El vertiginoso desarrollo científico y tecnológico experimentado por las sociedades postindustriales en los últimos años está provocando una traumática transformación en los modos de producción, más interesados en aumentar su rentabilidad y su competitividad que en mejorar la calidad de los productos (y por tanto en mejorar la calidad de vida de la sociedad ) y un desmoronamiento de los valores éticos y de los patrones de vida que venían dotando de significación y singularidad la vida humana: El conformismo social, la obsesión por el consumo, el egoísmo, el nihilismo son los valores predominantes. Tampoco podemos olvidar, por su importancia dentro del engranaje manipulador y reproductor, la considerable influencia de la cultura visual para configurar y condicionar un determinado tipo de pensamiento cada vez más uniforme, homogéneo y convergente caracterizado por su emergente egocentrismo, su claro pesimismo político, el predominio de las apariencias y su cada vez más evidente nihilismo cultural que impregna de un sutil relativismo todo el conjunto de relaciones políticas, sociales y culturales. En este contexto de clara orientación neoliberal, la educación que tiene como finalidad primordial favorecer el desarrollo de la autoestima personal y del espíritu crítico de todo ciudadano para que pueda interpretar y comprender su mundo personal y social como instrumento de desarrollo personal y social, fundamentalmente las creencias y valores que mediatizan y estructuran sus percepciones y experiencias, y que potencia y favorece la solidaridad y la cooperación como vías de interacción con los demás; así, como nexo o puente para acceder a otros posibles aprendizajes.
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