MAESTROS, INVESTIGADORES

Y REFORMA ESCOLAR SITUADA:

EL TRAFICO DEL PODER

Janet L Miller*

Durante la pasada década, algunos reformadores de la escuela dieron por supuesto que podían implantarse de forma semejante determinadas concep­ciones de la reforma escolar en diferentes aulas de los Estados Unidos. Asi­mismo, algunos investigadores de la educación dieron por supuesto también que las semejanzas que se apreciaban en todos los sitios, sobre todo en relación con los enfoques de la docencia, eran pruebas de una reestructu­ración escolar satisfactoria. Esta insistencia en las semejanzas, tanto en la reforma de la escuela como en la investigación sobre la reforma, se enfrenta con el problema de que todas las investigaciones, los currículos y las prácticas pedagógicas y administrativas están situadas, es decir, se pro­ducen en instituciones, momentos históricos y ambientes culturales y socia­les, y se activan en respuesta a situaciones individuales y sociales que, con frecuencia, son imprevisibles e irrepetibles.

 

Una idea situada de la reforma esco­lar conceptúa la reestructuración de las pedagogías, los currículos y las organiza­ciones escolares como elementos que cambian de finalidad y de forma según los distintos ambientes y circunstancias educativas. Cuando los docentes y los investigadores responden a situaciones diversas, a menudo se guían por los tra­bajos de reforma (y no sólo los activan), recon figurando las intenciones, los méto­dos y los programas. El concepto de la reforma escolar situada trastorna todas las ideas esenciales o generalizadas de los procesos u objetivos de reestructura­ción de la escuela y dirige la atención hacia la forma de reinterpretar constan­temente estos procesos y objetivos en el contexto de las culturas escolares concre­tas y la de reinterpretarlos los individuos.

En realidad, algunos movimientos de reforma escolar animan a los adminis­tradores, docentes, estudiantes y padres a considerar con todo cuidado las culturas de organización y social de sus escuelas concretas para que lleguen a sus propias interpretaciones de los fundamentos del perfecciona­miento de la escuela. Estos movimien­tos estimulan a los educadores para que conceptúen el cambio escolar como un "proceso complejo... que res­ponde a la cultura exclusiva de cada comunidad escolar, en vez de verlo sim­plemente como la adopción e implanta­ción de una serie de innovaciones que, por regla general, no están relacionadas entre si''  (MERCHANT, 1995:267).

Sin embargo, en escuelas de diver­sos lugares he observado que el tiem­po para reconceptuar algunos princi­pios generales de la reforma para adaptarlos a las necesidades y culturas de las poblaciones escolares no está incluido en los horarios de los docen­tes como un elemento más de cual quier operación de reforma. Incluso si se prevé ese tiempo, unos maestros ven los objetivos y fundamentos de la reforma escolar de manera distinta a la de sus colegas, a la de los adminis­tradores de sus escuelas, de los padres, de los alumnos o de todos ellos. Es más, las concepciones de la reforma escolar, sobre todo en el caso de los maestros y profesores, difieren necesariamente del mismo modo que los cambios con el paso del tiempo, no sólo a causa de las diversas influencias sociales, culturales e históricas, sino también por las situaciones, relaciones e intenciones, constantemente cambiantes e impre­visibles, que surgen en todas las escuelas y aulas.

Ahora bien, ante las presiones para que se rindan cuentas de cara al público y se den "pruebas de mejora" rápidas y visibles, la reforma escolar se reduce con frecuencia a ciertos cambios de la organización escolar o de los horarios, o a que los maestros adopten determinadas prácticas peda­gógicas. Entre tales prácticas están las distintas versiones del aprendizaje cooperativo y los grupos de maestros que trabajan, a modo de equipos, con el mismo grupo de alumnos durante la jornada escolar. A menudo, estas prácticas se convierten en las versio­nes únicas y generalizadas de las "pruebas" de una reforma escolar efi­caz, incluso en aquellas escuelas en las que se ha animado a los participantes a reconceptuar determinadas bases de la reforma en relación con sus situaciones y necesidades concretas.

 

Profesora de Educación en National-Louis University.

