De la intellectio a la elocutio: un modelo de análisis retórico para la columna personal
Dr. Bernardo Gómez
Calderón ©
Profesor de Periodismo
de la Universidad de Málaga
Con toda probabilidad, ningún género periodístico
atraviesa hoy en día un momento más feliz desde el punto de vista cuantitativo
que la columna de opinión. Servida en abundancia por los medios impresos; rica
y variada en cuanto a contenidos, enfoques y estilos; y vehículo de toda la
gama de planteamientos sociales, políticos y culturales que conforman la
opinión pública (o al menos, de aquéllos que el establishment puede aceptar),
la columna se ha convertido en una pieza insustituible del actual mosaico
periodístico, que queda cojo y pierde atractivo para los lectores sin la
aportación personal de sus firmas. Se trata de un elemento identificativo y
uniformador del discurso de la prensa, ya que encuentra acomodo en cualquier
medio impreso (diarios, suplementos dominicales, revistas...), y desde hace
algunos años incluso en los medios audiovisuales.
La
columna fascina por su diagnóstico urgente de la realidad, servido al calor de
los acontecimientos en apenas 60 líneas; por su valor literario y expresivo,
indudable en algunos casos, menos obvio en otras, pero siempre presente
siquiera como aspiración; por el influjo que ejerce –o puede ejercer– sobre la
audiencia, merced a su cualidad persuasiva; por el interés intrínseco de los
juicios que transmite, expresados sin ambigüedad aunque pequen de leves o
arbitrarios; en definitiva, por la personalidad de los propios columnistas, que
a fuerza de trabajo diario se transforman en interlocutores familiares para sus
lectores. Con la columna se accede a una forma distinta de interpretar el
presente, más creativa, más cercana y menos urgente que la que procuran otros
medios de comunicación.
Existen,
de acuerdo con la taxonomía clásica, dos modelos de columna[i][1]: la de análisis, propia del periodismo
interpretativo, y la de opinión, netamente subjetiva; dentro de ésta queda
enmarcada, como género algo marginal, la columna literaria o personal,
cultivada de ordinario por periodistas de prestigio o “escritores en prensa”.
De esta última vamos a ocuparnos aquí.
Vaya
por delante que buena parte de los estudiosos ponen en duda el estatuto periodístico
del género: por lo general, la columna literaria queda englobada en el ámbito
del feature, y se la supone un mero entretenimiento, inserto en los diarios por
razones extraperiodísticas. Para Martínez Albertos, sus manifestaciones
representan, sin más, “unos guetos privilegiados del periodismo impreso
delimitados por los siguientes rasgos: 1) espacios de tema absolutamente libre,
como cheques en blanco, 2) para escritores famosos, 3) con la única condición
de que firmen sus trabajos”[ii][2]. De modo similar definen la columna
personal Morán Torres, Martín Vivaldi, Concha Fagoaga y Luisa Santamaría (en
sus primeros trabajos[iii][3]), negando la matriz periodística del
género, cuando no menospreciándolo abiertamente.
Ello
ha repercutido de manera negativa, como es natural, en los intentos de análisis
que desde la Periodística se han emprendido hasta el momento sobre la columna
personal (muy escasos, por otra parte), aunque, justo es decirlo, su acusada
heterodoxia textual no contribuye a facilitar la tarea del estudioso. Los
abundantes procedimientos literarios presentes en su codificación, ajenos al
estilo estrictamente periodístico; la desconexión de la actualidad más
inmediata que ocasionalmente presenta, así como la exacerbada manifestación del
“yo” del autor que suele encontrarse en ella, han hecho de la columna personal
un producto de difícil catalogación.
