“Ningún sabio, ningún sirviente, ningún cortesano fue capaz de decir que el emperador caminaba desnudo, sin ningún ropaje, puesto que, aunque así lo veían, nadie quería que todos supiesen que en realidad no lo advertían porque era tontos, al tiempo que creían que todos los demás veían la tela…”. A la manera de evocadora metáfora, el revelador cuento de Andersen me resulta heurísticamente útil para plantear lo que, desde mi punto de vista, sucede ahora mismo el escenario sociopolítico en el que se mueven los Objetivos del Desarrollo del Milenio.
Los Objetivos del Desarrollo del Milenio (a partir de ahora, `ODM)´ constituyen un esfuerzo sin precedentes, por parte de organismos transnacionales como Naciones Unidas, Banco Mundial, FMI y OCDE, que cristaliza en un proyecto a escala mundial iniciado el año 2000. Éste se estructura en ocho metas articuladas en objetivos y variables que giran en torno a temas relacionados con el fin de la pobreza, la consecución de un medio ambiente sostenible o la consolidación de una asociación mundial para el desarrollo, entre otros, cuyo logro ha de conseguirse antes del 2015.
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