María Luisa y José Peirats Chacón Universitat de València 1. INTRODUCCIÓN La educación inclusiva ha sido reconocida en las últimas décadas como la vía para conseguir la no discriminación, la igualdad de oportunidades y la equidad en el derecho inalienable a una educación de todos y para todos(1). De forma más explícita la 48ª Conferencia Internacional de la UNESCO, celebrada el 2006 y dedicada a “La educación inclusiva: un camino hacia el futuro” presentaba entre sus Recomendaciones finales, como una propuesta internacional, la siguiente concepción de educación inclusiva: “(…)como un principio rector general para reforzar la educación para el desarrollo sostenible, el aprendizaje a lo largo de toda la vida para todos y un acceso a las oportunidades de aprendizaje en condiciones de igualdad para todos los niveles de la sociedad”(2). Desde nuestro punto de vista la educación inclusiva engloba todo tipo de discapacidad, ya sea de índole motriz, cognitiva, mental, emocional, social, etc. Tomamos, en este caso, a la esquizofrenia porque hemos tenido que enfrentarnos a casos de personas con trastorno mental en nuestra profesión; y, porque aportan este dato tan llamativo “la esquizofrenia afecta alrededor del 1 % de la población” (Aznar y Berlanga, 2004, p. 13), señalando que se desarrollan trastornos esquizofrénicos a los largo de la vida “sin distinguir entre sexo, ni clase social, ni nivel de educación”. En consecuencia, debemos actuar en las primeras etapas del desarrollo de los jóvenes, y contribuir al debate e investigación sobre este tema.
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