RAZONES Y ESTRATEGIAS PARA LA
INVESTIGACIÓN EN EL AULA
Remei Arnaus
Este artículo expone cuáles son las razones que
justifican poner en marcha procesos de investigación sistemática para ello nos
sugiere algunas estrategias y técnicas que nos ayuden a recoger información
sobre lo que hacemos y ocurre en nuestras clases.
Con bastante facilidad podemos
encontrar algunos manuales sobre técnicas de investigación en el aula, pero más
difícil es que nos expresen la preocupación y la importancia de cuales son las
pretensiones o razones que subyacen al llevar a cabo procesos de indagación y
exploración sistemática de las clases, desde mi perspectiva no podemos
separarlo de las finalidades educativas que pretendemos en nuestras prácticas
cotidianas en el aula. Por ese motivo intentaré exponer cuales pueden ser las
razones valiosas para poner en marcha procesos de investigación sistemática y
sugeriré y comentaré algunas estrategias y técnicas que nos ayuden a recoger
la información que deseamos en relación a lo que
pretendemos.
Una de las razones fundamentales para investigar los
procesos de enseñanza es que nos permita, a partir de las evidencias
recogidas, analizar y reflexionar sobre nuestra práctica en el aula, y por
tanto, constrastarla con nuestras finalidades y
valores educativos. En otras palabras, investigar en el aula nos permite poder
reflexionar si lo que hacemos es lo que pretendemos. Estoy convencida que este
es uno de los compromisos éticos que debemos de asumir como docentes en todos
los niveles educativos (Desde la E. Infantil hasta la Universidad).
Desde mi perspectiva, es importante analizar los
valores que implícita y explícitamente subyacen en nuestra enseñanza al ponerla
en práctica sobre todo en estos cuatro aspectos educativos: La concepción del
conocimiento que transmitimos, las tareas y actividades de aprendizaje que
seleccionamos, las relaciones que establecemos entre profesorado y alumnado y
a su vez entre el alumnado, y por último los procesos de evaluación que
llevamos a cabo. Estos aspectos están enormemente interrelacionados, porque es
difícil que haya transmisión de conocimiento sin trasmitir a su vez no sólo una
forma de abordarlo o de acercarse a él, sino también transmitir una forma de
relación o interacción entre las personas implicadas y protagonistas ‑Profesorado‑alumnado,
alumnado‑alumnado‑ y unas prácticas de evaluación
determinadas (Arnaus, Pérez de Lara, 1993).
Son claramente diferentes los valores educativos que
fomentamos si el proceso de enseñanza se basa en una concepción u otra de
transmisión de conocimiento. Es decir, las cualidades que configuran nuestras
prácticas reales serán distintas si concebimos el conocimiento en vez de ser
reproducido como verdades absolutas e inmutables, como algo para ser usado, re‑pensado,
discutido, problematizado... En este caso, la
concepción de enseñanza se basará en presupuestos diferentes a los que
normalmente estamos acostumbrados (memorizar para reproducir con la mayor
fidelidad posible las respuestas de los libros, responder a iniciativa del profesorado,
hacer controles y exámenes, etc.). Se transmitirá un
conocimiento no para reproducir como he dicho antes, sino para re‑crearlo.
