investigación, perfeccionamiento e
innovación
EL USO SOCIAL DE LOS OBJETOS EN LA
ETAPA INFANTIL: EDUCANDO PARA EL
COMPARTIR
Concha
Sánchez Blanco
Las
sociedades postmodernas, en consonancia con los influjos de los poderosos
medios de comunicación, reflejan a la vez que estimulan la aceptación y
promoción del individualismo, el consumismo y la competitividad. La educación,
y por tanto la escuela, para no mantenerse ajenas a esta realidad, facilitarán
la comprensión y la actuación autónoma. En esta línea, esta colaboración
reflexiona sobre la necesidad de repensar el uso que le da a los distintos
objetos utilizados en el aula (y en la escuela), sin olvidar los valores que
subyacen a ese uso. La autora nos invita a analizar críticamente nuestra
práctica docente y los hábitos y actitudes manifestadas por nuestro alumnado
para fomentar valores cooperativos entre ellos.
1 . POSEER Y SEGREGAR
El
desarrollo de actitudes cooperativas entre los niños y niñas en los escenarios
escolares lleva implícita una preocupación por generar experiencias en las
cuales los más pequeños y pequeñas aprendan a compartir los objetos, la
información, los espacios y demás materiales. Sin embargo, el trabajo de los
profesores y profesoras en relación a tales actitudes se enfrenta diariamente
con no pocos problemas debido al propio contexto sociocultural y económico de
corte neoliberal en el que tanto los niños y niñas como los mismos adultos desarrollan
su vida. Se trata de un marco donde no sólo no se potencia este compartir sino
que, por el contrario, llega a ridiculizar tales actitudes en los sujetos
convirtiendo el poseer individualmente y no colectivamente en el valor
imperante que se reproduce en no pocos escenarios de la vida social. Sin ir más
lejos, recordamos aquí cómo no nos falta a diario alguna que otra noticia en
relación al proceso de privatización que se viene produciendo en las empresas
públicas.
De esta
forma, es necesario que los equipos docentes desde la escolarización más
temprana retomen para su discusión cuestiones de corte ideológico con el fin
de tratar de desvelar ciertas actitudes profundamente arraigadas y
reproducidas en las relaciones sociales que guardan una estrecha relación con
la reproducción y perpetuación de un neoliberalismo descarado presente en
nuestro medio. Desde aquí es funcional que los niños y niñas desde muy temprano
sean socializados en el ethos del mercado de consumo que genera, como señala
Galbraith (1960, pág. 225), todo un proceso de persuasión que hace que
finalmente el sujeto incurra en deuda, una deuda que en este sistema económico
neoliberal es tan importante como la elaboración de bienes y la creación de
necesidades que acaban convirtiendo lo más superfluo en falsas necesidades
vitales que han de ser urgentemente satisfechas para ser feliz (Reck, 1983,
pág. 38).
Se trata
además, de unas necesidades que no todo el mundo tiene la posibilidad de
satisfacer y que condenan a otros a vivir encadenados al trabajo en el
sistema productivo. El consumo no es malo en sí mismo como pretenden hacer
creer moralistas y sociólogos, lo que es enfermizo, como señala Ortiz (1980,
pp. 58), “es producir esas necesidades en los potenciales consumidores y luego
hurtar el goce de las mismas, o bien porque no todos tengan acceso a los mismos
bienes de consumo, o bien porque, bajo el pretexto del futuro consumo de esos
productos de goce, se hace que el hombre quede atado para siempre a la producción
ininterrumpida”. De ahí la necesidad imperiosa de que los profesores y
profesoras de Educación Infantil adquieran el compromiso de generar en la
comunidad educativa desde la escolarización más temprana un proceso de
discusión y reflexión crítico que permita tomar conciencia acerca de cómo este
consumismo se ve potenciado muy a menudo desde los medios de comunicación de
masas y acerca de cómo se puede perpetuar esta situación de forma encubierta no
sólo en la vida familiar, sino también en el propio proceso de escolarización
de los más pequeños/as, aunque el discurso reformista de la educación infantil
recogido en el currículo oficial vaya en otra dirección. No se olvide aquí que
el discurso sobre objetivos y contenidos en relación a estas actitudes
favorables al compartir no garantiza necesariamente que sean éstos y no otros
los valores que se recogen en las situaciones de la vida escolar.
