J. Félix Angula Rasco.
Dpto. de Didáctica y Organización Escolar de la Universidad de Málaga.
Ante la dificultad de
abordar esta problemática, el autor desarrolla tres cuestiones principales:
complejidad y dispersión del concepto, distintas acepciones del término e
importancia actual de analizar criticamente lo que representa el
neoliberalismo.
Apuesta por el término
neoliberal por estar más ligado a la economía (eje central del trabajo) y sus
derivaciones educativas.Analiza el tránsito de lo cuantitativo a lo cualitativo
en los sistemas educativos.
Finaliza apostando por un
futuro abierto, desde la esperanza y la ilusión de ver realizada la cualidad de
la ciudadanía supranacional, democrática, autónoma e informada.
1.Introducción.
La dificultad inmediata
que nos encontramos si queremos abordar la 'problemática' que plantea el título
de este trabajo se encuentra en saber a qué llamamos neo‑liberalismo;
cuestión que no es baladí, en tanto supone plantearnos tres problemas
iniciales de distinta entidad, pero de considerable importancia. El primero se
encuentra en que la definición de dicha corriente política se complica al
desparramarse sus discursos y sus acciones por campos genéricos tan importantes
y complejos como la cultura, la economía y la teoría democrática, por poner
unos pocos ejemplos. El segundo, se debe a que la denominación utilizada en el
título de este trabajo aparece 'indistintamente' sustituida por otras
acepciones que actúan como sinónimos políticos de la misma; tales como los de
'nueva derecha' y 'neo‑conservadurismo'1. Y el tercero, se resume en una
simple, pero importante pregunta: ¿es el neoliberalismo tan importante como
para tenerlo en cuenta y convertirlo en objeto de análisis crítico? Quisiera
abordar a continuación, y brevemente, estos dos últimos problemas, dejando el
primero, como eje central de este escrito.
2. ¿Es tan fiero el
Neoliberalismo como lo pintan?
Probablemente, uno de los
procesos de análisis político más complejos sea el aislar los componentes
químicamente puros de las tendencias ideológicas existentes y pasadas. En
realidad, el químico político se enfrenta (afortunadamente) a dos factores que
hacen de su trabajo de laboratorio una empresa casi imposible: Por un lado, las
ideologías pueden conformarse (proceso que se acentúa con el tiempo) a través
de la 'ínter‑relación' de posiciones y concepciones (cosmovisiones, si
se prefiere)2 diversas; es más, dependiendo del ámbito social propio del que se
trate, es posible utilizar varias denominaciones que aun manteniendo
concomitancias, paralelismos y supuestos comunes difieren en importantes
matices con respecto a puntos concretos del ámbito socio‑político del que
se trate. Añádase a ello, que cuando se compara la práctica política de una
supuesta ideología en varias naciones‑estados pueden encontrarse,
frecuentemente, marcadas variaciones debidas al pasado y al presente político,
económico, cultural y social de cada país en particular. Este es posiblemente
el caso del Neoconservadurismo. Tal como Rieger3 señala, el neo‑conservadurismo
americano se nutre de corrientes que van, en un espectro amplio pero muy
concreto, desde el liberalismo hasta la derecha conservadora (reaccionaria y
aristocrática), pasando por el tradicionalismo conservador; en Alemania, sin
embargo, los neoconservadores no han sido indiferentes a la filtración de un
conservadurismo reaccionario y xenófobo con reminiscencias del viejo, y
desgraciadamente no extinto, nacionalsocialismo4.
Una forma simplificada de
afrontar esta circunstancia se encuentra en aceptar las que podrían
considerarse dos tendencia básicas de la corriente ideológica que nos ocupa:
una liberal y otra conservadora. La primera más relacionada con conceptos como
monetarismo, mercado, desarrollo tecnológico; y la segunda con aristocracia,
autoridad, militarismo y valores religiosos, por ejemplo5. Otra opción
bastante menos simple y más comprensiva es la de Dubiel quien afirma: "El
Neoconservadurismo es una doctrina de reacción. Moviliza... argumentos de la
economía política neoliberal, de la sociobiología y de la genética humana, de
la crítica al marxismo positivista, de la crítica cultural conservadora y de la
teoría elitista de la democracia para la defensa política de una racionalidad
«liberal» de las sociedades occidentales percibida como amenaza"6.
En realidad, estas dos
posturas son complementarias, en el sentido de que el 'neoliberalismo' es, en
definitiva, una ideología política que reacciona contra cualquier otra
ideología que recoja o asimile no sólo componentes socialistas, sino también
muchos elementos del viejo liberalismo decimonónico7; aunque por razones
distintas. Pero estas aclaraciones no despejan una pregunta que late tras estas
líneas, y que cualquier persona estaría dispuesta a formular: ¿Por qué
utilizar la denominación 'neoliberalismo', y no las otras? Debo confesar que no
tengo una respuesta concluyente; lo más que puedo ofrecer es un 'comodín
conceptual'; el siguiente: la acepción neoliberalismo me parece adecuada tanto
si con ella queremos hacer hincapié en los componentes más bconomicistas
(mercado y privatización) que propugna esta corriente, como si, por añadidura,
percibimos implícitamente la capacidad que estas ideas tienen para infiltrarse
(o ser asimiladas sin más) por partidos y pensadores (?) socialdemócratas;
algo sobre lo que volveremos más tarde.
