LA BÚSQUEDA DE CONEXIONES. Una experiencia de construcción compartida de significados.*
Gianna Beltrame,
Ilia Meneghin, Resy Molon, Sergio Pastorello **
Esta experiencia presenta una realidad escolar ‑dos
aulas, una escuela- que, en estos últimos años, ha tratado de organizar su
trabajo teniendo en cuenta la importancia y el encanto de la estructuración de
situaciones unificadoras en las que cobren significado las cosas que hacer,
los instrumentos, las mediaciones y las relaciones con las personas.
Antes de
nada, conviene decir que la experiencia que nos ocupa constituye en la
actualidad el objeto de una reflexión que estamos llevando a cabo para
descubrir los límites y los elementos que nos permitan una sistematización
menos empírica. En consecuencia, hacemos ahora esta con el fin de distanciarnos
un poco de la experiencia, discutirla y revisarla.
La
experiencia, basada en la necesidad de superar toda forma de separación y
fragmentación, se llevó a cabo con la convicción de que, para descubrir el
sentido de lo que hacemos, es importante referirlo a lo que somos; hay que
centrarse en el sujeto, no como individuo, sino como subjetividad colectiva,
en las demandas profesionales y culturales, en la investigación y en el
carácter de proyecto.
El objetivo
consiste en vivir buscando lo que da calidad a la vida, sentirnos todos
copartícipes en la tarea, más que los resultados y los productos.
En una
palabra, hemos tratado de dar siempre a los alumnos “la posibilidad de
participar con los docentes en la definición del tipo de vida y de actividad
que desarrollar en la escuela”. (Bertolini‑Cavallini, Metodología e didattica.
Mondadori, 1982, p. 7 1).
Asimismo, se plantea el problema de la distribución del poder y de la configuración de los papeles de cada cual.
La
experiencia nació en dos clases paralelas que han formado un solo grupo de
clase, de la primera a la quinta, constituido por 26 alumnos, dos de los cuales
de integración. La permanencia en la escuela se cifraba en 32 horas semanales
en las que se incluía la comida de dos días.
El
trabajo realizado por las tres docentes, de las que una era de apoyo, se
plantea como una alternativa radical con respecto a ellas mismas y a los
niños. Han tratado de hacer una escuela que no estuviese separada de la vida,
de lo que ellas eran, de sus mismas referencias personales. Han querido actuar
sin división de papeles, de cometidos, de ámbitos disciplinarios; ninguna ha
dirigido en exclusiva ningún sector, aspecto o proyecto de la escuela. En
ningún momento se han hurtado competencias ni recursos, valorándose, en cambio,
los aspectos y los conocimientos personales, promoviéndose su aparición,
confrontación y modificación. Las opciones acordadas entre las
docentes no se han basado en certificados ni
diplomas, sino en el intento de lograr la máxima integración del equipo,
mediante la búsqueda de lo nuevo y no de lo conocido, repetitivo y mecánico (la
división en campos disciplinarios...).
Con
respecto a los niños, la alternativa consistía en no predeterminar desarrollos
ni metas ni encerrar las relaciones personales en un círculo prefijado entre un
único adulto y un grupo de niños o entre los niños y un adulto para un trabajo
específico que el adulto dirigiera de forma permanente. Los niños gozaban de
plena libertad para establecer una relación privilegiada con el adulto que
escogieran, para discutir su propio trabajo y recibir indicaciones. Las
relaciones se establecieron sobre la base de unos valores y de una realidad que
fomentaran las interacciones. “El aprendizaje real es esencialmente producto
de la participación efectiva en las relaciones interpersonales entre
individuos de distinto nivel evolutivo y en actividades sociales en las que
las conductas de todos tengan que enfrentarse directamente a las de los
demás”. (Bertolini, op.
cit., p. 73).
Esta preocupación de las docentes por lo “personal” ‑en cuanto a las cosas que hacer, al conocer y al cambiar‑ llevó a la búsqueda y utilización de instrumentos y de propuestas que promovieran el desarrollo de fórmulas personales de los niños (“trabajo personal”). Así, por ejemplo, en ciencias de la naturaleza, se ha llevado a cabo un tipo de actividad y una modalidad de enfoque y de desarrollo que impuso una forma determinada de comportamiento de las docentes en vez de una propuesta de organización para los niños.