2. POR UNA PRÁCTICA CRÍTICA COMPROMETIDA
Una
práctica crítica comprometida con el desarrollo de actitudes favorables a la
cooperación y por lo tanto al compartir asumiría la responsabilidad de discutir
colectivamente determinados presupuestos ideológicos que introyectan ciertos
sujetos a los que Galbraith ( 1992, pp. 42 y 48) denomina “mayoría satisfecho”
para la cual los pobres o “subclase funcional” tienen que ser “la fuente de su
propio socorro y bienestar” porque necesitan el acicate de su pobreza para
esforzarse, y el apoyo y la ayuda social les perjudicarán.
Desde
aquí, convendría generar un proceso de discusión en los escenarios escolares
acerca de cómo como adultos responsables de la educación de niños y niñas
pequeños reproducimos tales concepciones en nuestras formas de proceder por muy
increíbles que parezcan tales argumentos, porque en el fondo constituyen
consideraciones poderosas que se utilizan para justificar un estado de bonanza
de unos pocos frente a esa “subclase funcional” (Galbraith, 1992, pp. 42 y 48)
que contribuye por un lado a mantener el nivel de vida y desahogo de esa
comunidad favorecida; y por otro a legitimar ciertas soluciones
socioeconómicas y políticas que en el fondo no hacen si no acentuar cada vez
más las diferencias entre los que tienen y los que no tienen. Este es, pues,
un contexto muy poco idóneo para que surjan entre los sujetos actitudes
favorables al compartir y, por lo tanto, para que éstas sean aprendidas por los
niños y niñas desde la más temprana edad.
Así, este
abismo entre los que poseen y los que no, entre los que tienen la posibilidad
de un consumo masivo y los que a duras penas van sorteando las necesidades
fundamentales del día a día bien puede vivirse en los escenarios escolares
cuando desde ciertas prácticas docentes la presencia de costosos materiales
denominados educativos se consideran imprescindibles para el desarrollo de la
actividad de niños/as y profesoras/es en las aulas. Desde aquí, se vienen a
confirmar ciertas hipótesis de los niños y niñas pequeños relacionadas con que
todo se puede comprar o vender generadas en un contexto donde la economía de
mercado es parte esencial. Mis observaciones en las escuelas con niños/as del
segundo ciclo de Educación Infantil ponen de manifiesto este tipo de
concepciones en las cuales está presente la idea que recoge que nada se puede
acabar mientras se tenga dinero para comprarlo.
Desde
aquí, el profesorado de Educación Infantil tendría que adquirir la
responsabilidad de analizar y discutir colectivamente qué uso se hace de los
objetos incluso espacios y/o informaciones en las prácticas y
acciones de profesores/as y niños/as de manera que se camine en la dirección
de socializar a los pequeños/as en los escenarios escolares no tanto en un uso
exclusivista de estos materiales valor éste bien acorde con este medio
económico ; sino más bien, hacia aprendizajes donde la utilización
colectiva y compartida de los mismos constituya un presupuesto fundamental.
Por lo
tanto, es necesario una Educación Infantil que se proponga desarrollar en los
niños y niñas actitudes favorables al compartir, introduciendo como aspecto
central para su discusión en los contextos escolares cuestiones tales como de
que forma nuestro medio sociopolítico y económico en el que coexiste la
propiedad colectiva con la propiedad individual se reproduce en las situaciones
escolares, donde incluso ciertos objetos supuestamente colectivos de las aulas
se privatizan (las colchonetas de la siesta, las perchas y los casilleros de
aula, son algunos ejemplos), al igual que algunos espacios (el lugar donde
colocar los zapatos; el espacio de dormir o de comer).