Es más, el impulso hacia la confor­midad y la general izabilidad de las intenciones y estructuras de la reforma­ presupone que las escuelas y los individuos que están en ellas forman parte de una realidad estable, previsi­ble y evolutiva. En esta versión de la realidad, que supone que las personas pueden "progresar" en etapas lineales y sucesivas, los maestros y profesores tratan de adquirir y activar ciertas técnicas y enfoques que, por regla general, otros han definido y determi­nado como versiones de la enseñanza "reformada". Esta presión que se ejer­ce sobre los maestros y profesores, en el contexto de las versiones nor­malizadas de la reforma, para mante­ner a raya sus concepciones divergen­tes sobre la misma, así como sus rela­ciones en constante cambio con la enseñanza, lleva al enfrentamiento de los docentes, unas veces de forma encubierta y, en ocasiones, en franca oposición. Esas complicaciones y rela­ciones divisivas ponen de manifiesto la necesidad de conceptuar la reforma escolar, sobre todo desde la perspec­tiva de los maestros y profesores, como una serie de interacciones y relaciones situadas, en constante cam­bio, nuevas e imprevistas.

No obstante, de forma abierta o encubierta, muchas de las tareas de reforma en curso siguen orientándose a la normalización y, en consecuencia, reducen el cambio escolar a unos denominadores comunes, estáticos y replicables: "Por desgracia, la mayor parte de las propuestas de reforma esco­lar se limitan a pedir a las escuelas, con­siderados como un constructo abstracto, que cambien de ésta o de aquella mane­ra, pasando por alto, pues, la política de la situación y tratando todos las escuelas como si se ajustaran a una norma uni­versal... Para comprometernos seriamen­te en un discurso sobre la reforma esco­lar, hemos de tener una comprensión más lúcida de lo que significa modificar la educación en un ambiente concreto, dentro de una cultura determinada" (GOODMAN, 1994:134-135).

Creo que el hecho de fijarnos en las respuestas concretas de los maes­tros y profesores a los intentos de reforma escolar llevaría, si no a una "comprensión más lúcida", sí, al menos, a una mayor conciencia de la necesi­dad de unas conceptuaciones de la reforma escolar que tengan en cuenta el carácter constantemente cambiante de la enseñanza y del aprendizaje en aulas y ambientes escolares concre­tos. Dadas las prescripciones univer­sales y los cortos períodos de tiempo que caracterizan muchos proyectos de reforma escolar, se ejercen gran­des presiones sobre los maestros y profesores, principalmente, para que respondan, en el marco de los traba­jos de reforma y en el contexto de su situación particular, a las particulari­dades de sus alumnos y de sus ambientes educativos. Al haber parti­cipado durante los últimos 5 años en proyectos de investigación que trata­ban de examinar lo que les ocurre a los docentes, a los alumnos y a otras personas que participan en los pro­yectos de reestructuración de las escuelas, también yo he podido que­dar atrapada en la tendencia a utilizar generalizaciones y a la normalización para documentar lo que presunta­mente caracteriza los trabajos efica­ces de reforma escolar.

Los giros imprevisibles que se producen en cualquier momento pedagógico, tal como los experimen­tan, activan y por los que se guían los maestros y profesores, pueden y deben indicar la complejidad y las incertidumbres presentes en cual­quier proyecto de reforma escolar. Las percepciones, muy a menudo dife­rentes, de los maestros y profesores acerca de los procesos e intenciones de la reforma pueden conseguir apar­tar la atención de muchos reformado­res escolares de "la normalización de la conducta, una creciente burocracia y una mayor supervisión" (POPKEWITZ y LIND, 1989:575-576), dirigiéndola hacia la complejidad de los discursos, los procesos y la investigación de la reforma escolar, al "concierto de muchas voces que caracteriza cualquier programa de cambio y... algunas faltas de correspondencia que pueden acabar con las mejores pretensiones de los parti­cipantes más esforzados y bienintencio­nados" (ROEMER, 1991, p. 435).

