Que el juego no tenga nada que ver, en general, con la escuela, y concretamente con la escuela media (2ª etapa), es más una convicción del sentido común (incluso de nosotros, los maestros), que una realidad evidente. El estímulo de jugar es tan fuerte que para los alumnos «todo» se puede transformar en juego, incluso leer pronunciando mal las palabras o dar estrambóticas explicaciones a un problema planteado.
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