Aunque la radio se utilizó primero para comunicación entre puntos fijos y el teléfono inicialmente se desarrolló para llevar noticias y entretenimiento musical a los hogares, hemos asistido en los últimos cien años al desarrollo de dos modelos distintos de comunicación social e industrias relacionadas, cada una basada en un sistema distinto de transmisión. Por un lado, se ha desarrollado un sistema de radiodifusión de televisión y sonido de punto a varios puntos basándose en una cadena de emisores herciana, terrestre, que distribuye un servicio de entretenimiento, información y educación a audiencias locales masivas. Por otro lado, se ha desarrollado un sistema de comunicaciones conmutado a base de cableado entre puntos fijos que distribuye un servicio telefónico simple a abonados locales y comerciales.
Ambos sistemas compartieron, al menos en Europa Occidental, una reglamentación estricta, y a veces una posesión de monopolio, por parte del Estado y del objetivo político de servicio universal y público.
No obstante, las diferencias entre dichos sistemas son notables, y para el futuro, más importantes que las similitudes. En la reglamentación de radiodifusión que se centra en el contenido, los costes de transmisión eran bajos en relación con los costes de programación, el peso económico del sector dentro de la economía más amplia era insignificante, la fuente de ingresos procedía no directamente del consumidor final, sino indirectamente del Estado o anunciantes y el servicio se concebía para atender a una masa de familias particulares. En las telecomunicaciones, el contenido no estaba reglamentado y la regulación se centraba en la provisión de una infraestructura transparente que funcionaba según el principio de transporte común. El sector se convirtió, por derecho propio, en uno de los de mayor importancia económica, con un segmento de fabricación importante dependiente de él. Su fuente de ingresos procedía directamente del consumidor en forma de tarifas basadas en la utilización y los consumidores principales eran empresas en lugar de familias.
Ahora, un proceso de convergencia tecnológica socava esta estructura industrial y de reglamentación heredada y plantea a los responsables políticos una serie de problemas difíciles con importantes consecuencias a largo plazo.
La fuente de esta convergencia es la introducción progresiva de capacidad de banda ancha conmutada en las redes de telecomunicaciones. Las grandes cantidades de ancho de banda barato que el cable de fibra óptica proporciona se introdujeron por primera vez debido a sus ventajas de coste para la transmisión masiva de servicios convencionales telefónicos de banda estrecha y de datos. Pero como los costes disminuyen, esta capacidad de banda ancha j se acerca más que nunca al abonado final, con operadores de red de telecomunicaciones ahora puestos en equilibrio en el umbral de fibra para el hogar. No obstante, el problema es que la lógica que fomenta la introducción de esta red de banda ancha conmutada es la del ingeniero de telecomunicaciones. Pero nadie ha descubierto todavía otros usos para todo el ancho de banda resultante que el de la provisión de servicios de vídeo para el hogar. De este modo, para justificar sus inversiones, las empresas explotadoras de telecomunicaciones desean acceder a la fuente de ingresos procedentes de la provisión de servicios de radiodifusión.
Al mismo tiempo, se desarrolla una creciente competencia para el acceso al escaso espectro, entre la radiodifusión y la creciente demanda de comunicaciones móviles. La radiodifusión de TV es un usuario particularmente voraz de ancho de banda, una voracidad que aumenta con la introducción de la televisión de alta definición (HDTV). En efecto, por esta misma razón, se fomenta la HDTV como una forma de sacar de apuros a la inversión en banda ancha. De este modo, la posibilidad de proponer la radiodifusión de TV fuera de las ondas hercianas se convierte en un tema cada vez más atractivo para los responsables políticos.
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