Actualmente, pocas personas ponen en duda que los ordenadores estimulan el proceso de aprendizaje de los alumnos y que su utilización abre cada día nuevas e interesantes posibilidades. El ordenador, por sí mismo, ni es garantía de calidad en la enseñanza ni es sinónimo de renovación pedagógica. Pensamos que el uso del ordenador en la enseñanza ha de estar integrado en un marco de orientación constructivista basado en un modelo de cambio conceptual, metodológico y actitudinal donde el alumnado, al tratar de resolver científicamente problemas con una ayuda pedagógica adecuada, pueda construir sus conocimientos de modo significativo. Los alumnos y las alumnas experimentan sobre objetos de su entorno; utilizan materiales didácticos apropiados -entre ellos, el ordenador-, investigan, crean, etc. En este entorno, el verdadero artífice en la construcción del conocimiento no es el profesor, ni el ordenador sino el propio alumno pero subido a hombros de gigantes (el profesor/a) (Driver 1988; Novak 1988).
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