Por otro lado, la
acepción 'neoconservadora', resulta también pertinente si nos detenemos en
otros factores como la acentuación aristocrática, la nueva/vieja
religiosidad, el cuestionamiento, no necesariamente frontal sino encubierto,
de los derechos humanos, la ley y el orden, el racismo, el puritanismo sexual y
otros temas por el estilo. Por último, 'nueva‑derecha' también resulta
'eficaz', si la empleamos para denominar el conjunto de partidos que van desde
el centro hasta la derecha no 'constitucional' (excluyendo a esta última por
el momento, claro está). Para situarnos, aquí entrarían en nuestro caso, no
sólo partidos como el Popular (de ámbito nacional), sino muchos partidos
nacionalistas o generados en la propia dinámica política de las autonomías
(Partido Nacionalista Vasco; Convergencia y Unión; Unión del Pueblo Navarro;
Unión Valenciana, etc.).
Teniendo todo ello en
cuenta, continuaré utilizando la acepción 'neoliberalismo' por motivos particulares:
primero, porque el contenido de este trabajo girará especialmente alrededor de
la problemática económica que esta corriente plantea, y es desde ella, desde
donde abordaremos, fundamentalmente, las derivaciones sobre la educación;
segundo, porque es más fácilmente perceptible el peso que las posiciones
económicas neo‑liberales tienen en los, así denominados, políticos
social‑demócratas, que la filtración en ellos de otros elementos de raíz
más conservadora y aun reaccionaria. Lo que nos lleva a la pregunta que
encabeza este apartado.
Existen dos terrenos
'institucionales' que, por sí mismos, conforman la plataforma básica para que
una ideología política impregne no sólo el modo de concebir e interpretar nuestro
entorno social (y nuestras posibilidades futuras), sino también la acción
política práctica. Una es la 'publicidad' que pueda generarse de las ideas, la
otra, que políticos representantes o transmisores de dichas ideas ocupen el
poder ejecutivo y el legislativo8. Los neoliberales se han cubierto,
ciertamente, de éxito en estos dos terrenos de confrontación. Ambos casos se
han dado durante la década de los años ochenta, aunque
el primero, tendría que retrotraerse,
al menos a la década de los sesenta. Los intelectuales neoconservadores,
algunos de los cuales con pasado socialdemócrata, han tenido y tienen a su
disposición poderosos mecanismos para propagar sus doctrinas; mecanismos que
van desde revistas (The Public Interest, por ejemplo), a fundaciones (con
amplia disponibilidad presupuestaria como la «Heritage Foundation» en USA, el
Instituto de «Economice Affaires» en el UK o la «Fundación Santa María» en
España), pasando por la prensa escrita y medios audiovisuales que suelen actuar
como monopolios9. Estas plataformas de propaganda han servido y ha sido
ocupadas por 'intelectuales' que no solamente han ofrecido los cimientos
ideológicos (filosóficos y políticos) del discurso neo‑liberal (como F.
A. Hayeck y A. Bloom) sino que también han apoyado activamente y se han servido
de 'científicos sociales' cuya misión ha sido aportar fundamentos empíricos a
la doctrina neoliberal (como D. Bell, J. M. Buchanan, J. E. Chubb, T. M. Moe,
Ch. Morrish); algunos de estos últimos son los que activamente han trasladado
y transformado los elementos clave de dicha ideología en propuestas educativas
y sociales concretas o, no menos importante, han pretendido socavar los más
arraigados argumentos del contrario10.
Por otro lado, apoyándose
en este manifiesto poder 'publicitario', y desde finales de los años setenta y
hasta el presente, hemos sido testigos de la entrada en el gobierno de las
'principales' naciones capitalistas occidentales de partidos y políticos profesionales
que han colocado como estandarte de acción legislativa la ideología
neoliberal. Pero este acontecimiento histórico quedaría reseñado muy en la
superficie si no tenemos en cuenta dos cosas: En primer lugar, y tal como
señala Offe11, una clase media cuantitativamente considerable (que ha crecido
de forma sostenida desde el final de la segunda guerra mundial), con altos
ingresos, cierta seguridad en el empleo y 'bienestar privado' considerable, ha
reorientado sus preferencias políticas hacia las alternativas privadas,
individualistas y de mercado, conectando claramente con dicha ideología. En
este sentido, esta mayoría satisfecha, como la denomina Galbraith12, no sólo ha
resituado sus votos en los partidos neoliberales, sino que ha encontrado en ellos,
la expresión política de sus nuevas 'tendencias' y 'necesidades'. Esto quiere
decir, que los neoliberales no han llegado al poder solamente por el mero
efecto de su 'propaganda' (de suyo muy importante), sino por haber representado
la solución a los temores ‑políticos, sociales y económicosque dicha
clase media satisfecha ha ido sintiendo frente al estado de bienestar y la
crisis económica internacional (elementos estos últimos, alentados, eso sí,
por la propaganda neoconservadora misma)13.