Esto será posible cuando se estimule la especulación, la exploración, el contraste
de diferentes hipótesis y puntos de vista; cuando se
permite vincularlo con la propia experiencia, y se permite expresar las
propias ideas, valores y opiniones en un clima de confianza y libertad... Desde
este planteamiento, el aula no será un lugar de silencio y trabajo individual,
sino un lugar donde se experimenta, se discute, se reflexiona, se construye una
capacidad autónoma y crítica en relación al conocimiento; donde
se pueden expresar los acuerdos y los desacuerdos, y donde disentir no se
penalice sino que se favorezca. Por este motivo las tareas que se propondrán no irán dirigidas a buscar un respuesta
correcta, porque se parte que no la hay, o se parte de que pueden haber
diferentes procesos para hallar respuestas. De esta forma el profesorado no se
presentará como la persona que lo sabe todo, porque no puede anticipar las
soluciones, ni los procesos cuando éstos son complejos, sólo puede
estimularlos y facilitarlos. También la evaluación tendrá que ser coherente
con este tipo de enfoque y por eso habrá que entenderla en otras claves que
las de reproducir en pruebas y exámenes lo que se ha trabajado, quizás más bien
deberá entenderse como una autocrítica del trabajo realizado, tanto por parte
del alumnado como por parte del profesorado, y se favorecerá un juicio o
diálogo crítico de criterios negociados (I).
Como podemos darnos cuenta, una concepción
determinada de enseñanza no es neutral ideológicamente porque supone
plantearse qué opciones valorativas y pedagógicas entrañan nuestro trabajo docente.
Pero estas opciones no sólo forman parte de pretensiones educativas individuales
de cada profesor o profesora sino que además hay que cuestionarse cuáles son
los valores instalados por la tradición histórico‑social y cultural de la
escuela como institución porque la escuela o la universidad como instituciones
educativas dan un carácter específico al rol del profesorado y alumnado y eso
condiciona la relación entre ambos. Los roles están predeterminados y
construidos socialmente. Tal como expresa J. Gimeno (1990, 16) “la enseñanza es un juego de prácticas
anidadas donde factores históricos, culturales, sociales, institucionales y
laborales toman parte conjuntamente con los individuales”. Según este
autor, las reglas a las cuales se somete la realidad del trabajo docente están
definidas antes que la profesora o profesor entre a desarrollar “muy personalmente” el papel
preestablecido. Por este motivo según qué procesos llevamos a cabo en las
clases puede no coincidir con las expectativas que el alumnado tenía de éstas,
ni con las condiciones organizativas y estructurales (recursos, espacio,
tiempos, etc.) con las que tenemos que trabajar, ni quizá con las expectativas
sociales que se demandan en la escuela o en la universidad. Y precisamente la propia
cultura de la enseñanza instalada en la escuela puede que nos limite y
presione a desarrollar otros estilos de enseñanza y con ello otros valores
educativos. Por ejemplo, ¿Cómo podemos pretender a la vez que el alumnado
memorice y reproduzca determinados conocimientos y desarrollar su pensamiento
crítico? ¿Cómo podemos valorar el silencio en clase como forma de trabajo positiva
y a su vez fomentar actitudes solidarias y de compañerismo? Unos valores están
en contra de otros y debemos analizar cuáles priorizamos con nuestras
prácticas, nuestros discursos, nuestras actitudes... Teniendo gen cuenta toda
esa complejidad donde se contextualizan nuestros
procesos educativos, hay que tener presente que los valores más asentados en
la institución escolar son los que están relacionados
con la transmisión del saber a partir de las relaciones de poder y control
del profesorado sobre el alumnado.
Si queremos priorizar otros relacionados con los
supuestos de enseñanza que antes hemos mencionado: problematizar
y recrear el conocimiento, fomentar la participación, el intercambio y la
discrepancia; asumir el rol de docentes como orientadores del proceso, etc.
éstos representan siempre aspiraciones que perseguimos y por eso mismo
necesitamos procesos de búsqueda, tentativas para aproximarnos a ellos. Desde
mi punto de vista es necesario y consubstancial a este tipo de clases
desarrollar procesos de investigación en el aula. De acuerdo con lo que expone
Contreras (1990, 3) “la práctica
educativa preocupada por promover valores educativos, será necesariamente una
actividad de investigación, de búsqueda, porque nunca se tienen garantías de su
realización; los valores educativos nunca se alcanzan, nunca se consiguen,
sino que siempre se persiguen... La investigación educativa tiene un propósito
fundamental, y es el reconocimiento de su compromiso con la educación, con la
defensa de valores educativos en la práctica de la enseñanza”.
