LA CONSTRUCCIÓN
DE LA SUBJETIVIDAD POLÍTICA DEL PROFESORADO EN LA EDUCACIÓN ESCOLAR
La formación de los profesores
adquiere en el contexto actual un enfoque relevante en la medida en que la
construcción de una educación de calidad, rodeada de aspectos sociales y
culturales, además de la preocupación por la formación total de los sujetos en
ella implicados, se confronta con un proceso de globalización cada vez más
excluyente y antisocial. En este sentido, hacerse humano y la construcción de
sujetos socioculturales, desde las dimensiones de afectividad, sensibilidad y
placer se vuelve una tarea ardua a la hora de vincularlo a los procesos de
aprendizaje y productividad de las nuevas culturas y los nuevos saberes.
En este artículo, se
pretende abordar algunas dimensiones de la formación docente configurando al
profesor en cuanto trabajador/profesional de la educación y, como tal, sujeto
histórico‑social y cultural, constituido de valores y derechos, capaz de
elaborar y construir su subjetividad con autonomía.
La
dimensión política de la formación docente
La cuestión de la
formación siempre ha estado asociada a conceptos tales como capacitación,
entrenamiento, reciclaje, cualificación, perfeccionamiento, formación
continuada, formación en servicio,... (y en otros países a los de
actualización, entrenamiento, profesionalización, superación, desarrollo
profesional, compensación, etc.). Para comprender los procesos por los que se
perfilan cada una de estas perspectivas, percibimos una relación entre hacer‑rehacer‑hacer
de manera mecánica con procesos preestablecidos, en torno a algunos términos
pero sin una visión crítica, intelectual y humana propia del sujeto.
Pensar la
formación de los profesionales de la educación significa valorar el saber
docente y su saber hacer pedagógico en cuanto sujeto y trabajador. La falta de
preparación docente del profesorado en Brasil (origen de su poco reconocimiento
social y de la de debilidad de su categoría profesional) fue siempre uno de
los mecanismos para mantenerlo a disposición de maniobras y apaños político‑burocráticos
del poder y de la clase dominante. En este sentido, defender un mayor o menor
saber sobre su trabajo es una forma de fortalecerlo políticamente, una vez
que todo lo que se haga por la formación del profesional de la educación tendrá
una dimensión política y social en cuanto mecanismo que crea condiciones para
la construcción de un cuerpo docente con identidad social y política, en una
escuela de calidad, democrática y comprometida con la formación humana.
Desde esta
perspectiva, la formación de este profesional no está al margen de la política
de atención o de negación del derecho de los grupos populares al saber. La
formación social del educador, desde una perspectiva económica y política,
lleva a repensarla, criticarla, al tiempo que a repensar, criticar y reinventar
la educación y los procesos sociales más globales. Debemos entonces aprender
a repensar la educación insertada y condicionada por esas relaciones sociales
y, al ser nuestra área de acción la escuela, es ahí que debemos ser
competentes. Frente a estas observaciones y propósitos cabe preguntarse ¿cómo
la escuela y su organización forma (o deforma) a los profesionales que en
ella trabajan? ¿Cuál es la fuerza formadora (o deformadora) de las relaciones
de trabajo a la que está sometido el profesional de la enseñanza?
Lo que se
pretende en este artículo es situar la formación en acciones localizadas en
el proceso cotidiano, una vez que la escuela permite actividades educativas a
los profesores en este proceso. Las iniciativas de formación no puede
contemplarse como concesiones de las administraciones educativas, sino como un
derecho que puede vivenciarse en el propio proceso de trabajo. En este sentido,
esa formación debe partir de una concepción de la formación no como suplencia
de carencias, ni como entrenamiento para nuevas tareas, sino como un derecho
del trabajador (también de los que están en el campo de la educación),
inherente a la actividad humana productiva en el campo de los bienes y
servicios.
De esta
manera, la formación sitúa al educador en condiciones de trabajo formadoras y
humanizadoras, en estructuras, tiempos y espacios que permiten su evolución
consciente, humana y colectiva. Desde este marco será capaz de insertase como
trabajador de un colectivo y como individuo. Las actividades como cursos,
seminarios y estudios en las propias escuelas refuerzan esos procesos
inherentes a las condiciones de trabajo.
Por todo lo anterior, la
cuestión básica que se aborda en este artículo es la relevancia de la
construcción de la subjetividad política en la escuela, y que se enmarca en las
discusiones que tienen lugar con los profesores en las escuelas en el Centro de
Perfeccionamiento de los Profesionales de la Educación (CAPE) de Belo
Horizonte, a lo largo de los trabajos desarrollados entre las escuelas y sus
profesionales, en la perspectiva de la construcción democrática y colectiva del
Programa de la Escuela Plural (I ).
