LA DIVERSIDAD DE LA VIDA ESCOLAR Y LAS TRANSICIONES
José Gimeno Sacristán
Este interesante trabajo
quiere llamar nuestra atención sobre un fenómeno la mayoría de las veces
inadvertido para el profesorado, como es el de las continuas transiciones que
padece el alumnado en las sociedades postmodernas. El autor resalta como es el
alumnado de ambiente más desfavorecido quien encuentra más problemas para
adaptarse a los continuos cambios que la sociedad actual le demanda.
En una sociedad y en una
cultura mínimamente complejas, el cada vez más largo y multifacético proceso de
inserción de los sujetos en aquéllas está jalonado por la necesidad de
convivir, vivir, participar y actuar en ambientes distintos, pasar por avateres
que representan retos singulares y adoptar papeles diferentes en ese teatro
poliédrico que es el mundo. Son muchos los retos a afrontar, las barreras que
superar y las oportunidades que aprovechar.
Podemos decir que
nuestras vivencias, nuestra biografía acrisolada en ellas, se nutren de
contenido en relación con las particularidades de las situaciones por las que
pasamos, de acuerdo con la riqueza y dificultades de los retos que nos
presentan. El yo del ser humano moderno se ha ido escindiendo y diferenciado en
facetas diversas a medida que se han separado en el tiempo y en el espacio las
actividades de trabajo, la relación familiar, las otras relaciones sociales, el
ocio, la preparación para la vida, etc. Ese yo, aunque mantenga una coherencia
interna, tiene que desarrollar una flexibilidad y capacidad adaptativa para
compaginar experiencias relacionadas con medios ecológicos en los que nos
podemos expresar de diferente forma, desde los que se nos piden respuestas
diferenciadas y en las que podemos experimentar vivencias de desigual
intensidad que pueden dejar también desigual impronta en nosotros.
La historia de ese yo, nuestra
biografía, el capital personal acumulado de recursos, capacidades,
posibilidades y vivencias, es la del transcurrir por las cambiantes situaciones
que nuestras condiciones sociales y personales nos permiten y nos posibilitan.
Partiendo de éstas también nosotros buscamos ambientes, estímulos y retos
construyendo nuestra propia historia y personalidad. El paso por la vida es el
paso por un paisaje cambiante, más o menos rico, monótono o sorprendente, en un
viaje que en parte elegimos, que en parte se nos sugiere y que a veces se nos
impone.
La experiencia en ese
viaje es continua y se da en varios escenarios, pero no siempre guarda
continuidad entre todos ellos ni a lo largo del tiempo, hay fronteras y
sobresaltos. La transición es el momento y la experiencia de vivir la
discontinuidad dentro de la natural multiplicidad, diversidad y polivalencia
del mundo social y cultural variados en que nos toca vivir en un momento dado
(transiciones sincrónicas que ocurren en un determinado tiempo vital), o la experiencia
y momento de pasar, sin poder regresar, de un estadio a otro, de un estatus a
otro distinto, de un nicho que superamos o perdemos a otro diferente
(transiciones diacrónicas).
El primer tipo de
transiciones ‑las que nos ocurren por participar en varios ambientes
simultáneamente son las que dan variedad de contenidos a nuestra experiencia,
lo que proporciona el claro‑oscuro del vivir: soporto el trabajo porque
me espera el ocio o la familia; huyo de la familia y me refugio en el ambiente
social de los amigos; se libera el alumno yendo a la escuela para salir del
hogar poco acogedor, huye de la escuela para ser más él mismo en el mundo
externo. El segundo tipo de transiciones ‑las de ida sin regreso‑,
desde un punto de vista prospectivo, dibujan la línea de progreso (a veces de
regresión) por la vida en el curso de nuestra biografía: señalan las
oportunidades que se nos abren y que se nos cierran. Son momentos que, cuando
ocurren, se pueden vivir con curiosidad, como apertura y reto, con temor, como
motivo de mejora o como pérdida. Vistas retrospectivamente, mirando hacia
atrás, son como las señales que recuerdan hitos de lo que hemos recorrido y de
por dónde hemos pasado, lo que nos da perspectiva de cómo hemos ido siendo lo
que somos y a dónde hemos llegado. Esa vista atrás nos resalta las
oportunidades críticas aprovechadas y también las perdidas.
