ESPACIO Y
COMPORTAMIENTO
Educación ambiental y
morfología de las
estructuras escolares.
Rinaldo Rizzi*
Si ecología es «estudio de
la relación entre organismos vivos y ambiente circundante», demos una ojeada
a las estructuras escolares para entender en qué medida su morfología responde
a los criterios ecológicos con respecto a los sujetos que en ellos viven o, al
contrario, a condicionamientos arquitectónicos externos y ajenos.
Los edificios escolares
están casi siempre formados por tantas aulas como clases hay, más las oficinas
administrativas, los servicios, el gimnasio, y las zonas de acceso (a menudo
inaccesibles a los niños chicos antes de que suene el timbre para entrar).
Laboratorios didácticos acondicionados, salas de prensa y de encuentro,
espacios reservados para la representación, para el juego, para las
exposiciones o lectura son rara ocasión para encontrarse. Las aulas, estos
monótonos y a menudo inadecuados paralelepípedos incluso para vidas
sedentarias, están sólo amuebladas de pupitres, alineados en filas, mesa del
profesor y, en las clases de la elemental, un armario. Cuando entras en una
escuela no entiendes quién ha pasado por allí y quién puede vivir allí la parte
más importante de la jornada (si no es por las sagradas pintadas en los
pupitres, la única señal de humanización). De Norte a Sur se presentan iguales
en forma y decoración: vacías de signos y de presencias, quitando algún mapa.
Parecen lugares de estacionamiento de autómatas, hechos para cuerpos sin vida y
sin historia, todos hechos iguales, pasivos y negados.
En sustancia, las
estructuras escolares se presentan más bien como aulas de juicio y espacios de
retención que como lugares humanos de aprendizaje socializado, de observación
científica colectiva, de trabajo de investigación en grupos y de producción
crítica y creativa. Son estos unos datos que no caracterizan solamente a las
estructuras de la primera mitad de este siglo. Salvo laudables excepciones no
parece que incluso los edificios construidos más recientemente rompan estas
reglas mortificadoras de la persona humana. E incluso cuando el proyectista y
los administradores locales quisieran ofrecer algo distinto, «pensando en el
futuro», se encarga la rutina de la escuela estatal de hacer inmóvil, ritual y
gris incluso el espacio pensado para una vida escolar de movimiento y activa
que atiende a la complejidad psicofísica de la persona.
Veamos, en conjunto,
cuáles han sido y son los criterios que están en la base del proyecto y de la
construcción del edificio escolar:
- Modelos, concepción y
dimensión de los espacios, propios de los adultos.
- Economía en las
inversiones y en los gastos considerados no productivos.
- Docencia instructiva
en los modelos metodológicos y en las relaciones profesionales.
- Estatismo en los
comportamientos relacionales tanto con los adultos como entre los coetáneos.
- Uniformidad educativa
en los comportamientos y mortificación de las necesidades expresivas.
- Estratificación social
de tipo arquitectónico-cultural entre los distintos departamentos.
Falta hasta hoy, o
permanece al margen, una reflexión y una cultura que ponga en relación la ECOLOGIA de la MENTE con la ECOLOGIA del AMBIENTE.
En la cultura pedagógica
dominante, incluso en la izquierda laica y marxista, son siempre prioritarios
los objetivos, los contenidos, los programas formales, y escasa o nula es la
atención dedicada a los itinerarios, procesos, instrumentos, modalidades
relacionales, niveles de socialización, relación entre cuerpos-espacio-tiempo,
o sea, a las condiciones materiales y sensitivas del aprendizaje, fundamento
de lo psico- cognoscitivo.
Si eso resulta conforme
a una pedagogía social de la conservación de los modelos educativos-culturales,
no se puede decir lo mismo para una pedagogía abierta y reformadora.
En este sentido, ha
faltado y falta una reflexión cultural y una investigación. Esta no puede
hacerse más que sobre el terreno. Pero requiere un cambio de tendencia
respecto a la óptica miope de la importación dentro del campo educativo de los
mecanismos de mercado: competitividad, conflicto, privatización de los
materiales...
El aprendizaje natural
pasa a través del lenguaje complejo del cuerpo, que emplea:
- La relación entre los
sentidos (y no sólo la vista y el oído).
- Las manos en una
relación interactiva entre utilización de los instrumentos materiales y
formación de los simbólicos.
- El movimiento como
condición esencial de la relatividad de la percepción y de la relación, además
de la acción.
