Palabras
como género, sexo, igualdad o diferencia sexual, identidad femenina o
masculina,... han sido mal interpretadas en estos últimos años, perdiendo su significación
liberadora. Cuestionarse y profundizar en su significado, además de ser una
actividad intelectual, supone abrir múltiples posibilidades o diferentes
maneras de ser, estar y hacer en esta sociedad compleja y cambiante.
Anna
Maria Piussi, filósofa y pedagoga
de la Universidad de Verona, en quien busco medida desde hace algunos años,
porque le reconozco autoridad y me fío de su juicio cuando se trata de hablar
de educación, afirmaba recientemente en una entrevista, "Mucho de lo que
ocurre en la vida de la escuela es insensato. Es decir, no tiene sentido, es
absurdo, falso, ficticio. Y en este contexto el deseo desaparece, ya sea el
deseo de los alumnos y de las alumnas, ya el de las enseñantes y los
enseñantes, es decir el deseo de quien vive la escuela cada día, porque la
burocracia y, actualmente también, la tecnologización de la enseñanza sofocan
el deseo, hacen callar el alma, diría yo." (PIUSSI, 1998).
Mi trabajo, primero como
docente y más tarde en programas para la igualdad de oportunidades entre
mujeres y hombres en educación, me hace vivir de cerca lo que Piussi señala. Y
aunque lo reconozco tal como lo describe, quizás gracias a ella y a otras que
han sabido poner en palabras lo que ocurre, permanece vivo en mí el deseo de
que la educación sea una palanca y no un obstáculo para la libertad femenina.
Esto es lo que me lleva a intervenir desde hace tiempo en los distintos lugares
donde tengo la oportunidad de mediar con la palabra, de entrar en relación con
otras y otros, para transformar lo que hay, en un sentido que permita hacer de
la escuela un lugar sensato, que se pueda habitar con sosiego y también con
placer. Un lugar donde se reconozca autoridad femenina y, por tanto, donde
primen las relaciones y no el autoritarismo ni el poder, como es habitual.
Por tanto, intervengo
también aquí convencida de que son ciertas las palabras de HANNAH ARENDT (1988)
cuando señala "Incluso el más pequeño acto en las circunstancias más
limitadas tiene en sí el germen de la ¡limitación en sí mismo, porque un solo
acto, y a veces una sola palabra, basta para transformar toda la constelación
de actos y palabras".
Sin embargo, al
interpretar el presente, observo cómo desde variadas instancias de poder, sobre
todo académico, se ha producido una apropiación de palabras, que fueron
buscadas desde el movimiento de mujeres para comprender mejor la realidad y que
ahora se han convertido en categorías rígidas que la inmovilizan y no dejan que
leamos lo que está vivo y cambia. Unas veces se han vaciado de sentido y otras
se han llenado de significados que en lugar de mostrar esconden y no dejan que
la realidad se diga en ellas. Parece nuevamente como si faltaran palabras para
decir la experiencia. Así ocurre ahora en la educación, y no solo en ella, con
palabras como género y sexo, con igualdad entre los sexos y diferencia sexual y
también con identidad femenina y masculina.
En los años 80, hablar de
género, ese conjunto de pautas de comportamiento que cada sociedad asigna a
mujeres y hombres y que es una construcción cultural que puede modificarse, nos
pareció un descubrimiento a muchas feministas, porque nos permitía con una sola
palabra separar toda esa construcción de lo que se entendía por sexo, es decir,
del cuerpo sexuado en femenino con el que nacemos de forma casual pero
inevitable. Un cuerpo que, por otra parte, el patriarcado nos había enseñado a
leer como un dato biológico que era fuente de infortunios para las mujeres. Por
tanto, un cuerpo del que debíamos prescindir en la medida de lo posible, hasta
conseguir que no significara nada.
Entonces se produjo algo
así como una cierta sensación de alivio, un decir vayamos por partes y así
podremos explicar que la condena al destino limitado y estrecho que nos reserva
el patriarcado no es inexorable. Pero ocurrió que, con las prisas por salir de
ese destino asignado, bautizado ya como género, sin darnos cuenta estuvimos a
punto de llevarnos por delante también el sexo, es decir a punto de negar
nuestro cuerpo sexuado en femenino, fuente de significado, de sentido y de
medida. Y no sólo de negar el nuestro sino también el de nuestras alumnas, a
quienes muchas veces invitábamos a ser como si fueran chicos (JARAMILLO, 1998).