La vida prolongada de los
sujetos, junto al carácter cambiante de la cultura, de la sociedad y de las
instituciones, la posibilidad de desplazarse, las tecnologías de la
comunicación, provocan una experiencia biográfica que cada vez está llamada a
ser progresivamente un caleidoscopio más variado, con más oportunidades, con
posibilidades de ser escrita de múltiples formas. El yo postmoderno está
saturado y sufre el proceso de experimentar la multiplicidad frenética
ilimitada de la vida, como dice Gergen (I). Lo cual significa que los sujetos
están destinados a realizar cada vez más cambios, más transiciones y quizá cada
vez más notorias. La conciencia de la aceleración del cambio generacional tiene
que ver con esos procesos.
Traslademos nuestra
mirada ya a un campo que el lector espera, sin duda, encontrar más cercano a
sus intereses. Es decir, transitemos de un mundo de significados a otros y
comprendamos que, incluso el entendimiento de un tipo de realidad ‑como
es la educativa‑ la podemos captar metafóricamente desde las perspectivas
desarrolladas en otros nichos de significados. Comprender la educación como un
continuo proceso de transiciones sincrónicas y diacrónicas es una forma de
ejercer una mirada particular sobre la realidad, resaltando unas condiciones ‑la
de su continuidad, la de su gradualidad, la de su coherencia‑ que pueden
darnos ciertas luces sobre fenómenos que, de lo contrario, podrían pasar inadvertidos.
El sistema educativo, al
definir un ambiente peculiar diferenciado para la vida de los que lo frecuentan
como estudiantes (una atención aparte merecería el estudiar las transiciones
personales y profesionales de los docentes, tanto las sincrónicas como las
diacrónicas), conforma un ambiente al lado de otros: el medio familiar, el
mundo definido por el tiempo en el que uno puede verse influido por los medios
de comunicación, el mundo de las relaciones con los iguales, etc. La
coexistencia de esos ambientes entre los que existen relaciones, generalmente
no indiferentes, lleva a plantearse los efectos de las transiciones simultáneas
(porque ocurren en un mismo día, por ejemplo) de los estudiantes entre medios
ecológicos que unas veces guardan entre sí relaciones de sintonía, de apoyo y
de complementariedad, pero que en otras lo son de competencia, de
enfrentamiento y de socavamiento mutuo.
Entre todos esos
ambientes se producen continuidades y discontinuidades, coherencias e
incoherencias, pequeños o grandes saltos. Cuanta mayor sea la coherencia, más
suaves serán las transiciones entre ambientes, y al revés. Buena parte de la
sensibilidad educativa apoyada en la investigación y en el sentido común tiene
como tema de preocupación las consecuencias de tales discontinuidades: ¿Qué
puede hacer la escuela frente a la influencia de la televisión? ¿Se apoyan o se
contrarrestan? ¿Qué puede hacer la familia para apoyar la acción de la escuela?
¿Qué pueden y deben hacer escuela, familia y medios de comunicación para evitar
la violencia y la delincuencia del medio extrafamiliar y extraescolar? El
problema de la coherencia de los fines, estímulos y métodos de la educación
ejercida en múltiples ambientes es la preocupación por la construcción de
personalidades coherentes que no experimenten discontinuidad en las influencias
educativas que reciben. Y es también la preocupación por caminar más
rápidamente en la construcción de capitales educativos en los sujetos formados
por estímulos cuyos efectos se potencian entre sí.
Llevado ese interés por
la continuidad y la coherencia a uno cualquiera de los ambientes señalados ‑caso
de la educación escolar significaría ocuparse de la congruencia entre las
diferentes intervenciones que recaen sobre el estudiante. No son nimios los problemas,
ni es irrelevante la falta de integración de capitales educativos provenientes
de un currículum puzzle, compuesto de experiencias, tópicos, asignaturas,
materiales y metodologías desconectados entre sí. La variedad o diversidad de
lo pedagógico es la consecuencia de la apertura a un mundo cultural variado, a
unas relaciones sociales en las que aflora la multiplicidad de lo que existe.
Pero cuando los sujetos no perciben la variedad como característica de un todo
complejo, con alguna relación interna, puede quedar en mero desorden, en
aprendizajes desconexos, en demandas incompatibles, en acomodación constante a
exigencias diferenciadas para poder sobrevivir.
