LA EVALUACION EN UNA CLASE COOPERATIVA
André Lefeuvre
Para adquirir una mejor comprensión del problema de
la evaluación, el autor considera necesario intercambiar y exponer las
organizaciones surgidas de diferentes clases (cosa que frecuente entre el profesorado
de la zona desde hace varios años). A partir de esos intercambios, el
profesorado intercambiaba sus puntos de vista y sus preocupaciones sobre la
práctica y teoría evaluativa. Tras varios años de
indagaciones han concluido en una organización que les parece satisfactoria
tanto para el alumnado como para el profesorado.
De la organización diaria..
La
organización de la clase depende de varios factores: el deseo y el temperamento
de cada docente; el entorno (diversos orígenes sociales de los niños); los
medios materiales de la escuela y el espacio disponible; las relaciones con los
compañeros y los padres; el número de alumnos y alumnas; las condiciones
generales de vida. (En clases de mar o de montaña (colonias), por ejemplo, se
tiene en cuenta todo el día como tiempo de vida).
Yo
esperaba que los niños participasen en la organización de la clase en función
de sus capacidades y no solo para responder a un modo o a la imitación de un
sistema adulto existente. Por eso es preciso priorizar los tanteos
experimentales del alumnado: tanteo en la expresión, en la creación, en la
organización individual, en la gestión de la biblioteca y de la documentación,
en el reconocimiento de las diferencias en el seno de un grupo de forma
relacional y afectiva, en el reconocimiento de la importancia del grupo en los
aprendizajes. Sin olvidar, realizar el máximo esfuerzo para que todo el
alumnado, cualesquiera que sean sus niveles, se pueda integrar en la vida de la
clase y progresar (aunque progresar no tuviera el mismo significado para cada
niño). También es preciso utilizar un sistema de evaluación que no sea impositivo
y que permita contar con la mayor participación posible del alumnado.
Hace
veinte años, en una clase de segundo, la organización funcionaba de forma que
la vida colectiva sólo se articulaba entorno a las investigaciones de los
niños. La clase se dispersaba en diferentes talleres y no se reunía más que
para presentar las investigaciones. Cada mañana se planteaba la jornada
teniendo en cuenta las realizaciones preestablecidas en la reunión de clase de
los sábados. La programación diaria era muy larga. Muchos niños se encontraban
con algunas dificultades que les impedían organizarse pese a los tablones de
anotación (que guiaban y orientaban en lo que se podía hacer), algunos tenían
dificultades para situarse en el tiempo. Al docente esto le suponía un gran
desgaste físico, al verse obligado a hacerle un seguimiento preciso a cada
niño .
... al panel de revisión semanal
A lo
largo de estos últimos años, creábamos cada mes de septiembre un panel que
tenía en cuenta las horas de piscina, las clases de vela, las de música... Al
menos cuando empezaron a funcionar. El panel se discutía, se modificaba, se
ensayaba y se volvía a modificar durante las tres o cuatro primeras semanas del
curso.
Las
responsabilidades se adoptaban y repartían por grupos (con libertad para los
niños de formarlos) (documento l). Los niños que salían de la clase de
mi mujer (CEICE2) ya estaban acostumbrados a la organización y a la vida
cooperativa. Se creaban grupos para recitar poesía... (documento 2).
Otros
paneles permitían inscribirse a los que quisieran leer un texto escogido
libremente (documento 3), a los que quisieran exponer una investigación
científica o matemática. Diversas estructuras de clasificación de materiales,
permitía a los niños encontrar rápidamente poesías, documentación, fichas de
trabajo, materiales de ciencias u otros útiles diversos...
Cada
sábado se reunía la clase para definir sus responsabilidades, los cambios a
aportar, las cuentas de la clase. Todo se anotaba en un “cuaderno de vida”.
Sin secretarios ni dirigentes elegidos. Los niños desempeñaban estos rangos por
turnos para el tiempo que se les había adjudicado a principio de curso.
A nivel
individual, cada niño contaba con una “ficha de trabajo diario” en la
que se reflejaba el trabajo que deseaba llevar a cabo en el día. Al final del
día, cada uno podía hacer un balance propio respecto a su “ficha”. (documento
4)
Cada día
el “grupo‑clase” hacía un balance global respecto a lo que había
previsto y cada niño podía añadir sus observaciones. Todo esto se elaboraba
para que el máximo de niños llegasen a situarse de forma correcta en el
espacio y en el tiempo, estableciendo puntos de referencia que les sirviesen de
apoyo.
