PARTICIPACIÓN Y COOPERACIÓN EN LA UNIVERSIDAD
César
Cascante Fernández
Contrariamente a lo que se suele decir, todos
participamos y cooperamos, también en la Universidad. Es más, resulta imposible
no participar, al igual que no cooperar. Otra cosa es que la participación y la
cooperación la desarrollemos conscientemente.
Si participar es tener uno parte de algo, todos
participamos de la realidad social ya que formamos parte de ella. Si cooperar
es obrar conjuntamente con otros para un mismo fin, todos cooperamos con
alguien para la consecución de algún propósito.
Participamos
y cooperamos por acción u omisión, haciendo y/o diciendo o absteniéndonos de
hacer y/o decir. También se participa, se tiene parte en algo, sin hacer nada
o callando. De la misma manera se coopera con otros, se colabora en la
consecución de unos fines, cuando no nos oponemos de palabra o obra a lo que
otros dicen o hacen.
Así
pues, la cuestión no es si se participa o se coopera, ya que no es posible
dejar de hacerlo, sino con qué fines, con quién y cómo se participa y se
coopera.
No hay
una única manera de entender y practicar la participación. Las diferentes
concepciones teórico‑prácticas de la participación forman parte de
visiones amplias o cosmovisiones que incluyen otras muchas cuestiones.
Cada
cosmovisión, al menos tal y cual las voy a considerar, encierra una manera de
entender al ser humano y a la sociedad (historia‑mundo); también una
particular forma de interpretar la educación y la participación así como
cualquier otro aspecto ya que las cosmovisiones son omnímodas. (1)
Consideraremos
seis cosmovisiones para poder acercarnos a las distintas formas de entender la
educación y la participación: liberal‑ilustrada, neoliberal, social‑liberal,
anarquista, marxista-cientifista y marxista ‑cultural.
(2)
Para la
cosmovisión liberal‑ilustrada en la medida en que la razón, y su más
destacada representante la ciencia, se desarrollen y guíen la historia, el progreso
está asegurado. El ser humano es un ser de razón; razón única y universal que
se despliega en un mundo, despejado de ideología, de religión y de todo tipo
de tinieblas. La educación tiene como misión fundamental el desarrollo de la
capacidad racional de las nuevas generaciones mediante la transmisión del
conocimiento organizado y empaquetado en disciplinas. La participación tiene
como propósito la toma de decisiones sobre la base del conocimiento y, por lo
tanto, se concibe de manera proporcional al grado de ilustración: los más
formados son los que tienen que decidir mediante procedimientos de discusión
racionales y democráticos.
Para la
cosmovisión neoliberal la democracia occidental con sus procesos electorales,
su régimen de partidos, sus asociaciones de intereses particulares, etc,
representa el final de la historia. El ser humano encuentra la felicidad en la
posesión de bienes materiales y en la superación personal para obtenerlos. El
libre juego de mercado permite su realización y, para que no existan
interferencias en él, es necesario que el Estado limite su papel reduciéndose a
su mínima expresión. La educación es definida, fundamentalmente, como una
inversión que realizan los individuos para ser rentabilizada en el mercado de
trabajo satisfaciendo adecuadamente las demandas de la empresa privado. Si
estos mecanismos se realizan eficazmente se generará riqueza que se irá
extendiendo al conjunto de los ciudadanos‑consumidores. La
participación debe ser entendida con la finalidad de producir más, de organizar
mejor estos procesos que, en última instancia, redundan en el bien general, o,
al menos, en el que aquellos que realmente se lo merezcan por capacidad y
esfuerzo. En le necesario esfuerzo por competir produciendo más y mejor, todos
debemos participar; y hacerlo con procedimientos flexibles, es decir,
adaptados a las características del mercado y del producto que queremos colocar
en él, así como a nuestras propias características y contexto. (3)
Para la
cosmovisión social‑liberal la democracia nacida de la revolución liberal
ha venido sufriendo un deterioro al haber olvidado, sobre todo en su práctica
social concreta, los ideales de libertad, igualdad y fraternidad. El ser humano
no encuentra su felicidad únicamente en el bienestar, sino en una dimensión
más solidaria, la del bienser. El bienser se alcanza al superar la mera posesión
de bienes materiales desarrollando acciones sociales concretas que, en el
quehacer cotidiano y próximo, plasmen los valores morales. La educación no es
concebida como una mera transmisión de saberes o técnicas, ni como una
inversión, sino como una educación moral que coloque a los individuos en la
senda de la realización de los grandes ideales éticos. La participación tiene
como finalidad unir al individuo con la sociedad para la regeneración de la
democracia y, al mismo tiempo, lograr la realización integral de la persona.
