COLABORACIONES...

 

CONTEXTOS DE LEGITIMACIÓN

DE LA PROFESIONALIDAD DOCENTE

 

RELACIONADA CON LA RENOVACIÓN PEDAGÓGICA

(1)

 

El profesorado es la piedra de toque del sistema educativo, pero también es el cruce de todas las contradicciones de ideas y de prácticas, de ideologías y de conocimientos pretendidamente científi­cos que existen en el sistema educativo. Y centrar los problemas en torno a la discusión de los contextos de la profe­sionalidad docente y relacionarlo con la renovación pedagógica es una reflexión interesante que, pienso, toca las claves y los problemas de la renovación educativa.

La renovación pedagógica ha de ocuparse de todas las vertientes y variables que intervienen en la educación. Renovar pedagógicamente exige, por definición, acogerse a un discurso crítico totaliza­dor sobre la educación en la medida, no sólo, en que pone en solfa todo lo que interviene en la configuración de la práctica docente, sino también agotando las perspectivas, los temas donde se po­ne de manifiesto algún aspecto que tiene que ver con la renovación pedagógica.

Este discurso totalizador en la historia de los Movimientos de Renovación Pe­dagógica es un discurso que ha de tocar varios planos interrelacionados, condi­ción indispensable para provocar un cam­bio significativo en la práctica.

En primer lugar, la renovación peda­gógica tiene una dimensión técnico-pedagógica, la más llamativa socialmente por que renovar pedagógicamente es cambiar la calidad de la enseñanza y del aprendizaje y eso supone cambiar lo que se hace en el ámbito institucional de la educa­ción, que son las escuelas. Esta dimen­sión se ha hecho evidente sobre todo en parcelas de la cultura poco atendidas tradicionalmente por la escuela: nuevas áreas de conocimientos, nuevas formas de expresión y de cultivar dimensiones dis­tintas del ser humano en busca de un proyecto educativo más multidimensional en contra de la escuela tradicional mucho más académica y unilateral en la forma­ción del hombre.

Esta dimensión tiene facetas fácilmente manifestables, pero tiene otras face­tas más difíciles de detectar. Es más fácil circunscribir la renovación de la práctica a la incorporación de la expre­sión musical, de la educación física e incluso del idioma, pero es mucho más duro hablar de transformación técnico-pedagógica de la práctica de las labores co­tidianas de la escuela que son las que marcan realmente el éxito o el fracaso escolar de acuerdo con los valores domi­nantes de la cultura y de la sociedad. La renovación pedagógica siempre ha ten¡do esta dimensión de análisis técnico-­pedagógico en términos de análisis de tareas prácticas de lo que se hace en la escuela, aunque es más fácil que el discurso haya acabado en áreas novedosas de la cultura que en aquello que más visiblemente faltaba en la escuela,

 

 

tal vez se es menos consciente y hay menor creatividad posible e inmediata para los profesores y para los M.R.P.s en trans­formar las disciplinas o áreas duras que son las que siempre han marcado la cultura dominante de la escuela.

En segundo lugar, la renovación peda­gógica tiene una dimensión de tipo más ideológico. Siendo sumamente necesario que los M.R.P.s se constituyan en comunidades críticas que elaboren su propio discurso sobre lo educativo porque es la única forma de realizar una práctica liberadora al tener racionalizaciones coherentes de lo que se hace y de lo que se busca. Y este aspecto que en algún sector se ve como superfluo en el debate de la renovación pedagógica es consecuencia de la contaminación producida por la vieja imagen de la "poca relación que el pensamiento ha tenido con la práctica docente". La renovación de la cultura de la escuela es uno de los puntos de refe­rencia básicos de la renovación por cuanto significa cambiar los contenidos y las propias prácticas de la escolari­dad que son mucho más decisivas en la calidad de la educación que a veces los contenidos que decimos transmitir.

En tercer lugar, la renovación peda­gógica debe tener un discurso político nítido, cada vez más necesario, porque la tecnocratización que en los años 70 era fácil de detectar hoy se esconde en planteamientos más sutiles ya que a medida que una sociedad pierde los controles exteriores evidentes, los ejerce, pedagógicamente también, a través de los meca­nismos de control de los alumnos y del profesorado cada vez más sutiles; y creo que estamos entrando en una etapa de nueva tecnocratización donde el lenguaje tecnocrático no es tan evidente porque se disfraza de pretendida cientificidad, evitando lo que debe ser un componente fundamental del discurso pedagógico de los docentes que es la discusión políti­ca de lo que supone un proyecto educati­vo. Los análisis no hay que hacerlos só­lo en el marco de las grandes ideologías sino que hay que afinarlos y aplicarlos en los propios mecanismos, desde el pun­to de vista técnico, que ejercemos en las aulas como profesionales de la docencia.

