La queja constante de maestros e intelectuales de que los jóvenes leen cada vez menos o ni siquiera leen, se ha convertido en tópico más que en materia de estudio. Se constata el hecho, pero faltan soluciones. Nadie ha puesto freno a programas demenciales que abarcan en un solo curso desde la literatura medieval a la contemporánea; y se interesan más en la vida (pocas veces interesante, a decir verdad) que por la obra de los autores. Abundan los textos que, cuando se leen o comentan, carecen del contexto que facilite su lectura.
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