“Necesitamos unas
prácticas educativas que preparen al alumnado para una sociedad en la que los
ciudadanos sean intelectualmente conscientes de/ mundo que les rodea, capaces
de adoptar un papel activo en la promoción de la democracia en todos las
esferas de la vida social, se animen a desarrollar su individualidad única y no
sólo muestren una preocupación vital por su propio bienestar, sino también por
el de todos las personas (así como especie vegetales y animales) que viven en
nuestro planeta” (GOODMAN, 1.999)
En un contexto de clara orientación neoliberal como el actual, la educación necesita aspirar a desarrollar la autoestima personal y el espíritu crítico de la ciudadanía para que ésta pueda interpretar y comprender su mundo personal y social como instrumento de desarrollo personal y social. Entender la educación como medio de favorecer en el alumnado la comprensión y transformación de su realidad personal y social implica que cualquier actividad educativa realizada en la escuela o fuera de ella no puede, ni debe, quedar en una simple transmisión de información (que, por otra parte, queda rápidamente obsoleta), ni en un mero dominio de las técnicas instrumentales básicas, ni en una simple aplicación de destrezas, ni en un aumento de capacidades sino que necesita aspirar a ser un proceso participativo y comprensivo que orienta a las jóvenes generaciones en el marco de una sociedad democrática divergente, plural, solidaria y justa. Pero, esta aspiración sólo será posible si la escuela es capaz de construir (y/o recrear) una nueva cultura académica basada en la comprensión y el respeto de la diferencia y el desacuerdo, una cultura que favorezca y fomente ‑el debate, la libre circulación de la información, la solidaridad, la cooperación, la igualdad, el respeto a las minorías, la tolerancia‑ la participación activa y democrática del alumnado en la vida escolar de modo que la implicación personal reflexiva y crítica, el diálogo, la negociación y la cooperación sean los soportes reales de una actividad educativa que encuentra en la reflexión, la crítica constructiva, la investigación y el consenso las principales estrategias para recrear la cultura y crear un conocimiento en acción con capacidad para buscar alternativas de forma cooperativa y solidaria a los múltiples problemas planteados por la vida.
Somos conscientes de las
dificultades intrínsecas que supone pensar que las instituciones educativas por
sí mismas, por lo que tiene de utópico, puedan conseguir una sociedad más
justa, solidaria, pluralista, participativa, libre, tolerante,.... democrática
si su actuación no se inserta dentro de un plan educativo más global que
implique a los diferentes estamentos de la sociedad. Sin embargo, pensamos que
esto no debe ser un obstáculo insalvable para que la educación pueda
desempeñar el papel de vehículo que promueva la democracia en nuestra sociedad
sobre todo cuando las instituciones educativas transmiten de una manera
explícita e implícita (principalmente de ésta) los valores y costumbres
dominantes en la sociedad.
La democracia como tarea
inacabada, como proceso dinámico en continua evolución y como forma de
relacionarse y comunicarse con los demás caracterizada por su transparencia,
apertura, honestidad, posibilidad de opinar y criticar, la libre circulación de
la información, la justicia social, la implicación personal y colectiva, el
predominio de lo público sobre lo privado, el respeto a las minorías, la
tolerancia, la solidaridad; demanda a las instituciones educativas
transformarse en unos foros de recreación cultural donde las jóvenes
generaciones y los demás miembros de la comunidad educativa conquistan los
valores democráticos en la acción y actuación democrática. Si la democracia
se asienta en la responsabilidad y participación compartida de la ciudadanía y los
valores y principios democráticos se aprenden viviendo la práctica de la
democracia, es imposible hablar de educación democrática sin que la
ciudadanía y el alumnado participen y compartan responsabilidades en la
gestión y dinamización de los centros educativos y de los procesos de
enseñanza‑aprendizaje cuando precisamente es en la participación e
implicación reflexiva, crítica y responsable donde el ser humano encuentra la
posibilidad de co‑educarse.
Pensamos que como la
cultura de la democracia, y de la participación democrática, no se improvisa ni
se aprende en la teoría sino que, como proceso vivo y dinámico, se aprende en
la acción; las instituciones deben ofrecer al alumnado la posibilidad de reconstruir
y recrear la democracia como concepto y como proceso aunque para ello sea
preciso disponer los espacios, los tiempos y los medios pertinentes para que el
alumnado participe libre y autónomamente en múltiples experiencias educativas
que pongan de manifiesto los vínculos y las responsabilidades sociales de la
ciudadanía en las sociedades democráticas. Ofrecer al alumnado la posibilidad
de compartir y negociar creencias y valores, establecer relaciones directas y
multilaterales basadas en la cooperación, el respeto y el apoyo mutuo es de
vital importancia para (co)educarse en la práctica de
una ciudadanía crítica, responsable y comprometida. Ahora bien, creemos que
será imposible ofrecer esta posibilidad si el profesorado no se compromete
ética y profesionalmente como modelo y guía de intervención democrática,
crítica y reflexiva y si la familia del alumnado no se implica y participa
auténticamente en la gestión y dinamización de la vida de los centros educativos
para que éstos se transformen en instituciones democráticas de mediación y
recreación cultural orientadas a la afirmación de las posibilidades del sujeto
y al desarrollo de la ciudadanía.
KIKIRIKI COOPERACION
EDUCATIVA con este número quiere ofrecer algunas claves que permitan atisbar
horizontes por los que comenzar a construir entre todos los miembros de la
comunidad educativa ‑alumnado, familias, profesorado, comunidad y estado‑
una cultura democrática (para que ésta deje de ser una utopía) basada en la
participación e implicación responsable, crítica, solidaria, justa, tolerante,
libre de prejuicios e individualismo. El conjunto de artículos que conforman
este monográfico tiene el denominador común de concebir la democracia,
la educación y la participación como tres aristas que convergen
en el mismo vértice: La afirmación de las posibilidades del sujeto y el
desarrollo de la ciudadanía.