Asimismo,
la “asamblea” del aula, como instrumento del poder distribuido y lugar de la
palabra, en virtud de su estructura de carácter circular y su función de
intercambio, ha establecido un modelo que ya puso en práctica el equipo
docente, en cuyo seno pudieron expresarse los puntos de vista de cada una con
respecto al trabajo, al ambiente, a los niños, mostrando cada cual lo que es
porque en el otro nos reflejamos, conocemos, reencontramos o perdemos.
El grupo de clase, Instrumentos para una Ostión participada. La asamblea, las reglas, el espacio, el tiempo. La palabra como saber organizado, la palabra como poder
La
organización de la clase no se dejó al azar. La búsqueda de “datos” no inertes
ni inmutables que influyen en la vida diaria ha puesto en evidencia las
dimensiones espaciales y temporales, el momento de las decisiones, las
reglas.
La asamblea
se hace cargo de la dirección del grupo. Constituye el momento de
intercambio paritario en el que se establecen reglas válidas para todos, que no
dependen de nadie en concreto, con una capacidad permanente de arbitraje y en
la que la posibilidad de efectuar previsiones da seguridad.
Fundamentalmente,
es el lugar de la palabra, en donde todo el mundo puede ser él mismo, construir
“con”, participar en la elaboración de proyectos. Y en cuanto a la forma de
desarrollarla (disposición circular, en un espacio preparado al efecto;
moderador; registro de los resultados que se exponen después en el aula), su
función principal, del adulto al principio y después, poco a poco, de todos,
consistía en recoger de la postura de cada uno lo que pudiese tener relieve
para los demás; en no dejarlo pasar, sino amplificarlo.
En la
asamblea nacen y a ella revierten todas las iniciativas de la clase:
‑
la formación de las comisiones nombradas cuando surgen cuestiones que
estudiar, acerca de las cuales se plantean hipótesis de solución que se someten
después a la asamblea (p. ej.: cómo estructurar el
cuaderno de “trabajo personal”; cómo organizar el panel para señalar los
programas de televisión). Es el símbolo del interés por vivir el desarrollo de
la escuela como objetivo individual también;
‑
la constitución de grupos de trabajo para recoger las iniciativas
acerca de “qué hacer” (la selección de los programas de televisión en directo y
grabados; la preparación de una “conferencia”; la redacción de un boletín
informativo sobre el funcionamiento de un aparato de la escuela; la estructuración
del calendario; el estudio de los problemas de adaptación y de las
amonestaciones; la elaboración de un libro de poesía y de imágenes;...). Las
docentes escogen también un grupo en el que integrarse, aunque no en calidad de
moderadoras. Si el grupo tiene que presentar sus trabajos a la clase en varias
ocasiones, los moderadores y relatores intercambian sus papeles. Con
frecuencia, estas comunicaciones adoptan la forma de “conferencias”.
La
asamblea constituye un hecho importante para la vida del grupo de clase, sobre
todo cuando diversas personas tratan el mismo tema u otros parecidos: de ese
modo, se aumenta y profundiza el conocimiento de un problema, no por la mera
adición lineal de manifestaciones, sino mediante una especie de retroacción
circular. Y precisamente a través de la discusión, la confrontación, el planteamiento
del mismo tema desde distintos puntos de vista, la costumbre de exponer, se
crea el “dominio real” de los niños. Y no cabe duda de que es imposible
realizar esto si el punto de referencia fundamental para todos es el mismo
texto (las clases no adoptaron un texto único).
La
asamblea es el instrumento de control del poder que surge de la dinámica de
vida de la clase, mediante reglas compartidas. “Si los niños deciden, aprenden
a decidir sin estar siempre preguntando”, dice Silvia, una niña de quinta.