Esa somera introducción sobre las pretensiones
educativas, me da pie para poder contextualizar el porqué puede ser importante
poner en marcha procesos de investigación sobre lo que ocurre realmente en las
clases y qué tipo de estrategias y técnicas pueden ser más adecuadas
para explorar los procesos que llevamos a cabo y que nos permitan, conjuntamente
con el alumnado, reflexionar sobre las cualidades de la clases. Necesitamos,
pues, aquellas técnicas que nos permitan obtener información cualitativa (2)
de lo que ocurre, cómo ocurre y con qué concepciones nos representamos lo que
ocurre. De esta forma, recogemos evidencias y datos para después cuestionarnos
si el conocimiento que presentamos en realidad sirve para problematizarlo
y comprenderlo, si realmente se pone en relación con la experiencia personal
del alumnado; si realmente facilitamos el intercambio
de puntos de vista, la controversia, la especulación; si
realmente nuestro papel es de orientación y facilitación de la construcción
del conocimiento y no de poder y control; si realmente la evaluación sirve
para contrastar nuestros juicios de manera crítica o por el contrario es la
herramienta de seleccionar quién pasa y quién no pasa la asignatura, etc.
Si éstas son nuestras pretensiones podemos utilizar
aquellas técnicas cualitativas que en palabras de F. Angulo (1990, 87) son “constructivas”, “cálidas” y “analógicas”.
Por constructivas, el autor entiende aquellas técnicas que son flexibles y
sensibles a la realidad y que se adaptan a las circunstancias. Por cálidas,
las que permiten el contacto directo y cercano con las personas implicadas. Y
por analógicas, las que permiten recoger información referida a las
características y significados subjetivos, como intenciones, juicios y
emociones en la forma expresiva en que son enunciados. Agruparé estas técnicas
en cuatro bloques: a) Las que nos permiten recoger información sobre nuestra
perspectiva: diario de investigación de
las clases; b) Las que nos permiten recoger la perspectiva de otras
personas implicadas ‑alumnado, colegas... ‑: entrevistas, conversaciones informales, cuestionarios... ; c) Las que nos permiten recoger
información sobre lo que ocurre en las clases: observación en el aula; y d) Las que nos permiten
recoger datos de los materiales y documentación que producimos profesorado y
alumnado: análisis de documentos.
En cuanto al diario
de investigación de clases no voy a extenderme porque en este mismo
número de la revista se recoge el tema ampliamente elaborado por José Martín,
pero sí quiero subrayar que es un instrumento utilísimo para conocer mejor
nuestras pretensiones, para expresar nuestras impresiones, para reflejar
nuestro propio punto de vista sobre lo que ocurre en la clase. A veces,
podremos escribir y sistematizar la información recogida alrededor de algún
problema concreto, a veces serán sólo impresiones generales, a veces
reconstruiremos el diálogo con algunos grupos, a veces escribiremos sobre lo
que pensábamos que haríamos y lo que creemos que hemos hecho, a veces quizás
sólo escribiremos una frase y tal vez en otras nada,... El proceso de
escribir, describir, nos permite introspeccionarnos,
analizar y reflexionar sobre nuestras concepciones, reflejar nuestros pensamientos,
mostrar nuestras angustias y preocupaciones, quizá también para distanciarnos
de ellas o para entenderlas mejor dónde se originan. El diario además es
fundamental para elaborar ideas sobre lo que estamos haciendo, y trabajar con
ellas, y este conocimiento acumulado es imprescindible para evolucionar y por
supuesto para transformar. Llevar un diario es difícil
por el tiempo, pero también porque no estamos acostumbrados a ello. Durante
las clases apenas podemos recoger algunas impresiones o anotar las palabras
clave que nos ayudarán después a reconstruir lo vivido. Es un ejercicio que
requiere esfuerzo porque cuando podemos no tenemos tiempo, y cuando lo tenemos
nos da pereza volver otra vez a repensar lo sucedido. Nuestro tiempo lo
destinamos a la acción sobre todo inmediata, y poco es el espacio para la
reflexión sobre nuestras acciones (3). Por eso,
requiere esfuerzo y sistematidad.
