EL ESLABÓN MÁS DÉBIL
Ramón Porras Vallejo
El autor
viene a dar respuesta a la editorial del n° 55/56 de
nuestra revista. Realiza un ejercicio crítico sobre las ideas que se expresan,
defendiendo otro enfoque de la atención al alumnado con necesidades educativas.
La lectura del Editorial del n° 55/56 de Kikirikí me ha hecho pasar con inusitada rapidez por tres estados de ánimo bastante diferenciados: de la complacencia a la rebeldía y de esta al enfado. La inicié complacido, con la natural expectativa de quien suele estar de acuerdo con lo que va a leer, expectativa que se cumplía al principio ante un dilema que ya otras lecturas, y la propia experiencia, me habían sugerido: está bien tener derecho a la educación, pero ¿por qué el Estado obliga a los ciudadanos a ejercerlo dentro de un determinado sistema? Se me venían a la mente ideas e imágenes que iban desde la “teoría de la reproducción” (I) a una película suiza titulada “Jonás” en la que los protagonistas vivían en una comuna y educaban ellos mismos a sus hijos. Continuaba leyendo con bastante sintonía las críticas a la implantación de la Logse, que no a su filosofía, y me recordaba algunos artículos leídos en Cuadernos de Pedagogía, como el de Fernando Hernández y Juana Mª Sancho, o el más reciente del colectivo de MRPs (2); e incluso algunas conclusiones del Consejo Escolar del Estado en sus últimos Informes (3).
Pero ya
en el cuarto párrafo, el estado de complacencia comenzó a cambiar hacia una
especie de sensación de desacuerdo. Mientras leía, dialogaba en mi mente con la
autora y le manifestaba otra manera de argumentar: está bien todo el listado de
cosas que los centros debieran haber transformado, y el de nuevos
profesionales que debieran haberse incorporado, pero me parece que se olvida
del elemento fundamental: el profesorado. ¿Acaso éste no tenía que hacer o
cambiar nada? ¿Por qué no lo mencionaba?. Empezaba a olerme mal todo aquello.
En ese mismo párrafo y en el siguiente, me tropiezo con una visión de la función
de los centros educativos que me resulta chocante: la guardia y custodia de los
“estudiantes”. No digo yo que no sea una labor importante en la etapa de 0 a 3
años, pero ¿en los institutos de Secundaria también? Me parecía exagerado. Y
en segundo lugar resalta otra de las funciones: prepararlos, mediante la
instrucción y la educación, para su incorporación a la sociedad. Y yo pensaba
que se estaba olvidando del individuo en sí, de la dimensión personal y
subjetiva de la educación: el desarrollo integral de cada persona. Más
adelante vería que todo esto no era un simple despiste, sino la premisa para
justificar lo injustificable. Me adentro por el quinto párrafo y se me va
atrancando la lectura: ¿qué es eso de que hay grupos de estudiantes y de no
estudiantes, y que una cosa es el aprendizaje “curricular” y otra es el
aprendizaje de “habilidades personales y colectivas para una vida cívica de
calidad” (y encima se apostilla “tal y como se entiende en nuestra cultura”,
lo cual, a estas alturas de mi lectura comienzo a poner en tela de juicio: ¿es
que hay una sola cultura con su correspondiente visión? io
es que hay una buena ‑ ¿cuál? ‑ y las demás son nefastas?). Así
pues, comienzo a rebelarme contra el papel de sufrido lector de editoriales y
me planteo que: o la autora y yo tenemos ideas muy diferentes de lo que sea
currículo o es que ella quiere resaltar que lo importante de un currículo son
los contenidos tradicionales de las más tradicionales asignaturas.
La
autora, con demasiada ligereza, quizá por afán de simplificar, se arriesga a
clasificar al alumnado entre “estudiantes” y “no estudiantes”, olvidando que
todos son educandos, y clasificando a los segundos en dos categorías: los que
no quieren, de los que dice que a su vez son llamados “conductuales”, y los que
no pueden, de los que dice que son llamados “con necesidades educativas
especiales”. No es éste el lugar para entrar en disquisiciones terminológicas
de largo alcance, pero para cualquier persona iniciada en la problemática que
la diversidad del alumnado plantea a un sistema educativo comprensivo, las
necesidades educativas especiales son interactivas y relativas, y dependen tanto de las características personales, familiares y ambientales
de los sujetos, como de las características organizativas y curriculares del
centro y del aula en los que se escolarizan. Y, además, es difícil que las
dificultades para enseñar a determinados alumnos o alumnas vayan separadas de
las dificultades de origen conductual, máxime en la etapa de Educación
Secundaria, en la que se suele dar una intensificación de fracasos anteriores.
Se
produce un acercamiento, en este proceso dialógico
con la escritora, cuando entre el sexto y el décimo párrafo comenta que la
respuesta que se está dando al alumnado de referencia (los “no estudiantes”),
es inadecuada, poco eficaz y les mantiene año tras año en la misma situación.