Recuerdo
aquí como en una ocasión los compañeros/as del aula de 4 a 5 años ofrecieron a
la clase unos cuadernillos para pintar que les había proporcionado una madre
(Sánchez Blanco, 1994). En este caso, el regalo fue individualizado primero por
la profesora de la clase de 4 a 5 años, de manera que cada niño/a de esta clase
le regalaba un cuadernillo a un niño/a de la otra clase. Posteriormente, el
profesor privatizaría aún más este objeto cuando a los niños/as les planteó
como tarea poner el nombre en éste; de esta forma con esta privatización y
dado que todos disponían de un cuadernillo, se legitimaban las sanciones debido
a ciertas “invasiones” de la propiedad privada como eran pintar en el libro
del compañero/a. Recuerdo también aquí cómo una niña, Laura, reproducía esta
privatización colocando pegatinas en la portada del cuadernillo. La propuesta
de Isidro podría haber sido, por el contrario, que los cuadernos pasaran a
formar parte del material colectivo del aula.
Así,
convendría discutir en los equipos docentes acerca de la “gestión” de los
objetos e incluso de los espacios que tiene lugar en los escenarios escolares
porque las acciones de profesores/as y niños/as bien pueden estar guardando
una estrecha relación con la política de gestión de la propiedad en el contexto
socioeconómico y cultural en el que vivimos, un contexto donde el tener ocupa
un lugar muy importante y donde el ser adquiere sentido si sirve para adquirir
riqueza y poder.
Del mismo
modo interesaría analizar si en los escenarios escolares el profesorado impone
un conjunto de normas de uso para ciertos materiales colectivos y en qué casos
interviene para reglar el uso de los objetos propiedad de los niños y niñas,
así como las consecuencias que de tales acciones se derivan. Ello no quiere
decir que no haya una regla comúnmente aceptada en el discurso educativo
presente en las aulas como es, que los objetos cuya propiedad es individual se
deben compartir con los compañeros/as. De hecho, los pequeños y pequeñas a
menudo ofrecen este argumento, tanto para los objetos privados, como para los
colectivos, con la finalidad de conseguir que un compañero o compañera les
deje un juguete deseado. Ahora bien, como profesores/as deberíamos asegurarnos
que tales comentarios en nuestra práctica cotidiana no respondieran
exclusivamente a un discurso adulto aprendido formalmente y/o puesto de moda
que se trata de transmitir a los niños y niñas y que sin embargo, no ha sido
interiorizado en nuestra práctica docente cotidiana tanto con los niños/as,
como con los compañeros/as o con las familias. Desde aquí, no estaría de más,
por ejemplo, analizar cuáles son nuestros comportamientos en relación a los
materiales y recursos de los centros cuando se trata de compartirlos con otros
compañeros y compañeras.
En
algunas ocasiones, los profesores/as imponen alguna que otra regla más
específica para regular el uso de los objetos privados de los niños y niñas en
el aula que tiene que ver, fundamentalmente, con los momentos que se
consideran adecuados para la utilización de este tipo de objetos privados.
Ahora bien, los docentes deberían analizar y discutir críticamente las
consecuencias de reducir sus intervenciones exclusivamente a los momentos en
los cuales tales objetos interfieren y dificultan la realización de una
actividad escolar por ejemplo, no llevar objetos a la asamblea de la
clase y dejarlos en un carro durante la realización de la misma ; así
como, los valores que se transmiten en este tipo de actuaciones.