Este debate es muy importante porque hoy es más difícil de detectar los inte­reses ocultos que puede tener el poder en defender determinado proyecto educativo.

Todo esto adquiere especial relevan­cia a la hora de definir la profesiona­lidad docente como la forma en que estos configuran su papel profesional, sus ac­tividades prácticas. Pero el discurso sobre los docentes evoluciona rápidamente haciéndose evidentes algunas contradic­ciones que coartan la libertad, pero por otra parte el debate sobre la profesionalidad docente se está tecnificando cada vez más, así hoy se habla de escuela comprensiva o de diseño curricular sin sa­ber muy bien qué es eso. Todo ello res­ponsabilidad de los que damos el lengua­je.

Por otra parte es un concepto someti­do a vaivenes de muy diversos tipos, a planteamientos de muy diversas formas y que está cruzado por todas las divisio­nes que operan en el sistema educativo, divisiones de niveles educativos, de co­lectivos profesionales con diferentes grados de implicación personal e ideoló­gica y de docencias muy distintas según el área curricular al cual se dedican; configurando un concepto muy polimórfico de lo que es la profesionalidad docente, pues entre dos profesores hay muchas co­sas en común pero también hay, a veces, muy pocas cosas en común.

Entonces establecer un debate sobre lo que es la profesionalidad docente y la renovación pedagógica, cuando el con­cepto P.D. es muy disperso y está dividido entre muchas coordenadas dentro del sistema educativo, es muy difícil, al igual que elaborar un discurso intelec­tual sobre lo que ha sido, es o puede ser la renovación de la calidad del sis­tema educativo y del profesorado.

 

Por tanto, el discurso ha de montarse sobre todos aquellos ámbitos que contri­buyen a configurar lo que es el puesto de trabajo, y como dirían los teóricos el profesorado es un colectivo profesio­nal que desde el punto de vista ideoló­gico y económico se está proletarizando y desde el punto de vista técnico se es­tá desprofesionalizando colectivamente; y esto significa que las claves que marcan la práctica docente se deciden cada vez más fuera del ámbito de la escuela y del ámbito de relación pedagógica profesores /alumnos, pese a que el profesor es el intérprete de la situación. Esto tiene que ver con la realidad actual y el debate curricular, cuando las prácticas cu­rriculares se legitiman cada vez más fuera del ámbito de actuación de los docen­tes. Es un caso donde un discurso innovador puede convertirse por la fuerza de los mecanismos que determinan la prácti­ca en un discurso vacío como ha pasado anteriormente con otros conceptos que se divulgaban desde la Admón. No  estando claro que a un mayor margen de autonomía para los profesores en el trabajo curri­cular corresponda mayor autonomía real en la práctica.

Analizando y reflexionando sobre nuestra experiencia, podemos afirmar que el pro­fesor cambia su práctica docente, no só­lo cuando adquiere nuevos discursos para racionalizar su práctica, sino cuando cambia sus esquemas prácticos (lo que hace en el aula, los recursos metodológi­cos que dispone en un área determinada

 

 

del currículo). Pero este cambio, como demuestra la historia de las tres últi­mas décadas, no se produce por mutacio­nes sino evolutivamente. No se pueden esperar cambios drásticos importantes de propuestas o alternativas que surjan en un momento determinado, sino que los cambios son lentos, evolutivos y por paulatinas pequeñas mutaciones en los esquemas teóricos/prácticos de los profesores pero nunca por conversiones masivas y drásticas. Y esto es muy importante de considerar porque cualquier propuesta que plantee una nueva forma de operar en la práctica debe ser juzgada por los mecanismos que proponga de acción conti­nuada sobre el profesorado, más que por la estricta novedad de las propuestas que plantee de golpe. Mucho más cuando la política educativa en España es suma­mente inconstante, fluctuante y sometida a los criterios de los equipos gobernan­tes.