En segundo lugar, no
olvidemos tampoco, que el neoliberalismo no es una doctrina que nutra
exclusivamente a los partidos que conforman la nueva‑derecha. La
mayoría, si no la totalidad, de los partidos socialdemócratas, han adoptado
políticas neoliberales en la economía, reestructuración de la producción y la
esfera laboral, como única salida de la crisis; políticas que en ocasiones han
sido mucho más radicales, en este terreno, de lo que cabría esperar incluso de
los partidos conservadores14.
El neoliberalismo es hoy,
ciertamente, una ideología hegemónica, para utilizar la expresión de
Gramsci15, extendida en grupos intelectuales, en medios de información, en
instituciones y fundaciones y que, además, forma parte estructural de la formas
de comprensión, decisión y actuación de la 'cultura de clase media satisfecha',
lo que a la postre resulta más preocupante. Por ello, la 'fiereza' del
neoliberalismo no estriba ni en el contenido ni en la validez de sus
argumentos, ni siquiera en el éxito, muy discutible, de sus acciones políticas
en los gobiernos en los que se han instalado16. El neoliberalismo es
actualmente una ideología fuerte porque impregna más profundamente de lo que
podemos imaginar tanto la cultura social de un sector mayoritario de la
sociedad civil, como, así mismo, la cultura política de las élites gobernantes,
administradores, funcionarios y técnicos cualificados.
3. Ascenso y Caída del Estado de Bienestar: o el paso de lo cuantitativo a lo cualitativo en los sistemas educativos.
Para comprender las
repercusiones que el neoliberalismo ha tenido en los sistemas educativos de
masa, quisiera tomar como punto central de discusión, la así denominada «Crisis
de los Estados de Bienestar», por ser este un terreno en el que confluyen tanto
las políticas económicas con las políticas sociales en general. Como es bien
conocido, la definitiva implantación de los 'Estados de Bienestar' (tal como
ahora se los conoce) en los países con democracias capitalistas
industrializadas ha tenido lugar, de manera que podríamos considerar
especialmente definitiva, tras la segunda guerra mundial. Dichos Estados, que
han sido el elemento clave para la expansión 'apaciguada' y no excesivamente
conflictiva de la economía capitalista, se distinguen por tres características
básicas17: Una fuerte intervención estatal en la economía, a través de
la cual se pretendía regular el mercado, para mantener el pleno empleo y una
economía activa orientada a la demanda18; la provisión pública (estatal) de
servicios sociales universales, como sanidad, educación, vivienda, desempleo,
pensiones y ayudas familiares; y la asunción por el estado de la
responsabilidad en el mantenimiento de "un nivel mínimo de vida,
entendido como un derecho social... no como caridad pública para una minoría,
sino como un problema de responsabilidad colectiva hacia todos los ciudadanos
de una comunidad nacional moderna y democrática"19.
Si centramos ahora
nuestro punto de vista en la educación, podemos darnos cuenta que son las dos
últimas características, pero concretamente la segunda, la que nos interesa
comentar aquí. Efectivamente, sin necesidad de realizar complejos análisis, la
edad de oro del Estado de Bienestar (como la ha denominado Gough20), ha de ser
interpretada en cuanto ala educación se refiere como el impulso decisivo para
comprender lo que en otro lugar he denominado el ciclo de 'consolidación
cuantitativa de los sistemas de educación de masas21, que se distinguen por
cuatro elementos: el primero, las altas tasas de escolarización obligatoria;
segundo, la presencia de una administración educativa central con una
burocracia considerable encargada del control, seguimiento y distribución de
los recursos materiales y humanos; tercero, la existencia de leyes de
educación obligatoria, leyes que expresaban directamente la responsabilidad
colectiva de todos los ciudadanos por el acceso a la 'cultura' y al desarrollo
intelectual de las generaciones futuras; y el cuarto, por la introducción y la
generalización,22 del proceso de incorporación en una colectividad de los
futuros ciudadanos a través de la autoridad simbólica que han ejercido los
estados‑nación sobre la escolarización de las masas. Sobrestimando este
último elemento, el más ideológico de todos ellos, pero reconociendo el
importante papel que juega los anteriores, es dable afirmar que el ciclo
cuantitativo podría denominarse el ciclo de la educación para la ciudadanía.
23
Sin embargo, dicho ciclo cuantitativo está dejando paso desde mediados de los años setenta (en coincidencia con la propagación de la doctrina neoliberal) a lo que, para continuar con la terminología, podemos denominar 'ciclo cualitativo'; es decir, un ciclo que organiza los discursos desde el poder alrededor de la idea de 'calidad de los sistemas educativos'. Incluso los expertos en educación de la O.C.D.E.24, en un informe recientemente publicado, advierten este cambio de ciclo, que es para ellos, un importante cambio de preocupaciones. Pero para explicar esta transformación, de problemas cuantitativos a problemas cualitativos que hacen referencia a aspectos 'internos' e 'ideológicos' del propio sistema, no basta asumir que la situación que comenzamos a vivir actualmente y las preocupaciones que lentamente comienzan a ocupar un lugar destacado en los medios de comunicación, en los foros 'científicos' y en el discurso de la administración de turno, son una sucesión histórica y lógica de las anteriores. En realidad, tenemos que volver al Estado de Bienestar para entenderlo, pero ahora en relación a las críticas formuladas contra él, y a las recomendaciones para superar sus crisis internas.