Pero todo es proponérselo, y priorizar lo que nos parece importante. Quizá
podemos escribir un día a la semana, o durante varios días algunas semanas,
depende de lo que nos preocupe, pero de todas formas creo que es imprescindible
pasar por la experiencia de escribir un diario lo más completo posible algunas
veces durante el curso. O encontrar el sistema que mejor se ajuste a nuestras
necesidades para recoger nuestro punto de vista de la realidad educativa que
construimos día a día.
Pero no es suficiente recoger sólo nuestra
perspectiva. Si así fuera sesgaríamos lo que ocurre,
porque nuestra visión no es la única. Muchas veces nos quedamos pensando e
interpretando las caras, las miradas, los gestos, las intervenciones de los
alumnos y alumnas; muchas veces nos preguntamos si realmente les ayuda a
construir su conocimiento lo que hacemos en clase, si los textos que
presentamos son fáciles de manejar; si las tareas que hacemos sirven para lo
que nos proponemos, si realmente se sienten libres para expresar sus ideas, si
intercambian y argumentan sus posturas en el trabajo en grupo y si éste sirve
para discutir, formular nuevas hipótesis, aprender de los diferentes puntos de
vista, etc. Cómo podemos saberlo si no preguntamos su opinión sobre cómo ven y
viven las clases. A menudo, el alumnado suele hablar de lo que ocurre en clase
en los pasillos, en el recreo, o en el bar ‑en el caso de la universidad‑
e igualmente el profesorado habla a sus espaldas, pero como manifiesta C. Hull (1986, 63) “lo
que no es nada frecuente es que ambas partes reflexionen y hablen juntas acerca
de lo que ocurre en las clases. Puesto que no lo hacen no llegan a una
experiencia común, compartida por ambas partes, de su realidad y los dos grupos
construyen diferentes experiencias a partir de acontecimientos que han
compartido”. Depende de las pretensiones y valores que queramos fomentar
en nuestras relaciones y depende de que concepción del conocimiento queramos
transmitir, saber y compartir nuestras visiones creo que es imprescindibles
para crear otra complicidad que no sea la del poder y la del control.
En la escuela es difícil disponer de tiempo para
hacer entrevistas más o menos largas
con los estudiantes. Quizá quien pueda hacerlas es el profesorado responsable
de una tutoría, pero seguramente tendrá que seleccionar a quién o quiénes
entrevista porque el escaso tiempo no permite hacerlo a todo el grupo. Pero es
una estrategia que podemos aprovechar si tenemos ese tiempo de tutoría o en
colaboración con el tutor o tutora del alumnado de quienes necesitamos
información para contrastar puntos de vista sobre la marcha y la dinámica de
las clases.
Una alternativa a las entrevistas pueden
ser las conversaciones informales
que pueden surgir de forma más espontánea. A menudo, podemos aprovechar las
oportunidades en clase cuando están trabajando en grupos, para compartir con
ellos y ellas las discusiones sobre los temas, para conversar sobre la marcha
de las clases, para escuchar sus propias voces sobre lo que les inquieta, lo
que no marcha, lo que no ven claro. Tenemos oportunidades para acercarnos y
aprender de ellos y ellas. Para mí estas conversaciones informales,
pretendidamente buscadas, me dan muchas pistas para aproximarme a que la clase
sea cada vez más un diálogo compartido y así la información que recojo de los
grupos de trabajo me es útil para la preparación de las siguientes. Sus voces
son el eco que me orienta a ser sensible a lo que necesitan y a lo que
necesito, a lo que puede ser adecuado. Pero para eso es importante tomar nota
de lo que se dice y de todo lo que pueda ayudarme y ayudarnos a interpretar lo
que ocurre.