Sin embargo, es posible abordar el
columnismo literario desde la perspectiva de la Nueva Retórica, conceptuada
como Teoría de la Argumentación por Chaïm Perelman y Loucie Olbretchs-Tyteca[iv][4], y hacer de esta modalidad opinativa un
género netamente periodístico. La propia orientación de los estudios más
recientes sobre la opinión en prensa avala este enfoque, puesto que, desde hace
aproximadamente dos décadas, proliferan los autores que llaman la atención
sobre el carácter retórico de la comunicación periodística. Así, Francisco
Ayala apuntaba ya en 1985:
Será
más que probable que la retórica del periodismo [...] siga las líneas de la
antigua e ilustre retórica oratoria [...] Si un artículo periodístico puede
equivaler con sus efectos a un discurso devastador ante la cámara, seguramente
los artificios empleados por su autor no serán demasiado distintos de los que
hacen eficaces las palabras del orador[v][5].
Desde parámetros distintos, el profesor
Martínez Albertos identifica en el periodismo de opinión al legítimo heredero
de la retórica clásica, en su ‘Curso general de Redacción Periodística’[vi][6]; y Josep M.ª Casasús considera que “no
está exento de razones estimables el criterio de aquellos que han observado la
presencia de perfectas analogías [...] entre algunos aspectos de las
preceptivas retóricas [...] y determinadas reglas que conforman muchas de las
normas del periodismo contemporáneo”[vii][7]. El mismo autor señala con convicción que
“la Retórica, a pesar de las reticencias que existen para admitirlo, está
absolutamente viva en los procesos que alimentan la comunicación social
contemporánea”[viii][8].
Aunque
desde principios de los años 90 existe ya un corpus teórico en torno al
carácter retórico-argumentativo de los textos englobados en el estilo de
solicitación de opinión, del que merecen destacarse las aportaciones de
González Reyna y J. F. Sánchez[ix][9], no abundan, empero, las propuestas
analíticas en este terreno: cabe citar sólo la monografía de Santamaría y
Casals en torno a la argumentación periodística; el trabajo de Morales Castillo
sobre el humor en el articulismo; dos estudios de casos algo más extensos, el
de López Pan sobre Pilar Urbano, y el de León Gross sobre Manuel Alcántara; y
algunos ensayos publicados en revistas y obras colectivas[x][10]. Con sana diversidad de enfoques, todos
estos trabajos aplican los postulados de la Nueva Retórica al análisis de los
artículos de opinión, aunque rara vez lo hacen de modo omnicomprensivo o
sistemático: en unos casos, el repertorio de procedimientos analizados es
reducido (López Pan, por ejemplo, centra su atención únicamente en el ethos),
mientras que en otros, algunas parcelas de la retórica quedan completamente
oscurecidas. El resultado es, a nuestro entender, un bosquejo valioso pero
parcial de los mecanismos argumentativos que se encuentran en la base de la
columna literaria, insuficiente para explicar a fondo el proceso de
codificación al que ésta se encuentra sometida.
Nuestra
propuesta afronta el análisis retórico desde una perspectiva distinta, teniendo
en cuenta todas y cada una de las etapas que la Rethorica recepta establece
para la elaboración del discurso (intellectio, inventio, dispositio y elocutio[xi][11]), y deteniéndose en los diversos
procedimientos que cada una de ellas admite[xii][12]. Con ello se pretende ofrecer un modelo
de análisis retórico global, que permita sistematizar las características
textuales de la columna personal más allá de las propiedades deícticas que suelen ser
identificadas como únicas cualidades ineludibles del género (título estable, ubicación y periodicidad fijas,
relevancia tipográfica y prestigio de la firma).
No
obviamos, claro está, las limitaciones que la Nueva Retórica encierra de cara
al análisis textual, marcadas sobre todo por la heterogeneidad de las
propuestas de la doctrina clásica, y por su relativa inoperancia para el
tratamiento de ciertos fenómenos que, en la actualidad, han pasado al primer
plano del análisis del discurso, caso de las actividades de lectura y recepción[xiii][13]. Pero en lo que al estudio de las
propiedades de los textos de opinión se refiere, consideramos pertinente
nuestro enfoque.
Modelo de análisis retórico
Una
vez consignados los datos hemerográficos de un texto dado (autor, medio, fecha
de aparición y página –en el caso de publicaciones impresas– o dirección URL
–en el caso de publicaciones electrónicas–), se trataría de abordar
sucesivamente los siguientes campos:
1.