Es cierto que, en general, las disposiciones administrativas han propiciado
más la retórica que soluciones justas, correctas y eficaces, y que, en la
mayoría de los centros de secundaria, la atención a la diversidad del alumnado
más diferente es una especie de espejismo que no interesa desenmascarar. Pero
mi malestar y mi estupor aumentan a medida que voy leyendo el último tramo del
editorial y se propone la solución a tan nefasta situación. Parece ser que por
el bien de ambos colectivos, los de “estudiantes” y “no estudiantes”, y, de
paso, por el bien de la salud mental del profesorado de secundaria y de todo
el sistema en su conjunto, la medida a adoptar sería de orden quirúrgico:
extirpar a la población no estudiante y que “las diferencias sean tratadas
como se merecen: de forma diferencial”. Es decir, aunque no es muy explícita la
autora en este punto (¿por qué?, ¿acaso porque es mejor insinuar que definir?),
la alternativa sugerida es que profesionales “especializados” con un currículo
“diferente” y en grupos o lugares diferentes, les proporcionen el
“tratamiento” adecuado. Aquí me da por pensar: les que esta autora, conocida
por sus trabajos acerca de la igualdad. en función del género, no conoce
principios tan difundidos en educación como normalización e integración? ¿o es
que los aplica selectivamente a unos tipos de diferencias, pero no a otros?
Pienso también que desarrolla la misma línea argumenta¡ que nuestro conservador
Instituto Nacional para la Calidad de la Educación (INCE) (4), cuando dice que
para los objetores escolares lo mejor sería otro itinerario curricular,
pues están estorbando y perjudicando a los estudiantes “excelentes”. La única
diferencia con el INCE es que éste sitúa la cifra de objetores en el 50%,
mientras que ella se contenta con un 10%.
Finalizo
la lectura y me acucia el deseo de proponer otras alternativas conocidas, y
utilizadas, diferentes a la exclusión, algunas de las cuales conozco desde la
misma práctica en centros del contexto educativo gaditano, realidad geográfica
no tan distante de la alicantina. Pero me voy a limitar a apuntarlas porque a
buen entendedor... y tampoco es cuestión de agotar el tema en las páginas de
este número de la revista. Me estoy refiriendo a la necesidad de profundizar
la cultura de la colaboración entre el profesorado, a la metodología de
solución de problemas cuando el alumnado, individual o grupalmente,
no responde a nuestros propósitos educativos, a la actualización didáctica del
profesorado en su conjunto y más concretamente aquella que posibilite un
aprendizaje experiencia¡ antes que academicista, un tratamiento
interdisciplinar antes que fragmentario del currículum, una conexión con los
intereses y expectativas del alumnado antes que con las directrices del libro
de texto, a la utilización de estrategias de aprendizaje cooperativo en el
aula, a la personalización de los itinerarios curriculares mediante estrategias
de individualización de la enseñanza, a la adopción de medidas de transición
entre las distintas etapas educativas y especialmente entre primaria y secundaria,
a la conexión entre las prácticas curriculares del personal de apoyo y las del
profesorado ordinario, a medidas efectivas de implicación familiar en la
gestión de los centros y en las prácticas educativas. Todo esto es difícil, lo
podemos ver lejano ante una realidad anquilosada que apenas da resquicio a otra
cosa que no sean lamentaciones y escepticismo. Pero desde luego es más efectivo
a largo plazo y más justo siempre y en todo momento. El currículo que se
ofrece a las diferentes capas de la población es un medio para unos de
inserción y para otros de marginación social, incluso en sistemas educativos comprensivos
como el nuestro. ¿Hemos de profundizar las injusticias o, por el contrario,
hemos de buscar la forma de atajarlas? ¿Se ha preguntado la autora, de dónde
proceden la inmensa mayoría de estos alumnos y alumnas que no quieren o no
pueden? ¿Ha pensado si ellos o sus familias se van a manifestar en algún
sentido si se les invita a abandonar el instituto o, por el contrario, lo van a
aceptar felices de acabar con algo que no les sirve para casi nada? ¿Cuándo
estén en otro sitio, haciendo otra cosa, qué problema habremos solucionado y
cuál habremos aumentado?
Finalmente,
cerré la revista y por mi mente rondó el conocido refrán que dice: “De mis
amigos me guarde Dios, que de mis enemigos me guardo yo”.
Notas
(I)
Pensé en Bordieu, P. y Passeron,
J.C. (1977). La reproducción. Elementos para una teoría del sistema de
enseñanza. Barcelona: Laia. Pero también en autores
como Illich o Reimer.
(2) Me
refiero a Hernández, F. y Sancho, J. (1993). ¿Sueñan los innovadores con realidades
galácticas? Cuadernos de Pedagogía, 214, 68‑71 y a Mesa Confederal de
Movimientos de Renovación Pedagógica (MRPs) (1998).
Los retos de la ESO: pública frente a privada. Cuadernos de Pedagogía, 266, 83‑85.
(3)
Consejo Escolar del Estado Informe sobre el estado y situación del Sistema
Educativo correspondiente al curso 1995/96. curso 1996197 Madrid: MEC y
Consejo Escolar del Estado (1998). Informe sobre el estado y situación del
Sistema Educativo correspondiente al curso 1997/87. Madrid: MEC.
(4) INCE
(1998). Elementos para un diagnóstico del Sistema Educativo Español. Informe
Global. El sistema educativo en el último tramo de la escolaridad obligatoria.
Madrid: Autor.