En mi trabajo, desde hace
más de diez años, en la red municipal de enseñanza de Belo Horizonte como
profesora alfabetizadora y, en la actualidad en el CAPE, observo que una de las
cuestiones que más nos afecta como formadores docentes es, precisamente, la
elaboración de la subjetividad política. Implicarse políticamente, de manera
colectiva, en los procesos de una reforma educativa como es la de la Escuela Plural
exige participación e implicación activa en el desarrollo de ese proceso. Sin
embargo, esta implicación no es algo sólido en la mayoría de los profesionales
brasileños. Sea por los resquicios de la dictadura militar, sea por la perspectiva
nueva de lucha colectiva, los profesionales de la educación todavía no se
perciben como tales, implicándose en la sociedad como trabajadores de la
enseñanza.
Esto produce una
dicotomía en la propia categoría docente y los debilita frente a los movimientos
de lucha y revindicaciones frente al Estado. La concepción de trabajadores
siempre estuvo vinculada a la de modos de producción. Si analizamos de manera
detallada los modos de producción y reproducción del sistema educativo
percibimos que moverse como formadora en esta realidad nos exige un esfuerzo
mucho mayor, en el sentido de que, al construir nuestra propia identidad,
estamos influenciados por el medio y éste por nosotros. En este sentido, las
transformaciones tanto individuales como del medio, evidencian comportamientos
que comprometen los significados reales de las luchas, conquistas y
concepciones del quehacer humano en esa trama cultural.
La
formación de la subjetividad política en el contexto de la educación brasileña
La escuela, como fruto de
una realidad social e histórica, se constituye como elemento de cambio, dentro
de los límites estructurales en que vive. Partir de la realidad de la escuela,
de sus límites y potencialidades es el primer paso para hacer de ese espacio un
lugar de formación continuada.
A lo largo de la historia
de la formación profesional en Brasil, percibimos una función redentora de la
escuela y como sus profesionales han ido organizando la construcción de
espacios de formación y profesionalización como sujetos de ese proceso. Si por
un lado la formación estaba condicionado a las Escuelas Normales, las
Universidades, los Centros, etc., por otro, el profesor pasó a percibirse como
conductor de su propia práctica y, en este sentido, a reflexionar buscando
resignificarla.
De esta manera, desde una
perspectiva histórica, la formación técnico profesional existente desde el
antiguo imperio va a ir cediendo espacio a una formación más amplia y total del
sujeto. Sujeto de derechos y deberes. En ese aspecto, en la formación permanente
el sujeto quiere aprender, quiere desaprender, quiere sospechar de lo que está
constituido, ‑familia, iglesia, escuela‑ y, a partir de ahí,
elaborar estrategias constructivas, en un análisis crítico y reflexivo que
conduzca al cambio. Con todo ello, la construcción de la subjetividad política
en la escuela nos lleva a observar que no siempre la formación del profesorado
y la construcción del sujeto político constituyen una tarea común. Lo que no
evita poder contemplar las dimensiones formadoras, las construcciones diversas
que afectan a ese sujeto, las dimensiones culturales, políticas y sociales
entre otras. Dimensiones que, parece relevante, afrontarlas desde una
perspectiva histórica.
En Brasil, en los inicios
del presente siglo, tiene lugar un periodo de inspiración humanista que
conlleva una fase de entusiasmo por la educación en todo el país. A partir de
los años veinte, y sobre todo en los años treinta, ese entusiasmo da paso a un
optimismo pedagógico, que lleva las preocupaciones educativas del ámbito
político hacia el terreno técnicopedagógico. El objetivo principal de la
escuela era formar trabajadores industriales y del sector del comercio y
servicios/oficios fomentando el crecimiento de escuelas técnicas. Años más
tarde, con el régimen militar (de 1962 a 1980) el papel del profesor consistía
en el traspaso de modelos, siendo formados directamente en servicio, donde la
teoría del capital humano era ampliamente divulgada y establecida.
El movimiento docente
cuestiona entonces todo el sistema escolar y su función social, iniciando toda
una serie de luchas y reivindicaciones. La lucha muestra que los efectos de la
política educativa implantada por el sistema es contradictoria, sobre todo si
se tiene en cuenta que su puesta en vigor en los años setenta trató supeditar
el sistema educacional al proceso de acumulación y reproducción del capital.