Así pues, todos debemos participar y para que la participación se extienda son
necesarios procedimientos abiertos que la favorezcan. (4)
Estas
tres cosmovisiones, que tienen su raíz en el pensamiento liberal y para las
que no queda ninguna revolución pendiente tras la burguesa, son las que pugnan
en la actualidad para configurar el mundo en general, la educación y la
participación; bien es verdad que con un grado de hegemonía muy desigual. La
presencia del pensamiento neoliberal es, sin duda, mucho mayor al nivel
general, mientras que la ideología liberal‑ilustrada está en claro
retroceso y la social‑liberal solo tiene una influencia limitada en determinados
círculos sociales (entre los que los educativos ocupan un lugar destacado).
Otras
cosmovisiones, sin embargo, necesitan ser rescatadas del olvido al que
interesadamente les están relegando el pensamiento hegemónico. Son
cosmovisiones que cuestionan radicalmente el orden social existente.
La
cosmovisión anarquista se aparta de la idea progresista de la historia que, con
diversos matices, presentan las anteriores: la revolución burguesa no ha hecho
más que instaurar la propiedad privada y construir el Estado represor y
garantizador del orden burgués, de manera que la humanidad camina por la senda
equivocada que la aleja del comunitarismo natural. El
ser humano, naturalmente bueno, es corrompido por la sociedad. La educación
debe favorecer el desarrollo del ser humano liberándolo de reglas impuestas y
de toda coerción mediante procedimientos antiautoritarios.
La participación tiene como finalidad la creación de comunidades igualitarias,
formadas por aquellos que identifican el orden burgués como antinatural y
utilizan procedimientos autogestionarios y antiburocráticos.
(5)
Dentro
del pensamiento marxista podemos distinguir dos cosmovisiones diferentes en
cuanto que entienden de forma distinta la historia‑mundo y el ser humano
y, por lo tanto, la educación y la participación. La primera de ellas, el
marxismo cientifista, mantiene una visión progresista
de la historia: la historia de la humanidad es la de la lucha de clases que,
tras la revolución burguesa, se concreta en la contradicción burguesía‑proletariado;
la cual se resolverá mediante la revolución proletaria y la progresiva
instauración de la sociedad sin clases. Del ser humano, sujeto dotado de una
razón única y universal, está alienado por la falsa conciencia difundida a
través de los aparatos ideológicos del Estado burgués la revolución proletaria
comienza con la toma del Estado, para después, utilizando su poder, instaurar
el nuevo orden). La educación, uno de los aparatos ideológicos de este Estado,
reproduce el orden social existente creando ideología. La participación está
destinada a luchar contra la ideología burguesa y a organizar a la clase
trabajadora y a los sectores sociales próximos en el partido y en el sindicato
para esa toma del poder con la que comenzará la nueva etapa histórica.
El
marxismo cultural, en cambio, no comparte la visión progresista de la historia.
Aunque la historia es fundamentalmente lucha de clases, en el momento actual
han aparecido nuevos antagonismos sociales reclamados por movimientos
sociales como el feminismo y el ecologismo. Además la resolución de estas contradiciones no está determinada, no tiene un camino
trazado.