Pero digo que estuvimos sólo a punto, porque afortunadamente muchas caímos en
la cuenta, no por azar sino porque ya lo sabíamos, de que el cuerpo es el lugar
de nuestra experiencia y al negar la diferencia sexual femenina, al borrarla al
mismo tiempo que el género, lo que quedaba no era neutro, que no existe, sino
otra vez masculino. Esto nos suponía una vez más negar el origen materno, la
genealogía y la autoridad femenina.
Gracias a un amor por las
palabras, aprendido de otras a quienes he visto prestarles un cuidado y
atención constantes para que sigan leyendo lo que hay en cada momento
histórico, hoy me resulta fácil entender que la palabra género más que desvelar
realidad dificulta la comprensión del presente. Se ha producido un
desplazamiento no inocente en el significado de este término, de forma que ha
ido ocupando progresivamente el espacio de la palabra sexo, hasta llegar a
sustituirla en muchas ocasiones en las que no toca, sobre todo porque ahora ha
pasado a usarse de forma mecánica, casi como un latiguillo obligado cuando se
hace referencia a los asuntos que se piensa que tienen que ver con las mujeres.
Así que ahora género ya no se sabe lo que quiere decir, que es como no querer
decir nada, mientras que sexo ha ido reduciendo su capacidad de representar lo
que originalmente son las dos formas de ser humana y humano y ha quedado
reservada en el lenguaje de la calle para designar actividad sexual definida
desde la óptica viril: buscar sexo, lograr sexo, comprar sexo... Y yo quiero
señalar este desplazamiento, porque a mi modo de ver en lugar de abrir espacios
de realidad para que esta sea pensada y vivida los cierra y lleva a confusión.
Incluso, recientemente, he leído en algún texto "género sexuado", en
lo que atisbo no sólo carencia de sentido, sino voluntad de oscurecer lo que es
preciso nombrar.
Este cuidado de las palabras
del que hablo, tiene que ver con amor a la propia realidad y a su
transformación y con la necesidad de representarla, y nada que ver con el poder
que las cristaliza y no las deja ser vivas como son. Desde ahí se puede
interpretar también lo que ha sucedido con igualdad entre los sexos y
diferencia sexual, que a menudo se muestran como dos ideas opuestas, es decir
como si fueran las dos partes de un todo, o como sucesivas, como si
respondieran a las dos fases de un proceso, cuando de hecho lo que ocurre es
que la igualdad entre los sexos no es, ni puede ser aunque se quiera que sea, y
la diferencia sexual es, aunque se quiera negar. Pero esto, tan obvio, hay que
desvelarlo porque está encubierto. La
historiadora MILAGROS RIVERA ( 1994) lo expresa con
acierto cuando dice "La igualdad no viene, por tanto, ni antes ni después
de la diferencia. No hay una secuencia entre ambas sino dos opciones políticas
y simbólicas que nacen en lugares distintos y desean llegar a lugares
distintos"
¿Y
ahora, qué quieren?
Cuando se quiere definir
o delimitar el sujeto de la educación, todavía se acude con frecuencia a un
sujeto universal que se dice neutro. Un sujeto que no existe y que cuando
tratamos de representarlo resulta ser siempre masculino. A pesar de esto, la
educación ha sido un terreno privilegiado, por obvio, para señalar y denunciar
las discriminaciones por razón de sexo y también para medir en términos
cuantitativos los avances de las mujeres en la conquista de la igualdad. De
hecho, tradicionalmente se educaba a las mujeres para cumplir destinos
subordinados a voluntades masculinas y se las excluía de los espacios del saber
legitimados socialmente. Pero, a medida que hemos ido transformando este estado
de cosas, hemos ido descubriendo también que en los proyectos de igualdad hay
un límite a nuestra libertad. Por tanto, que no es ahí donde podemos
encontrarla.
Luchar por derechos
iguales a los de los hombres y rechazar una identidad que nos viene dada desde
una visión masculina del mundo, que define lo que significa ser hombre o mujer,
han sido trabajos que hemos realizado mujeres de este país y de otros, desde
distintos lugares, en este último cuarto de siglo.
Conseguir la igualdad con
los hombres en todos los ámbitos, y muy particularmente en la educación, ha
sido una meta que, según íbamos alcanzando, dejaba al descubierto tanto los
logros conseguidos, que han sido muchos, como la insuficiencia de esa igualdad,
que nunca terminaba de colmar lo que buscábamos. Porque además de oportunidades
iguales, había y hay una búsqueda de libertad femenina que no se deja desplegar
enteramente en ese marco de referencia en el que a todo lo que puede aspirar
una mujer es a ser menos, igual o más que un hombre, y no simplemente una
mujer.