Se percibe entonces que
el mayor y más grave problema en esta relación entre escuela y formación de la
clase trabajadora brasileña es que no se ha hecho nada para que el trabajador
sea educado, dominase la lengua, conociera su historia y tuviera a su alcance
instrumentos que le permitieran elaborar y explicitar su saber, su cultura, su
ciencia y su consciencia. De ahí que, desde los años ochenta, con la emergencia
de los movimientos sociales, un sindicalismo combativo y la presencia
significativa de partidos de izquierda y la promulgación de la Constitución
Federal de 1989 se hayan tomado nuevos rumbos. No
obstante, y de manera paralela a ese movimiento, se inicia la revisión
constitucional y el gobierno federal comienza a dictar medidas que revocan,
sobre todo, los derechos sociales en nombre, entre otras justificaciones, de la
globalización, la reestructuración y la productividad.
La
formación docente y el proyecto político pedagógico de la Red Municipal de Belo
Horizonte
La conciencia y la
práctica de los trabajadores de la enseñanza y la congruencia de sus objetivos
con los trabajadores de la producción, refuerzan la presión por la redefinición
de la función social de la Escuela y de las nuevas prácticas educativas, en un
proceso de construcción de la identidad del profesor como trabajador de la
educación. En ese contexto la identidad y la identificación de los profesores
como unos trabajadores de la educación, en lugar de educadores, profesores o
profesionales de la educación se refleja en el cambio de percepción de la
propia categoría en el conjunto de trabajadores, una vez que el derecho al
trabajo es único e igual para todos los ciudadanos. Por tanto, las luchas del
magisterio son consideradas semejantes a las de cualquier trabajador, y como
tales con derechos a remuneración, descanso y formación dignos.
En este contexto, la
demanda de un proyecto de formación permanente de los trabajadores de la
educación de la Red Municipal de Enseñanza de Belo Horizonte se hace explícito
entre las reivindicaciones planteadas en el I Congreso Político Pedagógico de
1989, donde se crea el Centro de Perfeccionamiento de Profesores de la
Educación (CAPE), con una filosofía de trabajo diferenciada en la que los
propios profesores de la Red participan como formadores. La formación se aborda
de manera diferente a como había sido planteada hasta entonces, y la titulación
se convierte en algo irrelevante en la medida que, entre sus objetivos
prioritarios está formar al profesor apoyándose en un diálogo permanente,
dirigido a analizar, reflexionar, problematizar y teorizar su propia práctica
de manera permanente, en cuanto sujeto histórico‑social de ese proceso,
en consonancia con los movimientos que acontecen.
En este marco la
formación docente implica procesos complejos y no lineales. No tiene un único
fin y supone diferentes aspectos como la reflexión, la teorización y la
transformación de la práctica tanto individual como social. Pero, sobre todo,
una transformación para adaptarse al mundo, una vez que las transformaciones
sociales y políticas tienen lugar de manera independiente del gusto, la
voluntad y los deseos del sujeto. En este sentido, y a modo de ejemplo, se
pueden citar la velocidad de la información, la crisis de los sindicatos, la
globalización del mercado, que interfieren directamente en la realidad del
trabajo de los docentes.
Pero las consecuencias
del ajuste debidas a la globalización excluyente y su superestructura
ideológica y la crisis ético‑política y teórica se aprecia de forma clara
en diversas dimensiones. El Banco Mundial aparece como definidor de ideología,
de los valores, de las políticas educativas y de las concepciones del conocimiento,
no sólo para Brasil sino para todo el conjunto‑ de países que están
obligados a adaptarse y ajustarse al rodillo de la globalización. En este
sentido, la globalización no pasa incólume ni tiene lugar de manera
independiente de los procesos de desarrollo de cada uno. Reflexionar sobre cómo
el profesor está implicado y como aborda su formación en ese proceso debe ser
un ejercicio constante. ¿Qué es lo que el profesor entiende y comprende hoy
sobre la globalización? ¿Qué formación y qué profesionalización se le demandan
al educador? ¿Qué competencias debe desarrollar? La primera tarea será la de
resignificar el conjunto de categorías y conceptos en el campo educativo
eliminando claves utilizadas con frecuencia sin un conocimiento acerca de las
mismas y en las varias perspectivas en que son utilizadas. En este sentido se
hace necesario que cada cual conozca el proceso no sólo como profesor, sino
como sujeto de ese proceso. Lo que implica buscar nuevas informaciones e
instrumentos que lo constituyan en su hacer pedagógico y humano cotidiano. Este
proceso es el que lo constituye como sujeto de derechos y deberes, dentro de
las cuales estaría conocer la sociedad en la que está viviendo.