Presento aquí las respuestas de algunos docentes a lo que se les ha impuesto o a lo que han aceptado, incluso, como pedagogías, modelos de organización y currículos "apropiados" para cualquier escuela "reformada". Las respuestas de los maestros y pro­fesores adoptan formas diversas, dependiendo, evidentemente, de los ambientes e individuos concretos involucrados. Sin embargo, creo que conviene señalar que, aunque varíen las formas y el grado de respuesta, muchos profesores y maestros a los que he observado y entrevistado res­pondieron de un modo que trastorna, cuestiona, subvierte o reforma lo que se les presentó o aceptaron como "el modo" de proceder en sus proyectos de reforma escolar. Yo misma, como investigadora de estos trabajos de reforma, también respon­dí de una manera que, a veces, tras­tornaba las intenciones generalizado­ras y el diseño de los proyectos de investigación.

En consecuencia, estudio aquí algunos ejemplos de respuestas de maestros y profesores a los intentos de reforma escolar. A diferencia de algunas personas, no considero estas respuestas como actitudes "negativas" o "aberrantes" frente a la reforma escolar ni culpo a los docentes por oponerse al cambio. En cambio, sí considero algunas dificultades y efec­tos divisivos que surgen, sobre todo entre los docentes, cuando la reforma de la enseñanza y de la escuela se conceptúa como algo universal y generalizable, tanto en su forma como en sus intenciones, y no como un evento situado.

Variaciones sobre la reforma escolar ¿total?

Durante los últimos 5 años, he participado en investigaciones cualita­tivas sobre los problemas de la refor­ma escolar de cuatro centros de los Estados Unidos. Dos de ellos eran institutos de una gran ciudad de la costa este, uno es un instituto de una pequeña población del sudoeste y el otro es una escuela primaria cercana a una ciudad de tamaño medio del medio oeste. Aunque sus poblaciones estudiantiles, ambientes geográficos y contextos socioeconómicos respecti­vos difieren mucho, estos cuatro cen­tros trataron de llevar adelante sus proyectos de reforma escolar de forma similar.Quizá, la semejanza de enfoque de la reforma escolar, a pesar de tratarse de unos ambientes tan distintos, no sólo sea el resultado de unas presio­nes persistentes en favor de la unifor­midad y la normalización de la educa ción, sino también de una de las bases de la reforma escolar que goza de una aceptación bastante generalizada. Se trata de que la totalidad de la escuela y del distrito -profesorado, alumna­do, administradores y padres- avan­cen hacia la implantación de unas estrategias y prácticas aceptadas de forma colectiva. Por regla general, son: la gestión a cargo de la escuela; escuelas dentro de escuelas; aulas centradas en los alumnos, en las que la enseñanza y el aprendizaje se orien­ten en sentido cooperativo; alguna versión de las evaluaciones auténticas y del rendimiento, y la participación de todos en las decisiones (DONAHOE, 1993).

­ Sin embargo, en los cuatro cen­tros en los que he observado y entre­vistado a alumnos, docentes, padres y administradores durante períodos de tiempo largos, sólo una parte de los miembros de la comunidad escolar participaba activamente en estos pro­cesos de reestructuración escolar. Las razones de esta falta de participa­ción variaban tanto dentro de cada ambiente como entre los distintos centros. De todos modos, en los cua­tro centros, la renuencia de algunos docentes a participar en los trabajos de reforma de su centro respectivo recordaba una observación de DONA­HOE (1993:300) acerca del proyecto de reforma en el que participó: "Las actividades de organización llenaban todos los minutos libres del día. No se trataba sólo de encontrar tiempo para las reuniones, había que dedicar tiempo a todas las interacciones, tareas y ener­gía emocional añadidas que configuran una organización -una cultura-. A los pro­fesores que reflexionaban mucho sobre lo que hacían, estábamos ocupándoles un tiempo que, en otras circunstancias, hubieran empleado en reflexionar sobre sus alumnos y sus clases, al darles la res­ponsabilidad de reflexionar sobre todo el centro"

En efecto, en los cuatro centros en los que investigué, eran evidentes las presiones que ejercía la responsa­bilidad añadida. Por ejemplo, los administradores esperaban que los docentes participaran en los procesos de decisión, prepararan otras formas de evaluación de los alumnos y descu­brieran y activaran enfoques de ense­ñanza que incorporaran estrategias de aprendizaje cooperativo y un tipo de investigación y aprendizaje de los alumnos orientado a los problemas. El fundamento de tales expectativas era la idea de una participación total del centro en las prácticas y procesos de reforma.