Nunca haremos excesivo
énfasis en las consecuencias para la construcción de la experiencia en
educación que tiene la coherencia de la acción educativa a partir de un
curriculum que debería estar lo más integrado posible. Lo cual es tanto más
decisivo, cuanto menos capacidad
tengan los sujetos para ordenar lo que se les da desordenado. Las "microtransiciones"
a que obligan profesores diferentes, áreas
diversas, métodos y tareas que configuran distintos ambientes de aprendizajes carecen de importancia para
sobrevivir en la institución escolar, una vez que los estudiantes han
desarrollado la capacidad adaptativa de transitar ‑yendo y regresando‑
de un medio a otro. Esa tolerancia adquirida oculta, no obstante, el problema
de la discontinuidad de lo que se aprende.
En los
últimos tiempos, en los que tanto énfasis
se le ha dado a la expli-cación constructivista del aprendizaje, tratando de
extrapolar a partir de ella consecuencias
impropias para la educación, (2) se ha desdibujado la cultura de la coherencia del currículum
que favorece la construcción ordenada. La
transversalidad ha supuesto una llamada para atender lo que no era fácilmente integrable en las
clasificaciones más corrientes del conocimiento y de la experiencia escolares,
dejando el resto de lo clasificado según
los patrones establecidos como bien
ordenado, de acuerdo con los modelos con
los que venía siendo agrupado. El lenguaje de la interdisci plinariedad, de los proyectos
curriculares pluridisciplinares que dan respuestas a la necesidad de evitar
transiciones entre fronteras del saber que merece la pena suavizar, ha sido acallado
por otras llamadas de atención (3).
Estas transiciones de
"ida y vuelta" entre ambientes, entre componentes del curriculum y
estilos de desarrollarlo forman parte de la pluralidad de la cultura, de las
relaciones sociales y de la inevitabilidad, en cierta medida, de un sistema
escolar que, habiéndose construido bajo el esquema típicamente moderno de orden
taylorista, ha fragmentado la experiencia. A partir de ahí, la renovación
pedagógica durante el siglo XX también fue la contrapropuesta a ese modelo que
segmenta la personalidad y el capital cultural que acumula. Los problemas
provocados por esas discontinuidades que obligan a transiciones para el
estudiante tienen que ver con una forma de entender la calidad de la educación,
analizada bajo el prisma de las condiciones de carácter psicopedagógico.
Transiciones sin retorno:
el camino del progreso
Las transiciones de
"ida sin retorno" (las diacrónicas) van ligadas al desarrollo y
crecimiento humanos. Adquirimos potencialidades pero no podemos regresar ala
infancia, no podemos regresar a la juventud. Lo hecho en cada momento y lugar,
hecho queda. Lo acumulado es posibilidad para el futuro, lo desaprovechado
difícil será recuperarlo. El ritmo de la diacronía en la parte de la
experiencia que transcurre en el ambiente escolar lo marca el ascenso por la
pirámide educativa, el paso por los cursos, los niveles y las especializaciones
de la educación, el pasar de un tipo de centro a otro diferente. Las dos
transiciones inevitables, más llamativas y más significativas, tienen que ver
con la entrada y salida del sistema escolar, como dos de los ritos que jalonan
el paso entre ambientes muy diferentes. La primera está relacionada con la
adaptación personal y psicosocial, la segunda con la ubicación en el mundo adulto.
Las continuidades y
discontinuidades aquí tienen más trascendencia. Tienen que ver también con la
calidad de la educación, puesto que de la continuidad de la experiencia se
trata, pero adquieren otros significados más fuertes: se ligan a la idea de progreso
personal y de la persona en la sociedad. Tratándose del sistema educativo,
progresar significa entrar con buen pie, ascender, cumplir metas, abrirse
puertas, caminar por los senderos más prestigiosos, escalar por la pirámide
escolar que tiene que ver con la social y salir con posibilidades de éxito
futuro. Por todo eso, estas transiciones, que son verticales, tienen que ver
con los procesos de jerarquización y selección social: quienes transitan,
ascienden; quienes no lo hacen, se despeñan. La gradualidad y la continuidad no
son ya, pues, sólo requisitos para la armonía de la experiencia, sino condición
para el progreso. El cuidado de sujeto no es, entonces, exigencia de bienestar
pedagógico, sino precaución ante la selección social.