Las reformas educativas
están generando cambios administrativos que van exigiendo cada vez un cambio en
la concepción de la formación docente. En ese aspecto, la escuela aparece
invadida de modas y diferentes concepciones que reclaman como cuestión a ser
reflexionada, analizada es si las prácticas educativas y de formación docente
están en la perspectiva adaptativa adoptada por la ideología del Banco Mundial.
En el caso de que esa adaptación se esté produciendo, ¿cómo abordar la
categoría docente para que éste se implique en el proceso de transformar ese
movimiento? Los educadores, al relatar sus experiencias o discutir sobre sus
condiciones de trabajo y reconocimiento social, expresan la angustia de, como
sujetos, formar parte de los movimientos de reformas. Sienten que son
culpabilizados por no participar. Pero, ¿cómo implicarlos en medio de una
diversidad tan grande de opciones como las que les son planteadas? ¿cómo
transformarlos en actores de ese proceso y hacer que la sociedad lo comprenda y
transforme?
Aparece entonces como
fundamental que la formación esté vinculada a concepciones que permitan ese
derecho a ese hacer del sujeto. La formación humana del educador y del educando
se centra en una concepción común donde las dimensiones a ser desarrolladas
implican los planos del conocimiento histórico, científico, estético, ético,
político, entre otros, en encuentro con las realidades y prácticas sociales
históricamente construidas como con los movimientos sociales. No se construye
una escuela y unos procesos formativos de calidad y democráticos en una
sociedad profundamente excluyente, desigual, antidemocrática y antisocial.
Al hablar de formación se
habla siempre de política, de lo social, una vez que la escuela está en esa
trama de cultura, en esa red política y en ese campo de movimientos sociales.
La escuela así se encuentra vinculada a la cultura en su dimensión
sociopolítica, socio‑sujetiva no pudiendo desvincularse de ella, no con
una función redentora de la sociedad, sino
formadora y
transformadora.
En el ámbito teórico‑epistemológico
de la formación docente, el educador, como mediador del proceso de enseñanza‑aprendizaje
también aprende los saberes de sentido común de los alumnos. Lo que
parafraseando a Paulo Freire, supone los saberes de pura experiencia, pudiendo
organizar y programar los diferentes aspectos a ser trabajados con toda la
diversidad existente en el aula, utilizando diferentes metodologías que
aseguran el aprendizaje y no sólo la instrucción.
Considerando que el
universo de su experiencia práctica es, sin duda, una dimensión importante en
la formación, la escuela se constituye como uno de los lugares privilegiados de
la formación docente en todos sus tiempos y espacios. El reto planteado
consiste en instrumentalizar, teórica y éticamente el trabajo docente como un
proceso de formación centrado en la idea de que la vida de los seres humanos no
puede ser sacrificada en nombre de una reestructuración productiva. Este reto
viene acompañado de un proyecto de sociedad fundamentada en la solidaridad y la
igualdad de los sujetos, privilegiando experiencias que formen educadores en
una visión más global del proceso educativo.
Pero frente a este
proyecto, en la sociedad actual se niega el derecho a poder pensar y a
articular las formas de pensar. En este sentido se convierte en un objeto
prioritario de la formación docente el derecho a volverse humano, sujeto del
propio proceso, incorporando nuevas funciones y dimensiones sobre la formación
humana, extendiendo el proyecto educativo de la escuela en un proyecto
educativo de humanización, de carácter civilizatorio, de construcción de
identidades y diversidades, un proceso de formación continuada, con la
participación de los movimientos sociales, colectivos, vinculando la comunidad
en los procesos de la propia escuela. Parafraseando al profesor Paulo Freire
"si la educación por sí misma no transforma la sociedad, sin ella la
sociedad tampoco cambia. Si nuestra opción es progresista, si estamos a favor
del derecho, no del arbitrio, como una convivencia con lo diferente y no con su
negación, no tenemos otros camino sino vivir plenamente nuestra opción."