Veamos brevemente algunos
de los elementos críticos que se han destacado25. Uno de los que más literatura
ha recogido es el relativo al déficit público o fiscal, y que tiene que ver con
la dificultad de las políticas redistributivas para satisfacer el aumento de
las demandas sociales generadas por el propio estado de bienestar 26. Pero el
déficit fiscal, no estriba exclusivamente en la ideología que determina la
importancia política de cubrir necesidades sociales, sino que se apoya, a su
vez, en la desconfianza sobre las políticas económicas de demanda. Desconfianza
centrada en la, para los neoliberales, profunda alteración de las condiciones
de realización de la producción y la acumulación capitalista, el incremento
de los costes salariales, las atribuciones alcanzadas por los sindicatos, la
excesiva regulación del estado, la ineficacia de la propiedad pública de
estructuras típicas de mercado y el efecto negativo del 'igualitarismo' del
sistema impositivo cerrando el paso a la inversión privada.
Junto a estos elementos
se ha destacado otros, que son los que más nos interesan aquí: Los problemas
administrativos y los problemas políticos27. En cuanto a lo primero, es relativamente
sencillo comprender que un sistema de asistencia social en cualquiera de los
ámbitos que dicha asistencia comprenda, requiere, indefectiblemente, una
estructura administrativa extensa e importante. Ello supone un aumento de la
carga burocrática en general y una burocratización creciente del estado;
llegando, como se ha denunciado desde las filas neoconservadoras a la directa
intromisión de la administración misma en la esfera (vida) privada. Pero, la
acusación, no es tanto con respecto a la citada carga burocrática, algo que
siempre ha existido en los estadosnaciones occidentales, como al potencial
que para algunos acarrea de destrucción y paralización de la iniciativa
individual. Como se ha repetido hasta la saciedad, parafraseando a Adam Smith,
en el Estado de Bienestar, la mano del 'estado' es más visible y predomina en
detrimento de la 'invisible' del mercado.
En cuanto a lo segundo,
los problemas políticos que se destilan de los anteriores, suponen, de alguna
manera, un replanteamiento de la concepción liberal de la democracia o, si se
prefiere, un ajuste de cuentas del neo‑liberalismo con respecto a la teoría
de la democracia. Es fácil aceptar que una situación de estado de bienestar,
genera, intensiva y extensivamente unos bienes culturales e intelectuales,
además de la satisfacción de necesidades básicas primordiales, que confieren a
una amplia mayoría (y no sólo de clase media) posibilidades 'políticas'
impensables en otra situación. Estas nuevas posibilidades políticas pueden
expresarse en los ideales de ciudadanía y de transformación de la democracia.
Democracia que podría pasar de ser un procedimiento 'mecánico' de alternancia
representativa en el poder a convertirse en una forma de cultura política que
impregne la vida cotidiana con la exigencia
de la participación
activa de los ciudadanos.
Este cambio tuvo
consecuencias visibles con la aparición de instituciones intermedias locales
que se establecieron como focos en los que encauzar la demanda creciente de
participación en los asuntos públicos. El problema aquí, pues, no se encuentra
en el ataque a la democracia representativa, sino en la permeabilización de
las instituciones y administraciones a la voluntad de los ciudadanos;
entendidos así como seres autónomos, con derechos para conformar la voluntad
política, más allá de su presencia con su voto en las elecciones. El problema
es, por lo tanto, la excesiva demanda de participación en lo colectivo, el
temor a la superposición del ciudadano en las decisiones que requieren la
presencia de cuerpos selectivos de élites 'ilustradas' y el, implícito, así se
veía, cuestionamiento a la autoridad política y estatal.
De alguna manera, este
punto no deja de ser contradictorio con el anterior. Parecería que frente a una
carga burocrática excesiva, el remedio correspondiente se encuentra en,
justamente, descargar dicha burocracia, permitiendo que las organizaciones
locales adquieran con respecto a ciertas parcelas la autonomía suficiente como
para tomar sus propias decisiones y elaborar sus propias políticas, resultado
de la implicación informada de los ciudadanos. Pero esta aparente paradoja se
disipa si tenemos en cuenta que lo que aquí se dilucida es, puesto en términos
de filosofía política, asentar la democracia según los términos prácticos de
una libertad positiva o de una libertad negativa. Es decir, se entiende ‑positivamente‑
la democracia como la "participación en una práctica común, cuyo ejercicio
es lo que permite a los ciudadanos convertirse en aquello que quieren ser, en
sujetos políticamente responsables de una comunidad de libres e iguales",
o bien, se asume ‑negativamente‑ que la democracia se sustenta en
los derechos subjetivos a partir de los cuales "gozan de la protección
del Estado mientras persiguen sus intereses privados dentro de los límites
trazados por las leyes"28. El individuo privado es entonces el eje de la
autodeterminación, no el ciudadano que activa y autónomamente participa en la
voluntad común.