- Los impulsos
afectivo-cognoscitivos que alimentan y motivan las elecciones relacionales.
- Las relaciones
psico-motórico-sensitivas que dan sentido a los signos.
En la escuela la
relación es estática, unidireccional,
y se confía
sólo a la vista y al oído. Se funda, por tanto, en otra concepción del acto de
aprender, pasiva e inmóvil. Pero ¿existe otro aprendizaje profundo, o sea
auténtico, hecho no sólo de signos sino de significados interiorizados, del
ser humano, más allá de esta complejidad relacional, ecológica del ser?
La escuela se presenta
todavía hoy como
- un lugar que secunda
de hecho los procesos de masificación (de consumo) y de homologación con modelos
culturales insólitos;
- un contenedor que
mortifica la subjetividad de la persona, de los grupos y de las posibilidades
asociativas (adultas, adolescentes e infantiles),
- una máquina que
aniquila diversidad, creatividad, iniciativa, personalización,
responsabilidad no secundaria, o sea, crítica y autogestionaria.
Los pasos-procesos hasta
ahora llevados a cabo, aunque los haya, aparecen absolutamente limitados y
pobres, completamente inadecuados.
Comparemos las transformaciones
del hábitat doméstico, de la calle, con las producidas en la escuela: la
diferencia resulta sorprendente.
«Conviene afirmar, así
las cosas, que fuera de las relaciones sociales, y a falta de la dimensión
social que se realiza en una cotidiana multiplicidad y variedad de relaciones
(bilaterales, de grupo, de comunidad-clase, de grupos de distintas clases, de
relaciones dentro de la escuela, de relaciones con elementos y núcleos
sociales ajenos a la escuela) no puede existir una auténtica formación del
intelecto, que no crece si no es en el fuego vivo de la normal investigación
motivada, en la crítica puesta a punto de los resultados, en el esfuerzo clarificador de la comunicación. Más
allá de este contexto, el trabajo mental no es más que un mero adiestramiento
de bajo nivel, que no tiene nada que ver con la educación orgánica de un
intelecto abierto y crítico» (1).
En esta dirección hay un
vacío de elaboración de la izquierda, laica y marxista, incluida la ambiental
de más reciente formación.
La experiencia activista
de las «Nuevas Escuelas» (Escuela y Ciudad «Pestalozzi» de Florencia, C.E.I.S.
de Rímini.... ) nos ha quedado como hecho totalmente episódico.
También la misma
«pedagogía Freinet» (2) después del 68 ha derivado su atención sobre el
«tiempo» como variante determinante respecto a la batalla de la selección
social de la escuela, infravalorando o descuidando el peso de la organización
del espacio, del trabajo operativo, de la sensibilidad compleja de los procesos
de aprendizaje. La propuesta M.C.E. de mediados de los años 70 «A la escuela
con el cuerpo» (3), importante, innovadora, se ha desarrollado más en la
vertiente de la relación interior, psicoanalítica, que en la
sensitivo-espacial.
Frente a estas tendencias
el superficial ideologismo de izquierda o el campante estructuralismo comportamentista-cognitivo
ha encontrado obviamente más fácil adhesión respecto a una propuesta de responsabilización
profesional y cultural hacia la complejidad psicológica de la relación
educativa, psicoanalítica del aprendizaje y de los procesos biológicos del conocim¡ento
que se convierte en comportamiento vivido, interiorización inconsciente de sí
mismo.
Son completamente
válidos todavía hoy los punzantes análisis de Ciar¡ de abril del 69 en una
Asamblea Nacional del M.C.E.:
«La estructura del
edificio de la escuela tradicional (...) es la imagen exterior y corpulenta de
una concepción autoritaria de la enseñanza, para la que son necesarios simples
contenedores (habitaciones con forma de paralelepípedos), preparados para
contener mobiliario (pupitres, mesa del profesor, pizarra...) pensados para
escuchar, hacer deberes, responder, pero no para manipular y construir, experimentar,
desempeñar actividades de investigación, de creación y de expresión.
Un contenedor
estructurado y organizado así, está hecho para estar solos entre una multitud, resultando allí imposible
el movimiento y el cambio de lugar, la vista articulada de grupos, la elástica
reestructuración del espacio.
Por tanto, las aulas son
estructuralmente parecidas a las celdas de una prisión: hay la misma obsesiva
fijación de las estructuras perceptivas (colores, formas, superficies, puntos
de vista...), la monotonía de la situación psicológica, la relación de dependencia,
la relativa inmovilización» (4).