Sin embargo, la presión para que los docentes reflexionaran sobre la participación de todo el centro en esas prácticas pasaba por alto la diversidad de conceptuaciones de la reforma presentes en cada centro, en cada distrito o en ambos. Ignoraba las complejidades de intenciones y dese­os, así como las jerarquías de poder implicadas cuando ciertos individuos o estructuras de programas imponían que los demás docentes ?cambiaran? de forma semejante.

Es más, la idea de la participación de todo el centro presuponía la visión de una realidad fija y estable hacia la que todos los participantes debieran dirigirse, y la idea, asumida también, de que todo el mundo debería saber cuándo habría alcanzado el centro la categoría de "reformada". Por otra parte, esa idea exigía que, como investigadora de la reforma escolar, yo me mantuviera como "observadora estable" que elaborara "representacio­nes estables de la realidad" (DENZIN, 1995), de manera que los funcionarios escolares pudieran comparar y con­trastar el "progreso" del centro hacia una reforma satisfactoria.

Las razones para que los profeso­res tuvieran que reflexionar necesa­riamente sobre todo el centro eran semejantes en los tres institutos. Por ejemplo, los directivos y los profeso­res de los tres institutos estaban sometidos a fuertes presiones para que presentaran pruebas de una reforma total del centro respectivo, dada la reputación que tenían los tres centros por sus importantes tasas de abandono y las bajas puntuaciones de sus alumnos en las medidas normali­zadas de rendimiento. Aunque estu­vieran situadas en sectores muy dife­rentes de los Estados Unidos, los tres institutos acogían un elevado porcen­taje de alumnos pertenecientes a minorías.

Los profesores proclamaban su compromiso con la reforma de los currículos y de las pedagogías que consideraran a los alumnos meros receptores pasivos de la información proporcionada por otros. Mediante unas pedagogías interactivas, los currículos que respondían a las nece­sidades e intereses de los alumnos, incorporándolos, y la asignación de los alumnos a pequeños grupos que trabajaban con los mismos profeso­res, algunos administradores y profe­sores de estos tres institutos no sólo trataban de retener a los estudiantes, sino también de involucrarlos activa­mente en su aprendizaje.

La escuela elemental, situada en un suburbio de clase media, participa­ba también en los trabajos de su dis­trito para reestructurar los enfoques de la enseñanza y el aprendizaje. Aun­que las formas y objetivos de la rees­tructuración parecían semejantes a los de los tres institutos, el fundamen­to en el que se basaba de la reforma del distrito no contemplaba la urgen­cia que pesaba sobre los trabajos de aquéllos. En cambio, esta escuela ele­mental, como el resto de su distrito, estaba respondiendo a las investiga­ciones del momento y al mejor tipo de práctica, tal como lo entendían muchos maestros del distrito y los padres que contaban con una buena formación, muchos de los cuales habí­an cursado estudios o daban clase en una universidad cercana.

Consecuencias divisivas de las pre­siones para ejecutar la reforma

 

En cada centro, un programa con­creto o un pequeño grupo sirvió de ejemplo o piloto de las posibles for­mas reestructuradas que más tarde pudiera adoptar todo la institución. Asimismo, en cada centro, los progra­mas de reforma presentaban alguna forma de organización alternativa de horarios que permitiera a los estu­diantes trabajar juntos con equipos de profesores en períodos temporales largos y en grupos de edades diversas. Para todos los profesores participan­tes en estos programas era prioritaria la coordinación entre los equipos que trabajaban con los alumnos y que pasaban a diario por los distintos equipos. Al mismo tiempo, el hecho de trabajar en equipo proporcionaba a estos profesores, al menos, un marco de referencia para establecer entre ellos unas relaciones colegiales.