Dado que
la presencia de las normas de utilización de los objetos privados en el
discurso no garantiza la preocupación permanente del profesora por su
cumplimiento, sería necesario que los equipos docentes discutieran
colectivamente y con las familias las consecuencias de la introducción de este
tipo de objetos y sus intervenciones en relación a los mismos, si es que se
acepta como tal su entrada en el aula. De esta forma, sus intervenciones en
torno al uso de tales objetos privados, no quedarían reducidas exclusivamente a
situaciones en las cuales ocasionan conflictos evidentes entre los niños y
niñas.
Igualmente,
los profesores/as tendrían que adquirir el firme compromiso de discutir qué
valores pudieran estar transmitiéndose encubiertamente en la utilización de
tales objetos privados como eje para organizar actividades en las aulas (grabar
canciones en el cassette que ha traído el amigo, por ejemplo). En este caso,
el niño/a que posee, que tiene “propiedad privada”, se convierte en el centro
de la actividad de la clase, de manera que aquél que aporta el material de
forma privada adquiera más derechos, a veces, sobre el control de la actividad,
sobre el proceso de realización de la misma (Sánchez Blanco, 1994). Esta
situación recuerda, en cierto modo, a los derechos y poder que adquieren los
sujetos en las empresas, dentro de un contexto económico neoliberal, en función
de su aportación de capital (Bowles y Edward, 1985, pp. 71).
3. REPRODUCIR VERSUS RESISTIR
Sucede,
además, que no todos los niños as “tienen”; o hay diferencias en cuanto a la
cualidad o cantidad de lo poseído. Así, hay niños/as que llevan juguetes al
aula muy sofisticados; otros llevan juguetes y artefactos más sencillos y
otros, por el contrario, no llevan nada porque no tienen o lo que llevan no es
lo suficientemente espectacular para captar la atención del profesor y los
compañeros/as y originar una actividad de aula. Pero además, no se olvide, que
si es el profesorado el que propone que se lleven al aula tales objetos, bien
pudiera estar originando jerarquías entre los niños y niñas que vendrían dadas
por su mayor o menor capacidad para poseer.
En torno
a los objetos privados que los niños/as llevan al aula, se generan un conjunto
de reglas encubiertas en relación al uso de tales objetos que influyen
profundamente en los intercambios e interacciones que se establecen entre los
niños y niñas que los profesores/as tendrían que tener en cuenta y discutir y
analizar con los niños/as de manera que no pasaran a formar parte del curriculum
oculto del aula y de la escuela. Es decir, en torno a este tipo de objetos se
establece una especie de mercado que marca profundamente las relaciones entre
los pequeños y pequeñas y por lo tanto, obstaculiza el desarrollo de actitudes
cooperativas que deberían estar presentes como principio de procedimiento
clave a la hora de discutir acerca de la organización de los objetos y materiales
en las aulas infantiles.
Podemos
decir que en el aula, junto al uso de objetos colectivos, sujetos a unas reglas
claramente especificadas, aceptadas y compartidas colectivamente en la mayoría
de las ocasiones aunque no por ello dejan de surgir los conflictos entre
los pequeños/as , a menudo coexiste un “mercado de objetos individuales”,
cuya organización podría estar reproduciendo el funcionamiento de nuestro
contexto socioeconómico. Por ello, el profesorado debería estar atento en las
situaciones de aula con el fin de analizar críticamente estas relaciones
sociales que se pueden generar a partir de la utilización de los objetos,
tanto entre los niños y niñas, como entre los propios adultos de la escuela.
No se olvide
que en este contexto neoliberal que tenemos la libertad de los individuos se
liga a la posesión de bienes materiales. En el fondo, se defiende un concepto
burgués de libertad que consiste en poseer y hacer uso libremente de tales posesiones
(Fernández de Castro, 1991, pp. 80 81). De ahí la necesidad de que las
comunidades educativas adquieran el compromiso de analizar en qué medida pueden
ser transmisores de los valores de una economía basada en el consumo que acaba
haciendo creer a los sujetos que son más libres y felices cuanto más riquezas
poseen y tienen el poder de hacer con esas posesiones lo que deseen. Pero además,
este medio nos muestra una y otra vez que el poseer y el poder están
íntimamente ligados.