Precisamente, para marcar
ese proceso de ascenso, algunas de las transiciones que socialmente se
consideran clave son resaltadas con ritos de paso, que lo son de celebración
para los que transitan y de condena
para los incapaces de
saltar la frontera. Los ritos pueden ser evidentes como tales (ceremonia de
graduación, etc.) o pueden enmascararse en el establecimiento de señales
notorias en las fronteras de los ambientes y de las etapas (más exigencias,
clima de rigor, menor atención a lo personal, etc.) que indican a los sujetos
el hecho de que han pasado de territorio o que han ascendido de nivel.
En ocasiones, la frontera
y la discontinuidad que provocan el que existan transiciones son la
consecuencia de que el propio sistema escolar sea el resultado de una
agregación de tipos de educación que históricamente han tenido vidas, en cierto
modo paralelas, cuya génesis no ha obedecido a un diseño unitario desde el
comienzo. Algunas de esas fronteras son las suturas no suficientemente
cicatrizadas de subsistemas educativos, de tipos de educación que encuentra el
sujeto que escala y vive en la variedad del sistema educativo. En esa vida en
paralelo se han podido cultivar finalidades diversas, estilos pedagógicos
diferenciados, formas matizadas de tratar a los sujetos, grados de rigor en las
exigencias, etc. Este es el caso de la conexión entre la subcultura de la
enseñanza primaria y la de la secundaria.
La variedad es
consustancial, incluso, a los sistemas centralizados y con currículum común.
Mayor "biodiversidad" pedagógica
se producirá en sistemas descentralizados y con curricula diferenciados, lo que
si bien es riqueza, porque es expresión de la diversidad social, de modelos
organizativos diferentes y de estilos profesionales diferenciados, también es
puzzle potencialmente problemático para los sujetos que tienen que transitar
entre centros o territorios diferentes, por ejemplo.
Como la diversidad
educativa no contiene modelos y experiencias del todo equivalentes, las
transiciones entre culturas pedagógicas diferenciadas plantea inexorablemente
problemas relacionados con la igualdad de oportunidades. Lo que "lo nuevo" represente para cada cual
dependerá de dónde proceda. Lo que para unos puede ser motivo de ganancia, para
otros lo puede ser de pérdida. Pasar de la cultura de un centro público a la de
otro privado ‑si es que son diferentes‑, de un centro menos
exigente a otro que lo es más, de un nivel más personalizado a otro en que se
pone más énfasis en los rendimientos académicos, no es un problema de contraste
de paisajes ambientales de carácter pedagógico, sino de cambios que tienen que
ver con el problema de quiénes tienen más probabilidades de éxito.
En la historia de la
educación moderna anidan tendencias que operan con lógicas aparentemente
contradictorias. Por un lado, la tendencia a respetar al sujeto y atender a los
procesos de construcción de la experiencia y del conocimiento. Lo que se ha
podido quedar muchas veces en retórica interesante y menos en prácticas reales.
Desde esa óptica, la continuidad de la educación sin bruscas transiciones,
reclama atención a procesos de carácter individual, a partir de lo cual se
pondrá más énfasis en la atención individual y menos en curricula iguales para
todos. Por otro lado, los sistemas escolares universalizados se han
desarrollado configurando contenidos uniformadores que han sido soporte para el
control y también para el mantenimiento de la igualdad de oportunidades. Es una
necesidad la definición de un sistema graduado que garantice la transición de
todos los escolares por una escolarización prolongada que tiene que
homogeneizar inexorablemente a los centros y establecer la continuidad entre
los niveles, con el consiguiente peligro de que los sujetos particulares y sus
procesos de construcción individual queden laminados.
Motivos
de preocupación
Decíamos con anterioridad
que interpretar situaciones educativas desde el prisma conceptual que
proporciona el concepto de transición es una forma de ver los problemas de la
educación. De ese modo se resaltan las consistencias e incoherencias, la
gradualidad o los sobresaltos, la trabazón o lo deslavazadas que están las
partes del sistema educativo, los componentes del currículum, de los estilos
pedagógicos, etc. Nos adentra además en el problema de cómo las transiciones se
ligan a los procesos de jerarquización y selección social. Sin obsesiones por
la coherencia y el orden al servicio de una Razón educativa universal,
construida bajo un orden perfecto, esa sensibilización reclama unir y
relacionar lo que no se ha aproximado suficientemente todavía o lo que ha sido
separado: coordinación entre niveles, centros, parcelas del currículum,
profesores, estilos educativos, niveles de exigencia, etc.
