Nelson González Leal ©
Hoy hace una tarde tranquila. Por la ventana lateral
del apartamento se cuela un zumbido espasmódico y ligero, lo producen los
escasos automóviles que cruzan la avenida de cuando en cuando. El edificio que
habito parece un Titán dormido, trasmite una molicie áspera y duradera, pero
eso no quiebra la armonía del ambiente, por el contrario, le otorga sentido al
clima, que es casi tibio. Son las cinco pasado el meridiano y los árboles
juguetean con una brisa ligera y torpe, que de cuando en cuando choca con los
cristales de las ventanas y se dispersa en fuga. Yo me acerco al balcón y
observo las construcciones vecinas. Son moles grises, aunque su color sea
blanco, verde o azul, parecen grises y dormitan igual que la antigua estructura
desde donde fisgoneo. Vivo en una zona residencial de clase media, construida
al interés de personas dispuestas a la caminata diurna y la larga y serena
conversación vespertina. A doscientos metros de donde estoy hay una plaza,
muchos árboles, una estación del Metro, varios locales comerciales y una gran
avenida principal. Vivo en Altamira, baluarte de la reacción sociopolítica al
gobierno del ex teniente coronel del ejército Hugo Chávez Frías.
Tal
como lo veo desde mi puesto, todo se mueve bajo el efluvio de la consolación.
Las personas allá abajo, en la calle, transitan con pasos serenos, medianos,
dados al privilegio de la tranquilidad. Tal como lo registro, el año ha
comenzado suave, en completo relajamiento. La plaza, incluso, está abierta a
cualquier paseante, al parecer ajena ya al alarde político, al ardor
reaccionario, al desvarío y la panoia. Es justo, sin duda. Luego del desafecto
del diciembre antepasado, del escamoteo de la tradición y la vergüenza, ideado
y puesto en práctica mediante un irreflexivo paro nacional y el sabotaje a
Petróleos de Venezuela, principal empresa básica del Estado.
Tanto
aire beato da ganas de romper la rutina para entregarse a contemplar la tarde
sin prestar cuidado a los relojes y así olvidar la necesaria marcha hacia las
horas de la tarea, del esfuerzo laboral, de la batalla por el socorro de los
días de pago. Provoca, en verdad, quedarse en el balcón por siempre, hacerse
allí un refugio, una trinchera contra el estallido del mayor vicio urbano: la
prisa, el apremio, la constante cortedad del tiempo. Desde acá, desde este
privilegiado punto y en este excepcional momento, distingo el falso andamio
sobre el que se sostiene toda demanda de prontitud. Desde acá aprendo que cada
cosa tiene su proceso, sus determinadas etapas, y que cualquier propósito de
sobrepasarlas obedece a una ambición simple: llegar primero para obtener más.
Al notar esto pienso en esa perversión del periodismo que nos ha hecho creer en
esta estúpida fórmula como regla de éxito. Llegar primero es “dar el tubazo”,
es decir, obtener información de primera mano para correr a publicarla antes de
que el tiempo u otro reportero nos corten el aliento.
Agradezco
a la tarde esta bienaventuranza, esta sintonía con la paz, este extraordinario
instante de lucidez, o quizás de extravío, pero ciertamente libre de histeria,
de ansiedad, de angustia y desesperación. A despecho del periodismo que hacemos
y de sus razones políticas, soy feliz, y quizás se deba también a mis casi
treinta días sin ver TV ni leer prensa.
Sólo hay que saber llegar
Si
alguien me pregunta por la temperatura política y social del país, lo invitaré
a mi balcón una tarde, o a una cafetería de Altamira cualquier domingo por la
mañana, o mejor a un recorrido por los cuatro puntos cardinales de la ciudad un
sábado por la noche. Le recomendaré que obvie la prensa y los noticieros
televisivos, para que se convierta él en su propio informante. Lo incitaré a
asumir el rol de comunicador social, que además le corresponde por naturaleza
del concepto y de su práctica. Le pediré que observe con detenimiento, que se
demore lo indispensable en cada asunto, cada gesto, cada palabra, que aguarde
lo necesario para obtener los mejores detalles, y ojalá descubra que “para ser
el rey” no hay que llegar primero sino saber llegar, como con tanta certeza
dice aquella vieja canción mexicana.
Lo
invitaré también a que considere cada cosa que vea y que escuche, cada dato que
le otorguen, como lo que es: una información destinada a la indagatoria, a la
comprobación, sin darla como fehaciente hasta tanto se desentrañe su
significado exacto y, por supuesto, sus probables consecuencias. Porque,
contrario a lo que asume la tradición periodística, la verdad no es lo que nos
informan y ni siquiera lo que podemos comprobar, sino aquello que alimenta lo
comprobado, aquello que le da sentido y razón al suceso y a cada uno de sus
efectos. La verdad es el personaje que nos otorga el dato y no el dato mismo,
por ejemplo. El dato es solo eso, información, y como bien lo dijo Claude
Elwood Shannon la verdadera información es aquello que no sabemos, que casi
siempre nos ocultan.
Para
entender la aplicación de la sentencia de Shannon a nuestra realidad, basta
observar con detenimiento la manera en que gusta titular el diario El Nacional.