Desde
aquí, es necesario que la escuela se convierta en un foro adecuado en el que
se discutiría sobre cómo resistirse a la reproducción de estas concepciones en
relación a tales consideraciones acerca de la libertad. Así, los escenarios
escolares tendrían que convertirse en marcos idóneos donde se criticara y
buscaran estrategias que entorpecieran el desarrollo de relaciones sociales
basadas en la conexión entre poder y posesión. No olvidemos aquí que el mismo
consumo le da al individuo la ilusión de poder, de participar, de decidir, ya
que continuamente está escogiendo y cambiando elementos de su forma de vivir.
La falta
de intervenciones del profesorado en esta dirección puede generar un clima
social en el aula donde los niños y niñas que más poseen o los que traen los
objetos más atractivos sean los más respetados y apenas agredidos, obteniendo
ciertos privilegios como puede ser el de participar sin límite en cualquier
juego que alguno de sus compañeros/as proponga. En el fondo, convendría tener
en cuenta que en esta situación la posesión está sirviendo para marcar al
usuario como sucede en nuestro sistema económico (Pérez Tornero, Tropea,
Sanagustín y Costa, 1992, pp. 30). En este sentido es necesario que en el aula
se genere un proceso de discusión ante tales actitudes que lleve a los niños y
niñas desde muy pequeños a tomar conciencia de sus actuaciones en la vida
social del aula y a compartir aquellas decisiones que se tomen en el grupo para
no fabricar jerarquías sociales en el mismo a partir de los objetos que se
poseen.
El objeto
o juguete propiedad del niño/a no sólo puede adquirir un valor de uso en el
aula, también tiene un valor de cambio. El aula, a través de la aportación de
los objetos privados de los niños/as, bien se podría convertir en una especie
de mercado prácticamente libre, si las regulaciones en cuanto a su uso son muy
escasas. Así, el objeto poseído por el niño/a se suele cambiar por favores de
otros compañeros/as como la no agresión, el permitir participar en un juego o
la aceptación en un pequeño grupo, o el cambio por otros objetos atractivos. En
el caso de tener un objeto, los niños/as, muy a menudo, viven los deseos de
interacción de un compañero/a con recelo porque temen la pérdida de aquél
(Sánchez Blanco, 1995). Igualmente, hay casos en los cuales los niños/as se
asocian para cuidarse los objetos mutuamente durante el tiempo que no los
utilizan, aunque se trate de objetos de uso colectivo (guardar el autobús al
compañero/a mientras se va al baño o el molinete mientras se merienda).
El
profesorado tendría que estar atento para no potenciar este valor de cambio
basado en la obtención de beneficios individuales desde su práctica en el
aula. Para ello el compartir no tendría que interpretarse como un intercambio
de materiales entre los niños/as, sino más bien como un uso verdaderamente
compartido de los mismos. Así, dentro de este planteamiento tendría más
sentido hacer conjuntamente un rompecabezas que organizar un sistema de turnos
o intercambiarse este material con los compañeros/as conforme cada niño fuera acabando
la realización del rompecabezas que tenía inicialmente.
4.
COMPARTIR
LIBERANDO CONCIENCIAS
Es necesario por lo tanto crear
situaciones escolares donde los objetos pierdan el papel de fetiches tan presente
en nuestro contexto socioeconómico y que sean las relaciones humanas el centro
de la actividad que se propone. Desde tales presupuestos se convierte en
importante analizar con los niños y niñas aquellas situaciones en las cuales
cosifican las relaciones con sus compañeros a través de los objetos que se
están utilizando de manera que “el tú me das a cambio de que yo te dé (..)” o
“el tú me dejas un objeto a cambio de que yo te deje este otro objeto que
tengo” no acabe convirtiéndose en el presupuesto fundamental de sus acciones.
