En algunas ocasiones he expresado que para enfrentar los evidentes rezagos y los escalofriantes resultados de la educación moderna en general (elevados índices de ausentismo, deserción y reprobación, bajos coeficientes de rendimiento y eficiencia terminal, inadecuación de la escuela a la realidad social, persistencia del analfabetismo funcional y otros igualmente graves), quizá no fuera del todo impertinente dedicar un alto porcentaje de la actividad y el horario escolares a tareas que tienen vinculación directa con el lenguaje.
Es decir que los alumnos emplearían buena parte del tiempo a leer, redactar, escuchar y hablar de libros, de una previa y estricta selección, que pusieran a los niños y a los jóvenes en la lúcida enseñanza de los maestros relevantes de la humanidad, el país y la región, con riguroso criterio de calidad, mediante una cuidadosa programación, partiendo del hecho de que el lenguaje es instrumento básico e imprescindible de toda comunicación integral, fundamento inexcusable para la adquisición y ampliación de la cultura.
Sin un dominio al menos elemental de la lengua no hay basamento para la comprensión de las otras ramas del saber.
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