En este sentido, si los
problemas provocados por el aumento de la burocracia y la intervención estatal
eran, para un sector inicialmente minoritario de intelectuales conservadores,
considerables, el temor alas demandas de participación incubadas por el propio
estado de bienestar, resultaban aun mucho más preocupantes. Baste para ello
citar unas líneas del informe de la Trilateral sobre la crisis de la
Democracia; crisis que ellos rotularon como de crisis de gobernabilidad:
"El desenvolvimiento
efectivo de un sistema de democracia política requiere alguna medida de apatía
y no implicación por parte de los individuos y los grupos... La
vulnerabilidad del gobierno democrático en Norteamérica, no procede
fundamentalmente de amenazas externas aunque tales amenazas sean reales, ni de
la subversión interior de derechas o de izquierdas, aunque ambas sean posibles,
sino de la dinámica interno de la democracia mismo conformado por una sociedad
altamente educada, movilizado y participativa"29.
El resultado parcial de todo este proceso no concluido del todo, se atisba a finales de los años setenta y a principio de los años ochenta con la entrada, como decíamos antes, en EE.UU. y en el Reino Unido, de gobiernos conservadores, con la pretensión de arreglar los desperfectos ocasionados por la larga noche ‑para el neoliberalismo‑ del Estado de Bienestar.
Dichos gobiernos
reorganizaron sus nuevas estrategias políticas alrededor de cuatro ejes
primordiales: a) el monetarismo: reforzamiento de las fuerzas del mercado libre
y de la economía de la oferta; b) las políticas de privatización de los
servicios públicos, especialmente aquellos con más posibilidades de
remercantilización (comunicaciones y sanidad, por ejemplo); c) el
reforzamiento y extensión de la ideología Social del Mercado, es decir, de la
elección y libertad individual, la defensa de la 'privacidad' y de la
conversión del ciudadano en cliente; y d) los cambios, algunas veces
radicales, en la estructura y papel del Estado, en las que se pedía un estado
mínimo (no intervencionista y sin peso en el sector público) pero fuerte, es
decir, capaz de controlar las demandas amenazantes de participación política y
la supuesta ingobernabilidad propiciada por el peso de lo local sobre lo
central y la iniciativa privada.
El éxito de todas estas
iniciativas no ha sido ni uniforme ni indudable. Mientras que el de las
primeras resulta dudoso o como mucho parcial, el de las segundas parece el más
consistente, llegando en ocasiones a ser absoluto30. Pero ¿cómo se traslada
toda esta problemática al sistema educativo? La respuesta a la pregunta no es
única y tendría que ubicarse en lo que arriba denominábamos ciclo cualitativo.
Quiere esto decir que la interpretación práctica de las necesidades
cualitativas del sistema se hace teniendo en cuenta los nuevos parámetros
políticos que introducen la ideología neoconservada en alza. Si nos centramos
en los elementos más esenciales de todas las medidas que acabamos de mencionar,
podríamos seleccionar para el sistema educativo las siguientes: por un lado, la
extensión del ideal del cliente (o consumidor) y, por el otro, la
centralización del control y de la cultura y la desregulación escolar. En
conjunto, como ahora veremos, no suponen otra cosa que la traducción
mercantilista (o empresarial) de la educación como servicio público31.
Las razones pueden ser
bastante claras: la imposibilidad material de privatizar el servicio educativo
lleva a los políticos neoconservadores a empresarializar, si se me permite la
expresión, el sistema mismo32. Este es un movimiento de privatización
indirecta, no necesariamente relacionado con la titularidad del servicio sino
con el funcionamiento del mismo. Pero para que ello sea posible se requiere que
el Estado intervenga asegurando la selección del 'código cultural' (que determina
los objetivos a conseguir) y el sistema de control/responsabilidad del código o
los códigos seleccionados33. Una vez asegurado los objetivos y el mecanismo de
control, el siguiente paso es desregular escolarmente el sistema. Quisiera
detenerme sobre este último.
El término desregulación
procede de la economía política y designa, la desimplicación del estado en la
organización de la economía y del trabajo. Transportado a la educación, el concepto
hace referencia a la falsa descentralización escolar, por la cual, las escuelas
se ven obligadas a asumir una 'autonomía' en la que no viene asegurado ni un
cupo constante de alumnado, ni, lo que es si cabe más importante, recursos
presupuestarios y humanos. Las escuelas, tendrán que competir por su cuota de
mercado, ofreciendo un servicio determinado según los objetivos que han de cumplir
y bajo el control de un sistema de evaluación externo. La participación en el
sistema se establece de dos maneras: los ciudadanos son ahora clientes que como
individuos compran un servicio (un producto cultural), en un mercado
competitivo; las escuelas, son unidades de producción que ofrecen el valor de
sus servicios sometidas al control de calidad. Las escuelas retienen una cierta
autonomía para seleccionar los medios de producción, pero no para elegir ni
los objetivos de la escolaridad ni los procedimientos de control/responsabilidad.