El
profesor de Educación Infantil desde su práctica educativa debería fomentar
entre los niños la necesidad de relación social y no tanto la de posesión de
objetos para que el desarrollo de actitudes en relación al compartir tenga
lugar. Nada más contrario a tales planteamientos consistiría en potenciar la
necesidad de posesión a través de una utilización individualista de los
objetos colectivos del aula en las actividades que se realizan. Así, convendría
reflexionar acerca de la contradicción existente entre aquellas actividades
propuestas en las aulas que requieren para su realización como imprescindible
tener una posesión individual un coche para cada uno; un tubo de
pegamento, un cojín... , frente a aquellos otros juegos o actividades en
las cuales es imprescindible compartir objetos, bien por parejas, bien entre
más niños/as para que aquéllos puedan tener lugar.
Las
mismas acciones de los niños/as muestran cómo los pequeños/as consideran que
el dueño de la posesión es el que tiene más derecho a jugar más tiempo con el
objeto poseído, el que puede marcar las reglas de juego, aunque está ofreciendo
su juguete o posesión como objeto colectivo. Sin embargo, compartir implica
perder todos los derechos sobre la propiedad y pasar las decisiones sobre la
misma al grupo, para convertirse el propio poseedor en un miembro más de éste.
El mismo profesora .puede hacer justamente lo contrario cuando, por ejemplo,
se adueña de una propiedad fruto de la acción colectiva y la transforma en
propiedad privada al llevarse un manzano del semillero para plantarlo en su
casa al final de curso, cuando la propuesta bien podría estar más cercana al
compartir si propusiera a los niños y niñas plantarlo en el jardín de la
escuela (Sánchez Blanco, 1994).
No se
olvide además que el valor de la posesión se acentúa también cuando hay rigidez
en la distribución de materiales en función de las diferentes aulas. De ahí la
necesidad de que los equipos educativos discutan y reflexionen acerca de cómo
organizar esos objetos y/o materiales e incluso los espacios y las
informaciones de manera que se camine hacia una utilización compartida de todo
ello. En este planteamiento no tendría sentido, por lo tanto, que el material
estuviera repartido por aulas y no se produjeran intercambios con otras
clases porque ese compartir originara situaciones agobiantes para los adultos.
No olvidemos aquí que los pequeños y pequeñas tienen en las acciones de los
adultos de la escuela un modelo para el aprendizaje de este tipo de actitudes
de manera que aprenden a compartir cuando viven en un ambiente donde los
adultos comparten.
Los
propios niños/as y familias también llegan a ser a veces, precisamente por la
compartimentación de funciones y actividades entre las personas,
simbólicamente objetos de posesión, situación que acaba por diluir entre los
profesores/as las responsabilidades compartidas en relación a ellos. Así,
desde esta posición son frecuentes entre el profesorado de la escuela
expresiones como “mis niños/as”, “mi clase”, “mi aula”. El sentido de la
posesión llega incluso, a originar repartos de niños/as en las aulas dobles
entre los docentes que allí trabajan, hecho éste que trae numerosas
dificultades, si se tiene en cuenta que son los niños/as los que deciden realmente
en materia de afectos, pese al reparto realizado por el adulto (Sánchez
Blanco, 1995).
Los
objetos y materiales colectivos incluyendo aquellos surgidos de la actividad
en grupo tendría que ser destinados a usos colectivos y no exclusivamente
individuales, ofreciéndole situaciones en este sentido de manera que incluso,
llegado el caso de que un niño/a haga un uso individual de algunos de estos
objetos, se le ofrezca también la experiencia de compartirlo con los
compañeros/as. No se olvide además que el valor de la privatización,
igualmente, se está realizando cuando en el aula falta una preocupación por el
cuidado y conservación de los objetos colectivos y no se trabajan ciertos
comportamientos de los niños/as que reflejan una pérdida de la conciencia de
esta necesidad de cuidado. Así, sería necesario que a los niños y niñas
aprendieran a respetar y cuidar los objetos colectivos del aula, a recoger los
caídos accidentalmente, a limpiarlos cuando se ensucian, a repararlos cuando
sufren desperfectos.