No obstante, muchos profesores no incluidos en los programas experi­mentales envidiaban las posibilidades de colaboración que ofrecían, aunque no siempre se tradujeran en formas adecuadas de trabajo de los profeso­res de los programas piloto. En los cuatro centros, los mismos docentes aludieron a esta tensión, entre otras, considerándolas como conflictos entre los "iniciados" y los "ajenos".

Los maestros y profesores que trabajaban en los programas que pre­suntamente representaban mejor los trabajos de reestructuración de los cuatro centros tenían dificultades de relación con los docentes no inclui­dos en tales programas. En los cuatro centros, los maestros y profesores que seguían el plan tradicional consi­deraban que sus colegas "de reforma" recibían más materiales y más apoyo verbal en su trabajo. En todos los centros, los docentes del plan tradi­cional denominaban "iniciados-' a quienes tomaban como ejemplos de la enseñanza de la reforma y utilizaban este tipo de enfoques en cuanto a la estructura del programa y los currícu­los, considerándolos privilegiados por tener acceso a una formación perma­nente especial, recibir materiales y suministros extraordinarios, disponer de materiales curriculares adicionales y de más tiempo libre para planificar en equipo y en grupo. También opina­ban que recibían una atención especial de los administradores, que apoyaban sus trabajos y, con frecuencia, procla­maban el carácter ejemplar de sus esfuerzos ante los centros y sus comunidades respectivas.

Las percepciones de quienes se denominaban a sí mismos como "aje­nos" reflejaban las de los profesores y maestros que trabajaban en proyec­tos de reforma escolar por todo el país, que se consideraban "... margina­dos en las primeras fases de la iniciativa de mejora de la escuela. Un pequeño grupo seleccionado de profesores, de administradores o de ambas categorías desaparecía misteriosamente de su distri­to durante unos días para aprender algo acerca de alguna innovación que hubiese impresionado a alguien con la suficiente influencia y recursos para apoyar la empresa. Lo que se sabe, si es que se sabe algo, del proceso de selección del grupo básico deja a quienes permanecen en sus puestos con una vaga sensación de carencia de méritos. Los pioneros regresan a su distrito con renovadas energías tras su periplo, entusiasmados con la innovación y dispuestos a poner en común la palabra con sus colegas (cuya relativa marginalidad con respecto a la innovación los ha hecho suspicaces y puesto a la defensiva)". (MERCHANT, 1995:265).

En realidad, la mayoría de los pro­fesores y maestros que trabajan en estos cuatro centros en programas considerados como ejemplos de reforma no recibieron otros benefi­cios ni materiales adicionales que los de su preparación inicial en semina­rios o jornadas de información sobre la reforma. Por el contrario, estos profesores y maestros hablaban a menudo del tiempo que habían dedi­cado, sin compensación, a crear pro­gramas, horarios y equipos o a elabo­rar currículos y preparar actividades que sirvieran para modificar su ejercicio­ pedagógico, pasando de estar diri­gido por el docente a centrarse en el alumno. Hablaban de que el apoyo administrativo sólo consistía a veces en ejercicios de relaciones públicas. En consecuencia, estos profesores y maestros, a quienes muchos colegas llamaban "iniciados" -a causa de la categoría de "elegidos" en la que per­tenecían a ojos de los demás-, se consideraban con frecuencia a sí mis­mos como "ajenos", "extraños", por haber quedado separados del resto de sus compañeros por su relación con los programas piloto de reforma.

En los tres institutos, algunos pro­fesores del programa de reforma se preguntaban por qué daba la sensa­ción de que otros colegas no apoya­ban ni participaban en las estrategias de reforma hacia las que presunta­mente avanzaban la totalidad del cen­tro. En los dos institutos de la costa este, algunos profesores que se consi­deraban ajenos a los programas piloto de reforma estaban tratando, en reali­dad, de organizar conjuntos de alum­nos y profesores que trabajaran jun­tos durante los cursos que los alum­nos pasaran en el instituto, replican­do, por tanto, los modelos pedagógi­cos y de organización iniciados por los que llamaban "iniciados". No obs­tante, seguían pensando que los "ini­ciados" originales recibían ciertos beneficios, como el reconocimiento por su trabajo, vedados a sus "segui­dores". Así, aunque hubiera un movi­miento tendente a replicar los pro­gramas piloto y, por tanto, se estuvie­ra más cerca de lograr el objetivo de la reforma total del centro y el de crear un conjunto de profesores que trabajaran de forma semejante, los mismos docentes se separaban unos de otros mediante las categorías arti­ficiales, estáticas, polarizadas de "ini­ciados" y "ajenos", a las que, sin embargo, podían pertenecer simultá­neamente.