Intellectio
La
intellectio se refiere al tema o asunto sobre el que versa un texto, en este
caso periodístico. Aunque el tema de la columna literaria es absolutamente
libre, lo más habitual es que se ciña a la actualidad política, social o
cultural (aunque los motivos económicos, costumbristas o estrictamente
personales no le son ajenos). Con frecuencia, el tema de la columna condiciona
la elección de argumentos y recursos elocutivos con los que apuntalará sus
tesis el autor. En este sentido, nos parece particularmente acertado el
comentario de Chico Rico, para quien “la intellectio posibilita la mejor
descripción y explicación de cuestiones relacionadas con la producción textual,
como el proceso de elección de un determinado modelo del mundo y las
estrategias operativas de la inventio, la dispositio y la elocutio”[xiv][14].
2.
Inventio
La
inventio engloba los argumentos a los que se recurre en un texto para persuadir
a la audiencia de lo acertado de los planteamientos del emisor. Constituye una
suerte de superestructura lógica, un entramado de razones que deben quedar
habilidosamente expuestas para propiciar la aceptación de la tesis central del
artículo por parte del auditorio.
El
abanico de argumentos inventivos es amplio, y la mayor parte de ellos
encuentran acomodo en la columna personal. Figuran, en primer lugar, las
pruebas definidas por Aristóteles como “propias del arte”, concretamente las
que se apoyan en la competencia o la fiabilidad del orador (ethos), las que se
encuentran en el propio discurso (logos, de las que forman parte los entimemas,
silogismos cuyas premisas son verosímiles –aceptadas por el auditorio–, pero no
verdaderas, por oposición a los silogismos lógicos, que parten de premisas
necesarias), y las que tratan de mover las pasiones del auditorio (pathos); y
en segundo lugar, las falacias o refutaciones aparentes, argumentos que se
presentan como válidos pese a ser inadmisibles desde el punto de vista de la
lógica. Las falacias constituyen un nutrido grupo de argumentos recogidos ya
por Aristóteles en sus Refutaciones sofísticas bajo el membrete de “argumentos
erísticos”. Se dividen en dos grandes subgrupos: falacias de ambigüedad y
falacias materiales o de inferencia. En el primero se incluyen la tautología,
el equívoco, el eufemismo, la anfibología y la dicotomía. En cuanto a las
falacias de inferencia, pueden darse por datos insuficientes, en cuyo caso se
subdividen en inductivas (la más común es la falacia por generalización, basada
en el paso de la anécdota a la categoría) y deductivas (siendo la más destacada
la falacia por falsa causalidad); o por ignorancia del argumento, recibiendo en
este caso la denominación de “falacias de pertinencia”[xv][15].
De
estas últimas forman parte la argumentación por el ridículo (que se sirve,
usualmente, de figuras como la ironía o la hipérbole), el argumento de petición
de principio o petitio principii (razonamiento en el que se introducen
proposiciones no verificadas o inverificables como si fueran verdaderas para
llegar a conclusiones aparentemente lógicas y razonadas), la argumentación ad
hominem (basada en la descalificación del oponente), la argumentación por
analogía, la argumentación por tropos (habitualmente, se trata de metáforas o
sinécdoques), el argumento de autoridad y la argumentación por comparación.
Todas ellas se detectan frecuentemente en los artículos de opinión.
3.
Dispositio
La
dispositio hace referencia al modo en que los argumentos anteriormente
descritos se ordenan a lo largo de un texto persuasivo. Aquí es preciso tener
en cuenta la distribución paragráfica del mismo, así como la “macroestructura
argumentativa”[xvi][16] adoptada, de entre tres posibles:
deductiva, inductiva o circular. La estructura deductiva es aquella que hace
arrancar el texto de una premisa ideológica general, abstracta, que se aplica a
razonamientos de los que emana un juicio concreto relativo a casos
particulares; en sentido amplio, podemos adscribir a este grupo los textos que
presentan al comienzo la tesis postulada por el autor. Por el contrario, la
estructura inductiva parte de un suceso aislado con objeto de alcanzar juicios
de validez universal. Su arranque puede constituirlo una anécdota, un ejemplo o
analogía, un pensamiento o idea, elementos que no están en la base del
razonamiento posterior, sino que son referidos a modo de ilustración o preludio
del aserto conclusivo al que se pretende llegar (la tesis sostenida por el
autor)[xvii][17].