La evaluación individual y colectiva.
La
evaluación estaba relacionada con el funcionamiento de la clase. Mi deseo era
que el alumnado asimilase lo mejor posible ésta evaluación sin que por ello
se llegara a un bloqueo ni a una imposición. Siempre encontré dificultades
para que funcionasen sistemas aparentemente admitidos por los niños pero en
los que creía poco o nada debido a diversas razones. Para algunos, este tipo de
evaluación que propongo tiene de todo: aspectos cuantitativos (muchos puntos
verdes, naranjas y cruces), aspectos cualitativos (éxito en una materia),
aspectos individuales (autocorrección, ...) y
aspectos colectivos (apreciación global de la clase).
Hay que
añadir que la evaluación no puede demostrar ciertas adquisiciones, por ejemplo
en matemáticas, cuando se sabe que una adquisición puede ser considerada como
tal solo si el niño puede utilizarla en una investigación o para hallar una
solución; progresos psíquicos del niño: tartamudeo que desaparece; progresos en
el comportamiento; el violento que se calma y que se integra en el grupo; bajo
rendimiento cuando los padres se separan. Hay que añadir algunas cuestiones que
queda sin responder: ¿qué valor conceder a la preparación de una conferencia (el
tiempo utilizado en relación a una ficha bien terminada), ¿qué valor dar al
tema de asumir responsabilidades?
Después
de varias reuniones con los padres y varios intentos, habíamos definido un
sistema de comunicación que permitía un seguimiento asequible del trabajo de
toda la clase y de cada niño. Teníamos puntos de referencias a través de un
sistema de puntuación cualitativo y cuantitativo (v‑n‑x es decir,
“verde”, “naranja”, “cruz”). La cruz había sustituido al
rojo considerado como castigo. No se sospechaba todavía el peso de los
símbolos.
Individualmente
cada niño tenía unas hojas de anotación para cada tipo de fichas
(matemáticas, lengua, gramática, geometría); una hoja de anotación global
en la que aparecían los resultados y los títulos de los textos leídos del libro
de lectura, las conferencias, poemas aprendidos, así como los resultados de
gimnasia o en el taller de lectura. (documento 5).
Colectivamente
cada alumno y alumna disponía de un panel de la clase estaba reservado a
los resultados de cada uno por materias, en cuadros de doble entrada (documento
6). A veces, para los textos, poemas o investigaciones se escribía el
título sobre una ficha con la fecha puesta, para permitir realizar un estudio
de los tipos de textos o de los trabajos efectuados por cada niño (documento
7).
Cada niño o cada padre podía apreciar fácilmente el resultado de sus trabajos y de sus actividades en relación a otros niños y al conjunto de la clase.
Cada mes
y medio, se añadían apreciaciones en la hoja individual (documento 5)
considerando los resultados, la salud del niño y sus dificultades personales
físicas o psíquicas. Todo esto de la manera más seria posible, pero seamos
sinceros no sin un poco de intuición y afectividad. Yo me inclinaba la mayoría
de las veces por defender a los niños con dificultades. Mala salud momentánea,
un suceso familiar, podían ayudar a realizar una apreciación con más clemencia.
Los
niños intervenían en la evaluación y daban sus puntos de vista en el momento
de los textos, después de una conferencia, en otras circunstancias, ... Después
de obtener el resultado y verificarlo a partir de una ficha, sabían atribuirse
sus puntos “verde”, “naranja” o “cruz”. No había valores
diferentes según las materias; un punto “verde” en matemáticas no tenía
más valor que un punto “verde” en gimnasia, en investigación o en
música. En este aspecto la actitud de los niños era muy variable. Algunos
punteaban con atención todo lo que realizaban (¿influencia paterna?). Otros no
anotaban jamás ni en el cuadro principal, ni en su ficha personal, fuera el que
fuera su nivel. “¡Uf he trabajado suficiente!”
sin que el uf o la remarca realizada tuvieran para
todos el mismo significado.
Y sin
embargo el sistema ha funcionado.
Cada
niño encontraba en este tipo de evaluación sus propios puntos de referencia,
lo que les animaba en lugar de bloquearlos.
En mis
apreciaciones, tengo sobre todo la impresión de estar más cerca de la verdad
que los que usan las notas en evaluación cualitativa.
Porque
cada docente no puede reivindicar el derecho a saber, a no saber y a elegir una
evaluación correspondiente al tipo de organización cooperativa que usa en su
clase.