También en el instituto del suro­este, muchos de los profesores ajenos manifestaron su interés por la rees­tructuración del horario de todo el centro, en vez de limitarse al progra­ma de los iniciados, referido a blo­ques de tiempo. Esto permitiría que todos los alumnos y profesores parti­ciparan en clases de 2 horas en días alternos. Aunque la mayoría de los profesores votó a favor de instaurar ese horario por bloques, la adminis­tración se opuso. En una entrevista, un administrador me dijo que "algunos profesores no son capaces de dar clase durante una hora y mucho menos dos".

Es más, las entrevistas con muchos profesores que se considera­ban a sí mismos como "ajenos", aun­que hubiesen votado a favor del cam­bio que llevara consigo la reforma total del centro, pusieron de manifies­to otro giro de la interpretación que se hacía de los "iniciados" y los "ajenos". Los entrenadores, que habí­an dedicado sus clases del último período a la práctica en equipo, habí­an presionado para que la administra­ción vetara la implantación del hora­rio de bloques porque interferiría en sus sesiones de práctica. Al mismo tiempo, algunos de estos entrenado­res enseñaban en el programa experi­mental y, sin embargo, gozaban de fle­xibilidad en sus equipos de profesores para dejar el equipo para llevar a cabo sus prácticas durante la última parte de su bloque horario. En consecuen­cia, podríamos considerar a estos entrenadores como "iniciados dobles", como los denominó un profesor. Los demás entrenadores pertenecían al grupo de los ajenos, con respecto al programa experimental. No obstante, todos los entrenadores serían "inicia­dos" en cuanto a sus relaciones de poder con determinados administra­dores clave. Por tanto, las múltiples complejidades presentes dentro de las categorías de "iniciado" y "ajeno" y entre ellas dirigen nuestra atención hacia las cuestiones del poder con respecto a los responsables de dicta­minar qué haya de considerarse "reforma".

Otras complicaciones

 

Durante mi tercer año de investi­gación en la escuela elemental, las dos maestras que habían concebido e implantado el programa piloto multie­dades estaban trabajando con tres maestras nuevos. Una se había incor­porado a la agrupación original de los grados 1º.-3º. y las otras dos estaban desarrollando el primer curso de la agrupación 4º.-5°. Las dos maestras de esta última agrupación estaban descubriendo que sus enfoques pedagógicos diferían de los de la agrupa­ción 1º-3º. y manifestaban cierta ansiedad por la opinión que sacaran las iniciadoras del programa acerca de lo que estaban haciendo. Una maestra nueva describía así sus preocupacio­nes: "Creo que, como nuestros chicos son mayores, estamos tratando de hacer que se responsabilicen más de su con­ducta. Además, procuramos que este programa esté centrado en el alumno y basado en un proyecto. Así, tenemos mucha actividad y vamos y venimos entre nuestras dos aulas. Las voces de estos chicos son más fuertes y tienen un cuerpo más grande. Cuando Julie y Pam vienen a nuestras aulas, creo que aún esperan ver las versiones más pequeñas de estos chicos, como eran en su agrupa­ción cuando tenían 6 ó 7 años. Sin embargo, estos chicos han cambiado mucho desde que estuvieron con ellas, hace sólo un año. Por eso, tengo miedo de que crean que no los controlamos al comparar la situación con la de su época y con sus expectativas con respecto a la conducta."