La
construcción del sujeto docente desde la escucha
En mi trabajo como
formadora percibo que una de las cuestiones que, frente al discurso que
predomina y destaca la importancia de modelos de aprendizaje, de selección de
contenidos vinculados a los parámetros curriculares nacionales, no se puede
perder de vista el sujeto político. Sujeto nacido en un contexto cultural,
social y fundamentalmente de su deseo de credibilidad y de cambio. Cambio
considerado como transformación de la propia estructura de los individuos que
participan del mismo. Esta "nueva
subjetividad" que se presenta para los educadores y los formadores
significa redefinir el papel de la escuela. En primer lugar oyendo a los
educadores. ¿Cómo escuchar? ¿Cómo retornar, a partir de la lectura hecha por el
formador y por los propios profesores? ¿Cómo proporcionar un diálogo
interactivo, dinámico, constructivo, que permita elaborar la subjetividad
subyacente en cada ser humano? Trabajar la subjetividad de los sujetos
implicados en ese proceso supone posicionarse, no sólo como formador, sino como
sujeto. Siendo la subjetividad elaboración y construcción (construcción y
elaboración) del propio sujeto, requiere que cada formador cree las condiciones
y establezca los mecanismos de escucha para que, a partir de ahí, el individuo
sea capaz de transcender sus límites colocándose como sujeto único de sus
acciones, pensamientos, sentimientos y emociones. En este aspecto ¿qué
constituye la subjetividad humana?
En uno de los trabajos
desarrollados como formadora, en una experiencia vivida, se puede encontrar una
ilustración de esta cuestión, en la medida en que al atender la demanda de un
grupo de profesores de una escuela, el resto participaron en el proceso porque sintieron
la necesidad de construir su propia historia en el colectivo de la escuela.
A finales de 1996 fui
invitada por una profesora de primer ciclo del municipio de Belo Horizonte para
conversar sobre el prejuicio racial presente en el diario de "Ana Frank". Durante la
conversación, establecimos un diálogo muy fluido a cerca de las teorías y
prácticas en nuestras aulas. Con todo, cuando nos acercamos más a la cuestión
del racismo y sus consecuencias y sufrimientos la constatamos con una situación
irreversible para aquel momento. La profesora a lo largo de la conversación
estaba hablando de sí misma. Su angustia estaba explícita en cada gesto, en
cada palabra, en cada lágrima. En un primer momento, cualquiera que fueran mis
tentativas de aminorar las angustias podrían causar una depresión mayor y no
cambiarían el hecho real de la vivencia y convivencia con la discriminación
racial. La angustia, antes individual, era ahora compartida, justamente con la
misma ansiedad por encontrar respuestas y alternativas que pudieran, de alguna
forma, alterar aquel contexto. Esta experiencia me hizo comprender la relación
entre lo que tratamos de enseñar y lo que "somos".
Otro ejemplo de esta
relación me llegó algún tiempo después, cuando recibí una demanda de un grupo
de profesores de una escuela que me invitaron a acompañarlos. En nuestro primer
encuentro, que fue señalado para un sábado, se suponía que yo realizaría un
seminario en el que se presentarían los juegos, las músicas, la cultura
brasileña y sus diferentes aspectos para desarrollar el tema "Cómo jugar a la manera antigua". Para
nuestra sorpresa, el grupo de profesores de segundo ciclo se interesó por estar
con nosotros. La sorpresa aumentó cuando llegué a la escuela y el grupo de
tercer ciclo también estaba presente para participar, por iniciativa propia, en
el seminario. Me encontré frente a un grupo enorme, que hizo que fuera uno de
los seminarios con mayor participación a los que he asistido.
Durante el encuentro, a
partir de las cuestiones que discutíamos, el grupo participaba de forma activa,
posicionándose frente a los problemas, sugiriendo, construyendo colectivamente
lo que en verdad era un proceso individual e intransferible: el conocimiento de
sí mismo. El intercambio partía de sus límites y sus capacidades de percibir
qué es lo que acontece en el otro, qué es lo que cada uno veía e iba sintiendo.
A partir de entonces decimos que el proyecto no sería sólo del primer ciclo. El
proyecto, que se pasó a llamar "La
ciudadanía del niño y la niña negra" se fue ampliando e implicando a
toda la comunidad, llevando a los padres y las madres a la escuela,
vinculándolos en las conferencias, en los encuentros con la comunidad,
promoviendo un trabajo transdisciplinar que beneficiaba a los alumnos y las
familias.
En 1998, la escuela
decidió que continuar utilizando la frase "criança
negra" (niño y niña negra) mantenía, en cierta manera, un prejuicio, a
pesar de los óptimos resultados del trabajo realizado hasta entonces.