La persona tiene,
efectivamente, una gran capacidad de adaptación, más que la planta. Pensemos si
metiéramos en un huertecillo cientos de chopos, de árboles frutales, lo que sucedería:
la muerte de la mayoría.
¡Bueno! ¿es qué, quizás,
no se produce la decapitación de muchas vitalidades existenciales, positivas,
en esta escuela nuestra?
Efectivamente, el ser
humano conserva incluso en las situaciones más grises una mínima capacidad de
conservación, de defensa, de rebeldía. Pero, mientras tanto, cuántas vidas se
han apagado, cuánta vida se ha quemado.
El miedo, la negación,
el aislamiento, la despersonalización, la soledad, constituyen la bandera de la
pedagogía practicada, aunque la que se proclama, la académica, se llena la
boca de altisonantes vocablos (unidades didácticas, programas,
estrategias...): una manera autocomplaciente de aspirar de contrabando el humo de un asado que
no se saborea más que en contadas ocasiones.
Hay que afirmar la
estrecha conexión entre educación ambiental y morfología de las estructuras
escolares. Estas, de la forma en que generalmente se presentan hoy,
representan un ambiente contaminado, exactamente lo contrario de una ecología
psicopedagógica. Es necesario, por tanto, poner en marcha y estimular un
amplio debate crítico sobre este nudo demasiado descuidado ayer y hoy. Las
nuevas sensibilidades ecológicas arraigadas en la sociedad quizás puedan
encontrar nuevas disponibilidades a la reflexión, a la escucha y al cambio.
Hay que preguntarse:
- ¿Cuál es hoy la relación
entre escuela y ambiente de vida? ¿Cuáles son hoy los límites de «aireamiento»
fisiológico, psicológico y cultural del niño-muchacho?.
- ¿Es sólo un problema
de multiplicación de las oportunidades de los estímulos cognoscitivos formales
o es, en cambio, una necesidad de conquista de espacios materiales y
psicológicos de socialización, de calidad de la relación con sí mismo, con los
demás, con el ambiente?
- El problema de la
capacidad de reconocer, de la identificación, de la personalización, de la
diversidad y de las diferencias, ¿cómo lo relacionamos con el espacio material
en el que muchos cuerpos se ponen en relación entre ellos, y se expresan?
- ¿Es posible que los
objetivos del aprendizaje prescindan de la complejidad sensitiva y motriz de
la naturaleza humana? ¿Cómo analizar la relación entre espacio, organización
del trabajo, modo y tiempos del aprendizaje dentro de la aceptación plena de
lo complejo de la comunicación corporal?
- La homologación
repetitiva es negación de la vitalidad creativa del aprendizaje natural; es,
por tanto, antipedagógico. El estar solo en medio de muchos, convertido en
objeto homologado, conduce al desarme de reacciones y a la soledad. ¿Cómo conquistar
prácticas y espacios adecuados a una educación alternativa a la autocensura y
represión de las necesidades (desde las más elementales, fisiológicas, a las
más delicadas, sensitivo- psicológicas)?
Es un terreno «virgen»
en la relación entre espacio y comportamiento, entre ecología de la mente y
ecología del ambiente en la fase de la edad evolutiva y en el tiempo organizado
y colectivo (5). Pero no es sólo un problema didáctico, en cuanto que compete
al modelo existencial de hombre y de sociedad. Es, por consiguiente, un
problema de educación de la liberación.
NOTAS:
(1) Bruno Ciar¡, «Apuntes sobre el problema
de la relación», en «La selección», Cuadernos de Cooperación Educativa, nº 8,
pág. 18. La Nueva Italia Ed., Florencia, 1969.
(2) En nuestro país el desarrollo de la
«pedagogía Freinet» ha tenido lugar y ha sido guiado por el M.C.E. (Movimiento
de Cooperación Educativa). Cfr., «Dossier M.C.E., 88», Coop., Editorial
M.C.E., Roma, 1988.
(3) A.A.V.V., En la escuela con el cuerpo,
Cuaderno de Cooperación Educativa, nº 8, La Nueva Italia, Florencia, 1974.
(4) Bruno Ciar¡, ídem, pág. 19.
(5) Cfr., Rinaldo Rizzi, Apuntes de viaje
(Por una recuperación del saber hacer), en «Cooperación Educativa», nº 8,
1989, La Nueva Italia, Florencia, pp. 10-12.
Traducción: Pilar Rodríguez Reina.