En
cuanto a la estructura circular, a la que también recurren los cultivadores de
la columna personal, se construye a partir de un dato menor, ya sea anécdota,
intertexto o estribillo, que se reitera al principio y al final del texto y
sirve de marco a la tesis del autor. Su utilización confiere a la columna una
apariencia de artilugio perfecto, de producto completo en sí mismo, muy
sugerente desde el punto de vista argumentativo. Supone, en cierta medida, la
acumulación de los procedimientos inductivo y deductivo, puesto que permite
pasar de lo particular a lo general y de nuevo a lo particular en una sola
pieza.
4.
Elocutio
La
elocutio es probablemente la parcela retórica más rica de cuantas abarca la
columna literaria, por cuanto en ella el ingenio, la creatividad léxica y la
“voluntad de estilo” se encuentran muy acentuados. En este apartado, conviene
detenerse en varios campos: figuras retóricas, léxico e intertextualidad. La
mayor parte de los recursos elocutivos que se detectan en la columna personal
entran dentro de alguna de estas categorías.
Para
el estudio de las licencias retóricas, nos parece particularmente útil la
clasificación que aporta el grupo de Lieja[xviii][18]. Partiendo de la noción de ècart o
desvío, la escuela estructuralista de Jacques Dubois organiza las licencias del
lenguaje o “metáboles” de acuerdo con dos parámetros: plano de la expresión
frente a plano del contenido; y ámbito de la palabra y unidades menores frente
a ámbito de la oración y unidades mayores. Del cruce de ambas dicotomías surge
una cuádruple clasificación de las figuras en metaplasmos (que afectan al plano
de la expresión y se producen en el ámbito de la palabra), metataxis (plano de
la expresión, ámbito de la oración y el texto), metasememas (plano del
contenido, ámbito de la palabra) y metalogismos (plano del contenido, ámbito de
la oración y el texto). Los metaplasmos operan sobre el significante de los vocablos,
modificando su continuidad fónica o gráfica; las metataxis conciernen al
significante de la oración y son metáboles de naturaleza sintáctica; los
metasememas actúan en el plano del contenido, y consisten en la modificación de
un significado debida a la sustitución de términos (se corresponden con los
tradicionales tropos). En cuanto a los metalogismos, representan cambios
lógico-semánticos en el marco de la oración, y son el equivalente de las
clásicas figuras de pensamiento[xix][19].
El
listado de figuras que engloba cada una de estas categorías resulta demasiado
extenso para detallarlo aquí; señalaremos tan sólo las más frecuentes en el
articulismo literario: aliteración, homeóptoton y paromeon (metaplasmos);
acumulación, anáfora, bimembración, derivación, enumeración, paralelismo,
pleonasmo, políptoton y trimembración (figuras sintácticas o metataxis);
alegoría, metáfora, metonimia, oxímoron y sinécdoque (metasememas);
amplificación, analogía, antítesis, antropomorfización, apóstrofe, comparación
denotativa, écfrasis o descripción, ejemplo, equívoco, hipérbole, ironía,
lítote, paradoja y remotivación (correspondientes al grupo de los metalogismos)[xx][20].
En
cuanto al léxico, son marcas elocutivas de interés, en el ámbito del
columnismo, el argot, los cultismos, los modismos y muletillas, los
neologismos, los antropónimos, los apócopes, los aumentativos, los barbarismos,
los diminutivos y las palabras comodín.
