conjunto y, como
consecuencia, el alumnado se sentía más responsable de mantener las normas y
las obligaciones que habían sido construidas entre todos. Yo no era la única en
hacer respetar “normas y castigos”. Más que librarnos de nuestras
responsabilidades o sus consecuencias, trabajábamos juntos para mantenerlas o
cambiarlas si éstas no funcionaban. Otra ventaja era que el alumnado estaba
muy entusiasmado con la escuela y con su propio aprendizaje a medida que se
involucraba más en la toma de decisiones. Entendía las razones que sustentaban
cada norma y se sentían comprometidos a ayudar a construir un sentido de
comunidad en la clase. A menudo, cuando colaboraban en las decisiones sobre qué
y cómo iban a aprender se responsabilizan más de su propio aprendizaje.
No es
posible hacer clases completamente democráticas. Los docentes continúan
siendo responsables de la enseñanza y de la evaluación y punto de vista que
tenga el alumnado. Pero incorporar en parte la toma de decisiones democrática
en el aula puede fomentar la enseñanza de habilidades y actitudes necesarias
para la participación adulta en una sociedad democrática. Desde mi experiencia
en este tipo de clase, he tenido la oportunidad de valorar en mi alumnado el
tipo de actitudes y responsabilidades que desarrollan cuando tienen la
posibilidad de aprender a tomar decisiones democráticamente en clase.
Un continuo de colaboración
Para
hacer algunas distinciones entre estas dos diferentes aproximaciones a la clase
colaborativa, podemos considerar el rol del docente, el del estudiante y los
contenidos del currículum. Por supuesto, hay muchos matices diferentes en los
enfoques a lo largo de este continuo que es la colaboración, presentaré dos
ejemplos, de manera descriptiva, para plantear unas pocas distinciones.
En la
categoría de aprendizaje cooperativo, las tres aproximaciones que he descrito
se sitúan en un continuo que va desde el docente más directivo hasta al más
abierto (ver cuadro I). En la perspectiva de Slavin, el docente elige el
material, determina el grupo de trabajo, y evalúa los resultados de
aprendizaje a través de la competencia entre grupos. Este enfoque se adecúa
bien a contenidos que pueden ser aprendidos mediante la repetición y la
memorización. El grupo de trabajo se hace cargo del aprendizaje de la
información prescrita por parte de cada miembro del grupo.
En el
enfoque de Johnson y Johnson, el contenido y su estructura también vienen
definidos por el docente, pero el material a ser aprendido requiere normalmente
la resolución de problemas en grupo y un trabajo conjunto para alcanzar el
consenso. Como en la primer conceptualización, los estudiantes son responsables
de ayudar a cada miembro del grupo a aprender y comprender el material, pero el
trabajo requiere habilidades de pensamiento de orden superior y no involucra la
competencia entre grupos.
En el
“grupo de investigación” desarrollado por Sharan y sus colegas, el alumnado
trabaja en proyectos realmente abiertos que requieren una mayor toma de
decisiones y un acceso integrado al currículum. En esta visión, los docentes
son más facilitadores que directivos. Ayudan al alumnado a elegir y diseñar
un proyecto y a trabajar conjuntamente para alcanzar juntos los objetivos de
aprendizaje construidos.
En todos
los enfoques presentados, el currículum incluye tanto los contenidos
académicos tradicionales como el desarrollo de habilidades sociales. La
inclusión de este tipo de habilidades como una parte integral del curriculum
“estándar” hace que el aprendizaje difiera de la aproximación tradicional. Los
tres ayudan al alumnado a aprender a trabajar conjunta y productivamente,
propiciar el aprendizaje de todos los miembros del grupo y responsabilizarse
del éxito en el progreso del grupo total.
Cuando
analizamos cada una de estas visiones en relación a las clases democráticas, todas
pueden ser consideradas como tales aunque tiendan a propósitos diferentes. Los
tres enfoques son compatibles con la clase democrática porque incluyen tanto el
desarrollo de contenidos académicos como de habilidades sociales, y ponen
énfasis en la importancia de responsabilizarse del propio aprendizaje y del de
los compañeros de clase. Cada visión sobre el aprendizaje cooperativo
proporciona una forma de enseñar habilidades grupales, la negociación y la toma
de decisiones requerida en una clase democrática.
A algunos
docentes que trabajan en esta línea no les gustan los aspectos competitivos de
la visión de Slavin, porque prefieren centrarse más en la negociación y la
toma de decisiones; otros en cambio piensan que la competencia es un aspecto
del sistema democrático también y aprecian más la combinación de la
cooperación y la competencia. Algunos argumentan que el enfoque del grupo de
investigación de Sharan es el más apropiado para una clase democrática porque
permite al alumnado todo un abanico de decisiones acerca del proceso de
aprendizaje; otros dicen que lo mejor es utilizar todos los enfoques porque
cada uno pone el acento en aspectos diferentes y así se generan distintas
habilidades, todas importantes para el desarrollo de un trabajo democrático en
clase.
Cualquiera
que sea la perspectiva de colaboración adoptada, es importante impulsar estas
iniciativas lentamente y con una preparación muy cuidadosa. Requiere tiempo
desarrollar las habilidades necesarias en docentes y alumnos para llevar adelante
un trabajo más colaborativo en las aulas. Si esto no se hiciera cuidadosa y
deliberadamente, docentes y alumnos podrían frustrarse antes de tener la
oportunidad de cosechar los beneficios de clases más colaborativas.
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