Las maestras de la agrupación 4°.­5°. se sentían presionadas también por las de las aulas típicas de 4°. y 5°. grados que no participaban en el pro­grama para que hicieran que sus alumnos se comportaran de un modo determinado e impartieran el currícu­lo que se enseñaba tradicionalmente en esos grados. No obstante, sus mayores preocupaciones se centra­ban en torno a las diferencias de enfoques pedagógicos y de dirección de la clase con respecto a los de las iniciadoras del programa multiedades.

Por tanto, igual que las maestras "ajenas" de esta escuela temían que este programa multiedades señalara el "único medio mejor" para activar la reforma de la escuela, las maestras nuevas de la agrupación de 4°.-5°. notaban que había una especie de expectativas no manifiestas para que las maestras "iniciadas" se plegaran al único medio mejor de activar las filo­sofías y teorías del aprendizaje y la pedagogía del programa. Estas maes­tras temían convertirse en "ajenas" entre las "iniciadas" en el programa por no cumplir tales expectativas.

En consecuencia, los niveles infor­males de jerarquía y de poder dentro del profesorado y de la administra­ción y entre ambos se traducían en unas definiciones cambiantes y dife­rentes de los profesores y maestros que se consideraran iniciados y aje­nos, y, a veces, dependiendo de quién categorizara y con qué fines, los pro­fesores y maestros podían desempe­ñar, simultáneamente, funciones de iniciados y de ajenos.

Como investigadora, sometida a interpretación en y por medio del dis­curso sobre iniciados y ajenos de los profesores y maestros, yo también desempeñé ambas clases de funcio­nes. Yo estaba apartada de las inte­racciones cotidianas y de las relacio­nes de poder que dictaban las catego­rías particulares y variadas que utiliza­ban profesores y maestros para des­cribir sus relaciones mutuas y con la administración en cada uno de los centros. Por otra parte, yo era una observadora situada dentro del con­texto de cada centro a quien los pro­fesores y maestros manifestaban, a veces, sus sentimientos, actitudes, supuestos y preguntas acerca de la reforma escolar. A veces, me conver­tía en confidente a la que determina­dos docentes revelaban, sin temor a repercusiones, sus miedos, dudas y ambigüedades con respecto a partici­par en programas piloto, innovadores, de reforma. En otras ocasiones, se me consideraba una intrusa, una ame­naza para los maestros y profesores, que consideraban que la investigación sobre la reforma era un modo de evaluarlos, de registrar su forma de adaptarse o no a las concepciones de la escuela acerca de las adecuadas pedagogías de reforma.

Yo estaba al margen de la gran cantidad de relaciones que enmarca­ban las actitudes y sentimientos con­cretos de profesores y maestros, una intrusa que aparecía periódicamente para observar, entrevistar, espiar y anotar lo que estaba ocurriendo en los centros que trataban de realizar la reforma. También era parte interesa­da, miembro de un equipo de investi­gación cualitativa, y, sin embargo, a veces, me desligaba del equipo a causa de mis opiniones acerca de algunas premisas de la investigación cualitativa.

Por ejemplo, la mayoría de mi equipo de investigación daba por supuesto que los métodos de investi­gación cualitativa podían "captar direc­tamente la experiencia vivida" (DENZIN, 1994). Como Denzin, yo cuestiono este supuesto. Durante el proceso de investigación, traté de discutir este punto de vista diferente con los miem­bros de mi equipo. La mayoría de ellos optó por la idea predominante, que sostiene que los métodos cualitativos son capaces de captar "lo que ocurre" en cualquier ambiente escolar. Por tanto, con respecto a mi equipo, yo era ajena en relación con esa premisa.

Teniendo en cuenta las constantes variaciones de definición de estas categorías artificiales de "iniciado" y "ajeno" que desempeñan una función destacada en la forma de hablar de muchos profesores y maestros (e investigadores) sobre la reforma, me parece importante recordar que:

''Si reconocemos que el discurso se orien­ta en relación con unos fines histórica y culturalmente específicos, todas las cate­gorías llevarán algunas huellas de las necesidades de sus creadores... Es posi­ble que nuestra mejor salvaguardia no radique en los tipos de discurso que con­sideremos aceptables o no, sino en la cuestión más práctica de quién pueda participar en el discurso, es decir, en la cuestión del acceso a los medios de comunicación". (NICHOLSON, 1994: 83).