Decidieron por eso elaborar un trabajo que destacara que todos debían ser
ciudadanos, es decir, sujetos de su propia historia, sujetos de derechos. Fue
unánime la elección del tema "Críança
e Cidadania" (niño y niña y ciudadanía) y, de nuevo, la escuela se
implicó en el trabajo en todos los ciclos, discutiendo, reflexionando,
analizando, investigando y participando.
Estas y otras
experiencias me han enseñado que trabajar la posición del profesor en cuanto
sujeto político, a partir de si mismo, contextualizando su cultura, es una
necesidad que se hace presente de manera permanente en nuestro trabajo. Pero
frente a esta necesidad‑realidad vale la pena preguntarse ¿cuáles de los
mecanismos creados para justificarla, la dejan manifestar?, ¿cómo el Estado, en
cuanto instancia de poder, permite al individuo el derecho a ser sujeto
subjetivo? Estando la subjetividad vinculada al respeto hacia el modo de pensar
o sentir de cada uno, ¿cuál es la concepción y los ámbitos reales de ciudadanía
que garantizan al sujeto sociocultural esta cualidad? ¿cómo atribuir solamente al
sujeto aquello que le es propio en cuanto componente del hacer‑se humano
en la escucha y la manifestación de su propia condición humana y que es
limitada y hasta negada en nuestras sociedades?
Todo esto supone repensar
la función del Estado, replanteando el sentido de un nuevo contrato social en
el que el sistema político de partidos no esté al servicio de quienes detentan
el poder y favorecen experiencias de exclusión. Supone nuevas formas de
regulación frente a la arbitrariedad del poder y el dominio del imperialismo
económico y de influencia frente al bienestar para todos los ciudadanos.
Considerar que la
capacidad de pensar y sentir es inherente a cada uno y, por eso, individual e
intransferible, nos lleva a que las diversas lecturas acerca del mismo objeto
deban ser tenidas en cuenta desde el diálogo y establecimiento de relaciones.
Además, nos conduce a plantearnos de qué manera en ese diálogo tenemos en
cuenta nuestros sentimientos y emociones.
Con frecuencia escuchamos
el término subjetividad, pero ¿cuál es su sentido "real" (o si se quiere subjetivo) que penetra en todos
los interlocutores que lo utilizan? Lo que nos hace plantearnos a la hora de la
formación, ¿cuál el significado que damos a este término?, ¿cuáles son los
valores que queremos potenciar como formadores?, ¿cuáles los valores que
tenemos?, ¿cuáles consideramos que son sus características positivas?, ¿cuál es
nuestra forma de escuchar?; ¿qué hacemos elaborar nuestra propia subjetividad?,
¿cuáles son los conocimientos que tenemos sobre nosotros mismos como
formadores?, ¿qué diálogos establecemos con las áreas profesionales en las que
estamos relacionados y/o con el movimiento holístico, sistémico existente en
nuestro entorno?, ¿cómo observamos, analizamos ese sistema autónomo y complejo que
somos nosotros mismos?
En esta misma dirección,
¿cuáles son los mitos en los que creemos y los que contribuimos a crear? Sobre
todo teniendo en cuenta que, en la actualidad, el ser humano es un ser de
cultura y, como tal, un producto de la comunicación que establece con los demás
instaurándose como sujeto productor de cultura. Esa comunicación que el
individuo establece con la cultura está en un contexto que presenta su
subjetividad vinculada a elementos producidos por el pensar humano y por el
sentimiento traducido en acción y emociones.
Todas las manifestaciones
de nuestras estructuras internas, que se manifiestan en todo el sistema a
través de los más diversos mecanismos, debe constituirse como elemento fundamental
del desarrollo humano. No tener en consideración la complejidad y la dimensión,
la importancia de todo lo anterior, además de su seriedad, es negar al
individuo su capacidad y su derecho a hacer‑se humano, a constituirse
como sujeto en la sociedad. Algo a lo que la educación en la escuela
necesariamente ha de contribuir y la formación del profesora tener presente,
sobre todo en una época como la actual en que las políticas de formación
tienden a desvincular a los docentes de la
perspectiva de construcción de la subjetivad a la que su trabajo está ligado.
Notas
(I) El Programa de la
Escuela Plural es una iniciativa de la municipalidad de Bello Horizonte
caracterizado por tener como uno de sus objetivos prioriatarios la contribución
de la educación escolar ala construcción de una nueva ciudadanía. De aquí que
una función prioritaria dé la formación y de la acción del profesorado sea
contribuir a que las dimensiones históricas y sociales de los sujetos
pedagógicas sean una parte importante del proceso educacional. Nota del
traductor.