El espacio
del grupo de clase ‑que abarca un aula muy grande, otra aula y dos
tramos de pasillo‑ tiene elementos que indican la continuidad de una
historia (la biblioteca: la palabra impresa, el saber organizado; la asamblea:
la palabra del intercambio y de la decisión, la palabra como poder); zonas para
los grupos y para el conjunto, zonas protegidas en las que se puede uno
refugiar para leer o para escribir una carta, por ejemplo; los grandes tablones
del “programa” y del “trabajo personal”. Todo lo que se decide y se hace en la
clase se expone en las paredes, que constituyen, con algunos paneles, los
espacios específicos para la comunicación, aunque todo es comunicación,
determinada por las relaciones reticulares establecidas. El espacio no es un
elemento neutro, siempre está presente, influye; no es inmutable y los niños
intervienen y lo modifican.
La
disposición de los objetos funcionales para estar bien, para tener todo a la
vista, para tener las cosas a mano estimula y crea diversas expectativas,
favorece las relaciones y las multiplica, regula el comportamiento de los niños
sin necesidad de una cantidad excesiva de palabras adultas.
El tiempo
constituye el elemento clave de conexión para dar sentido de continuidad a
los acontecimientos, un tiempo vinculado a los eventos, no a los hechos
técnicos, burocráticos, externos. Se trata de un tiempo que conecta, sobre
todo, al individuo con el conjunto: mi tiempo en relación con cada uno de los
otros o con todos los demás como grupo; mis ritmos; el tiempo, nada largo, de
la asamblea, en cuanto tiempo para tu conferencia; mis demandas y mi capacidad
y el tiempo que tengo; el tiempo no considerado como enemigo. Dice Vanessa, de la clase quinta: “la organización del programa
semanal me ha hecho pensar en el “tiempo”, ¡nunca había pensado en él!”
Entre
los instrumentos para la gestión del tiempo, están el “programa semanal” y
el “programa de trabajo personal”, con los correspondientes cuadernos
individuales.
El gran tablón mural del programa constituye un elemento escenográfico en el que los carteles móviles coloreados según las distintas actividades recuerdan la funcionalidad y la organización. Su gestión corresponde a la asamblea, de acuerdo con un ritual establecido por la experiencia: recoge lo ya realizado, indica lo que falta por hacer y lo ordena según prioridades para escoger actividades. Cuando se descubre que se ha calculado mal el tiempo y no es suficiente el previsto, el error no es frustrante porque la función primordial del programa consiste en ir haciendo previsiones cada vez más precisas. Se da por descontado que habrá errores y ponen de manifiesto las limitaciones a la hora de indicar los plazos, a la vez que constituyen estímulos para tratar de prever con mayor precisión.
Cada
niño tiene un cuaderno individual que relaciona el programa semanal con el
trabajo personal. Constituye una prolongación de la escuela hacia casa, ayuda a
pensar cómo organizarse para recabar información, encontrar a personas, recoger
el material necesario.
La circularidad de los desarrollos: el interés del individuo, a través del conjunto. Se amplía el esfuerzo personal de todos.
El
“trabajo personal” es el conjunto de las intenciones, de las cosas que hacer,
que cada uno pretende experimentar. Al principio era un tiempo consagrado a la
libre iniciativa de cada cual, sin más; poco a poco fue ampliándose en cuanto a
modalidades y variedad de contenidos, hasta convertirse en las últimas clases
en un indicador concreto de los temas y desarrollos en sintonía con el trabajo
de la clase.
Simonetta está trabajando con una
compañera sobre el cuerpo humano: “el interior del cuerpo”. En la asamblea ha
planteado sus dificultades y las de su compañera para aclararse entre
tantísimas cosas que investigar. Ha pedido colaboración para repartirse los
temas. De aquí ha partido un trabajo de la clase, con una invitación al médico
del distrito sanitario para que trate algunos aspectos generales de los que
seleccionar las cuestiones que más interesen a cada uno. En consecuencia, del
trabajo de una pareja, se pasó a la discusión en la asamblea, a la búsqueda del
experto y al trabajo personal de todos sobre el tema.
Los
instrumentos organizadores del “trabajo personal” aparecían en el tablón con
los nombres de los niños y de las docentes (¡también ellas tienen que dar
cuenta de lo que pretenden hacer!) y en el cuaderno individual “Mi trabajo”.