Creo que la Renovación Pedagógica de­biera pensarse en función de los contex­tos que legitiman la práctica docente:

 

1.- Un contexto burocrático que viene dado por el carácter intervencionista de la Administración que sigue condicionan­do la actividad docente, aunque permita actuar aparentemente con mayores márge­nes de libertad y permita discutirla. Pero todo se queda en puros cambios de lenguaje pero sin auténticos cambios prácticos y de contenidos en el sistema educativo.

2.- La legitimación de la práctica docente está en el centro escolar que organiza los parámetros inmediatos de la realidad del trabajo en los profesores. La práctica institucional de organización del trabajo colectivo de los docentes es tal vez el debate clave para hablar hoy de renovación pedagógica, para que ésta no sea un puro voluntarismo de personas que se defienden uniéndose fuera de los centros porque dentro de los mismos no existen compañeros con los cuales conec­tar y frente a quienes, a veces, la renovación pedagógica tiene que actuar de autodefensa porque la realidad es suma­mente negra. En España hay una escasísi­ma tradición de organización y racional¡zación del trabajo colectivo de los do­centes, siendo esta una de las hipotecas básicas y fundamentales que recibe la pretendida reforma del sistema educativo. La reforma implica la necesidad de un marco de organización educativa que no tenemos en la realidad; hablar que los centros escolares van a hacer los proyectos curriculares es una abstracción, es una buena voluntad que no tiene la menor probabilidad de cuajar en la práctica porque la realidad de organización y ra­cionalización institucional del S.E. no permite alegrías en este sentido. Esto no ocurre en países de una tradición or­ganizativa mucho mayor, no va a ocurrir en el nuestro donde la instancia de me­diación colectiva del profesorado es to­davía incipiente y negativa como tónica dominante del S.E.

3.- La profesionalidad del profesor la legitima básicamente la política y la práctica curricular de forma inmediata.

 

 

4.- La práctica profesional de los profesores se legitima en función de la pertenencia a un colectivo en que uno ve reflejados como compañeros a otros que trabajan al mismo nivel, lo que signifi­ca que la práctica individual de los profesores la legitiman las prácticas colectivas que el grupo adopta como dominante en un momento determinado. En España, salvo los M.R.P.s e incipientemente los Sindicatos, no existe tradición de articulación de la experiencia profesional, de discusión de la práctica profesional lo que significa no plasmar para la his­toria inmediata los progresos que los colectivos aislados van haciendo.

5.- La práctica profesional de los profesores hoy día se legitima en fun­ción de una nueva forma de entender lo que históricamente es un problema cons­tante: ¿qué relación tiene el conocimiento sobre la educación con la práctica de la educación? ¿qué tipo de conocimiento puede legitimar hoy la práctica de los docentes? La práctica docente no es una pura práctica artesanal sino que está codificada, racionalizada por algún tipo de saber, que últimamente está sufriendo una profunda revisión para facilitar lo que deben ser las racionalizaciones intelectuales de nuestra práctica profesio­nal.

6.- Se está produciendo un hecho decisivo para el profesorado en el contexto social en el que desarrolla su práctica que pone en entredicho la propia profe­sionalidad de los docentes. La escuela, en la forma de trabajar la cultura, está encontrando competidores extraescolares muy fuertes en el uso de un tipo de código pedagógico más competente y eficaz, de forma que la escuela está quedando como legitimadora para entrar en el sis­tema, acreditando un título que certifi­ca un pretendido nivel de saber. Así la cultura no siempre está en la escuela, y la cultura más interesante y la prepara­ción cultural más interesante no siempre está en los ámbitos escolares. Esto supone un reto, no sólo a los medios que tiene la escolaridad, sino que es un reto a la profesionalidad docente.

7.- La legitimación de una buena práctica profesional tiene que ser un pro­yecto discutido con toda la comunidad educativa porque democratización de la escuela significa la pérdida del monopo­lio de la legitimidad profesional por parte de los docentes respecto de su propia actividad práctica. Es decir, a medida que una sociedad se democratiza com­parte las decisiones sobre educación con la comunidad, el proyecto debe ser com­partido.

Estamos en una situación histórica crítica que afecta muy de lleno al profesorado y que contribuye a la conciencia de crisis de este oficio que nunca ha sido muy bien considerado por la sociedad, pero que hoy tiene motivos distintos pa­ra no ser bien considerado por esta mis­ma sociedad.

 

GIMENO SACRISTÁN

 

(1) Extraído de la conferencia inaugural del 2º Congreso M.R.P., Gandía, 24-29 Abril 1.989.