Por
último, es frecuente entre los cultivadores de la columna personal el recurso a
la intertextualidad, que dota a los textos de un barniz culturalista
notablemente eficaz en términos persuasivos. En
la intertextualidad coexisten múltiples niveles, que van desde la alusión más
sutil hasta la reproducción literal de algo ya enunciado, y esta abundancia de
manifestaciones dificulta su sistematización teórica; la modalidad intertextual
más frecuente en el terreno de la columna personal es la citación. Las citas o
intertextos pueden clasificarse, de acuerdo con su explicitud, en: citas
directas, citas indirectas, citas sin
atribución de autoría y citas encubiertas. Las citas directas presentan marcas
tipográficas que las diferencian del resto del texto, y van acompañadas del
nombre de su autor; las indirectas carecen de marcas, aunque especifican al agente
original de la enunciación; las citas sin atribuir presentan signos
tipográficos pero no incluyen referencia alguna al autor; por último, las citas
encubiertas son aquéllas que no se destacan tipográficamente ni van acompañadas
de datos sobre su procedencia. Por otro lado, de acuerdo con su fidelidad al
enunciado original, las citas pueden ser literales o parafraseadas[xxi][21].
Al margen de lo anterior, cabe
consignar como apartado final del análisis retórico aquellos elementos de las
series visuales paralingüística y extralingüística (sumarios, fotografías…) que
acompañen al texto y se consideren de relevancia desde un punto de vista
persuasivo.
Conclusión
Con esta propuesta, fruto a la vez de la inducción
y la deducción, no aspiramos, claro está, a ofrecer un modelo de análisis
exhaustivo para todos los apartados que en ella se incluyen. La riqueza
inherente a cada uno de ellos hace de cualquier intento totalizador una empresa
vana. Además, el estilo personal de cada columnista representa un condicionante
de peso para el estudioso, que deberá hacer hincapié en unos campos o en otros,
en unos u otros recursos, de acuerdo con el papel que éstos desempeñen en la
prosa del autor.
Pese a ello, creemos que por medio de nuestro
modelo de análisis quedan debidamente atendidos los aspectos temáticos,
estructurales, argumentativos y estilísticos más sobresalientes de la columna
personal, y que su aplicación puede constituir una técnica de notable validez
heurística para los trabajos circunscritos al ámbito de la opinión
periodística.
[i][1] Véase MARTÍNEZ ALBERTOS, J. L. (2001): ‘Curso
general de Redacción Periodística’. Madrid, Paraninfo-Thomson Learning, 5ª edic., ISBN:
84-283-1928-6, págs. 372 y ss. A propósito de
la taxonomía de la columna, las propuestas son variadas, y con frecuencia
discordantes en materia terminológica, aunque todas responden a este mismo
esquema básico. En este sentido, véanse ABRIL VARGAS, N. (1999): ‘Periodismo de
opinión’. Síntesis, Madrid, ISBN: 84-7738-701-X, pág. 72; ARMAÑANZAS, E. y DÍAZ
NOCI, J. (1996): ‘Periodismo y argumentación. Géneros de opinión’. Bilbao,
Servicio Editorial de la Universidad del País Vasco, ISBN: 84-7585-780-9, pág.
105; GOMIS, L. (1989): ‘Teoría del gèneres periodístics’. Barcelona,
Generalitat de Catalunya, Centre d´Investigació de la Comunicació, ISBN:
84-393-1135-4, págs. 167-168; GONZÁLEZ REYNA, S. (1991): ‘Géneros periodísticos
I. Periodismo de opinión y discurso’. México, Trillas; LÓPEZ HIDALGO, A.
(1996): ‘Las columnas del periódico’.
Madrid, Ediciones Libertarias/Prodhufi, ISBN: 84-7954-318-3, págs. 182-183;
MARTÍN VIVALDI, G. (1986): ‘Curso de redacción’. Madrid, Paraninfo, ISBN:
84-283-0382-7, pág. 141; MORÁN TORRES, E. (1988): ‘Géneros del periodismo de
opinión’. Pamplona, Eunsa, ISBN: 84-313-1040-5, págs. 163-164; MUÑOZ, J. J.
