Siempre que tengo que
hacer una selección de textos, ya sea para mis clases o para esta revista,
recuerdo lo que mi abuela me contaba que le ocurría a su hija cuando, en el
tiempo en que las espigas están granadas, iba a recoger algunas: le gustaban
todas y acababa llorando por no poder llevar consigo tantas como deseaba. La
libertad de elegir, y lo gratificante que hay en ello, se acompaña de una
cierta desazón por lo que hay que dejar.
Toda selección, además,
se realiza desde algún criterio. En este caso, no se trata sino de compartir y
comentar algunas lecturas (de entre las muchas disponibles) que en mi opinión
pueden ayudar a seguir construyendo escuela desde la perspectiva que se ofrece
en el monográfico; es decir, textos que contienen ideas, reflexiones y
prácticas útiles para avanzar en el pensar y en el hacer una educación para
todas y para todos, como sujetos sexuados, libres, iguales y diversos.
Quizá la primera
sugerencia deba ser, por convencimiento que no por "conveniencia"; la
lectura de un texto publicado por esta misma revista. Me refiero a El camino
hacia una escuela coeducativa (Morón, MCEP), coordinado por Joaquín Ramos;
sobre todo en la segunda edición (1998) amplía las aportaciones que recoge, de
tal manera que se ofrece un recorrido por una amplia variedad de temáticas
complementarias (desde los orígenes de las desigualdades a la sexualidad en las
organizaciones, desde la educación sentimental a las actuaciones en las
tutorías), planteadas desde diversas perspectivas teóricas y prácticas. No
menos útil es la amplia y actualizada selección bibliográfica que en él ha
realizado Miguel Angel Santos.
Sugeriría también, para
no hacer este comentario excesivamente denso, y además para no repetir un
trabajo que ya está hecho ‑por Joaquín Ramos y yo misma‑, las
lecturas ya recomendadas en el Kikiriki n° 47 (diciembre 97‑enero
98; pág. 70), en el monográfico dedicado a La socialización en las
instituciones educativas. En la misma línea, y por las mismas razones,
remito a las recomendaciones que hace Fernando Hernández en el Kikiriki n°
51 (diciembre 98‑febrero 99; pág. 63) en el monográfico
Subjetividad e identidad en la educación.
Sin duda quedan todavía
muchas discusiones respecto a las relaciones entre el lenguaje, el pensamiento
y la realidad a la que se refieren. Sí podríamos estar de acuerdo, no obstante,
en que el lenguaje es la herramienta ‑potente y limitada a un tiempo‑
de que disponemos para nombrar la realidad. Y, aunque cambiar el lenguaje no
modifique la realidad, sí puede constituir una palanca desde la que mover la
sensibilidad y la capacidad de ver esa realidad de otro modo. En este sentido,
tampoco está resuelta la polémica respecto a si el lenguaje es sexista en su
estructura o, por el contrario, lo que encontramos es un uso sexista de la
lengua; algo que depende no de la estructura de la misma sino de quien la usa.
De entre los diversos
textos que se ocupan de analizar la relación entre el lenguaje y el sexismo y el
androcentrismo, seleccionaría los de Aguas Vivas Catalá y Enriqueta García (Ideología
sexista y lenguaje; Barcelona: Galaxia Octaedro, 1995) y el de Eulália
Lledó (El sexismo y el androcentrismo en la lengua: análisis y propuestas de
cambio; Cuadernos para la Coeducación, n° 3, ICE de la Universidad Autónoma
de Barcelona, 1992). En este último, además de un necesario análisis,
encontraremos sugerencias para utilizar el lenguaje de modo más adecuado en el
ámbito educativo. Escueto y enormemente práctico es En femenino y en
masculino, documento que recoge las recomendaciones de NOMBRA, Comisión
Asesora sobre Lengua del Instituto de la Mujer (1995).
Relacionados también con
el lenguaje, pero en una perspectiva bien distinta, hay que situar el trabajo
de Patrizia Viol¡ (El infinito singular; Barcelona: Cátedra, 1991).
Aunque de lectura difícil en algunos de sus capítulos ‑por la profundidad
académica de su análisis‑ lo que me interesa destacar es su énfasis en la
importancia de la lengua en la configuración de las identidades, y su tesis
respecto a la no neutralidad de aquélla. Las palabras de Ana Mañeru en el
prólogo a esta obra reflejan bien esta idea: "Pienso a menudo en el
lenguaje patriarcal que he aprendido como en una perverso traducción de la experiencia
de los mujeres, realizado a través de la experiencia de los hombres y a su
servicio". Desde la pedagogía de la diferencia sexual, la palabra adquiere
una importancia fundamental porque es la que nos permite nombrar lo que no está
dicho, visibilizar la presencia que se ha ocultado y que no ha tenido lugar, en
definitiva, nombrar nuestra práctica. "Nosotros no intentamos refundar la
gramática, ni inventar otra lengua respecto a la que hay, pero pensamos que la
lengua puede y debe cambiar. Nosotras queremos habitar la lengua del mismo modo
que, constituyéndonos sociedad femenina, habitar el mundo. Un mundo único donde
los sujetos son dos". En estos términos se expresa Gabriela Lazzerini
quien, junto a otras autoras, recoge en La educación lingüística (Barcelona:
Icaria, 1997) sus ideas y sus prácticas sobre el lenguaje y la enseñanza de la
lengua.