Por eso hemos oído tantas
veces ¿y ahora, qué quieren? Quienes lo preguntan parece que no son capaces de
imaginar un mundo con mujeres libres, cada una a su manera, diferentes entre
ellas y nunca idénticas a sí mismas, precisamente porque en esa libertad, que
no quiere decir autosuficiencia como pregona el patriarcado sino apertura a la
relación que va construyendo a quien se deja transformar, las mujeres están
vivas y cambian. Por tanto, mujeres que no son como las definen los hombres, es
decir que no se hacen cargo de esa identidad que les adjudican, pero que
tampoco están empeñadas en construirse una identidad alternativa. Mujeres que
simplemente quieren ir diciendo lo que van siendo en ese entramado de
relaciones que constituye la vida humana, en el que ellas han sabido situarse
históricamente con disponibilidad y apertura a lo otro y ahora quieren seguir
haciéndolo, entendiendo "el valor de relaciones y de prácticas no
competitivas, que hacen humano la convivencia y civil la civilización"
(LIBRERIA DE MUJERES DE MILAN 1996). Así de imprevisibles y de poco
controlables. Así de molestas para quienes quieren categorizarlo todo,
dejándolo congelado y mudo para que no sea, o para que no tenga significado
alguno. Mujeres que hacen suyas las palabras que utilizó para sí MARIA ZAMBRANO
(1988), "...y como estoy libre de ese ser, que creía tener, viviré
simplemente, soltaré esa imagen que tenía de mí mismo, puesto que a nada
corresponde y todos, cualquier obligación, de las que vienen de ser yo o del
querer serlo..."
Por eso ahora ya muchas
no queremos oír hablar de construcción de la identidad femenina o de
construcción de una subjetividad o de un yo femenino, porque nos parece salir
de una trampa para meternos en otra y eso sería hacer una tontería. Parece como
si por el hecho de que tradicionalmente solo hubiera circulado una identidad,
la masculina y nosotras no hubiéramos tenido esa identidad o hubiéramos tenido
otra que era impuesta, estuviéramos obligadas ahora a construirnos una
identidad femenina paralela.
No tiene por qué ser así.
Resulta que algunas, entre las que me encuentro, han podido antes, y podemos
ahora imaginar otras posibilidades que no sean duplicar lo que ya hay. Es
decir, no se trata de repartirnos el mundo en dos mitades simétricas, de forma
que las mujeres repitamos de forma especular lo que ellos hayan sido o sean en
cada momento. Se trata de que las mujeres habitemos el mundo entero a nuestra
manera, cada cual a la suya y de que ellos reconozcan su parcialidad para
habitarlo, también entero, en las formas que articulen desde esa parcialidad,
una vez reconocida. Y de que lo haga cada uno de ellos, para vivirse en una
nueva forma de lo masculino que tendrán que descubrir, no situándose como lo
universal.
Se entiende, sin embargo,
que en el esquema predominante de interpretación de la realidad, en el que todo
funciona por esa "pareja obsesiva de opuestos/complementarios"
(RIVERA, 1997), resulte difícil pensar algo que no responda a lo uno ni a lo
otro, es decir , que se salga del esquema. Porque esto supone ir más allá del
simbólico que nos viene dado, en el que lo femenino siempre es lo opuesto a lo
masculino o su complemento, o también algo que se deriva de él. Supone la
creación de simbólico femenino autónomo.
La
búsqueda de libertad feminina
En
España, durante los
últimos veinte años, entre quienes ponen en práctica la educación, quienes la
teorizan, quienes la disfrutan y también quienes la sufren, se ha ido
incorporando el discurso de la igualdad de chicas y chicos, que luego se ha
transformado en discursos de igualdad de oportunidades, eliminación de
discriminaciones por razón de sexo o coeducación. En su origen esta
incorporación pretendía atender y dar respuesta a un malestar femenino
provocado por la exclusión de los ámbitos de la ciencia legitimada socialmente
o por el adoctrinamiento de las mujeres a través de la educación, que trataba
de hacerles cumplir mejor los papeles que la sociedad les asignaba. Pero ha
habido un querer dar respuesta sin una transformación social profunda, y así se
han construido esos discursos de igualdad que no van más allá de integrar lo
femenino en el orden dado y que, por tanto, niegan la diferencia sexual
femenina, porque la perciben como una carencia o como un lastre del que hay que
despojarse. Como un ser menos que las mujeres debemos mejorar con nuestro
esfuerzo para adaptarnos a un orden/desorden que no se pone en cuestión.
