De puño y letra Hay en el acto de escribir a mano sobre el papel un placer físico y casi olvidado, empujado a los márgenes por la profusión de computadoras, la necesidad de terminar rápido o de corregir sin que se note en el producto final. Sin embargo, volver a las fuentes puede alumbrar, además de otra letra, otros escritos.
Por Claudio Zeiger en Pagina 12
La alarma llegó cuando una vez quiso escribir de puño y letra después de tanto tiempo de usar la computadora y descubrió, con el típico horror de la pesadilla en la que los dientes se trituran o se salen de su lugar, que la letra que empezaba a emerger sobre el papel era un horrendo puñado de bichos diminutos como garrapatas, incomprensibles, decididamente feos. Nunca había tenido buena letra (de chico había sido más de una vez sometido a la dura disciplina de la caligrafía), pero tampoco había llegado a ese extremo. Varias veces había notado que le costaba escribir; la mano empezaba a dolerle por movimientos forzados, los dedos se crispaban y las muñecas se inflamaban. Debía parar y sacudir la mano hasta desentumecerla. ¡Claro! tanto más fácil es hacer un clic (o dos) por más que hablen del síndrome de la PC. Y, sin embargo, en esos casos en los que esporádicamente escribía, todavía la letra era comprensible, salía más o menos como la mala letra de siempre. Ahora había escrito de corrido y el resultado era nefasto: no se entendía la propia letra. Miraba y miraba, y casi podría decirse que se mareaba. No entendía nada. ¿Decía “quiere” o “miente” o “siente”? ¿O decía cualquier otra cosa que le había dictado algún diablito ebrio? ¿Qué límite se ha tocado cuando uno deja de entenderse a sí mismo? Entonces decidió volver a la tinta y el papel.
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