(1994): ‘Redacción periodística. Teoría y práctica’. Salamanca, Librería
Cervantes, ISBN: 84-85664-59-0, pág. 150; SANTAMARÍA, L. (1990): ‘El comentario periodístico’. Madrid,
Paraninfo, ISBN: 84-283-1788-7, págs. 122-123; y VILARNOVO, A. y SÁNCHEZ, J. F.
(1992): ‘Discurso, tipos de texto y comunicación’. Pamplona, Eunsa, ISBN:
84-313-1219-X, pág. 164.
[ii][2] MARTÍNEZ ALBERTOS, J. L. (2001): ob. cit., pág.
363.
[iii][3] La definición de la columna personal que ofrece
Santamaría en su primer trabajo sobre los géneros de opinión es aún más
virulenta que la de Martínez Albertos: “Espacios concedidos al modo de cheques
en blanco a escritores de indudable nombradía para que escriban de lo que
quieran y como quieran, con la condición de que no se extralimiten del número
de palabras previamente acordado y de que respalden las genialidades o las
tonterías que decidan exponer en cada uno de sus artículos” (en SANTAMARÍA, L.
[1990]: ob. cit., págs. 122-123).
[iv][4] PERELMAN, C. y OLBRETCHS-TYTECA, L. (1989):
‘Tratado de la argumentación’. Madrid, Gredos, ISBN: 84-249-1286-5.
[v][5] AYALA, F. (1985): ‘La retórica del periodismo y otras retóricas’. Madrid,
Espasa-Calpe, ISBN: 84-239-1654-5, pág. 50.
[vi][6] Ob. cit., pág. 212.
[vii][7] Citado en AGUILERA, O. (1992): ‘La literatura en
el periodismo y otros estudios’. Madrid, Paraninfo, ISBN: 84-283-1938-3, pág.
62.
[viii][8] CASASÚS, J. M.ª y NÚÑEZ LADEVÉZE, L. (1991): ‘Estilo y géneros periodísticos’.
Barcelona, Ariel, ISBN: 84-244-1258-6, pág. 43.
[ix][9] Véase nota 1.
[x][10] SANTAMARÍA, L. y CASALS CARRO, M.ª J. (2000): ‘La
opinión periodística. Argumentos y géneros para la persuasión’. Fragua, Madrid,
ISBN: 84-7074-116-0; MORALES CASTILLO, F. (1991): ‘Recursos de humor en el
periodismo de opinión. Análisis de las columnas periodísticas “Escenas
políticas”. Madrid, Editorial de la Universidad Complutense, Colección Tesis
Doctorales; LÓPEZ PAN, F. (1996): ‘La
columna periodística. Teoría y práctica’. Pamplona, Eunsa, ISBN:
84-313-1447-8; LEÓN GROSS, T. (1996): ‘El artículo de opinión’. Barcelona,
Ariel, ISBN: 84-244-1273-X; ASMAR, P. (1992): “Irak-Kuwait. Brutal invasión.
Análisis del primer editorial del diario ABC
sobre la Guerra del Golfo”, en AA. VV.: ‘Estudios
en honor de Luka Brajnovic’. Pamplona, Eunsa, ISBN: 84-313-1215-7, págs.
45-55; y CASALS, M.ª J. (1998): “El argumento petitio principii. Una falacia para dogmáticos”, en ‘Estudios sobre el mensaje periodístico’,
núm. 4, ISSN: 1134-1629, págs. 203-228.
[xi][11] Se prescinde, claro está, de la actio, por estar ésta relacionada con la
declamación del discurso, algo ajeno a la práctica del columnismo. Para una
completa exposición de la doctrina retórica clásica, remitimos a ARISTÓTELES
(1998): ‘Retórica’. Edición de Alberto Bernabé. Madrid, Alianza Editorial, ISBN:
84-206-3642-8; y QUINTILIANO (1942): ‘De Institutione Oratoria’. Edición a
cargo de Ignacio Rodríguez y Pedro Sandier. Madrid, Editorial Hernando; así
como a las modernas complicaciones recogidas en ALBALADEJO MAYORDOMO, T.