En la actualidad es otro
el malestar femenino el que se pone de manifiesto. Hay un darse cuenta de que
ser iguales a los hombres o, si se quiere, simplemente tener las mismas
oportunidades no es lo que buscábamos las mujeres emancipadas de mi generación,
ni tampoco lo que buscan hoy las más jóvenes, que nos lo hacen ver con claridad
cuando escuchamos lo que dicen. Por eso, para muchas hoy resulta evidente a
todas luces que los derechos no bastan.
Hay una búsqueda de
libertad femenina que no se encuentra en la homologación con lo masculino, una
homologación que no solo no sirve para la realización de deseos femeninos sino
que le es hostil. ¿Por qué hostil? porque no deja que cada mujer, partiendo de
sí, diga lo que es y lo que quiere ser.
Pensar la diferencia
sexual femenina y masculina y dejarla que sea con toda la energía
transformadora y la capacidad de hacer mundo que esta realidad posee, no
debería resultarnos difícil, porque "En el orden de los hechos, el sexo de
quien nace no solo es un hecho innegable y evidente sino también es el primer hecho que se da a conocer a la madre y
al mundo: es niña, es niño, dice el primer anuncio" (CAVARERO, 1996).
Sin embargo, parece como si en el mundo y en la escuela que es mundo, no hubiera lugar para formas de ser, estar y hacer que tienen que ver con una humanidad sexuada, es decir con quienes somos , hombres y mujeres. Y así, se niega, se borra la diferencia sexual femenina, ya sea por invisibilización, por no darle relevancia, o por homologación con lo masculino.
Pero ¿qué es esa
diferencia sexual femenina?, no es una lista de contenidos que pueda resumir lo
que significa ser mujer ni responde a la construcción de una identidad
preconstituida y establecida. Es una cualidad de nuestra relación con el mundo
que tiene que ver con aparecer en él con un cuerpo sexuado que tiene siempre
origen femenino, es decir, que viene de mujer, como también ocurre con el
cuerpo sexuado masculino. Cuerpos que son el lugar de toda experiencia humana y
que tienen capacidad de decirse y de decir esa experiencia femenina o masculina
a través del lenguaje, capacidad que también es activada por la madre en los
primeros años, cuando actúa como garante del significado de las cosas y nos
enseña a hablar MURARO 1994). Se
trata de la diferencia primaria inscrita en el ser humano, algo de lo que hay
que partir en la educación si queremos hacer algo sensato en las aulas,
reconociendo el origen y la autoridad femenina que hay en esa primera relación
que no es común a todas y todos. En la entrevista con Piussi, que citaba al
iniciar este texto, ella señalaba: "Por lo que concierne a la escuela, yo
creo que la crisis actual puede ser leída como una crisis de la escuela
masculina, una escuela del orden patriarcal". También yo lo percibo así,
se trata ahora de que las mujeres, profesoras, alumnas y madres, pongamos las
relaciones en el centro de la escuela legitimando el saber que ya tenemos, un
saber del que los hombres deben comenzar a aprender, como algunos ya lo están
haciendo.
Referencias
bibliográficas
ARENDT, H ( 1988): Vita
activa. Milán:Bompiani, citado en PIUSSI, A.M. (1997): "Partir de sí,
necesidad y deseo", I Jornadas andaluzas de formación del profesorado en
educación no sexista, Baeza, Instituto Andaluz de la mujer.
CAVARERO, A. (1996):
Decir el nacimiento, en DIOTIMA: Traer al mundo el mundo, Barcelona: Icaria.
JARAMILLA, C. (1998):
"Notas sobre la pedagogía de la diferencia sexual", Duoda. Revista de
estudios feministas, 14, 110.
LIBRERIA DE MUJERES DE
MILAN (1996): El Final del patriarcado. Ha ocurrido y no
por casualidad. Barcelona, Proleg.
MURARO, L. (1994): El
orden simbólico de la madre. Barcelona, Horas y Horas.
PIUSSI, A.M. (1998):
"La diferencia sexual, más allá de la igualdad", en Cuadernos de
Pedagogía, 267, 10‑16.
RIVERA, M.M. (1994):
Nombrar el mundo en femenino. Barcelona, Icaria (p. 188).
RIVERA, M.M. (1997): El
fraude de la igualdad, Barcelona, Planeta
ZAMBRANO, M. (1988):
Delirio y destino. Madrid, Centro de Estudios Ramón Areces.