El
tablón mostraba también a la clase el tema al que cada uno se dedicaba y, por
tanto, los aprendizajes que se pretendían realizar y que se ponían a
disposición de todos. El cuaderno “Mi trabajo”, fruto de una larga elaboración
iniciada en la clase cuarta, ha sido el instrumento de disección del saber de
cada cual y de síntesis del mismo en una visión más global.
Una
característica del trabajo personal era el tipo de relación que se establecía
con los adultos: en los cartelitos que cada uno ponía en el tablón, además de
indicar el tema, se anotaba el nombre de la maestra a la que correspondía y con
la que se concertaba una cita (se podía pedir ayuda para plantear el trabajo y
para organizar su presentación a la clase). Este aspecto del trabajo ha
contribuido en gran medida a que las docentes desempeñaran el papel de quien
ayuda a encontrar instrumentos y materiales para que cada cual organizara su
propio trabajo, en vez del de quien ocupa una posición central. De este modo,
las maestras se han visto “obligadas” a encontrar puntos de referencia inhabituales
y no convergentes en el nivel profesional: el hecho de tener presentes los
núcleos de atención, los problemas de los niños las ha llevado a efectuar un
esfuerzo de investigación cultural, de adaptación personal, de saltos cualitativos
para no atenuar y resolver conflictos, para no responder a preguntas de los
niños, con el fin de que ellos mismos las resolviesen.
Los
instrumentos construidos por la clase al organizarse se han convertido en
objetos de reflexión, de diversas maneras y en distintas ocasiones, para medir
el significado que habían tenido para todos. Unos momentos importantes de este
análisis ‑además de la asamblea y de las comisiones‑
han sido las “citas” informales que niños y
maestras se concedían recíprocamente para discutir desde el punto de vista de
cada cual en el contexto de la clase (aprendizajes, relaciones con los
compañeros, cuestiones de organización, modalidades de trabajo). Dean, cuya situación en casa es de abandono, colabora en la
búsqueda de estrategias que le ayuden a ser más responsable, sugiriendo elabora
para casa una especie de programa como el de la escuela en un cuaderno en el
que señalar las tareas realizadas con una cruz. Expresa de este modo su
convicción de que un instrumento puede ayudarle a progresar en el plano
personal.
El otro
instrumento que parece útil para dar idea a los niños de la complejidad y
magnitud del desarrollo llevado a cabo a lo largo de los años es el “cuadernillo
individual”, con todas las actas de las asambleas.
Las
actas contienen las cuestiones discutidas, los conocimientos de los niños, las
peticiones, la organización para responder a esas peticiones, las referencias a
lugares, libros y personas que deben tenerse en cuenta. Al final del curso, se
ha sistematizado este bagaje construido por la clase: mediante varias
discusiones en asambleas, se ha procurado reestructurar el propio patrimonio
cultural reasumiéndolo en un nivel de reflexión más elevado.
Cierta
modalidad de organización puede abrir amplios horizontes. Las categorías
mentales que presiden la investigación de las estructuras construidas por los
hombres ‑su historia ya están inmersas de alguna manera en la realidad de
la clase. Ello supone situarse, en germen, aunque con pleno derecho, en el
espacio y en el tiempo del mundo, de la historia. No es sino valorar la
perspectiva que constituye el antecedente, una referencia permanente para
poner a punto los instrumentos que permitan apropiarse de los saberes
estructurados por el hombre.
También
la clase puede ser el lugar en el que comprender que el mundo es como lo hacen
los hombres, que no es inmutable ni definitivo. La organización que nos damos
es funcional con respecto a nuestras actividades, a nuestra vida de relación.
Es un
estar juntos poniendo todo en tela de juicio y cuestionándonos nosotros mismos.
En el fondo, está siempre una pregunta en busca de las estrategias que seguir
para respondernos, las hipótesis, las soluciones provisionales, los cambios;
es un conocer transformando; y en la pregunta, en el saber plantear juntos los
problemas, está, ante todo, el hombre.
La escuela. Un espacio para la comunicación y la mediación cultural. Una encrucijada de los hilos de Ariadna.
La
experiencia del grupo de clase ha podido llevarse a cabo por estar inserta en
un contexto de escuela con el que ha crecido, donde la perspectiva del
conjunto estaba viva en la conciencia de los docentes, en las modalidades de
organización, así como en las expectativas de los padres.