Veamos, por ejemplo, este: “Ejército provoca enfrentamiento con la PM”. Un
título surgido en medio del clima de tirantez política por la intervención de
la Policía Metropolitana (PM). Un encabezado que comete dos de los mayores
yerros del periodismo y que por ello funciona como el mejor ejemplo de lo que
en esta profesión no debe hacerse: primero, establece un juicio de entrada al
indicar que el suceso fue inducido por una de las partes, y segundo, generaliza
al indicar que es el “Ejército” y no una comisión del mismo quien participa del
hecho. Qué diferente, profesional y ético hubiese resultado titular la noticia
de esta otra manera: “Enfrentamiento entre comisiones del ejército y de la PM
se produjo ayer en la noche”. Y si se le quiere agregar color, un color que no
perjudique a alguien, sino que haga más llamativa la noticia, pues empléese un
adjetivo: “Duro enfrentamiento entre comisiones del ejército y de la PM se
produjo ayer en la noche”.
No
le falta razón ni sentido al periodista español Vicente Verdú cuando escribe en
Días sin fumar que las fronteras
entre la salud y la enfermedad son muy ambiguas. Esto es apreciable en el
periodismo y en casi todo el sector mediático donde –como también escribe
Verdú- cualquier clase de bienestar es asociable a la presencia de alguna
droga, exógena o endógena. Lo que da sentido a la noticia mediática es casi
siempre la inyección de un estimulante y esto se logra mediante la manipulación
sociopolítica del hecho, de su realidad y contexto, y lo que hace el Medio es
simplemente empaquetarlo como verdad. De allí que casi todo nuestro periodismo
sea histérico.
La violencia mediática
La
violencia y toda su parafernalia (armas de alto poder, explosiones
impresionantes, muertes, mutilaciones, sangre, paranoia, traiciones, heroísmos
de pacotilla y sexo para aliviar tanta quincalla, etc), nutren la salud de la
televisión, porque el Medio carece de sensaciones y estremecimientos, a no ser
que se le inyecte la adrenalina del alto rating,
y esto al parecer sólo se consigue haciendo que la biología humana se embote en
altos decibeles de excitación.
Y
más allá de esto existe otra realidad, o mejor otra intención y efecto en el
manejo de la violencia en los Medios: produce una avasallante fragilidad
conceptual y una escasa capacidad para establecer diáfanas categorías en
quienes se someten al bombardeo de este tipo de programación. El constante
manejo arquetipal del héroe caucásico, que para acabar con la violencia se vale
de ella con mayor ímpetu (tipo Chuck Norris, Steven Seagal o Vin Diesel) es una
muestra del intento de establecer que la justicia y la verdad están siempre de
parte de la raza blanca, aria, perfecta en su intención y contenido, quien por
ello mismo no tendrá problema alguno en emplear la fuerza para reordenar el
mundo, tal como lo han demostrado todos los muy caucásicos presidentes
norteamericanos, desde Harry S. Truman al dictaminar el lanzamiento de Little
Boy sobre Hiroshima, hasta George W. Bush en su afán de retomar el poderío
mundial del gran sueño americano.
Y
si ya esto es condenable, mucho más el hecho de que el periodismo haga uso de
los contenidos de violencia con propósitos políticos, tal como sucede en
Venezuela, donde para nadie es un secreto que los Medios emplean técnicas
propias de la Guerra Psicológica con el propósito de colocar a la población en
contra del actual Presidente de la República.
Una
de estas técnicas es la hipnopedia, que consiste en el aprovechamiento de los
estados crepusculares de la conciencia (el despertar y el dormir) para
introducir en ella contenidos violentos que procuren un estado de angustia y
paranoia elemental. Tanto al despertar como al inicio del sueño el ser humano
tiende a experimentar cierta confusión, cierto desplazamiento momentáneo de la
realidad inmediata, durante el cual resulta posible alojar en el inconsciente
cualquier contenido o dato sin que el recipiente se percate de ello. Estos
contenidos, simbólicos o arquetipales, quedan en proceso latente durante el día
o durante la noche, para producir modificaciones de conducta en el individuo.
Es por esta razón que los noticieros venezolanos abren sus emisiones matutina y
nocturna con informaciones de crónica roja, seguidas de los peores comentarios
sobre el estado económico del país. Y es por eso que sistemáticamente los
Medios venezolanos han suprimido de su programación los espacios de buenas
noticias y los culturales. Es simple: ni siquiera el reposo cultural y creativo
del domingo le está permitido ya al ciudadano venezolano, y claro, según los
Medios todo es culpa del gobierno, ¡como si la gente que hace cultura
dependiera exclusivamente de éste para producir!
Esa
es la orientación exclusiva de la violencia mediática en Venezuela, crear la
idea de un estado de zozobra constante, de ingobernabilidad, de desastre, de
guerra. Todo muy distinto al aire beato y silencioso, más bien calmo, de esta
tarde, de la calle que ahora observo, por donde ahora, por cierto, han
comenzado a transitar algunos ciudadanos que enarbolan la bandera nacional. Van
a una concentración en la plaza Altamira, observan y saludan, sonríen,
conversan, van como de fiesta y en el rostro llevan el efluvio de la
consolación.
FORMA DE CITAR ESTE TRABAJO DE LATINA EN BIBLIOGRAFÍAS:
Nombre del autor, 2004; título del texto, en Revista Latina de
Comunicación Social, número 57, de enero-junio de 2004, La Laguna (Tenerife),
en la siguiente dirección telemática (URL):
http://www.ull.es/publicaciones/latina/20040457leal.htm
Revista
Latina de Comunicación Social
La Laguna (Tenerife) – enero-junio de 2004 - año 7º - número 57
D.L.: TF - 135 - 98 / ISSN: 1138 – 5820
http://www.ull.es/publicaciones/latina/20040457leal.htm