La profesionalidad docente queda limitada por un lado a la creación de medios
y, por el otro, a la venta de dichos medios a los clientes. En esta dinámica,
claro está, los clientes reclaman acuciados por un mercado incierto, un tipo
de educación que les asegure, lo más posible, su acceso al mercado laboral. La
calidad de la educación, por lo tanto, y cerrando el círculo, depende de las
necesidades del mercado, de los requisitos cognitivo y actitudinales que
demanden los empleadores. Este proceso, que he simplificado en extremo, se
refleja en la fig. n° I. Dése cuenta el lector que allí aparece la figura de la
dirección (un elemento clave, al que no podemos dedicar más tiempo aquí) reconvertida
en gestionadora de la unidad de producción que es al fin al cabo en lo que
puede llegar a convertirse la escuela34.
4. El Futuro no está cerrado.
¿Es en realidad este el
panorama que parece dibujarse en el futuro de nuestro país? La respuesta, que a
mi juicio es sí, deja sin explicar algunas particularidades propias. En
principio, sería naturalmente muy arriesgado, cuando no erróneo, afirmar que la
evolución de nuestro sistema siguió los mismos parámetros que la de otros países
occidentales vecinos. En realidad, desde la instauración de la democracia, pero
especialmente en la década de los ochenta, los gobiernos sucesivos se
encuentran con una tesitura de un 'doble vínculo' político: crear/consolidar
el Estado de Bienestar y, al mismo tiempo, 'desmantelarlo'. Algo que se ha
ido reflejando en las declaraciones y en las políticas sociales y económicas
contradictorias de los últimos diez años; aunque, últimamente, parezca
decantarse claramente por lo segundo: el desmantelamiento paulatino35. Lo que
llevado a nuestro sistema educativo, y según los términos en los que hemos planteado
las cosas, significa que la política educativa se ha visto sometida casi de
manera simultánea a la inaplazable necesidad de cerrar el ciclo cuantitativo
de desarrollo del sistema e introducirse rápidamente en la controversia
cualitativa36.
Si tomamos como ejemplo
la acción legislativa más sobresaliente de los últimos quince años, podemos
considerar abiertamente a la L.O.D.E. como la ley educativa que 'definitivamente'
legitima en nuestro país, tal como decíamos antes, el ideal de ciudadanía
implícito en la extensión de la escolaridad de masas, escolarización que a su
vez refrenda y consolida; mientras que la L.O.G.S.E. es una ley que en cierta
medida actúa de puente entre uno y otro ciclo, pero que, principalmente,
introduce, de modo inapelable en el sistema educativo español, las exigencias y
necesidades del ciclo cualitativo. Como se ha señalado en otros lugares37 de
esta última ley destacan tanto su hincapié en un curriculum común centralizado,
como, así mismo, la exigencia de una estructura de control sobre la actuación
del sistema educativo, pero especialmente de los rendimientos, los docentes y
las escuelas. En conexión con estas cuestiones sería necesario situar la
creación del Instituto Nacional de Evaluación y Calidad y las '77 medidas'
recientemente publicadas. Una vez establecido todo ello, viene de suyo la
creación del mercado (o supermercado) educativo, en el que las escuelas podrán
disputar su cuota de clientes en razón de la eficiencia de los medios elegidos
y la 'calidad productiva' generada.
De todas formas, todavía
es pronto para ir más allá de la constatación de estos indicios tanto en lo que
respecta a nuestro sistema educativo como a los de otros países. Además,
aunque aquí se han indicado algunas características, no es posible señalar con
precisión las que adoptará de modo definitivo este nuevo ciclo cualitativo que
acaba de comenzar; pero son estos pocos indicios los que parecen señalar que
la futura política educativa en los países occidentales se reestructurará,
indudablemente, alrededor deL valor central del mercado educativo, si es la
ideología neoconservadora la que se apropia definitivamente del discurso y
del control político en educación.
Tampoco resulta factible
prever con precisión las dificultades, los 'retrocesos' y las reorientaciones,
hasta de signo contrario, a las que pueda dar lugar la implantación de este
ciclo. Incluso allí en donde la consolidación de la políticas educativas neo‑conservadoras
pueda tener consecuencias más catastróficas, es decir, en aquellos estados‑nación
cuyo sector primario permanece aún pobremente desarrollado, como es el caso de
muchos países latinoamericanos, africanos y asiáticos, pueden aparecer
alternativas ciudadanas opuestas al mercado educativo. Sobre todo ello nada
está escrito, y no es inimaginable que en muchos casos el viejo ideal no
realizado de ciudadanía resurja en medio de un mercado arbitrario, injusto y
despiadado. Todo depende de la capacidad de reacción de la sociedad civil, y en
especial de los educadores, y de la vertebración política de los nuevos grupos
sociales no‑gubernamentales. La esperanza y la ilusión de convertir este
ciclo en la realización de la cualidad de la ciudadanía supranacional,
democrática, autónoma e informada, es algo, que ni tan siquiera la propaganda
neoliberal podría oscurecer y anular.