Entre la palabra y la
acción situaría el trabajo de Victoria Borrell (La educación de mujeres
adultas. Una vivencia transformadora; Sevilla: Diada, 1999). Como la propia
autora indica, el libro "aborda la cuestión del cambio social a través del
tratamiento de la cultura de las mujeres adultas en la escuela"; pero
también a lo largo de sus páginas "escucharemos" la voz de muchas
mujeres que nos acercan a sus vidas, a sus sentimientos, a sus esperanzas...
Tanto por su carácter
informativo como porque recoge la trayectoria práctica de su autora, merece
destacarse el texto de M' José Urruzola (Introducción a la filosofía
coeducadora; Bilbao: Maite Canal, 1995). En él se encontrarán sugerencias
útiles para una práctica educativa coeducativa, así como indicaciones respecto
a cómo incorporar esta perspectiva en la programación del centro. Cómo una
escuela trabaja para educar de manera no discriminatoria y para sensibilizar a
las familias respecto a esta cuestión, sigue siendo de gran valor la aportación
de Miguel Angel Santos (Coeducar en la escuela. Por una educación no sexista
y liberadora; Madrid: Zero, 1984). En él encontraremos numerosas
indicaciones respecto a actividades posibles, ya sean exploratorias o de
investigación, y que abordan tanto aspectos académicos como juegos, pautas de
evaluación o propuestas de libro y cine forum.
Uno de los aspectos que
aparecen reiterativamente en las propuestas
coeducativas es la
necesidad de trabajar de modo integrado la personalidad de las chicas y los
chicos, de abordar conjuntamente la dimensión racional y la dimensión afectiva,
o dicho de otro modo, de abordar la educación sentimental en la escuela. Y
siempre desde la perspectiva no sólo del cambio personal sino de la
contribución de las personas y de la educación al cambio social, en la medida
en que lo que se pretende es hacer un mundo más humano. Son pioneros en esta
línea los trabajos de Charo Altable (Penélope o las trampas del amor; Madrid:
Mare Nostrum, 1991 ), así como el de Angeles Cremades, Isabel Rodes, Elena
Simón y Nieves Simón (Materiales para coeducar. El comentario de textos:
aspectos cautivos; Madrid: Mare Nostrum,
1991). María Lluïsa Fabra puede ayudarnos mucho en este sentido. En Ni
resignadas ni sumisas: técnicas de grupo para la socialización asertiva de
niñas y chicas (Cuadernos para la Coeducación n° ll, ICE de la Universidad
Autónoma de Barcelona, 1996) nos ofrece un amplio abanico de recursos que
pueden sernos de gran utilidad en la escuela. Fruto de un trabajo colectivo y
después de haber sido desarrollado en diversos centros escolares, Begoña Salas
e Inmaculada Serrano presentan en Aprendemos a ser personas (Barcelona,
Ediciones Universitarias de Barcelona, 1998), una propuesta para trabajar en
las tutorías el desarrollo de la identidad personal, de tal forma que
propiciemos el crecimiento integral de chicas y chicos de tal modo que les
ayudemos a construir y ejercitar su autoridad personal. En similar línea,
aunque con un mayor desarrollo teórico, se sitúa la reciente propuesta de
Mercedes Oliveira en La educación sentimental. Una propuesta
para adolescentes (Barcelona, ¡caria, 1999). En ella propone, dice su
autora, "la educación del mundo afectivo de los adolescentes, entendiendo
éste como la capacidad más general de expresión y comunicación humana, que
mantiene una alta correlación con la propia autoestima y la capacidad de sentir
y expresar afecto".
En un horizonte teórico
que proclama la conveniencia de afirmarse sobre lo que se piensa y se desea, la
pedagogía de la diferencia sexual está produciendo ‑a mi modo de ver-unas
aportaciones singulares y de gran valor teórico‑práctico para la
educación. Uno de los textos claves es, sin duda, Saber que se sabe. Mujeres
en educación (Barcelona: ¡caria, 1996), bajo la edición de Anna María
Piussi y Letizia Bianchi. En él encontraremos la reflexión y el relato de la
experiencia de diversas mujeres y grupos de mujeres que construyen una práctica
educativa en la que las relaciones y la autoridad femenina tienen un lugar
privilegiado. Son mujeres que "saben que saben"; que tienen “la
conciencia de un saber, nacido de la práctica política de referencia a otras
mujeres, y que se produce recurrentemente al interrogarse sobre el sentido de
sí, por la acción propia y por el sentido del mundo" como indica Anna
María Piussi en la introducción. Dentro de la misma colección, y desde los
mismos presupuestos, hay que señalar La educación lingüística. Trayectorias
y mediaciones femeninas (Laura Spencer y otras, Barcelona: ¡caria, 1997),
ya citado, y Enseñar ciencia. Autoridad femenina y relaciones en la
educación Anna María Piussi y otras, Barcelona: ¡caria, 1997). En España ya
comienza a haber una abundante producción que piensa y actúa en educación desde
la diferencia sexual. Los textos de Ana Mañeru y Reme¡ Arnaus, en este
monográfico, son un buen exponente de ella. La mayor parte de estas
aportaciones hay que buscarla en artículos publicados en diversas revistas, entre
las que destaca DUODA (Revista d' Estudis Feministas. Centre de Recerca
de Dones de la Universitat de Barcelona). En la publicación colectiva del
Instituto de la Mujer, Educar en relación (Madrid, 1998), encontraremos
aportaciones de Milagros Montoya, María Cobeta o Concha Jaramillo, que pueden
ser de una gran ayuda para pensar y "hacer" nuestras prácticas desde
una óptica más educativa, más humana y ‑tomando las palabras de Ana
Mañeru, que me gustan especialmente‑ más sensata.