Hablar de educación es hablar del futuro de Europa. Hablar de una dimensión europea de la educación es hablar de la ciudadanía europea. Cuando Jean Monnet, uno de los padres de Europa, afirmó que “si pudiera empezar otra vez, empezaría por la educación” se estaba refiriendo a la educación como un instrumento esencial para motivar e informar la participación ciudadana, así como para conformar las identidades, los sentimientos de pertenencia, la solidaridad entre personas, pueblos y naciones. Educar ciudadanos, dentro y fuera de los muros de la escuela, es sinónimo de sembrar afectos, de enriquecer conocimientos e instruir en capacidades cívicas, políticas y sociales; es decir, la base sobre la que levantar el inmenso edificio comunitario, y, en realidad, los cimientos sobre los que sustentar cualquier democracia que se precie de su salubridad. Pero, a la hora de hablar de una educación para la ciudadanía europea, es necesario en primer lugar definir una serie de bases conceptuales y dar cuenta de las realidades observables que explican el porqué la educación democrática se ha convertido en una preocupación no sólo restringida al ámbito nacional o europeo, sino verdaderamente planetaria.
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