El ser
humano no está dotado de una razón única, las distintas racionalidades no son
más que construcciones histórico‑culturales. En definitiva, el ser humano
no tiene una naturaleza esencial, sino que se construye a sí mismo al tiempo
que construye, en antagonismo, la sociedad en la que vive. La necesaria
revolución social no comienza con la toma del poder, sino que el orden nuevo
se gesta, en todas sus dimensiones, en el seno del viejo orden. La educación
debe ser un intento dé creación del nuevo orden dentro del viejo, un
nuevo orden, que por su carácter indeterminado, no es más que un orden
provisional, necesitado de un permanente análisis político que lo revise. La
participación tiene, por lo tanto, este sentido: contribuir a la creación el
nuevo orden en la provisionalidad y el antagonismo. En la creación del nuevo
orden debemos participar fundamentalmente, los/as que no aceptamos el orden
actual, desarrollando movimientos plurales pero con un sentido general
unitario, Para ello se deben utilizar procedimientos que sirvan para la
introducción de nuevos conocimientos y nos ayuden a pensar nuestro propio
pensamiento y a actuar aprendiendo de nuestra acción, a la vez que favorezcan
la incorporación de nuevos sectores e individuos al movimiento. (6)
Al igual
que el resto de los ámbitos sociales la universidad española también está
influida por las tres cosmovisiones dominantes.
La
cosmovisión liberal ilustrada, aunque fuertemente cuestionada, todavía
configura en buena parte el modelo universitario. Su estructura disciplinar
(asignaturas, áreas de conocimiento, facultades ... ), el sistema de selección
del profesorado basado en méritos disciplinares, el predominio de las clases
magistrales, el estilo de exámenes, etc, son rasgos que sintonizan plenamente
con la visión liberal‑ilustrada de entender la educación. Por otra
parte, el sistema de participación estamental en el que los profesores tienen
un peso muy superior al de los alumnos, e, incluso, la propuesta de autonomía
universitaria para crear un mundo independiente de la sociedad donde el
conocimiento pueda progresar sin las dependencias sociales, es fácilmente relacionable con a idea liberal‑ilustrada de que la
participación debe restringirse a aquellos que poseen el conocimiento.
Sin
embargo la hegemonía de la cosmovisión neoliberal está introduciendo un cambio
de perspectiva muy notable. El modelo universitario neoliberal, como el
educativo en general, plantea la supeditación de la enseñanza al mundo de la
empresa; es decir, la educación deja de tener un sentido en sí misma y lo
adquiere en la medida en que es creadora de capital humano. La
universidad, en vez de formar a la élite de los
ciudadanos ilustrados, debe formar trabajadores cualificados que respondan a
las necesidades de las empresas.
Ahora
bien las demandas de empleo han cambiado vertiginosamente en los últimos años.
Si en los años sesenta y setenta el mercado de trabajo ofrecía empleos estables
para toda la vida, ahora ofrece muchos menos y con un carácter provisional.
Esta variación en las características del mercado, debida a la revolución
industrial producida por la automatización tecnológica, ha traído también una
modificación del modelo de educación y de universidad que aquel necesita.
Sin
abandonar la perspectiva del capital humano se plantean a la Universidad
nuevas necesidades. Si entonces la universidad necesitaba formar un buen número
de cuadros técnicos altamente cualificados y especializados, ahora los
egresados deben estar preparados para desempeñar trabajos muy variables
mediante una formación profesional polivalente y con gran capacidad de adaptación.
Las antiguas
necesidades de la empresa fordista dieron lugar a que
la universidad iniciara en los años sesenta y setenta un giro desde una
formación académica a una formación técnica. Planes de estudios especializados
y técnicos, asignaturas con objetivos precisos y contenidos concretos de cara
al perfil profesional especializado, sistemas de exámenes que asegurasen el
dominio de habilidades concretas en los estudiantes, la primacía de la tarea
investigadora sobre la docente ....
La
participación en este modelo de universidad tiene un sentido muy limitado. Los
profesores participan para sintonizar sus intereses profesionales con los
nuevos perfiles profesionales y los
estudiantes eligen en el mercado educativo (según
sus posibilidades) los paquetes de estudios que tengan mayor valor de cambio,
al mismo tiempo que reclaman mejores condiciones como consumidores en el
mercado educativo Además, como nota característica, la participación social
en la universidad se reduce al mundo de la empresa.
En los
años ochenta y noventa el neoliberalismo adquiere su pleno desarrollo y con él
este modelo de universidad es sustituido por otro que sirve mejor a la empresa
toyotista. Con la extensión del mercado universitario
se inicia un nuevo proceso de privatizaci6n de la universidad pública, no tanto
por el desarrollo de universidades de capital privado sino por la adopción de
planteamientos de lucha por el mercado en las universidades de titularidad
pública con todo lo que ello conlleva.