Téngase
en cuenta que la falta de cuidado del material colectivo en los escenarios
escolares nos puede estar remitiendo a algunos sucesos relacionados con la
falta de cuidado de los bienes públicos (los parques, el mobiliario o
materiales de establecimientos públicos...) que muy habitualmente se produce
en nuestro contexto socioeconómico. Igualmente, es conveniente para la
legitimación de valores y estrategias característicos de un sistema económico
neoliberal, donde prima el enriquecimiento de unos pocos, generar en la
población la conciencia acerca de la escasa funcionalidad de las entidades
públicas y de que la gestión de numerosas empresas públicas ha sido, en muchos
casos, un fracaso (Sánchez Blanco, 1994). Tales juicios se apoyan en parámetros
propios del sector privado como la rentabilidad y maximización de beneficios
(Ariño, 1993, pp. 37 50) y se olvidan aquellos fines relacionados con el
interés público o utilidad colectiva. Desde aquellos argumentos se justifica la
desvalorización y por lo tanto, la venta y privatización de estas empresas
públicas (García Cotarelo, 1985), medidas éstas que, por otro lado, nos
empobrecen a todos. Sin embargo, como contrapartida, en la escuela el
profesor/a con los alumnos/as podría establecer como señalaba
anteriormente un conjunto de normas de uso para ciertos materiales
colectivos, entre los cuales se incluye su cuidado y utilización.
Hay
además otras acciones de los profesores de Educación Infantil que pueden
desarrollar en los niños y niñas actitudes más próximas al compartir. Así,
sería importante no poner a disposición de los niños/as todo el material
inicialmente, sino que por el contrario, se vaya introduciendo en el aula
conforme los pequeños experimentan colectivamente necesidades en relación a
éste. Trabajando en esta dirección se potencia un consumo regulado del mismo
basado en la necesidad real. Aquí, no se olvide que utilización de materiales
de desecho, sobre todo, si éstos son producidos en la misma escuela o aula, o
si son conseguidos colectivamente, favorece el desarrollo de actitudes
contrarias a este consumo individualista.
De la
misma forma, el material aportado por los pequeños/as individualmente para las
actividades escolares, al ser utilizado para resolver las necesidades del
aula, pasa a transformase en colectivo (las macetas y las semillas aportados
para sembrar; los
tarros
encontrados en casa), e incluso se puede organizar una actividad colectiva de
búsqueda de material en el barrio para resolver una necesidad surgida en la
clase. Esta nueva situación implica que el objeto ahora pasará a estar sujeto
a cualquier norma de utilización o ubicación establecida para cualquier
material colectivo y el niño/a pierde el poder individual sobre él.
No
olvidemos además aquí ciertas experiencias que pueden vivir los niños y niñas
en las cuales cierto material para la higiene puede ser compartido desarrollan
actitudes favorables al compartir. Así, por ejemplo, en el aula se puede optar
por situaciones en las cuales cada niño/a utilice su tubo de pasta de dientes o
por el contrario que se vayan usando de forma compartida cada uno de los tubos.
En cuanto
al tipo de materiales que se introducen en los centros y en, las aulas, téngase
en cuenta que las casas comerciales saben muy bien que aquellos materiales que
sólo pueden ser usados individualmente incrementan los beneficios porque se
venden más unidades Por ejemplo, un corre pasillos que sea
suficientemente largo permite que los niños/as se suban por parejas y por lo
tanto puede disminuir los beneficios económicos . No se olvide además que
hay unos materiales que favorecen más el desarrollo de juegos cooperativos
entre los niños/as pero que sin embargo esta cooperación, este compartir no
está garantizado y que por lo tanto el profesora tendría que ofrecer situaciones
de uso compartido de tales materiales.