1 Rieger, F. (I 989) Der
amerikonische Naeokonservatismus: Analyse und Kritik eines post‑liberalen
Politikkonzepts. Der Deutsche Universitáts‑Verlag;
Wiesbaden; Miliband, R. Panitch, L. y Saville, J. (Comps.) (I 992) El Neoconservadurismo
en Gran Bretaña y Estados Unidos. Edicions Alfons el Magnánim. Generalitat
Valenciana; Dubiel, H. (1993) ¿Qué es Neoconservadurismo? Anthropos. Barcelona.
2 Tomo prestada la
expresión 'cosmovisión' de mi compañero A. I. Pérez Gómez.
3 Rieger (I1989) Op. cit.
págs. 46 y ss. especialmente esquema n° 2, pág. 56.
4 Dubiel (I 993) Op. cit
; Habermas, J. (1988) El criticismo neoconservador de la cultura en los Estados
Unidos y en Alemania Occidental: un movimiento intelectual en dos culturas
políticas, en Guiddens et al. (1988) Habermas y lo Modernidad. Cátedra. Madrid,
págs. 127‑152.
5 Los siguientes
trabajos, entre otros, abundan en esta dicotomía: Shea, Ch. M. (1990) Pentagon
vs. Multinational Capitalism: The Polítical Economy of the 1980s School Reform
Movement, en Shera, Ch.M., Kahane, E. y Sola, P. (Eds.) (1990) The New Servants o f Power. A Critique o f the
1980s School Re form Movement. Praeger. New York; págs. 3‑36.; Shapiro,
S. (1990) Between Capitalism and Democracy. Educational Policy ond the Crisis
o f the Welfare State. Bergin & Garvey. New York.; Aronowitz, S. y Giroux,
H. A. (1988) "Schooling, Culture and Literacy in the Age of Broken Dreams.
A Review of Bloom and Hirsch" Harvard Educational Review, Vol. 58, N° 2,
págs. 172‑ I194.
6 Dubiel (1993) Op. Cit, págs. 6‑7.
7 Así entendido, el libro
de Gray, J. (1992) Liberalismo. Alianza. Madrid, sería en realidad un alegato
en favor del neo‑liberalismo, y no una descripción histórico‑política
del 'liberalismo', como engañosamente señala el título.
8 Lo que podría derivar
en un cambio de los miembros del poder judicial por otros más afines, o
simplemente el reforzamiento de los ya existentes.
9 En Miliband, R. Panitch,
L. y SaviIle, J. Op. cit., y Ball, St. (Comp.) (1993) Foucault y la Educación. Disciplinas y Saber.
Morata. Madrid.,se recoge una muestra. La cuestión del monopolio no es un tema
menor; recientemente un político de Izquierda Unida tuvo el atrevimiento de
plantear la necesidad de una ley anti‑monopolio de los medios
audiovisuales y de la prensa escrita, que fue duramente contestado en un
editorial por el Periódico El País.
10 Una buena muestra de
ello es el trabajo de Morrish, Ch. (1984)
Loosing Grounds. Americon Social Policy 19501980.. Basic Books. New York; libro de cabecera de los
políticos neoconservadores norteamericanos.
11 Offe, CI. (1988) Contradicciones
en el Estado del Bienestar. Alianza. Madrid; págs. 204 y ss.
12 Galbraith, J. K. (1992)
La Cultura de la Satisfacción. Ariel. Barcelona.
13 Sobre el peso de la
propaganda en Australia, por ejemplo, véase el trabajo de Kenway, J. (1993) La Educación
y el discurso político de la Nueva Derecha, en Ball, S. J. Op cit. págs. 169‑207.
14 El caso del partido
socialdemócrata español no es único, piénsese en los partidos pseudo‑socialdemócratas
de Latinoamérica.
15 Véase sobre este
particular el trabajo de Kenway, J. Op. cit..
16 Sobre el fracaso de
las políticas neoliberales véanse las contribuciones a los trabajos colectivos
de Miliband, R., Panitch, L. y Saville, J. Op. cit y Bustillo, R. (Comp.) (1989)
Crisis y Futuro del Estado de Bienestar. Alianza. Madrid.
17 Mishra, R. (1989) El
Estado de Bienestar después de la Crisis: Los años ochenta y más allá, en Muñoz
de Bustillo, R. Op. cit,
págs. 55‑79.
18 Lo cual iba más allá
de la inversión estatal en obras públicas; llegando las burocracias estatales
a interceder en asuntos claves en materia laboral como en las negociaciones
sindicatos/empresarios, la firma de convenios colectivos y la misma regulación
del mercado de trabajo.
19 Mishra, R. (1989), Op. Cit. pág. 56. Este último punto se encuentra
todavía en la Constitución Española cuando se afirma en el Art. n° 1 que
"España se constituye en un Estado Social y Democrático de Derecho".
20 Gough, I. (1982)
Economía Política del Estado de Bienestar. H. Blume, Madrid.
21 Angulo, J. F. (1994)
"Evaluación y Privatización del Sistema Educativo. Algunas Paradojas
Explicables" Trabajadores de la Enseñanza, n° 154, junio, págs. 38‑42.
