Coeducación:

La apuesta por una pedagogía de sujetos visibles*

 

 

Este dossier ha sido coordinado por la profesora Nieves Blanco García

 

Estamos, ya, en el siglo XXI, el que será "el siglo de las mujeres", según Victoria Camps. Y no ha de verse sólo como un deseo sino como el reconocimiento a las conquistas y los cambios que los movimientos de mujeres han venido propiciando desde hace siglos. Pero sobre todo corresponde al deseo de las muje­res que, apoyándose en esas luchas y conquistas, ya no asumen los "mandatos patriarcales", ya no están dispuestas a ser definidas por y en relación al otro, al varón.

Si el siglo XXI será el siglo de las mujeres, tam­bién será el siglo de la democracia vital, una organi­zación social fundamentada en unas relaciones en las que los sujetos se reconocen como legítimos, se reconocen como iguales en la medida en que son sujetos que han definido su identidad, es decir que se han autodesignado. Esta tarea que, para algunas mujeres, se manifiesta como la confirmación de que el patriarcado ha muerto se hace visible en el reco­nocimiento de la diferencia sexual, en la creación y legitimación de una cultura femenina que rompe los círculos viciosos de la cultura patriarcal. Una cultura femenina que tiene presente a la otra y al otro, que puede y necesita contemplar lo singular y lo general, lo concreto y lo abstracto, que une el hacer y el pen­sar, la razón y la emoción, el cuidado y la justicia. Una cultura, en definitiva, capaz de construirse sobre la relación amorosa (de reconocimiento y no exclusión) y que nos permita a mujeres y hombres construirnos desde la libertad; no sólo la libertad formal, que es importante pero insuficiente, sino desde la libertad de desear, la que nos permite ampliar permanente­mente nuestros horizontes de pensamiento y acción, y la que nos legitima para pensarnos y crearnos, para pensar y crear mundos posibles.

La escuela es una importante institución social, en una compleja y dialéctica relación de autonomía-­dependencia respecto a la sociedad en su conjunto. Cualquiera que sea el análisis que hagamos, ha de reconocerse el lugar que ésta tiene en la constitución de las identidades sociales y personales de quienes en ella pasan, cada vez más, una parte importante de su vida. Tal vez por eso la escuela, y la educación, son siempre un lugar recurrente para la reconstrucción de la vida social, para la preparación de un mundo por venir considerado más deseable que el que tenemos.

Coeducación es un término que suscita mucha controversia y que, por fortuna, tiene significados múltiples. Digo por fortuna porque me parece un magnífico síntoma de la vitalidad del pensamiento y la acción de quienes trabajamos en la escuela tratando de pensar y de hacer posible una educación más  adecuada. Pero lo "adecuado" es no sólo complejo de definir sino que ha de irse construyendo. Y en ese ir haciéndose surgen diferencias, pero también se construyen realidades que van quedándose pequeñas y se nos muestran insuficientes. Y eso se refleja en la búsqueda de nuevos modos de nombrar esa realidad que se vislumbra y se desea.

Se ha criticado que el término coeducación ha hecho referencia, y quizá la hace todavía en algunos casos, a una educación que plantea para las niñas, jóvenes y mujeres un modelo educativo que, lejos de tenerlas en cuenta como sujetos singulares autodesignados, las ha pretendido asimilar a lo que se ha considerado bueno y adecuado para los niños, jóvenes y hombres. Y eso no sólo no es suficiente sino que tiene algo de perverso, en la medida en que pretendiendo romper los mecanismos patriarcales establecidos no hace sino reforzarlos.

En las páginas que siguen pretende mostrarse otra visión de la educación, o de la coeducación. Aquella que está trabajando para crear una pedagogía de sujetos visibles (idea que tomo de Reme¡ Arnaus). Esa pedagogía que muchas mujeres ‑y algunos hombres  están desarrollando para que sea adecuada para los dos sexos, sin que eso tenga que suponer que ninguno es la medida del otro; y también para que sea adecuada para representar, para nombrar la realidad tal como la viven esas mujeres.

Es una pedagogía, una práctica, que se escribe en primera persona porque está pensada, vivida y escrita, por mujeres que quieren habitar otro mundo, que piensan y hacen otro mundo, en el que no haya que optar entre yo y las otras y los otros, sino que sitúa en el centro de la vida educativa la relación. Una relación que trata de sustituir las jerarquías y los códigos de poder por los códigos de autoridad, que trata de romper los vínculos indeseables entre el saber y el poder, para permitirnos el disfrute de la palabra, el reconocimiento de nuestro conocimiento, la legitimidad de nuestras visiones del mundo y de nosotras y nosotros como seres que piensan y sienten. Una pedagogía de sujetos visibles que se sustenta en el reconocimiento de mi legitimidad como maestra y en la legitimidad de las estudiantes y los estudiantes con los que trabajo, como sujetos capaces de cuestionar el poder establecido y que no quieren renunciar a su responsabilidad de tomar las riendas de sus vidas ni cederlas a otras instancias (llámese sociedad, editoriales o el qué dirán...).

Una pedagogía adecuada para los dos sexos es aquella que nos hace visibles, desde unas relaciones no jerárquicas. Actuar en primera persona es un modo de hacernos visibles, como lo es aceptar la responsabilidad de nombrar lo que hacemos. Pero también recuperar para las mujeres y para los hombres la cultura femenina; no sólo rescatar la presencia de las mujeres ilustres en el campo de la ciencia y la política, sino también la de las mujeres anónimas y restituir el valor de los conocimientos y las prácticas excluidas del conocimiento tradicional (el mundo privado, las actividades de cuidado y protección,...). Pero, sobre todo, una pedagogía adecuada para los dos sexos, es aquella que trata como sujetos (opuesto a objetos) a quienes participamos en la relación pedagógica, que no es sino un diálogo abierto, incierto y ‑precisamente por eso‑ siempre estimulante y creativo. Un diálogo que también se extiende a las relaciones entre sujetos y objetos, entre lo interno y lo externo, entre las ideas y las acciones, entre lo abstracto y lo concreto... siempre a la búsqueda de la coherencia, de la unión indisoluble entre vivir y pensar, entre ser y hacer.

Como resultará evidente en la lectura de los textos que siguen no se trata de una construcción acabada, sino de un camino que se está recorriendo. Eso es lo que permite y lo que requiere el cuestionamiento de nuestro trabajo, la mirada atenta e inquisitiva a lo que hacemos y a lo que querríamos, a las relaciones que establecemos (y a las que olvidamos); y es la aceptación a entrar en la incertidumbre, en la ruptura con prácticas que funcionan pero que no nos son satisfactorias, en la incomprensión y las resistencias de quienes nos rodean y de los mecanismos de las instituciones en las que trabajamos.

Por encima de todo, los textos que siguen son una invitación a la apertura, a la libertad, al amor por el saber, al disfrute en la construcción del conocimiento y a la búsqueda de la autenticidad.