También es importante recoger la información varias
veces durante el curso, y que contestan de forma anónima algunas cuestiones
relativas a las clases, es decir pasar algún cuestionario de preguntas abiertas que permitan al alumnado
exponer sus puntos de vista. Cuando no se dispone de mucho tiempo, incluso
para tomar el pulso de lo que pasa en un momento determinado es útil, por
ejemplo, que contesten su impresión acerca de un acontecimiento que haya
ocurrido, que sugieran ideas para trabajar un tema determinado, para que
valoren que hubieran cambiado al finalizar un tipo de trabajo, qué sienten o
qué les preocupa del trabajo en grupo, o de los procesos de evaluación, etc.
Incluso, a mi, me sirve un ejercicio muy simple
aparentemente pero me da pistas para saber donde hay que escudriñar más a
fondo, donde hay que pararse a reflexionar: La instrucción es que escriban 4 ó
5 aspectos que valoran positivamente y 4 ó 5 inconvenientes que destacarían de
las clases y cómo podrían superarlos. Una vez he sistematizado esa información
la devuelvo al grupo y comento lo que me sugiere y exponemos que posibilidades
tenemos de cambiar y también que limitaciones encontramos ambos. Hay
diversidad de técnicas que podríamos utilizar para comunicarnos mútuamente nuestras perspectivas: por ejemplo a partir de
una libreta de impresiones de las
clases. En estas páginas podemos comunicar libremente ‑alumnado y profesorado‑
nuestras impresiones sobre que sentimos, que nos preocupa, que nos motiva, que
nos interesa, y al cabo de algún tiempo leerlas y comentarlas conjuntamente.
También puede ser factible una carta
anónima dirigida a la clase o al profesorado y al revés, podemos escribirlas
nosotros para la clase, para un grupo, etc., depende de lo que se pretenda,
sobre aquellos aspectos que nos parece importante recoger como datos. Seguros
que ideas hay a miles, sólo cabe pensar cómo nos acercamos más unos a otros
para aprender y dar sentido a lo que estamos haciendo.
Añadiría, aunque sea de forma muy breve, algunas
consideraciones en torno al uso de técnicas para recoger los puntos de vista
de las otras personas. Hay que plantear en clase por qué es importante hacerlo
y para qué sirve. Es importante que nos aseguremos que su anonimato sea salvaguardado
(4). Y además, han de ver que eso es útil porque la
comunicación y las relaciones mejoran, porque ven que sus opiniones sirven
para cambiar algo. Ese tipo de ejercicios se realizará con tiempo suficiente, o
sea que no podemos hacerlo cuando falta poco para terminar una clase y salir al
recreo; en todo caso vale más no hacerlo ni intentarlo porque traicionaremos
el valor y el sentido de hacerlo. También hay que tener en cuenta que el
alumnado no está acostumbrado a dar sus opiniones. Siempre han decidido los
profesores y profesoras lo que es “mejor”
para ellos. O sea que cuando ponemos en marcha esos procesos, dependiendo del
tipo de relación o expectativas que establezcamos con el alumnado, puede ser
que desconfíen, que no se lo tomen como algo que vale la pena, y sus respuestas
estén condicionadas para quedar bien, para “hacer
la pelota” o pretendan molestar al profesorado. En parte es lógico
porque, como he dicho antes, el papel del profesorado y alumnado está construido
socialmente y se manejan referentes claros sobre quién tiene autoridad y
quién detenta el poder. Crear otro clima y relación de
comunicación también requiere aprendizaje.