La potencialidad de esta
trama conceptual adquiere una especial notoriedad en estos momentos en los que
se mezclan tres líneas de acción práctica y de política educativa:
a) Un proceso de reforma
educativa, no del todo asumido, para extender la escolaridad obligatoria hasta los
dieciséis años en un modelo de escuela comprensiva que hace universal parte de
la enseñanza secundaria para toda la población. Con ello, la transición de
primaria a secundaria se convierte en un elemento clave para el éxito de la
reforma educativa. Problemas de coordinación entre centros, profesores,
contenidos y métodos están implicados. No se nos debe ocultar que, al
convertirse ese paso en universal para todos, lo que era un rito de selección
para unos ahora se introduce en el sistema para todos. Se plantea el reto,
pues, de transformar la mentalidad selectiva y suavizar las diferencias entre
culturas pedagógicas. Es sintomático de lo que supone ese cambio de cultura la
expresión de temores respecto de la caída de calidad que esa reforma comporta
(4). Aparte de argumentos técnicos, el problema fundamental reside en
"inventar" una escuela media en la que se fusionen las culturas de
primaria y de secundaria, suprimiendo el carácter selectivo del paso de una
hacia la otra. Los problemas que ese cambio conlleva los hemos tratado en otro
lugar con más atención (5).
b) En segundo lugar,
paralelamente a esa reforma, se han divulgado con profusión lenguajes
ambivalentes, poco precisos, relacionados con la diversificación del currículum
en los centros. La diferenciación, si es real y si va más allá de las
peculiaridades metodológicas, aparte de proponer desiguales oportunidades,
multiplica las fronteras a la hora de las transiciones, porque no sólo éstas
vienen marcadas por los cortes entre niveles, sino que cada alumno o tipo de
alumnos se enfrenta a ese corte desde la experiencia distinta que ha tenido en
el centro del que procede. El problema no es puramente de incremento de la
complejidad estructural y de proliferación de inadaptaciones personales, sino
de desigualdad de oportunidades. Los estudiantes de centros que, como ocurre en
el caso de algunos privados, fijan su clientela desde la educación infantil
hasta el bachillerato, tienen que sufrir menos cortes en su experiencia.
c) A esas dos corrientes
se les suma la propia de la política neoliberal tendente a deszonificar la red
natural o formal de centros, dando más libertad de elección a las familias. Un
centro de secundaria en el sistema que caduca puede recoger alumnos de más de
una decena de centros de primaria. Esa red nutriente hemos comprobado que es
más compleja y dispersa en el caso de la enseñanza pública. La desregulación
que supone la elección, sin entrar ahora en otras consecuencias, hace todavía
más complicada la red de flujo de estudiantes entre los centros, con los
consiguientes problemas para la coordinación que difumine las transiciones.
Redes de flujo entre centros más libres, con centros más diferenciados es un
buen esquema para desarrollar el mercado, pero puede no serlo tanto para la coherencia
educativa y para la igualdad.
Notas
1 GERGEN, K. (1992): El yo saturado. Barcelona:
Paidós.
2
Véase el trabajo de Juan DELVAL, "Hoy
todos son constructivistas". Cuadernos de Pedagogía. Núm. 257. 1997.
3 Puede verse el trabajo
de TORRES, J., (1994): Globalización e
interdisciplinariedad. Madrid: Morata.
4
En la exposición de sus líneas de acción política del Partido Popular,
la ministra E. Aguirre declaraba en una conferencia en el Club Siglo XXI de
Madrid (26‑5‑97) que se
había confundido igualdad con igualitarismo, porque una "cosa es todos tienen el derecho
‑y el deber‑ de recibir una Educación
de idéntica calidad, y otra muy distinto es pretender que todos alcancen los
mismos resultados"... "En lo práctica, la comprensividad se ha
traducido en un descenso generalizado del nivel de conocimientos de los
alumnos, ya que al final la única manera de igualarlos a todos, es bajando el
listón de los conocimientos que deben superar". Como no tiene datos
del antes y del después de la reforma, sus supuestos están claros.
5
Véase: GIMENO, J. (1996): La
transición o lo educación secundaria. Madrid: Morata.