El
compartir los objetos tiene limitaciones. Hay materiales que son más fáciles de
compartir que otros. El material de varias piezas, por ejemplo, puede facilitar
los intercambios cooperativos entre los niños/as. Igualmente, hay actividades
en el aula que pueden requerir un uso individualizado del material (por
ejemplo, a los niños/as se les puede proponer que dibujen a un familiar muy
querido, de manera que cada uno necesite una hoja de papel y un lápiz); sin
embargo, no por ello ha de olvidarse la necesidad de ofrecer a los pequeños/as
situaciones donde poder llevar a cabo repartos colectivos de dicho material
entre sus compañeros/as.
Pero en
el aula hay también juguetes que son únicos o muy escasos en número como bien
podrían ser un elefante, una caja de música, o una cuna y que además, no tienen
un conjunto de piezas que se puedan compartir. Esta situación trae
importantes conflictos sociales entre los niños/as. Por este motivo, la
presencia de este tipo de juguetes en el aula impone la creación y la
presentación por parte del profesor/a, de propuestas de actividad y
modalidades de juego colectivo, en las cuales sea el disfrute del material
colectivamente con otro u otros compañeros/as el eje central de las mismas.
También
conviene referirse a la aportación de objetos que los niños/as hacen al aula, a
petición del profesor/a, para llevar a cabo algunas experiencias. Esta es una
estrategia comúnmente utilizada en los escenarios escolares a través de la
cual se pretende desarrollar en los niños y niñas actitudes en relación a la
cooperación. Sin embargo, no se olvide que la cooperación sólo sería posible
si en relación a tales objetos traídos el niño perdiera poder de decisión
individual sobre el mismo y éste pasara a ser compartido por todo el grupo.
En cuanto
a los productos de las actividades realizadas por los niños/as, señalaré que
aquellas que se realizan colectivamente y destinadas a la producción de
objetos de uso igualmente colectivo, potencian estas actitudes de los niños y
niñas en relación al compartir. Sin embargo es importante destacar que esta
situación no está reñida con la presencia de producciones individuales en el
aula. Por el contrario, dichas producciones pueden muy bien transformarse en
colectivas de manera que si es posible, por ejemplo, construir una historia
colectiva que acompañe a los dibujos realizados individualmente por los
niños/as, de manera que finalmente obtuviéramos un cuento que se convirtiera
en un material más del aula para su uso compartido.
Téngase
en cuenta que la utilización compartida de los objetos es una condición
imprescindible para que haya cooperación, lo que significa también que el
resultado de la actividad, sea individual o colectiva, tiene que repercutir en
la comunidad, esto es, en el aula, de manera que lo producido puede ser
utilizado por todos los niños/as e igualmente, su cuidado estará bajo la
responsabilidad de todo el grupo.
5. UNA ÚLTIMA CONSIDERACIÓN FINAL
Por
último, no olvidemos que no sólo el compartir los objetos constituye un
presupuesto básico del desarrollo de actitudes cooperativas en las actividades.
El conocimiento, la información, las ideas, es también un elemento que se
comparte en este tipo de actividades y que se manejará posteriormente en la
vida como elemento para
ejercer
el poder (Sánchez Blanco, 1994). Por ello es necesario que el profesor/a no
manipule en el aula este saber y lo utilice para ejercer situaciones de
dominación sobre los alumnos/as o sobre los padres/madres y tutores/as porque
además se está presentando como modelo de acción para los pequeños/as. Así, el
profesora tendría que ofrecer situaciones a los niños y niñas que pongan de
manifiesto que él no es el único que posee el conocimiento, que hay informaciones
que ignora, que formula verdaderas preguntas al grupo buscando respuestas que
desconoce, que no finge nunca ser enseñado por los niños/as y, en definitiva,
que aprende de los niños/as, al igual que éstos aprenden los unos de los otros
(Lago Bornstein, 1990, pp. 53 72).
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