Otra forma de recoger información para discutir
sobre lo que ocurre en el aula es a partir de contrastar nuestra perspectiva y
la del alumnado con la observación en el
aula. Es decir cada persona puede tener impresiones, opiniones y sus
referencias sobre lo ocurrido, pero creo que es interesante poderlo contrastar
con alguien que haya tomado notas descriptivas sobre lo que ha pasado y se
puedan reconstruir los diálogos, el trabajo que se ha hecho, las instrucciones
que se han dado, la organización y distribución de tiempos y espacios, etc.
Cuando no es posible disponer de algún colega, y a menudo no lo es (5),
podemos grabar las clases con cassettes, o si
disponemos de video mejor, o también depende de la edad del alumnado pueden
ellos o ellas responsabilizarse de hacerlo. En el caso de la observación,
también haría referencia a la poca cultura profesional colaborativa
que existe entre los docentes. Pensamos que si alguien viene a nuestra clase
quizá sea para criticarnos y no para ayudarnos. Y estos supuestos son
razonables por toda la tradición que arrastramos sobre un estilo determinado de
realizar observaciones en el aula, sobre todo por parte de personas ajenas a
la práctica educativa que la investigaban para sacar sus juicios de valor sobre
el trabajo docente en términos de lo que está bien o lo que está mal. Por eso
es lógico que el profesorado se resista a ello. Pero ahora cuando expongo la necesidad de investigar en el aula no lo hago en
esos términos, más bien al contrario. La actitud de buscar y reflexionar con
otros colegas desde la complicidad, honestidad, confianza y afecto es
imprescindible. Es cierto que no podemos desvincular nuestras observaciones de
nuestros juicios de valor y las descripciones que realizaremos pueden estar
afectados por ello. Pero, como he dicho, la actitud y el sentido de para qué se
hace juega un papel muy importante. Y una vez
negociados los propósitos podemos intentar observar
lo que ocurre y anotar datos sobre lo que vemos que pasa, lo que oímos, sentimos,
y separarlo, al máximo que sea posible, de la interpretación que nos sugiere.
Quizá la interpretación de lo sucedido la podamos encontrar cuando comentemos
los datos conjuntamente ‑alumnado, profesorado, colega‑ y
contrastemos los significados que otorgamos a lo que ha ocurrido. Desde mi
experiencia y perspectiva ésta es una de las formas de investigación quizá más
interesante, porque es una oportunidad exquisita para comentar y analizar las
actitudes que mostramos y reflexionar sobre cómo tenemos interiorizadas unas
determinadas maneras de entender el papel “de
estudiante” y el papel “de
profesorado” y cómo podemos replantearnoslos.
Del análisis del documento sólo destacaré que
también puede ser una fuente de información para recoger datos con la finalidad
de interpretar lo que estamos haciendo. Me refiero tanto a los documentos de
tutoría, del profesorado (programaciones, materiales, ficheros de actividades,
etc.), como del alumnado (trabajos escritos, libretas de clase, etc.), como
también puede sernos útil los que genera la propia escuela o administración
(normativas, comunicaciones a los padres, proyectos educativos, etc.).
Y para terminar, añadiría que toda información
recogida de las clases con distintas técnicas y desde diferentes perspectivas,
y durante un período prolongado ‑un trimestre o un curso‑ nos
permitirá sistematizar la información (6) y servirá para poder valorar
cualitativamente todo el proceso seguido. Lo ideal sería realizar un documento
escrito, un informe donde se recogieran los datos sistematizados y
devolverlos al alumnado. De hecho algunos alumnos y alumnas toman conciencia
de lo que pretendíamos en clase cuando leen el informe y ven sus voces
recogidas. El informe no tan sólo sirve para valorar el proceso conjuntamente
con el alumnado, sino también para poder compartir nuestras experiencias educativas
con las de otras compañeras o compañeros de trabajo. De esta manera se haría
público lo que siempre ha quedado reservado, y así romper el silencio de
nuestras voces como docentes.