22 Ramírez, F.O. y
Ventresca, M.J. (1992) "Institucionalización de la Escolarización Masiva:
Isomorfismo Ideológico y Organizativo en el Mundo Moderno" Revista de
Educación, n° 298, págs. 121 ‑
139; Soysal, Y. N. y Strang, D. (I 989) "Construction of the First Mass
Education Systems in Nineteenth‑Century Europe" Sociology of
Education, Vol. 62, October, págs. 277‑288.
23 Quisiera hacer una
doble puntualización: Por un lado, los elementos citados no son, desde luego,
los únicos que han contribuido a la consolidación del ciclo cuantitativo,
aunque son, sin duda, los más importantes; por el otro, el ideal de ciudadano
ha recibido interpretaciones diferentes, y se ha visto enfrentado a múltiples
obstáculos, siendo más, como señalo en el texto, un ideal simbólico, o si se
prefiere, retórico, que real. No obstante, dicho ideal, que se encuentra
íntimamente relacionado con la extensión de la escolaridad de masas (y con la
modernidad ), resulta esencial para entender el nuevo ideal que parece
vertebrar el ciclo cualitativo.
24 O.C.D.E. (1991)
Escuelas y Calidad de Enseñanza. Informe Internacional. Paidós‑M.E.C.,
Madrid. Véase también el último informe de la UNESCO (1994) Informe Mundial
sobre la Educación 1993. Santillana. Madrid; en el que, por primera vez,
aparece un capítulo dedicado al 'establecimiento de normas o niveles';
elemento este último básico para entender las características del 'ciclo
cualitativo'.
25 Aunque en algunos de
los puntos que se van a señalar coinciden críticas neo‑marxistas y
neoconservadoras, las menos económicas pertenecen a este último grupo, que es
al fin y al cabo, como luego señalaremos en el texto, el que desde la ocupación
de gobiernos etc.
26 Como es sabido el
déficit público se agravó con la subida de los precios del petróleo desde
1973 y con la consiguiente crisi económica internacional.
27 No podemos tocar aquí,
por falta de espacio, la también importante 'crisis cultural' del capitalismo.
Se puede contrastar dos interpretaciones opuestas sobre la misma en Bell, D.
(1982) Las Contradicciones Culturales del Capitalismo. Alianza Madrid y Dubiel,
H. (I 993) Op. cit.
28 Habermas, J. (1994)
Tres Modelos de Democracia. Sobre el Concepto de una Política Deliberativa.
Eutopías, Vol. 43, Centro de Semiótica y Teoría del Espectáculo, Universitat de
Valéncia. Véase también Béjar, H. (1988) El Ambito Intimo. Privacidad,
Individualismo y Modernidad. Alianza. Madrid. Véase específicamente el trabajo
de B. Constat De la Libertad de los Antiguos comparada con la libertad de los
Modernos. Conferencia Pronunciada en el Ateneo de París. Febrero de 1819, en B.
Constant (I 989) Escritos Políticos. Centro de Estudios Constitucionales. Madrd; págs. 257‑285.
29 Crozier, M.J.,
Huntington, S. P. y Watanuki, J. (I 975) The Crisis of Democracy: Report on
the Governability of Democracy to the Trilateral Commision. New York, New York
University Press.
30 Vénse por ejemplo las
contribuciones recogidas en Miliband, R.,
Panitch, L. y Saville, J.
Op. cit y Bustillo Op. cit..
31 Offe, CI. (1988)
Contradicciones en el Estado de Bienestar. Alianza. Madrid., la denomina
«remercantilización administrativa». Véase sobre la introducción del espíritu
empresarial el libro de Csborne, D. y Gaebler, T. (1992) La Reinvención del
Gobierno. La Influencia del Espíritu Empresarial en el Sector Público. Paidós.
Barcelona.
32 Véase Angulo, J. F. (I
994) Op cit
33 Angulo, J. F. (I 993)
"La Evaluación del Sistema Educativo. Algunas respuestas Críticas"
Cuadernos de Pedagogía, n° 219, págs. 8‑ 14.
34 Lo que hasta aquí he
bosquejado es un panorama muy general; la realidad educativa, así como la
social y la política, no suele comportarse siempre según patrones pre‑establecidos.
35 Un caso extremo lo
constituye la política sanitaria de la junta de Andalucía; política en la que
confluyen acciones por estado de bienestar ‑extendiendo la red de centros
de salud (ahora paralizada por falta de presupuesto), y acciones claramente
neoconservadoras ‑privatizando el sector de urgencias.
36 Para más detalles
véanse Angulo (1993) Op. cit. y Angulo (1994a) Op. cit.
37 Angulo, J. F. (1992)
"Descentralización y Evaluación en el sistema Educativo Español"
Escuela Popular, n° 3, págs. 23‑87; Angulo, J. F. (1994b) "El Gato
por la Liebre o la Descentralización en el Sistema Educativo Español"
Cuadernos de Pedagogía, n° 222, págs. 74‑83, y Angulo, J. F. (1995)
¿Descentralización o centralización por el mercado? Política y Evaluación en
el Sistema Educativo Español, en Pereira, M. (1995) Actos del Congreso
Internaciono¡ de Educación Comparada.. PomaresCorredor, Barcelona. (En
prensa).