Introducción y motivación
El paso al Bachillerato de nuestro alumnado suele llevar aparejadas connotaciones bastante predeterminadas:
Remarcar su carácter propedéutico con respecto a unos potenciales estudios universitarios (opción que, finalmente, no siempre es la seguida)
Esgrimir como norma no escrita comúnmente aceptada la desaparición de cualquier asomo de comprensividad y de vertiente práctica en las materias a impartir.
De algún modo, se entiende que la selección que ha hecho posible que los estudiantes lleguen a esta etapa educativa los hace merecedores de sacar adelante las materias “al estilo antiguo”, esto es, a través de metodologías didácticas marcadamente expositivas, unidireccionales, cabría llamarlas “magistrales” si acudimos a la nomenclatura clásica, donde las asignaturas se superan gracias a méritos mayoritariamente memorísticos, devolviendo fielmente reproducida la información entrante.
En definitiva, el Bachillerato tiende a convertirse en el refugio dorado de buena parte del profesorado de Secundaria, que aspira dar clase de un modo “más tranquilo” y en mayor medida parecido a lo que los lugares comunes propios de las salas de profesores describen como “los apacibles tiempos de la era pre-LOGSE”.
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