El primer día de clase, el descubrimiento del aula
no discurre por caminos trillados; cada año, constituye una aventura nueva. Un
año, los grupos de clase encontraron largos “hilos de Ariadna” que les llevaron
por caminos llenos de sorpresas. Un grupo siguió un hilo rojo, encontrando una serpienta verde, larga y retorcida, con la piel escamosa
impresa. “Nos cogemos de la mano y seguimos el hilo”. “iDónde
estará nuestra clase? Daremos un aplauso a quien la encuentre”. “Abrid los
ojos, atentos, hay grandes novedades y quien las quiera encontrar, muchos
pasos tendrá que dar”. “Si un poco caminamos, las sorpresas encontraremos...”
Los
espacios, las cosas para mantener la conmoción y la alegría. ¿Recuerdas,
abuelo? “En fila de a dos, ¡de frente, march!”
La
jornada de la escuela se prolonga. Está constituida por seis clases. Están
presentes nueve docentes cuyos papeles se mantienen en rotación continua
(titular de la clase, de actividades de integración, de apoyo), desempeñando
también por turno la tarea de dirigir todos los aspectos del funcionamiento de
la escuela (espacios, compras, laboratorios, relaciones con el exterior).
Los
elementos que sostienen la organización son la dirección, los laboratorios, los
espacios de comunicación.
La
dirección es colectiva, convencidos todos de que los problemas que se afrontan
en el ámbito de la clase remiten a contextos más amplios. Se ocupa de los
aspectos financieros, los problemas que surgen, las dudas, así como las
dificultades de clases o niños concretos. Las decisiones se toman en común; las
opciones se hacen en común; los materiales y recursos, los espacios y enseres
se tienen en común. Los cambios de impresiones entre los adultos tienen lugar
en momentos y lugares concretos (interclase), pero
constituyen también una necesidad permanente que surge del hecho de trabajar
juntos.
Estas
exigencias han impulsado la organización de los laboratorios (carpintería,
tejidos, labrado de creta, comunicación visual y fotografía, cocina,
biblioteca), que constituyen una oferta de espacios preparados ‑a menudo
con materiales pobres que resultan más creativos‑ y de momentos de
fuerte interacción personal.
Se
pretende que el uso de los laboratorios no siga una rotación de todos, de acuerdo
con un horario fijo, sino que trate de satisfacer las motivaciones internas de
los distintos grupos.
La
escuela prevé, además, la organización de zonas comunes, que abarcan
las zonas externas a las aulas que, en parte, constituyen una prolongación de
las actividades de clase y, en parte, ofrecen materiales y situaciones aptas
para emplear los momentos libres de los niños (construcciones, juegos de mesa,
“cajitas”, disfraces, zonas con sillas para charlar,...).
Intencionadamente,
se enfatizan algunos zonas de la comunicación (informaciones
explícitas).
Los dos instrumentos utilizados son un panel interior “Para los niños”, que contiene mensajes rápidos de grandes y pequeños (“Hemos perdido el turón Cremino. Quien lo encuentre, que lo devuelva a la clase primera”; “Busco libro...”; “He leído... Es un libro muy bonito”,...) y un panel móvil “Páginas de información”, que presenta comunicaciones más extensas sobre acontecimientos y experiencias (“Hemos hecho este trabajo en el laboratorio de fotografía. Parece interesante. Os contamos cómo lo hemos hecho; así, si queréis, también lo podéis hacer vosotros”).
A partir
de estas ofertas, se han desarrollado también otras modalidades de
comunicación. En la biblioteca, los niños han creado espontáneamente una zona
para avisos relativos a los libros. Esta exigencia de información y de
intercambio ha salido del marco de la escuela e invadido la calle. Cerca de la
plaza, se ha colocado un mural en el que aparecen noticias relativas a hechos
de la escuela y a problemas culturales de interés más general (barreras
arquitectónicas, anuncios de espectáculos, de exposiciones organizadas por la
escuela, bienvenida a los nuevos alumnos matriculados,...).
La
escuela va al teatro e informa sobre el teatro a los niños y a las familias,
prepara exposiciones y anuncia exposiciones organizadas en la zona: funciona
como estímulo y como mediador cultural.
