E D I T O R I A L

Era un niño que soñaba

un caballo de cartón,

abrió los ojos el niño

y el caballito voló...

 

 

Y voló seguramente para siempre. Pasó aquella época feliz de los caballos de cartón o de madera, de los muñecos de trapo, de los trenes eléctricos, de los camiones que se arrastraban con una pequeña cuerda, de los fuertes de madera, de las arquitec­turas y mecanos, de los soldaditos de plomo, de los patines y patinetas y de tantas y tantas cosas que a nosotros, entonces niños, nos hacían tan felices. El juguete nos servía de interlocu­tor. Ni las muñecas, ni los caballitos ni las pequeñas figurillas de plomo hablaban. Pero el diálogo se producía. Hablábamos a través del juguete, él lo hacía a través nuestro. Era perfecto. Todo dependía de nuestra imaginación. Eran juguetes duraderos, sin apenas riesgo físico al usarlos, que no siempre estaban nuevos pero sí vivos para nosotros.

Cada año, próxima la Navidad, deseábamos ardientemente la llegada de ese día mágico en el que aún creíamos: el 6 de Enero.

Pero tanta felicidad no podía durar mucho. Empezó a entrar más dinero en el arca familiar y los fabricantes de juguetes se dieron cuenta de que cuanto antes se estropearan ¡MUCHO MEJOR! Se adquirirían más y con mayor periodicidad. Y un día se sentaron a discutir y decidieron fabricar muñecas que hablaran e hicieran pipí solas, camiones eléctricos que funcionaran tan sólo con apretar un simple botón, espectaculares coches teledirigidos que hacían al niño "seguro de sí mismo" al poder tener el control sobre aquella máquina.

Y, en fin, enormes monstruos, imitación de los personajes de la tele (siempre agresivos, por supuesto) con quien el niño pudiera identificarse. Además, no necesitarían a nadie más para jugar. Encerrados en su habitación, sin salir de ella en todo el día ni comunicarse con nadie, ni molestar a sus mamás y a sus papás cuando vieran la tele, podrían entretenerse con aquellos "maravillosos" juguetes que se habían fabricado "pensando en ellos".

Pero todo ello está cada vez más OUT, como cualquier quincea­ñero/a nos diría hoy día.

HA LLEGADO LA EPOCA DE LA ELECTRONICA y los fabricantes de juguetes deben de poner de nuevo a prueba su imaginación. Ya no sirven los anteriores. Han quedado desfasados. Los niños cada vez son menos niños y se quieren parecer cada vez más a nosotros, los adultos. "Fabriquemos, pues, juguetes que usen los mayores normalmente" - se dicen entre ellos.

Ayer veíamos a niños en la calle jugando unos con otros, comunicándose, imaginando, creando, disfrutando en compañía de los demás.

Hoy les vemos montados en esas "magníficas" minimotos que cualquier día costarán un disgusto a los padres de la criatura, además de un enorme desembolso económico para las cada vez más menguadas arcas familiares.

Otros son más tranquilos y se conforman simplemente con un ordenador, como el que sale en la tele. No saben aún para qué sirve pero su papá lo utiliza y sale muy bonito en el monitor. Sólo hace falta saber apretar unos cuantos botones para que funcione.

Estamos a las puertas de inaugurar un nuevo siglo. Seguramen­te para entonces nuestros niños ya habrán aprendido a utilizarlo y lo usarán entre otras cosas para escribirle su carta a los Reyes Magos pero nosotros seguiremos recordando no sin cierta nostalgia aquel viejo caballito de cartón...