LA LECTURA EN LA INFANCIA
Roberto
Cardarello*
Es un
artículo escrito desde la ternura y la magia que conforman los primeros
contactos con la lectura. Establece una estrecha relación entre la afectividad
y la lectura en los primeros años, documentada en distintas obras literarias.
Reflexiona sobre las posibilidades educativas de la lectura compartida entre
adulto y niño y de su posterior influencia en la vida adulta.
Encuentro precoz con el libro
El
encuentro precoz con el libro, en los años preescolares incluso, no agota la
intervención educativa adecuada para la afirmación de la motivación y la
habilidad para la lectura.
¿Qué
relación tiene la lectura, en la forma en que se practica en la infancia, con
la lectura del adulto?
En
general, se acepta que, en la infancia, pueden crearse las premisas motivadoras
de la lectura, que el interés por el libro se asocia con la escucha o la
lectura de relatos, que se enriquecen el aprendizaje léxico y las
"funciones mentales".
Más en
general, la presencia de libros, la costumbre de leer en el seno de la familia
parecen ser buenas condiciones ambientales, como si la lectura se transmitiera
por contagio. En realidad, hoy día, el ejemplo de los adultos y las condiciones
ambientales favorables como las señaladas no son suficientes para garantizar
la formación del lector; sin duda, esas condiciones constituyen un recurso
añadido para iniciar un recorrido que sigue siendo poco previsible.
De todos
modos, sin ser demasiado optimistas en cuanto a su eficacia, podemos aceptar
que las experiencias felices de encuentro
con los
libros, incluso de niños muy pequeños, constituyen un apoyo importante para las
sucesivas acciones de promoción. Por tanto, parece conveniente llamar la
atención sobre las diversas formas directas de lectura del niño y dedicadas
expresamente aél.
En
efecto, hay razones, que enunciaremos, para aceptar que el hecho de prestar
atención a la lectura desde la más tierna infancia puede eliminar algunos de
los obstáculos más evidentes que se oponen a los encuentros sucesivos con los
libros, en especial con respecto a la motivación y a la competencia
lingüísticacognoscitiva y, en segundo lugar, que, por las especiales
características que supone la experiencia de la lectura a esta edad,
constituye una ocasión educativa de gran interés en sí, es decir, dejando de
lado la importancia que pueda tener en la formación de un buen lector.
Los lectores especiales
Los
testimonios biográficos más convincentes sobre la eficacia casi "mágica"
de la lectura que los adultos hacen para los niños se encuentran, sobre todo,
en los recuerdos de los escritores, es decir, de lectores de una clase muy
especial, para quienes la lectura se ha convertido en un componente esencial de
su vida. Proust, en diversos pasajes de la Recherche, y Canetti, sobre todo en
La lingua salvata, se aducen a menudo como ejemplos literarios, muy sugestivos
y convincentes, de la profunda impresión y de la fascinación producida en sus
personalidades infantiles por las lecturas apasionadas de sus respectivas
madres. Hay que señalar que, en muchos casos de este tipo, la edad de los niños
era más avanzada que la que nosotros conocemos como "preescolar" y
que el significado de la lectura concordaba con la especialísima relación,
intensamente afectiva, que los ligaba a la lectora. Unos testimonios como éstos
se configuran como paradigmáticos de un papel de iniciación a la lectura,
sobre todo por la fuerte carga emocional de esas experiencias y por el
carácter excepcional del clima familiar y cultural en el que se sitúan.
Por otra
parte, muchos testimonios de apego precoz a la lectura se configuran como
liberación, transgresión, superación de la condición infantil, a veces
infeliz, según muchas manifestaciones de literatos. No obstante, parece que el
clima cultural e histórico en el que se sitúan estas pasiones por la lectura
es muy diferente del actual.
"Cuando
se dio cuenta de que los libros de viajes me alejaban de cualquier otro
interés, volvió a la literatura y, fuese por hacérmela más apetecible, o para
que no leyese simplemente cosas que no entendía, comenzó ella misma a leer
conmigo a Schiller en alemán y a Shakespeare en inglés". (E. Canetti: La
lingua salvata, tr. it., Milán: Adelphi, 1983 (2), p. 114).
La
lectura, como vía de acceso al saber adulto, a hechos censurados y prohibidos
de alguna manera por los adultos, como rebelión contra un mundo obtuso y
perseguidor, aparece con frecuencia en los testimonios de los literatos
(pensemos en Emily Dickinson) e, incluso, de los no literatos; de todas
maneras, esas situaciones corresponden a un período de nuestra historia ya
superado, cuando, en determinados ambientes sociales, el libro y la lectura
constituían la única forma de acceso al mundo adulto, de emancipación cognoscitiva
y sentimental de la condición infantil y de la familiar, en particular. Hoy
día, la evasión de la familia, el acceso a una imaginería más o menos
transgresora, utiliza diversos canales (pensemos en la música y en sus ritos a
partir de la adolescencia, en la televisión y en el cine). Al contrario, hoy
día, los mismos padres, a menudo con poca fortuna, estimulan la lectura, con
independencia de sus orígenes culturales, como prueba el hecho de que los
padres de los niños de la escuela elemental y de la media aconsejen,
masivamente, a sus hijos que lean.
