LOS DOCENTES: PROFESIONALES EN BUSCA DE SU AUTOFORMACIÓN

 

"Es preciso ver al profesor como agente más que como usuario pasivo de técnicas o destrezas de enseñanza, operario marginal de un sistema de tecnologías ...." (Gage, 1.975)

 

La Formación del profesorado, entendida ésta en su doble vertiente: Formación inicial y Forma­ción permanente, ha sido un tema que ha preocu­pado siempre a las sucesivas administraciones educativas, si bien, por el momento histórico en unos casos y por convicción propia en otros, ha supuesto una serie de tremendas lagunas en la personalidad de lo que hasta ahora se entendía como "un buen profesional".

Durante algo más de tres décadas (de los 40 a los 60) se tuvo el convencimiento de que la voca­ción, la experiencia y los conocimientos adquiri­dos durante la carrera bastaban para formar a ese "buen profesional" a la hora de enfrentarse a la tarea de enseñar. Es más tarde cuando, gracias a las aportaciones de la psicología y la pedagogía (60‑70) se da protagonismo a ciertas teorías ema­nadas de esas dos disciplinas, adquiriendo enton­ces la enseñanza un carácter fundamentalmente técnico, al inspirar esa(s) teoría(s) la práctica pedagógica.

Es solamente a partir de la década de los 80 cuando se ve la necesidad de plantear estrategias de colaboración entre el profesorado y la Univer­sidad, cuando nace al tiempo la figura de los denominados CEPs, que establecén un vínculo más cercano con el mismo.

El objetivo de este dossier no es otro que el de mostrar en una serie de trabajos la idea de la formación del nuevo/a profesor/a, entendido éste como un verdadero profesional responsable y crí­tico con su trabajo, colaborador en el ámbito en que desarrolla su tarea, reflexivo con lo que hace y, en fin, consciente de sus limitaciones.

Pero antes de llegar al aula, un profesor ha pasado una serie de años recibiendo una supues­ta formación que en muchos de los casos de poco o nada le servirá para lo que luego se ha de encontrar en el aula. El estudiante normalmente repetirá en su aula lo vivido en la Escuela de Magisterio donde se formó. Vivirá la contradic­ción de no poder criticar el sistema educativo, habiendo sido preparado en cambio para criticar e interpretar el mundo (Gimeno S.). Entenderá la práctica siempre subordinada a la teoría que aprendió y que ahora no le sirve. José A. Rojo, en su artículo aboga por un aprendizaje profesio­nal donde teoría y práctica forman un todo inse­parable; donde será necesaria una acción y una reflexión sobre la propia acción (idea de "Practi­cum") y donde las Prácticas de enseñanza se conviertan en un primer estadío para la investi­gación. Los alumnos de magisterio deberían ser "consumidores críticos" de las investigaciones (Zeichner.93).

Una vez que los alumnos han logrado acceder a un puesto de trabajo docente, entra en juego el papel de las instituciones, no olvidando de ningu­na manera el que han cumplido y siguen cumplien­do los MRPs. Ambos se responsabilizarán en buena parte de su reciclaje profesional. En el artí­culo de Agustín G. Lázaro podremos ver la postu­ra crítica de un coordinador de CEP con respecto al papel que desde su creación han venido desem­peñando estas instituciones en la Formación Per­manente del profesorado. La primitiva idea de ofertar cursos se ha venido transformando en un modelo más cercano a escuchar las demandas de los docentes en un intento dinamizador del deba­te pedagógico de los centros. Sin embargo las estructura actual de los CEPs favorece un merca­do de méritos que según García Lázaro terminará con su propia existencia y razón de ser.

La concepción inicial del docente como profe­sional se ha ido deteriorando. Quizá habría que volver a los centros y a quienes los integran, es decir, a los profesores/as. Quizá la responsabili­dad de formarles no deba emanar de una o varias instituciones o colectivos, sino de ellos/as mis­mos/as, ya que hasta ahora ha existido bastante desconexión entre las ofertas de perfecciona­miento y la realidad de los propios centros.

Partir del conocimiento que tiene el docente, de la colaboración, intercambio y reflexión com­partida a desarrollar en su centro, y de la idea de entender la tarea educativa como "empresa colectiva" (Ángel Pérez. 93), nos acerca más a la imagen del profesional reflexivo, crítico y autóno­mo que a la de aquel que no deja de ser puro intermediario que asume un papel pasivo y rutina­rio en su práctica pedagógica. Aceptar esa "aper­tura intelectual" (Zeichner. 93) que admite la posibilidad de cometer errores y de considerar al mismo tiempo el punto de vista de los compañe­ros del mismo centro, nos alejará aún más de la casi inevitable alienación y aislamiento profesional que sufrimos.

Ideas todas éstas que son desarrolladas ampliamente en dos interesantes artículos de Cristina Granado (Univ. Sevilla) y Fernando Her­nández (Univ. Barcelona).

Pero el profesor es también ciudadano de una sociedad en constante evolución. Comprometido con la vida pública, política, social y cultural más próxima a su entorno;intelectual preocupado por los problemas más acuciantes de nuestro mundo (racismo, sexismo...) Profesional en definitiva que, llegando a comprender la relación entre demo­cracia y escuela, pueda organizar su aula en torno a la idea del poder que,sobre sus vidas, puedan llegar a tener los futuros ciudadanos ahora bajo su tutela.

El profesor Giroux critica, pues, en otro artí­culo del dossier la idea, equivocada para él, del profesor centrado exclusivamente en la escuela y plantea, entre otras, la necesidad urgente de entender su función como enmarcada dentro de un contexto social y político que le haga a su vez evitar el agotamiento irremediable que muchos sentimos.