Una proyección al barrio: el bazar. Encuentro entre la escuela y el exterior.
La
conciencia de que los desarrollos culturales no son exclusivamente escolares
ha obligado a prestar atención a lo que ocurre fuera de la escuela, a los
recursos y ofertas del barrio. Como ejemplo de tal orientación, podemos
mencionar una relación especial vivida con elementos no pertenecientes a la
escuela, centrado en la gente (padres, sobre todo) y no en entidades,
asociaciones ni instituciones, que ha acercado el “exterior” a la escuela, con
respecto a una motivación que comparte con ella y que ha llevado a la escuela
a reestructurarse en los espacios, los tiempos, los papeles, para vivir este
encuentro.
El
encuentro ha adoptado la configuración, real y fantástica a la vez, de un
“bazar”. Precisamente esta característica suya ha permitido que la escuela
dedique diversos recursos y energías a la producción de objetos y de orientar
los laboratorios hacia su intención primigenia, cargándolos también de nuevos
significados.
La idea
del bazar surge en la interclase: ¡la escuela
necesita dinero!
Pero no
se quiere hacer una colecta, limitando la acción a la petición de una
contribución monetaria, sino comprometer a las personas con las perspectivas de
la escuela, descentrándolas con respecto a los puntos de referencia usuales de
la tradición escolar.
Concretada
la idea del bazar, se presenta la propuesta de emplear el tiempo libre (o
liberado) de cada uno, durante el verano, en producir objetos, centrando en
ellos los aspectos y recursos de la vida personal y familiar de cada cual.
Se trata
de crear un fuerte vínculo de unidad entre la gente que tiene algún tipo de
relación con la escuela, reuniendo el trabajo y los pasatiempos de los mayores
y el trabajo de los niños; de valorar la fantasía, la creatividad, el saber
que surge de las manos, la capacidad de no limitarse a utilizar sólo lo que ya
se encuentra elaborado en el mercado.
Se
pretende dar vida a una “tienda ideal” en la que adultos y niños se sientan ‑cabeza
y manos‑ unidos en el mismo empeño festivo.
La
mercancía es un objeto querido. No tiene un único precio: además del aspecto
material está cargada de valor afectivo. En ellos se basa la compraventa. La
relación personal es fuerte, buscada y magnífica.
En el
seno de este escenario fantástico, los niños transfiguran de alguna manera
una realidad que, por otra parte, sigue siendo una realidad por derecho propio:
han utilizado el laboratorio para producir una respetable cantidad de objetos;
han pensado en todos los aspectos de la organización, y han vivido en primera
persona la gestión de la venta.
Los
tiempos de la escuela se han adaptado a los tiempos del bazar. La necesidad de
prever, de dar tiempo al tiempo, de modificar el tiempo personal han hecho del
tiempo, una vez más, un elemento conectivo importante. Ha supuesto sentirse
inmersos en situaciones complejas mientras éstas fluyen, con la necesidad de
medir ritmos y momentos para no dispersarse, ahogados por las cosas. Es vivir
el tiempo con la profundidad de una motivación que compromete a toda la
persona. Hace pensar si no tendría razón ¡¡ya Prigogine
(La nascita del tempo. Theoria,
1988, p. 22), cuando dice que, en la situación existencial del hombre, el
tiempo desempeña un papel esencial. Es uno de los vínculos que busca la
ciencia. El hombre proviene del tiempo; si, en cambio, el hombre crease el
tiempo, este último sería una barrera entre el hombre y la naturaleza.
Los
padres también han vivido una forma original de conocer la escuela: no mediante
las informaciones y explicaciones de las maestras, sino desde el interior de un
ámbito que los ha introducido en una nueva dimensión; la han conocido descubriendo
la importancia que para los niños tiene el hecho de asumir iniciativas, de
saber organizarse, de aprender en una situación de movimiento y de
intercambio, de vivir de acuerdo con reglas determinadas por ellos mismos. Han
tocado con la mano cómo puede desenvolverse una situación mientras se vive y
se crece en esa misma situación.
Han tenido oportunidad de concebir una escuela
formando de algún modo parte de ella.