Hay
indicios que llevan a pensar que, hoy día, carece de validez una de las
posibles motivaciones que, en el pasado, encendían la pasión o el
"virus" de la lectura, la que se originaba en la necesidad de las
generaciones de los más jóvenes de conocer el mundo adulto, más allá del
reducido círculo de las experiencias familiares. Hay diversas vías más rápidas
para satisfacer esa necesidad.
Otros
testimonios, particularmente seductores, acerca del papel emocional y existencialmente
significativo del encuentro con los libros tienden a situarlo a partir de los
años en los que se adquiere una mayor consciencia de sí mismo, como demuestra
Bettelheim cuando, hablando de sus propias experiencias de lectura juvenil,
afirma que fueron decisivas las que le provocaron el llamado "shock del
reconocimiento": en efecto, produjeron "el efecto de una revelación,
de una nueva visión que imponía cierto orden en mi mundo interior, en el que
antes reinaban la incertidumbre y la confusión, si no el caos".
Aunque no
dice nada a propósito de sus lecturas propiamente infantiles, ha teorizado y
documentado de forma muy sugestiva y convincente que, en los niños pequeños, es
fácil que se produzca un efecto de reconocimiento análogo, aunque no
consciente, cuando escuchan fábulas. Las fábulas y, sobre todo, las clásicas,
están llenas de elementos simbólicos que, en cuanto tales, hablan al
inconsciente del niño. Éstas proporcionan una vestimenta fantástica (brujas,
lobos, madrastras, etc.) a las pulsiones del niño y a sus conflictos
inconscientes. La dinámica de los acontecimientos de la fábula representa, de
un modo que el niño siente como familiar, la dinámica de las propias angustias,
oscuras e inefables, y, por tanto, le permite liberarse de ellas, a través
del final feliz, produciendo en el nivel inconsciente un efecto catártico
(volvemos a encontrar las teorías emocionales a propósito del significado de la
lectura que recordamos en el capítulo anterior).
Estos
excelentes testimonios de la importancia de la lectura en una edad precoz
muestran que el vínculo profundo que se establece con el libro hunde sus raíces
en la riqueza de las experiencias emocionales, afectivas y existenciales que se
han
producido
a una tierna edad y que se renuevan y consolidan en la edad adulta.
Poco se
dice a propósito de la competencia lingüística inducida por tales lecturas,
bien porque la pertenencia de los interesados a unos ambientes privilegiados,
desde el punto de vista cultural, los inclina a pasar por alto la función del
libro en un contexto lingüístico rico, bien porque, en la edad infantil y en
los niveles inferiores de consciencia lingüística, la palabra suele ser más
bien un fondo, inadvertido, de la lectura sobre el que se recortan los hechos,
que son las acciones y las emociones evocadas y suscitadas (los contenidos
narrativos).
Y, sin
embargo, en la vertiente formal de la competencia comunicativa y lingüística
que puede adquirirse con la lectura se halla una de las razones más
convincentes y generalizables del enorme valor de la lectura en la primera
edad. Estudiaremos analíticamente algunos aspectos después de recordar de
manera preliminar las posibilidades educativas y el significado existencial de
la lectura compartida con el adulto.
La lectura
del adulto, sobre todo del padre o la madre, es una ocasión de transmisión de
contenidos que se consideran válidos y relevantes. La selección de los libros o
relatos puede interpretar, en efecto, las predilecciones, la sensibilidad y
los valores de los padres. La narración de episodios de la Odisea o de la
Jerusalén liberada o bien de vidas de santos o historias de la Resistencia
implica hacer unas opciones mediante las cuales se proponen, en forma narrativa,
modelos de comportamiento, emociones y sentimientos que influyen en el modo de
pensar y sentir de los niños y lo orientan. Además, la sensibilidad cultural
del adulto interviene también cuando suprime aspectos brutales o crueles de la
narración, cuando privilegia temas y a personajes que se consideran idóneos
para el modo de pensar de los niños y portadores de valores justos. En otras
palabras, mediante su forma de narrar, los adultos llevan a cabo una forma de
aculturación importante, aunque lo hagan de forma inconsciente.
En
segundo lugar, el momento de narrar o leer a los niños puede constituir una
ocasión especial en la construcción de la relación interpersonal entre adulto
y niño.