La cuestión del acceso en las escuelas y en los discursos de la reforma se convierte con frecuencia en la de quién esté situado como "ini­ciado" y como "ajeno".

Para situar la investigación y la reforma escolares

Las ideas de las pedagogías situa­das y de la reforma escolar suponen que quienes participen en la educa­ción deben afrontar directamente las influencias sociales y culturales que señalen qué y quién se considere importante, tenga "acceso a los medios de comunicación" y merecedor de nuestra atención. Sin embargo, en todos los contextos educativos, la mayor parte de los trabajos encami­nados a la reforma escolar se inter­pretan mediante unos marcos de referencia, planes y definiciones uni­versalizadores de la reforma. La insis­tencia en las "semejanzas", en las "totalidades", para encuadrar la refor­ma escolar oculta las significativas conexiones que existen con las situa­ciones locales y particulares de las escuelas.

He tratado de mostrar que las respuestas de los maestros y profeso­res, así como la mía propia como investigadora, a esas versiones estáti­cas de la reforma replican con fre­cuencia las relaciones de poder que circulan en los discursos de la refor­ma. Aunque parezca que los trabajos de reforma cambian las prácticas de una escuela, la infraestructura de rela­ciones de poder no sólo puede seguir como estaba, sino reforzarse. En los casos que he descrito, ese refuerzo adoptó la forma de las categorías arti­ficiales de "iniciados" y "ajenos".

La idea de la reforma y la investi­gación situadas me permite descubrir que las mismas categorías de "iniciado" y "ajeno" son interpretacio­nes sociales que se complican por la forma de definirse y utilizarse el poder en cada centro. Esto cambia el centro de interés de "quién es iniciado y quién ajeno" a "cómo definimos y utili­zamos el poder en este centro, en rela­ción con este trabajo de reforma" Como investigadora, me lleva a abandonar el intento de captar la "experiencia vivida" de la reforma escolar y reo­rienta mi trabajo inclinándolo a buscar de qué modo me exigen las circuns­tancias particulares que reinterprete y reorganice los discursos de la reforma que generalizan y universalizan.

Los discursos que tratan de res­ponder a las situaciones escolares reales que observo y discuto con los docentes no garantizan una comuni­dad de finalidades ni la posibilidad de medir el "éxito" de la reforma por su grado de semejanza con otros luga­res. Sin embargo, los enfoques situa­dos de la investigación y de la reforma escolares dan la posibilidad de estu­diar las relaciones concretas de poder que existen entre los docentes, entre los investigadores y entre ambos gru­pos, que quieran seguir trabajando para lograr múltiples y diferentes ver­siones de la reforma escolar.

Referencias bibliográficas

DENZIN, N.K. (1994): Evaluating qualita­tive research in the poststructural moment: The lessons James Joyce teaches us. Qualitative Studies in Education, 7, 295-­308.

DENZIN, N. K. (1995): On hearing the voices of educational research. Curriculum Inquiry, 25, 313-329.

Donahoe, T. (1993): Finding the way: Structure, time, and culture in school improvement Phi Delta Kappan, 75, 298-­305.

GOODMAN, J. (1994): External change agents and grassroots school reform: Reflections from the field. Journal of Curri­culum and Supervision, 9, 113-135.

MER B. (1995): Current educational reform Sor ge improvement in the quality of teaching and learning? Educational The­ory, 45, 251-268.

NICHOLSON, L. (1994): Feminism and the politics of posmodernism. In M. Ferguson & J. Wicke (Eds). Feminism and posmoder­nism (pp. 69-85). D. NC: Duke University Press.

P.T.S. & LIND. D. (1989): Teacher incenci­ves as reforms: Teachers? work and the cha­ning comtrol mec in education. Teachers College Record. 90, 575-594.

ROEMER, M. G. (1991): What we tolk about when we about school reform. Har­ward Educational Review 61, 434

Notas

(I) Artículo publicado originalmente en la revista Theory into Practice 35, number 2, pp.86-92 (1.996) y traducido del original inglés por Pablo Manzano Bernárdez.