Y para poner fin a todo ese hilo encadenado de
reflexiones y estrategias sobre la investigación en el aula, destacaría que
alentar los procesos de investigación con el alumnado y con nuestros colegas es
promover y apostar por una concepción de enseñanza crítica, reflexiva y humana
lejos de los que quieren que la enseñanza se reduzca a las aplicaciones
técnicas y a un mero recurso instrumental para conseguir resultados que otras
personas deciden alejadas de la realidad concreta de cada una de las aulas.
Creo que el valor educativo de nuestras prácticas está en desafiar estas
últimas pretensiones.
BIBLIOGRAFÍA
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negociada. En C. Marcelo y P, Mingorance (Ed), Pensamiento de profesores y desarrollo profesional
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éticas. Repensando el papel del profesorado en la Universidad. Comunicación
presentada al Congreso Internacional de Didáctica, la Coruña, 1993.
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el profesor‑. Barcelona: PPU, 1989.
Hulls, Ch. Cómo lograr la
triangulación cuando sólo hay dos en el cuadrilátero. En InvestigaciónAcción
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diseño cualitativo en investigación educativa. Madrid: Morata, 1988.
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Porlán, R. y Martín, J.: El diario del profesor. ‑Un
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1991.
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planifcar la investigación Acción. Barcelona: Laertes, 1988.
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investigación. Barcelona: Paidós Studio, 1986.
Torres, J.: El currículum oculto. Madrid: Morata,
1991.
Santos, M.A.: Hacer visible lo cotidiano. Madrid: Akal,
1990.
Walker, R.: Métodos de investigación para el profesorado.
Madrid: Morata, 1989.
Woods, P.: La escuela por dentro. ‑La etnografía en
la investigación educativa‑.
Winter, R.: Learning from experience. Principles and
practice in Action‑Research. London: The Falmer
Press, 1989.
NOTAS
(1) Sobre este tema puede verse el artículo de
Nieves Blanco en este número.
(2) Cada vez más podemos consultar bibliografía
sobre este tipo de técnicas. En estos libros se pueden
encontrar ideas y sugerencias sobre diferentes técnicas de recogida de datos
cualitativos, orientaciones para el análisis de éstos y para la redacción de
informes. Elliott, J y otros. (1986): Investigación
/acción en el aula; Hopkins, D. (1989): La investigación
en el aula. ‑Guía para el profesor‑; González, R. y Latorre, A. (1987): El mestre
investigador, Kemmis, S. y McTaggart,
R. (1988): Cómo planificar la investigación‑Acción
educativa; Porlán, R. y Martín, J. (1991): El diario
del profesor. ‑Un recurso paro la investigación
en el aula‑; Taylo, S. J. y Bogdan,
R. (1986): Introducción a los métodos cualitativos de investigación; Santos, M.
A. (1990): Hacer visible lo cotidiano; Walker, R. (1989): Métodos de investigación para el
profesorado; Woods, P. (1986): La escuela por dentro.
‑La etnografía en la investigación educativa‑.
(3) El profesorado que trabajamos en la universidad
tenemos menos horas de docencia, porque se nos reconoce las horas dedicadas a
la investigación, pero no precisamente se entiende por ello o incluya la
investigación sobre nuestras prácticas en el aula. Eso tampoco forma parte de
nuestro trabajo.
(4) A veces he percibido como el profesorado habla
de sus alumnos y alumnas comos si no fuera importante resguardar su intimidad.
Total, no son adultos. Creo que ese poco respeto hay que replanteárselo ¿Por
qué podemos hablar con tanta tranquilidad a los padres, a otros colegas, lo
que quizá nos han confiado y confesado nuestros alumnos y alumnas?
(5) En la Universidad tenemos más oportunidades
porque no siempre nos coinciden los horarios y podemos realizarnos las
observaciones de clase entre colegas con quien compartimos las inquietudes.
(6) Puede ser de ayuda consultar la bibliografía
antes reseñada en otra nota anterior, porque podemos encontrar sugerencias
para emprender análisis cualitativo de datos.