Contar o
leer un cuento a un niño constituye un momento mágico de comunicación, sobre
todo si el lector es el padre, la madre o un personaje familiar. Ésta es una de
las actividades o momentos de la jornada que el padre o la madre reservan y
dedican específicamente al niño. No es una casualidad que a menudo coincida con
el momento de acostarse y que sea un momento de gran disponibilidad
"estructural" de los padres: en efecto, leer en voz alta impide
cualquier otra actividad del adulto (no es posible planchar ni echar un vistazo
al telediario). Es una actividad exclusiva que los niños viven a menudo con
entusiasmo porque les garantiza una interacción plena y exclusiva con la madre
o el padre. Y, a la inversa, ésa es una de las razones por las que los adultos
la reservan para unos momentos especiales, pocos, de la jornada y que les
lleva, a veces, a desear que el niño aprenda a leer solo lo antes posible.
Sin
embargo, una vez comenzada la lectura, también los adultos más atareados y
distraídos tratan de introducirse en la acción y comparten con el niño a
creación de un mundo de imágenes y pensamientos comunes. Mirar las mismas
figuras, representarse situaciones ficticias al mismo tiempo, vivir emociones
análogas crean una situación de entendimiento y complicidad, rara y agradable
para ambos. Se crea una ocasión completamente especial de coparticipación de emociones
y sentimientos que lleva al entendimiento y sintonía recíprocos. Si
consideramos, además, que, al ser la lectura un momento agradable de la vida
del niño, él mismo la reclama, especificando también qué historia o libro
quiere que se le lea o relea, se entiende por qué le supone un momento de
máxima gratificación. Sin embargo, también para el adulto puede ser un momento
de satisfacción notable por la sensación profunda de omnipotencia que le
permite la narración: él es el medio por el que se transmiten al niño los
signos
indescifrables
y misteriosos de un libro; él es quien, de la nada, anima a personajes y
acontecimientos, si cuenta de memoria, quien introduce infinitas variaciones
sobre el tema de la historia, quien puede insertar también en el relato
acontecimientos o momentos particulares de la jornada, variaciones a la medida
del pequeño oyente. En estos casos felices, entre otras cosas, el niño ve cómo
se desenvuelve el trabajo de invención de historias, ve a un narrador en plena
faena. La invención de las historias es todo un don, tanto desde el punto de
vista de las relaciones como desde el cognoscitivo.
La
estructura de la situación no es muy diferente de la que se crea cuando el niño
juega y el adulto juega con él. Como en el juego, la lectura configura una
ficción (una suspensión provisional de las leyes habituales de la vida, un
hacer simulado, hacer "como si"), sobre todo, naturalmente, si tiene
como tema un argumento fantástico. Es una ficción que aceptan los participantes
y compartida, como cuando se establecen las reglas de un juego ("tú eras
el enemigo y yo tenía los misiles" no es muy diferente de "érase una
vez un joven príncipe que una bruja transformó en una rana") e, incluso
antes que por los significados sociales y simbólicos que pueda transmitir una
fábula o un cuento, para el niño es significativa por la experiencia de
''jugar" con el adulto a vivir y creer una historia. Probablemente sea
cierto que, mientras en el juego el niño tiene más libertad para escoger y establecer
la "trama", durante la lectura se le invita, más bien, a adherirse
al argumento del texto; no obstante, también es verdad que el juego que
propone el texto, si no es de mala calidad, es más rico y articulado y, si lo
escoge, igualmente significativo para el niño. Por lo demás, no debe
enfatizarse en exceso la libertad de imaginación del niño en el juego, porque
ésta crea las historias con los diversos estímulos y condicionamientos que el
niño experimenta. En cambio, conviene no olvidar que, también en la lectura o
en el cuento, se expresa la libertad del niño, cuando decide lo que el adulto
debe leerle, cuando participa, prevé e integra las informaciones del cuento.
La
riqueza comunicativa de la situación de lectura o, como suele decirse, de interacción
durante la lectura o visión conjunta de un libro, es bien conocida y se ha
subrayado muchas veces. El lenguaje que se utiliza en esta actividad tiende a
ser diferente: frente a una comunicación de carácter muy funcional, como la que
distingue muchos momentos de la vida cotidiana y que se afirma después del
tercer año de vida del niño, la narración restituye a los niños, pero también a
los adultos, una ocasión para utilizar un lenguaje poético, gratuito y mucho
más articulado.
Aunque la
situación de lectura en familia parece una ocasión extraordinaria para la
complicidad, la comunicación, la comunión entre el adulto y el niño, no hay
que olvidar que esta práctica está menos difundida de lo que quisiéramos, sea
por razones sociales o culturales. No es una casualidad que todos los proyectos
de educación compensatoria, orientados a superar el déficit lingüístico de los
niños en situación de desventaja, que florecieron en Europa y en América
durante los años 60 y 70, hayan utilizado masivamente la lectura a los niños
como instrumento preferente y, en particular, hayan advertido el problema a las
familias, sensibilizándolas y proporcionándoles ayuda y materiales para que
estimularan la lectura a los niños.