Hay quien, ante la dificultad de escoger una línea adecuada, o por comodidad, o incluso por afirmar que el sistema educativo no puede hacer nada (lo cual, dicho sea de paso, coincide sospechosamente con la solución más cómoda), opta por “no hacer”. Este “no hacer” es, por un lado, falso, puesto que “se hace” lo rutinario y, por otro lado, contraproducente, pues deja campar a sus anchas a los elementos más selectivos de la escuela y de la sociedad. Para situarnos en una órbita distinta, lo primero que tenemos que hacer es tomar como puntos de partida una concepción positiva de los términos de igualdad y diversidad y una idea de educación coherente con ella. En segundo lugar, hay que actuar en lo concreto, en nuestras aulas y centros, y, en ese sentido, no todas las vías de actuación tienen el mismo valor: rechazamos unas porque no están destinadas a toda la población, sino a “despejar el camino” para una parte de ella (como los llamados “itinerarios” en la ESO); otras son cuestionables por limitadas o contraproducentes; apostamos, en cambio, por aquellas que suponen un enriquecimiento para todos y todas, lo que supone cambiar el modelo educativo dominante. Finalmente, debemos completar nuestra actuación educativa concreta con la acción social: lo que trasciende a nuestras aulas y centros también ha de ser abordado, y, lógicamente, de forma colectiva
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