(1989): ‘Retórica’. Síntesis, Madrid, ISBN: 84-7738-037-6; y MORTARA GARAVELLI,
B. (1991): ‘Manual de Retórica. Madrid, Cátedra, ISBN: 84-376-1015-X.
[xii][12] Una aplicación pormenorizada del modelo expuesto a
continuación puede encontrarse en GÓMEZ CALDERÓN, B. (2002): ‘La evolución del
columnismo de Francisco Umbral (1961-1997). Aspectos retórico-argumentativos’.
Málaga, Servicio de Publicaciones de la Universidad, ISBN: 84-688-0103-8.
[xiii][13] A propósito de estas objeciones, véase BERNÁRDEZ,
A. (2001): “Neorretórica, ¿una estrategia para la salvación?”, en ‘Cuadernos de Información y Comunicación’,
Departamento de Periodismo III, Universidad Complutense de Madrid, núm. 4,
ISSN: 1135-7991, págs. 21-31.
[xiv][14] CHICO RICO, F. (1988): Pragmática y construcción literaria. Discurso retórico y discurso
narrativo. Alicante: Universidad de Alicante, ISBN: 84-600-5149-8, pág. 55.
[xv][15] El cuadro completo de falacias, según la doctrina
aristotélica, puede consultarse en SANTAMARÍA, L. y CASALS, M.ª J. (2000): ob.
cit., pág. 171.
[xvi][16] De acuerdo con la terminología expuesta en VAN
DIJK, T. (1997): ‘La ciencia del texto: un enfoque interdisciplinario’.
Barcelona, Paidós, ISBN: 84-7509-227-6, pág. 161.
[xvii][17] Véase SANTAMARÍA, L. y CASALS, M.ª J. (2000): ob.
cit., pág. 150.
[xviii][18] Véase GRUPO “M” (1987): ‘Retórica general’. Barcelona, Paidós, ISBN: 84-7509-415-5. En
esto coincidimos con el criterio de Tomás Albaladejo, uno de los primeros y más
asiduos cultivadores de los estudios retóricos en nuestro país; y con Helena
Beristáin, autora del completísimo ‘Diccionario
de Retórica y Poética’ (México, Editorial Porrúa, 1995).
[xix][19] GRUPO “M” (1987): ob. cit., págs. 71 y ss.
[xx][20] Para una descripción detallada de las diversas
figuras aquí recogidas, remitimos a MARCHESE, A. y FORRADELLAS, J. (1988):
‘Diccionario de retórica, crítica y terminología literaria’. Barcelona, Ariel,
ISBN: 84-344-8386-6; MARCOS ÁLVAREZ, F. (1993): ‘Diccionario básico de recursos
expresivos’. Badajoz, Universitas Editorial, ISBN: 84-85583-88-4; MAYORAL, J.
A. (1994): ‘Figuras retóricas’.
Madrid, Síntesis, ISBN: 84-7738-218-2; y BERISTÁIN, H. (1995): ob. cit..
[xxi][21] Sobre las diversas modalidades de citación, véanse
REIS, C. (1989): ‘Fundamentos y técnicas de análisis literario’. Madrid,
Gredos, ISBN: 84-249-0147-9; GARRIDO MORAGA, A. (1993): “Cuestiones de
intertextualidad”, en ‘Canente’, núm. 10, ISSN: 0213-7895, págs. 87-93; y
MARTÍNEZ FERNÁNDEZ, J. E. (2001): ‘La
intertextualidad literaria’. Madrid, Cátedra, ISBN: 84-376-1901-7.
FORMA DE CITAR ESTE TRABAJO DE LATINA EN
BIBLIOGRAFÍAS:
Nombre del autor, 2004; título del
texto, en Revista Latina de Comunicación Social, número 57, de enero-junio de
2004, La Laguna (Tenerife), en la siguiente dirección telemática (URL):
http://www.ull.es/publicaciones/latina/20040257gomez.htm
Revista Latina de Comunicación Social
La Laguna (Tenerife) – enero-junio de 2004 - año 7º - número 57
D.L.: TF - 135 - 98 / ISSN: 1138 – 5820
http://www.ull.es/publicaciones/latina/20040257gomez.htm