La
privatización de la universidad produce su segmentación. Al igual que el
mercado de trabajo se encuentra fuertemente diversificado (en el sentido de
incluir cada vez un número más amplio de tipos de empleo, mayores diferencias
salariales y de condiciones de trabajo) los centros educativos universitarios
comienzan un proceso de diferenciación en la oferta educativa para la captación
de cliente. Clientes que, según la categoría o calidad del circuito
universitario por el que transiten, encontrarán empleos diferentes: desde el
empleo precario que no tiene que ver con la carrera estudiada, hasta el muy
bien pagado de los altos ejecutivos que ya egresan con vinculaciones
empresariales.
Este
modelo privatizador de universidad, rendido al mercado, descentralizado, con
autonomía de centros, planes de estudios flexibles, desregulado,
con control de calidad, etc; tiene también su propia idea de participación.
Cada centro, o incluso cada departamento, se convierte en una unidad de
producción que necesita de la colaboración de todos sus integrantes para captar
recursos y situarse en un lugar de excelencia dentro del mercado educativo y
de trabajo. Solamente con la participación de todos, trabajando
cooperativamente, se puede alcanzar un buen nivel de competitividad.
Frente
al previsible avance de este modelo neoliberal‑participativo, la cosmovisión
social‑liberal difícilmente puede resistir. Su idea de participación
ética corre el peligro de ser asimilada, con más o menos buena conciencia,
dentro del pensamiento único neoliberal. El rápido desarrollo del mercado de
trabajo vinculado a la solidaridad, o si se prefiere a la acción humanitaria o
más ampliamente el trabajo social, ofrece para sus planteamientos una buena
zona de expansión.
Efectivamente,
la reducción del papel del Estado deja en manos privadas un buen número de
servicios sociales de todo tipo. Son terrenos en los que se necesitan
profesionales cualificados, dispuestos a trabajar en empleos precarios y con
una especial sensibilidad hacia los problemas sociales. Así, ingenieros,
economistas, médicos, psicólogos, educadores y todo tipo de profesionales
pueden encontrar un lugar y los centros universitarios de menor categoría
reciben una demanda a la que servir.
La
cosmovisión social‑liberal presenta una idea de participación que no
tiene grandes aristas para ser asimilada. Por una parte gusta subrayar los
aspectos formales o procedimentales de los procesos
participativos, a los que otorga el éxito del proceso; por otra, al no tener
una visión antagónica de la sociedad, tiende a creer que los problemas
sociales se pueden solucionar con el compromiso generoso a la búsqueda del bienser, sin atender demasiado a las estructuras económico‑político‑sociales
que mantienen el sistema social establecido y, por tanto, no las cuestionan
radicalmente ni pretenden transformarlas.
La
cuestión que se nos plantea es qué modelo de universidad y qué idea de
participación puede orientar la práctica de los que creemos en la necesidad de
transformaciones revolucionarias en las estructuras económicas, políticas y
sociales. Explorando las cosmovisiones alternativas quizás se pueden apuntar
algunos aspectos:
‑
Una participación, no meramente formal o procedimental,
sino integral; que se extienda por todos los ámbitos de la vida universitaria
relacionándolos con forma alternativas de sociedad.
‑
Una participación que sea consciente de sus propias limitaciones, que
reflexione sobre las diferentes formas de entender la participación y que no
pretenda ser respetuosa con el viejo orden universitario y con sus cauces de
participación, sino que recree e invente nuevas formas de democracia. Una
participación que profundice en el conocimiento de los antagonismos sociales y
se alimente de informaciones y análisis que permitan pensar en lo general y
actuar en lo concreto, así como pensar en lo concreto y actuar en lo general
- Una
participación que adquiere su fuerza en el día a día del trabajo en las aulas,
en los centros universitarios y en los diferentes contextos comunitarios.
- Una
participación que permita la diversidad de opciones y planteamientos pero que
no olvide el carácter unitario que le otorga su enfrentamiento con el orden
neoliberal.